miércoles, 11 de mayo de 2016

UN MISMO OBJETIVO Y METODOLOGÍA: LA MASONERÍA Y EL OPUS DEI EN PORTUGAL

AVISO DEL TRADUCTOR: Este artículo que fue publicado por el escritor portugués Arai Daniele en PRO ROMA MARIANA es esclarecedor en tanto que presenta cómo las dos masonerías (la seglar y la eclesiástica) entraron a territorio portugués, causando desestabilidades políticas en esa nación; pero no necesariamente acogemos la totalidad de los planteamientos de la fuente empleada por él, particularmente lo que respecta a sor Lucía dos Santos y su ayuda al Opus Dei.

Con todo, no estamos vendiendo nada. Dejamos al lector en la entera libertad de creer o no sobre el asunto, y en qué medida se inclina a una posición u otra. Vale.
Jorge Rondón Santos.
Mayo 11 de 2016

INTRODUCCIÓN
En el libro «O Fim dos Segredos – Tudo o que nunca lhe contaram sobre o mundo do Opus Dei e da Maçonaria em Portugal» (El fin de los Secretos - Todo lo que nunca le contaron sobre el mundo del Opus Dei y de la Masonería en Portugal) de autoría de la joven periodista Catarina Guerreiro (A esfera dos livros, Lisboa, 2015, distribuidora@bertrand.pt), editado en noviembre, la autora trata sobre la influencia del poder masónico y del Opus Dei en Portugal, clasificando como amigos o enemigos a los personajes involucrados en la institución de la que trata en el libro, involucrando a la «amiga Hermana Lucía» en el avance de lo que se acostumbra llamar «masonería blanca» (el Opus Dei), por ello pienso será útil repasar algunas cuestiones históricas a luz de esas informaciones.
    
Personalmente conocí algunas personas y familias envueltas en la Obra, justamente para evitar la andanada de errores que envolvieron a la nueva iglesia. Tuve dos veces, sin embargo, problemas com ellos por causa de la Santa Misa tradicional, tanto en Roma como en Fátima; parecen tradicionales, mas siguen las innovaciones conciliares y su NOM.
  
      
Apenas reproducimos parte de este estudio, sin por esto, como católicos, concordar en todo con su autora. Iniciemos entonces nuestra lectura sobre el poder de la Masonería y el Opus Dei en Portugal.
    
«La amiga Hermana Lucía» 
Discretamente, en 1944, la organización de Escrivá comenzó a infiltrarse en Portugal, a través de los medios universitarios de Coímbra. Entre junio y octubre de aquel año, tres estudiantes españoles del Opus, becarios de la Universidad de Madrid, estuvieron en aquella ciudad portuguesa para concluir el doctorado. Y fueron esparciendo las ideas del movimiento, al mismo tiempo que hacían muchas amistades. Uno de ellos era Laureano Lopez Rodó, que más tarde vino a ser ministro del gobierno de Franco. Durante los meses de estudio que pasó en Coímbra se hizo amigo de Marcelo Caetano y de Guilherme Braga da Cruz, que entretanto se tornó cooperador de la Obra.
  
Las amistades de Rodó habían sido decisivas para que en aquella época, con 24 años, fuese escogido por el movimiento religioso para ayudar al primer numerario español a estabelecerse en Portugal y a moverse en los medios sociales y culturales de Coímbra y del resto del país. […]
  
Descríbese enseguida las personas y los modos de estabelecer y reclutar simpatizantes de la organización en Portugal y el extranjero, cuando Francisco Martínez Garcia, un licenciado en Farmacia, fue sondado para la misión por el propio P. Escrivá de Balaguer, en agosto de 1945, cuando estaban en Montevideo, para vir a Portugal para comenzar tal trabajo.
  
Además de Martínez, vinieron de España para Coímbra otros cinco más, entre los cuales estaba Gregorio Ortega Pardo, que iría a protagonizar un escándalo en el Banco de la Agricultura, el cual arrastró al Opus Dei, al ser detenido el 13 de octubre de 1965 en Venezuela, con 1,75 millones de dólares.
Desde entonces, la Prelatura intentó apagar de su historia oficial el nombre y papel destacado de este numerario, que es reconocido por muchos por haber sido el principal promotor del Opus Dei en Lisboa. Cinco años después de instalarse Martínez en Coímbra, la Obra decidió avanzar para la capital y abrió, en 1951, una residencia para estudiantes en el barrio de Estefânia… era preciso reforzar la apuesta y en 1953 Escrivá abrió el primer centro femenino portugués, en la Calle Buenos Aires, n.º 35. El éxito y crecimiento de la organización obligó a la cúpula a adquirir nuevos espacios, y la sede portuguesa, que hasta entonces estaba funcionado en la residencia masculina, mudóse en 1957 para otro predio, también en el mismo barrio, pero en el n.º 98 de la Calle de Estefânia, donde se alquilaron los pisos 1º y 6º.
  
El fundador del Opus Dei, Josemaría Escrivá de Balaguer y su lugarteniente, Álvaro del Portillo
  
Al lado, en el Largo de Estefânia, tenía abierto entretanto, la Editora Aster, dirigida por numerarios, que editó algunas revistas, como la Rumo, donde colaboraran Amaro da Costa, Mota Amaral, Oliveira Dias y también el poeta Ruy Belo, que había adherido al Opus cuando estudiaba en Coímbra en 1951. Los hombres que en aquel tiempo lideraban el movimento religioso en Lisboa eran todos sacerdotes, habiendo el español Xavier Ayala asumido el cargo de primer vicario regional.
  
