martes, 20 de enero de 2015

LA IGLESIA CONCILIAR ALEMANA, AL BORDE DE LA MUERTE

Traducción del artículo publicado en NOVUS ORDO WATCH
  
 
El pasado 29 de Diciembre, el periodista alemán Markus Günther publicó en el diario FRANKFURTER ALLGEMEINE ZEITUNG, su análisis sobre las dos iglesias (en minúscula) más representativas de su país (la iglesia luterana y la iglesia conciliar); y aunque ni puede ni quiere señalar las causas ni los remedios para su mal, sí señala los problemas y la enfermedad subyacente que padece el "cristianismo alemán" (y las estratagemas de sus líderes para hacerlo parecer viviente, fuerte y rico, cuando en realidad está en caída libre hacia el sepulcro). Para ello citaremos los dos primeros párrafos de su artículo, llamado "La Diáspora Alemana", que son atinentes a la iglesia conciliar:
La noche del 13 al 14 de diciembre, hace casi exactamente 50 años, un estudiante llamado Franz vagaba por las calles de Münster. No podía dormir. Estaba demasiado agitado por el sermón que había oído en la catedral, a cargo de un joven sacerdote y profesor, pocos años mayor que él, que había hablado del Adviento y la Navidad de una forma revolucionaria, totalmente nueva. Más aún: la enseñanza tradicional sobre la época de la historia humana que divide la historia en una era de oscuridad y una edad de salvación -es decir, el tiempo antes y después del nacimiento de Cristo- ya no podía ser tomada en serio en la actualidad, decía el predicador, un joven teólogo. Después de las guerras mundiales, después de Auschwitz e Hiroshima, ¿quién podría hablar de una era de salvación que habría comenzado hace 2000 años en Belén? No, la línea que separa la oscuridad de la luz, el cautiverio de la Redención, no corta la historia tajantemente, sino que lo hace en nuestras almas. Adviento no tiene lugar en nuestros calendarios, sino en nuestros corazones –o si no lo hace queda sin ningún fruto-. Era una idea increíble, y es fácil imaginar que el estudiante hubiera tenido problemas para dormir después de ese sermón y que quisiese permanecer a solas consigo mismo, con el fin de reflexionar sobre todo esto.
    
Hoy los dos son personas de edad avanzada, el estudiante y el predicador de esta noche inolvidable en Münster: Franz Kamphaus, que había sufrido aquél día una noche de insomnio; y Joseph Ratzinger, que con sus 37 años de edad era una estrella académica en ascenso y sacudía el espíritu de los estudiantes de teología. Es sorprendente cómo los caminos de estos dos hombres se cruzaron entonces por primera vez. En retrospectiva, son precisamente estos dos nombres, Ratzinger y Kamphaus, quienes representan dos [diferentes] corrientes de la Iglesia en Alemania, que no hay que identificar como “izquierda” o “derecha”, pero que eran con certeza claramente opuestas. Ambos trataron de proclamar un nuevo cristianismo que en las cambiantes circunstancias de alguna manera, salvaría al mundo moderno –y ellos lucharon batallas intransigentes sobre qué compromisos son lícitos y cuáles son iilícitos- tratándose de la relación del cristiano con el mundo. Pero ahora, en lo potrero de su vida, lo único que les une más allá de sus diferencias es un perfil común de fracaso: el cristianismo en Alemania está en bancarrota espiritual.
    
Nos atrevemos a decir que este cuadro, sin duda tétrico, se repitió en toda Europa (y en muchas otras latitudes): TODA LA MODERNA "CATOLICIDAD" ESTÁ EN BANCARROTA, o en términos apocalípticos, "TIENE NOMBRE DE VIVIENTE, PERO EN REALIDAD ESTÁ MUERTA". Y si bien el autor no da la explicación de por qué sucedió esto, nosotros sí podemos hacerlo: LA CAUSA ES LA ENTRONIZACIÓN DEL HOMBRE Y EL DESTRONAMIENTO DE DIOS POR LA IGLESIA MONTINI-RATZINGER-BERGOGLIANA
  
Ahora, ¿quién es quién y qué hizo?, demos un vistazo en globo a cada uno:
  
Franz Kamphaus fue ordenado sacerdote en 1959, y más tarde se convirtió en el “obispo” ultra-liberal de Limburgo, al ser nombrado por “San” Juan Pablo II, que tuvo que intervenir en algún momento anterior para remover la persistente negativa de Kamphaus ‘en parar la emisión de certificados de consejería a las mujeres en crisis de embarazo, sin la cual no hubieran podido obtener legalmente el aborto (en Alemania, el aborto es legal desde 1995, pero para acceder a él debe haber una asesoría previa). Kamphaus dejó su diócesis en 2007 hecha un desastre espiritual y teológico. En 2004, recibió y aceptó el Premio Ignatz Bubis de la ciudad de Frankfurt, que se da a las personas que encarnan los valores socio-políticos de Ignatz Bubis, ex jefe del Consejo Central Judío de Alemania (la defensa absurda del Holocuento y el uso de la identidad judía para ascender en los negocios y la política).

