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sábado, 27 de agosto de 2016

GALILEO GALILEI: VÍCTIMA DEL ANTICATOLICISMO Y NO DE LA INQUISICIÓN

Los modernistas y “libre-pensadores" (siguiendo la directriz del infame y perverso Voltaire “Calumnien, calumnien, que algo quedará") gustan de atacar a la Iglesia Católica, afirmando que está contra cualquier progreso de las ciencias, y esgrimen constantemente que Galileo Galilei fue encarcelado y torturado por la Inquisición sólo por afirmar que la Tierra giraba alrededor de un Sol inmóvil. Pero Galileo murió el 8 de enero de 1642 en su casa en las afueras de Florencia, a la edad de 78 años, sin haber pasado un día en la cárcel, y con el beneplácito de la amistad con altos jerarcas de la Iglesia.
     
Galileo Galilei no fue condenado sino a ser un “idiota útil” de los libre-pensadores modernos y anticatólicos en general.
  
Incluso lo más llamativo que ha encontrado Vittorio Messori y publicado en su libro “Leyendas negras de la Iglesia”, es que incluso la histórica frase “Eppur si muove!” (sin embargo se mueve) que habría sido dicha por Galileo después de la lectura de la sentencia, no fue dicha por él sino sólo épicamente se le atribuye, y se puede datar con precisión que fue inventada en Londres en 1757 por el periodista Giuseppe Baretti, o sea a más de 100 anos de la muerte de Galileo.

El periodista Giuseppe Baretti fue el inventor del “Eppur si muove!” que ponen en boca de Galileo. Como cosa rara, la inventó para complacer a la pérfida Albión. (Retrato por Joshua Reynolds)
    
“DOS JUICIOS” CONTRA GALILEO
Se suele hablar de dos procesos de la Santa Inquisición contra Galileo: el primero en 1616, y el segundo en 1633. A veces sólo se habla del segundo. El motivo es sencillo: el primer proceso realmente existió, porque Galileo fue denunciado a la Inquisición romana y el proceso fue adelante, pero no se llegó a citar a Galileo delante del tribunal: el denunciado se enteró de que existía la denuncia y el proceso a través de comentarios de otras personas, pero el tribunal nunca le dijo nada, ni le citó, ni le condenó. Por eso, con frecuencia no se considera que se tratara de un auténtico proceso, aunque de hecho la causa se abrió y se desarrollaron algunas diligencias procesales durante meses.
   
En cambio, el de 1633 fue un proceso en toda regla: Galileo fue citado a comparecer ante el tribunal de la Inquisición de Roma, tuvo que presentarse y declarar ante ese tribunal, y finalmente fue condenado. Se trata de dos procesos muy diferentes, separados por bastantes años; pero están relacionados, porque lo que sucedió en el de 1616 condicionó en gran parte lo que sucedió en 1633.
  
LA CULMINACIÓN DEL PROCESO DE 1633
El 22 de junio de 1633, en Roma, en el convento dominicano de Santa Maria sopra Minerva, después de oír la sentencia, el “verdadero” Galileo (no el del mito) dio las gracias a los diez cardenales –tres de los cuales habían votado a favor de su absolución– por una pena tan moderada. Porque también era consciente de haber hecho lo posible para indisponer al tribunal, entre otras cosas intentando tomarles el pelo a esos jueces –entre los cuales había hombres de ciencia de su misma envergadura– asegurando que en realidad en el libro impugnado (que se había impreso con una aprobación eclesiástica arrebatada con engaño) había sostenido lo contrario de lo que se podía creer.
   
 
Galileo cayó en el primer pecado mortal de un científico: PRESENTAR COMO TESIS LO QUE APENAS ERA UNA TEORÍA SIN COMPROBAR. Peor aún: ¡SOSTENER SU TESIS CON ARGUMENTOS ERRÓNEOS!
   
Es más: en los cuatro días de discusión, sólo presentó un argumento a favor de la teoría de que la Tierra giraba en torno al Sol. Y era erróneo. Decía que las mareas eran provocadas por la “sacudida” de las aguas, a causa del movimiento de la Tierra. Una tesis risible, a la que sus jueces-colegas oponían otra, que Galileo juzgaba “de imbéciles”: y que, sin embargo, era la correcta. Esto es, el flujo y reflujo del agua de mar se debe a la atracción de la Luna. Tal como decían precisamente aquellos inquisidores a los que el pisano insultaba con desprecio.
     
Galileo afirmaba que las mareas se daban por el movimiento de rotación de la Tierra, y que ello era prueba de que giraba alrededor del Sol, cuando en realidad se debe a la atracción de la Luna.

Aparte de esta explicación errónea, Galileo no supo aportar otros argumentos experimentales, comprobables, a favor de la centralidad del Sol y del movimiento de la Tierra. Y no hay que maravillarse: el Santo Oficio no se oponía en absoluto a la evidencia científica en nombre de un oscurantismo teológico.
  
