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miércoles, 10 de septiembre de 2014

NOVENA A NUESTRA SEÑORA DE LA SALETTE

La Novena fue publicada en 1886, y cuenta con la aprobación por parte del Obispado de León (Guanajuato, México).
    
NOVENA EN HONOR DE NUESTRA SEÑORA DE LA SALETTE

   
Por la señal ✠ de la santa Cruz; de nuestros ✠ enemigos líbranos, Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
   
ACTO DE CONTRICIÓN- PARA TODOS LOS DÍAS DE LA NOVENA
¡Adorable salvador de nuestras almas! Ya no eres tú el Dios terrible que con voz de trueno hablabas a los hijos de Israel que temían morir: eres el Dios manso y benigno que nos hablas con la suavidad de la brisa, por medio de María tu Madre Virgen para convertirnos. ¡Con qué ternura y caridad nos reprendes!, pues a la vez que nos amenazas con el castigo, nos ofreces tu misericordia para que no perezcamos. Por tanto, humillados profundamente en tu presencia, escuchamos tus llamamientos y te pedimos perdón por nuestros pecados. Venga a nosotros tu misericordia antes que el rigor de tu justicia, y quedemos a ti convertidos, para que sirviéndote fielmente en nuestra vida, merezcamos amarte y bendecirte en el Cielo para siempre. Amén.
       
ORACIÓN INICIAL- PARA TODOS LOS DÍAS DE LA NOVENA
¡Reina de las Vírgenes y Madre de Jesucristo! ¿Cómo es posible contemplarte en actitud de tristeza, sin que nuestra alma quede profundamente conmovida? ¿Cómo podremos verte contristada por nuestros pecados, sin arrepentirnos en lo íntimo de nuestro corazón? Tú lamentas las ofensas que hacemos a tu dulce Jesús, y como una Madre interesada por nuestro bien, quieres evitar nuestra perdición y nos haces escuchar tus avisos maternales. No queremos, pues, verte llorosa y afligida, ni ser más los crueles instrumentos de tu pena. Cese ya nuestra ingratitud, y muera en nosotros el pecado que detestamos con toda la fuerza de nuestras almas: Estos son tus deseos y a este fin te apareciste en la Salette como una celeste Misionera para predicarnos la penitencia y nuestra conversión a Dios. En tus manos, pues ponemos nuestra salvación. Recibe nuestro arrepentimiento y haz que nos sometamos fielmente a la ley de tu santísimo Hijo. Amén.
   
DÍA PRIMERO - 10 DE SEPTIEMBRE
El sábado 19 de septiembre de 1846, víspera de la fiesta de los dolores de María Santísima, que la santa Iglesia celebraba en la tercera domínica de este mes, los pastorcitos Maximino y Melania, el primero de once años de edad y la segunda de catorce años nueve meses, cuidaban sus vacas en un monte de los Alpes llamado la Salette, en Francia. Y he aquí que después de mediodía, vieron junto a una fuente seca una claridad más luciente que el sol, y en su centro una hermosa Señora, sentada en actitud de tristeza. Mientras los dos niños admiraban aquel portento, la Señora cruzando los brazos en forma misionera, se puso en pie y les dijo: “Avanzad hijos míos, no temáis; yo estoy aquí para contaros una gran novedad”. Los niños se acercaron a la vez que la radiante Señora avanzó hacia ellos; y colocada en medio de los dos les dijo llorando: “Si mi pueblo no quiere someterse, yo me veo forzada a dejar caer el brazo de mi Hijo. Es tan fuerte y tan pesado, que ya no puedo sostenerlo” (Relación de Maximino). He aquí las primeras palabras con que María comienza a desempeñar en favor nuestro una misión de paz y de clemencia. En medio de las tinieblas que nos cubren, de pecados, de falsas doctrinas y de impiedad, María como “estrella refulgente cuya claridad apacible ilumina la tierra, fomentando las virtudes y ahuyentando los vicios” (San Bernardo), viene en persona para indicarnos el camino que conduce al Cielo. 
      
Ella ve que olvidados de Dios hemos infringido su santa ley; que apegados al mundo nos hemos disipado y corrompido; y que en vez de trabajar por nuestra salvación, solo buscamos la vanidad y los placeres: y cuando ya estamos llenando la medida con tantos pecados, y la venganza divina está para caer sobre nosotros, María como por último recurso de su caridad, se digna anunciarnos el peligro en que estamos de perdernos, pidiéndonos con lágrimas, que nos sometamos a la ley de su santísimo Hijo; porque de lo contrario, se verá forzada a dejar caer aquel brazo vengador. Y no es que a María le falte poder ni compasión para convertir en clemencia la ira de Dios, sino que nuestra dureza y obstinación le atan las manos para sostener aquel peso formidable; porque cuando la divina Justicia es ofendida por el pecado y no se le quiere satisfacer por la penitencia, es necesario que sea vindicada por el castigo. ¿Vendrá éste sobre nosotros por nuestra pertinacia, a pesar de los esfuerzos que hace María para que lo evitemos? ¿Las lágrimas tan sentidas de este buena Madre, que han convertido en Francia a tantos pecadores, serán para nosotros de ningún interés? ¿Qué más puede hacer una madre cuando ve que su hijo va a ser castigado, sino avisarle que se humille y arrepienta para que evite el castigo? Pues esto es lo que María nos pide con llanto y gemidos. Correspondamos a nuestra buena Madre tanta fineza, y desagraviemos a su Santísimo Hijo con nuestra penitencia y mudanza de vida.
   
