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sábado, 10 de enero de 2015

CUMPLEAÑOS DE SANTA FILOMENA

"Una buena forma de ejercitarnos en el amor a Cristo es manteniéndolo presente en nuestras mentes siempre que sea posible". (San Vicente de Paúl)
 
Santa Filomena
   
A pesar de tener sus restos mortales, la Iglesia aun no sabía nada sobre la vida de Santa Filomena. Lo que sabemos de esta santa es gracias a las revelaciones privadas recibidas de la santa en 1863 por tres diferentes personas, en respuesta a las oraciones de muchos a que dejara saber quien era ella y como llegó al martirio.
   
Las personas favorecidas fueron un joven artista de buena moral y vida piadosa, un devoto sacerdote y una piadosa religiosa de Nápoles, la Venerable Madre María Luisa de Jesús quien murió en olor de santidad. (Estas revelaciones han recibido el Imprimátur de la Santa Sede dando testimonio de que no hay nada contrario a la fe. La Iglesia no ha hecho ningún otro pronunciamiento y no garantiza la autenticidad de las supuestas revelaciones. La Santa Sede dio la autorización para la propagación de estas el 21 de diciembre de 1883).

HISTORIA DE LA VIDA DE SANTA FILOMENA, SEGÚN LAS REVELACIONES DE LA MADRE Mª LUISA DE JESÚS
Yo soy la hija de un príncipe que gobernaba un pequeño estado de Grecia. Mi madre también era de sangre real. No tenían niños. Eran idolatras y contínuamente ofrecían oraciones y sacrificios a sus dioses falsos. Un doctor de Roma llamado Publio -ahora está en el Cielo-, vivía en el palacio al servicio de mi padre. Este doctor profesaba el cristianismo. Viendo la aflicción de mis padres y por un impulso del Espíritu Santo les habló acerca de nuestra fe e incluso les prometió posteridad si consentían en recibir el Bautismo. La gracia que acompañaba sus palabras, iluminaron el entendimiento de mis padres y triunfó sobre su voluntad. Se hicieron cristianos por encima de sus voluntades: se hicieron Cristianos y obtuvieron la gran deseada felicidad que Publio les había prometido en premio a su conversión.
     
Al momento de nacer me pusieron el nombre de Lumena, en alusión a la luz de la fe, de la cual era fruto. El día de mi bautismo me llamaron Filomena, hija de la luz (filia lúminis), porque en ese día había nacido a la fe. Mis padres me tenían gran cariño y siempre me tenían con ellos. Fue por eso que me llevaron a Roma, en un viaje que mi padre fue obligado a hacer debido a una guerra injusta.
   
Yo tenía trece años. Cuando arribamos a la capital nos dirigimos al palacio del emperador y fuimos admitidos para una audiencia. Tan pronto como Diocleciano me vio, fijó los ojos en mi.
    
El emperador oyó toda la explicación del príncipe, mi padre. Cuando este acabó y no queriendo ser ya más molestado le dijo: “Yo pondré a tu disposición toda la fuerza de mi imperio y te pediré a cambio sólo una cosa, que es la mano de tu hija”. Mi padre deslumbrado con un honor que no esperaba, accede inmediatamente a la propuesta del emperador y cuando regresamos a nuestra casa, mi padre y mi madre hicieron todo lo posible para inducirme a que cediera a los deseos del emperador y los suyos. Yo lloraba y les decía: “¿Ustedes desean que por el amor de un hombre yo rompa la promesa que he hecho a Jesucristo? Mi virginidad le pertenece a Él y yo ya no puedo disponer de ella”. -Pero eres muy joven para ese tipo de compromiso -me decían- y proferían las más terribles amenazas para hacerme que aceptara la mano del emperador.
   
La gracia de Dios me hizo invencible. Mi padre no pudiendo convencer al Emperador con las razones que alegó para ser dispensado de la promesa que había hecho, fue obligado por Diocleciano a llevarme a su presencia.
   
Tuve que soportar nuevos ataques de parte de mis padres hasta el punto, que de rodillas ante mi, imploraban con lágrimas en sus ojos, que tuviera piedad de ellos y de mi patria. Mi respuesta fue: “No, no, Dios y el voto de virginidad que le he hecho, esta primero que ustedes y mi patria. Mi reino es el Cielo”.
    
Mis palabras los hacía desesperar y me llevaron ante la presencia del emperador, el cual hizo todo lo posible para ganarme con sus atractivas promesas y con sus amenazas, las cuales fueron inútiles. Él se puso furioso e, influenciado por el demonio, me mandó a una de las cárceles del palacio donde fui encadenada, pensando que la vergüenza y el dolor iban a debilitar el valor que mi Divino Esposo me había inspirado. Me venía a ver todos los días y soltaba mis cadenas para que pudiera comer la pequeña porción de pan y agua que recibía como alimento, y después renovaba sus ataques, que si no hubiera sido por la gracia de Dios no hubiera podido resistir.
    
Yo no cesaba de encomendarme a Jesús y su Santísima Madre.
   
