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miércoles, 26 de abril de 2017

OTRAS PLUMAS: EL ANTICRISTIANISMO EN FRANCIA

Traducción del artículo publicado en inglés por FIRST THINGS-THE INSTITUTE ON RELIGION AND PUBLIC LIFE. Aunque NECESARIAMENTE existe una diferencia ideal entre nuestro blog y Jean Duchesne, el autor del artículo (sobre todo en que él juzga como contraproducente la condena eclesial al modernismo y considera católicos a los modernistas Henri de Lubac, Yves Congar y Jacques Maritain), el artículo presenta un resumen de la historia y actualidad de la alguna vez “Hija predilecta de la Iglesia” para comprender la presente contienda electoral en la V República Francesa.
 
De izquierda a derecha: Emmanuel Macron (¡En marcha!, centro), François Fillon (Los republicanos, centroderecha), Jean-Luc Mélenchon (Coalición Francia Insumisa, ultraizquierda), Benoît Hamon (Partido Socialista, centroizquierda), y Marine Le Pen (Frente Nacional, ultraderecha)
  
Un día después de la victoria de François Fillon en la primaria republicana en Francia el pasado Noviembre, el encabezado del diario izquierdista Libération era: «Au secours, Jésus revient!» (¡Auxilio, Jesús está de vuelta!) La razón para este llamado angustioso era que Fillon es conocido como un católico practicante, un fiel esposo (algo inusual entre los políticos contemporáneos), y un visitante regular de la abadía benedictina de Solesmes, símbolo del alegadamente reaccionario avivamiento religioso neomedieval decimonónico. Peor aún, es apoyado por muchos de los militantes que organizaron las espectaculares (aunque infructíferas) protestas masivas contra la legalización del matrimonio homosexual en 2013.
 
En retrospectiva, el grito de auxilio de Libération no generó pánico entre los secularistas; que anunciaron su determinación en torpedear la candidatura de Fillon. En cuestión de semanas, Fillon fue acusado por la prensa escarbabasuras de hacer lo que muchos políticos en todos los partidos hacen: poner a su esposa e hijos que trabajaron para él en trabajos asalariados —lo que es ilegal solamente si no se hace ningún trabajo actual—. Un fiscal fue súbitamente designado por el gobierno socialista y predeciblemente indició al líder de la oposición conservadora. Los cargos quedaron discutidos, por decir lo menos. No ha habido reportes de instituciones públicas o privadas que paguen salarios a miembros de la familia Fillon. Detalles de la investigación preliminar fueron filtrados a la prensa, que entonces agregó nuevas acusaciones.
  
Fillon era consciente de que contratar a miembros de su familia no era muy listo, y se disculpó por ello. Pero él ha sido incapaz de deshacer las sospechas de deshonestidad. Antes del escándalo, él era el puntero para la presidencia; actualmente es el tercero, detrás de Le Pen y el centrista Emmanuel Macron.
  
La acusación de corrupción contra Fillon no fue solo una sucia treta política. Fue motivada por una ideología, y refleja la hostilidad hacia el Cristianismo en varios círculos donde la religión en general, y el Catolicismo en particular, es vista como una enfermedad infantil. No es solo la idea de los marxistas impenitentes aún prestos a enfilar contra “el opio de las masas”, o de otros materialistas izquierdistas. La aversión al Cristianismo puede también encontrarse en la extrema derecha, con su mística que desprecia el amor y la misericordia, y entre los centristas cuya moderación asimila la fe con el fanatismo.
 
Marine Le Pen, la candidata del populista Frente Nacional, también es acusada de incluir a trabajadores del partido en la nómina del Europarlamento, del cual ella es miembro electo. Pero ella no ha sido perseguida tan salvajemente como Fillon. Una razón es que ella parece ser menos que una amenaza: Se espera que vaya a segunda vuelta y entonces pierda. Pero la principal razón de que los medios han cazado a Le Pen con menos fiereza que a Fillon es que ella no es enemiga del “progreso” en el área que más le preocupa a los “ilustrados”: la autodenominada liberación sexual. Ella se divorció dos veces y es “gay-friendly.” Ella no puede y no reclama ser una buena católica.
 
La hostilidad hacia la Iglesia no es nada nuevo en la Francia. Algunos historiadores apuntam que el país nunca fue suficientemente evangelizado. Las misiones provinciales fueron necesarias hasta el siglo XIX, cuando el creciente secularismo eventualmente forzó al clero a retirarse a posiciones defensivas. Después del bautismo de Clodoveo rey de los francos por el obispo San Remigio de Reims en el 496 A.D. (considerado el nacimiento de la nación), la Iglesia tendió a cubrirse en el poder real, proporcionándole en retorno a la monarquía un aura de sacralidad (a veces contra el papa en los tiempos del “Galicanismo”) y súbditos obedientes. La alianza fundante Trono-Altar fue desafiada primero durante la Reforma (cuando la aristocracia protestante amenazó la unidad nacional laboriosamente alcanzada en la Edad Media bajo los reyes), luego más seriamente en los siglos XVII y XVIII, con el ascenso de la burguesía, la nueva clase rica mercante.
 
