- Un “rasgo de identidad”… una forma de encuentro… especialmente adecuada para ellos”. Una “sacralidad que atrae a mucha gente”. (Benedicto XVI, sobre sus razones para instituir la Misa del Motu)
- “Diversidad legítima y diferentes sensibilidades, dignas de respeto… Estimuladas por el Espíritu, que hace que todos los carismas se reúnan en la unidad”. (Juan Pablo II, acerca de la Misa tradicional, a la Fraternidad San Pedro)
- “Todo en su sistema se explica por impulsos o necesidades internas”. (Papa San Pío X, sobre los modernistas y los sacramentos, Pascéndi)
El 7 de Julio de 2007, Benedicto XVI emitió el
Summórum Pontíficum, su largamente esperado Motu
Próprio permitiendo un uso más amplio de la versión
de 1962 de la Misa Latina Tradicional. Su acción no
fue una sorpresa para nadie. Como Cardenal, Joseph
Ratzinger ya había hablado favorablemente muchas
veces sobre la Misa antigua.
He aquí algunas disposiciones destacadas de su
Motu Próprio y de la carta que lo acompaña:
- La Nueva Misa de Pablo VI es la expresión “ordinaria” de la “ley de la oración”(lex orándi), mientras que la versión de Juan XXIII de la Misa antigua es la expresión “extraordinaria”. Ellas son “dos usos del único Rito Romano”. (Motu Proprio, ¶1)
- Cualquier sacerdote puede celebrar la Misa del “Beato Juan XXIII” privadamente. (¶2)
- En las parroquias donde haya un grupo estable de fieles “apegados a la tradición litúrgica anterior”, el párroco deberá acceder a sus peticiones para la celebración de la Misa del 62. (¶5.1)
- Dichas celebraciones se pueden realizar en días de semana, “en tanto que en los domingos y días festivos puede haber una de estas celebraciones”. (¶5.2)
- Las lecturas de la Escritura pueden ser proclamadas en lengua vernácula. (¶6)
- El rito antiguo puede ser usado, cuando sea pedido, para bodas y funerales (¶5.3), y el párroco puede permitir usar los ritos antiguos para administrar también otros sacramentos. (¶9.1)
- El Obispo diocesano puede establecer una “parroquia personal” para dichas celebraciones. (¶10)
- La Nueva Misa y la antigua no son “dos Ritos”, sino un uso doble de “un único y mismo Rito”. (Carta a los Obispos)
- El Misal antiguo “nunca fue jurídicamente abrogado, y por consiguiente, en principio, estuvo siempre permitido”.
- Los dos ritos “se enriquecen mutuamente”.
- Nuevos santos y nuevos prefacios del Nuevo Misal “pueden y deberían ser incluidos en el antiguo”.
- “No hay contradicción” entre los dos ritos.
- Sacerdotes de comunidades que se adhieren al uso antiguo “no pueden, como principio, excluir celebrar según los nuevos libros”.
Entonces, ahora que la “Misa del Motu” ha llegado
finalmente, ¿qué deberíamos hacer al respecto? He
aquí algunas consideraciones preliminares.
I. ASPECTOS POSITIVOS
1. Admisión de un fracaso
Como seminarista en la década de 1960, viví la revolución
litúrgica desde dentro, y a partir de entonces
he leído comentarios sobre la reforma formulados por
los mismos que la dirigieron: Bugnini, Jungmann,
Braga, Wagner, Patino, Botte, Vaggagini, Brandolini, y
muchos otros.
En aquellos días y para estos hombres, no había
lugar a ninguna cuestión acerca de permitir la supervivencia
de la Misa anterior al Vaticano II, ni siquiera
sobre bases restringidas. El nuevo rito de la Misa en el
Misal de 1970 de Pablo VI se convertiría en la Misa del
Rito Romano, y punto, y sería un gran paso hacia
adelante para la Iglesia.
