Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Este jueves de Corpus Christi junto con el Jueves Santo y el Jueves de la Ascensión son los días más solemnes de la liturgia católica.
La
fiesta del Corpus Christi está íntimamente ligada con el Jueves Santo,
con la Santa Misa y con el sacerdocio; eso hace que sea como el centro,
el corazón de la Iglesia expresado a través de la liturgia de este
jueves de Corpus. Y la relación que hay entre el Jueves Santo y el de
Corpus, consiste en que el Jueves Santo nuestro Señor instituyó el sacerdocio y la Santa Misa.
Mandó a sus apóstoles efectuar en conmemoración de Él, de ese
testamento, de esa alianza pactada con su sangre por el rescate que Él
pagó, redimiéndonos del pecado y del poder de Satanás, la institución de
esa conmemoración ocurrida en la Cena del jueves Santo; fue una anticipación del Sacrificio cruento de nuestro Señor en la Cruz. La Santa Misa es, pues, la renovación incruenta de ese Sacrificio del Calvario;
la única diferencia está en el modo de ofrecerlo y éste consiste en la
Santa Misa, en hacerlo incruentamente bajo las especies del pan y del
vino; esa doble consagración prefigura la separación del alma de nuestro
Señor, es decir, la muerte y por eso, ese mismo día, nuestro Señor instituyó el sacerdocio en sus apóstoles.
La
Iglesia, entonces, al celebrar la fiesta del Corpus Christi lo hace con
la solemnidad y alegría debidas, que no se puede hacer el Jueves Santo
por la tristeza y el dolor de la Pasión de nuestro Señor que conmemora
toda la Semana Santa; así lo celebra hoy con alegría, con esa profusión
de fe y esperanza, pero que desafortunadamente en estos tiempos modernos queda eclipsada pasando como un día laboral más, por lo que se va perdiendo su memoria y su importancia. Pero no debemos olvidar que la fiesta del Corpus Christi, del cuerpo de nuestro Señor sacramentado, lo tenemos por el Santo Sacrificio de la Misa. Es la Fiesta del Santo Sacrificio de la Misa; sin este Sacrificio no habría Jesús Sacramentado, no habría comunión, no habría synaxis,
si es que queremos usar esa palabra tan utilizada hoy; ni aun en el
buen sentido habría comunión, porque, ¿qué comulgaríamos si no hubiese
la Misa que es esencialmente el Sacrificio de nuestro Señor bajo las
especies del pan y del vino, realizada por el sacerdote en persona Christi, como alter Christi, otro Cristo que es sacramentalmente instituido por el sacramento del orden?
Todas estas cosas pasan desapercibidas, cuando no negadas por la nueva teología que quita (desacraliza) el carácter de sagrado a lo más sagrado que tiene la Iglesia católica, lo más sagrado del testamento de nuestro Señor, y de ahí la gravedad, desfigurando al sacerdote, no hecho ya para el sacrificio que da lo sagrado, sacra dans, dar las cosas sagradas. ¿Qué
más sagrado que realizar en la misma persona de nuestro Señor el mismo
Sacrificio de la Cruz renovado, actualizado, sobre el altar de un modo
incruento? Esa es la misión del sacerdote. Hoy viene a ser,
comparado mundanamente a un hombre más y cuando se celebra la Santa
Misa, considerardo como un presidente que dirige a sus hermanos, realizando una synaxis, o un ágape; pero no
es un sacrificio, sino una mera conmemoración, recuerdo de lo que
aconteció y muchas veces no ya de lo que aconteció en el Calvario sino
del misterio Pascual, como hoy tanto se habla.
Y no del misterio Pascual católico, sino del misterio Pascual a la manera judía, esa es la síntesis que hacen los mismos teólogos de la nueva teología, de la definición de la cena eucarística, no como Misa ni Sacrificio, sino conmemoración o memorial de una Pascua al estilo judío. La prueba está en que las oraciones del ofertorio están calcadas de ese ritual de la Pascua judía,
con lo cual se puede concluir basados en ese trabajo que se hizo hace
poco y que la Fraternidad Sacerdotal (San Pío X) presentó a Roma para
mostrar la gravedad; y la síntesis que se puede hacer de ese trabajo, es
que: la nueva misa por la voluntad de aquellos que la confeccionaron, no es más ni menos que el memorial de la Pascua judía.
Hasta allá se llegó y aunque algunos pretendan que sea el memorial de la Pascua católica, eso sería falso, no es el memorial de la Pascua de la Resurrección, sino de la muerte de nuestro Señor Jesucristo inmolado en la Cruz; no cambiemos los términos, en la teología del dogma cada palabra, cada concepto, tiene su peso específico y no es que no se pueda cambiar ni una palabra, es que hasta ni siquiera una coma y ni una tilde en las cosas que son de Dios y
que es Dios quien nos las lega y encomienda para que la Iglesia
católica, apostólica y romana las guarde santamente y fielmente las
trasmita.