Mas para que la institución se pudiera instalar en Portugal, contó con la ayuda de una aliada poderosa: la Hermana Lucía. Según el Opus Dei, fue ella quien convenció al fundador a anticipar la difusión de la Obra en territorio portugués. Josemaría Escrivá tenía previsto comenzar por Francia, pero la Segunda Guerra Mundial sus ideales. Cuando se encontró con la religiosa portuguesa, cambió el calendario de su plan estratégico de conquista de Europa. Todo aconteció en los primeros días de febrero de 1945, durante un viaje a Tuy para, según los historiadores oficiales de la Prelatura, cumprimentar al nuevo obispo, su gran amigo D. José López Ortiz, que había sido nombrado como tal en septiembre de 1944.
  
Josemaría salió de Madrid, acompañado de Álvaro del Portillo, el 29 de enero, en el Studebaker a gasolina conducido por el motorista habitual, Miguel Chorniqué. Pasó el día siguiente en Valladolid, donde se concluía la instalación del oratorio de «El Rincón», el primer centro del Opus Dei en esa ciudad. Dos días después, el 2 de febrero, llegó a Tuy, habiendo encontrado albergue en el palacio episcopal, donde estaba Ortiz. Éste, sabiendo que el líder del Opus tenía una gran admiración por Nuestra Señora, le preguntó si gustaba de conocer a la Hermana Lucía, que estaba escondida en el convento local desde el 24 de octubre de 1925 (y donde estuvo hasta 1946, año em que regresó a Portugal). La respuesta fue obvia y el obispo tomo el teléfono y llamó a la Superiora del Convento de Tuy. «¿Puede traerme una rosa?» Era el código secreto convenido entre el obispo y la responsable del local donde estaba la religiosa portuguesa para poder hablar sin que ninguno descubriese la verdadera identidad de sor María de los Dolores, como era identificada entre las hermanas doroteas. Al oir el pedido, la superiora entendió de inmediato el mensaje y pidió a la portugesa para ir al Palacio Episcopal.

Según Josemaría Escrivá, la Hermana Lucía ayudó a que el Opus Dei entrara a Portugal, y en agradecimiento, fue ocho veces al Santuario de Nuestra Señora de Fátima.
  
Fue aquí, durante la conversación con Escrivá, que la Hermana Lucía le sugirió que llevase el Opus para Portugal. Mas el español repuso que no lo haría inmediatamente porque ni él ni del Portillo tenían pasaportes.
  
«Le pedí para que fuera a Portugal a fundar el Opus pero él no tenía pasaporte, y yo conseguí hacer algo para que todo se resolviese y pudiese ir a Fátima», contó más tarde la propia vidente al obispo Alberto Cosme do Amaral, que entre 1972 y 1993 lideró la diócesis de Leiría-Fátima. Para resolver la situación bastó una llamada telefónica. Mas el destinatario del telefonema que la religiosa hizo y que desbloqueó la situación es hasta hoy un misterio, pudiendo haber sido el cardenal patriarca [de Lisboa] o el mismo António de Oliveira Salazar.
  
La verdad es que un lunes, día 5 de febrero, Escrivá, Portillo, López Ortiz y su secretario, el padre Eliodoro Gil Rivera, tomaron la carretera, conducidos por el motorista, y pasaron la frontera sin problemas y sin documentos. Después de haber entrado en Portugal, almorzaron en Porto, en el Escondidinho, en esa época el referente de los restaurantes de la ciudad. Siguieron a Leiría, donde se encontraron con el obispo diocesano, D. José Alves Correia da Silva, acabando por conocer también al canónigo y futuro obispo de Leiría, D. João Pereira Venâncio. Cenaron y partieron para Fátima, donde Josemaría visitó por primera vez la Capilla de Nuestra Señora. Al día siguiente, 6 de febrero, el líder del Opus celebró misa en el Santuario y visitó a la madre de la Hermana Lucía, a quien ofreció unos panes gallegos que había comprado. Ali, en la localidad de Valinhos, los españoles entonces se dejaron fotografiar con la madre de los otros videntes, Francisco y Jacinta Marto, junto a la casa de la familia. Escrivá regresó a Leiría para almorzar con el obispo y partió para Lisboa, donde el día 7 fue al Patriarcado, situado en el Palacio de Santana, en el Campo de los Mártires de la Patria, en cumplimiento al cardenal Cerejeira, que un año antes había sido informado por un miembro del Opus que el líder lo quería conocer.
  
Entonces esa noche durmió en Coímbra y, en la mañana siguiente, antes de regresar a España, Escrivá estuvi con el obispo, D. António Antunes. Estuvo 12 veces en Portugal, gran parte de ellas para encuentros con el hombre más importante de la Iglesia portuguesa, que durante años hizo frente al crecimiento del Opus y con los cuales mantuvo un largo y difícil brazo de hierro.
 
El enemigo cardenal Cerejeira
Corría el año de 1944 y el Opus Dei buscaba reunir apoyos eclesiásticos que lo ayudasen a obtener la aprobación oficial de la Santa Sede. Para hacerle el puente con el poderoso patriarca de Lisboa, Manuel Gonçalves Cerejeira, el cardenal más reciente de la época, nombrado por Pío XI en 1929, el fundador del Opus escogió a Amadeo Fuenmayor, un catedrático de Derecho Civil de Santiago de Compostela. Éste, ya miembro del Opus, fue convidado para ir a Portugal en marzo de aquel año, en el ámbito de la «Semana Jurídica Española», a hablar en dos conferencias en las facultades de Derecho de Lisboa y de Coímbra. Cuanndo Escrivá supo de la invitación, le pidió que cuando llegase a Lisboa fuese a visitar al cardenal para comunicarle que estaba previsto que el fundador viniese a Portugal y que le gustaría saludarlo. Escrivá dio indicaciones detalladas a su mensajero: sólo debía decir que era del Opus y venía en nombre del fundador cuando estuviese frente a frente con el cardenal. Así fue. Amadeo pidió una audiencia al patriarca, presentóse apenas como profesor español y sólo reveló que pertencía al movimiento religioso y que venía en nombre de Josemaría ya durante la plática.

