Consideró la prudentísima Madre que, habiéndose derramado los discípulos a predicar el nombre y fe de Cristo nuestro Salvador, no llevaban instrucción ni arancel expreso y determinado para gobernarse todos uniformemente en la predicación sin diferencia ni contradicción y para que todos los fieles creyesen unas mismas verdades expresas. Conoció asimismo que los Apóstoles era necesario que se repartiesen luego por todo el orbe a dilatar y fundar la Iglesia con su predicación y que convenía fuesen todos unidos en la doctrina sobre que se había de fundar toda la vida y perfección cristiana. Para todo esto la prudentísima Madre de la sabiduría juzgó que convenía reducir a una breve suma todos los misterios divinos que los Apóstoles habían de predicar y los fieles creer, para que estas verdades epilogadas en pocos artículos estuviesen más en pronto para todos y en ellas se uniese toda la Iglesia sin diferencia esencial y sirviesen como de columnas inmutables para levantar sobre ellas el edificio espiritual de esta nueva Iglesia evangélica.
Para disponer María santísima este negocio, cuya
importancia conocía, representó sus deseos al mismo
Señor que se los daba y por más de cuarenta días
perseveró en esta oración con ayunos, postraciones y
otros ejercicios. Y así como, para que Dios diese la ley
escrita fue conveniente que Moisés ayunase y orase
cuarenta días en el monte Sinaí como medianero entre
Dios y el pueblo, así también para la ley de gracia fue
Cristo nuestro Salvador autor y medianero entre su Padre
eterno y los hombres y María santísima fue medianera
entre ellos y su Hijo santísimo, para que la Iglesia
evangélica recibiese esta nueva ley escrita en los
corazones reducida a los artículos de la fe, que no se
mudarán ni faltarán en ella porque son verdades divinas
e indefectibles. Un día de los que perseveró en estas
peticiones hablando con el Señor, dijo así: «Altísimo Señor
y Dios eterno, Criador y Gobernador de todo el universo,
por Vuestra inefable clemencia habéis dado principio a
la magnífica obra de Vuestra Santa Iglesia. No es, Señor
mío, conforme a Vuestra sabiduría dejar imperfectas las
obras de Vuestra poderosa diestra; llevad, pues, a su alta
perfección esta obra que tan gloriosamente habéis
comenzado. No os impidan, Dios mío, los pecados de los
mortales, cuando sobre su malicia está clamando la
sangre y muerte de vuestro Unigénito y mío, pues no son
estos clamores para pedir venganza como la sangre de
Abel (Gen. 4, 11), mas para pedir perdón de los mismos
que la derramaron. Mirad a los nuevos hijos que os ha
engendrado y a los que tendrá Vuestra Iglesia en los
futuros siglos, y dad vuestro divino Espíritu a Pedro
vuestro vicario y a los demás Apóstoles para que acierten
a disponer en orden conveniente las verdades en que ha
de estribar Vuestra Iglesia y sepan sus hijos lo que deben
creer todos sin diferencia».
Para responder a estas peticiones de la Madre,
descendió de los cielos personalmente su Hijo santísimo
Cristo nuestro Salvador y manifestándosele con inmensa
gloria la habló y dijo: «Madre mía y paloma mía,
descansad en vuestras ansias afectuosas y saciad con mi
presencia y vista la viva sed que tenéis de mi gloria y
aumento de mi Iglesia. Yo soy el que puedo y quiero
dárselos, y vos, Madre mía, la que podéis obligarme y
nada negaré a vuestras peticiones y deseos». —A estas
razones estuvo María santísima postrada en tierra
adorando la divinidad y humanidad de su Hijo y Dios
verdadero. Y luego Su Majestad la levantó y la llenó de
inefable gozo y júbilos con darle su bendición y con ella
nuevos dones y favores de su omnipotente diestra. Estuvo
algún rato con este gozo de su Hijo y Señor con altísimos
y misteriosos coloquios, con que se templaron las ansias
que padecía por los cuidados de la Iglesia, porque le
prometió Su Majestad grandes beneficios y dones para
ella.
