jueves, 22 de septiembre de 2016

NOVENA AL SANTO ÁNGEL CUSTODIO DE ESPAÑA

Novena compuesta por Mons. Leopoldo Eijo Garay, Obispo de Vitoria. Imprimátur concedido el 18 de Junio de 1917 por Mons. Prudencio Melo y Alcalde, Obispo de Madrid-Alcalá de Henares.
  
NOVENA AL SANTO ANGEL CUSTODIO DE ESPAÑA
 
  
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
    
ACTO DE CONTRICIÓN
Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Criador y Redentor mío, por ser Vos quien sois y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido: propongo firmemente de nunca más pecar, y de apartarme de todas las ocasiones de ofenderos, y de confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta: ofrézcoos mi vida, obras y trabajos en satisfacción de todos mis pecados; y así como os lo suplico, así confío en vuestra bondad y misericordia infinita me los perdonaréis, por los merecimientos de vuestra preciosísima Sangre, Pasión y Muerte, y me daréis gracia para enmendarme y para perseverar en vuestro santo servicio hasta la muerte. Amén.
 
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Oh bienaventurado espíritu celestial, a quien la Divina Misericordia se ha dignado confiar el glorioso Reino de España, para que lo defiendas y custodies; postrados ante ti y en amorosa unión contigo damos al Se­ñor humildes y fervientes gracias por haber tenido para con nosotros la misericordiosa providencia de ponernos bajo tu protección; contigo le alabamos y bendecimos y a su di­vino servicio rendidamente nos ofrecemos.
 
Acepta, Ángel Santo, estos piadosos cultos que a tu honor dedicamos, ilumina nuestras inteligencias, conforta nuestras volunta­des, presenta al Señor nuestras plegarias avaloradas con las tuyas; defiéndenos del enemigo de nuestras almas, que también lo es, y muy feroz, de nuestra Patria; alcánzanos del Señor que saquemos fruto y provecho espiritual de estos cultos, que crezcamos en la veneración a ti, en tu amor y en la docilidad a tus enseñanzas y dirección para que defendidos, custodiados y regidos por ti sirvamos fidelísimamente a Dios en nuestra vida privada y pública; para que se salven muestras almas y las de nuestros compatrio­tas todos; para que España sea siempre el paladín de la Fe Católica y Dios Nues­tro Señor la bendiga, prospere y glorifique. Amén.
    
DÍA PRIMERO - 22 DE SEPTIEMBRE
Meditación - Excelencia de la naturaleza angélica.

I. “Consideremos, escribía en el siglo I de la Iglesia el Papa San Clemente (Epístola I a los Corintios, 34‑5), consideremos el ejército de Ángeles que circun­dan a Dios y obedecen a su voluntad”. Dogma es de nuestra santa fe católica que desde el principio del tiempo creó Dios la naturaleza espiritual, además de la corporal y de la humana, común de ambas, como compuesta que es de espíritu y cuerpo (Concilio Vaticano I, Sesión III. cap. I). Esta verdad pertenece al número de aquellas que la humanidad en todos los tiempos y lugares ha poseído, como restos del tesoro de la re­velación primitiva, aunque la corrupción y el error las deformase y mixtificase. Todos los pueblos han reconocido la existencia de los Ángeles, seres invisibles, incorpóreos, su­periores al hombre, influyentes en su vida y sus destinos.
 
Que existen los Ángeles y los Arcánge­les ‑predicaba San Gregorio Magno (Homilía 24)- ­lo dicen casi todas las páginas de la Sagra­da Biblia”. Desde el libro del Génesis hasta el del Apocalipsis, en el período Patriar­cal, en el Mosaico y en el Cristiano constantemente figuran los Santos Ángeles, ora como criaturas y servidores de Dios encargados de manifestar la divina voluntad a los hombres, ora administrando y ejecutando los salutíferos rigores de su justicia, ora anunciando con arrobadores cánticos el na­cimiento del Verbo encarnado, ya defendien­do a las almas contra las insidias y seducciones de los ángeles pecadores y caídos. Aunque no los veamos, decía San Agustín, por la fe sabemos que existen los Ángeles; no nos es lícito dudarlo.
 
Incontable es su número; el profeta Daniel, que en una de sus visiones los contem­pló rodeando el trono del Altísimo, dice de ellos: “Millares de millares le servían y mi­llones de millones asistían ante Él” (Daniel VII, 10). La misma frase emplea San Juan en el Apoca­lipsis (Apocalipsis V, 7) para indicar lo indefinido y grande del número que no puede expresarse con lenguaje humano, como explica San Jerónimo. Muchos, innumerables son los Ángeles que rodean al Hacedor según confiesan todos los profetas, dice San Ireneo (Contra Hœréticos I. 2. c. 7. núm. 4) y en igual sentido se expresan todos los Santos Padres.
 
Considera cuán grande sea el poder de Dios, a quien como a Soberano y Señor circundan y sirven los Ángeles atentos a sus mandatos, obedientes a la más leve señal de su voluntad; y tú, criatura suya como ellos, proponte estar y permanecer siempre a su divino servicio, lleno de agradecimiento porque te es dado servir y complacer al Rey de infinita majestad.
 
II. ¿Y cómo concebir con mente humana y expresar con lenguaje terrenal las ex­celencias de naturaleza y de gracia con que ha enriquecido el Omnipotente a sus Ángeles? Criaturas perfectísimas ajenas a toda composición material y a toda corrupción; inteligencias puras que no con el lento paso de nuestro raciocinio, sino instantáneamente, por intuición, adquieren el conocimiento de la verdad; si es grande el hombre por su inteligencia, y ella lo constituye en Rey de la naturaleza material, que subyuga a su servicio, ¿cuánto más no lo será el Ángel cuyo vuelo intelectual no traban la pesadumbre e imperfección de la materia? Con razón decía Tertuliano: “Después de Dios los Ángeles”; y San Agustín: “Por dignidad de naturaleza precede la angélica a cuanto Dios creó”.
 
Y no se contentó el Creador con dotarlos de tan perfecta naturaleza, sino que los ele­vó a la vida sobrenatural, derramó sobre ellos los carismas de su gracia y santifica­ción, les concedió filiación adoptiva, y se manifestó a ellos tal cual es en Sí mismo; así ven ellos cara a cara a Dios, y esta intuitiva contemplación de tal suerte los llena de luz y los inunda de felicidad, que son para siempre bienaventurados. Ellos forman su corte en la Celestial Jerusalén, le alaban y bendicen, y postrándose con amorosa hu­mildad le proclaman tres veces Santo.
 
Pondera la sabiduría del Supremo Hace­dor y su infinita bondad, de la cual son re­flejo las angélicas perfecciones; pídele que, pues se ha dignado darte inteligencia, la cual te asemeja a los Ángeles y aun a Él mismo, no consienta que te degrades y envilezcas sirviendo a las groseras inclinaciones de la carne; bendícele y alábale en unión con los angélicos espíritus, y dale gracias por haber deputado a una de estas perfectísimas cria­turas para que sea poderoso custodio tuyo, de tu familia, y de todos los que formamos una misma Patria.
  
ORACIÓN PARA EL DÍA PRIMERO
Oh, gloriosísimo Ángel Custodio de España, criatura nobilísima enriquecida por Dios con tan excelsos dones de naturaleza y de gracia, tú que gozando de la eterna bienaven­turanza vives consagrado a servir al Señor en la custodia y defensa de nuestra Nación, al­cánzanos del Todopoderoso la gracia, que por tu intercesión confiadamente le pedimos, de vivir siempre a su servicio. ¡Qué felices tiem­pos aquellos en que nuestra Patria amadísima por medio de sus piadosos Reyes, de sus inspirados artistas, de sus iluminados docto­res, de sus heroicos guerreros y de sus innumerables santos se esforzaba en dar gloria a Dios propagando y defendiendo la Religión Católica y mereciendo ser coronada de glo­riosos laureles en todos los ramos de la humana actividad, madre fecunda de numerosos pueblos, señora de otros muchos y maestra de todos! Tú, Ángel Santo, bajo cu­yas alas protectoras nos puso el Señor, ilumi­na nuestras mentes, mueve y aúna nuestras voluntades, para que con unidad de fe y concordia de acción, busquemos todos el Reino de Dios y su justicia, seguros de que todo lo demás se nos dará por añadidura y de que así lograremos para nuestra Patria glorias inmarcesibles y para cada uno de nosotros la gloria eterna. Amén. Padre nuestro, Ave María y Gloria.
   
EJEMPLO
Bellísimo símbolo de la admirable provi­dencia con que Dios gobierna el mundo por medio del ministerio de sus Ángeles, es la visión que en sueños tuvo el patriarca Jacob.
 
Dice el sagrado libro del Génesis (capítu­lo XXVIII), que Jacob, habiendo partido de Bersabée proseguía su camino hacia Harán. Y llegado a cierto lugar, queriendo descansar en él después de puesto el sol, tomó una de las piedras que allí había y poniéndosela por cabecera, durmió en aquel sitio. Y vio en sueños una escala de pie sobre la tierra y cuyo remate tocaba en el cielo: y Ángeles de Dios que subían y bajaban por ella; y el Se­ñor apoyado sobre la escala que le decía: “Yo soy el Señor Dios de Abrahán tu padre y el Dios de Isaac; la tierra en que duermes te la daré a ti y a tus descendientes”.
 
¡Hermosísimo cuadro! Abajo descansa plá­cidamente el justo perseguido, reponiendo sus fuerzas; arriba se le aparece el Señor que desde la altura lo rige todo, y entre uno y otro, yendo y viniendo, los Ángeles Santos, ministros y servidores del Altísimo, ejecuto­res fieles de sus mandatos, bajando para mo­ver a los hombres al bien, iluminar sus mentes, inflamar en santos afectos sus voluntades, defenderlos de las asechanzas del ángel caído, que envidioso de la gloria de Dios y de la felicidad a que estamos destinados, explota para nuestro mal nuestra facilidad al pecado y el desorden de nuestra concupis­cencia; o subiendo como para recibir nuevas órdenes de su amoroso y divino Soberano; descendiendo para servir al Señor en la custodia de cada uno de los hombres, y de sus diversas agrupaciones, o Estados, y singularísimamente de la Santa Iglesia Católica y sus distintas corporaciones; o ascendiendo al cielo para ofrecer al Altísimo las flores de devoción y de amor, los frutos de virtudes y buenas obras, el oloroso incienso de las oraciones, las lágrimas de resignado dolor, los suspiros de contrición y penitencia que de la tierra dirigimos al cielo.
 
De ahí viene el nombre de ángel, que no expresa la naturaleza, sino el ministerio, pues equivale a decir nuncio, enviado, men­sajero; porque esas perfectísimas criaturas sirven a Dios, como dice San Bernardo, trayéndonos sus gracias y llevándole nuestras oraciones y buenas obras, ofreciéndole nuestras lágrimas y nuestros trabajos y volviendo a nosotros con sus dones.
  
Antífona: ¡Bendito sea el Señor, que por medio del Ángel de salvación visitó a nuestro pueblo y nuestra Nación, y la libró de las manos de cuantos la odiaban, y dirigió nuestros pasos por el camino de la paz!
 
℣. Enviará el Señor su Ángel en rededor de los que le temen.
℟. Y los librará.
 
ORACIÓN
Omnipotente sempiterno Dios, que con inefable Providencia has destinado un Ángel a cada Reino para su custodia: concé­denos, te suplicamos, que por las preces y el patrocinio del Ángel Custodio de nuestro Reino nos libremos siempre de toda adversidad. Por Jesucristo Nuestro Se­ñor. Amén. 

