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miércoles, 25 de marzo de 2015

EL MILAGRO DEL SOL PRESENCIADO POR PÍO XII

Se sabía que el venerable Pío XII había visto el milagro del sol de Fátima en los jardines vaticanos por una homilía que el cardenal Federico Tedeschini, enviado al lugar de las apariciones como legado pontificio para clausurar el año santo 1950, pronunció el 13 de octubre de 1951 y en la que afirmó que el Papa había visto lo mismo que presenciaron los testigos que estaban presentes en Fátima el día de la última aparición (13 de octubre de 1917). Esta revelación fue ampliamente difundida por la prensa de la época y por la imaginería religiosa, llegándose a imprimir millares de estampas que representaban la escena de Pío XII mirando hacia el sol danzante sobre los jardines vaticanos (en España se hizo célebre el calendario de bolsillo editado por Heraclio Fournier). Pero no se tenía una versión directa del episodio.

Visión Fatimista de Pío XII
  
En noviembre de 2008, uno de los biógrafos contemporáneos más conocidos del venerable Pío XII, Andrea Tornielli, reveló el descubrimiento, entre los papeles privados de la familia Pacelli, de un autógrafo del Papa en el que se lee el relato de lo que vio más de una vez en aquel otoño del año jubilar de 1950. El documento es de un extraordinario valor por ser de primera mano, por su inmediatez y por su lenguaje natural (alejado del gran estilo que caracterizaba la oratoria y los escritos oficiales de Pacelli), y confirma plenamente lo que ya se sabía por vía indirecta. Dejemos hablar al protagonista con sus propias palabras. Reproducimos a continuación el texto original en italiano, seguido de nuestra traducción castellana. Es el mejor homenaje que podemos hacer hoy al Papa que fue consagrado obispo el 13 de Mayo de 1917.

Relato manuscrito por Pío XII
  
«Era il 30 ottobre 1950, antivigilia del giorno, da tutto il mondo cattolico atteso con tanta ansia, della solenne definizione dell'assunzione in cielo di Maria Santissima. Verso le ore 4 pom. facevo la consueta passeggiata nei giardini vaticani, leggendo e studiando, come di solito, varie carte di ufficio. Salivo dal piazzale della Madonna di Lourdes verso la sommità della collina, nel viale di destra che costeggia il muraglione di cinta. A un certo momento, avendo sollevato gli occhi dai fogli che avevo in mano, fui colpito da un fenomeno, mai fino allora da me veduto. Il sole, che era ancora abbastanza alto, appariva come un globo opaco giallognolo, circondato tutto intorno da un cerchio luminoso, che però non impediva in alcun modo di fissare attentamente il sole, senza riceverne la minima molestia. Una leggerissima nuvoletta trovavasi davanti. Il globo opaco si muoveva all'esterno leggermente, sia girando, sia spostandosi da sinistra a destra e viceversa. Ma nell'interno del globo si vedevano con tutta chiarezza e senza interruzione fortissimi movimenti.
   
Lo stesso fenomeno si ripeté il giorno seguente, 31 ottobre, e il 1° novembre, giorno della definizione; e poi di nuovo l'8 novembre, ottava della stessa solennità. Quindi non più. Varie volte cercai negli altri giorni, alla stessa ora e in condizioni atmosferiche uguali o assai simili, di guardare il sole per vedere se appariva il medesimo fenomeno, ma invano; non potei fissare nemmeno per un istante, rimaneva subito la vista abbagliata.
Nei giorni seguenti manifestai il fatto a pochi intimi e a un piccolo gruppo di Cardinali (forse quattro o cinque), fra i quali era il Cardinal Tedeschini. Quando questi, prima della sua partenza per la sua missione di Fatima, venne a visitarmi, mi espresse il suo proposito di parlarne nella sua Omelia. Gli risposi: “Lascia stare, non è il caso”. Ma egli insistette sostenendo l'opportunità, di tale annuncio, ed io allora gli spiegai alcuni particolari dell'avvenimento. Questa è, in brevi e semplici termini, la pura verità».

TRADUCCIÓN
«Era el 30 de octubre de 1.950, antevigilia del día, esperado con tantas ansias por todo el mundo católico, de la solemne definición de la Asunción al cielo de María Santísima. Hacia las 4 de la tarde, realizaba mi acostumbrado paseo por los jardines vaticanos, leyendo y estudiando, como siempre, varios documentos de despacho. Iba subiendo desde la plaza de la Virgen de Lourdes hacia la cima de la colina, por el camino a la derecha que discurre paralelo a lo largo de la muralla. De repente, habiendo alzado los ojos de los folios que tenía en la mano, fui sorprendido por un fenómeno que no había visto nunca hasta entonces. El sol, que todavía estaba bastante alto, aparecía como un globo opaco amarillento, rodeado completamente por un aro luminoso, que, sin embargo, no impedía en modo alguno mirar fijamente al sol, sin experimentar la mínima molestia. Sólo tenía delante una ligerísima nubecilla. El globo opaco se movía ligeramente hacia afuera, sea girando, sea yendo de izquierda a derecha y viceversa. Pero en el interior del globo se veían con toda claridad y sin interrupción movimientos fuertísimos.
   
El mismo fenómeno se repitió al día siguiente, 31 de octubre, y el 1 de noviembre, día de la definición; y, de nuevo más tarde el 8 de noviembre, octava de la misma solemnidad. Desde entonces no más. Varias veces, en los días siguientes, a la misma hora y con las mismas o similares condiciones atmosféricas, procuré mirar al sol para ver si aparecía el mismo fenómeno, pero fue en vano. No podía mirarlo ni siquiera por un instante pues la vista quedaba inmediatamente cegada. Durante los siguientes días di a conocer el hecho a pocos íntimos y a un pequeño grupo de cardenales (tal vez cuatro o cinco), entre los cuales estaba el cardenal Tedeschini. Cuando éste, antes de su partida para la misión de Fátima, vino a visitarme, me comunicó su propósito de hablar de ello en su homilía. Yo le respondí: “Déjalo estar, no es el caso”. Pero él insistió, defendiendo lo oportuno de semejante anuncio, y entonces le expliqué algunos detalles del acontecimiento. Ésta es, en breves y sencillos términos, la pura verdad».

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