Y en la petición que la Reina hacía para los
Apóstoles, a más de la promesa del Señor que los
asistiría para que acertasen a disponer el Símbolo de la
fe, declaró Su Majestad a su Madre santísima los
términos y palabras y proposiciones de que por entonces
se había de formar. De todo estaba capaz la
prudentísima Señora, como se dijo en la segunda parte
(Cf. supra p. II n. 733ss) más por extenso; pero ahora que
llegaba el tiempo de ejecutarse todo lo que de tan lejos
había entendido, quiso renovarlo todo en el purísimo
corazón de su Madre Virgen, para que de boca del mismo
Cristo saliesen las verdades infalibles en que se funda su
Iglesia. Fue también conveniente prevenir de nuevo la
humildad de la gran Señora, para que con ella se
conformase a la voluntad de su Hijo santísimo en haberse
de oír nombrar en el Credo por Madre de Dios y Virgen
antes y después del parto, viviendo en carne mortal entre
los que habían de predicar y creer esta verdad divina.
Pero no se pudo temer que oyese predicar tan singular
excelencia de sí misma, la que mereció que mirara Dios
su humildad (Lc. 1, 48) para obrar en ella la mayor de sus
maravillas, y más pesa el ser Madre y Virgen,
conociéndolo ella, que oírlo predicar en la Iglesia.
Despidióse Cristo nuestro bien de su beatísima
Madre y se volvió a la diestra de su Eterno Padre. Y luego
inspiró en el corazón de su vicario San Pedro y los demás
que ordenasen todos el Símbolo de la fe universal de la
Iglesia. Y con esta moción fueron a conferir con la divina
Maestra las conveniencias y necesidad que había en esta
resolución. Determinóse entonces que ayunasen diez días
continuos y perseverasen en oración, como lo pedía tan
arduo negocio, para que en él fuesen ilustrados del
Espíritu Santo. Cumplidos estos diez días, y cuarenta que
la Reina trataba con el Señor esta materia, se juntaron
los doce Apóstoles en presencia de la gran Madre y
Maestra de todos, y San Pedro les hizo una plática en
que les dijo estas razones:
«Hermanos míos carísimos, la divina misericordia por su bondad infinita y por los merecimientos de nuestro Salvador y Maestro Jesús, ha querido favorecer a su Santa Iglesia comenzando a multiplicar sus hijos tan gloriosamente, como en pocos días todos lo conocemos y experimentamos. Y para esto su brazo todopoderoso ha obrado tantas maravillas y prodigios y cada día los renueva por nuestro ministerio, habiéndonos elegido, aunque indignos, para ministros de su divina voluntad en esta obra de sus manos y para gloria y honra de su santo nombre. Junto con estos favores nos ha enviado tribulaciones y persecuciones del demonio y del mundo, para que con ellas le imitemos como a nuestro Salvador y caudillo y para que la Iglesia con este lastre camine más segura al puerto del descanso y eterna felicidad. Los discípulos se han derramado por las ciudades circunvecinas por la indignación de los príncipes de los sacerdotes y predican en todas partes la fe de Cristo nuestro Señor y Redentor. Y nosotros será necesario que vayamos luego a predicarla por todo el orbe, como nos lo mandó el Señor antes de subir a los cielos. Y para que todos prediquemos una misma doctrina y los fieles la crean, porque la santa fe ha de ser una como es uno el bautismo (Ef. 4, 5) en que la reciben, conviene que ahora todos juntos y congregados en el Señor determinemos las verdades y misterios que a todos los creyentes se les han de proponer expresamente, para que todos sin diferencia los crean en todas las naciones del mundo. Promesa es infalible de nuestro Salvador que donde se congregaren dos o tres en su nombre estará en medio de ellos (Mt. 18, 20), y en esta palabra esperamos con firmeza que nos asistirá ahora su divino Espíritu para que en su nombre entendamos y declaremos con decreto invariable los artículos que ha de recibir la Iglesia Santa, para fundarse en ellos hasta el fin del mundo, pues ha de permanecer hasta entonces».
