El
cardenal Clemente Augusto von Galen, opuesto a la política del régimen
nazi y también a las exacciones de los Aliados sobre la Alemania
vencida en la Segunda Guerra Mundial (lo que le valió el apodo de “León
de Münster”), pronunció este sermón en la iglesia de San Lamberto en
Münster el 3 de Agosto de 1941, denunciando la expropiación de bienes
eclesiásticos, la política de eugenesia y el plan de eutanasia que fue
impuesto por Adolfo Hitler para la mejora de la raza aria y la
eliminación de la “vida indigna de la vida”. Un sermón que, más allá de su contexto histórico, es de
contenido profético, ya que describe no sólo la creciente imposición del
aborto, la eutanasia y la inmoralidad en nuestros países, sino también
el ambiente de persecución a la Iglesia Católica por parte de una
sociedad liberalizada y modernista que es acolitada por la pseudoiglesia
vaticana.
SERMÓN DEL CARDENAL CLEMENTE AUGUSTO VON GALEN, PRONUNCIADO EL 3 DE AGOSTO DE 1941
Clemente Augusto von Galen, Arzobispo de Münster y Cardenal-presbítero de San Bernardo en las Termas
Lamentablemente
debo comunicaros que también durante esta semana, la Gestapo ha
continuado con su lucha por destruir la Iglesia Católica. El día
miércoles 30 de julio, la Gestapo ha tomado posesión de la casa
provincial de las Hermanas de Nuestra Señora en Mühlhausen, región de
Kempen, que alguna vez perteneció a la diócesis de Münster. Las
hermanas, muchas de las cuales provienen de nuestra diócesis de Münster,
fueron desterradas en gran número y obligadas a abandonar su región el
mismo día. Según noticias fidedignas, el día 31 de julio fue ocupado y
desalojado también por la Gestapo el convento de los Misioneros de
Hiltrup en Hamm. Los padres que lo habitaban fueron expulsados.
Ya
el día 13 de julio, después de la expulsión de los Jesuitas y de las
Misioneras Clarisas de Münster yo declaré públicamente aquí en la
iglesia de San Lamberto que ninguno de los habitantes de estos conventos
es culpable de alguna falta, o ha sido llevado a los tribunales, o
acusado, o condenado.
Como he escuchado, se difunden
actualmente rumores aquí en Münster asegurando que, especialmente los
Jesuitas, se han hecho culpables por actuar contra la ley, incluso, que
por haber traicionado a la patria han debido ser acusados y
transportados a otro lugar. Declaro públicamente que eso es una calumnia
infame de parte de otros conciudadanos en contra de nuestros hermanos y
hermanas, que no podemos tolerar. Contra un muchacho que se atrevió a
declarar estas cosas ante testigos he presentado una querella ante el
magistrado. Quiero manifestar mi esperanza de que esta persona sea
prontamente llamada a responder de sus actos y que nuestros tribunales
tengan la valentía de hacer responsables y de castigar a quienes se
atrevan a manchar la honra de ciudadanos inocentes, luego de haber
padecido la expropiación de sus bienes. Animo a todos los que me
escuchan, a todas las personas decentes a partir de hoy, a registrar
inmediatamente el nombre y la dirección de los difamantes y de los
testigos presentes cuando en su presencia se divulguen tales culpas en
contra de los religiosos y religiosas expulsados. Espero que todavía
haya aquí en Münster hombres que tengan el valor de colaborar para
aclarar jurídicamente tales inculpaciones que envenenan a la comunidad,
mediante la denuncia pública y personal, dando a conocer su nombre y, si
es necesario haciendo la denuncia bajo juramento. A ellos les pido que
si se llevan a cabo en su presencia tales inculpaciones contra nuestros
religiosos, den aviso inmediato al párroco o al obispado, entregando una
declaración escrita. Es algo que yo le debo a la honra de nuestros
religiosos, de nuestra Iglesia católica, y también a la honra de nuestro
pueblo alemán y de nuestra ciudad de Münster, preocuparme de hacer
aclarar jurídicamente estos hechos y obtener el castigo de los
calumniadores de nuestros religiosos.