Rezar un Padre nuestro, con Ave María y Gloria Patri, y luego cada uno interiormente hará su petición del consuelo que desea alcanzar en esta novena.
  
ORACIÓN PARA EL DÍA PRIMERO
¡Con qué sublimes encantos te presentas a nosotros, ¡oh María!, en forma de celeste misionera, para convertirnos a tu Divino Hijo Jesús! ¡Con qué dulcísima caridad nos amonestas para que evitemos el castigo y obremos nuestra salvación! ¿Y quién se resistirá a la eficacia de tus purísimas lágrimas virginales? ¡Oh María! Que estas lágrimas caigan sobre nosotros como el rocío sobre la tierra sin agua, como la lluvia sobre la campiña, como la llovizna sobre la grama, y queden nuestras almas convertidas al eco armonioso de tu saludable predicación, a fin de que, haciendo penitencia por nuestros pecados, desagraviemos, amemos y sirvamos a nuestro Señor Jesucristo. Amén.
   
GOZOS EN HONOR A NUESTRA SEÑORA DE LA SALETTE
  
¡Oh María! por tu inocencia
Y por tu llanto y dolor:
Misericordia y clemencia,
Madre del Divino amor.
   
Dos inocentes pastores
De la Salette en la altura,
Te vieron, ¡oh Virgen pura!,
Entre vivos resplandores,
Y admiraron tu presencia
En actitud de dolor:
Misericordia y clemencia,
Madre del Divino amor.
   
“¡Oh hijos míos!, avanzad”,
Les dijo tu voz doliente:
“Vengo a contaros clemente,
Una gran novedad”.
Y de tu llanto la fluencia
Reconviene al pecador:
Misericordia y clemencia,
Madre del Divino amor.
   
“Si no quiere obedecer
Mi pueblo la ley sagrada,
Yo me veré precisada
A dejarlo perecer.
¡Cuánto su mala conciencia
Carga el divino furor!”:
Misericordia y clemencia,
Madre del Divino amor.
   
“¡Oh, si quisierais creerlo!
El brazo de Dios airado
Es tan fuerte y tan pesado
Que no puedo sostenerlo.
Haced todos penitencia
Con temor y con temblor”:
Misericordia y clemencia,
Madre del Divino amor.
    
“Yo ruego en la eternidad
Por vuestro bien y salud;
Pero vuestra ingratitud
Se olvida de mi bondad
¡Ay! Vuestra fría indiferencia
Debe causaros pavor”:
Misericordia y clemencia,
Madre del Divino amor.

   
“Del Domingo y día festivo
La profanación frecuente,
La blasfemia irreverente
Y la impiedad del altivo:
Esto carga con frecuencia
El brazo de mi Hacedor”:
Misericordia y clemencia,
Madre del Divino amor.

   
“De los actos religiosos
Os burláis con artificio,
Y del Santo Sacrificio
Os olvidáis perezosos.
Ni el ayuno y la abstinencia
Queréis guardar con fervor”:
Misericordia y clemencia,
Madre del Divino amor.

   
“Si os convertís a mi Dueño,
Os dará dicha cumplida,
Será feliz vuestra vida.
Y tranquilo vuestro sueño.
Pedid piedad e indulgencia
A vuestro Dios y Señor”:
Misericordia y clemencia,
Madre del Divino amor.

   
“Haréis saber esto vos
A mi rebaño, hijos míos:
Que abandone sus desvíos
Y se convierta a su Dios.
Tan bondadosa excelencia
Escuchará su clamor”:
Misericordia y clemencia,
Madre del Divino amor.

   
Dijiste; y en el momento,
Tus facciones escondiendo,
Fuiste desapareciendo
Como astro del firmamento.
Los dos niños en tu ausencia,
Dieron fe de tu primor:
Misericordia y clemencia,
Madre del Divino amor.

   
La fuente que sin raudal
Tocó tu planta serena,
Hoy se mira de agua buena
Convertida en manantial.
Su frescura y trasparencia
Da la salud y vigor:
Misericordia y clemencia,
Madre del Divino amor.

   
Todo el mundo a ti ha venido
Como a su amparo y consuelo,
Porque a su voz se abre el Cielo
En favor del desvalido,
Y tú le prestas audiencia
Y le impartes tu favor:
Misericordia y clemencia,
Madre del Divino amor.