Manuel Gonçalves Cerejeira, Cardenal-Patriarca de Lisboa. Apoyó inicialmente al Opus, pero luego le cobró desconfianza (aunque antes de morir, hizo las paces con Escrivá y testificó a favor de él para su beatificación).
  
De esta forma, cuando en 1945, después de la ayuda de la Hermana Lucía, Balaguer llegó al patriarcado, el cardenal lo recibió cordialmente. En este encontro hablaron del Opus Dei, que a la fecha estaba para abrir el primer centro en Portugal, prepárandose para hacer lo mismo en Inglaterra e Italia. En España, contaba ya con 20 centros.
   
Escrivá regresó en junio de 1945 para una nueva reunión con el cardeanl, que se realizó el día 18. Era urgente conseguir la aprobación pontificia, para dar una dimensión universal del Opus Dei y permitir su expansión por el mundo. Por eso, Josemaría se esforzó en mantener el contacto con el líder de la Iglesia portuguesa: lo ponía al corriente del proceso en curso en el Vaticano para la aprobación pontificia del Opus, le hablaba de la necesidad de tener cartas de recomendación y le revelaba los avances del Opus, especialmente en Portugal.
  
El 13 de septiembre, poco después de haber convenido con el numerario Francisco Martinez que éste iría para Portugal a abrir oficialmente el primer centro, Balaguer escribió al cardenal Cerejeira a fin de informarle que iría a hacerle una nueva visita. Pero cuando en el día 18 de ese mes llegó al Palacio, el obispo auxiliar, João dos Campos Neves, que más tarde será obispo de Lamego, le informó que Cerejeira estaba de vacaciones en casa del hermano, médico, en la Serra da Estrela. Escrivá no desistió y fue al encuentro del cardneal. Siempre acompañado de Portillo, su brazo derecho, el líder del movimento religioso llegó el día 21 a la localidad de Rosanegra, donde encontró al patriarca, que lo convidó para almorzar con él y su familia. Las iniciativas dieron resultado: con elogios a Escrivá y para apoyar la aprobación del Opus por la Santa Sede, la carta escrita por el cardenal llegó a Roma el 1 de marzo de 1946.
   
Cuatro años después, el 16 de junio de 1950, Pío XII aprobó finalmente al Opus Dei como instituto secular, una asociación de laicos católicos. En ese día, la organización dejó de estar dependente de las iglesias locales, pasando a estar jurídicamente bajo la Santa Sede. Para ese momento, la hermandad aumentó su poder en el mundo: en el mes en que el Vaticano emitió el reconocimiento, ya había más de 100 centros de la organización esparcidos por varios países da Europa, América y África, cuadruplicando el número de los existentes en 1946, año en que comenzó la internacionalización. 
  
Mas en Portugal el rápido crecimiento del Opus, esencialmente en Lisboa, comenzó a causar malestar en el cardenal Cerejeira. Los encuntros siguientes entre él y Balaguer, uno en Roma, em 28 de octubre de 1950, y otro en Lisboa el 8 de enero de 1951, fueron más tensos. Ese mal ambiente reflejóse cuando la Obra quiso abrir un segundo centro en la capital, el primero feminino en el país. Solo después de decenas de contactos de Javier Ayala, en español que en Portugal dirigía la organización, es que el cardenal dio la autorización, habiendo abierto la residencia en marzo de 1952. El brazo de hierro comenzó a ser más pesado: Cerejeira intentaba intervenir en los centros, en cuanto los responsables españoles, ya munidos de aprobación dada por el Vaticano, insistían en ser independentes.
    
El momento de la ruptura llegó unos días antes de la Navidad de 1954. Manuel Gonçalves Cerejeira decidió enviar una carta a Javier Ayala para informarle de que la experiencia del Opus en Lisboa, que contaba con dos residencias en nombre de la Sociedade Lusitana de Cultura, debía terminar. El responsable nacional del movimiento dio cuenta de la situación a Balaguer, mas éste le pidiuó paciencia, considerando que la actitude del líder de la iglesia portuguesa sería pasajera. A pesar de eso, sugirió que Ayala contactase al embajador del Vaticano en Lisboa, el cardenal Fernando Cento, para que éste interviniera.
  
Sin que el problema se resolviese, y con las relaciones entre el Opus y el líder del patriarcado cada vez más tensas, Balaguer envió a Lisboa a su hombre de máxima confianza: Álvaro del Portillo. Entre el 16 y el 17 de mayo de 1956 transcurrieron los encuentros.
– «¿Por qué es que el consejero [Escrivá] me ocultó que el Opus ha adquirido un banco, del que toda la gente habla?», perguntó el cardenal portugués.
– «No podía informar su eminencia de lo que no existe: el Opus Dei no posee ningún banco», respondió Álvaro del Portillo.
  
Mas Cerejeira no quedó convencido e insistió. Subrayando que la élite política y financeira sabía de los lazos del Banco de la Agricultura con la organización religiosa, perguntó al hombre que estaba a su frente si toda la gente estaba engañada.

El argumento dado por el número dos del Opus fue exactamente el que aún hoy es utilizado para justificar la influencia del Opus en las instituciones bancarias: un miembro del Opus Dei puede ejercer el ofício de banquero sin que el banco pertenezca necesariamente a la organización.
 
Pero esta cuestión no quedó resuelta y fue necesaria una segunda reunión al día siguiente para que el cardneal quedase, o por lo menos pareciese, convencido con las justificaciones de del Portillo.
   
