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viernes, 6 de julio de 2018

DEL AGUA BENDITA

El uso del agua bendita en los primeros tiempos de la Iglesia se rastrea casi hasta los tiempos apostólicos. San Matías Apóstol dio el precepto de hacerla y una fórmula para ello:
Sobre el aceite y el agua, yo, Matías, doy una constitución: Que los obispos bendigan el agua, o el aceite. Pero si no está allí, que el sacerdote lo bendiga, estando de pie el diácono, y dirá así: Oh Señor de los Ejércitos, Dios poderoso, creador de las aguas y proveedor del aceite, que eres compasivo y amante de los hombres, que les has dado el agua para beber y purificarse, y el aceite para darle al hombre un semblante más animado y gozoso, santifica tambén esta agua y este aceite por tu Cristo, en favor de quien los ha ofrecido, y concédeles la virtud de restaurar la salud, de alejar las enfermedades, de desterrar a los demonios y de dispersar todos sus dardos por Cristo nuestra esperanza, a quien sean dados la gloria, el honor y la adoración contigo y el Espíritu Santo. Amén (Constituciones Apostólicas, Libro VIII, sección IV, cánon 29).
aunque también se dice que el Papa San Alejandro permitió su uso con propósitos expiatorios y de purificación de las casas. Como en muchos casos, el agua usada para el sacramento del bautismo era agua fluyente, de río o mar, y no podía recibir la misma bendición que la que se daba en los baptisterios. Sobre este punto en particular la liturgia antigua es oscura, pero dos descubrimientos recientes son de muy decidido interés. El Pontifical de San Serapión de Tmuis, un obispo egipcio del siglo IV que fue discípulo de San Atanasio y confesor de San Jerónimo, y del mismo modo el “Testaméntum Dómini”, una composición siríaca del siglo V o VI, contiene una bendición del aceite y agua durante la Misa. La fórmula en el Pontifical de Serapión es como sigue:
“Bendecimos estas criaturas en el Nombre de Jesucristo, tu único Hijo; invocamos sobre esta agua y este aceite el Nombre de Aquél que sufrió, que fue crucificado, que resucitó de entre los muertos y que está sentado a la derecha del Padre. Concede a estas criaturas el poder de sanar; que todas las fiebres, todos los malos espíritus y todas las dolencias huyan de quien tome esta bebida o sea ungido con ella, y que sea un remedio en el Nombre de Jesucristo, tu único Hijo”.

Tan temprano como en el siglo IV varios escritos, cuya autenticidad está libre de sospechas, mencionan el uso del agua santificada ya sea por la bendición litúrgica antedicha o por la bendición individual de alguna persona santa. San Epifanio (Contra hærésibus, libro I, herejía XXX) narra que en Tiberíades un hombre llamado José derramó agua sobre un loco, al que primero le había hecho la Señal de la Cruz, y pronunció estas palabras sobre el agua: “¡En el nombre de Jesucristo de Nazaret crucificado, sal de este desgraciado, tú espíritu infernal, y deja que sea sanado!”. José se convirtió y luego usó el mismo procedimiento para vencer la brujería; sin embargo, él no era ni un clérigo ni un obispo. Teodoreto (Historia de la Iglesia, libro V, cap. 21) relata que San Marcelo, obispo de Apamea, santificó el agua por la Señal de la Cruz y que San Afraates curó a uno de los caballos del emperador al hacerlo beber agua bendecida con la Señal de la Cruz (“Historia religiosa”, cap. VIII; en Migne, Patrología Græca, tomo LXXXII, cols. 1244, 1375).
  
También existen tales testimonios en Occidente. Por ejemplo, San Gregorio de Tours (De glória confessóris, cap. 82) habla de un ermitaño llamado Eusitio que vivió en el siglo VI y poseía el don de curar la fiebre cuartana dándole a tomar a las víctimas agua que él mismo había bendecido; podemos mencionar muchos otros ejemplos atesorados por San Gregorio (“De Miráculis Sancte Martíni”, II, XXXIX; “Mirac. S. Juliáni”, II, III, XXV, XXVI; “Liber de Passióne Sancte Juliáni”; “Vitæ Patrum”, c. IV, n. 3). Se sabe que algunos de los fieles creían que el agua bendita poseía propiedades curativas para ciertas enfermedades, y que esto era muy cierto de forma especial en el agua bautismal. En algunos lugares se conservaba cuidadosamente durante todo el año y, por haber sido usado en el bautismo, se consideraba libre de toda corrupción. Esta creencia se extendió de Oriente a Occidente; y apenas el bautismo se había administrado, la gente se apiñaba alrededor con toda clase de vasijas para llevarse el agua, algunos la mantenían en sus casas y otros regaban sus campos, viñedos y jardines con ella (“Ordo románus I”, 42, in “Mus. ital.”, II, 26).
  