Esta era la intención del mismo Pablo VI. En
noviembre de 1969, poco antes de que su Misa Nueva
fuera introducida en las iglesias del mundo entero, él
desarrolló este tema en dos Audiencias Generales:
- “[La reforma litúrgica] es un paso adelante de genuina tradición [de la Iglesia]. Es un signo evidente de fidelidad y vitalidad… No es una moda, ni un experimento fugaz u optativo, la invención de unos diletantes… Esta reforma pone fin a incertidumbres, discusiones y abusos arbitrarios. Nos llama de regreso a aquella uniformidad de ritos y actitudes que es propia de la Iglesia Católica… El lineamiento fundamental de la Misa es todavía el tradicional, no solo teológica, sino también espiritualmente. Ciertamente, si el rito es llevado a cabo como debiera, se hallará que el aspecto espiritual tiene mayor riqueza”…
- “No hablemos, pues, de una nueva Misa, sino de una nueva era en la vida de la Iglesia”.
La nueva era ahora se acabó. Durante cuatro décadas
de “mayor riqueza”, las ordenaciones en E.E.U.U.
declinaron en un 72%, la matrícula para seminarios en
un 90%, seminarios 66%, hermanas educadoras 94%,
matrícula a escuelas católicas 55%, y asistencia a Misa
alrededor de 60%.
En la década de 1990 una nueva generación de
clérigos comenzaron a alejarse del rito de Pablo VI y a
mirar con anhelo al Misal Tridentino. Graduados de
diversos seminarios diocesanos buscaron ornamentos
de la vieja usanza, tomaron cursos sobre las rúbricas
anteriores al Vaticano II, celebraron la Misa tradicional
a escondidas, y generalmente esperaban algo más
Católico que lo que se hallaba en el nuevo rito.
Si la Nueva Misa hubiera sido un éxito, esto nunca
hubiera pasado. La Misa del Motu es una admisión del
fracaso del Novus Ordo.
2. Quitar el estigma
Desde 1964 hasta 1984, la jerarquía modernista
trató a aquellos que querían la Misa antigua como
parias, chiflados y trogloditas.
Sin embargo, el Indulto de 1984 y después la constitución
de la Comisión Ecclésia Dei en 1988 quitaron
algo del estigma de promover la “Misa Latina”.
Para muchos, la Misa del Motu de Ratzinger
legitima aún más las prácticas litúrgicas anteriores al
Vaticano II.
3. Una causa de división en el campo enemigo
A pesar de las elaboradas garantías que Ratzinger
trató de establecer, la Misa del Motu causará conflicto
inevitablemente entre los adherentes al Vaticano II.
No sé qué pasa en otras partes del mundo, pero
probablemente puedo predecir la forma en que esto se
desarrollará en las zonas suburbanas de los Estados
Unidos, donde reside actualmente la mayoría de los
católicos del Novus Ordo. Allí, en iglesias arquitectónicamente
indistinguibles de cadenas de restaurantes y
filiales bancarias, comités de laicas “autorizadas” y
agresivas, tanto asalariadas como voluntarias, junto
con las ocasionales y liberadas “religiosas”, ahora
dictan las políticas y prácticas parroquiales. A ellas y a
sus conciudadanos les gusta la Misa y la religión fácil
del Vaticano II tal como es.
Si un neo-coadjutor (el típico “Padre Pepe”, de más
de 30 años, con sobrepeso y en su segunda profesión)
anunciara que, gracias al Motu Proprio, él estará exhibiendo
todo el arsenal litúrgico antiguo que compró en
“eBay” y empezara a celebrar la Misa antigua en latín
los domingos a las 10 de la mañana, una insurrección
de proporción parroquial, a la que no le faltarían las
protestas al obispo y una masiva campaña mediática,
sería organizada por el soviet de mujeres.