En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
 
DÍA SEGUNDO - 23 DE SEPTIEMBRE
Por la señal...
Acto de Contrición y Oración para todos los días
 
Meditación - Relaciones angélico-humanas.
I. ¿Has meditado alguna vez detenidamente sobre las estrechas relaciones que unen al mundo angélico con la naturaleza humana? Ambas han sido creadas con un mismo supremo destino: para ser consciente manifestación de la divina Gloria, consciente reflejo de la divina Bondad; coros, celestial el uno, terrenal el otro, que con acordados concentos cantasen las alabanzas del poder, la grandeza y la hermosura de Dios derramadas por toda la creación, y que fijasen luego en éxtasis de felicísimo amor por toda la eternidad su vista en la divina Esencia, fuente de todo bien y de toda hermosura.
 
Criaturas inteligentes la angélica y la hu­mana, a ambas destinó al Cielo por un mismo camino: por el de la voluntaria y libre aceptación, por el del amor. Para ello a am­bas sujetó a prueba; y en ambas tuvo la prueba el mismo resultado. Muchos ángeles se apartaron de Dios y en loca rebeldía se precipitaron en la desgracia eterna, como muchos hombres despreciando las amorosas finezas del Señor se abrazan con el pecado y caen en la eterna condenación. Pero todos estaban llamados a un mismo fin, para todos era la divina Gracia, que nos hace hijos adoptivos de Dios y nos llama a la herencia de su Gloria.
  
Pondera aquí cuán grande debe ser el amor que nos tiene el Santo Ángel, que nos mira como a hermanos suyos, hechuras del mismo omnipotente Dios y destinados a una misma eterna bienaventuranza; hermanos menores, por la inferioridad de nuestra naturaleza, y tal vez por eso más tiernamente amados con amor de compasión; pero ver­daderos hermanos en la comunicación de la naturaleza divina por la gracia.
   
II. Es más, los Santos Ángeles no ven sólo en la naturaleza humana una bellísima obra de Dios, inteligente y libre, destinada al Cielo; ven más, mucho más. Dios la esco­gió para desposarse en ella con la creación toda; para elevar así todo lo creado. ¡El Ver­bo se hizo hombre! Un hombre, no un ángel, es Hijo de Dios natural, y ese Hombre‑Dios es jefe y cabeza de los Ángeles y de los hombres (Colosenses II, 10; Efesios IV, 15 - I, 10). A ese Hombre adoran los Ángeles, mientras que adorar a un ángel sería pecado; a la diestra del Padre está la naturaleza hu­mana en la persona del Verbo exaltada, glorificada, revestida de divinos resplandores, y los ángeles le cantan himnos de adoración y de amor. ¡Oh, poderosa causa de rebelión y de envidia para los ángeles malos, que no han querido adorar al Verbo hecho hombre, que en nosotros lo odian y lo persiguen afa­nándose en borrar de nuestras almas su di­vina imagen!

¡Oh, inefable privilegio concedido por Dios al humano linaje; siendo inferior por naturaleza lo ha hecho superior por gracia, pues los santos ángeles en Cristo adoran a su Dios y en María reconocen, dan culto y obedecen a su Reina y Señora!
 
Contempla, pues, a los Ángeles Santos formando con nosotros una misma sociedad de adoradores, amando y reverenciando en nosotros la semejanza de Cristo; ayudándo­nos solícitos a imitarle y asemejarnos más a Él; afanándose porque ninguno de nosotros muera a esa sociedad, que es la vida verda­dera del alma; regocijándose cada vez que un pecador resucita de nuevo a ella (Lucas XV, 10); ve­lando sobre nuestra flaqueza y corruptibili­dad; cooperando con Cristo y con María en la obra de nuestra salvación para llevarnos a ser como ellos en el Cielo cumpliéndose en cada uno de nosotros aquellas palabras del Redentor: “Serán como los Ángeles de Dios” (Mateo XXII, 30), más aún, para que seamos seme­jantes a Dios según las palabras de San Juan: “Seremos semejantes a Él” (I Juan III, 2).
 
Prorrumpe en acciones de gracias a Dios Nuestro Señor, y en coloquios de ternísimos afectos con los Santos Ángeles, y en particular con el Custodio de nuestra Patria, con quienes tan estrechos y amorosos lazos te unen:
  
ORACIÓN PARA EL DÍA SEGUNDO
¡Oh, Santo Ángel Custodio de España, perfectísimo espíritu creado para alabar al Señor y disfrutar de la eterna Beatitud! El primer acto de tu existencia fue adorarle con profunda humildad y bendecirle con ardentísimo amor; desde entonces, confirmado en su gracia, no cesas de contemplar sus infinitas perfecciones, abismado en el océano de interminable felicidad, ni dejas de servirle, velando por su Gloria, obedeciendo sus man­datos y protegiéndonos para llevarnos a Él.
  
Alcánzanos de Dios, oh Santo Ángel, que todos nosotros te imitemos; que cada uno de nuestros actos sea una alabanza del Se­ñor, que toda nuestra vida sea como una consciente y amorosa adoración!
  
También nuestra Patria, como todo cuan­to existe, ha sido formada para dar gloria a Dios, y sólo procurándosela cumple sus destinos. ¡Cuánta le ha dado en los pasados tiempos, y cómo Dios la bendecía y recom­pensaba! Hoy el ángel rebelde, que sober­bio se apartó de Dios, arrastrando en pos de sí muchos espíritus, ya para siempre des­graciados, pretende seducirla con los falaces sofismas y los halagadores desenfrenos de la impiedad, para que renuncie a su históri­ca religiosidad, se aparte de Dios, abomine de su antiguo carácter, apostate en su vida de Nación de las creencias de nuestros mayores, y laica y atea busque sólo sus medros temporales, olvidando fines más altos. No permitas, Ángel bendito, que nuestra Espa­ña caiga en tan funesta tentación; ilumina a todos tus protegidos, desbarata las intrigas y tenebrosos planes de los impíos, ruega al Altísimo que confirme a España en su servi­cio, que sea siempre la Nación Católica por excelencia, que en ella siempre viva, reine e impere Jesucristo, que de esa suerte Dios la colmará de prosperidades y de glorias; al­canza del Señor la conversión de todos los que por error o por depravación quieren acarrear a España tan graves males y ob­tennos a todos la eterna salvación para can­tar contigo las divinas alabanzas por los si­glos de los siglos. Amén. Padre nuestro, Ave María y Gloria.
  
EJEMPLO
Hermosísima confirmación de la doctrina que acabamos de meditar encierra el capítu­lo XXII y último del Apocalipsis: Dios Nuestro Señor había enviado un Ángel a revelar a San Juan las misteriosas profecías en la isla de Patmos; por medio de maravillosas visiones y de sentenciosas palabras había desempeñado el Santo Ángel su misión; al final dice el ángel: “‘Dios me ha enviado, y he aquí que velozmente he ve­nido. ¡Bienaventurados los que observen las palabras de profecía de este libro!’ Y yo mismo, Juan (añade el vidente), soy el que ha oído y visto todo esto. Y después que lo oí y lo vi, caí postrado en adoración ante los pies del Ángel que me lo mostraba, y me dijo: ‘¡Guárdate de hacerlo!, porque consiervo tuyo soy y de tus hermanos los pro­fetas y de todos los que guarden las pala­bras de profecía de este libro’”.
 
Consiervo nuestro, se llama el Santo Ángel; criatura de Dios como nosotros, destinado también a su servicio y gloria; siervo como nosotros de Jesucristo, hijo de Dios, sobre quien versa la profecía apocalíptica, en la cual repetidas veces aparecen los án­geles adorándolo y obedeciéndole.
 
¡Qué honor para nosotros formar con los ángeles una sociedad de adoradores de Dios y de Jesús! ¡Cuán provechoso nos sería para adelantar en la virtud fomentar esas relaciones con los Santos Ángeles por medio de culto y devoción en que les expresáramos nuestros afectos e implorásemos sus ilustraciones y favores, sus consejos y defensa para servir al divino Dueño de los Ángeles y de los hombres!

La Antífona y la Oración se rezarán todos los días.
  
DÍA TERCERO - 24 DE SEPTIEMBRE
Por la señal...
Acto de Contrición y Oración para todos los días
 
Meditación - El Ángel Custodio del Reino.
I. Todos los Santos Ángeles forman con nosotros la familia de los hijos de Dios, herederos del Cielo, todos nos ayudan a lograr nuestro supremo felicísimo destino. “¿Por ventura, decía el apóstol San Pablo (Hebreos I, 14), no son todos ellos espíritus que hacen el oficio de servidores o ministros enviados por Dios para ejercer ministerio en favor de aquellos que deben ser los herederos de la salvación?” Por eso dice San Agustín que la comunidad de los Santos Ángeles asisten y auxilian a la Iglesia peregrinante en la tierra, porque así como les ha de unir una misma felicidad eterna, así un mismo vínculo de caridad los une, pues para adorar a Dios han sido creados. Doctrina católica es que Dios ha encargado a los ángeles la custodia de los hombres; lo dice la Sagrada Biblia en numerosísimos lugares, y la constante y común tradición de la Iglesia lo asegura.
  
Comentando sobre el capitulo décimo de la profecía de Daniel los Padres y escritores católicos toman ocasión de aquellas pala­bras “el Príncipe del Reino de los Persas, el Príncipe de los Griegos y el Príncipe de los Judíos” para exponer la común doctrina de que la Divina Providencia ha encomendado a la custodia y protección de un Ángel cada uno de los pueblos o naciones. “Que cada Nación tiene su propio Ángel Custodio lo afirma la Escritura” dice Teodo­reto. “Unos Ángeles están al frente de las naciones, otros acompañan a cada uno de los fieles” afirma San Basilio.
 
Además de la contemplación de Dios que los beatifica, los buenos ángeles están ocu­pados en la guarda de la Iglesia, de las na­ciones y de los individuos; cada pueblo tiene su Ángel al frente, dicen San Gregorio, Casiano y San Isidoro.
  
San Cirilo se hace eco autorizado de la general creencia de que cada Reino tiene un ángel particularmente encargado de guiarle.
 
San Gregorio Nacianceno, el Niseno, San Juan Crisóstomo enseñan que a cada Nación ha sido dado un Ángel Guardián que la pro­tege e inspira santos pensamientos a los que guía.
  
San Jerónimo, San Hilario y San Ambrosio describen al ángel de cada Reino inter­cediendo por sus hijos y cubriéndoles con su protección.
  
San Juan Damasceno dice de ellos: “Men­sajeros y ministros de Dios ejecutan su vo­luntad, se muestran a veces a los hombres, están destinados para guardianes de ciertas regiones de la tierra, de ciertas naciones; se ocupan de nuestros intereses y nos prestan auxilio”.
 
Por último, todos los grandes teólogos de la Iglesia Católica han sostenido, como pre­sentada en la Sagrada Escritura y común a los Santos Padres, esa consoladora doc­trina.
  
Considera cuán misericordiosa es la providencia de Dios que ha destinado tan per­fectas criaturas a velar por tu bien y por el de tus allegados y compatriotas.
 
II. Pondera cuán conforme a razón es esa doctrina. Dios Nuestro Señor no creó al hombre para que viviese aislado y solitario; lo hizo social por naturaleza, de suerte que no por capricho ni mero pacto de conveniencia, sino según los designios divinos, se congregan los hombres, las familias y los pueblos, formando naciones o Estados; po­drán éstos variar, dilatarse o empequeñecerse, confederarse o disgregarse; pero siempre los hombres, para obtener el bien propio, necesitarán tener vida social, y esta vida so­cial se concretará en la formación de naciones por vínculos de lengua, afectos, tradiciones o intereses.
 
Y siendo tan misericordioso el Señor que confió a la angélica custodia, la suerte y go­bierno de la humanidad, convenía que así como quiso que un Ángel velase sobre cada hombre para que cumpliese éste fielmente su destino, así dispusiese que los que, con­gregados por intereses comunes formasen una sociedad, constituyesen un mismo Es­tado, tuviesen también un protector común que al Estado y a sus miembros amparase.
  