Ya con el ambiente más calmado, y antes de salir, el español entonces le informó a Cerejeira que ña Obra pretendía abrir un tercer centro en Lisboa. Dos meses después llegó oficialmente por escrito la petición. 
   
En ese momento, D. Manuel Cerejeira, que ya había completado 25 años como cardenal patriarca, buscaba también crecer el poder de la Iglesia Católica en la capital. Y en junio de 1956, um mes después de la reunión con Ayala, escribió a Antonio de Oliveira Salazar (Presidente de la nación) para pedirle «protección para las obras de la Iglesia» y subrayó la necesidad de la creación de nuevas parroquias en centros poblacionales que tuviesen «10.000 almas», haciendo notar que había localidades en la margen Sur del Tajo que ni iglesia tenían.
  
Los meses fueron pasando, los rumores sobre el Opus Dei se mantenían y un año después Cerejeira decidió dar el golpe final. El 16 de septiembre de 1957 escribió a Josemaría Escrivá informándolle de que a la final era mejor no abrir el tercer centro en Lisboa. «En este espacio de tiempo, recé, reflexioné y pedí conselhos. En consciencia considero que no conviene, por ahora, la admisión del Opus Dei en el patriarcado de Lisboa y que deben cesar sus actividades en la capital». Quince días depois, en respuesta, Balaguer le explicó que la cuestión debía de ser resuelta por la Santa Sede. La decisión del Vaticano no dejó margen para dudas: el cardenal ya no tenía poderes para mandar en la organización de Escrivá ni para decidir lo que ésta podía o no hacer. Cerejeira entonces escribió una nueva carta a Balaguer para dar sus argumentos, mas éste le recordó la sentencia pontificia y los dos nunca más hablaron durante 15 anos.
  
A pesar de haber quedado sin poder para mandar en el movimiento religioso, Gonçalves Cerejeira mantúvose extremadamente atento a los pasos de la organización. Y en 1964 el secretario del Patriarcado de Lisboa, el padre João Carlos Rocha, envió a la sede del Opus en Lisboa un pedido de datos informativos, como el número de sacerdotes y de alumnos, alegadamente para un requerimiento de la Santa Sede. Mas la polícia del Estado Novo aprehendió la carta del patriarcado y Cerejeira no consiguió descubrir el poder que la Obra ya había conquistado en la ciudad.
   
Los años pasaron sin indicios de reconciliación. En 1967 y 1970 Escrivá vino a Portugal, pero nunca estuvo con el cardenal. El reencuentro se dio apenas en 1972. Balaguer arribó a Lisboa entre el 30 de octubre y el 6 de noviembre para homenajear al nuevo Cardenal Patriarca, Don António Ribeiro, y visitó a Cerejeira, que había renunciado al cargo al cumplir 82 años. La conversación entre los dos se desarrolló en la residencia de la Quinta do Bom Pastor, en la Buraca donde el exlíder de la Iglesia portuguesa vivía en recogimiento. E hizo que la relación emtre los dos volviese al punto inicial: el cardenal ayudando al Opus a tener buen suceso junto al Vaticano. Cuando Josemaría murió, Cerejeira escribió, el 10 de agosto de 1975, al papa Pablo VI para elogiar las cualidades del religioso y a defender que se iniciase el «proceso de glorificación de este santo sacerdote y hombre de Dios».
  
Las desconfianzas de Salazar
Los párrafos subrayados por António de Oliveira Salazar eran la señal de la importancia de lo que acabara de leer: en reuniones secretas, el Opus Dei defendía la creación de una unión ibérica comandada por España, que tendría mayor facilidad en impedir una posible amenaza comunista.

Antonio de Oliveira Salazar, líder del Estado Novo de Portugal.
  
La sorprendente revelación que el líder del Estado Novo destacó constaba de los informes de la Policía Internacional y de Defensa del Estado (PIDE), de enero de 1964, enviado al Presidente del Consejo, sobre las actividades de la organización en el país.
 
Al leer el documento, al que los inspectores llamaron «Tentativas de penetración del Opus Dei en la política interna portuguesa», Salazar llegó también a saber que el movimento religioso estaba empeñado en reclutar hijos de financieros, políticos y otras figuras públicas portuguesas, y que la influencia de la organización crecía en los círculos militares. Los inspectores pusieron también al líder del Estado Novo al par de los avances de lo que confirmaban ser una conspiración del Opus Dei para controlar el poder en el post-salazarismo. E informaron que la institución apostaba ahora, para ser su sucesor, en Francisco Leite Pinto, el profesor que había sido ministro de Educación entre 1957 y 1961, por considerar que tendría apoyo de los militares, del medio universitario y de importantes entidades extranjeras, como el embajador español en Lisboa.
  
Esta no era la primera alerta sobre la conspiración en curso. Desde hacía tres años, la PIDE había intensificado la vigilancia al grupo religioso por sospechar que sus movimientos en los círculos económicos, políticos y universitarios portugueses podían ser peligrosos para el régimen.
  
La alerta inicial había llegado al presidente del Consejo en 1961, a través de una nota sobre «las actividades del Opus Dei». En ella, los inspectores describieron los indicios de un alegado esquema para tentar controlar el poder y la organización estaba clasificada como una «congregación político-religiosa». Aparecían relacionadas personas influyentes que estarían ligadas a la estructura, como el ex-ministro de la Economia Daniel Barbosa, y levantáronse sospechas de que Marcelo Caetano fuese también uno de los afiliados. El documento explicaba entonces que las vigilancias habían identificado al español D. Gregorio Ortega Pardo como el hombre eficaz que hacía los vínculos de estos ex-gobernantes con la institución. Y revelaba un dato interesante: el Opus Dei había hecho entrar en el país 18 millones de pesetas para ayudar al movimiento a crecer.
  