Multipliquen esto en unas cuantas parroquias por
diócesis, y podrán ver los conflictos que la Misa del
Motu podría causar en el enemigo. Una casa dividida
no puede mantenerse en pie, y las divisiones que profundicen
la descomposición de la nueva religión solo
pueden acelerar la restauración de la antigua, ¡quod
Deus det!
4. Bengalas de advertencia para los Tradicionalistas comprometidos
La mayoría de los viejos tradicionalistas detestan
cualquier modificación de la Misa. Ratzinger, no obstante,
dio a entender que hay algunos cambios que
podrían estarles esperando en su Misa del Motu local:
fiestas de nuevos santos, prefacios nuevos y lecturas en
vernáculo; ni siquiera ha quedado claro si no habrá
que usar incluso el leccionario de Bugnini.
¡Qué bien! Bromear así con la Misa antigua hará
que los viejos estén muy inquietos, les alertará sobre el
juego de Ratzinger (eso espera uno), e incluso quizá
los inicie en el camino de pensar que modernistas
como Ratzinger son el problema, no la solución, para
los verdaderos Católicos.
5. Refregando por las narices de los sacerdotes
la Nueva Misa
Desde 1988 Juan Pablo II y Ratzinger han aprobado
un gran número de comunidades religiosas semitradicionalistas
(Fraternidad San Pedro, Instituto Cristo
Rey, Instituto del Buen Pastor, etc.), a las que les
está permitido usar el Misal del 62 y otros ritos anteriores al Vaticano II. Estos grupos han resguardado
a muchos clérigos que detestaban la Nueva Misa
de ser forzados a celebrarla.
Ya no más. Ratzinger les arroja un misil: “No hace
falta decir que, a fin de experimentar la comunión
plena, los sacerdotes de las comunidades que
adhieren al uso antiguo no pueden, por principio,
excluir celebrar de acuerdo a los nuevos
libros. La exclusión total del nuevo rito no sería, de
hecho, coherente con el reconocimiento de su valor y
santidad”.
Otra vez, ¡qué bien! Cuanto más los sacerdotes de
estos institutos se vean personalmente enfrentados
con el mal de la Nueva Misa, más pronto se darán
cuenta de las irreconciliables contradicciones de su
propia posición.
6. Introducción a las verdaderas cuestiones
Aunque la Misa de Juan XXIII que Ratzinger
autoriza es una versión mutilada de la íntegra liturgia
tradicional, todavía conserva bastante de la antigua
como para demostrar que, en comparación, la Nueva
Misa de Pablo VI representaría una religión enteramente
nueva, “centrada en el hombre”, como orgullosamente
proclamara uno de sus creadores, el P.
Martín Patino.
Para muchos católicos, el camino para hacerse tradicionalistas
comenzó cuando encontraron una Misa
Latina tradicional por primera vez y la compararon
con el rito neo-protestante celebrado en sus parroquias.
Con la Misa del Motu, la posibilidad de dichos
encuentros se multiplica exponencialmente.
Esto sin duda llevará a muchas almas sinceras y
reflexivas a mirar más allá de la cuestión litúrgica al
problema mayor, el doctrinal -las herejías del Vaticano
II y los papas posconciliares- y eventualmente
abrazarán la única posición lógica para un fiel católico:
el sedevacantismo.
II. ASPECTOS NEGATIVOS
1. Captados por el Subjetivismo modernista
Porque todavía piensan en antiguas categorías religiosas
católicas, los tradicionalistas que promovieron
la Misa del Motu considerarán su aprobación como
una clamorosa derrota para el modernismo.
En realidad, ha ocurrido otra cosa: con la Misa del
Motu, los modernistas ahora captarán a los tradicionalistas
confiados para su propio programa
subjetivista.