En esta consideración debes de encontrar un motivo más de agradecimiento profundo a la divina misericordia. Así como por ley natural debes procurar tu perfección y tu bien, y además el bien y mejoramiento de tu Patria, a la que debes amar y ser útil; asi­mismo no sólo por razones personales, sino que también por amor a tu Patria debes agradecer al Señor que se haya dignado po­nerla bajo la custodia de un Ángel del Cielo. Excita en ti estos nobles y levantados senti­mientos; dale gracias al Señor por haber concedido a España su Ángel Custodio, y venera y ama a este Santo Ángel, pidiéndo­le por la Patria, y confiando en su protec­ción.
 
ORACIÓN PARA EL DÍA TERCERO
Oh gloriosísimo y bienaventurado espíri­tu celestial, a quien por dicha de los espa­ñoles Dios ha designado para custodio y protector de nuestro Reino, bendito seas de todos los hijos de España; en nombre de todos te damos culto y confiadamente te suplicamos que aceptes nuestras fervorosas acciones de gracias por tu constante y valiosísima protección. A tu amparo nos acogemos, Santo Ángel Custodio e imploramos tu vigilante defensa y tu acertada dirección. Sé tú siempre nuestro escudo ante los ene­migos interiores y exteriores; sé tú la luz que nos guíe en medio de las tinieblas de los humanos errores. Tú, que gozoso guiaste por los caminos del bien y de la gloria a nuestros padres, no permitas que degeneremos de ellos; tú, que protegiste en nombre de Dios sus altas empresas, infunde en nues­tros pechos sus heroicos y cristianos alientos; tú, a cuya poderosa intercesión, por el hecho mismo de constituirte en custodio nuestro, ha vinculado eficazmente el Señor tantas gracias, ruega por España, para que en cada uno de sus hijos y en todas las esferas de la vida nacional, se avive la fe y se acreciente la caridad; para que Dios nos perdone tantos pecados y tan graves ofensas como hemos cometido contra la infinita Majestad; para que nos libre de toda suerte de calami­dades y de males, y en paz y prosperidad concordes colaboremos todos al florecimien­to de las virtudes cristianas entre nosotros, para gloria de Dios, complacencia tuya y eterna salvación de nuestras almas. Amén. Padre nuestro, Ave María y Gloria.
  
EJEMPLO
Llenas están las Sagradas Escrituras de prodigios realizados por Dios a favor del pueblo de Israel por medio del Santo Ángel que había deputado para su custodia. Era este San Miguel Arcángel, según se dice en el capitulo X de la profecía de Daniel; el mismo a quien según los Padres y Doctores ha sido encomendada la custodia de la Iglesia, una vez que terminada la Vieja Ley, disuelto el Reino judío y desparramado su pueblo por toda la tierra, se abrieron a todo el mundo las puertas del nuevo Reino de Israel, al cual pertenecen todos los justos, la Santa Iglesia Católica.
  
En los días siguientes veremos algunas de esas maravillas realizadas por San Mi­guel, ya que ellas nos dan clara idea de lo que puede el Ángel Custodio de un Reino en favor de sus protegidos; hoy recordaremos sólo lo que nos dice la Sagrada Biblia en el capítulo XIV del sagrado libro de Éxodo:
 
Dios había sacado a Israel de la esclavitud de Egipto y capitaneado por Moisés lo llevaba a la tierra de promisión. Arrepenti­do el Faraón de haberles dejado salir en libertad juntó gran ejército y salió en busca de los Israelitas para batirlos y volverlos de nuevo esclavos a Egipto.
 
El Ángel del Señor precedía siempre a su pueblo, guiándolo y marcándole el camino, y aparecía como una columna de nube du­rante el día, como una columna de fuego por la noche.
 
Apenas los Israelitas divisaron a los Egipcios que les daban alcance se sobrecogieron de terror y prorrumpieron en gemidos y quejas contra Moisés, quien los arengó y exhortó a confiar en la omnipotencia de su Dios. Y he aquí que el Ángel del Señor que precedía a los hijos de Israel se colocó de­trás de ellos, y lo mismo la columna de nube y cubrió la retaguardia poniéndose entre el ejército egipcio y el israelita, y a aquél su­mió en impenetrables tinieblas, de suerte que los Egipcios no podían ver a los Israelitas ni acercárseles, mientras que a éstos iluminaba la noche y facilitaba el tránsito del mar que dividido en dos partes dejaba camino seco. A la primera luz de la mañana los Egipcios se lanzaban en seguimiento de los fugitivos y perecían mísera y totalmente en el mar Rojo, que los Israelitas acababan de pasar.
 
He ahí simbolizada y como representada en un hecho real toda la protección que el Ángel Custodio presta a un Reino. Nube de día, columna de fuego por la noche, guiando siempre a sus protegidos y siendo su escudo y defensa para que ni siquiera puedan acer­carse a ellos los enemigos que les persiguen. ¡Dichosos los pueblos que, cual entonces el de Israel, se dejan guiar por su Santo Ángel Custodio, confiados en él y en la divina pro­tección!
 
La Antífona y la Oración se rezarán todos los días.
   
DÍA CUARTO - 25 DE SEPTIEMBRE
Por la señal...
Acto de Contrición y Oración para todos los días
 
Meditación - Devoción al Santo Ángel.
I. Siendo tan misericordiosa la divina Providencia que se ha dignado destinar un Santo Ángel para que custodie, guíe y de­fienda a nuestra Patria e interceda constan­temente por ella, ¿no es verdad que debía nuestro pecho rebosar de agradecimiento a la divina Bondad y que debíamos tener profunda y ferviente devoción al Ángel Custo­dio de España en correspondencia a los constantes favores que de él recibimos? Y sin embargo, ¡qué olvidada y hasta des­conocida está esa devoción! ¿Cuántos son los españoles que a nuestro Santo Ángel invo­can pidiéndole por la Patria, pidiendo que nos alcance del Señor gracias y luces, per­dón y misericordia, protección y bienandan­za, lo mismo para los individuos que para toda la Nación?
  
No se trata de una devoción de origen privado, que pueda parecer a unos o a otros más o menos acertada; se trata de una de­voción aprobada por la suprema autoridad de la Iglesia, y litúrgica, oficial. La Santa Sede Romana, accediendo a los piadosos deseos del Rey Don Fernando VII, concedió a España que el día 1 de Octubre de cada año se tuviere la fiesta del Santo Ángel Custodio de este Reino, con oficio propio, para darle gracias por la asistencia con que nos favorece, por haber puesto fin al cautiverio del Rey y a tantas calamidades como acaba de pasar España y para impetrar su auxilio y protección en los tiempos venideros.
 
Las devociones litúrgicas debieran ser siempre las más populares, porque son más aceptas al Señor y porque demuestran mayor sumisión del pueblo fiel a la Iglesia docente; ¿quién no sabe que uno de los medios mejores y más eficaces de enseñar y educar al pueblo son los actos litúrgicos bien prac­ticados y meditados? ¡Cuántas gracias derramaría Dios sobre España si toda ella por la intercesión valiosísima de su Ángel Custodio se las pidiese!
  
Para demostrar España su agradecimien­to a su Santo Ángel, y para que esa devo­ción dé los óptimos frutos que puede produ­cir, no basta la solemnidad litúrgica ya concedida por la Santa Sede; es preciso que por toda la extensión de la Patria se propa­gue y arraigue, y que en todos los hogares y en todos los pechos españoles tenga culto y amor el Santo Ángel de España.
  
Piensa cómo has cumplido hasta aquí con ese deber de gratitud, y proponte ser en adelante no sólo devotísimo, sino además propagador de la devoción al Ángel Custodio del Reino.
  
II. Pondera cuánto daña y perjudica a nuestra Patria el olvido en que suele tenerse el Santo Ángel. Hablando Dios Nuestro Se­ñor a Israel del santo Arcángel destinado para su custodia decía: “He aquí que yo en­viaré mi ángel que te preceda y te custodie en el camino y te introduzca al lugar que te he preparado; atiéndele y escucha su voz y no le seas rebelde, porque no dejará de cas­tigarte si pecas, y mi autoridad está en él; mas si escuchas su voz y le obedeces y cum­ples lo que te mando, Yo seré el enemigo de tus enemigos y afligiré a los que te afli­jan” (Éxodo XXIII, 20-22).
 
Mira qué grandes bienes promete Dios a los pueblos que, conscientes de la angélica protección, procuran cumplir bajo su tutela los divinos mandatos, y cómo en el Ángel está la autoridad divina, pues en nombre de Dios guarda, protege e ilustra con santas inspiraciones.
  
Un pueblo que no tenga devoción a su Santo Ángel Custodio, ¿cómo cumple aquel divino mandato: “Atiéndele y escucha su ­voz y no le seas rebelde”? ¿Cómo se librará del pecado de ingratitud contra la misericordiosa providencia que tal defensor le ha dado? ¿Cómo logrará los grandes bienes que la divina promesa ha vinculado al amor, ve­neración y obediencia al Santo Ángel?
  
Hoy que en todos los órdenes se despier­ta la conciencia nacional y España empieza a remediar sus males, reparar sus errores, reconcentrar sus energías para ponerse en condiciones de cumplir con los gloriosos de­beres que su historia y su naturaleza le imponen, es preciso que sea consciente de ese deber religioso, que repare el olvido en que está de su Santo Ángel Custodio, que avive en su corazón el amor y la esperanza, y puesta bajo las alas protectoras del espíritu celestial a quien Dios la ha confiado pida perdón por los pecados cometidos, invoque su defensa y patrocinio, y guiada por él cumpla con los deberes que su glorioso nom­bre de Católica le imponen.
  
Duélete de que estos sentimientos no hayan vivido siempre en tu corazón; foméntalos en ti y en cuantos te rodean y haz pro­pósito firme y eficaz de poner de tu parte cuanto puedas para que la devoción de España a su Santo Ángel Custodio, autorizada y bendecida por la Santa Sede Romana, sea una de las más populares y fervorosas de nuestra Nación.
 
ORACIÓN PARA EL DÍA CUARTO
¡Oh, gloriosísimo Ángel Custodio de España!, postrados reverentes ante ti te pedimos perdón por el olvido en que hemos tenido tu protección y tus favores; en nombre de España entera te veneramos y reverenciamos y prometemos para en adelante reparar nuestro pasado olvido con fervorosos actos de amor y devoción. ¡Hemos olvidado, con triste ingratitud, tantas misericordias del Señor! Pero ahora, Ángel Santo, poniéndonos baja el amparo de tus alas, te rogamos que nos obtengas de la divina misericordia generoso perdón de todos nuestros yerros; perdón de tantas ofensas privadas y públicas a la Majestad del Señor; perdón de tantas apostasías; perdón de tantos actos hostiles a la Religión Santa, como ha realizado nuestra Patria contagiada de los delirios antirreligiosos de otros pueblos. Conscientes de nuestros sagrados deberes para con Dios, queremos que nuestra Patria lo adore y que su vida toda se ajuste a los divinos mandatos; conscien­tes de nuestros deberes para contigo y de la misión que la misericordia del Señor te ha confiado sobre nosotros, prometemos serte agradecidos, fieles y obedientes, y guiados de tu mano seguir los caminos del Señor que en mala hora abandonamos. Ilumínanos, confórtanos, defiéndenos; abate a los enemigos de nuestra fe, que son a la par los enemigos de nuestra Patria; haz que cumpliendo fiel­mente los divinos mandatos y en inquebran­table unión con la Sede Romana, España sea siempre la Nación Católica por excelencia y cada uno de nosotros gane la eterna gloria. Amén. Padre nuestro, Ave María y Gloria.
  