    
Oh María, por tu inocencia
Y por tu llanto y dolor:
Misericordia y clemencia,
Madre del Divino amor.
   
ORACIÓN FINAL
Compungido nuestro corazón y conmovida nuestra alma por la filial confianza que tenemos en ti, ¡Oh Madre de Jesús!, imploramos tu auxilio para que nos reconcilies con Dios. A este fin te apareciste en la Salette derramando lágrimas por nuestra desgracia, y exhalando tiernos suspiros por nuestra eterna salud. Tú quieres que nos sometamos a la ley de Dios y de la santa Iglesia porque en ello estriba nuestra verdadera felicidad y el honor que se debe a tu Santísimo Hijo. Quieres que vivamos como verdaderos cristianos; que no nos olvidemos de tus piedades; que nos acojamos a tu dulce protección. Por tanto, venimos hoy a tus plantas, ¡oh María!, atraídos por tus finezas y por tu amor. Favorécenos contra el azote de la divina justicia, y haz que obtengamos los saludables efectos de tu misión sublime. Queden grabadas en lo íntimo de nuestra alma tus sentidas quejas para corresponder a tus deseos, temamos los castigos de Dios y obedezcamos su santa ley; confiemos en tus promesas para animarnos a practicar el bien. ¡Oh hermosa Misionera!, dígnate bendecirnos con la imagen de Jesús crucificado que traes sobre tu pecho para que convertidos a Dios, por tu medio consigamos la perseverancia final y la eterna salvación. Amén.
   
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
   
DÍA SEGUNDO - 11 DE SEPTIEMBRE
Por la señal...
Acto de Contrición y Oración inicial...
     
Dios nos habla por la frecuente predicación de sus ministros en el templo, y por la voz de sus pastores que nos invitan al cumplimiento de la ley divina, nos amonesta por medio de su Vicario el Sumo Pontífice que levanta su voz para despertarnos del sueño de muerte en que permanecemos sin temor; mas no contento con esto, se vale del atractivo más eficaz que atesora en sus bondades para ganarnos, y permite que su augusta Madre nos hable en persona para convertirnos. “¡Cuánto tiempo ha que sufro por vosotros!”, nos dice la Virgen bendita. “Si quiero que mi Hijo no os abandone, estoy encargada de rogarle sin cesar, y vosotros no hacéis caso de ello” (Relación de Melania). María sufre por nosotros en la pérdida de nuestras almas que tanta sangre costaron a su santísimo Hijo, a quien volvemos a crucificar cuando pecamos; sufre en la ingratitud con que correspondemos a sus bondades, renovando sus dolores y sus lágrimas; sufre en la frialdad e indiferencia con que miramos su maternal solicitud. Por esto es que nos dirige sus quejas, como una madre resentida por nuestra indigna conducta.
      
Nosotros ofendiendo a Dios y María suspendiendo el castigo que merecemos: he aquí la continua lucha que la bondad de María ha entablado con nuestra obstinación y que nos manifiesta con lágrimas de ternura. María ve que nuestra pertinacia atrae el castigo sobre nosotros, y movida a compasión vuela desde luego con las alas de su piedad y misericordia y hace un esfuerzo para salvarnos. Como si dijera a su Santísimo Hijo: “Detén un poco, te suplico, el brazo de tu justicia: Yo misma iré en persona a avisar a mi pueblo para que se convierta. Tu honor y su bien me interesan en el alma, porque no puedo dejar de tener sentimientos de Madre; y, si con esto mi pueblo no quiere someterse, entonces me veré forzada a dejar caer tu brazo justamente airado”. ¿No escuchamos aquí los acentos compasivos del amor maternal de María? ¿No vemos el sumo empeño que nuestra buena Madre tiene para librarnos del castigo? ¿Hemos de quedar envueltos en la venganza divina no obstante el interés que María tiene por nuestro bien? Es ya hora de levantarnos del sueño, y salir del letargo que nos conduce al abismo. Enjuguemos las lágrimas de María con nuestro arrepentimiento y penitencia, y vivamos siempre agradecidos a sus imponderables finezas.
   
Rezar un Padre nuestro, con Ave María y Gloria Patri, y luego cada uno interiormente hará su petición del consuelo que desea alcanzar en esta novena.
  
ORACIÓN PARA EL DÍA SEGUNDO
¿Qué sería de nosotros, ¡oh María!, si tu no fueras nuestra poderosa Abogada? ¿En dónde estaríamos ahora sufriendo el eterno castigo si no fuera por tu benéfica intercesión? Tú nos has librado de la muerte eterna; tú has suspendido los castigos que nos venían del Cielo; tú nos has amonestado para que no perezcamos; tú nos llamas con ternura maternal. ¿Quién resistirá a tan dulces llamamientos? Nosotros hemos oído tu voz y venimos a ti para ponernos al abrigo de tu manto. ¡Oh cuan dulce es verter a tus plantas las lágrimas de nuestro arrepentimiento! Dígnate recogerlas y presentarlas a tu Santísimo Hijo como fruto especial de tu misión sagrada.
   