[Seguía el
Evangelio del 9º domingo post-Pentecostés, Lucas 19, 41–47: En aquel
tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, lloró sobre ella
y dijo: “Si tú hubieras reconocido en este día lo que te ayuda a vivir
en paz! Pero ha permanecido oculto a tus ojos. Vendrán días sobre ti en
que tus enemigos te rodeen con un muro, te encierren y te opriman por
todos lados. Te derribarán junto a tus hijos y a tus muros y no quedará
de ti piedra sobre piedra, porque no conociste el tiempo de la gracia”.
Entonces, entró en el Templo y expulsó a los ladrones y comerciantes
diciendo: “Está escrito: Mi casa es casa de oración, pero vosotros la
habéis convertido en una cueva de ladrones”; y enseñaba diariamente en
el Templo].
¡Mis
amados hijos de la diócesis! Es un acontecimiento estremecedor el que
anuncia hoy el Evangelio del domingo: ¡Jesús llora! ¡El Hijo de Dios
llora! Quien llora, padece dolores, dolores en su cuerpo o en su
corazón. Jesús no estaba padeciendo dolores en su cuerpo, y sin embargo
lloraba. ¡Qué grande ha de haber sido el dolor del alma, el dolor del
corazón, de éste el más valiente de los hombres para llegar a llorar! ¿Y
por qué lloraba? Lloraba por Jerusalén, por la ciudad de Dios, santa y
amada, la principal ciudad de su pueblo. Lloraba por sus habitantes, sus
compatriotas, porque no querían reconocer lo que podía apartarlos del
castigo determinado sólo por la sabiduría y la justicia divinas: “¡Si tú
quisieras reconocer lo que te permite vivir en paz!”. ¿Y por qué no lo
reconocen los habitantes de Jerusalén? Poco antes ya lo había dicho
Jesús: “¡Jerusalén, Jerusalén, cuántas veces quise reunir a tus hijos
como una gallina cobija a sus polluelos. Pero tú no has querido!” (Lucas
13, 34).
Tú no has querido. Yo, tu rey, tu Dios, yo sí
quería! Pero tú no has querido. Cuán cobijado, cuán protegido está el
pollito bajo las alas de la gallina; ella lo abriga, lo alimenta, lo
defiende. Así quería protegerte yo a ti, cuidarte, defenderte contra
toda adversidad. ¡Yo quería! ¡Tú no lo has querido!
Por
eso llora Jesús, por eso llora este hombre fuerte, por eso llora Dios.
Por la necedad, por la injusticia, por el crimen de no querer. Y por
todo el mal que surge de esto, todo el mal que su sabiduría infinita ve
venir, que su justicia debe permitir, cuando el hombre contrapone a los
mandamientos de Dios, a las advertencias de su conciencia, a todas las
invitaciones de su divino amigo, del mejor de los padres, su no–querer:
“¡Si tú hubieras conocido hoy, en este día, lo que te ayuda a vivir en
paz! ¡Pero no lo has querido!”. ¡Es espantoso, es algo increíblemente
injusto y dañino que el hombre ponga su voluntad en contra de la de
Dios! ¡Yo quería! ¡Tú no has querido! Por eso llora Jesús a la vista de
Jerusalén.
¡Atentos cristianos que me escucháis! En
la carta pastoral del episcopado alemán del 26 de junio de 1941 que fue
leída en todas las iglesias católicas de Alemania el día 6 de julio de
este año, se dice entre otras cosas:
“Ciertamente
hay en la doctrina moral católica mandamientos positivos que son
prescindibles cuando su cumplimiento está condicionado por dificultades
muy grandes. Pero también hay obligaciones de conciencia que son santas,
de las cuales nadie puede liberarse y que todos debemos cumplir cueste
lo que cueste, incluso la vida. No, por ningún motivo y en ninguna
circunstancia puede el hombre que no se encuentra en la guerra obligado a
defenderse, matar vidas inocentes”.