El Papa San Pío X condenó el modernismo porque
(entre otras cosas) rechazaba el dogma y exaltaba
el “sentido religioso” del creyente. Y todos los pronunciamientos
vaticanos que autorizan el uso de la
Misa tradicional -desde el Indulto de 1984 en adelante- lo hacen sobre la base de categorías modernistas
escurridizas y subjetivas como “diferente sensibilidad”,
“sentimientos”, “legítima diversidad”, “gusto”,
distintos “carismas”, “expresiones culturales”, “apego”,
etc.[1]
Ratzinger toca ahora repetidamente este tema:
“apego”, “afección”, “cultura”, “familiaridad”, “rasgo
de identidad”, “querido a ellos”, “atracción”, “forma de
encuentro”, y “sacralidad que atrae”.
Todo se reduce a lo subjetivo.
Dejen que los tradicionalistas que lo promovieron
digan lo que quieran. Para Ratzinger, la Misa del Motu
los convierte simplemente en un color más de su arco
iris del Vaticano II.
2. Una capilla lateral en una Iglesia Ecuménica
Como hemos señalado repetidamente en otras ocasiones,
la contribución personal de Joseph Ratzinger a
la larga lista de errores del Vaticano II, es su herejía de
la “Frankenchurch”. Para él, la Iglesia es una “comunión”:
un tipo de iglesia ecuménica, una única iglesia
mundial, a la cual pertenecen por igual católicos,
cismáticos y herejes, cada uno de los cuales posee
“elementos” de la Iglesia de Cristo, sea “plena” o “parcialmente”.
Según su Catecismo, todos forman parte
de un grande y feliz “pueblo de Dios”.
Bajo este techo, algunos gustan de coros luteranos,
misas con guitarra, canto gregoriano, comunión en la
mano, monaguillas, ministros eucarísticos laicos, liturgias
“inculturadas” hindúes y africanas, y música
mariachi. Otros (en “comunión parcial” con Ratzinger)
gustan sombríos cantos ortodoxos, música rock, sacerdotisas,
aromas y campanas anglicanos, cánones en
los que faltan las palabras de la consagración, llamados
desde el altar del tipo “¡acepta a Jesús como tu
salvador personal!”, y credos sin Filióque.
Por lo tanto, difícilmente sorprenda que Ratzinger
ofrezca a los tradicionalistas la Misa del Motu, y junto
con ella, una amplia y cómoda capilla lateral en su
iglesia ecuménica. Simplemente una opción más…
Y de hecho, el P. Nicola Bux, un funcionario del
Vaticano que estuvo involucrado en la redacción del borrador del Motu Proprio, lo llamó justamente eso:
un “aumento de las opciones”.
Y, por supuesto, hay un precio que pagar.
De acuerdo al Motu Proprio de Ratzinger y a su
carta adjunta, el Novus Ordo -el sacrilegio ecuménico,
protestante, modernista, que destruyó la fe católica
en todo el mundo- es la “expresión ordinaria de la
ley de oración de la Iglesia Católica”. La Misa del Motu
de ustedes -la Misa verdadera, podrían preferir llamarla- es meramente “extraordinaria”. La nueva y la
antigua son simplemente dos usos del mismo Rito
Romano.
Si aceptas la Misa del Motu, la compras con todo
esto, y te conviertes en un socio efectivo de la Iglesia
ecuménica mundialista de Ratzinger.
3. Rituales Católicos, Doctrinas Modernistas
Durante décadas los tradicionalistas marchaban al
grito de “¡Es la Misa lo que importa!”.
Pero últimamente esto es simplemente un eslogan.
Te puedes ir al Cielo sin tener la Misa Católica, pero no
puedes ir al Cielo sin tener la Fe Católica.
Ahora Ratzinger les dará la Misa, ¿pero les dará la
Fe? Aquellos que acepten su generosa oferta, ¿serán
libres de condenar el Novus Ordo, los errores del Vaticano
II y las falsas enseñanzas de los papas posconciliares?