Los Gozos y oración final se harán todos los días.
  
DÍA TERCERO - 12 DE SEPTIEMBRE
Por la señal...
Acto de Contrición y Oración inicial...
     
Cuando ya no se respeta la ley eterna que debe normar nuestra conducta y ajustarla a la voluntad del Supremo dominador de las naciones; cuando a Dios se le niega el culto que se le debe, se olvidan sus beneficios, se profanan sus días festivos, se maldice su santo Nombre; cuando cada quién de nosotros en particular no contamos un solo día de nuestra vida en que no hayamos ofendido a Dios; en vista de tantas ofensas ¿qué debemos hacer para desagraviar al Señor e inclinarlo a que nos perdone? María Santísima nos lo manifiesta en la Salette con estas palabras: “Mucho tenéis que orar, mucho bien que hacer, jamás podéis recompensar las penas que paso por vosotros” (Relación de Melania).
        
La oración que penetra el Cielo y que vence a Dios, y la práctica del bien en contraposición a tanto mal: He aquí dos remedios eficaces que María nos prescribe en cooperación a sus ruegos para contener el castigo. Por lo demás, si María vierte lágrimas y se manifiesta en actitud da tristeza, si hace mención de las penas que pasa por nosotros, no es que en el estado de gloria en que se encuentra pueda sufrir estos males físicos, puesto que sus sentidos en tal estado son incapaces de toda alteración; sino porque estos sentidos pueden ser movidos por las cosas sensibles de una manera intencional y perfecta en expresión del angélico Doctor Santo Tomás de Aquino: “De otro modo sus sentidos estarían ociosos, lo cual sería contra la perfección de su estado” (Suma contra los Gentiles. cuestión 83) En vista de tales sentimientos que María manifiesta por nuestro bien debemos elevar nuestras almas a Dios por medio de la oración, compungidos por nuestros pecados; debemos pedirle perdón con sentimientos de verdadera penitencia; debemos vencer el mal en el bien, cumpliendo con exactitud los mandamientos del Señor; y de este modo, asociados a las lágrimas de María, calmaremos siquiera su llanto, ya que no podemos recompensar sus penas; escucharemos su voz doliente que dirige a nosotros en la soledad; y secundando sus santos deseos, entablaremos una vida nueva que no desdiga en nada de sus buenos hijos y fieles siervos.
   
Rezar un Padre nuestro, con Ave María y Gloria Patri, y luego cada uno interiormente hará su petición del consuelo que desea alcanzar en esta novena.
  
ORACIÓN PARA EL DÍA TERCERO
Tú, ¡oh María!, Maestra de los fieles y augusta Misionera de los pecadores, que con tanto amor nos invitas a que hagamos penitencia por nuestros pecados, envíanos un rayo de luz que nos ilumine para separarnos de la vía que nos conduce al abismo. Enséñanos a hacer oración y a practicar el bien, para que desprendidos de la tierra, elevemos al Cielo nuestros suspiros, y haciendo la voluntad de tu santísimo Hijo, le desagraviemos con nuestras buenas obras. Esto te pedimos fiados en tu bondad y llenos de confianza en tu protección.
   
Los Gozos y oración final se harán todos los días.
  
DÍA CUARTO - 13 DE SEPTIEMBRE
Por la señal...
Acto de Contrición y Oración inicial...
     
Después que María se queja en general de la infracción de la ley de Dios, desciende en particular a lamentar la profanación del día del Señor, con estas palabras: “Os he dado seis días para trabajar; dice el Señor; no me he reservado más que el séptimo y no queréis concedérmelo: Esto es lo que hace tan pesada la mano de mi Hijo” (Relación de Melania). La santificación del Domingo es tan sagrada, que el mismo Dios que obró la creación en seis días, quiso descansar el séptimo; y no porque la creación ocasionara a Dios cansancio, sino porque se reservó este día para su gloria y para nuestra santificación. Nada hay más justo que la santificación del Domingo con relación a Dios, ni más útil para nosotros en el orden temporal y espiritual. La profanación de este día es la suprema ingratitud al amor de nuestro Dios y el desconocimiento de su divina influencia y supremo dominio. Como los hijos que gastan la herencia y se echan después sobre los bienes que el padre dejó para sí, con grave injuria de la reverencia y amor que se le debe, así nos portamos nosotros cuando profanamos el día del Señor.
      