Las preocupaciones con el Opus aumentaban año tras año. No obstante, en el momento en que apareció en Portugal, en pleno Estado Novo, el año de 1946, la Obra no parece haber generado mayor alarma. De tal forma que la PIDE, a pesar de registrar el nombre de los cinco españoles y del cubano que quisieron introducir el movimiento en Coímbra, consideró que no despertaban grandes sospechas.
  
Pero el pasar de los meses hizo que la policía cambiara de opinión. Y por eso, en aquella nota de 1961, el Opus dejó de ser desvalorizado y se tornó más en una preocupación para Salazar, junto a todas las otras que marcaron ese año: el asalto al navío Santa María, el inicio de la guerra en Angola, la tentativa fallida del golpe palaciego del ministro de Defensa, Julio Botelho Moniz, el desvío de un avión de la TAP por el opositor Hermínio Palma Inácio, la invasión de Goa, Damán y Diu por la Unión India y la tentativa de asalto al cuartel de Beja para derribar el Gobierno.
  
Fue en este escenario que la policía, a partir del inicio de los años 60, reforzó la vigilancia al Opus Dei: confiscó variada correspondencia, vigiló la sede en Lisboa, investigó la capacidad financiera de la organización, estudió a fondo su funcionamiento interno, identificó a sus miembros principales y buscó descubrir a los hombres que los líderes pretendían reclutar.
  
Entre las cartas confiscadas están muchas remitidas a Nuno Girão, que en aquellos años asumió el liderazgo portugués de la Obra, donde se refieren asuntos del día a día de la institución, como los presupuestos de los distintos centros del país. Había también mucha correspondencia con colegas en el extranjero que mostraban que también en los EE. UU., en Italia y en España la organizació crecía a una buena velocidad. Después de entrar en Portugal, Italia y Gran Bretaña, en 1946, Escrivá había conseguido, hasta 1961, estabelecer su organización en 23 países. El último había sido Holanda y preparábase para entrar en el Paraguay, la Argentina y en las Filipinas.
  
El ascenso de Salazar y el de Escrivá había comenzado exactamente al mismo tiempo: el primero subió al poder en Portugal como ministro de Finanzas en el mismo año en que Josemaría Escrivá creó en España el Opus Dei. Y el hombre que lideraba la dictadura portuguesa no estaba dispuesto a perder terreno.
  
Por eso, el rápido éxito del movimiento hizo aumentar la vigilancia de la policía del Estado Novo, que comenzó a identificar los principais reclutadores. Uno de ellos, según la PIDE, era el padre Malvar Fonseca, que usaba un cuestionario de 16 perguntas para garantizar que los candidatos eran los adecuados. En la actividad de reclutamiento juntábase otro sacerdote, Manuel Sousa e Silva. En aquel momento, el aparato policial de la ditcadura reforzó también su atención sobre Ortega Pardo. Y en 1962 le retuvo una de las muchas invitaciones para eventos sociales que el español recibía. En los informes es descrita la vida de excesos del español, que, según los agentes, gustaba que le llamasem «Profesor»: Frecuentaba fiestas, bebía los mejores vinos y tenía importantes lazos con el mundo financiero. «Por su intermedio, el Opus Dei tomó una posición en el Banco de Agricultura, y a través de ese banco en dos salas de cine de Lisboa (Roma y Ávila) y en algunas pequeñas empresas», describía la PIDE, agregando que Ortega tenía hasta buenas relaciones con Arturo Cupertino de Miranda y el Banco Portugués del Atlántico y el Banco Comercial de Angola.
  
Para ese tiempo, los inspectores vigilaron también la empresa Lusofina, vocacionada para negocios en las provincias de ultramar, que sospechaban ser liderada por el Opus, y registraron en los archivos policiales las noticias de la detención de Ortega en Caracas, el 13 de octubre de 1965, com dos maletas llenas de joyas y de 1,75 millones de dólares.
  
En estos años de estricta observación al movimiento, la policía prestó atención redoblada a la visita que Mariano Navarro Rubio, el entonces ministro de Hacienda de España y miembro del Opus, hizo a Portugal en abril de 1963. E investigó entonces a la Sociedad Lusitana de Cultura, creada en 1949, que era una asociación dirigida por personas de la Obra que mantenía, por lo menos, una casa para chicas en la Rua Buenos Aires, en Lisboa.
  
El otro informe policial sobre la conspiración en curso surgió el 31 de mayo de 1963. El inspector Silva Pais informó a Salazar de que la cercanía de la institución a Marcelo Caetano se esfrió después de descubrir que Manuel Gonçalves Cavaleiro Ferreira, antiguo ministro de Justicia, y Guilherme Braga da Cruz, profesor catedrático, habían adherido. Y, de acuerdo al agente, la hermandad había pasado a apostar en otro nombre, sorprendente, para la sucesión. «El político del futuro, en la opinión del Opus Dei, es el profesor Dr. Adriano Moreira, a pesar de saber que él no es católico», decía el informe. Una idea que el movimiento religioso mantuvo durante poco tiempo. Según muestran las informaciones de la estructura policial, meses después, en enero de 1964, el tercer informe apuntaba ya para Francisco Leite Pinto. Éste, en el ínterin, de acuerdo con la PIDE, nunca permitió que le hiciesen una reunión formal. Y a lo largo de los años se mantuvo como uno de los amigos más próximos de Salazar, habiendo tenido un papel fundamental en la difícil madrugada del 7 de septiembre de 1968, cuando el líder del Estado Novo fue internado en la Cruz Roja para ser operado de un hematoma en el cerebro, consecuencia de la caída que diera de una silla, um mes antes. Fue Leite Pinto quien, poco tiempo antes de la operación, entró en el cuarto de Salazar para preguntarle si pretendía hacer un testamento político. Mas, al abrir la puerta, percibió que él no estaba en condiciones de responder. Dejó la vida del amigo en las manos de los médicos. Uno de ellos era Álvaro Ataíde, uno de los más destacados miembros de la masonería». 
  
