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lunes, 9 de marzo de 2015

EL LITURGISTA BOCA LARGA

Traducción del artículo publicado en UNA VOX ITALIA.
  
Desde que acabó el Vaticano II y se actuaron las “reformas” de él derivadas, comenzó a difundirse una curiosa patología, sobre todo en relación a la denominada “reforma litúrgica”. Expertos, historiadores, y liturgistas no llegan a detener la plétora de palabras que salen de sus bocas y que transporta ideas descomuestas, pensamientos autoreferenciales, conceptos inconclusos y sobre todo mentiras.
  
Es esto lo que sucedió últimamente en Roma, donde el vaticanista Giacomo Galeazzi entrevistó al director de la Oficina Litúrgica del Vicariato de la Urbe: el padre Giuseppe Midili O.Carm. (ver en Vatican Insider).
   
  
Y aquí las perlas aireadas por el carmelita de 42 años a propósito del balance de 50 años de la Misa moderna.
«El balance es ciertamente positivo. El uso de la lengua hablada fue el signo más evidente de la reforma conciliar, que quería restituir a los fieles la liturgia como fuente de la vida espiritual. La posibilidad de celebrar en la lengua del lugar ha hecho comprensible la oración litúrgica y los textos bíblicos. Con todo, el cambio de los ritos y de las formas celebrativas, inaugurado por Pablo VI, hallaba en la introducción de la lengua hablada solo un aspecto de una reforma más profunda, preparada por el Movimiento litúrgico y apoyada por los estudios de teología litúrgica publicados en aquellas décadas. Me refiero a la posición del altar y del sacerdote respecto a la asamblea, al redescubrimiento de un lugar para la proclamación de la palabra (ambón), a la recuperación de la oración de los fieles y del papel activo de los fieles durante la celebración».
Difícilmente se podía ser tan visionarios respecto a la triste realidad que golpea cruelmente en la cara a cualquiera.
     
Vamos por partes.

La “reforma conciliar… quería restituir a los fieles la liturgia como fuente de la vida espiritual”. ¿Y qué te excogitan los liturgistas conciliares? Nada menos que la “lengua hablada”. Incluso un niño se da cuenta que la cosa es absurda, también porque en estos 50 años los fieles que gradualmente se quedan en casa en vez de ir a Misa se han hecho un número desproporcionadl. ¿Qué pasó? Por como habla nuestro liturgista parecería que, una vez vista restituir la liturgia, tantísimos fieles han pensado tener en menos la Misa.
    
Pero quizá él no sabe que con aquella admirable reforma el número de los católicos praticantes se ha reducido a 0…, respecto a cuando se hacían menos chácharas y todos los Domingos se iba a Misa: desde los abuelos hasta los sobrinos.
     
Por otra parte, no sorprendería su ignorancia, vista su edad, oímos decir que es bien posible que nunca haya oído hablar de cuando a la Iglesia iban todos (muchos, pero muchos más que hoy), antes del Vaticano II.
    
La posibilidad de celebrar en la lengua del lugar ha hecho comprensible la oración litúrgica y los textos bíblicos”. Ni un poco de respeto a los fieles, los cuales según él, por 1965 años habrían participado en una Misa incomprensible.
       
No, ninguna maravilla, estos personajes creen en las palabras que pronuncian a borbollones, su problema es que no saben lo que dicen.
     
Con todo, dice él, la introducción de la lengua hablada fue solo “un aspecto de una reforma más profunda”… “apoyada por los estudios de teología litúrgica publicados en aquellas décadas”; como decir que solo apenas después de 1900 años, a furia de estudiar la teología litúrgica “en aquellas décadas”, se entendió la necesidad de reformar a profundidad la liturgia de dos mil años.
     
Todo esto será interesante para algunos, pero no puede impedir que las personas sanas de mente se aperciban de toda la superficialidad que mueve los pensamientos de ciertos liturgistas: recua de mozalbetes poco preparados.

¿Y para llegar a cuál profundidad?
A la posición del altar y del sacerdote respecto a la asamblea, al redescubrimiento de un lugar para la proclamación de la palabra (ambón), a la recuperación de la oración de los fieles y del papel activo de los fieles durante la celebración”.
Comencemos por el “púlpito”.
    
Una vez, cuando los liturgistas no habían inventado aún la “profundidad” en la liturgia, el celebrante, después de cantar el Evangelio, se dirigía al lugar preparado para atraer la atención de todos los fieles en la iglesia y presentaba las lecturas hechas, las explicaba, agregaba exhortaciones de orden práctico-pastoral y lo hacía en plena solemnidad litúrgica con los ornamentos dispuestos. Era la homilía declamada desde el “púlpito”: la “prédica”, talmente emblemática que los dos términos acabaron haciendo parte de la lengua hablada, el primero, el “púlpito”, como lugar desde donde se habla con autoridad, credibilidad y seriedad, el segundo, la “prédica” como momento de aprendizaje edificante y moralmente católico acogido con respetuoso reconocimiento.
     
Al leer lo que de la boca de él salió, pareceróa que hoy, después del Vaticano II, los fieles no tenían más necesidad ni de explicaciones de las lecturas, ni de exhortaciones práctico-pastorales; tal vez esto explica el hecho que ahora van a Misa solo los de siempre y por qué la Misa dure más de quince minutos.
    