En el orden temporal esta institución es tan necesaria, que a su observancia está vinculada la prosperidad del individuo, de la familia, de los pueblos, de las naciones, porque sabido es que ningún negocio prospera si Dios no lo bendice, y Dios no puede bendecir el trabajo que ha prohibido en el día festivo. ¡Con razón los que trabajan en día festivo, lejos de reportar utilidad de sus afanes, reportan la miseria y la desgracia, porque a su trabajo no desciende la bendición de Dios! Pero no es solo nuestra utilidad temporal lo que debe inducirnos a santificar las fiestas y días del Señor, es principalmente la obediencia que debemos a nuestro Dios, la gratitud que nos exigen sus beneficios, la obligación de confesar nuestra dependencia de sus manos y nuestra propia santificación, es el deber que tenemos de alabar su providencia que nos cuida, su poder que nos mantiene, su paciencia que nos sufre, su misericordia que nos perdona; es, por fin, la confesión que debemos hacer de su existencia como causa primaria de todos nuestros bienes, como fin último de nuestra vida, blanco de nuestros deseos y único objeto de nuestra esperanza. Esto es lo que debe movernos a santificar el día del Señor. Su profanación debe hacernos temblar, así como de su observancia todo lo podemos esperar, la prosperidad, la salud, la gracia y la salvación.
   
Rezar un Padre nuestro, con Ave María y Gloria Patri, y luego cada uno interiormente hará su petición del consuelo que desea alcanzar en esta novena.
  
ORACIÓN PARA EL DÍA CUARTO
¡Oh María! Compungidos íntimamente por la profanación del día del Señor a quien debemos todo honor y reverencia, nos postramos a tus plantas para que recibas nuestro arrepentimiento y nuestra contrición. Piedad, ¡oh María!, por tan sacrílega profanación. De hoy en adelante queremos honrar al bienhechor de nuestra vida santificando el día que se ha reservado para Sí. Alcánzanos esta gracia por amor de Jesús, y concédenos que tus ruegos aplaquen su indignación.
   
Los Gozos y oración final se harán todos los días.
  
DÍA QUINTO - 14 DE SEPTIEMBRE
Por la señal...
Acto de Contrición y Oración inicial...
     
No hay cosa más eficaz para ganar nuestro corazón que los beneficios; mas cuando se trata de los beneficios de Dios, parece que estos pierden su eficacia para hacernos amar a nuestro soberano bienhechor. Muy lejos de una gratitud tierna y reconocida, el hombre blasfemo ultraja el nombre del Señor, y de este horrendo pecado propio de los réprobos se queja la purísima Virgen María en la Salette con estas palabras: “Los que conducen carros no saben jurar sin poner en ello el nombre de mi Hijo”; y refiriéndose a la profanación del Domingo y a la blasfemia, añade: “Estas son las dos cosas que cargan tanto la mano de mi Hijo” (Relación de Melania).
       
¿Y cómo podrá ver con indiferencia la tierna Madre de Jesús, que su amantísimo Hijo sufra de sus redimidos las más negras injurias que solo el recordarlas pone horror aun a las almas menos timoratas? ¡Si estos ingratos conocieran con cuanto amor nos trata nuestro buen Dios, y con cuánta paciencia nos sufre! ¡Si consideraran los inmensos beneficios que continuamente nos hace, si vieran con cuánto anhelo y ternura nos llama, y cómo nos espera con los brazos abiertos, y cómo no cabe de gozo cuando nos convertimos, si supieran que aun los mismos males de la vida son bienes que nos da su mano bienhechora para salvarnos, nunca cometieran el criminal atentado de llamar a Dios injusto y tirano, ni proferirían insultos contra el Señor, tan horrendos que la pluma se resiste a designar! ¡Increíbles parecen tan horribles blasfemias; pero el hecho es que el siglo descreído en que vivimos las ha escuchado y no sin horror! En vista de esto, tenemos que admirar que la justicia de Dios no haya lanzado sus rayos sobre nosotros. Tenemos que ver a toda luz la inaudita paciencia con que Dios nos sufre y la justa reconvención que María nos hace, no con la severidad que debiera, sino con ternura maternal con suavidad incomparable. Aborrezcamos para siempre este pecado de la blasfemia, que hiere profundamente a tan buena Madre y a tan buen Hijo. Detestemos esta ingratitud con toda nuestra alma y en desagravio de tal crimen bendigamos sin cesar a Jesús y a María.
   
Rezar un Padre nuestro, con Ave María y Gloria Patri, y luego cada uno interiormente hará su petición del consuelo que desea alcanzar en esta novena.
  
ORACIÓN PARA EL DÍA QUINTO
¡Oh María, siempre benigna y misericordiosa! ¿Cómo no agradeceremos tu amor y piedad para con nosotros, cuando viendo a tu santísimo Hijo tan ofendido interpones tus ruegos para que no nos castigue? ¿Como no bendeciremos a nuestro Señor Jesucristo que es tan bueno y a ti que eres tan amable y bendita? ¡Oh María! Lloramos amargamente las blasfemias y profanaciones del santo nombre de Dios, y queremos bendecirlo en todos los instantes de nuestra vida. Alcánzanos la gracia de bendecirlo también en nuestra muerte y en tu compañía en el Cielo. Amén.
   