COMENTARIO: Como se ve, el Opus Dei cultiva una acción política y económica, que busca dominar los acontecimientos en las circunstancias más diversas. Y lo hace manteniéndose independente de las diócesis locales, siendo de Derecho Pontificio, esto es, respondiendo sólo directamente al Papa. La pregunta que surge entonces es si este poder sirve de hecho a la Fe o a la obra del fundador. En cuanto a la Santa Misa se puede responder que aceptan lo que viene de arriba y por tanto, a razones de conveniencia más que de doctrina.

MASONERÍA
El amigo marqués de Pombal
Si la Hermana Lucía fue en el siglo XX esencial para la entrada del Opus en Portugal, lo mismo sucedió, en el siglo XVIII con el marqués de Pombal en relación a la masonería. Fue durante su gobierno, en un contexto en que los masones eran perseguidos, que la organización tuvo momentos de paz y consiguió penetrar y crecer en el país.

Sebastián José de Carbalho y Melo, 1° Marqués de Pombal. Como primer ministro, emprendió reformas liberales en Portugal, siendo la Masonería una de las beneficiadas.
  
Dio los primeros signos de vida en 1727, pero entonces no fue fácil. En ese año, William Dugood, un católico inglés amigo de Alexandre de Gusmão, un diplomático portugués, creó la primera logia masónica en Portugal. La Inquisición la bautizó como Loja dos Hereges por ser constituída por ingleses y escoceses protestantes, no habiendo cualquier membro portugués. En 1733, surgió la segunda logia en Lisboa con el nombre Casa Real dos Pedreiros Livres da Lusitânia, erigida por católicos irlandeses.
 
Pero no demoró el comienzo de las persecuciones. En 1738, el papa Clemente XII publicó la bula ln Eminenti condenando la masonería, y cuando el 28 de septiembre el inquisidor mayor Dom Nuno da Cunha e Ataíde presentó en Lisboa el documento papal, inicióse la ‘cacería’ a los masones, con arrestos en el seno de la Logia Pedreiros Livres. Sólo seis años después apareció una tercera logia en la capital portuguesa, esta vez fundada por el tallador de diamantes John Coustos, que lideraba un grupo con casi 30 extranjeros y un único portugués, D. Manuel de Sousa, administrador del Morgado (Mayorazgo) de Calhariz. Todos fueron denunciados a la Inquisición y Coustos y dos colegas fueron condenados al destierro y a las galeras. El clima antimasónico amainó cuando José I Braganza ocupó el trono, en 1750. Y a pesar de que un año después, el papa Benedicto XIV renovara la bula que condenaba la masonería, la tolerancia para con la organización se mantuvo, especialmente con la ayuda de Sebastián José de Carvalho e Melo, futuro Marqués de Pombal, que después de ser ministro de Asuntos Exteriores se convirtió, en 1755, primer ministro del reino. Con él creció la masonaria y cambió el perfil del masón. Si antes eran esencialmente comerciantes, en tiempo del marqués de Pombal pasarán a ser aristócratas, académicos y oficiales del Ejército y de la Armada. Para eso habrá contribuido también la llegada en 1762 a Portugal del conde de Lippe para reorganizar el Ejército. Con él vinieron más de trescientos oficiales de varias nacionalidades, muchos de ellos masones cuyo contacto con los militares portugueses llevó a la creación de logias en las guarniciones militares. A esas alturas, la masonería comenzó también a ganar terreno en la isla de Madeira. Y, en 1774, contrariando hasta las orientaciones del Vaticano, el nuevo regimiento de la Inquisición en Portugal ya no hizo más referencias a la masonería.
  
La tolerancia de Pombal para con la sociedad secreta llevó a muchos a acusarlo de ser masón, no existiendo, sin embargo, pruebas de que había sido iniciado. Apenas se sabe que pertenció a la Royal Society, dominada por masones, y visitó la Logia austriaca Aux Trois Canons, en Viena. A pesar del clima de calma, durante este período no dejó de existir alguna persecución, como la que sucedió en Madeira, donde el sobrino del marqués de Pombal, José António de Sá Pereira, se aplicó, como gobernador, a combatir la organización.
  
La caída del marqués de Pombal, después de la muerte de José I, trajo de vuelta los ataques a la hermandad. Doña María I hizo regresar las detenciones. Luego en 1778 fue apresado el lente (catedrático de Matemáticas) de la Universidad de Coímbra José Anastácio da Cunha y entre 1791 e 1792 el intendente Diogo Inácio Pina Manique lideró una serie de persecuciones.
  
Pero la guerra que alcanzó a Europa a partir de 1792 acabó por dinamizar la masonería en Portugal, donde cada vez mais se hacían reuniones masónicas en los regimientos. En 1797 discurrieron las sesiones en la Fragata Fénix con oficiales portugueses e ingleses, donde habrá nacido la importante Logia Regeneração, con 140 miembros. Fue en este momento que surgió una comisión de seis masones con la tarea de reorganizar la institución. Consiguieron promover en el Palacio Gomes Freire una reunión con 200 masones, presidida por José Joaquim Monteiro de Carvalho e Oliveira. Poco después, fue firmado un tratado de amistad con la Gran Logia de Inglaterra y el mismo contacto fue hecho con la Gran Logia Francesa. En 1804, se fundó así el Gran Oriente Lusitano y fue electo el primer gran maestre, Sebastião José de São Paio de Melo e Castro Lusignan, nieto del primer marqués de Pombal. En el Brasil, que en la época era una colonia portuguesa, comenzaron a surgir logias, donde muchos miembros por cuestiones de seguridad usaban nombres clave. 8 En 1806, se aproó la primera constitución masónica y decidióse adoptar los rituales y las normas de la masonería francesa.
    
