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domingo, 13 de diciembre de 2015

MISERICORDIA OCULTA EN EL CASTIGO: EL "SACO DE ROMA"

Traducción del artículo escrito por Rodolfo De Mattei para CORRISPONDENZA ROMANA
   
El Saco de Roma
  
La Iglesia vive una época de desorientación doctrinal y moral. El cisma explotó en Alemania, pero el Papa no se da cuenta de la significación del drama. Un grupo de cardenales y de obispos propugna la necesidad de un acuerdo con los herejes. Como siempre acaece en las horas más graves de la historia, los eventos se suceden con extrema rapidez. Domingo 5 de mayo de 1527, un ejército venido de la Lombardía se apostan frente al Janículo.

El emperador Carlos V, airado por la alianza política del papa Clemente VII con su adversario, el rey Francisco I de Francia, había enviado un ejército contra la capital de la Cristiandad. Aquella tarde será la última vez que el sol resplandece sobre la Roma renacentista. Cerca de 20.000 hombres, italianos, españoles y alemanes, entre ellos los mercenarios Lansquenetes, de fe luterana, se aprestan para el ataque en la Ciudad Eterna. Su comandante les concedió licencia para el saqueo. Durante toda la noche, la campana de alerta del Campidoglio sonó para llamar a los romanos a tomar las armas, pero ya era demasiado tarde para improvisar una defensa eficaz. Al amanecer del 6 de mayo, favorecidos por una densa niebla, los Lansquenetes fueron al asalto de la muralla, entre Sant’Onofrio y Santo Spirito. 
  
Lansquenetes, los mercenarios más temibles de toda la Europa tardo-medieval y renacentista
  
La Guardia suiza se acantonó en torno al Obelisco del Vaticano, decididos a permanecer fieles hasta la muerte a su juramento. Los últimos se inmolaron frente al altar mayor de la Basílica de San Pedro. Su resistencia permite al Papa, con algunos cardenales, una posibilidad de escapar.
   
A través del Passetto del Borgo, vía que conecta al Vaticano con el Castillo de Sant’Angelo, Clemente VII llega a la fortaleza, único baluarte que le quedaba contra el enemigo. Desde lo alto de sus muros, el Papa presenció los terribles estragos que comenzaron con la masacre de aquellos que arremolinados frente a las puertas del Castillo pedían refugio, mientras los enfermos del hospital de Santo Spirito in Sassia eran muertos a lanzazos y a filo de espada.
  
Castillo Sant’Angelo, donde el Papa Clemente VII permaneció prisionero siete meses
 
La licencia ilimitada de robar y de asesinar duró ocho días, y la ocupación de la ciudad nueve meses. «El Infierno es nada en comparación con la vista que Roma presenta actualmente», se lee en una relación veneciana del 10 de mayo de 1527, recogida por Ludwig von Pastor (Historia de los Papas, Desclée, Roma 1942, vol. IV, 2, p. 261). Los religiosos fueron las principales víctimas de la furia de los Lansquenetes. Los palacios de los cardenales fueron presa del pillaje, las iglesias fueron profanadas, los sacerdotes y monjes muertos o esclavizados, las monjas fueron violadas y vendidas en el mercado. Se observan obsenas parodias de las ceremonias religiosas, cálices de Misa usados para embriagarse entre blasfemias, hostias consagradas son rostizadas en sartenes y dadas en pasto a los animales, desacradas las tumbas de los santos, las cabezas de los Apóstoles, como la de san Andrés, usadas para jugar fútbol en las calles. Un asno fue revestido de hábitos eclesiásticos y conducido al altar de una iglesia. El sacerdote que rehusó darle la comunión fue descuartizado. La ciudad se vio ultrajada en sus símbolos religiosos y en sus memoriales sacratísimos (puede verse en André Chastel, El Saco de Roma, Einaudi, Turín 1983; Umberto Roberto, Roma capta. El Saco de la ciudad desde los Galos a los Lansquenetes, Laterza, Bari 2012).
    
Los lansquenetes, influenciados por el odio de Lutero contra el Catolicismo, se entregaron al saqueo y al libertinaje. (Cuadro “El Saco de Roma”, de Francisco Amérigo y Aparicio)
     
Clemente VII, de la familia de los Médici, no recogió el apelo de su predecesor Adriano VI a una reforma radical de la Iglesia. Martín Lutero llevaba diez años defendiendo sus herejías, pero la Roma de los Papas continuaba inmersa en el relativismo y el hedonismo. No todos los romanos eran corruptos y afeminados, como parece creer el historiador Ferdinand Gregorovius. No lo eran aquellos nobles, como Giulio Vallati, Giambattista Savelli y Pierpaolo Tebaldi, que enarbolando un estandarte con la enseña “Pro Fide et Patria”, opusieron la última resistencia heroica en el Puente Sixto, no lo eran los alumnos del Colegio Capranica, que marcharon y murieron en Santo Spirito para defender al Papa en peligro.
  
