viernes, 8 de mayo de 2020

«EL ANSIA MESIÁNICA POR LA VACUNA ES PELIGROSA, ANTICIENTÍFICA E INMORAL».

Traducción del artículo publicado por el epidemiólogo Paolo Gulisano en LA NUOVA BUSSOLA QUOTIDIANA y en su bitácora personal.
«Existe también un principio de prudencia estrechamente científico. Uno de los principios fundantes de la Medicina, casi desde sus principios, y es este: primum non nocére. Si fuese posible desarrollar una vacuna, deberá hacerse respetando los criterios de ausencia de toxicidad y nocividad. El error en este sentido de las tentativas hechas para el SRAS debe llevar a la prudencia. Desde este punto de vista, una vacuna que se respete necesita de un trabajo de al menos cinco años, no cinco meses. Está después la cuestión del uso de los fetos abortados y de una lógica utilitarista inaceptable. La fortísima presión mediática en favor de la vacuna no puede convertirse en una coartada para sobreseer valores irrenunciables».
 
 
Con el pasar de los días se están sucediendo las noticias sobre las noticias y confirmaciones relativas a los éxitos de las terapias para derrotar el Covid-19 [sic]. Datos siempre más confortantes, que todavía –por motivos incomprensibles– son acogidos frecuentemente con escepticismo, a veces precisamente con sospecha y desconfianza.
 
Al contrario, parece haber un comportamiento de absoluto fideísmo frente a las vacunas: pocos tienen duda que llegará, tal vez pronto o ya, y resolverá todos los problemas. Precisamente, exponentes eminentes de la Iglesia oran para que sea realizada cuanto antes. Cuáles son los fundamentos de esta confianza, si no precisamente creencia, no se sabe. Parecería ser un resultado de cierta martillante campaña propagandística, que casi desde el inicio de la pandemia ha indicado en la vacuna la solución del problema. Pero será lícito tener cualquier duda: no siempre para cualquier enfermedad dada es posible realizar la respectiva vacuna, más: no hay vacuna para el VIH, no hay vacuna para la hepatitis C (como sí para la A y la B) que es una de las enfermedades infecciosas más peligrosas, y sobre todo nunca se ha realizado vacuna para ningún tipo de Coronavirus, una familia de virus que conocemos desde hace sesenta años.
 
¿Y qué decir del SRAS? Sabemos que el actual Covid-19 [sic] tiene un patrimonio genético muy semejante al del Coronavirus del SRAS del 2002. ¿Cómo sería posible ahora desarrollar una vacuna mientras en los dieciocho años pasados no lo han logrado con el primer SRAS? A decir verdad, las tentativas de producir una vacuna anti-SRAS se hicieron, con resultados absolutamente negativos. Se experimentaron cuatro vacunas sobre sujetos de prueba animales, y si es verdad que determinaban la producción de anticuerpos para el virus, mecanismo que no es tan sorprendente como en la Nuova Bussola Quotidiana ha ilustrado el profesor Bellavite, todos los ratones presentaron graves efectos colaterales, y más exactamente una inmunopatología de tipo Th2 con infiltración importante de eosinófilos. Los investigadores llegaron a la conclusión que era oportuno proceder con mucha cautela en la aplicación de una vacuna SARS-CoV en el hombre, y por consecuencia no se hizo nada más.
 
Por ende, las noticias de una vacuna ya lista y disponible en pocos meses, tal vez entre el próximo invierno, justo para prevenir la temida “segunda oleada”, deben acogerse con grande prudencia y sentido crítico, por lo menos análogo a cuantos han encontrado la eficacia y propuesto el uso terapéutico de la cloroquina, de la heparina y del plasma.
 
La espera de la vacuna en cambio aflora paroxismos casi mesiánicos. También por este motivo será conveniente que los exponentes de la Jerarquía eclesiástica se abstengan de patrocinar la vacuna, por lo menos hasta tanto que se conoscan cuáles tipos de vacunas se propongan. Desde este punto de vista, una intervención verdaderamente preciosa es la del obispo estadounidense Joseph Strickland de Tyler, Texas, que ha declarado públicamente su propia objeción de conciencia frente a una eventual vacuna para el coronavirus producida utilizando tejidos provenientes de bebés abortados. Monseñor Strickland se ha distinguido en esta pandemia por sus intervenciones en el ámbito bioético. En particular ha tenido el mérito de denunciar con fuerza el emerger de prácticas eutanásicas frente a los ancianos y los discapacitados. A finales de marzo, rechazó firmar una “Declaración sobre la falta de recursos sanitarios” querida por la Conferencia episcopal de Texas. «Los ancianos, los discapacitados y los más vulnerables –había declarado– deberían siempre ser protegidos y se necesita mostrar un amor preferencial», en cuanto son «los pobres en medio de nosotros, durante esta pandemia». El obispo Tyler había recordado que hay algunos principios de teología moral que deben ser aplicados siempre. «Por ejemplo, la familia deberá siempre ser consultada y considerada al tomar decisiones morales vitales como estas».
 
