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domingo, 29 de octubre de 2017

SERMÓN DE LA FIESTA DE CRISTO REY

Tomado de RADIO CRISTIANDAD.
  
  
Es rey del mundo entero, y nada puede substraerse a su poder. Él mismo lo dijo antes de su Ascensión: “Se me ha dado todo poder en el cielo y sobre la tierra” (Mt 28, 18).
  
Jesucristo delante de Pilatos afirmó por tres veces que es Rey, y negó que sea Rey en el sentido que lo entendían Pilatos y los judíos... y como lo entienden muchos de los católicos de hoy...
  
Es cierto que Jesucristo dijo: “Mi Reino no es de aquí”...
  
Pero no dijo: “Mi Reino no está aquí”...
  
Jesucristo afirmó delante de Pilatos que su Reino no es de este mundo (S. Juan 18, 36). Eso significa que su Realeza no es originaria de este mundo...: “Mi Reino no viene de este mundo”...
  
El Reino de Jesucristo no es de este mundo, pero está en este mundo; y su Realeza se ejerce sobre la tierra.
 
Jesucristo dijo “Mi Reino no viene de este mundo”, no viene de las potencias mundanas, de los soldados, de una elección ejercida por el pueblo o por los banqueros internacionales y las grandes potencias de las Altas Finanzas...
  
Sus Derechos vienen de su carácter propio, a causa de ser Aquél que es, es decir, el Hijo de Dios. Los hombres no le dieron sus Derechos, y los hombres no pueden retirárselo.
  
Jesucristo se negó a dejarse declarar Rey para disociar su Reino de las engañosas esperas mesiánicas de los judíos: liberación del yugo romano y soberanía mundial.
  
Dirigiéndose a un gobernador romano, indica que sus Derechos, esencialmente sobrenaturales, no amenazan al emperador; no compite con los derechos terrestres, de los cuales no tiene ni los límites, ni la fragilidad, ni las ambiciones mezquinas.
  
Pío XI enseña, en efecto, en la Encíclica Quas primas que el Reino del Cristo “es principalmente espiritual y se refiere antes que todo al orden espiritual”
  
Pero Pío XI prosigue:
“Sería un error grueso rechazar a Cristo Hombre la soberanía sobre las cosas temporales, cualesquiera que sean: tiene del Padre sobre las criaturas un derecho absoluto, permitiéndole disponer de él voluntariamente”
  
Nuestro Señor quiere en primer lugar salvar las almas, reinar en ellas por su gracia. Distinguió cuidadosamente la sociedad religiosa que fundaba (la santa Iglesia) de la sociedad civil. Les dejó el poder a los reyes de la tierra.
  
Pero los Derechos de Cristo existen, y las autoridades temporales tienen el deber de reconocerlos públicamente en cuanto tengan conocimiento.
  
Para los Jefes de Estado, el reconocimiento público de los Derechos de Cristo es un deber, en primer lugar, de justicia hacia Nuestro Señor; es también un deber hacia sus súbditos, a los que ayudan así a salvarse; es, por fin, un deber para con la Iglesia, a la que debe sostener en su misión.
 
Esto es lo que se denomina la Realeza Social de Jesucristo.
  
¿Por qué hacer tanto hincapié en la Realeza Social de Jesucristo? ¿No basta con ocuparse de la parte fundamental, su reino en las almas? ¡NO!
   
El hombre no es un puro espíritu. Pío XII enseña:
“De la forma otorgada a la sociedad, en armonía o no con las leyes divinas, depende y se infiltra el bien o el mal de las almas”
 
Dios quiso crear a una sociedad propiamente religiosa (la santa Iglesia), distinta de la sociedad civil. El hombre debe pues pertenecer a estas dos sociedades. Pero el hombre sólo tiene un único fin último. No puede ir en dos direcciones a la vez.
  
Ahora bien la vida temporal se le da para preparar la vida eterna. El Estado, cuyo ámbito propio es lo temporal, no puede, pues, organizarlo independientemente del fin último.
  
No se encomienda directamente al Estado la felicidad eterna, pero sí indirectamente. Si lo descuida, olvida la parte más importante del bien común.
  
Tal es la enseñanza de los Padres de la Iglesia, de Santo Tomás y de los Papas.
 
Después de la Revolución de 1789, cuando los poderes temporales dejaron de ejercer su función, los Papas debieron tratar detenida y explícitamente este punto.
  
Todos los Papas, hasta Pío XII, son unánimes; y Pío XI instituyó la fiesta de Cristo Rey contra el “liberalismo”, que afirma la laicidad del Estado y niega los Derechos de Jesucristo.
  
La Iglesia y el Estado, ¿no deben estar separados? ¡NO!
  
La Iglesia y el Estado son dos sociedades distintas; pero su estricta separación es absurda y contra la naturaleza.
   
No se olvide que el hombre es un cristiano y un ciudadano. No debe ser cristiano solamente en su vida privada, sino también en todos los ámbitos de su vida.
  