Los Gozos y oración final se harán todos los días.
  
DÍA SEXTO - 15 DE SEPTIEMBRE
Por la señal...
Acto de Contrición y Oración inicial...
     
La purísima Virgen María continúa diciendo a los pastores de la Salette estas palabras: “Si la cosecha se pierde, es por vuestra causa”. En seguida les recuerda la pérdida de una cosecha, en vista de la cual, lejos de pedir misericordia, los hombres juraban y profanaban el Nombre de Dios. Les anuncia, además, que la pérdida continuará, que vendrá una gran hambre; que antes que esta llegue, los niños menores de siete años serán acometidos de convulsiones, y que con ellas morirán en los brazos de los que los tengan; y que los demás harán penitencia por el hambre.
      
El fin de estas predicciones que María Santísima hace a Francia, como a nosotros, es nuestra conversión. ¿Y quién duda que los bienes temporales sean un don de Dios y que la privación de estos por nuestros pecados, es la voz del Señor que nos habla, para que volviendo sobre nuestros pasos, no olvidemos ya por más tiempo el cumplimiento de su santa ley? Dios nos quiere someter a su voluntad santísima por el castigo temporal, que por medio de María se digna anunciarnos con entrañas de padre amoroso, a fin de que lo evitemos clamando a su bondad en medio de la tribulación; porque, como nos ama con amor de Padre, quiere por este medio librarnos del castigo eterno; y este es su fin principal, al amenazarles con el azote de su justicia. Besemos, pues, la mano de nuestro Padre que no nos castiga sino para salvarnos. Oigamos a su voz misericordiosa, y no queramos endurecer nuestro corazón, desatendiendo a sus reconvenciones. Clamemos a Dios en lo íntimo de nuestro pecho y nos oirá: busquemos la gracia y busquémosla por medio de María nuestra insigne Abogada. ¡Con qué prontitud y sumisión debemos oír a María que nos busca para Dios! ¡Con qué cristiana atención debemos escuchar las amonestaciones de nuestra augusta Misionera! ¡Con qué gratitud debemos servir a Dios para amarlo y bendecirlo en unión de nuestra Reconciliadora y dulce Madre!
   
Rezar un Padre nuestro, con Ave María y Gloria Patri, y luego cada uno interiormente hará su petición del consuelo que desea alcanzar en esta novena.
  
ORACIÓN PARA EL DÍA SEXTO
Te saludamos, ¡oh María!, con la pronta sumisión de hijos reconocidos. Te bendecimos con toda la efusión de nuestra alma porque eres nuestra ventura y nuestra reconciliación con Dios. ¡Oh tierna Abogada nuestra! No queremos ofender más a tu Santísimo Hijo Jesús: nos arrepentimos de haber pecado, proponemos la enmienda de nuestra vida y esperamos que nos alcances la gracia de la perseverancia final, y que nos libres de los castigos temporales y de la eterna condenación.
   
Los Gozos y oración final se harán todos los días.
  
DÍA SÉPTIMO - 16 DE SEPTIEMBRE
Por la señal...
Acto de Contrición y Oración inicial...
     
María Santísima en la Salette no solamente nos anuncia los castigos que nuestros pecados atraerán sobre nosotros, sino también las bendiciones que Dios nos dará, si, oyendo su voz, nos convertimos: “Si ellos se convierten, dice, las piedras y las rocas se cambiarán en montañas de trigo y las patatas se sembrarán por sí mismas en lo ancho de la tierra”.
     
¡Cuán bueno y misericordioso se manifiesta el Señor cuando nos anuncia el castigo que merecemos para librarnos de él, si contritos y penitentes invocamos su protección! ¡Pero cuánto más bueno y misericordioso es nuestro Dios cuando nos promete colmarnos de beneficios, si escuchamos su voz y nos convertimos! Cuando sumidos en la miseria y la angustia levantamos al Cielo nuestros ojos llorosos para buscar un auxilio, entonces escuchamos una voz oculta que nos dice: “Convertíos a mí y yo me convertiré a vosotros”. Es la voz de Dios que nos presenta el aliciente de sus beneficios ofreciéndonos su gracia y llamándonos con suavidad a penitencia. Es la voz de Jesús que no quiere nuestra perdición, sino nuestra eterna salud. Es la voz de la divina clemencia que nos busca por medio de María para darnos la salud y la vida, ¿Quién permanecerá sordo a tan dulces llamamientos? ¿Quién no escuchará la voz de María que con entrañas maternales, se interesa por nuestra felicidad? ¿Quién no vendrá a María, en cuyas manos está un tesoro de gracias para enriquecernos y bajo cuyo amparo siente nuestra alma el bienestar de un indecible consuelo? Dirijamos a la Madre de Jesús nuestros suspiros y nuestros votos, animémonos con las promesas que nos hace si nos convertimos, volvamos nuestros pasos a Dios, por medio de una verdadera penitencia, y obtendremos sin duda los bienes temporales que nos convengan para nuestra salvación.
   