Sin embargo, el agua bautismal no era la única agua bendita. Se mantenía alguna a la entrada de las iglesias cristianas, donde un clérigo rociaba a los fieles según entraban, y por esta razón era llamado hydrokometes (Υδροκομήτες) o “introductor por agua”, una apelación que aparece en un sobrescrito de una carta de Sinesio en la cual alude al “agua lustral colocada en el vestíbulo del templo”. Quizás esta agua era bendecida en las cantidades necesarias, y la costumbre de la Iglesia puede haber variado a este respecto. Teodoro Balsamon nos dice que en la Iglesia Griega, ellos “hacían” agua bendita al comienzo de cada mes lunar. Es posible que, según el canon 65 del Concilio de Constantinopla efectuado el año 691, este rito fue establecido con el propósito de suplantar definitivamente la fiesta pagana de la luna nueva y hacer que pasara al olvido.
   
En Occidente, Dom Edmundo Martène declara que antes del siglo IX no hay nada respecto a la bendición y aspersión de agua que se efectúa todos los domingos en la Misa. En ese tiempo el Papa San León IV ordenó que cada sacerdote bendijera agua cada domingo en su propia iglesia y asperjara a los fieles con ella: “Omni die Domínico, ante Missam, áquam benedíctam fácite, unde pópulus et loca fidélium aspergántur” (Migne, Patrología Latina, tomo CXV, col. 679). Hincmar de Reims dio instrucciones como sigue: “Cada domingo, antes de la celebración de la Misa, el sacerdote bendecirá agua en su iglesia, y para este santo propósito, usará una vasija limpia y adecuada. Cuando la gente entre a la iglesia será rociada con esta agua, y los que deseen se pueden llevar alguna en vasijas limpias para que rocíen sus casas, campos, viñedos y ganado, y el forraje con que son alimentados, y también para rociarla sobre su propia comida” (“Capítula synodália”, cap. V, en Patrología Latina, tomo CXXV, col. 774). De esta forma se siguió generalmente la regla de tener agua bendita para la aspersión en la Misa de domingo, pero la fecha exacta fijada por León IV e Hincmar no fue seguida en todas partes. En Tours la bendición se realizaba el sábado antes de las vísperas; en Cambrai y en Arras, se daba sin ceremonia en la sacristía antes de la recitación de la hora de prima; en Albi, en el siglo XV, la ceremonia se efectuaba en la sacristía antes de tercia; y en Soissons en el más alto de los peldaños del presbiterio, antes de tercia; mientras que en Laon y Senlis, en el siglo XIV, se realizaba en el coro antes de la hora de tercia. Hay dos domingos en los cuales nunca se bendice el agua: éstos son el Domingo de Pascua y el domingo de Pentecostés. La razón es porque en la víspera de estas fiestas se bendice y consagra agua para la pila bautismal y, antes de mezclarla con el santo crisma, se le permite a los fieles tomar alguna para llevarla a sus casas, y usarla cuando sea necesario.

En el Misal y el Ritual Romano Tradicional, en la sección Benedictiónes váriæ, el modo de hacer el Agua Bendita se registra de la siguiente manera (Presbíteros conciliares, abstenéos de ponerlo en práctica. Evitad un mal rato):
Diebus Dominicis, et quandocumque opus sit, præparato sale et aqua munda benedicenda in ecclesia, vel in sacristia, Sacerdos, superpelliceo et stola violacea indutus, primo dicit:
 
℣. Adjutórium nostrum in nómine Dómini.
℞. Qui fecit cœlum et terram.
 
