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martes, 24 de septiembre de 2013

CARTA DE ESCLAVITUD A NUESTRA SEÑORA DE LA MERCED

Nuestra Señora de la Merced (San Fernando, Cádiz)

Benignísima y dulcísima Virgen María de la Merced, Madre de Dios purísima, amable celestial redentora de cautivos y eficaz remedio de los pecadores; yo (nombre completo), el mayor de todos, el más necesitado de vuestro amparo, por el tierno afecto con que os amo, me doy gustoso por vuestro perpetuo esclavo, entregándoos desde luego como mi soberano dueño, de todo el dominio de mi cuerpo y alma, potencias y sentidos, para que sujetos a tan gloriosa servidumbre, sólo los emplee desde hoy en serviros y amaros como a su única Señora.

Admitid, Soberana Reina y Madre de misericordia, este amante obsequio con que hoy me consagro por vuestro esclavo. Recibidme, aunque no lo merezca por la multitud de mis pecados, os lo suplico por aquella inefable humildad con que os confesarais esclava del Señor y fuisteis por ella ensalzada a la más suprema dignidad que pueda tener una pura criatura que es ser Madre del mismo Hijo de Dios, hecho hombre para la redención del mundo; y para que vean los Ángeles y santos del Cielo y los hombres en la tierra, que soy vuestro esclavo, ofrezco, Santísima Señora, traer siempre con la debida reverencia sobre mi pecho el precioso sello de vuestro santo Escapulario.

Atended compasiva al socorro de los cautivos cristianos, cuyos dolores y lastimosos gemidos os movieron a bajar piadosa de los Cielos a fundar en la tierra vuestra religión de redentores. Yo os prometo serviros y defender constantemente, aunque sea a costa de mi vida, vuestra purísima Concepción en gracia, sin mancha de la original culpa; y espero del Dios de las Misericordias que, si por la frágil condición de mi ser, me aparta de vuestra esclavitud la culpa, usaréis conmigo los admirables prodigios con que favorecisteis a vuestros esclavos, redimiéndolos cada día con la dulzura de vuestros milagros, de las infernales cadenas del demonio; y para que en todo tiempo conste que no soy de otro sino de Vos, rendido esclavo, lo hago patente y manifiesto en este instrumento, el cual otorgo con todo el clamoroso afecto de mi voluntad haciendo testigos de esta mi esclavitud, a vuestro dulce esposo mi Señor San José, al Santo Ángel de mi guarda, al Santo de mi nombre y al Glorioso Patriarca San Pedro Nolasco, y con esto pido vuestra santa bendición para perseverar en esta mi esclavitud hasta la muerte.

Amén.

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