Para averiguarlo, uno solo necesita mirar a la Fraternidad
San Pedro, al Instituto Cristo Rey, y a las demás
organizaciones que ya celebran la Misa antigua
bajo los auspicios de la Comisión vaticana Ecclésia
Dei.
Sus clérigos se atreven, a lo sumo, a hacer alguna
crítica ocasional y amable sobre “deficiencias” o “ambigüedades”
de la nueva religión. Y hoy son hombres
vendidos.
Su principal preocupación será ahora similar a la
del ala de la “Hight Church”, mantener lo externo del
catolicismo, especialmente su culto. Pero el corazón
del catolicismo -la fe- ha desaparecido.
Así, mientras un sacerdote neo-conservador que
ofrece una Misa del Motu podría ahora sentirse encantado
cantando las antiguas colectas con su lenguaje
“negativo” sobre el infierno, la retribución divina, los
judíos, los paganos, los herejes y demás, debería recordar
que el Vaticano II abolió los presupuestos
doctrinales sobre los cuales estaba basado este lenguaje [2].
Para el buen Padre y su congregación, la lex orándi
que ellos observan (la Misa tradicional) no tiene conexión
alguna de ningún tipo con su lex credéndi
oficial (la religión del Vaticano II).
Desde sus inicios en el siglo XIX, el modernismo
buscó crear una religión que estuviera divorciada del
dogma, pero que, no obstante, satisficiera el “sentido
religioso” del hombre. Es irónico que esta religión autocontradictoria y libre de dogmas esté ahora plenamente
realizada en el Motu de la Misa de Ratzinger.
4. Sacerdotes que NO son sacerdotes ofrecen misas inválidas
“Una vez que no haya más sacerdotes válidos, ellos
permitirán la Misa Latina”.
Esta fue la predicción que hizo a mediados de la
década de 1970 el Padre capuchino Carl Pulvermacher,
un viejo sacerdote tradicionalista que trabajaba con la
FSSPX y era un editor de su publicación estadounidense
The Angelus.
Fue además profético. En 1968 los modernistas
formularon un nuevo Rito de Consagración Episcopal
que es inválido: no puede crear un verdadero obispo [3]. Alguien que no es un verdadero obispo, por supuesto,
no puede ordenar un verdadero sacerdote, y todas las
misas -latinas tradicionales o del Novus Ordo- ofrecidas
por un sacerdote inválidamente ordenado son
asimismo inválidas.
De modo que cerca de cuarenta años más tarde,
cuando quedan pocos sacerdotes válidamente ordenados
gracias al Rito de Consagración Episcopal posconciliar,
el modernista Ratzinger (él mismo inválidamente
consagrado en el nuevo rito) autoriza la Misa
tradicional.
En consecuencia, como resultado del Motu Proprio,
las Misas latinas tradicionales empezarán a ser
ampliamente celebradas en todo el mundo; los cánticos
y la música de Palestrina resonarán magníficamente
en iglesias engalanadas, deslumbrarán los ornamentos
de telas doradas, nubes de incienso llenarán
los ábsides barrocos, predicadores con puntillas
proclamarán el retorno de lo sagrado, clérigos con
rostro solemne oficiarán con toda la perfección de las
rúbricas que permitan los mutilados ritos de Juan
XXIII.
Pero la Misa del Motu será un espectáculo vacío.
Sin obispos verdaderos, no habrá sacerdotes verdaderos;
sin sacerdotes verdaderos, no habrá Presencia
Real; sin la Presencia Real, no habrá Dios que recibir y
adorar, solo pan…
III. DECIR NO AL MOTU…
A la larga, la Misa del Motu contribuirá a la decadencia
sostenida de la religión posconciliar y eventualmente
a la muerte del Vaticano II - el “bebé demonio”
de Ratzinger, para el que el Limbo nunca fue
una opción. Ante todo esto, solo podemos alegrarnos.
En el corto plazo, sin embargo, muchos tradicionalistas
ingenuos se verán atraídos por la Misa del
Motu por conveniencia, o ante la perspectiva de “pertenecer
a algo más grande”.
