jueves, 5 de enero de 2017

LAS CUATRO CIUDADES

Revelaciones de Santa Brígida de Suecia, Libro tercero, capítulo XXVIII: "La Virgen instruye a la novia sobre cómo amar y sobre cuatro ciudades en donde se hallan cuatro amores y sobre cuál de éstos es apropiadamente llamado el amor perfecto".
 
La Madre habla a la novia (Santa Brígida), diciendo: “Hija, ¿me amas?” Ella responde: “Mi Señora, enséñame a amar, porque mi alma está profanada de falso amor, seducida por un veneno mortal, y no puede entender el verdadero amor.” La Madre dice: “Te enseñaré. Hay cuatro ciudades en donde hay cuatro tipos de amor, es decir, si es que llamamos amor a cada uno de ellos, dado que ningún amor puede propiamente encontrarse excepto en donde Dios y el alma están unidos en la verdadera unión de las virtudes. La primera ciudad es la ciudad de la prueba. Éste es el mundo. Un hombre es colocado ahí para ser probado sobre si ama o no a Dios.
 
Esto es para que pueda conocer su propia debilidad y adquiera las virtudes por las cuales pueda retornar a la gloria, de modo que, habiendo sido limpiado en la tierra, pueda recibir una gloriosa corona en el cielo. Uno encuentra amor desordenado en esta ciudad, porque el cuerpo es amado más que el alma, porque hay un deseo más ferviente de bienes temporales que de los espirituales, porque el vicio es honorado y la virtud despreciada, porque los viajes al extranjero son más apreciados que la propia patria, porque un pequeño ser mortal logra más respeto y honor que Dios cuyo reino es eterno.
 
La segunda ciudad es la ciudad de la limpieza en donde se lava la suciedad del alma. Dios ha querido instaurar lugares donde una persona que se ha vuelto orgullosa en el uso negligente de su libertad, pero sin perder su temor de Dios, pueda ser limpiada antes de recibir su corona. Uno encuentra amor imperfecto en esta ciudad, en tanto Dios es amado a causa de la esperanza que tienen una persona de ser liberada de cautiverio pero no por un ardiente afecto. Esto es debido al desánimo y la amargura en reparar la propia culpa. La tercera ciudad es la ciudad de la pena. Esto es el infierno. Aquí uno encuentra un amor por cada tipo de maldad e impureza, un amor por cada tipo de envidia y obstinación. Dios también gobierna esta ciudad. Esto lo hace equilibrando la justicia, la debida moderación de castigos, la restricción del mal, y la imparcialidad de las sentencias que toman en consideración los méritos de cada pecador.
 
Algunos de los condenados son grandes pecadores, otros menores. Las condiciones para su castigo y retribución son se establecen acordemente. Aunque todos los condenados están encerrados en la oscuridad, no todos ellos la experimentan de una y la misma forma. La oscuridad se diferencia de la oscuridad, el horror del horror, el fuego infernal del fuego infernal. El gobierno de Dios es de justicia y misericordia en todo lugar, incluso en el infierno. Así, aquellos que han pecado deliberadamente tienen su castigo específico, aquellos que han pecado por debilidad tienen uno diferente, aquellos que están son retenidos sólo a causa del daño hecho por el pecado original tienen, de nuevo, uno diferente. A pesar que el tormento de estos últimos consiste en la falta de la visión beatífica y de la luz de los elegidos, aún así se aproximan a una misericordia y alegría en el sentido de que no experimentan horribles castigos, ya que no sufren los efectos de ningún acto malvado de su propia acción. De otra manera, si Dios no ordenase el número y límite de los castigos, el demonio nunca mostraría límite alguno para atormentarles.
 
La cuarta ciudad es la ciudad de la gloria. Aquí uno encuentra el amor perfecto y la caridad ordenada que no desea nada sino a Dios o por honor a Dios. Por tanto, si llegases a alcanzar la perfección de esta ciudad, tu amor necesita cuatro cualidades: debe de ser ordenado, puro, verdadero y perfecto. Tu amor es ordenado cuando amas el cuerpo sólo con vistas a mantenerte, cuando amas al mundo sin superficialidades, a tu prójimo por amor a Dios, a tu amigo por el bien de la pureza de vida, y a tu enemigo por honor a la recompensa. El amor es puro cuando el pecado no es amado junto a la virtud, cuando se desprecian los malos hábitos, cuando el pecado no se toma a la ligera. El amor es verdadero cuando amas a Dios con todo tu corazón y afecto, cuando tomas la gloria y el temor de Dios como primera consideración en todas tus acciones, cuando no cometes ni el menor pecado mientras confías en tus buenas obras, cuando practicas la templanza prudentemente sin volverte débil por mucho fervor, cuando no tienes una inclinación al pecado a causa de la cobardía o ignorancia de las tentaciones. El amor es perfecto cuando para una persona nada es más deleitable que Dios. Esta clase de amor comienza en el presente pero es consumado en el cielo. ¡Ama, entonces, este tipo de amor perfecto y verdadero! Todos los que no lo tienen serán limpiados, sin importar si son creyentes o fervientes o un niño o bautizados. De lo contrario irán a la ciudad del horror.
 
Así como Dios es uno, así también hay una fe, un bautismo, una perfección de gloria y recompensa en la iglesia de Pedro. Correspondientemente, cualquiera que desea alcanzar al único Dios debe de tener (uno y) el mismo y único amor y voluntad como el único Dios. Miserables son aquellos que dicen: 'Es suficiente para mí ser el menor en el cielo. Yo no quiero ser perfecto.' ¡Qué pensamiento sin sentido! ¿Cómo puede alguien que es imperfecto estar en donde todos son perfectos, ya sea a través de la inocencia de vida o la inocencia de la infancia o por expiación o por fe y buena voluntad?”

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