Aprobaron todos los Apóstoles esta proposición de
San Pedro, y luego el mismo Santo celebró una Santa
Misa y comulgó a María santísima y a los otros Apóstoles,
y acabada se postraron en tierra, orando e invocando al
divino Espíritu, y lo mismo hizo María santísima. Y
habiendo orado algún espacio de tiempo, se oyó un
tronido como cuando el Espíritu Santo vino la primera vez
sobre todos los fieles que estaban congregados y al
punto fue lleno de luz y resplandor admirable el cenáculo
donde estaban y todos fueron ilustrados y llenos del
Espíritu Santo. Y luego María santísima les pidió que
cada uno pronunciase y declarase un misterio, o lo que el
Espíritu divino le administraba. Comenzó San Pedro y
prosiguieron todos en esta forma:
- San Pedro: Creo en Dios Padre, Todopoderoso, Criador del cielo y de la tierra.
- San Andrés: Y en Jesucristo su único Hijo nuestro Señor.
- Santiago el Mayor: Que fue concebido por obra del Espíritu Santo, nació de María Virgen.
- San Juan: Padeció debajo del poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado.
- Santo Tomás: Bajó a los infiernos, resucitó al tercero día de entre los muertos.
- Santiago el Menor: Subió a los cielos, está asentado a la diestra de Dios Padre todopoderoso.
- San Felipe: Y de allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.
- San Bartolomé: Creo en el Espíritu Santo.
- San Mateo: La santa Iglesia católica, la comunión de los Santos.
- San Simón: El perdón de los pecados.
- San [Judas] Tadeo: La resurrección de la carne.
- San Matías: La vida perdurable. Amén.
Este Símbolo, que vulgarmente llamamos el Credo,
ordenaron los Apóstoles después del martirio de San
Esteban y antes que se cumpliera el año de la muerte de
nuestro Salvador. Y después la Santa Iglesia, para
convencer la herejía de Arrio [que niega a la divinidad
de Jesús] y otros herejes en los concilios que contra ellos
hizo, explicó más los misterios que contiene el Símbolo de
los Apóstoles y compuso el Símbolo o Credo que se canta
en la Santa Misa. Pero en sustancia entrambos son una
misma cosa y contienen los doce artículos que nos
propone la doctrina cristiana para catequizarnos en la fe,
con la cual tenemos obligación de creerlos para ser
salvos. Y al punto que los Apóstoles acabaron de
pronunciar todo este Símbolo, el Espíritu Santo lo aprobó
con una voz que se oyó en medio de todos y dijo: «Bien
habéis determinado». Y luego la gran Reina y Señora de
los cielos dio gracias al Muy Alto con todos los Apóstoles,
y también se las dio a ellos porque habían merecido la
asistencia del divino Espíritu para hablar como
instrumentos suyos con tanto acierto en gloria del Señor y
beneficio de la Iglesia. Y para mayor confirmación y
ejemplo de sus fieles, se puso de rodillas la prudentísima
Maestra a los pies de San Pedro y protestó la santa fe
católica como se contiene en el Símbolo que acabaron de
pronunciar. Y esto hizo por sí y por todos los hijos de la
Iglesia con estas palabras, hablando con San Pedro:
«Señor mío, a quien reconozco por vicario de mi Hijo
santísimo, en vuestras manos, yo vil gusanillo, en mi
nombre y en el de todos los fieles de la Iglesia, confieso y
protesto todo lo que habéis determinado por verdades
infalibles y divinas de fe católica y en ellas bendigo y
alabo al Altísimo de quien proceden». Besó la mano al
Vicario de Cristo y a los demás Apóstoles, siendo la
primera que protestó la fe santa de la Iglesia después
que se determinaron sus artículos.