Esto es lo que hace la Tradición. Por eso no puede la Iglesia católica sin Tradición católica custodiar santamente y trasmitir fielmente. Esa
es su misión y para ello está investida de infalibilidad, no para
proclamar nuevos dogmas ni nuevas verdades ni nuevas cosas, sino para
proclamar aquello que en sustancia Dios reveló y que la Iglesia custodia
y transmite a través de las generaciones hasta el fin del mundo, para que los hombres adhiriéndonos a la fe de la Iglesia, nos salvemos. Esa es la misión de la Iglesia y no otra; de ahí la importancia, sobre todo hoy cuando la misa romana es atacada y perseguida, esa misa que el Santo papa Pío V, quien fue también inquisidor, canonizó, excluyendo toda posible equivocación o error; por eso es una misa canonizada, por eso es una misa a perpetuidad, por eso la podemos decir nosotros con toda tranquilidad y por eso es
un crimen perseguirla, porque sería perseguir a la Iglesia, apuñalar el
corazón de la Iglesia, traicionar a nuestro Señor, falsificar su
testamento, no sería cumplir su voluntad, no seríamos sus herederos; esa es su importancia.
Y por todo lo anterior monseñor
Lefebvre, ese santo obispo de benemérita memoria, prefirió ser
insultado, ultrajado, escupido, por defender ese testamento, ese legado, esa
herencia de la Iglesia católica; por eso nosotros debemos estar
dispuestos incluso a dar nuestras vidas, porque sin eso no hay Iglesia
católica, no hay herederos de nuestro Señor, no hay salvación. Pero
el mundo de hoy no está solamente imbuido de un nuevo paganismo, sino de
la incredulidad y de la impiedad y no respeta nada ni a nadie, no
respeta a Dios ni a su Iglesia, solamente se “respeta a sí mismo”
proclamándose dios con su “dignidad, libertad y derechos humanos”; esa
es la civilización que hoy se entroniza en contra de Dios y de la
Iglesia católica, apostólica y romana. Esa es la crisis, dolor y pasión
de la Iglesia; no lo olvidemos.
La Santa Misa no es el memorial ni de la Pascua de nuestro Señor ni mucho menos de la Pascua judía del Antiguo Testamento, que era una figura de la Pascua de nuestro Señor, sino que es el Santo Sacrificio del Calvario renovado incruentamente bajo las especies de pan y vino sobre el altar y por eso en la epístola de hoy no se habla de la Pascua, sino de la muerte de nuestro Señor; no dejemos adulterar nuestra religión, no dejemos que nos la cambien, no dejemos que la Iglesia se judaíce. La Historia del mundo gira sobre dos polos, o se cristianiza o se judaíza, a la larga o a la corta, no hay término medio
y el mal se acrecentará en la medida en que nos judaicemos en todos los
órdenes y niveles. Esa judaización de la Iglesia la estamos viendo; por
eso debemos guardar esa fidelidad a nuestro Señor, a su alianza, a su
Iglesia, y la mejor manera de servir a la Iglesia, de ser fieles, es
conservando la liturgia sacrosanta de la Santa Misa, de la Iglesia
católica en toda su pureza, tal cual como lo definió San Pío V.
Por eso, sin pretender ser mejores que nadie, monseñor Lefebvre, con la Fraternidad que él fundó, es la expresión más fidedigna de esa fidelidad a la Iglesia y a nuestro Señor, a la religión católica, fidelidad al Corpus Christi,
al cuerpo y la sangre de nuestro Señor que se da como pan del cielo
para que, en comunión con Él, dándonos no un banquete, sino su propia
carne, integrarnos y asimilarnos en su cuerpo Místico que es la Iglesia,
divinizándonos, participándonos de su divinidad; de ahí la necesidad de
recibir a nuestro Señor con un corazón puro, es decir, teniendo
conciencia de no tener pecado mortal, para no beberlo y comerlo
indignamente, para que sea fructuosa esa comunión y como pan del cielo
nos lleve en la última hora, en la hora de la muerte como viático al
cielo; todas estas cosas significa la fiesta y la liturgia de hoy que
pasa desapercibida.
Pidamos a Nuestra Señora, la Santísima Virgen María, Ella, que
ofreció a su Hijo no como nosotros los sacerdotes de un modo
sacramental e incruento sino que lo ofreció en sí mismo en la Cruz,
donando, dando al Padre Eterno uniéndose a nuestro Señor en la hora de
su muerte; de eso no nos damos cuenta, pero Nuestra Señora hizo ese
gesto que le desgarró, que le partió en su ser, ofreciendo a su Hijo
amado y por eso Ella está al pie de la Cruz y por eso nosotros tenemos que estar con Ella y quien no está con Ella no está con nuestro Señor. Por lo mismo, no se puede tener a Dios por Padre si no se tiene a María por Madre;
por eso Ella es la Madre de la Iglesia, es Madre nuestra. Confiémonos a
Ella para que nos fortalezca con esa fuerza que Ella demostró ante la
cruz y con esa capacidad de sacrificio y de oblación para que así nos
configuremos más a nuestro Señor Jesucristo.
+ Padre Basilio Méramo
Santa Fé de Bogotá, Junio 14 de 2001
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Preferiblemente, los comentarios (y sus respuestas) deben guardar relación al contenido del artículo. De otro modo, su publicación dependerá de la pertinencia del contenido. La blasfemia está estrictamente prohibida. La administración del blog se reserva el derecho de publicación (sin que necesariamente signifique adhesión a su contenido), y renuncia expresa e irrevocablemente a TODA responsabilidad (civil, penal, administrativa, canónica, etc.) por comentarios que no sean de su autoría.