Debe, pues, el Estado realizar una política cristiana, esforzándose en poner de acuerdo las leyes civiles con las leyes divinas.
  
Tomemos el ejemplo del hombre: es la unión de un cuerpo y de un alma. Si los separan, no hay más hombre: es la muerte.
  
El laicismo designa la separación de lo civil y de lo religioso; la separación de los poderes políticos y administrativos del Estado del poder religioso de la Iglesia.
  
El laicismo, la separación de la Iglesia y del Estado, fue condenado por varias Encíclicas y documentos romanos, incluidos Mirári Vos, Quánta Cura, Sýllabus, Veheménter, Gravíssimo Offício Múnere, Jamdúdum y Quas Primas.
  
Pío XI instituyó la fiesta de Cristo Rey. Ahí aquí lo que escribió:
“Es Nuestra resolución proveer a las necesidades del tiempo presente, de aportar un remedio eficaz a la peste que corrompió a la sociedad humana. Lo hacemos prescribiendo al universo católico el culto de Cristo Rey. La peste de nuestro tiempo es el laicismo, con sus errores y sus empresas criminales.
 
Una fiesta celebrada cada año en todo el pueblo en honor de Cristo Rey será soberanamente eficaz para incriminar y reparar de alguna manera esta apostasía pública, tan desastrosa para la sociedad, que generó el laicismo.”
  
La Historia pone de manifiesto rápidamente que el “laicismo liberal”, que se pretende neutro frente a la religión, le es realmente profundamente hostil. Terminó por deificar al Estado y se organizó esto en un sistema filosófico monstruoso e idolátrico: la “estato-latría”...
  
El liberalismo generó el modernismo, la última herejía, que, más aún que las herejías anteriores, niega de una manera feroz y radical los Derechos de Cristo.
 
Releamos a Monseñor Marcel Lefebvre:
“Y bien veis que de eso estamos muriendo: en nombre de la libertad religiosa del Vaticano II que se han suprimido los Estados todavía católicos, se los ha laicizado, se ha borrado de las constituciones de dichos Estados el primer artículo que proclamaba la sumisión del Estado a Dios, su autor, o en el cual hacía profesión de la verdadera religión. Esto es precisamente lo que los masones no querían escuchar más (...) La libertad religiosa es la apostasía legal de la sociedad: recordadlo bien; pues es eso lo que respondo a Roma, cada vez que quieren obligarme a aceptar globalmente el Concilio o especialmente la declaración sobre la libertad religiosa. Rechacé firmar ese acto conciliar el 7 de diciembre de 1965, y ahora, veinte años más tarde, las razones para no hacerlo no han hecho más que aumentar. ¡No se firma una apostasía!” (Lo destronaron, páginas 73 y 75).

¿Cuáles deben ser, por lo tanto, las relaciones entre la Iglesia y el Estado?
  
En el orden normal de las cosas, el Estado debe ser oficialmente católico. Debe pues adherirse a la religión católica y declararla religión de Estado, protegerla y favorecerla, hacer de sus fiestas días festivos y participar oficialmente, en la persona de los hombres políticos, en las celebraciones litúrgicas.
  
Debe velar para que los mandamientos de Dios encuentren su expresión en las leyes civiles, como, por ejemplo, el respeto del descanso dominical y la prohibición del divorcio, la contracepción y el aborto.
  
Debe, por otro lado, ayudar a las escuelas católicas y a los establecimientos caritativos.
  
Me dirán: eso es muy bueno, pero es un ideal y no una realidad. En nuestros días, en efecto, los que mandan son los masones.
  
Aquí se plantea una objeción lógica: “De hecho, Jesucristo no fue nunca el Rey del Mundo”.
  
Esta objeción corresponde a la pregunta irónica de Pilatos: “Entonces, ¿tú eres Rey?...”
  
Veía a Nuestro Señor en una situación bien poco compatible con cualquier derecho…
  
Mientras tanto, “no queremos que éste reine sobre nosotros”, gritaban los judíos fuera...
  
Esta objeción corresponde también a la situación actual...
  
Lo hemos dicho, hoy día Jesucristo no reina de verdad... Pero, como El mismo lo dijo, si los súbditos de un Rey se rebelan contra él, no deja, sin embargo, de ser su Rey; conserva el poder de castigarlos y de someterlos posteriormente. Si no tuviese este poder, no sería verdaderamente Rey.
 
La contraparte de la objeción y su refutación está, por lo tanto, en la respuesta de Cristo a Pilatos: “Mi Reino no viene de este mundo”.
  
Jesucristo declara aquí solemnemente, al final de su vida pública, sus Derechos ante un tribunal y a riesgo de su vida...
  
Y a esta declaración de sus Derechos, la proclama “dar testimonio de la Verdad”, y afirma que su Vida no tiene otro objetivo. Y eso le costó la vida...
  
Aparentemente han ganado los que decían: “No queremos que este reine sobre nosotros; no tenemos otro Rey que el César”...
  
Pero en la cumbre de la Cruz donde murió este Rey rechazado, había un letrero escrito en tres lenguas, hebreo, griego y latín, donde se podía leer: “Jesús de Nazareth Rey de los Judíos”...
  
