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sábado, 25 de febrero de 2017

EL PAPEL DE “La Gauche” EN LA PEDERASTIA

ADVERTENCIA: RECOMENDAMOS DISCRECIÓN. Y SÉPASE QUE ESTAMOS EN CONTRA DEL MALTRATO Y EL ABUSO DE MENORES.

Por Fernando Paz para LA GACETA.
 
Del ‘Libro rojo del cole’ al ‘¿Por qué no?
LA PEDERASTIA, UNA VIEJA HISTORIA DE PROGRES
 
En las últimas décadas han proliferado las acusaciones de pederastia dirigidas a distintos colectivos, desde profesores a instructores militares o deportivos pasando, no faltaba más, por sacerdotes. Y es de justicia reconocer que, en mayor o menor medida, las acusaciones han tenido su razón de ser.
  
Por supuesto, ninguno de esos colectivos ha justificado los delitos que cualesquiera de sus componentes pudiera haber cometido. Antes o después, todos ellos han reaccionado tomando las medidas que han creído más oportunas -frecuentemente eficaces- para evitar que tales cosas sigan sucediendo aunque, obviamente, existe algo llamado “tasa de inevitabilidad”.
 
Desde luego, lo que nunca ha sucedido es que nadie haya teorizado acerca de la bondad de las relaciones pedófilas. ¿Nadie?
 
Un pasado que olvidar
Lo que viene a continuación no es un simple eco del pasado: es el relato de unos antecedentes. Antecedentes que revelan toda su trascendencia a la luz de lo que empezamos a saber está sucediendo: el rapto de nuestros hijos a manos de ciertos grupos organizados, que han adoptado una filosofía pansexualista por toda convicción. A estos, hoy como ayer, ningún precio les parece excesivamente oneroso si eso les acerca a la consecución de sus objetivos.
  
Los años setenta vieron el despliegue de ciertas ideas que, durante décadas, habían venido circulando únicamente en ambientes restringidos del progresismo marginal. Las propuestas radicales de los que más tarde serían consagrados como “ideólogos de género” empezaron a abrirse paso en aquellos años -de acuerdo a una estrategia muy eficaz- entre la opinión pública. Enfocados como “extensión de derechos”, pocos se atrevieron a cuestionar el reconocimiento legal de asuntos como la homosexualidad -hasta entonces considerada una patología- o el aborto -hasta entonces considerado un crimen-.
 
Después de los grandes temas sexuales, la normalización de la pederastia fue el lógico corolario del Mayo francés y su pansexualismo. Liberados de ese prejuicio burgués en que dieron en considerar a la conciencia, proclamaron la sola validez de la voluntad humana. Resurgieron los fantasmas de Wilhelm Reich y de Alfred Kinsey: mientras que la promiscuidad y la homosexualidad pasaron a ser prácticas reconocidas y habituales, la pedofilia debía ser reivindicada como “actividad natural, reprimida por dos mil años de cultura judeocristiana”, ya que era, junto al incesto, el último tabú sexual.
  
Comenzó entonces una campaña de agitación que rebasó los límites de la mera reclamación académica: en enero de 1977, “Le Monde” mostraba su indignación porque tres hombres habían sido condenados a una prisión “excesivamente larga” por haber mantenido relaciones con menores a los que, además, habían fotografiado. El artículo era una suerte de manifiesto pedófilo, firmado por los intelectuales “comprometidos” más destacados de Francia: Louis Aragon, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Roland Barthes, Jack Lang y André Glucksmann, entre otros. Los abajo firmantes -cuyas opiniones disfrutaban de una singular aura de respetabilidad- eran considerados como parte del patrimonio nacional francés, de modo que no fue desdeñable su efecto sobre la opinión pública.
 
Pero la campaña no había hecho más que empezar. Cuatro meses más tarde, dirigieron una petición al parlamento francés pidiendo la derogación del concepto de minoría de edad sexual y la despenalización de las relaciones sexuales con menores hasta los 15 años. Esta vez, a los habituales, se les sumaban otros tres intelectuales de peso como eran Michel Foucault, Jacques Derrida y Louis Althusser. Y además, el líder homosexual Guy Hocquenghem, el escritor Philip Sollers y la pediatra Françoise Dolto.
 
En pleno, el Estado Mayor del progresismo galo
Por esas mismas fechas de 1977, el diario de izquierdas “Libération” publicaba un artículo en el que daba cuenta de la formación del FLIP (Frente de Liberación de los Pedófilos). En dicha información, no ocultaba su simpatía por los miembros de la organización, protagonistas de lo que la prensa progresista consideraba “la aventura pedófila” (sic). Y en 1981, el propio “Libération” llegaría a ceder sus páginas para que un pederasta relatase sus actos sexuales con una criatura de apenas cinco años. “Mimosos infantiles”, se permitió titular, regocijado.
 
Con anterioridad, en la propia Francia, uno de los líderes de la revuelta estudiantil sesentayochista, Daniel Cohn-Bendit, no había sentido ninguna restricción a la hora de publicar alguna de sus hazañas en este terreno. En su obra Le Grand Bazar, de 1975, escribió acerca de la época en la que trabajó en una guardería:
“Muchas veces me ocurrió que algunos chavales abrían mi bragueta y comenzaban a hacerme cosquillas. Yo reaccionaba de manera distinta según las circunstancias, pero su deseo me planteaba un problema. Les preguntaba: ‘¿Por qué no jugáis juntos, entre vosotros? ¿Por qué me habéis elegido a mí y no a los otros chavales?’ Pero si ellos insistían, yo les acariciaba”.
  
