miércoles, 7 de agosto de 2019

SAN ALBERTO DE SICILIA, CONFESOR CARMELITA

  
Nació Alberto en Trápani de Sicilia, y fue hijo tardío de Benito de los Abate y Juana Palizi, matrimonio que luego de más de dos décadas sin hijos, prometieron a la Virgen María de Trápani consagrarle un hijo como religioso suyo, si ella les concedía tenerlo. Y nació Alberto en ¿1250?, que fue educado en la piedad y las letras. A los 8 años su padre quiso prometerlo en matrimonio con alguna niña de padres nobles y ricos, pero la madre, recordando el voto, se lo hizo saber a Alberto. Este, que ya era muy devoto de la Madre de Dios, prometió a su madre cumplir el voto. ¡Y de qué manera!: Se fue al convento de los carmelitas de Santa María Anunciada en Trápani y pidió ser admitido como religioso. Los frailes se negaron, por ser muy niño, y sus padres admitieron la negativa, hasta que esa misma noche se les apareció la Virgen María y les amenazó con su enojo, por lo que corrieron al convento a llevar al niño. Así que los religiosos, al ver la voluntad de ambos padres, le admitieron en la comunidad.
 
Tomó el hábito y, a pesar de ser niño, aventajaba en piedad, penitencia, caridad, obediencia y todas las virtudes, a religiosos mayores. Ayunaba, llevaba cilicio, jamás bebió vino y su hábito era puro remiendo. El demonio le tentaba constantemente, por su virtud: Sucedió que, siendo ya adolescente, el demonio le tentó en forma de una bella joven que le incitaba al pecado, pero Alberto, trazando la señal de la cruz, la hizo desaparecer. En otra ocasión, cuando se hallaba orando, el diablo le lanzó la lámpara del altar, pero Dios la sostuvo en el aire, hasta terminar la oración el santo. Profesó a los catorce años, cuando la edad lo permitía, y redobló sus penitencias, como añadir yerbas amargas al pan, los viernes. A los 24 años, luego de estudiar la teología, aunque se negó a ordenarse de presbítero, lo hizo por obediencia. Destacó en la predicación y el ministerio del confesionario, especialmente convirtiendo judíos. Fue muy devoto de la Virgen María, con la cual tenía largas conversaciones y la que en más de una ocasión le dejó tener al Niño Jesús en sus brazos.

Pasó algún tiempo en el convento de Mesina, ciudad donde convirtió a muchos judíos con su predicación y a la que libró del hambre causada por un asedio por el rey de Nápoles Carlos I de Anjou (y para empeorar, el rey sitiado Federico II de Sicilia quería destruir la ciudad antes que entregarla): algunas naves cargadas de víveres consiguieron llegar milagrosamente hasta los asediados.
   
Con los años, fue nombrado Provincial, y visitó, siempre a pie, todos los conventos, poniendo orden, predicando y amando a sus religiosos. Finalmente, le llegó el momento de la muerte, que supo anticipadamente, por revelación divina, y así lo dijo. Y no solo eso, sino que su hermana, que vivía lejos de él, también moriría al mismo tiempo. Y llegó el día, 7 de agosto de 1307: Habiendo hecho la recomendación del alma, expiró suavemente, y se vio salir de su boca una paloma. Una campana, mandada a hacer por el santo dobló tristemente por sí sola. En sus funerales estuvieron presentes el rey de Sicilia, los obispos y clero. Habiendo duda en si celebrar la misa de difuntos, o misa de santos confesores, se vieron en el cielo a dos Ángeles con estolas blancas que cantaban el “Os justi meditábitur sapiéntiam”, con lo cual, se entendió que había que decir la misa de Santos Confesores.
  
Su culto, permitido por el Papa Calixto III en 1457, fue confirmado por bula del Papa Sixto IV en 1476. Cuando Santa María Magdalena de Pazzi se sintió tentada a abandonar la comunidad carmelita de Florencia y retornar al mundo, imploró la intercesión de San Alberto en el cielo: el santo la libró de esa tentación y se le apareció para confirmarla en su buen propósito.

Supo plasmar en su alma el verdadero espíritu del Carmelo viviendo el nada fácil equilibrio entre la vida contemplativa y la activa. Por la vivencia de este doble espíritu eliano fue venerado como uno de los primeros y más grandes santos de la Orden, de la que más tarde fue considerado Patrón y Protector. Compartía su celo y todo el anhelo de su candorosa alma entre la propia santificación y la del prójimo, dirigido todo a la mayor gloria de Dios. Este mismo celo le hacía sentir una vocación fuerte y constante a la predicación de la divina palabra y Dios premiaba visiblemente sus fatigas apostólicas con la conversión de muchos judíos e infieles a la fe de Jesucristo. En sus sermones hacía hincapié en el amor de Dios y del prójimo, el odio del pecado, la hermosura de la virtud y la fealdad del vicio, las espinas y la caducidad de los bienes temporales y la seguridad de los eternos.

En el himno de Laudes de su fiesta se dice:
"...Con dura penitencia / domando las pasiones, / será sol que difunde / sagrados esplendores. / Satán pretende, astuto, / que la oración acorte; / Alberto persevera / orando día y noche..."
   
Desde el inicio su sepulcro fue meta de peregrinaciones y milagros. El modo más común de obtener la curación era que los enfermos estaban dos o tres días junto a las reliquias, hasta que veían al santo, vestido de blanco, dándoles la bendición; entonces sanaban. Otros milagros sucedieron a poner en duda su santidad, la legitimidad de su culto, o su fama de taumaturgo. En Trápani, uno que se había arruinado, viendo una imagen de María y otra de San Alberto, dijo: “Muchas veces te he llamado, y no me has oído; no te tendré más por Santo, pues no me has ayudado; y tú, María, que eres llamada Madre de Gracia, también has cerrado a mis ruegos tus oídos”. Y tomó una espada e hirió a las imágenes, de las cuales brotó sangre; mientras que una centella fulminó al sacrílego.

San Alberto de Sicilia es invocado particularmente contra las fiebres, tan frecuentes en el Agosto a causa de la corrupción de las aguas por el calor estival; y los Carmelitas acostumbraban bendecir en su fiesta el agua, la cual era dada a beber a los enfermos de fiebre.

ORACIÓN
Oh Dios, que te dignaste llamar a tu confesor el bienaventurado San Alberto, habiendo despreciando el mundo, a la sagrada religión de tu Madre María, concédenos te suplicamos, que por sus méritos y ejemplos, servirte dignamente, para que merezcamos gozarte con él en la gloria eterna. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

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