Y esta Cruz es la respuesta a los que, hoy en día, se escandalizan por la impotencia del Catolicismo ante la gran crisis espiritual y material que reina sobre la tierra.
  
Creen que la crisis actual es una gran desobediencia a Jesucristo y, por consiguiente, dudan que Cristo sea realmente Rey..., como dudó Pilatos, viéndolo atado e impotente...
  
Pero la crisis actual no es una gran desobediencia a Cristo: es la consecuencia de una gran insubordinación, es el castigo de una gran rebeldía y es la preparación de la gran restauración del Reino de Cristo.
  
El Hombre Moderno, que cayó en cinco rebeliones y cinco idolatrías, es castigado ahora y es purificado por cinco castigos y cinco penitencias:
  1. Incurrió en la Idolatría de la Ciencia, con que quiso hacer otra torre de Babel que llegase hasta el cielo...; y la ciencia actualmente está muy ocupada en construir aviones, bombas y cañones para destruir las ciudades y las casas...
  2. Cometió la Idolatría de la Libertad, con que quiso hacer de cada hombre un pequeño jefe caprichoso...; y el mundo hoy se llena de déspotas..., y los propios pueblos piden brazos fuertes para salir de la confusión que generó esta loca libertad...
  3. Cayó en la Idolatría del Progreso, con que los hombres creyeron poder restablecer en poco tiempo un nuevo Paraíso Terrenal...; y ahí tenemos que el Progreso es el Becerro de oro, que hunde a los hombres en la miseria, la esclavitud, el odio, la mentira y la muerte...
  4. Reincidió en la Idolatría de la Carne, a la cual pidió el Paraíso y las delicias del Edén...; y la carne desnuda del hombre, exhibida y adorada, herida, se rasga, se pudre y se disuelve como un inmundo abono sobre los campos de batalla y en las clínicas especializadas para los abortos...
  5. Insistió en la Idolatría del Placer, con que quiere hacer del mundo un Carnaval perpetuo y transformar a los hombres en niños agitados e irresponsables...; y el placer creó un mundo de enfermedades, sufrimientos y tormentos que hacen desesperar a todas las autoridades de la medicina...
  
¡Sí!... Los males que sufrimos hoy tienen su origen en una última desobediencia; pero reconfortan, porque la guadaña ya está puesta en la raíz. Estamos al final de un proceso mórbido que dura desde hace ya siete siglos.
  
Sí, hoy en día Jesucristo no reina de verdad, pero no deja de ser Rey; conserva el poder de castigar y someter nuevamente a sus súbditos rebeldes.
  
Más allá del clamor de la batalla en la cual se destruye a los hombres, en medio de la confusión y la nube de mentiras y fraudes en la que vivimos, el corazón oprimido por las tribulaciones del mundo y por nuestras propias pruebas, la Iglesia Católica, imperecedero Reino de Cristo, está de pie como su divino Maestro para volver a dar testimonio de la Verdad y defenderla.

Más allá del tumulto y de la confusión, los ojos fijos en la Cruz, en su experiencia de veinte siglos, confiando en las profecías sobre su futuro, lista para soportar la lucha, con la certeza del triunfo, la Iglesia, por su sola presencia y su silencio, dice a todos los Caifás, a todos los Herodes y a todos los Pilatos del mundo que esta palabra de su Fundador divino no fue inútil: ¡Yo soy Rey!
 
Preparémonos para su Venida... y aceleremos su Venida por la oración y el sacrificio.
  
Podemos ser soldados de un gran Rey; nuestras vidas transitorias y pobres pueden unirse a algo grande, triunfal, absoluto.
  
Dejemos de lado el egoísmo, nuestros pequeños caprichos, las ambiciones y los objetivos personales.
  
El que puede practicar la caridad, que se sacrifique por su prójimo...
 
Aquél que puede hacer el apostolado, que confiese y predique a Cristo el Rey...
  
Aquél que puede enseñar, que enseñe...
  
Y el que puede quebrar la iniquidad, que la persiga y la requiebre, incluso a riesgo de su vida…
  
Para eso, purifiquemos nuestra vida de toda falta y de todo error.
  
Vayamos a la Inmaculada Madre de Dios, Reina de los Ángeles y de los hombres, para que se digne elegirnos para militar con su hijo Jesucristo, no sólo ofreciendo nuestras personas al trabajo, como dice San Ignacio, sino también comprometiéndonos con determinación en este combate por el Reino de Cristo contra las fuerzas del Mal...
  
Combate que es el eje de la historia del mundo, sabiendo que nuestro Rey es invencible, que su Reino no tendrá fin, que su Venida y su triunfo no están lejos, que su recompensa supera todas las vanidades de este mundo...
 
Advéniat Regnum tuum... ¡Jesucristo, que venga tu Reino!
  
Ut advéniat Regnum tuum, advéniat Regnum Maríæ... ¡A fin de que venga tu Reino, que venga el Reino de María!

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