El mismo día 6 de julio tuve razones para ilustrar de la siguiente manera las palabras de esta carta episcopal:
“Desde
hace algunas semanas escuchamos noticias de que por orden de Berlín los
pacientes de las clínicas de enfermos mentales y otros hospicios que ya
están hace mucho tiempo enfermos y son seguramente incurables, son
arrestados arbitrariamente. Con regularidad reciben luego los parientes,
después de poco tiempo, el aviso de que el enfermo ha fallecido, de que
su cadáver ha sido cremado y de que es posible pasar a recoger las
cenizas. Es una sospecha generalizada y casi segura que estas
innumerables muertes inesperadas de enfermos mentales no ocurren
espontáneamente, sino que son producidas intencionalmente siguiendo una
enseñanza que asegura que está permitido eliminar vidas así llamadas
inútiles, es decir, matar personas inocentes si se piensa que su vida no
vale nada para el pueblo y el país. ¡Una enseñanza espantosa, que
pretende justificar el crimen de inocentes, que permite libremente la
matanza de inválidos incapaces de trabajar, de tullidos, de enfermos
incurables, de ancianos!”.
He
escuchado de fuentes fidedignas que ahora en todas las instituciones
que albergan a estas personas en la provincia de Westfalia, hay que
hacer listas de estos pacientes, los así llamados “compatriotas
improductivos”, para que sean trasladados y eliminados a la brevedad
posible. Esta misma semana ya salió el primer transporte de la
institución Marienthal, ¡cerca de Münster!
¡Hombres y
mujeres alemanes! Todavía tiene validez el párrafo 211 del código penal
que determina: “Quien mata premeditadamente a una persona, si ha llevado
a cabo el crimen concientemente, será castigado con la muerte por este
crimen”. Entonces, para proteger frente a este terrible castigo a
quienes matan premeditadamente a estas pobres personas, miembros de
nuestras familias, se organizan los transportes de determinados enfermos
que lejos de su hogar son asesinados en otras instituciones. Se da como
causa de la muerte cualquier enfermedad. Y como el cadáver se incinera
inmediatamente, los parientes no pueden pedirle a la policía de
investigaciones que compruebe si realmente la muerte ha sido a causa de
una enfermedad y que determine la verdadera causa de la muerte.
Me
han asegurado que ni de parte del ministerio del Interior, ni del
ministro de Salud se disimula el hecho de que un gran número de enfermos
mentales en Alemania son premeditadamente asesinados y que esta
práctica continuará en el futuro.
El código penal dice
en el artículo 139: “Quien se entere de que se planea un crimen con
conocimiento de causa y omite dar cuenta de esto a las autoridades y a
los afectados, será castigado”. Cuando supe del propósito de transportar
enfermos de la institución de Marienthal para matarlos, escribí una
carta certificada el día 28 de julio a la Fiscalía del Tribunal de
Münster y al presidente de la policía de Münster en los siguientes
términos:
“He
recibido información de que en el curso de esta semana (se habla del 31
de julio) un gran número de pacientes de Marienthal, cerca de Münster,
considerados “compatriotas improductivos”, serán transportados al
sanatorio de Eichberg y luego, como ya se sabe con seguridad que ha
ocurrido con pacientes de otras instituciones, serán premeditadamente
asesinados. Puesto que un procedimiento así no sólo viola la ley divina y
la ley natural, sino también debe ser castigado como crimen con la pena
de muerte según el párrafo 211 del código penal, doy cuenta, como es mi
deber, de acuerdo al párrafo 139 del código penal y solicito que se
proteja irrestrictamente a los compatriotas amenazados, con medidas que
impidan el transporte y el asesinato y que posteriormente se me dé
cuenta de las medidas tomadas”.
No he recibido ningún informe de parte de la Fiscalía, ni de la policía.
Ya
el 26 de julio yo había presentado la más seria protesta por escrito
ante la administración provincial de la provincia de Westfalia, a cargo
de las instituciones de los sanatorios a los cuales les han sido
confiados los enfermos. ¡Mi protesta no ha servido de nada! El primer
transporte de los inocentes condenados a muerte ya ha tenido lugar en
Marienthal. ¡Y del sanatorio de Warstein ya han sido evacuados, como me
han dicho, 800 enfermos!