Rezar un Padre nuestro, con Ave María y Gloria Patri, y luego cada uno interiormente hará su petición del consuelo que desea alcanzar en esta novena.
  
ORACIÓN PARA EL DÍA SÉPTIMO
Te saludamos, ¡Oh María, Madre de Dios!, causa de nuestra alegría y remedio de nuestros males. Te saludamos, bellísimo encanto de nuestras almas, dulcísimo consuelo de nuestra vida, Madre llena de ternura para nuestro corazón. Te saludamos y venimos a ti para depositar a tus plantas las lágrimas de nuestra contrición. Seas bienvenida, ¡oh Misionera sublime!, seas bienvenida y queden nuestras almas inflamadas en tu caridad. Tu amor purísimo es más que suficiente para premiar nuestra sumisión a Dios, ¿y aún nos ofreces bendiciones temporales? ¡Oh, cuan bueno es tu Dios y nuestro Dios! ¡Cuán buena eres tú, delicia nuestra! Madre amable, conviértenos: defiende nuestra causa y no nos dejes perecer.
   
Los Gozos y oración final se harán todos los días.
  
DÍA OCTAVO - 17 DE SEPTIEMBRE
Por la señal...
Acto de Contrición y Oración inicial...
     
Una vez verificada nuestra conversión a Dios por efecto de su gracia y por los ruegos de María nuestra amada protectora, ¿a qué medio podremos recurrir para perseverar en la virtud? La bendita Virgen María nos lo manifiesta en la Salette con entrañable amor: “¿Hacéis bien vuestra oración, hijos míos?” preguntó a Maximino y a Melania; y estos respondieron: “Casi nada, señora”. La inmaculada Virgen añadió luego: “Es pues preciso hacerla, hijos míos por la mañana y por la noche. Cuando no podáis hacerlo mejor, rezad solamente un Padre nuestro y un Ave María; y cuando tengáis tiempo, rezad más”. La augusta Señora se queja enseguida del menosprecio en que se tiene la Santa Misa, a la cual no van más que determinadas personas; se quejan de la burla que muchos hacen de los actos religiosos; se queja por último de la infracción del ayuno y de la abstinencia. Dos son, pues, los remedios eficaces que la soberana Reina del Cielo nos prescribe para obtener la eterna salud: la oración y el ayuno.
   
¿Quién duda que el hombre en la actualidad se haya materializado, no buscando su cielo más que en la tierra, y no deseando otra cosa más que pan y placeres? Pues nada más a propósito para desarraigar nuestros afectos de la tierra, que levantar a Dios nuestras almas por medio de la oración; nada más conducente a refrenar los apetitos de la carne que la santa mortificación que trae consigo el ayuno. Tenemos que pelear con aquel género de demonios que, en expresión de Nuestro Señor Jesucristo, solo pueden vencerse con el ayuno y con la oración. La oración, pues, y el ayuno que tanto recomendó el arcángel San Rafael, y que ahora encarece la misma Madre de Dios, son las armas poderosas con que venceremos a nuestros enemigos; son la fuerza vital que nos levantará del estado de postración en que estamos para ver, animados, la luz de la Gracia, y merecer así el premio que Dios tiene reservado a los que le sirven.
   
Rezar un Padre nuestro, con Ave María y Gloria Patri, y luego cada uno interiormente hará su petición del consuelo que desea alcanzar en esta novena.
  
ORACIÓN PARA EL DÍA OCTAVO
¡Oh María, Mensajera celeste de la ventura! Con cuánta confianza debemos recurrir a ti que eres tan rica y bondadosa, y que tan de veras quieres salvarnos. Tú eres la repartidora de los tesoros de Dios, nuestra buena Madre, nuestra Maestra y protectora. Por tales privilegios enséñanos a orar y nos desprenderemos de la tierra para elevar nuestras miradas al Cielo, enséñanos a ser mortificados para vencer los estímulos de la carne; y alcánzanos la gracia de una verdadera conversión a Dios, estimando debidamente la oración y el ayuno que tanto nos recomiendas. Amén.
   
Los Gozos y oración final se harán todos los días.
  
DÍA NOVENO - 18 DE SEPTIEMBRE
Por la señal...
Acto de Contrición y Oración inicial...
     