Deinde absolute incipit exorcismum salis.
Exorcízo te, creatúra salis, per Deum vivum, per Deum verum, per Deum sanctum: per Deum, qui te per Eliséum Prophétam in aquam mitti jussit, ut sanarétur sterílitas aquæ: ut efficiáris sal exorcizátum in salútem credéntium: et sis ómnibus suméntibus te sánitas ánimæ et córporis: et effúgiat atque discédat a loco, in quo aspérsum fúeris, omnis phantásia et nequítia vel versútia diabólicæ fraudis, omnísque spíritus immúndus, adjurátus per eum, qui ventúrus est judicáre vivos et mórtuos, et sǽculum per ignem. ℞. Amen.
 
Orémus. ORATIO.
Imménsam cleméntiam tuam, omnípotens ætérne Deus, humíliter implorámus: ut hanc creatúram salis, quam in usum géneris humáni tribuísti, bene dícere et sancti ficáre tua pietáte dignéris; ut sit ómnibus suméntibus salus mentis et córporis: et, quidquid ex eo tactum vel respérsum fúerit, cáreat omni immundítia omníque impugnatióne spiritális nequítiæ. Per Dóminum nostrum Jesum Christum Fílium tuum: Qui tecum vivit et regnat in unitáte Spíritus Sancti Deus per ómnia sǽcula sæculórum. ℞. Amen.
 
Exorcismus aquæ: et dicitur absolute:
Exorcízo te, creatúra aquæ, in nómine Dei Patris omnipotentis, et in nómine Jesu Christi, Fílii ejus, Dómini nostri, et in virtúte Spíritus Sancti: ut fias aqua exorcizáta ad effugándam omnem potestátem inimíci, et ipsum inimícum eradicáre et explantáre váleas cum ángelis suis apostáticis, per virtútem ejúsdem Dómini nostri Jesu Christi: qui ventúrus est judicáre vivos et mortuos, et sǽculum per ignem. ℞. Amen.
 
Orémus. ORATIO.
Deus, qui, ad salutem humáni géneris, máxima quæque sacraménta in aquárum substántia condidísti: adésto propítius invocatiónibus nostris et cleménte huic, multímodis purificatiónibus præparáto, virtútem tuæ bene dictiónis infúnde: ut creatúra tua, mystériis tuis sérviens, ad abigéndos dǽmones morbósque pelléndos, divínæ grátiæ sumat efféctum; ut, quidquid in dómibus vel in locis fidélium hæc unda respérserit, cáreat omni immundítia, liberétur a noxa: non illic resídeat spíritus péstilens, non aura corrúmpens; discédant omnes insídiæ laténtis inimíci: et si quid est, quod aut incolumitáti habitántium ínvidet aut quiéti, aspersióne hujus aquæ effúgiat; ut salúbritas, per invocatiónem sancti tui nóminis expetíta, ab ómnibus sit impugnatiónibus defénsa. Per Dóminum nostrum Jesum Christum Fílium tuum: Qui tecum vivit et regnat in unitáte Spíritus Sancti Deus per ómnia sǽcula sæculórum. ℞. Amen.
 
Hic ter mittat sal in aquam in modum crucis, dicendo, semel: Commíxtio salis et aquæ páriter fiat in nómine Pa tris, et Fí lii, et Spíritus Sancti. ℞. Amen.
℣. Dóminus vobíscum.
℞. Et cum spíritu tuo.
 
Orémus. ORATIO.
Deus, invíctæ virtútis auctor et insuperábilis impérii rex ac semper magníficus triumphátor: qui advérsæ dominatiónis vires réprimis, qui inimíci rugiéntis sævítiam súperas, qui hostíles nequítias poténter expúgnas: te, ómine, treméntes et súpplices deprecámur ac pétimus: ut hanc creatúram salis et aquæ dignánter aspícias, benígnus illústres, pietátis tuæ rore sanctífices; ut, ubicúmque fúerit aspérsa, per invocatiónem sancti nóminis tui, omnis infestátio immúndi spíritus abigátur, terrórque venenósi serpéntis procul pellátur: et præséntia Sancti Spíritus nobis, misericórdiam tuam poscéntibus, ubíque adésse dignétur. Per Dóminum nostrum Jesum Christum Filium tuum: Qui tecum vivit et regnat in unitáte Spíritus Sancti Deus per ómnia sǽcula sæculórum. ℞. Amen.
  