Por eso debemos contar con que
estos pobres e indefensos enfermos sean eliminados en breve tiempo. ¿Por
qué? No porque hayan cometido un delito que amerite su muerte, no
porque hayan atacado a sus cuidadores y enfermeros, de manera tal que a
éstos no les haya quedado otra solución que atacar violentamente en
defensa propia. Esos son casos en los cuales junto con matar al enemigo
armado de la patria, está permitido en una guerra justa aplicar la
violencia incluso hasta matar.
No, no es por estas
razones que estos desgraciados enfermos deben morir, sino porque según
un determinado servicio público, con el beneplácito de una determinada
comisión, se han transformado en seres con una vida “sin valor”, puesto
que según ese beneplácito pertenecen a los compatriotas considerados
“improductivos”. Se juzga que: no son capaces de producir bienes, son
como una máquina vieja que ya no funciona, como un caballo viejo
incurablemente paralítico, como una vaca que ya no da leche. ¿Qué se
hace con una tal máquina obsoleta? Se la reduce a chatarra. ¿Qué se hace
con un caballo paralítico, con una res que ya no produce? No, no quiero
concluir esta comparación – ¡así de terrible será hacerlo y utilizar su
evidencia!
¡Aquí no se trata de máquinas, no se trata
de un caballo, o de una vaca, cuya única finalidad es servir a los
hombres, producir bienes para los hombres! Ellos se pueden eliminar, se
pueden reducir cuando ya no cumplan esta finalidad. No, aquí se trata de
seres humanos, de nuestros prójimos, ¡nuestros hermanos y hermanas!
Pobres personas, personas enfermas, sí, improductivas, si se quiere.
¿Pero han perdido por eso su derecho a la vida? ¿Tenemos tú y yo derecho
a vivir sólo mientras seamos “productivos”, sólo mientras seamos
considerados como tales?
Pobres de nosotros si se llega a
aceptar como principio fundamental que está permitido matar a las
personas “improductivas”; ¡pobres de nosotros, cuando seamos viejos y
débiles! Si está permitido matar a las personas “improductivas”,
entonces, ¡pobres de los inválidos, que habiendo entregado sus fuerzas,
sus huesos sanos a los procesos de la producción, quedaron ahí mismo
inválidos! Si se puede eliminar violentamente a nuestros prójimos
improductivos, entonces, ¡pobres de nuestros valientes soldados que
regresan del campo de batalla como inválidos, y gravemente heridos!
Cuando
se comienza a aceptar que los hombres tienen derecho a matar vidas
“improductivas” –y cuando esto sucede con pobres e indefensos enfermos
mentales– entonces se despenaliza básicamente el crimen frente a todos
los que puedan parecer improductivos, es decir, los enfermos incurables,
los inválidos imposibilitados de trabajar, los inválidos a causa de las
guerras o de accidentes laborales, y todos nosotros cuando seamos
ancianos y débiles, y por lo mismo incapaces de producir. Entonces sólo
se necesita una orden secreta diciendo que lo que se decide respecto de
los enfermos mentales hay que extenderlo a todos los otros
improductivos, ya sean ellos enfermos del pulmón incurables, ancianos
débiles, inválidos por causas de su trabajo, soldados gravemente heridos
en la guerra. Entonces ninguno de nosotros, nadie, puede estar seguro
de poder seguir viviendo. Cualquier comisión está facultada para
ponernos en la lista de los improductivos, juzgándonos indignos de
vivir, porque nuestra vida ya no vale nada. ¡Y ninguna policía podrá
protegernos, y ningún tribunal se encargará del crimen buscando y
castigando a los asesinos!
Si es así, ¿quién puede
seguir confiando en los médicos? Tal vez ellos declaran al enfermo como
“improductivo” y reciben la orden de matarlo. No podemos imaginarnos en
qué medida se corromperán las costumbres, en qué medida va a crecer la
desconfianza entre las personas, incluso en las familias, si se tolera
esta práctica espantosa, si se la acepta y se la lleva a cabo. ¡Ay de
las personas, ay de nuestro pueblo alemán si se viola el santo
mandamiento de Dios: ”No matarás”, proclamado por Él como nuestro Dios y
Creador e inscrito en la conciencia de los hombres en la teofanía del
Sinaí, y si esta violación se tolera y se practica impunemente!