En cuanto concierne a la vacuna, monseñor Strickland ha expresado su malestar por el hecho «también con el Covid-19 [sic] discuten sobre los tejidos fetales abortados para la investigación médica». El prelado tejano ha tocado un botón verdaderamente dolente: de algún tiempo aca algunas organizaciones provida estadounidenses denuncian que diversas vacunas son producidas utilizando líneas celulares obtenidas de fetos abortados. Se trata de vacunas muy difundidas, y utilizadas en Italia, como la vacuna cuadrivalente para el sarampión, paperas, rubéola y varicela, y la vacuna contra la hepatitis A.
 
También para algunas de las vacunas actualmente en estudio contra el Covid [sic] están utilizando células fetales abortadas. Y no de abortos espontáneos, sino de abortos provocados. En un comunicado de prensa, la asociación Children of God for Life ha explicado cómo «en la mayor parte de las vacunas contra la influenza estacional, la necesidad de producir rápidamente grandes cantidades fue un problema por muchos años puesto que las farmacéuticas utilizaban huevos de gallina para cultivar sus virus. Son necesarios varios meses y millones de huevos para producir las vacunas y así tantas compañías han comenzado a investigar otras líneas celulares para una producción más rápida». Y estas líneas celulares podrían ser las humanas, recabadas de fetos abortados.
 
Los problemas éticos elevados por la investigación, producción, comercialización y uso de las vacunas no son pocos ni nuevos. Para el Covid [sic] podrían ser olvidados a propósito en nombre de la “emergencia”. La gente podría ser fácilmente inducida a aceptar la lógica del “fin que justifica los medios”. Para salvar del Covid [sic] a tantas personas, ¿por qué no se deberá aceptar el sacrificio de los fetos? Este es en realidad un verdadero y propio chantaje moral, que pastores valientes como Strickland han denunciado. Un buen fin no puede nunca justificar un medio malo. Además, el uso de estas vacunas acaba por ser un incentivo a la investigación basada en esta perversa “cadena de montaje”: producción de embriones y su sucesivo asesinato para producir material para la producción de vacunas. La fortísima presión mediática en favor de la vacuna no puede convertirse en una coartada para sobreseer valores irrenunciables.
 
Los entusiasmos de aquellos que auspician, sueñan y esperan la vacuna para el Covid [sic] pronto se enfriarán. Ha hecho bien monseñor Strickland al plantear el problema de la eticidad de estas vacunas, pero existe también un principio de prudencia estrechamente científico. Uno de los principios fundantes de la Medicina, casi desde sus principios, y es este: primum non nocére. Si fuese posible desarrollar una vacuna, deberá hacerse respetando los criterios de ausencia de toxicidad y nocividad. El error en este sentido de las tentativas hechas para el SRAS debe llevar a la prudencia. Desde este punto de vista, una vacuna que se respete necesita de un trabajo de al menos cinco años, no cinco meses. En el ámbito científico la prisa es absolutamente enemiga del bien. Alguno podrá objetar: pero para el Covid [sic] se están invirtiendo ingentes recursos económicos, gracias sobre todo a “benefactores” interesados como Bill Gates. Y aquí precisamente se podría responder: ¿por qué no se hizo antes, para otras enfermedades? Cada año mueren en el mundo millones de personas por la malaria, fiebre amarilla, tuberculosis, tifo, cólera y otras más. ¿Por qué para estas enfermedades las industrias farmacéuticas y los Gobiernos y las Fundaciones no se empeñan con la misma alacridad y la misma abundancia de medios?

Una última objeción es fácilmente imaginable: y entonces, si debemos esperar años para una eventual vacuna que ofrezca condiciones de seguridad y tal vez se también hecha respetando la ética médica, ¿qué se hará en el entretiempo? La respuesta está ya en los numerosos directores terapéuticos que se están encontrando. También sin vacuna, el Covid [sic] puede ser curado, puede convertirse en una enfermedad combatible. Finalmente, y esta es mucho más que una hipótesis, el Covid [sic] podrá desaparecer, si no para siempre por mucho tiempo, como sucedió con la influenza H1N1, como sucedió para el SRAS 1. Y entonces no tendremos más necesidad de la mesiánica vacuna.
  
PAOLO GULISANO.
Epidemiólogo.

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