La Revolución Francesa no tiene sentido sin el preexistente peso de los nuevos ricos en la sociedad y su odio tanto al régimen como a la Iglesia que lo apoyaba. Porque ellos no fueron admitidos en la alta burguesía (como en el caso de Inglaterra, por ejemplo), los plebeyos ricos financiaron a los intelectuales librepensadores. Esos escritores produjeron historias, obras teatrales y panfletos que difundieron entre las clases bajas la noción de que la pobresa y el hambre se debían al orden social injusto garantizado por la religión establecida. Una turba sitió el convento des Carmes de París donde cientos de sacerdotes y monjes estaban detenidos como “enemigos de la nación” en Septiembre de 1792, y los masacró a todos. Esa turba no salió de la nada. Tampoco lo hicieron las multitudes que aplaudieron cuando monjas indefensas fueron guillotinadas por el simple delito de haber tomado votos religiosos.
  
Napoleón, que inesperadamente emergió del caos revolucionario, trajo la paz al reconocer al Catolicismo como “la religión de la mayoría de los franceses”. Pero también le concedió reconocimiento oficial al protestantismo y al judaísmo para mejor controlarlos. Esto facilitó el trabajo a los secularistas que estaban en el poder un siglo después para denunciar y revocar el Concordato que había firmado con la Santa Sede. Por supuesto el clero y sus rebaños desde la Revolución han sido notablemente reconocidos por apostar a los caballos equivocados en la política. Ellos apoyaron todos los regímenes que se sucedieron en el siglo XIX, antes de volverse contra ellos cuando probaban ser o demasiado autoritarios o demasiado liberales: suscesivamente el imperio napoleónico, una monarquía menos absoluta entonces, una segunda república, un segundo imperio…
 
Luego de que un debilitado Napoleón III perdiera la guerra que los prusianos le tendieron en 1870, los católicos hubieran preferido una segunda restauración, pero una tercera república basada en los ideales de la Revolución de 1789 finalmente prevaleció por el voto popular. Ellos fallaron al aceptarla (aunque el Papa León XIII les había advertido), y la separación Iglesia-Estado de 1905 fue facilitada por dos crisis simultáneas: los católicos estuvieron una vez más del lado equivocado del caso Dreyfus, que polarizó el país, y la represión de la exégesis y la teología “modernista” sugirieron que la fe era incompatible con la razón y la ciencia.
 
Puesto que eran patriotas, los católicos franceses pelearon el la Gran Guerra, ignorando al Papa Benedicto XV; pero continuaron perdiendo terreno político y cultural, hasta que los alemanes volvieron en 1940 y trajeron el archiconservador y antisemita (sic) gobierno de Vichy, que muchos clérigos y fieles acogieron, de nuevo equivocadamente. A ellos no les agradaba mucho Charles de Gaulle, incluso aunque pertenecía a este gremio, y fueron lentamente marginados después de la II Guerra Mundial, cuando el crecimiento económico y la urbanización socavaron las estructuras de la Iglesia rural, y Marx, Nietzsche y Freud devinieron en las nuevas lumbreras intelectuales confirmando que la Cristiandad estaba acabada.
 
En las recientes décadas, la creencia de que el Catolicismo no estaba solamente desactualizado sino peligroso ha estado basada en el sexo y no en la política. La Modernidad considera que sus luchas por el divorcio, la anticoncepción y el aborto han sido decisivamente ganadas, y ahora busca imponer la aceptación de todos los tipos de actualidad sexual en nombre de los derechos de las minorías. En esas circunstancias, la Iglesia es más que nunca el enemigo.
 
Luchos ciudadanos franceses no son activamente hostiles al cristianismo. Simplemente son indiferentes a una religión que conocen cada vez menos. Pero existen unos pocos grupos de presión prestos a desacreditar a la Iglesia. Esta prontitud para eliminar la religión ahora se estrella con la inaudita expansión del islam, que formalmente niega que la secularización sea irresistible. Pero esta no es razón para evitar al Catolicismo, puesto que no puede ayudar a controlar el fanatismo musulmán y permanece como un blanco fácil.
  
Francia no es la excepción entre las otrora naciones cristianas. La asesina ira anticlerical campeó en México y durante la Guerra Civil Española. Y el rechazo de la Unión Europea a reconocer cualquier raíz espiritual muestra que el anticristianismo no está limitado a los militantes dogmáticos, sino que está esparcido entre todas las élites “ilustradas” del Viejo Continente.
  
Este estado de cosas no justifica el pesimismo. Artistas cristianos de talla mundial pudieron haber requerido el apoyo de una civilización donde la fe era omnipresente, proporcionándole un ambiente favorable y una fuente de inspiración. Pero las combatidas Iglesias nacionales, no menos que las triunfantes, han producido misioneros, santos y teólogos. En Francia, el auge del secularismo en torno a 1900 coincidió con Santa Teresa de Lisieux, y las conversiones de Charles Péguy, Paul Claudel y Jacques Maritain. Los totalitarismos del siglo XX coexistieron con Georges Bernanos, Henri de Lubac, Jean Daniélou, Yves Congar y Louis Bouyer. Algunos de los filósofos franceses hoy reconocidos internacionalmente (Jean-Luc Marion, Rémi Brague) son católicos. La Iglesia da frutos también cuando es malentendida y despreciada. Ella no estará sin oposición hasta el fin de los tiempos. Esta es una de las lecciones de la Cruz de Cristo.
 
Jean Duchesne es profesor emérito en el Condorcet College y consejero especial del Arzobispo de París.

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