Mas las invasiones francesas zarandearon la estabilidad que los masones estaban por alcanzar y vieron dar nuevas señales de la peligrosa relación entre poder político y masonería. Si en los primeros tiempos de ocupación francesa, masones e invasores tuvieron cierto entendimiento, se dio el malestar cuando Junot, que lideraba el ejército francés, intentó controlar la masonería. Los «hermanos» portugueses crearon, en febrero de 1808, un cuerpo paramasónico, esto es, una estructura paralela a  la masonería, el Consejo Conservador de Lisboa, con 183 miembros, cuyo objetivo era luchar contra la invasión francesa, restaurar la independencia y restituir el poder al legítimo príncipe. Funcionó hasta el 1 de octubre de 1808, mes en que las tropas francesas se retiraron, terminando la primera invasión francesa.
   
Durante las invasiones siguientes, ordenadas por Napoleón, cuyo imperio era constituido también por bastantes masones, la actividad masónica portuguesa sufrió grandes perturbaciones, quedando dividida entre la influencia de los franceses y la de los ingleses, que en las fuerzas militares tenían también muchos miembros de la masonería. Y cuando se inició la tercera invasión, asistióse a un aumento de la represión, con decenas de presos y deportados por sospechas de vínculos con la masonería o de simpatía para con los franceses. A pesar de las persecuciones, muchos masones continuarán su actividad dentro y fuera del país.
   
En el Brasil, la masonería subsistió y en Portugal se reorganizó. Con el fin de las invasiones, comenzaron a regresar algunos exiliados políticos, antiguos militares de la legión portuguesa al servicio de Napoleón, que habían sido acusados de traición. Uno de ellos fue Gomes Freire de Andrade, que volvió el 25 de mayo de 1815 y no tardó en tomar posesión como gran maestre en marzo de 1816. Pero poco después fue acusado de conspirar para derrumbar el gobierno, en el seno de una organización (Supremo Consejo Regenerador), siendo detenido en 1817. La situació generó preocupación en la corte, que entonces estaba en Río de Janeiro. Una preocupación que aumentó con el alzamiento armado que fue conocido como la Revuelta de Pernambuco y que quería proclamar una república, promovida por revolucionarios masones. Resultado: el rey Don Juan VI apretó el cerco a las herrmandades y en 1818, apoyándose en la bula del papa Clemente XII, emitió un decreto prohibiendo las sociedades secretas y prometiendo penas que irán de la confiscación de bienes a la condena a muerte. Sin alternativa, muchas logias cesaron sus actividades. Pero surgirán también pequeñas señales de que los masones no habían desistido de intervenir.
  
Prueba de ello fue que muchos de ellos integraran un grupo que se reunió durante 24 meses en secreto para preparar un cambio de régimen. Tratábase del Sanedrín, una organización secreta que originó la Revolució Liberal de 1820. Durante dos años, 13 hombres, algunos masones, se se reunieron con sigilo total, siempre el día 22 de cada mes, para cenar en la Foz de Porto. Aquí, organizaron lo que llegó a ser la revolución del 24 de agosto, que trajo el liberalismo. La insurrección introdujo a la masonería en el seno de poder político, puesto que muchos de los liberales eran masones. Estos enseguida ocuparon lugares destacados en el país, donde no conseguirán mantenerse, por acción del hombre visto por muchos como el mayor enemigo de los masones: Don Miguel.
  
El enemigo Don Miguel
El poder que la masonería ganó en los primeros tiempos posteriores a la revolución de 1820, llevó a que enseguida comenzasen a surgir ataques contra la organización. La mayoría de ellos venía de aquellos que contestaban el régimen y la Constitución de 1822, considerándola cuasirepublicana.
  
En las protestas y manifiestos la masonería era siempre señalada, siendo acusada de estar en el origen de todo. Este clima antimasónico y antiliberal que se vivía en el país contaba com un aliado de peso: la Santa Sede, que, por la mano del papa Pío VII, había dado más señales de lucha contra las sociedades secretas con una nueva bula de septiembre de 1821, que combatía la masonería y a la carbonaria, otra sociedad secreta.
  
Fue en este ambiente que, motivado por lo que sucedía en España, donde las campañas contra los liberales españoles lideradas por el general Quesada y por el conde de España pusieran fin a la segunda experiencia liberal, en 1823, Don Miguel y su madre, Doña Carlota Joaquina decidieron actuar. Los dos protagonizaron el golpe de Estado que fue conocido como Vilafrancada, que obligó al rey Don Juan VI a llegar a un acuerdo con su hijo Don Miguel, asumiendo éste el cargo de generalísimo del Ejército, a nombrar un gobierno más moderado y a disolver las cortes liberales, el 3 de junio.

Miguel I de Braganza, "el Tradicionalista", prohibió las sociedades secretas en Portugal.
    
En ese momento se intensificaron los ataques a los medios masónicos. Y un mes después, el 20 de junio de 1823, surgió un documento que se reveló fatal para la masonería. «Todas las sociedades secretas quedan suprimidas, cualesquiera sean sus institutos y denominaciones, y nunca más podrán ser restauradas», y todos los empleados públicos, civiles o militares, habrán de firmar una declaración escrita donde garantizan que desde aquella fecha no pertencían a ninguna estructura secreta.
    
Muchos, por ser tenidos como peligrosos para la seguridad del Estado fueron deportados; otros optaron por sí mismos en ir al exilio; y otros se vieron obligados a firmar declaraciones de que no hacían ni serían parte de sociedades secretas. El ambiente tornóse cada vez más pesado y las persecuciones a los masones se esparcieron por todo el país. En Madeira, por ejemplo, asistióse a una serie de capturas, capturan masones de relevancia como el canónigo Gregório Medina e Vasconcelos y el propio gobernador de la isla.
  