Una vez que la purísima Virgen María manifestó a los dos pastorcitos sus quejas, sus amenazas, y sus promesas, después que la misma Señora confió un secreto a cada uno de los dos niños, les dijo: “Pues bien, hijos míos, vosotros haréis saber todo esto a mi pueblo”. Y pasando del punto en donde estaba, sin volverse a los niños, les dijo de nuevo: “Pues bien, hijos míos, vosotros haréis saber todo esto a mi pueblo”. Y andando sobre la yerba verde sin tocarla, seguida de Maximino y Melania, se alejó más del lugar en donde estaba y elevada sobre la tierra como más de un metro, fijó su mirada en el Cielo y luego en la tierra, y fue desapareciendo gradualmente, comenzando por la cabeza hasta que desapareció todo su cuerpo, y por último, la claridad que la rodeaba. Maximino y Melania quedaron tristes, sin ver ya la hermosura que contemplaban.
  
Preguntada Melania sobre cómo estaba vestida la Señora, respondió: “Tenía zapatos blancos con rosas en derredor; las había de todos colores; medias amarillas, un delantal amarillo, un vestido blanco lleno de perlas, una capa, un rodacuello blanco con rosas en derredor, una gorra un poco inclinada hacia delante con una corona de rosas en derredor. Tenía una cadena de la que pendía una cruz con su Cristo, a la derecha de la cruz había unas tenazas, y a la izquierda un martillo; de las extremidades de la cruz colgaba una gran cadena como las rosas que había en su rodacuello. Tenía la cara blanca, prolongada; yo no podía mirarla mucho tiempo, porque nos deslumbraba”. Por lo demás, los niños desempeñaron fielmente la misión que María les encomendó. ¡Jamás el examen más minucioso, ni la investigación más severa, pudieron encontrar en sus narraciones la menor contradicción! ¿Y cómo dos niños que apenas se habían conocido el mismo día del acontecimiento, y que no tenían capacidad para referir circunstanciadamente los hechos más sencillos, hubieran podido fraguar un engaño con circunstancias tan marcadas y de tanto interés, que examinados muchas veces, por separado, y por personas sensatas y perspicaces, ni una sola ocasión llegaron a desdecirse de lo que contaban? La fuente seca que desde la insigne aparición comenzó a manar con abundancia, y cuyos limpios raudales sanaban a los enfermos, ¿no era un testimonio del hecho que referían? ¿Cómo supieron guardar para si los secretos que la Reina del cielo les confió, por más que una tenaz suspicacia pretendió arrancarles su revelación, la cual no hicieron sino a la Santa Sede, y esto, cuando estuvieron persuadidos de que así lo quería la Santísima Señora? ¿Unos niños naturalmente temerosos e interesados, hubieran podido sobreponerse a las promesas y amenazas para descubrir el secreto que cada quien guardaba, o para negar el acontecimiento que uno y otro afirmaba? Preciso es confesar que el dedo de Dios allí se manifestó, y por esto la santa Iglesia, con todo el peso que le da su autoridad divina, declaró la realidad de la insigne aparición de María Santísima en la Salette.
    
Todo habla en favor de esta verdad; ahí esté el magnífico templo que la piedad cristiana consagró a María, como un recuerdo monumental de este beneficio; está la fundación de los Padres Misioneros, destinados a recibir a los peregrinos que concurren de todas partes, y a convertir a los pecadores; están multitud de enfermos curados milagrosamente con las aguas que brotan de la fuente seca; están, por fin, las Cofradías de Nuestra Señora de la Salette, aprobadas y enriquecidas por la Santa Iglesia con el tesoro de sus gracias. En vista de tales prodigios que María ha hecho por nuestro bien, ¿qué debemos hacer sino someternos a la ley de su Santísimo Hijo conforme a los deseos de tan gran Señora, amar a esta nuestra Madre y Abogada con un amor constante y ardiente, y reconocer llenos de gratitud sus beneficios?
   
Rezar un Padre nuestro, con Ave María y Gloria Patri, y luego cada uno interiormente hará su petición del consuelo que desea alcanzar en esta novena.
  
ORACIÓN PARA EL DÍA NOVENO
¡Oh bendita María! Tu misericordia es como la lluvia temprana que llena de alegría y de gozo a las campiñas que han sido abrasadas por el calor del estío; tu clemencia, como la suavidad del día sereno que nos anuncia la ventura; tu gracia despide la prodigiosa fragancia del bálsamo puro; y tu hermosura y tu amor son el atractivo de todas las naciones. ¿Quién no quedará rendido contemplando tu belleza? ¿Quién no se someterá a la voluntad del Señor, oyendo el llamamiento de tu voz virginal? Bendita seas porque has derramado en nosotros tu clemencia. ¡Bendita mil veces porque nos has tendido una mano salvadora y compasiva! Líbranos, por tanto de la eterna venganza, ruega por nosotros y dígnate abrirnos las puertas del Cielo. Amén.
   
Los Gozos y oración final se harán todos los días.

2 comentarios:

  1. Oficio y Misa de Nuestra Señora de La Salette, por el canónigo Bouvier, decano del Capítulo de la catedral de Grenoble.

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