EJEMPLO
Si la vigilancia con que nuestro Santo Ángel nos asiste y sus trabajos por nuestro bien fuesen hechos de los que entran y se perciben por los sentidos, más viva y cons­tante sería la apreciación de ellos y la esti­ma en que los tendríamos, así como el agra­decimiento que nos merecerían. Mas tratándose de cosas superiores a nuestros sentidos, pásanse los más sin ser notados, ni apreciados, y gran parte tiene eso en el lamentable olvido sobre que acaba­mos de meditar. Pero si los consideramos a la luz de la fe, constándonos de ellos con tan en­tera certidumbre, no puede menos de llenar­se el ánimo de agradecimiento y devoción.
 
Para avivar esa fe viene muy al caso lo que ocurrió al profeta Eliseo y se narra en el capitulo VI del libro IV de los Reyes. Dice la Sagrada Biblia que el Rey de Siria, que guerreaba con los Israelitas, estando lleno de furor contra Eliseo porque revelando al Rey de Israel los secretos de su enemigo frustraba sus artes de guerra y los lazos que para cogerle prisionero le tendía, determinó apoderarse del Profeta. Habitaba éste en Bothaim y de improviso una noche rodea­ron la ciudad los ejércitos de Siria. Muy de mañana salió un criado del Profeta y al ver así cercada la ciudad corrió a Eliseo a advertirle del peligro exclamando: “Ay, ay, ay, Señor mío, ¿qué haremos? Porque los enemigos tienen rodeada toda la ciudad y no hay sitio por donde huir”. Eliseo le dijo: “No temas; muchos más es­tán con nosotros que con ellos; más podero­sos que nuestros enemigos son nuestros defensores”. Y levantando los ojos al cielo oró: “Señor, abre los ojos de este para que vea”. Y abrió el Señor, dice el Sagrado Texto, los ojos del criado y vio; y a sus ojos apareció todo el monte cubierto de caballeros y de carros de guerra, todos de llameante fuego, rodeando a Eliseo, que así protegido venció a sus enemigos.
 
Oh, abra el Señor los ojos de todos nosotros, avive nuestra fe para que veamos a nuestro Santo Ángel protegiendo y defen­diendo a España, librándonos de calamida­des y de males, para que apreciemos las mercedes con que nos favorece y le seamos agradecidos y devotos.

La Antífona y la Oración se rezarán todos los días.
   
DÍA QUINTO - 26 DE SEPTIEMBRE
Por la señal...
Acto de Contrición y Oración para todos los días
 
Meditación - Culto debido al Santo Ángel.
I. Es sentimiento natural y espontáneo en el hombre tener en honor, estima y vene­ración y mostrar sujeción y obediencia a los seres superiores que por sus dotes y virtudes, por su dignidad y grandeza aparecen encumbrados sobre los demás; ese senti­miento traducido en actos se llama culto. Al prestarlo, al ejercitarse en tales actos el hombre, no sólo obra justa y razonable­mente, sino que se perfecciona a sí mismo, pues la contemplación de las virtudes y el acatamiento prestado al ser superior le eleva llenando su espíritu de nobles aspiraciones y levantados sentimientos; le acerca más a la perfección que venera.
  
Ahora bien, entre la naturaleza creada ¿no sobresale la angélica por su excelencia y sabiduría, por sus resplandores de gracia y santidad? Substancias espirituales, com­pletas, inmortales, amantes de Dios, cuya faz contemplan en los cielos; pródigamente adornados con las carismas de la divina gracia y los dones todos del Espíritu Santo; re­verberos de los resplandores divinos, ministros de Dios y ejecutores de sus supremos mandatos; enriquecidos con dones de per­fectísima naturaleza, en la cual son, como dice Tertuliano, los primeros después de Dios, superiores a todas las demás criaturas; dotados de inefables tesoros de gracia sobrenatural y para siempre confirmados en ella; y beatificados por la visión de Dios, por la eterna gloria, que es la consumación de la gracia; tan luminosos y resplandecien­tes aparecen a los ojos de nuestra inteligen­cia, que al contemplarlos extasiada la humanidad, ante perfección tanta doblaría la ro­dilla en humilde adoración, como San Juan, si la razón y la fe y la voz misma del Ángel no contuvieran en su justo punto la humana admiración.
  
Porque el acatamiento y sujeción, el honor y obediencia que se rinde a los seres superiores, y la expresión de esos sentimien­tos, el culto, deben ser proporcionados a la naturaleza de esos mismos seres. Distinto es el culto que se debe a Dios y el que se debe a las criaturas; y aún entre éstas ha de guardarse diferencia por razón de especialísima relación con Dios. A Dios se debe culto su­premo, como omnipotente creador, infinita naturaleza y suprema bondad e igualmente a la Sacrosanta Humanidad de Nuestro Se­ñor Jesucristo, unida en un mismo ser personal al Verbo; ese supremo culto se llama la­tría. A los otros seres, que aunque sean perfectísimos, aunque sean resplandecientes lumbreras de inteligencia y bondad, son criaturas, se presta culto de dulía; excepción hecha de la Santa Inmaculada Madre del Dios‑Hombre, a la cual por su augusta dignidad dotó Dios de tales prerrogativas, san­tidad y gracias que la constituyó superior a todos los espíritus angélicos, y la nombró Reina de ellos, Hija predilecta del Padre y Esposa del Espíritu Santo; a la cual se tributa culto de hiperdulía.
 
Pondera cuán justo es tributar a los Santos Ángeles culto de dulía, honrarlos y ve­nerarlos, levantando el ánimo hasta ellos para contemplar sus méritos y virtudes. Si los soberanos de la tierra mandan que se rindan especiales actos de respeto y honor a sus dignatarios y cortesanos; si Faraón hizo que José recorriese Egipto y que ante él, al clamor de pregón, todos doblasen la rodilla; si Asuero dispuso que a Mardoqueo se tributasen regios honores, clamando el heraldo “así será honrado a quien el Rey quisiera honrar”; ¿con cuánto mayor motivo no manda el Soberano Rey de los cielos que se tribute honor, veneración, homenaje y culto a su angélica corte, a los Ángeles sus ministros y embajadores?
  
II. Mas no sólo por sus excelencias de naturaleza y gracia, no sólo por el glorioso resplandor de que les reviste su categoría de íntimos e inmediatos servidores del Altísimo, merecen los santos ángeles que les hon­remos y rindamos culto; exígelo además el bien que constantemente nos hacen, pues a poco que meditemos sobre ello se levantará en nuestro pecho la voz de la gratitud recla­mando la humilde adhesión de nuestro ánimo y las fervorosas expresiones de nuestro acatamiento y obediencia a esas criaturas perfectísimas que constantemente nos favo­recen.
 
Ellos nos ilustran con enseñanzas celestiales; nos iluminan con pensamientos san­tos; velan sobre nuestro bien; nos defienden de las asechanzas y dañinas artes de los enemigos de nuestras almas; como rodearon cantando el portal en que nació Jesús, como le acompañaron y sirvieron durante toda su vida mortal, así también le rodean, adoran y sirven ahora, postrándose ante el trono que tiene a la diestra de Dios Padre, intercediendo constantemente por nosotros; le llevan y presentan nuestras oraciones y sacrificios, y vuelven a nosotros con las manos llenas de gracias y de dones; disculpan nuestros ye­rros y aminoran nuestro reato, redarguyendo y desmintiendo ante el divino tribunal al enemigo malo, y así, elocuentes y solícitos abogados, se esfuerzan en reconciliar al humano linaje con nuestro Salvador y Señor.
  
Tras tantos beneficios y tantas obras de misericordia ¿cómo no tributar a los Ángeles nuestra acción de gracias, nuestro acata­miento y veneración, sin incurrir en la innoble tacha de ingratitud? Pues pondera que por especialísimos motivos debemos todo eso al Santo Ángel que Dios ha destinado para Custodio de nuestra amada Patria; y que en la medida que el bien común supera al bien particular, debe au­mentarse nuestro agradecimiento hacia él; no es sólo a cada uno de los españoles, sino que además es a toda la Patria a quien protege y socorre; de suerte que así como nuestros bienes particulares se mejoran y afirman con el bien común, así la protección del Santo Ángel Custodio del Reino por doble camino nos favorece y multiplicada gratitud merece de nosotros.
  
A la luz de estas certísimas verdades, avi­va en ti la veneración y el culto que debes a nuestro Santo Ángel.
 
ORACIÓN PARA EL DÍA QUINTO
Oh, Ángel bendito, naturaleza perfectísima, cuya inteligencia refleja la luz divina, cuya voluntad difunde las divinas bondades; resplandeciente reverbero de los divinos resplandores por la naturaleza y por la gracia; postrados ante ti te rendimos veneración y amor, obedeciendo al Supremo Hacedor que nos manda reverenciar en vosotros las más excelsas naturalezas salidas de sus manos; y llenas nuestras almas de profunda gratitud te damos gracias por tus incesantes favores.
 
¿Qué te daremos, Ángel Santo, por todo lo que tú das a nuestra Patria?, diremos glosando al Rey Profeta. ¿Qué ofrenda digna de ti podremos hacerte por tantos beneficios y favores, por librarnos de tantos males y de tantos enemigos? Ah, nada mejor podemos ofrecerte, oh espíritu bienaventurado y purísimo, que procurar siempre imitar tu inocencia y santidad; llenos nuestros corazones de admiración y amor, siempre te daremos culto, meditando en tus excelencias y virtudes, para educarnos en el amor de la santidad, para atraer cada vez más tu amor y protec­ción sobre nuestra Patria. Haz que toda ella te venere y ame; que en toda ella se te tribute el honor, la veneración y el culto que por tan altos títulos mereces; que ella te honre a ti para que Dios la honre a ella por ti; y que con tu auxilio y protección crezcamos todos en virtud y santidad y merezca­mos ser felices compañeros tuyos en la gloria eterna. Amén. Padre nuestro, Ave María y Gloria.
  
EJEMPLO
El culto debido a los Santos Ángeles, culto, no de adoración, sino de dependencia y veneración, claramente lo vemos expresado en las Sagradas Escrituras; así, mientras de una parte vemos a un Ángel prohibiendo al Evangelista San Juan que lo adore, y diciéndole que ambos deben adorar a Dios, de otra vemos a Josué postrándose ante el Ángel del Señor, y pidiéndole órdenes, como a enviado y mensajero de Dios. He aquí cómo lo narra el capitulo V del libro sagrado de Josué: “Estando Josué en el cam­po de la ciudad de Jericó, al levantar los ojos vio enfrente de sí, de pie, a un varón que tenia una espada desenvainada, y se llegó a él y le dijo: ¿Eres tú de los nuestros o eres acaso de nuestros enemigos? Y el varón le respondió: No; yo soy el príncipe de los ejércitos del Señor, y vengo ahora. Cayó Josué postrado en tierra, y adorando excla­mó: ¿Que dice mi Señor a su siervo? Quítate, contestó, el calzado de tus pies, porque el lugar en que estás es santo. Y lo hizo Josué como se le había mandado”. En este y otros muchos semejantes pa­sajes de las Sagradas Letras, a la voz del Ángel se postran los patriarcas, los profetas y los Reyes, venerándole a él y adorando a Dios, que por sus labios envía órdenes y comunica mandatos.
  
La tradición cristiana plenamente lo confirma. En los primeros tiempos de la Iglesia ya decía San Justiniano: Damos culto al ejército de los ángeles buenos que obedecen a Dios y le son semejantes (Apología I, 6). En Roma, en España, en Grecia, en Alemania y Francia y en muchos otros países se levantan templos consagrados a Dios en honor y veneración del glorioso Arcángel San Miguel, en los mismos sitios en que se había aparecido a los fieles como protector de la Iglesia y de los ejércitos cristianos que luchaban contra los enemigos de la fe. En la Iglesia griega se da culto a San Miguel, conmemorando su aparición el día 6 de Septiembre; en la latina, el 8 de Mayo; el Papa León IV le edificó un espléndido altar en la Basílica Vaticana; igualmente tienen oficio litúrgico propio los Santos Ángeles Custodios y el Ángel Custodio del Reino.
  