Christifideles autem possunt de ista aqua benedicta in vasculis accipere, et secum deferre ad aspergendos ægros, domos, agros, vineas, et alia, et ad habendam in habitaculis suis, ut ea quotidie et sæpius aspergi possint.
  
TRADUCCIÓN
Los Domingos, y cada vez que sea necesario, en la iglesia o en la sacrisitía se preparan la sal y el agua pura. El sacerdote, revestido con sobrepelliz y estola morada, pronuncia la siguiente invocación:
℣.  Nuestro auxilio es el Nombre del Señor
℞. Que hizo el cielo y la tierra.
    
Enseguida empieza el exorcismo de la sal:
Te exorcizo, creatura de la sal, por Dios vivo, por Dios verdadero, por Dios santo, por Dios que ordenó, por medio del profeta Eliseo, que fueses puesta en el agua para sanar su esterilidad; para que te conviertas como sal exorcizada en salud para los creyentes, para que seas salud de alma y cuerpo para todos aquellos que te consuman; para que huya y se aparte del lugar donde seas puesta, toda maldad, toda acción del demonio, todo espíritu inmundo, conjurado por este Señor que ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos y el siglo por medio del fuego. Amén.
  
Oremos:
Imploramos humildemente tu inmensa clemencia, omnipotente y eterno Dios, para que te dignes con tu piedad bendecir y santificar esta creatura de la sal que Tú creaste para uso del género humano: a fin de que se convierta en salud de alma y cuerpo para todos los que la consuman; y para que todo aquello que sea tocado por esta sal carezca de toda inmundicia y de toda impregnación del espíritu del mal. Por Nuestro Señor Jesucristo. Amén
  
Luego viene el exorcismo del agua:
Te exorcizo, creatura del agua, en el nombre de Dios Padre omnipotente, en el nombre de Jesucristo su Hijo, nuestro Señor, y con el poder del Espíritu Santo: para que seas agua exorcizada para ahuyentar toda fuerza del Enemigo y para que puedas erradicar y arrancar al mismo Enemigo con sus ángeles apóstatas, por virtud del mismo Jesucristo nuestro Señor que ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos y este siglo por el fuego. Amén.
  
Oremos:
Oh Dios, sé propicio a nuestras súplicas e infunde la fuerza de tu bendición a esta agua que hemos preparado con estas purificaciones, para que esta tu creatura sirva para alejar a los demonios, sanar las enfermedades; para que al ser derramada sobre las casas y los hogares de los fieles, éstos queden libres de toda inmundicia y de todo mal; que no resida allí un espíritu pestilente, se alejen todas las insidias del Enemigo y, si hay algo que perjudique a los que habiten en ella o a su tranquilidad, por la aspersión de esta agua huyan, para que la salud que te pedimos por invocación de tu Nombre quede defendida de toda impugnación del Maligno, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
  
El sacerdote vierte tres veces la sal en el agua en forma de cruz diciendo: Que esta mezcla de la sal y del agua se realice en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
 
℣.  El Señor esté con vosotros.
℞. Y con tu espíritu.
   
Oremos
Oh Dios, autor de todo poder y rey insuperable de todo dominio y siempre triunfador magnífico, que reprimes las fuerzas del dominio del mal, que superas la sevicia del Enemigo, que poderosamente vences a las huestes enemigas: a ti, humildes, te pedimos, Señor, que mires con bondad estas creaturas de sal y agua y las santifiques con tu bondad, para que doquiera que sean regadas, por la invocación de tu santo Nombre desaparezca toda infestación del espíritu inmundo, sea alejado el terror de la serpiente infernal, y, mediante la presencia del Espíritu Santo, nos concedas benigno tu misericordia ya que humildemente te la suplicamos.Por Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
  
Los fieles cristianos pueden también llenar recipientes con esta agua bendita, y  con ella pueden asperjar sobre los enfermos, casas, campos, viñedos y cualquier otro lugar, y reservarla donde tengan sus habitaciones, para que puedan asperjarla cada día y frecuentemente.
  
Cada vez que nos bendigamos a nosotros mismos, o cuando bendigamos a algún enfermo usando agua bendita, debemos decir esta oración:
“¡Oh Señor, por esta Agua Bendita y por vuestra Preciosa Sangre, lavadme de mis pecados y librad a las pobres Ánimas del Purgatorio!”

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