Viniendo “a la posición del altar y del sacerdote respecto a la asamblea”, uno se aterra por la manifiesta ignorancia que demuestra este liturgista frente a la “liturgia” y de todo el simbolismo que la acompaña. Diríase que Midili, cuando dice Misa, no sepa ni hallarse ante la presencia del Señor, no se da cuenta de orar al Señor por todos, presentes y ausentes, y no tenga la mínima sospecha que no esté él diciendo Misa, sino Cristo actuando para la salvación de las almas de los fieles.
    
Mas la pregunta es: ¿se habla siempre de la Misa católica o de algo distinto para complacer el amor propio de ciertos liturgistas?
     
En efectos, cuando se oye hablar del “redescubrimiento de un lugar para la proclamación de la palabra (ambón)”, la mente corre pronto a los cientos de ambones o pérgamos aun presentes en nuestras antiguas iglesias, que servían exclusivamente para la proclamación o el canto de las Lecturas y del Evangelio, al punto que a diferencia del “púlpito”, en él no podían entrar los “predicadores”, sino solo los subdiáconos y los diáconos para proclamar y cantar la Epístola vueltos al Oeste y el Evangelio vueltos al Norte. Esta particular elevación ritual dada a las lecturas, confiadas a los ministrantes preparados, permaneció en la liturgia hasta cuando la tan decantada reforma no ha demolido todo y, anulado todo simbolismo, toda ritualidad e incluso las órdenes menores, ha introducido la injerencia impropia de los laicos, hombres y mujeres, que se limitan a leer “al micrófono” aquella parte importante de la celebración litúrgica que una vez se llamaba “parte instructiva” y que hoy ha devenido momento de protagonismo para tantos laicos.
   
Mas entonces, ¿él miente? Tal vez no, tal vez como buen liturgista moderno es solo ignorante. Y si es así, ¿no haría mejor estándose callado?
     
No antes, sin embargo, de lanzar la frase final, ahora devenida un clásico de la “reforma litúrgica”: el papel activo de los fieles durante la celebración.
    
No nos alargaremos en el argumento y pedimos al lector tener la paciencia de releer cuanto hemos escrito a este propósito, aquí nos limitamos a una observación de orden práctico. Después de cincuenta años de liturgia reformada, cientos de documentos publicados, tantos ajustes, arreglos y mejoras, ¿cuál es el espectáculo que se ofrece a la vista de quien entre en una iglesia para la celebración más importante de la semana: la Misa parroquial de la mañana del Domingo?
   
Un buen número de fieles presentes, que “responden” a la Misa de manera directamente proporcional a su distancia del altar: de la voz alta de las primeras bancas, al murmullo de las bancas del medio, al silencio mezclado de cuchicheo mundano de las últimas bancas; la gran parte de los fieles no canta ni la más sencilla cancionceja moderna; nadie cambia mínimamente de postura durante la Consagración y la Comunión, no obstante haber quedado el reclamo: ¡Este es el Cordero de Dios! En cambio un número enorme de los presentes se pone a la fila para comulgar, incluidos los que llevan meses o años sin confesarse; mientras aumentan los apretones de mano, las vueltas y los cambios de una banca a otra, como si por encanto se introdujese un impulso irresistible a agitarse; todo conducido por una atmósfera surreal: “¿Qué Misa se dice hoy?”. “No lo sé, pero ¿qué importa?”.

Y luego, cómo no hacer notar que Midili tiene la mente llena de lugares comunes y frases de cajón: algún ejemplo.
La Iglesia… es por su naturleza misionera, genéticamente abierta y en diálogo con el mundo.
Misionera” - Dedicada a la propagación de la fe cristiana en países que aún la ignoran.
  
“Genéticamente abierta y en diálogo con el mundo” – Luego… no misionera.
    
Pero entonces, si misionera significa cumplir una misión: en la misión ordenada por Cristo de evangelizar el mundo; ¿qué significa “en diálogo con el mundo”, si no negar la misión ordenada por Cristo y por tanto ponerse al servicio del Anticristo?

¿Forzadura?
Tal vez, pero que alguno nos explique qué significa “genéticamente abierta”, como si la Iglesia fuese un antro; y cómo ella pueda evangelizar dando vuelta por el mundo dialogando con el mismo mundo.
     
Todo esto nos parece simplemente insensato, tanto por el lenguaje: “genéticamente abierta”, como por la doctrina: “en diálogo con el mundo”.
    
Y tratándose de la “misión”, la recordamos:
  • «Id pues, e instruid a todas las naciones en el camino de la salud, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñandolas a observar todas las cosas que yo os he mandado. Y estad ciertos, que yo mismo estaré continuamente con vosotros hasta la consumacion de los siglos» (Mt. 28, 19-20);
  • «Id por todo el mundo: predicad el Evangelio a todas las criaturas. El que creyere, y se bautizáre, se salvará; pero el que no creyere, será condenado» (Mc. 16, 15-16).
Y todavía nos preguntamos: ¿por ventura “instruir”, “bautizar” y “enseñar” serán sinónimos de diálogo o dialogar?
      
No solamente, sino con la advertencia: “El que creyere, y se bautizáre, se salvará; pero el que no creyere, será condenado”, no hay duda que toda ide de “diálogo” deviene una violación del mandato de Cristo y una traición a la “misión”.
     
Para acabar, dejemos la frase sobre “nostalgia del latín”, sugerida por el entrevistador y compartida por Midili, porque es evidente que se trata de una mera mentira, puesto que el aferrarse al latín no es nostalgia de Fulano o de Zutano, sino que aun hoy es el vínculo que la Iglesia mantiene consigo misma y con todo su pasado, usando el latín como lengua oficial de sus documentos; y esto prueba que también este liturgista es un vulgar repetidor de ocurrencias y frases de cajón.

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