Clemente VII. San Malaquías de Armagh lo llama “Flos pilæ ægræ” (La flor de las columnas enfermas), por pertenecer a los Médici (cuyas armas incluyen tres lises de oro) y porque durante su pontificado fue indolente, débil en lo espiritual y mal estadista, lo que redundó en crisis para la Iglesia y el Papado.
   
A aquella hecatombe se le debe la atribución del título “Almo” a dicho colegio eclesiástico romano. Clemente VII se salvó y gobernó la Iglesia hasta 1534, afrontando el cisma anglicano sucedáneo al luteranismo, pero el presenciar impotente el saqueo de la ciudad, fue para él más duro que la misma muerte. El 17 de octubre de 1528, las tropas imperiales abandonaron una ciudad en ruinas. Un español, testigo ocular de los hechos, presenta un cuadro terrorífico de la ciudad a un mes del saqueo:
«En Roma, capital de la cristiandad, no se tañe campana alguna, no se abre ninguna iglesia ni se dice Misa, no hay Domingo ni días de fiestas. Las ricas bodegas de los mercaderes sirven como caballerizas, los palacios más espléndidos están devastados, muchas casas incendiadas, en otras partes las puertas y ventanas arrancadas y destrozadas, las calles convertidas en letrinas. Es horrible el hedor de los cadáveres: hombres y bestias tienen la misma sepultura; en las iglesias he visto cadáveres devorados por los perros. No sé con qué comparar esto, fuera de la destrucción de Jerusalén. Ahora reconozco la justicia de Dios, que no olvida aunque llegue tarde. En Roma se cometieron a plena luz todos los pecados: sodomía, simonía, idolatría hipocresía, engaño; por eso no podemos creer que fuera casualidad, sino por juicio divino» (L. von Pastor, Historia de los Papas, cit., p. 278).
 
El Papa Clemente VII comisionó a Miguel Ángel el Juicio Universal en la Capilla Sixtina, casi para inmortalizar el drama que padeció en aquellos años, la Iglesia de Roma. Todos comprendieron que se trataba de un castigo del Cielo. No faltaron los avisos premonitorios, como un rayo que cayó en el Vaticano y la aparición de un eremita, Brandano da Petroio, venerado por muchos como “el loco de Cristo”, que el Jueves Santo de 1527 (18 de abril), cuando Clemente VII bendecía en San Pedro a la gente, gritó: «Bastardo sodomita, por tus pecados Roma será destruída. Confiésate y conviértete, porque en 14 días la ira de Dios se abatirá sobre ti y sobre la ciudad».
  
Brandano da Petroio, “el loco de Cristo”, fue un ermitaño agustino de Siena que predicó la penitencia y profetizó en Italia, Francia y España
 
El año anterior, a finales de agosto, la armada cristiana fue derrotada por los Turcos otomanos en el campo de Mohács. El rey de Hungría Luis II Jagellón murió en batalla y el ejército de Solimán el Magnífico ocupó Buda. La ola islámica parecía imparable en Europa. 
  
Pero la hora del castigo fue, como siempre, la hora de la misericordia. Los hombres de Iglesia comprendieron cuán tontamente habían seguido las sendas de los placeres y del poder. Tras el terrible Saco, la vida cambió profundamente. La Roma alegre del Renacimiento se trasformó en la Roma austera y penitente de la Contrarreforma. 
  
Entre aquellos que sufrieron el Saco de Roma, está Gian Matteo Giberti, obispo de Verona, pero que residía en Roma para la época. Prisionero de los sitiadores, juró que si fuere liberado no abandonaría jamás su sede episcopal. Manteniendo su palabra, retornó a Verona y se dedicó con todas sus fuerzas a la reforma de su diócesis, hasta su muerte en 1543. San Carlos Borromeo, que será luego el modelo de los obispos de la Reforma Católica, se inspiró en él. 
  
San Carlos Borromeo, modelo de los obispos contrarreformistas.
  
También estaban en Roma Carlo Carafa y San Cayetano de Thiene que, en 1524, fundaron la orden de los Teatinos, un instituto religioso que era ridiculizado por su posición de intransigencia doctrinal y el abandono en la Divina Providencia hasta el punto de esperar la limosna, sin pedir jamás para sí. Los dos cofundadores de la orden fueron apresados y torturados por los Lansquenetes y escaparon milagrosamente de la muerte. Cuando Carafa devino en cardenal y presidente del primer tribunal de la Santa y Universal Inquisición romana, quiso junto a sí a otro santo, el padre Michele Ghislieri, dominico. Los dos hombres, Carafa y Ghislieri, con los nombres de Pablo IV y de Pio V, serán los dos Papas por excelencia de la Contrarreforma Católica del siglo XVI. 
   
El Concilio de Trento (1545-1563) y la victoria de Lepanto contra los Turcos (1571) demostraron que, aún en las horas más oscuras de la historia, con la ayuda de Dios es posibile el resurgir: pero el origen de este renacimiento fue el castigo purificador del Saco de Roma.

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