La Inquisición no se oponía a la ciencia. De hecho, si no fuera por la Iglesia Católica, no se hubiese corregido el calendario, y las obras científicas y filosóficas de la antigüedad se hubiesen perdido para siempre.
  
La primera prueba experimental, indiscutible, de la rotación terrestre data de 1748, más de un siglo después. Y para “ver” esta rotación, habrá que esperar hasta 1851, con ese péndulo de Foucault, tan apreciado por Umberto Eco.
  
DOS HIPÓTESIS DEL MISMO PESO SOBRE LA CENTRALIDAD DE LA TIERRA O EL SOL
En aquel año 1633 del proceso a Galileo, el sistema ptolemaico (el Sol y los planetas giran en torno a la Tierra) y el sistema copernicano (la Tierra y los planetas giran en torno al Sol) eran dos hipótesis del mismo peso, a las que había que apostar sin tener pruebas decisivas. Y muchos religiosos católicos estaban a favor del “innovador” Copérnico, condenado, en cambio, por Lutero.
 
Lutero condenó la teoría de Nicolás Copérnico porque la consideraba sin fundamento en las Sagradas Escrituras (pero más porque el hereje de Wittemberg no gustaba de los universitarios que pudieran rebatir sus desvaríos teológicos y científicos).
   
Por otra parte, Galileo no sólo se equivocaba al referirse a las mareas, sino que ya había incurrido en otro grave error científico cuando, en 1618, habían aparecido en el Cielo unos cometas. Basándose en apriorismos relacionados con su “apuesta” copernicana, había afirmado con insistencia que sólo se trataba de ilusiones ópticas y había arremetido duramente contra los astrónomos jesuitas del observatorio romano, quienes decían, en cambio, que estos cometas eran objetos celestes reales. Luego volvería a equivocarse con la teoría del movimiento de la Tierra y de la fijeza absoluta del Sol, cuando en realidad éste también se mueve en torno al centro de la galaxia.
    
Nada de frases titánicas (el demasiado célebre “Eppur si muove!”), de todas formas, más que en las mentiras de los ilustrados y luego de los marxistas –véase Bertolt Brecht–. Ellos crearon deliberadamente un “caso”, útil a una propaganda que quería (y quiere) demostrar la incompatibilidad entre ciencia y fe.
  
LA “CONDENA”: REZAR
¿Torturas? ¿Cárceles de la Inquisición? ¿Hoguera? Galileo no pasó ni un solo día en la cárcel, ni sufrió ningún tipo de violencia física. Es más, llamado a Roma para el proceso, se alojó (a cargo de la Santa Sede) en una vivienda de cinco habitaciones con vista a los jardines del Vaticano y con servidor personal. Después de la sentencia fue alojado en la maravillosa Villa Medici en el Pincio. Desde aquí el “condenado” se trasladó, en condición de huésped, al palacio del arzobispo de Siena, uno de los muchos eclesiásticos insignes que lo querían, que lo habían ayudado y animado, y a los que había dedicado sus obras. Finalmente llegó a su elegante villa en Arcetri, cuyo significativo nombre era “Il gioiello” (“La joya”).
  
No perdió la estima o la amistad de obispos y científicos, muchas veces religiosos. No se le impidió nunca proseguir con su trabajo y de ello se aprovechó, continuando sus estudios y publicando un libro –Discursos y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias– que es su obra maestra científica. Ni tampoco se le había prohibido recibir visitas, así que los mejores colegas de Europa fueron a verlo para discutir con él.
  
Pronto le levantaron la prohibición de alejarse a su antojo de la villa. Sólo le quedó una obligación: la de rezar una vez por semana los siete salmos penitenciales. En realidad, también esta “pena” se había acabado a los tres años, pero él la continuó libremente, como creyente que era, un hombre que había sido el benjamín de los Papas durante larga parte de su vida; y que, en lugar de erigirse en defensor de la razón contra el oscurantismo clerical, tal como afirma la leyenda posterior, pudo escribir con verdad, al final de su vida: “In tutte le opere mie non sarà chi trovar possa pur minima ombra di cosa che declini dalla pietà e dalla riverenza di Santa Chiesa”. (“En todas mis obras no habrá quien pueda encontrar la más mínima sombra de algo que recusar de la piedad y reverencia de la Santa Iglesia”).
     
Murió a los setenta y ocho años, en su cama, con la indulgencia plenaria y la bendición del Papa. Era el 8 de enero de 1642, nueve años después de la “condena”. Una de sus hijas, monja, recogió su última palabra. Ésta fue: “¡Jesús!”
 
Galileo fue sepultado en la iglesia Santa Cruz de Florencia (cosa que a un hereje NO SE LE PERMITIRÍA en aquel entonces -ni hoy tampoco-)

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