Franz Kamphaus, ex-obispo conciliar de Limburgo
   
Joseph Ratzinger es de todos conocido, pero desde 1951 (cuando fue ordenado sacerdote) estaba en la lista negra del Vaticano de las personas sospechosas de herejía. Durante el Concilio Vaticano II (donde fue un perito del cardenal modernista Joseph Frings), fue tenido por los obispos franceses como un hereje por negar la existencia del Infierno, por sostener el Galicanismo, el Modernismo y otras peores herejías (todo esto lo testifica el hereje Karl Rahner, quien también fue perito en el Conciliábulo).
   
Para lograr subvertir a la Iglesia Católica, los teólogos modernistas emplearon la “Nouvelle Theologie” (un nuevo nombre para una herejía vieja, el Modernismo, que ya había sido condenado por San Pío X en la encíclica Pascendi), que so pretexto de “redescubrir” la enseñanza patrística y tomista, quiso desmantelar la teología y la filosofía tradicional. Esta “Nueva Teología” aparece contra el resurgimiento del Tomismo impulsado por el Papa León XIII en su encíclica Aeterni Patris; además de ir contra el Magisterio del Papa Pío IX y sus sucesores hasta Pío XII (quien finalmente condenó la Nueva Teología en su encíclica Humani Generi). Muchas obras de los nuevos teólogos (como “Une École de Théologie: Le Saulchoir”, de Dominique-Marie Chenu) fueron incluidas en el Índice de Libros Prohibidos; y varios de ellos fueron censurados o investigados por herejía (como Ratzinger).
  
La Nueva Teología es la escuela predominante del pensamiento utilizado en el Concilio Vaticano II para producir sus 16 documentos, que proporcionan los fundamentos doctrinales y pastorales de la religión deuterovaticana. Se caracteriza por su desprecio por la Escolástica y sus conceptos filosóficos claramente definidos, caracterizándose ella por su ambigüedad y vaguedad en los términos y declaraciones. Ella aprueba y hace uso del condenado método histórico-crítico en sus análisis teológicos. El hecho de que sea heredera del modernismo y también el fundamento del Concilio Vaticano II no es negado por sus defensores más conspicuos. Por ejemplo, el teólogo modernista Jürgen Mettepenningen escribió un libro titulado “Nouvelle Theologie – la Nueva Teología heredera del modernismo, precursora del Concilio Vaticano II” . Aunque él mismo es un firme defensor de esta escuela teológica destructiva, Mettepenningen no tiene problemas en admitir los hechos históricos sobre el origen, el desarrollo, y la condena de la Nueva Teología.

Portada del libro “Nouvelle Theologie – la Nueva Teología heredera del modernismo, precursora del Concilio Vaticano II”
  
Ratzinger ha sido importante promotor de la Nueva Teología. Su predicación escandalosa, sobre todo la afirmación de que no se puede hablar del Nacimiento de Cristo como inicio de una nueva edad, es fruto de ella. Y en su libro “Introducción al Cristianismo”, que fue censurado en 1968 por Mons. Stefan Wyszynski, Arzobispo de Gniezno-Varsovia (Polonia), dado que el libro atenta contra la Fe Católica, Ratzinger justifica la Nueva Teología, empleando una analogía esbozada por Harvey Cox, basada en una historia contada por el filósofo danés Sören Kierkegaard (que es luterano). Ratzinger escribe:
El relato cuenta cómo un circo de Dinamarca fue presa de las llamas. El director del circo envió a un payaso, que ya estaba preparado para actuar, a la aldea vecina para pedir auxilio, ya que existía el peligro de que las llamas se extendiesen incluso hasta la aldea, arrastrando a su paso los campos secos y toda la cosecha. El payaso corrió a la aldea y pidió a sus habitantes que fuesen con la mayor urgencia al circo para extinguir el fuego. Pero los aldeanos creyeron que se trataba solamente de un excelente truco ideado para que en gran número asistiesen a la función; aplaudieron y hasta lloraron de risa. Pero al payaso le daban más ganas de llorar que de reír. En vano trataba de persuadirlos y de explicarles que no se trataba ni de un truco ni de una broma, que la cosa había que tomarla en serio y que el circo estaba ardiendo realmente. Sus súplicas no hicieron sino aumentar las carcajadas; creían los aldeanos que había desempeñado su papel de maravilla, hasta que por fin las llamas llegaron a la aldea. La ayuda llegó demasiado tarde, y tanto el circo como la aldea fueron consumidos por las llamas.
    