Necio sería atribuir carácter idolátrico a este culto; como sería impiedad, irreveren­cia e ingratitud negarse a tributarlo al Ángel de nuestra protección. Por religiosidad y por amor patrio debemos tributárselo muy ferviente. ¡Dios quiera que no tarde el día en que España entera levante un grandioso templo en honor de su Santo Ángel Cus­todio!
  
La Antífona y la Oración se rezarán todos los días.
  
DÍA SEXTO - 27 DE SEPTIEMBRE
Por la señal...
Acto de Contrición y Oración para todos los días
 
Meditación - Angélica defensa.
I. Establecida por Dios esa íntima y consoladora relación entre todos los seres intelectuales, sobre la que meditamos el día segundo, consideremos hoy la forma en que las puras inteligencias, los Santos Ángeles protegen y auxilian a la humanidad.
  
Claramente dicen en repetidos lugares las Sagradas Letras, y creencia ha sido de la Santa Iglesia Católica desde los primeros siglos, que la misericordiosa providencia del Señor rige los destinos de los hombres por el ministerio de los ángeles, constituyendo a éstos en custodios, protectores y poderosí­simos defensores de aquellos.
 
¡Qué alentadora es esta creencia de nues­tra fe! Verdad que el enemigo malo, ángel tam­bién, inteligencia tan perfecta, nos pone asechanzas, nos incita al pecado, levanta en nuestra alma rebeldes ambiciones, azuza nuestras concupiscencias para que avasallen al espíritu envileciéndolo con la esclavitud de desordenados placeres; verdad que, como “león rugiente nos rodea buscando a quien devorar” (I Pedro V, 8); pero no estamos solos; Jesucristo, la Santísima Virgen y los Santos nos protegen e interceden por nosotros, y si án­geles malos nos tientan, los Ángeles buenos fieles al Señor y ansiosos de nuestra salva­ción, extienden por orden divina sus alas para cobijarnos; mandados por Dios nos custodian en todos los pasos de nuestra vida para salvarnos de mortales tropiezos (Salmo XC), y a ­las malas astucias del enemigo oponen su activa y celosa labor en bien de nuestras almas. Sólo nuestro libre albedrío puede rendirnos a nuestro enemigo, pues si bien es más poderoso por naturaleza, no sólo no lo es por la gracia, sino que encuentra en torno de nosotros a otras naturalezas perfectísimas que nos amparan, cumpliendo aquella dulcísima promesa del Eterno: “Enviará el Señor su ángel en derredor de los que le temen y los salvará” (Salmo XXXIII); lo que interpreta San Jerónimo de esta manera: “El Ángel de Dios, nues­tro custodio, está a nuestro lado, y por do quiera nos rodea, para que el demonio no pueda hallar entrada hasta nosotros”.
  
Alentémonos, pues, llenos de segura confianza y de humilde agradecimiento al Señor y a nuestro Santo Ángel que tan amorosa­mente nos defiende, y con los ojos puestos en Dios y en él, propongamos enmendar y santificar nuestra vida.
 
II. “¿Quién no rebosará de inefable gozo, dice San Lorenzo Justiniano, al meditar so­bre el auxilio de los Santos Ángeles, que in­fatigable e incesantemente dan guardia al pueblo de Dios y a las congregaciones de los fieles?”.
 
Comentando aquella parábola evangélica de que habla el Señor en el capítulo XXI de San Mateo, dicen los Padres e intérpretes que el vallado que defendía la viña represen­ta la angélica custodia que Dios ha puesto alrededor de su pueblo. De la defensa angé­lica hablaba Dios por el profeta Isaías al decir: “Sobre tus muros, Jerusalén, he puesto guardia”. “Oh ciudad verdaderamente fuertísima, exclama San Bernardo, porque el Ángel Santo la rodea defendiéndola, detiene lejos de ella a sus enemigos y rechaza a cuantos son osados de caer sobre ella, reprime su audacia, y atacándolos poderosamente los derrota”.
 
He allí clara imagen de lo que es una Nación defendida por su Ángel Custodio. ¡Cuántos enemigos, internos y externos, que tra­man su daño privándole de sus bienes y sus glorias! ¡Cuántos que conspiran para arrebatarle el mayor bien de que preciarse puede un pueblo: su religiosidad, su vida cristiana, la santidad e inocencia de sus hijos, la rectitud y moralidad de sus costumbres, y con ello el vigor y la lozanía, la virilidad y el honor de sus habitantes! Los que con propagandas impías tratan de descristianizar al pueblo; los que comerciando en libros y revistas y grabados deshonestos atentan contra la limpieza del alma y corrompen vilmente la juventud; los que detestando de la piedad de nuestros mayores pretenden con fanático sectarismo que España borre de su frente la señal de la cruz, reniegue de Cristo y no le confiese valientemente en medio de las naciones; los que predican utópicos conceptos de la vida social, reñidos con el código del Evangelio, ¿qué son sino temibles enemigos, seguidores del padre de las tinieblas, discí­pulos y remedadores de los desaciertos de pueblos extraños, ante cuya labor corren gravísimo riesgo la paz, el orden, la prospe­ridad y aun la misma vida de nuestra Na­ción?
 
¿Pero qué pueden todos ellos contra el brazo del Señor y la celestial defensa de que ha dotado a los suyos? Lo mismo en el or­den social que en el personal, sólo nuestra voluntad puede perdernos; si los miembros sanos de un pueblo acuden al Señor, invo­can la angélica protección y enérgicamente rechazan las invasiones del mal, lejos de ser vencidos, dan a su patria el triunfo de la vir­tud y del bien.
 
Ea, pues, acudamos a nuestro celestial defensor; si nuestra voluntad es decidida, con su auxilio podemos vencer; imploremos su valiosísima defensa y las potestades del mal serán vencidas. Puesta nuestra confianza en Dios y en el Santo Ángel, esforcémonos en enmendar nuestra vida, y en cooperar en la medida de nuestras fuerzas para que en nuestra Patria triunfen el orden, la moralidad y las virtudes cristianas.
 
ORACIÓN PARA EL DÍA SEXTO
Oh, fortísimo Ángel Custodio de España, enviado por Dios para que defiendas y libres a nuestro pueblo de sus enemigos; de lo más profundo de nuestro corazón damos gracias al Señor por habértenos concedido; tú eres el escudo Protector con que Él nos defiende de nuestros enemigos infernales; por medio de ti nos salva su diestra omni­potente; por ti endereza nuestros caminos y nos defiende de la impiedad que por dentro y de fuera pone asechanzas a la tradicional religiosidad de nuestra Patria.
 
En ti confiamos, Ángel invencible; tú, revestido de fortaleza y ceñido de poder, confirmarás a nuestra Nación, que jamás podrá ser conmovida. Gozosos ensalzaremos al Señor, nuestro Creador, porque por medio de ti nos custodia y nos librará siempre del mal.
 
Alcánzanos tu fortaleza para luchar denodadamente contra nuestros corrompidos ins­tintos y viciosas pasiones; no consientas que nuestros pecados, nuestras ofensas al Señor y nuestra vida desordenada frustren la poderosa defensa con que favoreces a nuestra Patria; haz que, por el contrario, santificándonos individualmente cuente ella con hijos y ciudadanos nobles, honrados, virtuo­sos, buenos cristianos y esforzados paladi­nes de la causa de Dios, que es también la causa de la Patria.
  
Mira, Ángel Santo, que son muchos los enemigos que luchan por la descristianiza­ción y por la ruina de España; desbarata sus planes e insidias y da fortaleza a los defensores de la fe.
  
Defiéndenos en la vida, y en la hora de la muerte preséntanos en tus brazos al Corde­ro inmaculado, para que nos reciba en su reino de paz y de gloria eterna. Amén. Padre nuestro, Ave María y Gloria.
  
EJEMPLO
Muy abundantes son en la Sagrada Biblia los casos de un Ángel Custodio defendiendo los intereses de la Nación, cuya custodia le está encomendada. Naturalmente, los más frecuentes se refieren a la protección dispensada por San Miguel al pueblo hebreo, pero no faltan otros que se refieran a otros pueblos; unos y otros dan clara idea de lo que por cada Nación hace, o puede hacer, su res­pectivo Ángel y lo que por la Iglesia hace desde su fundación San Miguel, bajo cuya custodia la puso el Señor.
 
En el capítulo X de Daniel se presenta el Ángel Custodio de Persia y de Grecia, lu­chando por defender a los pueblos sus prote­gidos.
 
La heroica Judit manifestó que el Ángel del Señor la custodió, defendió y ayudó en su atrevida empresa de decapitar a Holofer­nes y salvar a su pueblo.
  
En el capitulo XI del 2º libro de los Macabeos se narra que al atacar Lisias con numerosas y aguerridas tropas a los judíos, viéndose el caudillo de éstos, Judas Macabeo, muy inferior en armas, no por eso des­mayó su ánimo, sino que con lágrimas y­ clamores pidió al Señor que enviase al Ángel bueno para salvación de Israel; y cuan­do él y sus esforzados compañeros de armas salen a hacer frente al feroz y poderoso enemigo, he aquí que aparece ante ellos un jine­te vestido de blanco, con armas de oro, blandiendo una lanza; entonces todos bendijeron a Dios misericordioso y cobraron ánimo; e iban decididos, confiados en la misericordia de Dios y en el celestial defensor, y cayeron como leones sobre sus enemigos, haciendo en ellos gran mortandad y poniendo en fuga a los restantes. Igualmente en el capitulo 3º se narra como el Ángel apareció en el templo, arro­jando de él violentamente al impío Heliodoro.
   
La Sagrada Liturgia en el oficio del Santo Ángel Custodio de España, como si indica­se que pueden tener aplicación a nuestra Patria, usa de unas palabras del libro IV de los Reyes que se refieren a la gran derrota, profetizada por Dios, del Rey de los Asirios Senaquerib. “Esto dice Dios del Rey de los Asirios, profetizó Isaías: No entrará en esta ciudad, ni lanzara contra ella flecha, ni la ocupará armadura, ni la asediará ejército; por donde viene se volverá. Protegeré esta ciudad por mi honor y por mi siervo David”. Y aquella misma noche el Ángel del Señor vino y pasó a cuchillo a 185.000 hombres del campamento de los Asirios; de ma­ñana vio Senaquerib la mortandad y volviéndose sobre sus pasos se marchó a Nínive, donde sus propios hijos le asesinaron.
  
Al ver este pasaje citado en el oficio litúrgico de nuestro Santo Ángel no puede menos de venir a la memoria aquella glorio­sísima página de la historia de España en que está escrita con caracteres de oro la gran batalla ganada sobre el poder de la media luna, la que decidió de la suerte de España entera: la victoria de las Navas de Tolosa.
 