Quiero
daros un ejemplo de lo que ocurre actualmente. Había en Marienthal un
hombre de unos 55 años, campesino de una aldea del territorio de Münster
–podría nombrarlo–, quien desde hacía algunos años padecía trastornos
mentales y que por esa razón había sido llevado por el servicio
provincial de salud al sanatorio de Marienthal para que lo cuidaran. No
era un enfermo mental, recibía visitas y siempre se alegraba cuando sus
parientes iban a verlo. Hace recién 14 días recibió la visita de su
señora y de uno de sus hijos, quien es soldado y estaba de vacaciones en
su casa. Este hijo ama profundamente a su padre enfermo, por eso la
despedida fue muy difícil. Quién sabe si el soldado volverá alguna vez y
podrá volver a ver a su padre, porque es posible que, luchando por su
pueblo, caiga en el campo de batalla. El hijo, el soldado no volverá a
ver seguramente a su padre en esta tierra, puesto que éste se encuentra
en la lista de los improductivos. A un pariente que quiso visitarlo esta
semana en Marienthal, le fue negada la visita con el argumento de que
por orden del ministerio el enfermo ha sido evacuado. A dónde, no es
posible saberlo. Dentro de pocos días les llegará un aviso a sus
parientes. ¿Y qué dirá este aviso? ¿Nuevamente, como en otros casos, que
el hombre ha muerto, que su cadáver ha sido cremado, que se pueden
rescatar sus cenizas pagando una fianza? Entonces el hijo soldado que
lucha por el pueblo alemán arriesgando su propia vida, no volverá a ver a
su padre en esta tierra, ¡porque sus propios compatriotas alemanes lo
han asesinado en su propia tierra!
Los hechos de los
cuales yo hablo son reales. Puedo citar el nombre del enfermo, el de su
señora, el de su hijo soldado, y también el lugar donde viven.
“¡No
matarás!”. Dios ha escrito este mandamiento en la conciencia de los
hombres mucho antes de que un código penal amenazara el crimen con la
pena máxima, mucho antes de que la fiscalía estatal y los tribunales
investigaran y castigaran el crimen. Caín, quien mató a su hermano Abel,
fue declarado criminal mucho antes de que existieran la institución del
estado y de los tribunales. Y él, acosado por su propia conciencia,
reconoció: “Mi falta es más grande que el perdón que yo pudiera
obtener…todo el que me encuentre me matará por criminal” (Gen. 4, 13).
“¡No
matarás!” Este mandamiento de Dios, el único Señor que posee el derecho
de decidir acerca de la vida y de la muerte, ha sido inscrito en el
corazón de los hombres desde el principio, muchísimo antes de que el
mismo Dios les anunciara a los hijos de Israel en el Sinaí su código
moral con esas breves sentencias lapidarias, grabadas en la piedra, que
la Biblia ha conservado, que nosotros aprendimos en el catecismo siendo
todavía niños.
“¡Yo soy el Señor, tu Dios!”. Así se
introduce este mandamiento inamovible. “¡No tendrás otros dioses junto a
mí!”. El Dios único, supramundano, todopoderoso, sapientísimo,
infinitamente santo y justo es quien nos ha dado estos mandamientos,
¡nuestro Creador y único Juez! Por amor a nosotros ha inscrito Él estos
mandamientos en nuestro corazón y nos los ha dado a conocer, porque
ellos responden a la esencia de nuestra naturaleza creada por Él, son
las normas indispensables para llevar una vida personal y comunitaria
según la razón, agradable a los ojos de Dios, que procure la salud de
todos y sea santa.
Dios nuestro Padre quiere reunirnos a
nosotros, sus hijos, mediante estos mandamientos como la gallina reúne a
sus pollitos bajo sus alas. Y si nosotros los hombres seguimos estas
órdenes, estas invitaciones, este llamado de Dios, entonces estamos
protegidos, cuidados, defendidos del mal y de la perversidad amenazante,
tal como los pollitos bajo las alas de la gallina.
“¡Jerusalén,
Jerusalén, cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la gallina
reúne a sus pollitos bajo sus alas. Pero tú no has querido!” ¿Acaso esto
debe repetirse nuevamente en nuestra patria Alemania, en nuestro
terruño de Westfalia, en nuestra ciudad de Münster? ¿Cómo es la
situación en Alemania? ¿Cómo estamos nosotros comportándonos respecto de
nuestra obediencia a los mandamientos divinos?