Con esta narración ilustra Cox [en su libro La Ciudad Secular] la situación de los teólogos modernos, y ve en el payaso, que no puede conseguir que los hombres escuchen su mensaje, una imagen del teólogo a quien no se le toma en serio si viste los atuendos de un payaso de la edad media o de cualquier otra época pasada. Ya puede decir lo que quiera, lleva siempre la etiqueta del papel que desempeña. Y, aunque se esfuerce por presentarse con toda seriedad, se sabe de antemano lo que es: un payaso. Se conoce lo que dice y se sabe también que sus ideas no tienen nada que ver con la realidad. Se le puede escuchar confiado, sin temor al peligro de tener que preocuparse seriamente por algo. Sin duda alguna, en esta imagen puede contemplarse la situación en que se encuentra el pensamiento teológico actual: en la agobiante imposibilidad de romper las formas fijas del pensamiento y del lenguaje, y en la de hacer ver que la teología es algo sumamente serio en la vida de los hombres (Joseph Ratzinger, Introducción al cristianismo, trad. por J. R. Foster... [Nueva York: Herder y Herder, 1970], pp 15-16)
 
Así pues, aquí tenemos la justificación más habitual para rechazar la teología “vieja” y exponer la nueva: El hombre moderno vive en un nuevo paradigma intelectual, que es incompatible con la época, y por consiguiente es incapaz de llegar al hombre moderno, por lo que la teología tiene que hablar su lenguaje y adoptar sus conceptos, o de lo contrario lo perderemos.

Si bien esto puede parecer, a primera vista, convincente al profano no instruido, realmente es una idea muy peligrosa. El lenguaje y enfoque de la Nueva Teología han sido empleados por la Iglesia del Concilio Vaticano II; y ahora, cincuenta años después, los frutos son patentes: la bancarrota espiritual. La legendaria “nueva primavera” no se produjo; los “agoreros” denunciados con tanto desprecio por Juan XXIII en su discurso de apertura del Concilio resultaron estar en lo cierto. Como puede ver cualquiera que quiera mirar, el Concilio ha sido un desastre absoluto (algunos jugosos antecedentes en las batallas libradas en el concilio entre tradicionalistas y modernistas pueden encontrarse en los diarios personales de Mons. Joseph Clifford Fenton).
   
Aun así, la justificación de Ratzinger para la nueva teología en la década de 1960 no era una novedad. Es esencialmente el mismo error Nº 13 condenado por el Papa Pío IX en su famoso Syllabus, a saber: 
“El método y los principios por los cuales los antiguos doctores escolásticos cultivaron la teología ya no son adecuados a las exigencias de nuestro tiempo y al progreso de las ciencias”.
    
Aunque en 1864, el año en que el Syllabus fue publicado, esta condena pudiera parecer a algunos como no justificada, ahora, en 2015, la prueba está en lo que vemos: Después de 50 años de reinar libremente la Nueva Teología durante y después del Concilio Vaticano II, la sociedad cristiana se ha derrumbado, y la verdadera fe católica de siglos anteriores está prácticamente extinta. Ratzinger es uno de los hombres más responsables de esta apostasía masiva porque fue algo más que un campeón de la Nueva Teología: Jugó un papel importante en la redacción de los documentos del Concilio.
   
La marea de la apostasía que se extendió por el mundo después del Vaticano II se originó en gran medida por el propio Ratzinger y su teología. No es de extrañar que él haya sido impotente para detenerla, incluso en el país donde nació. Como Gunther dice más adelante en su artículo, a fin de cuentas lo único que queda de una “renovación espiritual” en Alemania después del reinado de ocho años del “Papa” Benedicto XVI es un poco de orgullo nacional y algunas fotos hermosas NADA MÁS.
    
Pero ¿Cómo pudo haber sucedido de otra manera? La Iglesia del Novus Ordo es el mayor logro de la Nueva Teología. ¿Qué respuestas da al hombre moderno que se puedan tomar en serio? Sólo una plétora de lugares comunes sin fin y consignas gastadas sobre el amor, la dignidad, el diálogo, la tolerancia, la paz, la fraternidad, la libertad y la solidaridad –y ahora también “el encuentro” y “el cambio climático”– en fin, nada que no pudieran decir las Naciones Unidas, la logia masónica local o ser impresas en una propaganda de festejos. Pero si se quiere alimentar la hambrienta alma moderna, ofreciendo soluciones naturalistas relamidas bajo el barniz de la teología, simplemente no funciona. El hombre moderno necesita más que una versión clerical de “We are the World”.