Un innumerable ejército de mahometanos había pasado el estrecho; la nueva invasión amenazaba someter a España para siempre. Las tropas de la península, y sólo ellas (pues las extranjeras que acudieron al llamamiento del Papa Inocencio III y del Rey de Castilla Alfonso el Bueno, se retiraron desde Ca­latrava) llegaron, muy inferiores en número, al pie de Sierra Morena. Por lugar estrecho y fragoso tenían que pasar para llegar a contacto con los moros; y asentado el ejército de éstos en el paso y en las alturas amena­zaban con muerte cierta a los cristianos si seguían adelante. Temerosos e indecisos los cristianos no sabían qué partido tomar, cuan­do un joven desconocido de todos, que dijo ser pastor, y de quien después de la lucha nadie volvió más a saber, guió el ejército por caminos ocultos hasta aparecer en las alturas de la sierra. El 16 de julio de 1212 después de pasar la noche nuestros soldados en hacer oración, confesar y comulgar, lan­záronse sobre sus enemigos; trabose fiera­mente la pelea y fue tan grande la victoria y tan manifiesta la protección celestial, que quedaron muertos sobre el campo 200.000 enemigos, y en cambio, sólo murieron de los nuestros unos 25. “La verdad es, dice el P. Juan de Mariana, que esta victoria nobilísima y la más ilustre que hubo en España, se alcanzó, no por fuerzas humanas, sino por la ayuda de Dios y de sus Santos”. En Roma presi­didas por el mismo Romano Pontífice, y en todo el mundo cristiano, se habían hecho grandes rogativas. Extraordinarios prodigios se refieren ocurridos en la batalla, y era corriente en el pueblo la creencia de que el que con apariencias de pastor guió a los cris­tianos por oculto y seguro camino al alto de los montes era un Ángel. Nada ha dicho sobre esto la autoridad de la Iglesia y nada podemos asegurar. Lo cierto es que la Iglesia conmemora como milagrosa esta victo­ria con la fiesta anual del “Triunfo de la santa Cruz”.
  
La Antífona y la Oración se rezarán todos los días.
  
DÍA SÉPTIMO - 28 DE SEPTIEMBRE
Por la señal...
Acto de Contrición y Oración para todos los días
 
Meditación - Angélica enseñanza.
I. No sólo nos protegen los Santos Án­geles defendiéndonos poderosamente de nuestros enemigos; principalísima misión suya es edificarnos en la virtud y fomentar nuestras buenas obras por medio de ense­ñanzas e ilustraciones celestiales.
 
Dios rige y gobierna los seres inferiores por medio de los superiores; a los hombres por medio de los Ángeles. Sapientísimos son por naturaleza, pero además por la visión beatífica ven cara a cara la increada Sabiduría y llenos de sus fulgores los derraman por divino mandato sobre la humanidad. Por eso San Dionisio llama a los Ángeles nítidos faros, esplendidísimas lumbreras, que llenas de celestiales ilustraciones, las derra­man fuera de si; y por eso dice también San Máximo: “los Ángeles Santos elevan a los hombres a los esplendores que les son familiares, cual pedagogos educan en las buenas costumbres; y como de la mano conducen a una sublime sabiduría, siendo óptimos maestros y preceptores”. San Atanasio dice que los Ángeles han sido destinados a enseñar e iluminar, y Tertuliano afirmaba que los cristianos tienen por preceptores a los Ángeles del cielo, a quienes el Areopagita llamaba intérpretes e intermediarios de lo divino ante los hombres.
 
Ellos nos sugieren santos pensamientos, nos excitan a practicar el bien y nos pre­sentan favorables ocasiones, nos corrigen, nos exhortan, nos enseñan. En la sagrada Escritura frecuentísimamente aparecen para revelar misterios celestiales e instruir en las cosas necesarias para la salvación.
 
Del ministerio angélico se sirve el Señor para revelar a María el misterio de la Encarnación, para tranquilizar a San José ma­nifestándole la santidad y la grandeza de su inmaculada Esposa hecha Madre de Dios; para anunciar al mundo la nueva era de amor y de paz que empieza con el nacimiento de Jesucristo; para decir a los Magos que vuelvan por otro camino a su patria; para salvar la vida del Niño Dios haciéndole lle­var a Egipto; para confortar al mismo Ver­bo encarnado, cuando con tristeza mortal desfallecía de dolor en la oración del huerto; para anunciar la gloriosa resurrección del Salvador del mundo. ¡Siempre aparecen los Santos Ángeles derramando luz del Cielo sobre la tierra!
 
Así, en particular, misión principalísima es del Santo Argel Custodio de nuestro Rei­no, enseñarnos, iluminarnos y enriquecer­nos con celestiales ilustraciones. ¿No debe despertar esto en nuestra alma vivísimos sentimientos de veneración y gra­titud, de amor y devoción al Santo Ángel?
 
II. Poderosísimo estímulo para la enmienda y santificación de nuestra vida por el perfecto cumplimiento de nuestros deberes, tanto individuales como sociales, debe­mos encontrar en la devoción al Santo Ángel Custodio del Reino.
  
La consideración de su sobrehumano poder debe inspirarnos un saludable terror, que a semejanza del que debemos tener a Dios de quien el Ángel es ministro y mensajero, es principio de sabiduría.
  
Tengamos presente que puede castigarnos, ya que, como enseña el Eximio Doctor Francisco Suárez, ese castigo sería obra de misericordia y muy en carácter con el oficio de pedagogo y custodio.
  
Amándole y meditando sobre sus virtudes nos sentiremos movidos a copiarlas en nosotros, y al calor de la devoción las iremos poniendo por obra. El pensamiento de su presencia y constante vigilancia nos debe tener siempre sobre nosotros mismos para evitar el pecado. Por eso dice San Bernar­do: “En cualquier sitio, en cualquier rincón que estés guarda reverencia a tu Ángel; no seas osado de hacer en su presencia lo que delante de mí no harías. ¿Dudarás acaso de su presencia porque no lo ves? ¿Y si lo oyeras? ¿Y si lo tocases? ¿Y si por el olfato percibieras su presencia? Ya ves que no sólo por la vista se comprueba la presencia de las cosas”. Ni sólo por los sentidos. Aunque estos nada digan, la razón y la fe acreditan la existencia de los seres espirituales.
 
De ese modo la consideración y respeto debidos al Santo Ángel Custodio de España debe movernos a evitar todo pecado y practicar la virtud, especialmente cuando uno y otra tengan efectos de daño o edificación comunes. Los escándalos, las rebeldías, las violaciones de las leyes, el menosprecio de las cosas santas, los vicios de corrupción, la pereza y el desamor al trabajo, las penden­cias y rencillas, los odios y rencores, peca­dos son que, además de mancillar nuestras almas, forman un ambiente perjudicial para la vida pública, quebrantan los lazos de unión, siembran el desgobierno, empobrecen la Patria y la hacen menos cristiana, la alejan de Dios y de su bien, y ofenden y hieren muy dolorosamente a su Santo Ángel; así como las contrarias virtudes la prosperan, engran­decen y dignifican estableciendo y arraigando en ella el reinado de Dios, con gran contentamiento del Santo Ángel.
 
Y si queremos recibir sus celestiales ilustraciones y que nos ilumine con utilísimas enseñanzas, huyamos singularmente de los vi­cios deshonestos y cultivemos con amoroso cuidado la angelical virtud de la castidad, imitándole en su santidad e inocencia; porque como dice San Bernardino, “Dios y su Ángel no se manifiestan a cualquiera, sino a aquellos que son puros y castos de corazón”.
 
ORACIÓN PARA EL DÍA SÉPTIMO
Oh, purísimo espíritu, faro resplandeciente, luz de celestial sabiduría y limpísima lla­ma de caridad, todo inteligencia y amor; avergonzados y arrepentidos de nuestros pecados nos postramos en tu presencia. Ellos cubriendo como negras nubes nuestra alma nos privan de las luces celestiales; ellos vendan nuestros ojos, cierran nuestros oídos y endurecen nuestro corazón para que no percibamos tus ilustraciones y enseñan­zas y las suaves y dulcísimas mociones con que nos diriges al bien. Con humildad y firme propósito de en­mendarnos clamaremos con el Real Profeta: “Crea en mí, Señor, un corazón limpio”, para poder después decir: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”.
 
Alcánzanos, Ángel Santo, esa limpieza de corazón, para que veamos, para que po­damos percibir tus celestiales enseñanzas; recoge nuestro espíritu tan distraído y disi­pado por las cosas mundanas, para que atentos a tu voz nos aprovechemos de las ilustraciones con que constantemente nos encaminas hacia Dios. Muéstranos los sen­deros del Señor y haz que nuestra Patria amada los conozca y los siga; que imite tus virtudes, que ame a Dios sobre todas las cosas y viva para servirle; esta, Ángel San­to, era en nuestros tiempos de oro la carac­terística de España; no consientas que la corrupción la acabe de pervertir, no toleres que consume su nefanda apostasía. Ilumínanos para que veamos nuestro verdadero bien; haznos castos, austeros, sobrios, traba­jadores, obedientes, disciplinados y caritativos.
 
Singularmente te suplicamos por nuestros hermanos que no tienen fe y con sus predicaciones impías tanto dañan a los demás; ilumina a los que yacen en tinieblas y som­bras de muerte. Fortifica a los débiles, infla­ma en caridad a los tibios, da esforzado aliento a los pusilánimes, convierte a los pecadores, enciéndenos en divino amor y fraterna caridad; para que guardando la ley de Dios, cumpliendo con nuestras obligaciones particulares y con nuestros deberes ciudada­nos, vivamos cristianamente, demos gloria a Dios y por los méritos de Nuestro Señor Jesucristo merezcamos la gloria eterna. Amén. Padre nuestro, Ave María y Gloria.
  
EJEMPLO
Son tantos y tan edificantes y consoladores los casos que en las Sagradas Escrituras se nos narran de la intervención de los Santos Ángeles en cuanto se refiere a la santifi­cación de los hombres, instruyéndolos, exhortándolos, en nombre de Dios, y hasta su­jetándolos a medicinales y reparadoras pe­nas, que precisamente en sus comentarios a la Sagrada Biblia es donde los Santos Pa­dres han llamado a los espíritus celestiales maestros y pedagogos de la humanidad. Por vía de ejemplo sólo pondremos aquí algunos de los que se narran del Ángel Cus­todio de Israel.
 
En el Libro II de los Reyes, capitulo 24, el Ángel cumpliendo un castigo divino hiere de peste a muchos millares de Israelitas, hasta que compadecido el Señor dice a su Ángel: “Basta ya, detén tu mano”. En el capítulo primero del Libro IV el Ángel del Señor apa­rece a Elías, y le manda anunciar al Rey Ococías que por su pecado de idolátrica superstición Dios le condenaba a morir. ¿Para qué exponer más casos? Baste decir que, se­gún se narra en el capítulo XXI del Libro I de los Paralipómenos, cuando el valiente y esforzado Rey David y los ancianos que le acompañaban vieron al Ángel del Señor de pie entre el cielo y la tierra con la espada desenvainada en la mano y vuelta hacia Je­rusalén, para castigarla, cayeron de cara al suelo y David, según la frase bíblica, quedó “aterrorizado con extremado temor viendo la espada del Ángel del Señor”.
 
Mucho más frecuentemente aparece el Arcángel San Miguel enseñando al pueblo por medio de sus profetas o sus caudillos en todo cuanto convenía para el servicio de Dios y bien y prosperidad de Israel. Así en el libro de los Jueces, capítulo II, sube San Miguel desde el Monte Gálgala, donde el pueblo hebreo se había circuncidado hacien­do solemne promesa de guardar la Ley mosaica, hasta un lugar donde exhortó al pueblo, recordándole los beneficios de Dios, redarguyéndole de ingratitud y excitándolo a penitencia con tan viva eficacia que por los gemidos y llantos en que prorrumpió el pueblo tomó aquel sitio el nombre de “Lugar de las lágrimas”. Asimismo en el libro de Josué, capítulo V, el Ángel Custodio de Israel se aparece al caudillo y en nombre de Dios le instruye minuciosamente para la prodigiosa conquista de Jericó. Igualmente en el capitulo VI del libro de los Jueces se narra la aparición del Ángel a Gedeón, convenciéndole con prodigios para que se pusiese al frente del pueblo y combatiese a los Madianitas, e instruyéndolo para conse­guir la victoria.
 
