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miércoles, 2 de noviembre de 2016

¿MILENARISMO CISTERCIENSE?

Artículo enviado por un lector a Juan Palmeta, y publicado en MILLENARISMUS
  
El ritual cisterciense tomó cierta notoriedad fuera de la Orden debido a la ordenación de diáconos por parte del abad de Cîteaux[1]. Los tratados De sacramentis generalmente traen a colación este tema por las implicancias inherentes al ministro de las órdenes mayores.
  
 
Entre los ritos de los funerales del ritual cisterciense aparece una oración[2] que menciona la primera resurrección:
Súscipe Dómine servum tuum (vel ancíllæ tuæ), in bonum habitáculum ætérnum, et da ei réquiem, et regnum, id est Jerúsalem cœléstem: ut in sínibus Patriarchárum tuórum, Ábrahæ, Isaac, et Jacob eum (eam), collocáre dignéris: et partem hábeat in prima resurrectióne, et inter surgéntes surgat: et inter suscipiéntes córpora in die resurrectiónis corpus suscípiat: et cum benedíctis ad déxteram Dei Patris veniéntibus véniat: et inter possidéntes vitam ætérnam possídeat Per Christum Dóminum nostrum. Amen[3].
 
El texto del Apocalipsis[4] al que alude esta oración es mayoritariamente interpretado, desde San Agustín[5], en modo alegórico como el nacimiento a la gracia[6]. Sobre este texto comenta el P. Castellani que "el llamado milenismo consiste esencialmente en establecer dos resurrecciones separadas por un largo período (mil años); y esos mil años son el juicio final"[7]. Específicamente sobre las dos resurrecciones se puede leer el capítulo 7 del estudio del P. José Ramos García C.F.M. sobre La perspectiva esjatológica.
 
Resulta claro, sin embargo, que la plegaria cisterciense se refiere a la primera resurrección en sentido literal, pues la aplica a un difunto.
 
Es menester recordar que esta oración no es una composición de los cistercienses sino que aparece en las ediciones de los monjes maurinos[8] del Sacramentario gregoriano[9].
 
Ramos García finaliza el citado capítulo diciendo que "no es de extrañar que en antiguas liturgias se pidiese el tener parte en la resurrección primera". Por su parte, Mons. Straubinger refiere una acotación de Dom Leclercq citada en la edición de la Biblia de Pirot-Clamer: 
"[desde san Agustín] el milenarismo cayó en el olvido, no sin dejar curiosas supervivencias, como las oraciones para obtener la gracia de la primera resurrección, consignadas en antiguos libros litúrgicos de Occidente"[10].
  
No es objeto de este trabajo establecer el origen de esta oración, sino dar constancia de ella y de su uso –si bien acotado– en la liturgia, desde tiempos antiguos hasta la actualidad, lo cual representa, a nuestro entender, algo más que una curiosa supervivencia.
 
NOTAS
[1] El papa Inocencio VIII, por la bula Expóscit tuæ devotiónis de 9 de abril de 1489, concedió al abad general y a los cuatro protoabades de la orden cisterciense (e igualmente a sus sucesores) el privilegio de conferir a sus súbditos el diaconado y subdiaconado. Los abades cistercienses, ya en el siglo XVII, todavía usaban libremente de este privilegio.
[2] Rituale Cisterciense, Parisiis 1689, pág. 368 (hay diversas ediciones hasta la actualidad). También aparece en el Manual de Oficios Divinos de la Orden Carmelita de Francia, París 1735, pág. 189.
[3] Traducción: "Recibe, Señor, a tu siervo (o sierva) en la feliz morada eterna, y dale el descanso y el Reino, es decir, la Jerusalén celestial; dígnate colocarlo (colocarla) en el seno de tus patriarcas Abrahán, Isaac y Jacob, hazle partícipe de la primera resurrección y que resucite entre los que han de resucitar; que en el día de la resurrección reciba su cuerpo, junto con los que también han de recibirlo, y que venga a la diestra de Dios Padre con los benditos que han de venir, que posea la vida eterna entre los que la poseen. Por Cristo, nuestro Señor. Amén".
[4] Apoc. 20, 4-5 "Y vi tronos; y se sentaron en ellos, y les fue dado juzgar, y (vi) a las almas de los que habían sido degollados a causa del testimonio de Jesús y a causa de la Palabra de Dios, y a los que no habían adorado a la bestia ni a su estatua, ni habían aceptado la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil años. Los restantes de los muertos no tornaron a vivir hasta que se cumplieron los mil años. Ésta es la primera resurrección" (versión de Straubinger). Comentando ese texto dice Mons. Straubinger que 
"parece, pues, probable que San Juan piense aquí en un privilegio otorgado a los Santos (sin perjuicio de la resurrección general), y no en una alegoría, ya que San Ireneo, fundándose en los Testimonios de los presbíteros discípulos de San Juan, señala como primera resurrección la de los justos".
[5] San Agustín considera que la primera resurrección se refiere al renacimiento espiritual en el bautismo. Cfr. De civitáte Dei XX, 6, donde se retracta de lo dicho en el Sermón CCLIX.
[6] No así por ejemplo Cornelio a Lapide.
[7] Castellani, Leonardo El Apokalypsis de San Juan, Vórtice, Buenos Aires 2005, p.237. Para Ramos García los mil años forman parte del Juicio Universal, cuyo último acto (Apoc. XX, 11-15) es el Juicio Final.
[8] Por ejemplo en Martène, Edmond De Antíquis ecclésiæ rítibus, 1702, p. 624. Hay una edición moderna del Sacramentario Gregoriano publicada en tres tomos en Friburgo en 1992, curada por el monje de Hautecombe, Jean Deshusses. Dicha oración se encuentra en el tomo III, p.158.
[9] El Sacramentario compuesto por S. Gregorio es para un año determinado. En los s. VII y VIII se le hicieron diversas adiciones y así fue enviado a Carlomagno por el papa Adriano I, entre los años 784-791, y de ahí el nombre también de Adriano. Los liturgistas modernos atrasan las fechas de estos sacramentarios, datando incluso algunas partes contenidas en el gregoriano hasta el siglo X, tomando en cuenta modificaciones atribuidas a Alcuino y a San Benito de Aniano.
[10] En nota a Apoc. 20, 6.

1 comentario:

  1. Es una oración hermosa. Supongo que al formar parte de un libro que en su momento fue aprobado por la Santa Sede, se puede usar en la devoción privada para pedir por los parientes y bienhechores fallecidos; sin que esto apunte a que nos adherimos al milenarismo. En Cristo y María Inmaculada

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