En enero de 1824, un informe sobre la actividad masónica hecho por el intendente general de la policía, a pedido del ministro de Justicia, mostraba la fragilidad de la organización: las logias dejaron de funcionar y muchos documentos fueron quemados. «La masonería no está incorporada, ni tienen logias, no tienen regulares. Apenas han habido pequeños ajuntamentos de cuatro, cinco o seis masones (hombres de pequeña importancia, conocidos y vigilados por la policía) que con pretexto de asuntos domésticos se habían reunido», describía el documento. Sospechábase, sin embargo, que en la Administración del Contrato de Tabaco tuviese fuerte presencia masónica. En el segundo golpe de Estado protagonizado por D. Miguel, la Abrilada, que buscabaa reforzar los poderes de los absolutistas, la masonería sirvió de chivo expiatorio, siendo señalada por el infante como la causante de todos los males, corriendo asimismo la idea de que era preciso combatir la organización secreta por existir una conspiración masónica contra la familia real. 
   
La sobrevivencia de la institución parecía depender cada vez más del poder que tenía o no D. Miguel. Fue así que, cuando el 13 de mayo de 1824, tras el golpe de Estado, él fue enviado por su padre, Don Juan VI, en la Fragata Pérola para el exilio en Viena, los masones sintieron una calma frente a los ataques. En un nuevo decreto, Don Juan VI recordaba la prohibición de las sociedades secretas, pero atenuaba las penas y sanciones. Con la muerte del rey, en 1826, y la lucha por el poder entre Don Pedro, emperador de Brasil, y Don Miguel, la masonería se halló de nuevo en el centro de la polémica, pues el primero era un masón asumido, siendo también gran maestro. Para los que querían que el trono debía ser ocupado por Don Miguel, la organización secreta pasó a ser vista como «una secta infernal» que tenía que ser destruida por ser la principal razón para el príncipe, el «mayor enemigo de los albañoles libres», de no poder comandar el país.
 
Durante unos años, y hasta 1828, los masones conseguirán mantener algún poder: en las primeras elecciones hechas por D. Pedro, el 30 de octubre, 59 de los 127 deputados eran o habían sido masones y en los varios gobiernos siguientes hubo siempre la presencia de miembros de la masonería. Mas el acuerdo entre D. Pedro y D. Miguel que puso fin al conflicto hizo retornar los tiempos complicados para las sociedades secretas. Cuando eb 1828 D. Miguel se convirtió en rey, haciendo regresar al país a la monarquía absoluta, apostó fuerte en el ataque a la masonería.
  
Muchas de las sublevaciones contra el rey fueron dirigidas por masones. Fueron detenidas centenares de personas y decenas de «hermanos» partieron al exilio para Inglaterra, Francia, Brasil, EUA y Países Bajos. Otros se escondieron o acabaron encadenados. Algunos morirán en prisión, como Manuel Borges Carneiro, entonces diputado y juez de segunda instancia, y uno de los muchos presos políticos que en los años anteriores habían manifestado ideas liberales. Fue apresado en agosto de 1928 y cinco años después murió de cólera en la prisión de Cascais.
 
El combate a los maçons era una vez más apoyado en la Santa Sede, que durante el reinado de D. Miguel emitió dos documentos más condenando la masonería. En Portugal, había cada vez más textos criticando a los miembros de la hermandad y los obispos reforzaron los sermones antimasónicos. La verdad es que, a pesar de este ambiente, la masonería no perdió toda la actividad, habiendo registro de reuniones de logias en varias regiones del país. Aparte de eso, en el extranjero, la masonería portuguesa fue continuando su papel. Mas la batalla que existía en el seno del liberalismo entre moderados y progresistas acertó de lleno en la masonería, dividiéndola. Y llegaron a existir dos organizaciones con el mismo nombre, Grande Oriente Lusitano: una liderada por José da Silva Carvalho, gran maestre desde 1822, asociado a los liberales más moderados liderados por Palmela; y otra, resultante de una escisión ocurrida en fecha indeterminada, entre 1828 y 1831, comandada por el general João Carlos Saldanha, adepto de un liberalismo más progresista.
  
Con la guerra civil, la actividad masónica renació a partir de 1832, fecha en que comenzó a intensificarse la lucha liberal, teniéndose noticias de cuatro nuevas logias.
   
El final del reinado de D. Miguel, que el 1 de junio de 1834 embarcó en Sines para el exilio en Italia, fue considerado un «triunfo de la masonería», que se preparaba para vivir uno de sus períodos más poderosos. No obstante, en el primer gobierno constitucional que siguió, más poder era imposible: todos los miembros eran masones excepto el líder, el duque de Palmela. Y, en la cámara de diputados, la masonería controlaba el 71% de los escaños. Hasta la oposición estaba bajo el control de las sociedades secretas. Así era el escenario político después de la derrota de D. Miguel, en 1834. Y en los gobiernos que se sucedieran hasta el fin del siglo XIX, la masonería estuvo siempre presente; 12 jefes del ejecutivo habían sido iniciados en la hermandad».
 
Comentario: la periodista Catarina Guerreiro consiguió entrevistar diversos personajes de la política portuguesa actual porque mantienen una posición destacada de lo que está realmente en juego, esto es, las ideas revolucionarias de la masonería para llegar a un nuevo orden nacional e internacional de todas las creencias, contra el Orden y la religión Católica, Apostólica Romana. En estas líneas finales compréndese cómo esto fue realizado igualmente bajo los reyes, para llegar a la crisis presente de la sociedad, como los Papas previeron al condenar la masonería.

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