- El octavo mandamiento: “¡No darás falso testimonio, ni mentirás!”.
¡Tan frecuentemente transgredido, con desvergüenza y públicamente!
- El séptimo mandamiento: “¡No robarás!”. ¿Quién tiene la seguridad de
poder conservar sus bienes, viendo cómo se expropia caprichosamente y
sin consideración a nuestros hermanas y hermanos pertenecientes a
Órdenes religiosas? ¿Qué propiedad está hoy protegida, si lo que se ha
expropiado ilegalmente no se devuelve?
- El sexto mandamiento: “No cometerás adulterio”. Pensad en las
indicaciones y garantías de la tristemente célebre Carta abierta del hoy
desaparecido Rudolf Heß, publicada en todos los diarios, acerca de la
libertad para las relaciones sexuales y la maternidad fuera del
matrimonio. ¡Y qué más en cuanto a desvergüenza y perversidad se puede
leer, observar y saber acerca de esto también en Münster! A cuánta
desvergüenza en el vestir ha debido acostumbrarse la juventud. ¡Es la
preparación para los posteriores adulterios! Porque se destruye el
pudor, que es el muro protector de la pureza.
- Y ahora se sepulta también el quinto mandamiento: “No matarás”, y se
lo pasa a llevar ante los ojos de quienes deben preocuparse por la
protección de la legalidad y de la vida, puesto que se toman
atribuciones para matar prematuramente a gente inocente, enferma, sólo
porque esas personas son improductivas, y no pueden contribuír en la
producción de bienes.
- ¿Y qué sucede con el cumplimiento del cuarto mandamiento, que exige
respeto y obediencia a los padres y superiores? Ya se ha resquebrajado
ampliamente y se sacude cada vez más la autoridad de los padres,
mediante todas las exigencias que se imponen a la juventud en contra de
la voluntad de los padres. ¿Creéis acaso que se va a mantener el respeto
y la obediencia conciente ante la autoridad del Estado si se continúa
violando los mandamientos de Dios, la autoridad suprema, si se continúa
atacando y destruyendo la fe en el Dios único y soberano, Señor del
cielo y de la tierra?
- En Alemania y también aquí en Münster ya se ha suspendido
ampliamente en la opinión pública el seguimiento de los tres primeros
mandamientos. ¡Cuántos son los que desacralizan el domingo y los días de
fiesta y reniegan del servicio a Dios! ¡Y de qué manera se burla, se
abusa y se deshonra el Nombre de Dios!
- Y el primer mandamiento: “¡No tendrás otros dioses fuera de mí!”. En
lugar del Dios único, verdadero y eterno, se fabrican según su capricho
ídolos propios, para adorarlos: ya sea la naturaleza, o el Estado, o el
pueblo, o la raza. ¡Y cuántos hay cuyo dios es, según las palabras de
San Pablo en Filipenses 3, 19 el propio bienestar, al cual sacrifican
todo, incluso la honra y la conciencia, cuyo dios es la satisfacción de
los placeres, la ambición del dinero, la ambición del poder! Entonces es
cuando cada uno cree poder convertirse en señor y dueño de la vida y de
la muerte de su prójimo.
Cuando
Jesús llegó a Jerusalén y vio la ciudad, lloró sobre ella diciendo: “Si
tú conocieras todavía hoy, en este día, lo que te sirve para vivir en
paz. Pero está oculto a tus ojos. Mira, vendrán días sobre ti en que tus
enemigos te pisotearán a ti y a tus hijos, en que nodejarán en ti
piedra sobre piedra, porque no has reconocido el día de tu visitación”.
Con
sus ojos corporales Jesús vio entonces sólo los muros y las torres de
la ciudad de Jerusalén, pero su divina sabiduría vio más allá, más
profundamente y reconoció la verdadera situación de la ciudad y de sus
habitantes: “¡Jerusalén, cuántas veces he querido recoger a tus hijos
como la gallina reúne a sus pollitos bajo sus alas, pero tú no has
querido!”. Este es el gran dolor que oprime el corazón de Jesús, que
arranca lágrimas a sus ojos. ¡Yo quería para ti lo mejor. Pero tú no
quieres!