¡Oh, si con nuestras oraciones y nuestras penitencias, con gran pureza de costumbres y ardiente deseo de servir a Dios, merecié­semos que el Santo Ángel Custodio del Rei­no mostrase a España los caminos del Señor y la guiase y condujese por ellos; qué nueva era de prosperidad, bienandanza y gloria se abriría para nuestra amada Patria!
  
La Antífona y la Oración se rezarán todos los días.
  
DÍA OCTAVO - 29 DE SEPTIEMBRE
Por la señal...
Acto de Contrición y Oración para todos los días
 
Meditación - Intercesión angélica.
I. El tercer oficio, importantísimo, que desempeñan los Santos Ángeles en favor de la humanidad es el de interceder por nosotros. Ocupando por su naturaleza un puesto medio entre Dios y los hombres, y constituidos por Dios protectores de éstos, son solícitos mediadores, que llevan al Señor nuestras preces, nuestras lágrimas y nues­tras buenas obras, y vuelven a nosotros car­gados de las divinas gracias que nos alcan­zan. Doctrina es esta claramente expresada en las Sagradas Letras y enseñada por to­dos los Santos Padres.
 
A San Juan se le manifestó en su visión apocalíptica de poética y expresiva manera. Vio un altar de oro y ante él apareció un Ángel con áureo incensario y se le dieron multitud de inciensos, que son, dice el Sa­grado Texto, las oraciones de los santos, para que las ofreciera en el altar que está ante el trono de Dios, y de la mano del Ángel subió el humo del incienso de las oracio­nes de los santos a la presencia de Dios (Apocalipsis VIII). ¿Y no era el Arcángel San Rafael el que ava­loraba las fervientes oraciones y caritativas obras de Tobías presentándolas al Señor?
  
Solícitamente, dice San Agustín, los San­tos Ángeles ofrecen a Dios nuestras oracio­nes, nuestros trabajos, nuestras lágrimas, nos obtienen la propiciación de la divina benignidad y nos traen la deseada bendición de la gracia”. San Bernardino de Siena los compara con fidelísimos mensajeros “que van y vienen entre Dios y el alma, el amado y la amada, llevando suspiros y trayendo dones, avivando el amor de ésta y aplacan­do los justicieros rigores de Aquél; los Ángeles Custodios, verdaderos mediadores, suben hasta Dios, le ofrecen nuestras oraciones, nuestros gemidos y nuestros votos; le piden perdón y gracia y bajando de prisa nos lo traen”.
 
No sólo llevan nuestras oraciones y bue­nas obras, sino que al presentarlas las enri­quecen con sus súplicas en nuestro favor, para alcanzarnos la divina misericordia. ¡Y cuán eficaz es su intercesión! Si la oración del justo tiene tanta fuerza que ex­clamó San Agustín: “Suba la oración del justo y descenderá la conmiseración de Dios”, ¿cuál no será la eficacia de esos espíritus purísimos, inmaculados y confirmados en gracia por la consumación de la santidad, que es la bienaventuranza eterna? Y aún para aumentar su eficacia alegan su misión, de Dios recibida, de protectores, tutelares y procuradores nuestros, y presentan el mis­mo cuerpo del Hijo de Dios, dice San Juan Crisóstomo, y ruegan por el género humano, diciendo al Señor: “He aquí que te pedimos por los mismos por quienes has dado tu vida en la cruz, por quienes has derrama­do tu sangre, por quienes has inmolado este tu divino cuerpo”.
 
¡Cuánto debemos confiar en la angélica intercesión, y con qué humilde agradeci­miento y encendido amor debemos procurar hacernos dignos por nuestras virtudes y buenos deseos de tan excelso patrocinio!
 
II. Apliquemos esta doctrina al Ángel Custodio de nuestro Reino. ¡Con qué fervor ora siempre por esta Nación que Dios le ha encomendado! ¡Con qué gozo presenta al Señor las buenas obras que para su gloria se realizan en ella! Y ¿cómo no pensar en la alegría que le inundaría en pasados y glo­riosos tiempos, cuando nuestra Patria se cubría de laureles luchando infatigable contra la barbarie de la media luna, cuando enviaba sus hijos a evangelizar mundos nuevos, cuan­do oponía con sus leyes y sus armas insupe­rable dique a las desbordadas herejías, cuan­do las privilegiadas inteligencias de sus sabios irradiaban luz de sana ciencia teológica por todo el mundo, cuando la inspiración de sus artistas revestía de exquisita belleza las verdades y los sentimientos de la fe, cuando sus Santos llenaban de fervor y de gloria a toda la Iglesia! ¡Con qué inefable complacen­cia presentaría el Santo Ángel ante el Señor tantos tesoros de buenas obras, pidiendo bienes sin cuento para nuestra Patria!
 
Mas también debemos ponderar la amar­gura que le causan los pecados y malas obras. Cierto es que no puede padecer dolor ni amargura un espíritu celestial; pero tene­mos que expresarnos de ese modo, por carecer nuestro lenguaje de frases que co­rrespondan a los sentimientos del bienaventurado. Comentando Orígenes aquellas pala­bras de Jesucristo: “Habrá gozo en el cielo por un pecador que haga penitencia”, dice que, por el contrario, lloran los Ángeles cada vez que pecamos; y San Agustín también dice que nuestras faltas dan tristeza a los Ángeles y gozo a los enemigos. Ya antes la Sagrada Escritura había usado de ese lenguaje, diciendo por Isaías: “Llorarán los Ángeles de la paz”.
 
Actualmente ¿da nuestra Patria gozo, o más bien tristeza al Santo Ángel? Tanto pe­cado público, tanta apostasía, tanta y tan descarada y tolerada propaganda de funestos errores y vergonzosos vicios tienen que cau­sarle profunda amargura por ser ofensas al Señor, ruina para nosotros y causa de grandes castigos del Altísimo. ¿Nos obstinaremos en nuestra perdición? ¿Tendrá que decir de España el Santo Ángel lo que de Babilo­nia se dice en la profecía de Jeremías: “Hemos curado a Babilonia y no ha sanado: abandonémosla”?
 
En el Evangelio de San Lucas se lee una parábola muy consoladora; un señor tenía en su campo un árbol de quien en vano un año y otro año esperaba fruto; por fin dio orden de que fuese arrancado y echado al fuego; al oírla el hortelano se compadeció y dijo: “¡Se­ñor, espera un año más, trabajaré y abonaré este árbol con especial esmero, a ver si da fruto!”. Ese árbol infructuoso somos nosotros y el Ángel es quien por nosotros ruega. Alen­temos con confianza, multipliquemos nues­tras buenas obras para que valiéndose de ellas el Ángel nos consiga nuevas gracias, nuevas bendiciones. Por amor a Dios, al Santo Ángel y a nuestra Patria corrijamos nuestras costumbres, enmendemos nuestra vida, abstengámonos de todo pecado, pasemos por todas partes haciendo bien, y oremos sin cesar.

ORACIÓN PARA EL DÍA OCTAVO
Oh, bondadosísimo Ángel Custodio de España, que ardiendo en caridad eres nues­tro abogado ante el trono del Altísimo, pre­sentándole nuestras buenas obras, disculpan­do nuestros defectos, implorando del Señor que tenga clemencia, paciencia y misericor­dia, y pidiéndole gracias y auxilios para que corrijamos nuestra vida, lloremos nuestros pecados y nos reconciliemos con la infinita justicia; de todo corazón damos gracias al Señor que te ha destinado para que tan caritativamente nos protejas, y te las damos a ti suplicándote que nunca nos abandones. Muchos son nuestros pecados, muchos los castigos que merecemos; pero confiados en la gracia divina, en los méritos de nuestro Redentor, en la protección de la Santísima Virgen y en tu mediación e intercesión va­liosísima, proponemos firmemente enmendarnos.
 
Intercede tú siempre por nosotros; estas nuestras oraciones suban por ti a nuestro Señor Jesucristo; humildemente reconoce­mos que no somos como debíamos ser; que no corresponde actualmente nuestra Patria a los misericordiosos designios del Señor sobre ella; pero las oraciones que hoy de ella se levantan y las buenas obras y cristianas virtudes que en ella se practican, pueden mover a piedad la divina misericordia y atraernos nuevas y eficaces gracias, podero­sos auxilios de lo alto para reformarnos, si tú, Ángel Santo, las presentas al Señor ava­lorándolas con tus fervientes suplicas. ¡Que suban de tu mano hasta el trono del Omnipotente como aroma de suavísimo incienso de adoración y amor, para que desciendan después sobre nosotros raudales de gracias que iluminen nuestras inteligencias, enfervo­ricen nuestros corazones, conforten nuestras voluntades para luchar con el espíritu del mal y vencerle, para gloria de Dios, gozo tuyo y salvación de nuestras almas. Amén. Padre nuestro, Ave María y Gloria.
  
EJEMPLO
Hermosísimo caso de eficaz intercesión del Ángel Custodio a favor del pueblo que Dios le encomendara es el que se lee en el capítulo I de la profecía de Zacarías: Israel padecía aún los tristes efectos de su recién terminada cautividad; en ruinas el templo desde setenta años antes, derrumba­das las murallas de Jerusalén, ausente toda­vía gran parte del pueblo, gemía aún saboreando las amarguras de los terribles casti­gos que se había atraído con sus grandes infidelidades a Dios. Y he aquí que Zacarías tiene una profética visión en la cual aparece el Santo Ángel Custodio de Israel diciendo a Dios: “Oh Se­ñor de los ejércitos, ¿hasta cuándo no te apiadarás de Jerusalén y de las ciudades de Judá contra las cuales estás enojado? Ya este es el año septuagésimo”.
  
¡Cuánta compasión y cuánto fervor en esta breve y tierna oración del Ángel interce­diendo por su pueblo! No se hicieron esperar sus saludables efectos. Inmediatamente dijo el Señor palabras de bondad y de consuelo y recibió orden Zacarías de clamar diciendo: “Esto dice el Señor de los Ejércitos: Me ha­llo poseído de grande celo por amor de Je­rusalén y de Sión, y estoy altamente irritado contra aquellas naciones poderosas” (es a saber, las que oprimían y avasallaban al pueblo escogido); “por tanto, esto dice el Señor: Volveré mis ojos compasivos hacia Jerusalén y en ella será edificado mi tem­plo ... mis ciudades aún han de rebosar en bienes y aún consolará el Señor a Sión y de nuevo Jerusalén será su elegida”.
  
¡Cuánto aliento debe infundirnos esa her­mosa página bíblica, y cuán poderosamente debe movernos a pedir constantemente al Santo Ángel de nuestro Reino que interpon­ga en favor nuestro su valiosísima interce­sión! Aunque hayan sido sin número los peca­dos, y aunque los justísimos castigos del Se­ñor lleguen a ser como principio de mortal agonía, puede la angélica intercesión poner remedio, reconciliar a Dios con el pecador, aplacar los divinos rigores y devolver la an­tigua bienandanza.
  
En el capitulo XXXIII del sagrado libro de Job se describe al pecador afligido por justos castigos hasta el punto de que “está para expirar y desahuciada su vida” y se añade que, sin embargo, si intercediese por el un Ángel, mostrándole la justicia de los castigos que sufre y pidiendo al Señor por él, Dios se apiadaría de él, lo libraría de la muerte y le devolvería la lozanía de la ju­ventud.
  
Instemos con fervorosas oraciones a nuestro Santo Ángel para que abra nuestros ojos, ilumine nuestras inteligencias, nos haga concebir un santo horror de todo cuanto sea ofensa del Señor y pida fervorosamente por nosotros para que corrigiéndonos y aplacando los rigores de la divina justicia volvamos a gozar de días prósperos, fecundos en toda suerte de bienes.
  
