No es el título original, pero hemos intitulado así esta exhortación que San Pedro Julián Eymard nos hace en nombre de Jesús Sacramentado recordándonos el deber de reparar por los pecados y la ingratitud con que ofendemos a la Divina majestad. (Fragmento tomado de “Directorio práctico para la Adoración”, en las OBRAS EUCARÍSTICAS DE SAN PEDRO JULIÁN EYMARD)
“LA PROPICIACIÓN”
“Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo. TE PIDO PERDÓN POR AQUELLOS QUE NO CREEN, NO ADORAN, NO ESPERAN Y NO TE AMAN.” (Oración de reparación dictada a Francisco, Jacinta y Lucía -los Videntes de Fátima-)
Pase vuestro corazón de la alegría a la tristeza, a los gemidos, a las lágrimas y al más profundo dolor, al considerar la ingratitud, la indiferencia e impiedad de la mayor parte de los hombres para con nuestro Salvador sacramentado. ¡Cuántos hombres, en efecto, aún después de haberle amado y adorado, vuelven a olvidarlo! Pero ¿es que Él ha dejado de ser amable o ha cesado un instante de amarlos? ¡Qué ingratitud! Precisamente por ser Él demasiado amante no quieren amarle ya; por ser demasiado amante no le quieren recibir; por haberse hecho excesivamente pequeño, excesivamente humilde y casi nada, por los hombres, no quieren verle; y huyen de Él, esquivan su presencia y desechan su recuerdo que les importuna y apremia.
Además, no faltan quienes, para vengarse del excesivo amor de Jesús, le insultan, le blasfeman, y no pudiendo ignorarle reniegan de un padre tan bondadoso, de este Señor tan amable. Cierran los ojos para no ver este sol de amor, y, ¡oh dolor!, entre estos ingratos hay sacerdotes indignos, vírgenes sacrílegas, corazones apóstatas, serafines y querubines caídos...
Llorar a los pies de Jesús, menospreciado de los suyos, crucificado en tantos corazones, abandonado en tantos lugares..., esto es vuestra herencia, adoradores del santísimo Sacramento. Habéis de hacer lo posible por consolar el corazón de este padre tan tierno, pues el demonio, su enemigo, le ha arrebatado sus hijos y Él, prisionero eucarístico, no puede ya correr tras sus ovejas descarriadas y expuestas a la voracidad de los lobos. Vuestra misión es implorar gracia para los culpables, pagar por su rescate lo que la divina misericordia requiera de vuestros corazones suplicantes; constituiros víctimas propiciatorias con Jesús, quien, no pudiendo sufrir en su estado glorioso, quiere padecer en vosotros y por vosotros.
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