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sábado, 4 de abril de 2015

LAMENTACIONES DE NUESTRA SEÑORA Y DEL APÓSTOL SAN JUAN

     
¡Ay dolor, dolor,
por mi Hijo y mi Señor!
Yo soy aquella María
del linaje de David.
Oíd, señores, oíd,
la gran desventura mía.
  
¡Ay dolor!
   
A mí dijo Gabriel
que el Señor era conmigo,
y dejóme sin abrigo,
amarga más que la hiel.
Díjome que era bendita
entre todas las nacidas
y soy de las afligidas
la más triste y más aflicta.
   
¡Ay dolor!
   
¡O vos, hombres que transitáis
por la vía mundanal,
decidme si jamás visteis
igual dolor que mi mal!
Y vosotras que tenéis
padre, hijos y maridos,
acorredme con gemidos,
si con llantos no podéis.
   
¡Ay dolor!
   
Llorad conmigo, casadas;
llorad conmigo, doncellas,
pues que véis las estrellas
oscuras y demudadas,
véis el templo destruido,
la luna sin claridad.
Llorad conmigo, llorad
un dolor tan dolorido.
   
¡Ay dolor!
   
Llore conmigo la gente
de todos los tres estados,
por lavar cuyos pecados
mataron al inocente,
a mi Hijo y mi señor,
mi Redentor verdadero.
¡Cuitada! ¿Cómo no muero
con tan extremo dolor?
   
¡Ay dolor!
   
¡Ay dolor, dolor,
por mi primo y mi Señor!
Yo soy aquel que dormí
en el regazo sagrado,
y grandes secretos vi
en los Cielos sublimado.
   
Yo soy Juan, aquel privado
de mi Señor y mi primo;
yo soy el triste que gimo
con un dolor extremado.

¡Ay dolor!
   
Yo soy el primo hermano
del Hacedor de la luz,
que por el linaje humano
quiso subir en la Cruz.
¡Oh, pues, hombres pecadores,
rompamos nuestros vestidos!
¡Con dolorosos clamores
demos grandes alaridos!
   
¡Ay dolor!
   
Lloremos al compañero
traidor porque le vendió.
Lloremos aquel Cordero
que sin culpa padeció.
Luego me matara yo,
cuitado, cuando lo vi,
si no confiara de mí
la Madre que confió.
    
¡Ay dolor!
   
Estando en el agonía
me dijo con gran afán:
"Por madre tendrás tú, Juan,
a la Santa Madre mía".
¡Ved qué troque tan amargo
para mí de grande cargo!
   
¡Ay dolor!
    
¡Oh hermana Magdalena,
amada del Redentor!
¿Quién podrá con tal dolor
remediar tan grave pena?
¿Cómo podrá dar consuelo
el triste desconsolado
que vio crucificado
al muy alto Rey del Cielo?
  
¡Ay dolor!
   
¡Oh Virgen Santa María,
Madre de mi Salvador!
¡Qué nuevas de gran dolor
si pudiese os diría!
Mas, ¿quién las podrá decir,
quién las podrá recontar,
sin gemir, sin sollozar,
sin prestamente morir?
    
¡Ay dolor!
   
Vos, mi hijo adoptivo,
no me hagáis más penar.
Decidme sin dilatar
si mi Redentor es vivo,
que las noches y los días,
si de Él otra cosa sé,
nunca jamás cesaré
de llorar con Jeremías.
   
Señora, pues de razón
conviene que lo sepáis,
es menester que tengáis
un muy fuerte corazón,
y vamos, vamos al huerto,
donde veréis sepultado
vuestro Hijo muy preciado
de muy cruda muerte muerto.
  
Gómez Manrique, Lamentaciones hechas para la Semana Santa

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