La liberación de los niños
Se crearon guarderías en las que se pretendía que los niños tuvieran derechos sexuales. Se iniciaba a los niños para que tuvieran relaciones entre ellos, y se debatió la posibilidad de que los adultos tuvieran acceso sexual a los niños. El libro de cabecera de estos progresistas era “La Revolución en la Educación”, en el que se podían leer cosas como que 
“la deserotización de la vida de familia, desde la prohibición de la vida sexual entre niños hasta el tabú del incesto, es funcional para la preparación del tratamiento hostil del placer sexual en la escuela y la consecuente deshumanización y sumisión del sistema laboral”.
  
Entre tanto, por las mismas fechas, en las filas del feminismo radical comenzó a abrirse paso la idea de que, junto a la liberación de la mujer, había que propiciar la de los homosexuales y los niños. Ambos eran víctimas por igual de los varones heterosexuales y del patriarcado.
  
Los niños podían no sólo ser aliados en la lucha por la liberación del macho, sino incluso compañeros de juegos sexuales que reemplazaran a los varones adultos (Simone de Beauvoir había mantenido un par de relaciones lésbicas con menores en las que, al menos en uno de los casos, veía un sustitutivo de sus patéticos fracasos sentimentales con Sartre).
  
Y una de las feministas más destacadas, y reverenciada desde hace cuarenta años por los grupos radicales, Kate Millet, en su “Política Sexual” (1969), escribió que “puede existir tanto una relación erótica entre un hombre y un niño como entre una niña y una mujer mayor”. En su particular y orwelliano lenguaje, este tipo de relaciones recibe la denominación de “relaciones intergeneracionales no explotadoras”.
  
Desde su concepción feminista radical, Millet considera que hay que liberar al sexo de los límites represivos que se le han impuesto. Y, en consecuencia, el siguiente paso debe darse en la dirección del incesto:
“Siempre me he preguntado por el poder del tabú del incesto, porque al mismo tiempo que la sexualidad de los niños y de los adultos alcanza más y más libertades, la proximidad de miembros de la familia le hace a uno experimentar y desafiar este tabú. El tabú del incesto ha sido siempre una de las piedras angulares del pensamiento patriarcal. Hemos de proclamar la emancipación de los niños…”
    
Casi por las mismas fechas, mediados los setenta, el Libro rojo del cole, traducción de una obra danesa elaborada desde una óptica marxista declarada, reputaba comprensivamente como “hombres faltos de amor” a los pederastas. También por entonces, refiriéndose a un pederasta francés, la prensa de ese país se deshacía en efusiones sentimentales: “cuando Benoît habla de los niños, sus ojos de pastor griego se preñan de ternura” (Libération, 20-junio-1981).
 
A fines de 1979, la revista berlinesa Zittu, de orientación radicalmente progresista, titulaba “Amor con niños ¿se puede?”. Como minorías perseguidas, los medios de izquierda consideraron a los pedófilos víctimas del sistema capitalista.
  
Dichas relaciones intergeneracionales fueron apoyadas por el conocido izquierdista Reinhard Röhl, editor de la revista Konkret, más tarde acusado por su hija, Anja, de haber abusado de ella cuando tenía entre 5 y 14 años.
 
Dispuestos a todo
No se puede ocultar la presión que el lobby gay ha efectuado a fin de conseguir una rebaja de la edad de aprobación legal para las relaciones homosexuales. En el Reino Unido consiguieron que la administración laborista disminuyese dicha edad hasta los 16 años. En los Estados Unidos, el movimiento pedófilo NAMBLA -que ha proclamado en numerosas ocasiones su opción por la abolición de todo establecimiento de edad legal cualquiera para las relaciones sexuales-, encontró igualmente numerosos apoyos entre la comunidad gay.
  
En España, Jaime Mendía, portavoz de la Coordinadora Vasca para el Día del Orgullo Gay en el año 2008, declaró al diario “El Mundo”:
“Todas las personas tienen que tener derecho a disfrutar de la sexualidad, también un niño de ocho añitos (…) Las relaciones intergeneracionales cada día están más perseguidas penal y socialmente, despertándonos un día sí y otro también con más que dudosos éxitos policiales…cuando una persona tiene algún tipo de relación con cualquier persona, aunque sean menores, no tiene por qué hacer daño a nadie”.
 
En ocasiones, confiados en el respaldo de todo género del que gozan, no se resisten al sarcasmo. Así, Jorge Corsi, psicólogo procesado por la justicia argentina por pederastia, jugando con los tradicionales roles de la infancia en familia, sentencia que
“si el niño debe respeto y obediencia a los mayores, cuando un mayor propone a un niño una actividad sexual, lo que corresponde es que el niño acepte, obedezca y respete”.
 
Cada día, de un modo casi imperceptible, se va incorporando al debate una tímida, aunque creciente, actitud de comprensión hacia la pedofilia. El 1 de diciembre de 2011, el diario “El País” publicaba un artículo del catedrático de Filosofía de la Universidad de Barcelona, Manuel Cruz, en el que se leían las siguientes reflexiones:
“La referencia a la pederastia en el contexto de los debates acerca de la sexualidad en nuestra sociedad parece jugar un papel análogo al que desempeña Auschwitz en las discusiones éticas contemporáneas (…) es obvio que hoy ya no se sataniza sin más el sexo, pero sí parecen estas siendo satanizadas lo que se consideran formas desviadas del mismo”. 
Y concluye, pleno de lógica: “Desviadas, por cierto ¿respecto a qué?”

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