Doctrina que me dio la gran Señora de los ángeles
María santísima.
Hija mía, sobre lo que has escrito en este capítulo
quiero para tu mayor enseñanza y consuelo manifestarte
otros secretos de mis obras. Después que los Apóstoles
ordenaron el Credo, te hago saber que le repetía yo
muchas veces al día, puesta de rodillas y con profunda
reverencia. Y cuando llegaba a pronunciar aquel artículo
que nació de María Virgen, me postraba en tierra con tal
humildad, agradecimiento y alabanza del Altísimo, que
ninguna criatura lo puede comprender. Y en estos actos
tenía presentes todos los mortales, para hacerlos
también por ellos y suplir la irreverencia con que habían
de pronunciar tan venerables palabras. Y por mi
intercesión ha ilustrado el Señor a la Iglesia Santa, para
que repita tantas veces en el oficio divino el Credo, Ave
María y Pater noster, y que las religiones tengan por
costumbre humillarse cuando las dicen, y todos hincar la
rodilla en el Credo de la Misa a las palabras: Et
incarnatus est, etc., para que en alguna parte cumpla la
Iglesia con la deuda que tiene por haberle dado el Señor
esta noticia y por los misterios tan dignos de reverencia y
agradecimiento como el Símbolo contiene.
Otras muchas veces mis Santos Ángeles solían
cantarme el Credo con celestial armonía y suavidad, con
que mi espíritu se alegraba en el Señor. Otras veces me
cantaban el Ave María hasta aquellas palabras: Bendito
sea el fruto de tu vientre Jesús. Y cuando nombraban este
santísimo nombre o el de María, hacían profundísima
inclinación, con que me inflamaban de nuevo en afectos
de humildad amorosa y me pegaba con el polvo
reconociendo el ser de Dios comparado con el mío
terreno. Oh hija mía, queda, pues, advertida de la
reverencia con que debes pronunciar el Credo, Pater
noster y Ave María y no incurras en la inadvertida
grosería que en esto cometen muchos fieles. Y no por la
frecuencia con que en la Iglesia se dicen estas oraciones
y divinas palabras se les ha de perder su debida
veneración. Pero este atrevimiento resulta de que las
pronuncian con los labios y no meditan ni atienden a lo
que significan y en sí contienen. Para ti quiero que sean
materia continua de tu meditación, y por esto te ha dado
el Altísimo el cariño que tienes a la doctrina cristiana, y
le agrada a Su Majestad y a mí que la traigas contigo y
la leas muchas veces, como lo acostumbras, y de nuevo te
lo encargo desde hoy. Y aconséjalo a tus súbditas,
porque ésta es joya que adorna a las esposas de Cristo y
la debían traer consigo todos los cristianos.
Sea también documento para ti el cuidado que yo
tuve de que se escribiese el Símbolo de la fe, luego que
fue necesario en la Santa Iglesia. Muy reprensible tibieza
es conocer lo que toca a la gloria y servicio del Altísimo y
al beneficio de la propia conciencia y no ponerlo luego
por obra, o a lo menos hacer las diligencias posibles para
conseguirlo. Y será mayor esta confusión para los
hombres, pues ellos, cuando les falta alguna cosa
temporal, no quieren esperar dilación en conseguirla y
luego claman y piden a Dios que se las envíe a
satisfacción, como sucede si les falta la salud o frutos de
la tierra y aun otras cosas menos necesarias o más
superfluas y peligrosas, y al mismo tiempo, aunque
conozcan en muchas obligaciones la voluntad y agrado
del Señor, no se dan por entendidos o las dilatan con
desprecio y desamor. Atiende, pues, a este desorden
para no cometerle, y como yo fui tan solícita en lo que
convenía hacer para los hijos de la Iglesia, procura tú ser
puntual en todo lo que entendieres ser voluntad de Dios,
ahora sea para el beneficio de tu alma, ahora para otras,
a imitación mía.