Mi cautiverio había durado treinta y siete días, cuando, en el medio de una luz divina, vi a María con su Divino Hijo en sus brazos. Ella me dijo: “Hija mía, tres días más de prisión, y después de 40 días dejarás este lugar de sufrimiento”. Las felices noticias hicieron mi corazón latir de gozo, pero como la Reina de los Ángeles había añadido, dejaría la prisión, para ser sometida a tormentos mucho más terribles que los anteriores. Pasé del gozo a una terrible angustia, que pensaba me mataría. Entonces me dijo la Reina de los Cielos: “Ten valor, Hija mía, ¿no sabes el amor y la predilección que tengo por ti? El nombre que has recibido en tu bautismo es garantía de ello, y la semejanza que tiene con Mi Hijo y conmigo. Como tú te llamas Lumena y tu Esposo se llama Luz, Estrella, Sol; y como soy llamada, Aurora, Estrella, la Luna en su máximo fulgor y el Sol. No temas, yo te asistiré. Ahora que tu naturaleza se debilita, con toda justicia, en su momento, la gracia te prestará sus fuerzas y el Ángel, que también es mi Ángel, Gabriel, que su nombre expresa fortaleza, vendrá en tu auxilio. Te recomendaré especialmente a él para tu cuidado como mi más querido bien”.
    
Las palabras de la Reina de las Vírgenes me dieron nuevamente valor y la visión desapareció, dejando la prisión llena de un perfume celestial. La visión desapareció dejando la prisión llena de un perfume celestial.
   
Lo que se me había anunciado, pronto se realizó. Diocleciano, perdiendo todas sus esperanzas de hacerme cumplir la promesa de mi padre, tomó las decisión de torturarme públicamente y el primer tormento era ser flagelada. “Debido a que ella no se avergüenza de preferir a un malhechor, condenado por su mismo pueblo a una muerte infame, en lugar de un emperador como yo, entonces merece que mi justicia la trate a ella como él fue tratado”. Ordenó que me quitaran mis vestidos, que fuera atada a una columna y en presencia de un gran número de personas de la corte, hizo que me azotaran con tal violencia, que mi cuerpo se bañó en sangre, y lucía como una sola herida abierta. El tirano pensando que me iba a desmayar y morir, me hizo arrastrar a la prisión para que muriera.
   
Dos ángeles brillante con luz, se me aparecieron en la oscuridad y derramaron un bálsamo en mis heridas, restaurando en mi la fuerza, que no tenía antes de mi tortura.
    
Cuando el emperador fue informado del cambio que en mí había ocurrido, me hizo llevar ante su presencia y trató de hacerme ver que mi curación se la debía a Júpiter diciendo: “Él ha decidido positivamente que tú serás la emperatriz de Roma”. Y lanzó seductoras palabras y promesas de grandísimos honores y aduladoras caricias, esforzándose por completar el trabajo del Infierno que había comenzado; pero el Espíritu Santo al cual había encomendado mi constancia, llenó de luz mi entendimiento en ese instante para dar todas las pruebas de la solidez de nuestra Fe a las que ni Diocleciano ni ninguno de sus cortesanos presentes pudieron nunca responder.
   
Entonces se renovó su frenética ira y ordenó que fuera sumergida en las aguas del Tíber con un ancla en el cuello. La orden fue ejecutada, pero Dios no permitió que esto tuviera éxito: en el momento en el cual iba a ser precipitada al río, dos ángeles vinieron en mi socorro, cortando la soga que estaba atada al ancla, la cual fue a parar al fondo del río, y me transportaron gentilmente a la vista de la multitud, a las orillas del río.
   
Este milagro obró un maravillo efecto en un gran número de espectadores que se convirtieron a la fe; pero Diocleciano lo atribuyó a cierta magia secreta y me arrastraron por las calles de Roma, y ordenó que me dispararan una lluvia de flechas; cuando las recibí, mi sangre fluía por todos lados; él ordenó, cuando estaba exhausta y moribunda, que fuera llevada nuevamente al calabozo.
   
El Cielo me honró con un nuevo favor. Entré en un dulce sueño y cuando desperté estaba totalmente curada. El tirano lleno de rabia dijo: “Que sea nuevamente traspasada con flechas afiladas”. Otra vez los arqueros doblaron sus arcos, con todas sus fuerzas, pero las flechas se negaron a salir. El Emperador estaba presente y a la vista de esto se llenó de rabia, y diciendo que yo era una maga, pensó que la acción del fuego destruiría este “encantamiento”. Entonces ordenó que las puntas de las flechas fueran calentadas en un horno al rojo vivo y con ellas mandó apuntar nuevamente contra mí. Y esta vez las flechas fueron disparadas, pero éstas, luego de recorrer parte de la distancia que las separaba de mí, tomaron milagrosamente la dirección contraria desde donde habían sido lanzadas y seis arqueros fueron muertos por éstas; entonces varios de ellos renunciaron al paganismo y la gente comenzó a rendir público testimonio del poder de Dios que me había protegido. Esto enfureció al tirano, que determinó apresurar mi muerte, ordenando que mi cabeza fuera cortada con un hacha.
   
Entonces, mi alma voló hacia mi Divino Esposo, el cual me me coronó con la corona de la virginidad y la palma del martirio, y distinguida con esta elección, tengo parte en el gozo de su Divina Presencia. Este día que fue tan feliz para mi por verme entrar en el Gloria, fue un Viernes, y la hora de mi muerte, la tres de la tarde: el mismo día y la misma hora en que el Divino Maestro expiró.

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