¡Jesús ve el pecado, el horror, la
delincuencia, la maldición que esta negativa trae consigo! ¡El hombre
pequeño, la creatura falible se opone con su voluntad de creatura a la
voluntad de Dios! ¡Jerusalén y sus habitantes, que son su pueblo
escogido y predilecto, oponen su voluntad contra la voluntad de Dios!
¡Se enfrentan necia y perversamente a la voluntad de Dios! Y por eso
Jesús llora, llora por el abominable pecado y por el inevitable castigo.
¡Dios no permite que se burlen de Él!
¡Cristianos
de Münster! En su eterna sabiduría, ¿vio en ese entonces el Hijo de
Dios solamente a Jerusalén y sus habitantes? ¿Lloró sólo por Jerusalén?
¿Es el pueblo de Israel el único que recibe el amor paternal y maternal
de Dios, el único al cual Dios protege y atrae hacia sí? ¿Es él el único
pueblo que no ha querido? ¿Que ha rechazado la verdad de Dios,
despreciando sus mandamientos y lanzándose así al abismo? ¿Acaso Jesús,
Dios sapientísimo, no vio entonces también a nuestro pueblo alemán,
nuestra tierra de Westfalia, nuestra región de Münster, la zona del bajo
Rin? ¿Lloró acaso también por nosotros? ¿Por Münster? Desde hace más de
mil años, Él ha enseñado a nuestros antepasados y a nosotros su verdad,
nos ha guiado con su ley, nos ha alimentado con su gracia, nos ha
cobijado como la gallina cobija a sus pollos bajo sus alas. Vio el
omnisapiente Hijo de Dios en ese entonces que en nuestros tiempos
también tendría que pronunciar sobre nosotros el juicio: “¡Tú no has
querido! Mirad, ¿también los hogares vuestros serán aniquilados?”. ¡Qué
terrible sería esto!
¡Amados cristianos! ¡Espero que
todavía sea tiempo, pero es ya la última hora! Que reconozcamos, hoy, en
este día, lo que nos sirve para vivir en paz, lo único que puede
salvarnos y preservarnos del castigo divino: que sin dudas y sin
excepciones aceptemos y confesemos mediante nuestra vida la verdad
revelada por Dios. Que hagamos de los mandamientos divinos los hilos
conductores de nuestra vida y que tomemos muy en serio las palabras:
¡antes morir que pecar! Que en la oración y en la penitencia sincera
supliquemos el perdón y la misericordia de Dios para nosotros, nuestra
ciudad, nuestra tierra, nuestro amado pueblo alemán. Pero quien quiera
continuar desafiando al castigo divino, quien se burla de nuestra fe,
quien desprecia los mandamientos de Dios, quien hace causa común con
aquellos que apartan a nuestra juventud del cristianismo, que les roban a
nuestros religiosos y los destierran, que entregan a la muerte a
personas inocentes, nuestros hermanos y hermanas, con esa gente no
queremos tener contacto, y queremos alejarnos nosotros y los nuestros de
su influencia, a fin de que no nos contagiemos con su manera de pensar y
de actuar adversa a Dios, para que no nos hagamos también culpables y
dignos del castigo que el Dios justo debe impartir y va a impartir a
todos los que igual como la desagradecida ciudad de Jerusalén no quieren
lo que Dios quiere.
¡Oh
Dios, permite que todos nosotros hoy mismo, antes de que sea demasiado
tarde, reconozcamos lo que nos ayuda a vivir en paz! ¡Oh Sagrado Corazón
de Jesús, afligido hasta las lágrimas por la ceguera y los crímenes de
los hombres, ayúdanos con tu gracia a aspirar siempre a lo que a Ti te
agrada, a renunciar a lo que te desagrada, a fin de que podamos
permanecer en tu amor y encontrar la paz para nuestras almas! Amén.
Fuente original: Diócesis de Münster. Traducción: Sor Úrsula Tapia Guerrero OSU, Santiago de Chile.