Pero los aspectos negativos de asistir realmente al
Motu son puro veneno. He aquí dos puntos clave para
recordar:
- En la mayoría de los casos, tu Misa del Motu local será inválida, porque el sacerdote que la ofrece ha sido ordenado por un obispo inválidamente consagrado. Incluso algunos parroquianos del Indulto ya evitan las misas de los sacerdotes de la FSSP por esta razón.
- La Misa del Motu forma parte de una religión falsa. Seguramente, tienes tu misa latina “aprobada” y tal vez incluso tu Catecismo de Baltimore. Pero tus correligionarios en la iglesia conciliar también tienen su misa y su catecismo, todos también “aprobados”.
Al asistir a la Misa del Motu, te conviertes en parte
de todo esto y afirmas que las diferencias entre ti y los
que siguen el camino a San Teilhard son meramente
cosméticas: “legítima diversidad y sensibilidades diferentes,
dignas de respeto… estimuladas por el Espíritu”, como decía Juan Pablo II a la Fraternidad San
Pedro acerca de su apostolado de ofrecer la Misa
antigua.
Pero si como fiel católico, te disgusta el pensamiento
del compromiso con la herejía y de convertirte
en un color más en el arco iris litúrgico y doctrinal de
los modernistas, solo tienes una opción:
¡Decir no al Motu!
Padre Anthony Cekada
7 de Julio de 2007
NOTAS
[1] Indulto de 1984: para los católicos que están “apegados” a la
Misa Tridentina. Carta Ecclésia Dei (1988) de Juan Pablo II: La
Misa antigua forma parte de una “riqueza para la Iglesia de una
diversidad de carismas, tradiciones de espiritualidad y apostolado,
que también constituyen la belleza de la unidad en la diversidad; de
esa armonía combinada que la Iglesia terrena eleva al Cielo bajo el
impulso del Espíritu Santo… Debe mostrarse respeto por los sentimientos
de todos aquellos que están apegados a la tradición
litúrgica latina”. Juan Pablo II se dirige en 1990 a los benedictinos
de Le Barroux: La Misa tradicional está permitida porque la Iglesia
“respeta y estimula las cualidades y talentos de las diversas razas y
naciones… Esta concesión tiene por objeto facilitar la unión eclesial
de las personas que sienten apego por estas formas litúrgicas”. Carta
del Cardenal Mayer de 1991 a los Obispos de Estados Unidos:
“diversidad” y respeto por los “sentimientos”. Alocución del Cardenal
Ratzinger de 1988, en Roma, a los tradicionalistas: “Diferente
énfasis espiritual y teológico… esa riqueza que pertenece a la misma
y única fe católica”. Cardenal Castrillón-Hoyos, mayo de 2007:
“expresión ritual que gusta a algunos… esta sensibilidad”. Ver también
la alocución de Juan Pablo II a la Fraternidad San Pedro en
octubre de 1998.
[2] Por cierto, cuando la noticia del Motu Proprio comenzó a
circular, los judíos presentaron protestas contra la restauración de
las antiguas oraciones por su conversión. ¿Y por qué no? ¿Acaso el
Vaticano II no les había asegurado su victoria?
[3] Ver “Absolutamente Nulo y Totalmente vano”, “Por qué los
Nuevos Obispos no son Verdaderos Obispos”, y “Siempre Nulo y
Siempre Vano”, en www.traditionalmass.org. Los reformadores
cambiaron completamente la forma sacramental esencial: la frase
del rito que contiene todo lo necesario y suficiente para consagrar
verdaderamente a un obispo. En el proceso, eliminaron una idea
fundamental: el poder para conferir Órdenes Sagradas que recibe el
obispo. Si se modifica una forma sacramental de tal manera que se
elimine una idea esencial, la forma se vuelve inválida.
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