La respuesta a los errores de la modernidad no se encuentran en la Nueva Teología de los neo-modernistas sino en el neo-tomismo de la Iglesia Católica, iniciado por el Papa León XIII, mandado por San Pío X, y promovido por Pío XI. Este último, en 1923, publicó la hermosa encíclica Studiorum Ducem, en la que resume y alaba el patrimonio filosófico y teológico de Santo Tomás de Aquino y exhorta a todos los estudiantes a extraer de sus enseñanzas la sabiduría necesaria para combatir las enfermedades espirituales e intelectuales de nuestros tiempos. Su Santidad concluye: “Por tanto, es claro por qué los modernistas explican que ningún doctor de la Iglesia debe ser tan temido como Tomás de Aquino” (Papa Pío XI, Encíclica Studiorum Ducem, n. 27).
   
Es cierto, que al igual que hoy, hubo anteriormente muchos que se oponían a la Iglesia católica y a su doctrina, antes del Concilio Vaticano II. Hubo quienes odiaban a la Iglesia; esto está fuera de toda duda. Pero a pesar de que muchos la rechazaban y la detestaban, todos la tomaban en serio. Esto se debe a la magnífica institución que era la Iglesia Católica, con su venerable historia de 2.000 años de edad, su enseñanza inmutable, sus innumerables santos y heroicos mártires, su tenacidad inquebrantable en su oposición a cada error mundano, su esplendor litúrgico majestuoso y sublime, y sus desafíos a todo poder mundano que se le enfrentara, imponía respeto y admiración. Ella no era como el mundo y no se doblegaba ante él; ella prefirió perder prácticamente toda la jerarquía en el cisma Inglés antes que conceder una nulidad falsa al rey Enrique VIII. Quienes no estaban de acuerdo con la Iglesia, sin embargo, la tomaban en serio.
    
¿Y ahora qué? La Iglesia del Vaticano II es una casa de locos con una teología que se tambalea al borde de la pérdida total de sentido y de la insignificancia, teniendo al mando de ella un necio que divulga tonterías como el “dios de las sorpresas” y denuncia el “terrorismo de los chismes”. Todo esto es una broma, conocida profundamente por todos. ¿Qué llevó a todo esto? El intento de ser algo importante para el hombre moderno –la capitulación frente a la modernidad- es lo que ha llevado a esto. Una institución que cambia con los caprichos de la época y tiene miedo de ofender a sus enemigos no está segura de sí misma y no vale la pena tomarla en serio. Sin duda con todo esto, se muestra como si no fuera de origen divino, porque Dios es el mismo ayer, hoy y siempre (Heb. 13: 8).
  
Para el profano común, tal vez la mejor respuesta a la falsa teología del Concilio Vaticano II y a la Iglesia Modernista que comenzó con él, se encuentra en un libro pequeño y práctico llamado “El liberalismo es pecado”. Esta obra, escrita por el sacerdote español Don Félix Sardá y Salvany en 1886, fue detalladamente examinada por la Sagrada Congregación del Índice del Vaticano, y avalada y recomendada absolutamente. Aunque escrito en el siglo XIX, el liberalismo es pecado [Se puede descargar en su versión original castellana en este enlace] y sigue siendo importante hoy como ayer; se lee como si hubiera sido escrito específicamente para nuestros tiempos. El autor refuta magistralmente los perniciosos errores de los modernistas y desenmascara las tácticas engañosas y las excusas utilizadas por ellos para avanzar en sus falsos principios e ideas. La recomendamos encarecidamente.
   
El alma del hombre moderno se muere de hambre. Sus avances en tecnología, en ciencias y en medicina sólo son comparables y superados por su torpeza filosófica, teológica y espiritual. La Edad Oscura es la de ahora. La Secta del Novus Ordo no puede nutrir al hombre moderno con el alimento espiritual de la verdadera doctrina, de la recta moral, y con la gracia santificante, porque no puede dar lo que no tiene.
   
Ahora estamos entrando en la época en que la Iglesia Modernista tiene que enfrentarse a las consecuencias inevitables de su propia apostasía: Siendo insignificante no puede producir frutos espirituales, por lo que está para morir (cf. Jn 15, 6; Romanos 6:23). Que el Señor apresure el día en que la verdadera Iglesia Católica finalmente pueda librarse del eclipse causado por la anti-iglesia modernista desde la elección de “papa” Juan XXIII.

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