La Antífona y la Oración se rezarán todos los días.
  
DÍA NOVENO - 30 DE SEPTIEMBRE
Por la señal...
Acto de Contrición y Oración para todos los días
 
Meditación - Jesús y María Santísima, Reyes de la Angélica Milicia.
I. Excelsa es la naturaleza de los Santos Ángeles; encumbrados han sido por la divina bondad en las alturas de la eterna gloria; bienhechores nuestros son, merecedores de nuestra gratitud y dignos de religioso culto; potentísimos para vencer y dominar a nuestros enemigos infernales, así como llenos de sabiduría celestial para iluminarnos y enseñarnos, inflamados en caridad para encendernos en santo amor de Dios y del prójimo, y, por último, eficacísimos intercesores nuestros ante el Señor. Debernos, pues, siempre venerarlos e invocarlos, tributarles culto e imitar sus virtudes y pedirles que oren por nosotros, y que presenten nuestras oraciones y buenas obras a Jesús y a María Santísima, para que así lleguen al trono del Omnipo­tente. Porque con ser tan excelsos y santos los bienaventurados Ángeles, no son más que súbditos fidelísimos de Jesús y de María, a quienes sirven y obedecen, procurando la salvación de nuestras almas.
  
El centro, la cabeza de toda la creación es nuestro Redentor adorable Jesucristo. El Verbo divino se hizo hombre, y por los in­sondables misterios de la sabiduría de Dios en la Encarnación, que nunca se sacian de contemplar los Santos Ángeles (I Pedro I, 12), Jesucris­to quedó constituido en Rey y cabeza de los Ángeles y de los hombres; “por Él fueron creados, dice el apóstol San Pablo, todas las cosas en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, ora sean tronos, ora dominaciones, ora principados, ora potestades: todas las cosas fueron creadas por Él mismo y en atención a Él mismo” (Colosenses I, 16); Dios Padre, “colo­cándole a su diestra en los cielos, sobre todo principado y potestad y virtud y dominación, y sobre todo nombre y dignidad, por celebrado que sea, no sólo en esta vida sino también en la futura” (Efesios I, 20), ha entronizado y proclamado Rey a Jesucristo, “el cual está a la diestra de Dios, habiendo subido al cielo y estándole sumisos los Ángeles y las potes­tades y virtudes” (I Pedro III, 22), es decir, todas las ce­lestiales jerarquías angélicas.
  
Uno es nuestro Maestro: Cristo, el que es la luz del mundo, el camino, la verdad y la vida; y para adoctrinarnos se vale de la jerarquía visible que ha instituido en la tierra, y del invisible ministerio de los Ángeles a quienes comunica divinas iluminaciones acerca de los misterios de la gracia.
  
Cristo tiene sobre los Ángeles preeminencia de dignidad por la unión hipostática, preeminencia de perfección por la plenitud de la gracia, y preeminencia de dominio, porque todo lo ha sujetado el Padre a su po­der, y todos, aun los mismos Ángeles, participan de Él dones y gracias de vida sobrenatural.
  
Y María Santísima, la Inmaculada Virgen Madre, por la dignidad que le da el ser­lo de Dios, por la plenitud de sus gracias y méritos, por las singularísimas relaciones que con cada una de las tres divinas personas la une, atesora en sí mayor dignidad y santi­dad que todos los Santos y todos los Ángeles juntos; Reina de los Ángeles la proclama la Iglesia y ellos se extasían contemplando sus virtudes y admirando su grandeza, y se postran reverentes ante ella venerándola y esperando sus mandatos.
   
Los Santos Ángeles desde el principio del mundo defendían y auxiliaban al huma­no linaje, llevaban a Dios las oraciones de los hombres y a éstos traían gracias y dones divinos; al instituir Cristo su Iglesia la ha dotado de fuertes gracias y dones, los Santos Sacramentos, es nuestro intercesor y abogado, ora y se ofrece perennemente en sacrificio por nosotros; mas no por eso ha cesado el angélico ministerio, sino que ha sido dotado de mejores medios de hacernos bien; por eso dijo muy acertadamente Orígenes que después de encarnarse el Verbo “los Ángeles nos defienden más eficazmente”.
  
¡Oh, cuán grandes, cuán llenos de sabidu­ría y misericordia son los designios de Dios para santificarnos y darnos la vida eterna!
  
II. Exponiendo la doctrina que antece­de decía el apóstol San Pablo a los colo­senses (Colosenses II, 18): “Que nadie, pues, os seduzca con culto supersticioso de los Ángeles”; y se refería a los herejes que, negándoselo a Cristo, atribuían a los espíritus celestiales el oficio de mediadores para con Dios. ¿Cómo recurrir a los miembros y súbditos con despre­cio de su cabeza y jefe? “Todo lo tenéis en Cristo, que es la cabeza de todo principado y potestad” (Colosenses II, 10).
  
Si en los tiempos de San Pablo había tales herejes, como en los del paganismo se adoraba a los Genios o espíritus, maléficos o bienhechores, y por desconocer el verdadero oficio de tan excelsos seres espirituales se pecaba pretendiendo venerarlos; también en nuestros días, como reacción, pero extra­viada, contra el crudo materialismo de la pasada centuria, se va extendiendo y propagando un espiritualismo erróneo y morboso; y tanto en las supersticiones espiríticas, como en los delirios teosóficos se presenta a los seres puramente espirituales con ac­ción e influencia independiente de Nuestro Señor Jesucristo, Contra tales errores nos previene nuestra fe. Todo ser espiritual que no obedece a Cristo ni enseña conforme a sus doctrinas es perverso y enemigo del hombre. Un Ángel bueno no puede obrar en nuestras almas sino para servir a Cristo, para aumentarnos su gracia y amor, y ni enseña contra la fe, ni induce a obrar contra la ley de Cristo y de su Santa Iglesia.
  
El más puro culto, la más aceptable devoción, el más grato obsequio que podemos tributar a los Santos Ángeles es esmerarnos en creer y obrar de perfecto acuerdo con la Iglesia.
  
Nada desea tan vivamente de nosotros el Santo Ángel como ver establecido en cada uno y en toda España el Reino de Dios. “Ese Reino está dentro de nosotros mismos” (Lucas XVII): si estamos en gracia, Dios reina en nuestro corazón; si caemos en pecado, levantamos al demonio trono de soberanía en nuestra alma.
  
Que sea este el fruto práctico que saquemos de esta novena; ciertamente, con nin­gún otro agradaremos tanto como con este al Santo Ángel Custodio de nuestro Reino: pureza de fe, creyendo cuanto enseña la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana; santidad de costumbres, esforzándonos en el cumplimiento y observancia de las leyes de Dios y de su Iglesia; y un amor ardiente a Jesucristo y a su Santísima Madre, dispen­sadora de todas las gracias, y amor, agradecimiento, y devoción al Santo Ángel que sirve a Jesús y a María, defendiendo y protegiendo esta noble tierra, tan amada de Dios.

ORACIÓN PARA EL DÍA NOVENO
¡Oh Jesús, Hijo de Dios, Soberano Rey de cielo y tierra, cuyo reinado florece en los cielos sobre los Ángeles y los Santos y en la tierra sobre los justos! Postrados ante Ti, te adoramos como a nuestro Dios y te pro­clamamos por nuestro Rey. ¡Venga a nos­otros el tu Reino, que, “es la justicia, la paz y el gozo del Espíritu Santo”! (Romanos XIV, 17). Gracias fervientes te damos por haber destinado para nuestra custodia a un Ángel de los que te adoran y sirven. ¡Oh, Señor, gobiérnanos y dirígenos por medio de él, porque tú eres nuestro Salvador!

¡Oh, Virgen Santísima, Reina de los Ángeles, tú que tanto amas a nuestra Patria que te dignaste honrarla con tu presencia viviendo aún en carne mortal; haz que no desmerezca España tus constantes favores, que goce siempre de tu predilección y patrocinio!

Y tú, Ángel bendito, acoge benignamente estos cultos que te hemos dedicado; tú ves nuestro amor, nuestra gratitud y nues­tros vivísimos deseos de agradarte para me­recer cada vez más tu protección y ayuda. Cúbrenos con tus alas, para que al calor de tu defensa crezcamos en virtud; no nos de­jes caer en pecado, y si caemos muévenos a penitencia y enmienda; inspíranos el bien y danos muchas ocasiones de practicarlo; defiende en cada uno de nosotros y en to­dos los españoles el reinado de Jesús; para que todos tengamos una misma fe y un mismo corazón confortado con la gracia del Señor. Reinen en nosotros la justicia, la paz y el gozo de que el Espíritu Santo llena las almas de los justos; para que después de adorar y servir bajo tu protección a Dios en esta vida, gocemos en tu compañía de la eterna felicidad del Cielo. Amén. Padre nuestro, Ave María y Gloria.
  
EJEMPLO
La misma doctrina de la supremacía de nuestro divino Redentor Jesucristo sobre los Ángeles y sobre toda criatura, que revelada por el Espíritu Santo nos enseñó en sus Epístolas el apóstol San Pablo, fue inspirada al Evangelista San Juan en una maravillosa visión que describe en su Apocalipsis (Cap. V): Arrebatado en éxtasis vio el cielo abierto y a Dios sentado en su trono, y cuanto le rodeaba entonaba cánticos de alabanza y adoración. Y tenía el Señor en su diestra un libro, escrito por dentro y por fuera, y sellado con siete sellos. Y al mismo tiempo vio a un Ángel fuerte y poderoso pregonar a grandes voces: “¿Quién es el digno de abrir el libro y levantar sus siete sellos?”. Y nadie podía ni en el cielo ni en la tierra, ni debajo de la tierra abrir el libro, ni aun mirarlo.

Apenado por esto, dice el vidente apocalíptico que se deshacía en lágrimas, cuando uno de los ancianos le dijo: “No llores: mira ya como el león de la tribu de Judá, estirpe de David, ha ganado la victoria para abrir el libro y levantar sus siete sellos”. Y miró y vio que delante del trono estaba un Cordero como inmolado, el cual se acercó y recibió el libro de la diestra de Dios. Y apenas el Cordero (que representa a Nuestro Señor Jesucristo, león por su poder y fuerza invencible y cordero mansísimo por su inocencia y candor, por su mansedumbre y paciencia, león que venció y encadenó las potestades infernales, y cordero que con su sacrificio y su sangre borró los pecados del mundo), hubo abierto el libro, todos los que ro­deaban a Dios en su trono cayeron postra­dos ante el Cordero y le tributaron la melodiosa música de sus cítaras y los perfumes de sus incensarios de oro, que son las oraciones de los santos, mientras cantaban: “Digno eres, Señor, de recibir, el libro y de abrir sus sellos, porque tú has sido entregado a la muerte y con tu sangre nos has rescatado para Dios de todas las tribus y len­guas y pueblos y naciones”.
  
Y vio también y oyó la voz de muchos Ángeles alrededor del trono y su número era millares de millares, los cuales decían con poderosa voz: “Digno es el Cordero que ha sido sacrificado de recibir el poder y la divinidad y la sabiduría y la fortaleza y el honor y la gloria y la bendición”.

Y a todas las criaturas que hay en el cielo y sobre la tierra y debajo de la tierra y las que hay en el mar; a cuantas hay, a todas oyó el Evangelista, que uniendo sus voces en armonioso cántico, adoraban a Jesucristo, diciendo: “Al que está sentado en el trono y al Cordero, bendición y honra y gloria y potestad por los siglos de los siglos”.

¡Oh, que nuestra voz no falte nunca en ese coro maravilloso; que en unión con la de su Santo Ángel la voz de España se levante siempre valerosa y esforzada para dar a Je­sucristo el testimonio de su fe, de su adoración, y de su amor!
  
La Antífona y la Oración se rezarán todos los días.

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