VENERABLE SOR MARÍA DE JESÚS DE ÁGREDA, Mística Ciudad de Dios, 3ª parte, Libro Séptimo, Cap. XII, n. 211-221.
«Cuando en su tiempo ayudó a formar la iglesia, estando en oración, vino el apóstol Bernabé con otro, se posternaron ante Ella, se dieron cuenta que era necesario escribir los Evangelios. Por mucho tiempo han invocado al Espíritu Santo y perseverado durante días enteros en oración. La Virgn escogió a Lucas, Juan, Marcos y a no sé quien más, para escribir esos puercos textos…
ResponderEliminarCuando Bernabé y otro fueron a visitar a la Virgen, Ella les dijo: “Tenéis que contar principalmente la vida de Cristo. ¿Me comprendéis? Es Él el que debe ser glorificado, dejadme a mí atrás. De mí sólo tenéis que relatar el nacimiento y Encarnación de Cristo. El resto lo dejáis a un lado”. Ella quería retrotraerse por humildad, para dejar en primer plano al Hijo de Dios. Quería mostrar a los hombres cómo ellos también deberían retirarse, cómo deberían ser humildes. Pero los hombres no lo hacen. Ni el menor grado que Ella ha realizado. Los hombres quieren que se hable de ellos, mucho más que esta criatura predestinada, que no quería que se hablara de ella. Por lo tanto, se retiró. Pero esto fue para nosotros una gran ventaja. A partir de ese momento aparecieron las sectas, y éstas no reconocieron a esta criatura. Si los Apóstoles hubieran escrito grandes milagros que tuvieron lugar gracias a ella, esas sectas no hubieran podido crecer y difundirse como la hierva. Nacieron las sectas que pensaban que María era un personaje marginal, un recipiente del de ahí arriba, y podía ya irse como una vieja… No se me permite decir la palabra. Nosotros somos distinguidos. No decimos palabrotas muy fuertes. Eso sólo lo hacen los demonios humanos. Somos más distinguidos que ellos…
Grandes santos fueron inspirados por el cielo y recibieron visiones y revelaciones aclaratorias sobre la vida y obra de La de ahí arriba. Una de ellas es Catalina Emmerich, que ni siquiera ha sido santificada. Es una de las mayores santas del cielo. La segunda es María de Jesús, de Agreda; abadesa. Se recomiende desde los púlpitos, sean leídos estos libros. Catalina Emmerich, ha tenido que hablar para la Iglesia; ha sufrido y orado por ella. Nosotros teníamos un furor terrible contra ella. Desde niña ha hecho su vía crucis e imitado la humildad de la de ahí arriba. Era una gran santa. La teníamos un gran miedo y por eso queríamos destruirla, pero no lo hemos conseguido. Se escapaba siempre, aunque haya sufrido enfermedades mortales. Sólo murió cuando los de ahí arriba lo quisieron para llevarla al cielo. Hay muchos santos canonizados que son menos santos que ella. Si es canonizada, hemos reflexionado, sus libros serán reconocidos. Por eso no hemos dejado que llegase a ello. Es venerable, pero no ha sido canonizada, y por eso los libros no pueden tener mucha aceptación. Esa es la razón por la que los obispos no quieren oír hablar de ella. Sus libros deberían haber sido esparcidos por todo el mundo. Esta santita iba a sus 4 años a hacer el vía crucis con sus pies heridos, en honor a su Rey crucificado. Su madre le vendaba los pies. Ni siquiera sabía a qué se debía. Ha sido un gran alma sufriente. En su habitación hacía un frío… sudaba de fiebre, no pedía le cambiaran las sábanas. Quería llevar su pasión, ofrecerla humildemente. ¿Dónde se ven aún tales almas?…». (Exorcismo del 30 de Marzo de 1976, confesión del demonio Belcebú -coro de los Arcángeles-, compilado en el libro Advertencias del más allá, del padre Arnold Renz)