Páginas

miércoles, 5 de septiembre de 2018

MODO DE SEGUIR LA MISA EN CASA

Muchos hermanos sedevacantistas viven demasiado lejos de un centro de Misa tradicional, y no les es posible asistir al Santo Sacrificio, especialmente los Domingos y días de precepto. Algunos de ellos, incluso, son los únicos en la familia que adhieren a la Fe Católica tradicional, y son tentados por sus parientes conciliares a asistir a los servicios de la parroquia Novus Ordo cercana (o los que tienen “mejor” suerte, a alguna Misa tradicional “una cum”, presidida por los acuerdistas o la Frater), faltando EN VANO a la disciplina eclesiástica (decimos EN VANO porque la asistencia al Novus Ordo o a la Misa “una cum” no es guardar el Día del Señor).
  
A estos hermanos, además del Santo Rosario, les proponemos este Modo de seguir la Misa en casa, para que, en virtud de la Comunión de los Santos, se unan espiritualmente a los Sacerdotes legítimos que ofrecen el Santo Sacrificio de la Misa y a los fieles que asisten a ésta, y puedan recibir espiritualmente los frutos de la Santa Misa.
   
MODO DE SEGUIR LA MISA EN CASA
Para aquellas personas que por causa de su enfermedad, vejez, o por otras razones suficientes no pueden asistir a la Santa Misa, especialmente los Domingos y Días de fiesta.
  
CONSIDERACIONES PREVIAS
Ten en mente, ¡oh alma cristiana!, que aquellos que estarían presentes en el Santo Sacrificio de la Misa, si les fuera posible, como los enfermos, los convalecientes, los ancianos, padres o madres que deben permanecer en casa con los niños pequeños, y por otras razones, todos están incluídos en el Santo Sacrificio, esto es, toman parte en las oraciones de la Iglesia, en las bendiciones y méritos del Sacrificio, si tienen un sincero deseo de oir la Misa. El Santo Sacrificio de la Misa es ofrecido por todos los fieles. Así como Cristo se ofreció a Sí mismo por todos los hombres en la cruz, así Él ahora se ofrece en la Misa en una forma incruenta para todos, por tanto participa todas las bendiciones y méritos de Su sacrificio a quien asiste a Misa con sentimientos agradables a Él. Y si tú estás en casa, el sacerdote ora, la Iglesia ora, nuestro Salvador Jesucristo se ofrece a Sí mismo, y los méritos y bendiciones del Santo Sacrificio descienden a ti, si solamente lo deseas de corazón, y unes tus oraciones en casa con las oraciones del sacerdote y de toda la congregación. Luego arrodíllate espiritualmente ante el altar y devotamente formula una Buena Intención.
  
BUENA INTENCIÓN
Padre mío y Dios mío, Vos sabéis cuán sinceramente quisiera asistir al Sacrificio de vuestro Hijo amado, mi Redentor, que ahora está siendo ofrecido a Vos sobre el altar por manos del sacerdote; mas hay obstáculos, como Vos conocéis, me lo impiden. Porque no puedo estar presente en vuestra santa casa, mirad benigno el deseo de mi corazón, y dejadme tomar parte en las oraciones de vuestra santa Iglesia, y en las bendiciones y méritos de vuestro divino Hijo, que murió por mí en la cruz, y nuevamente se ofrece a Sí mismo en una forma incruenta sobre el altar. Con la misma intención con que el sacerdote ofrece el Santo Sacrificio sobre el altar, yo también lo ofrezco a Vos por vuestra honra y gloria, en acción de gracias por todos los dones y gracias que me habéis concedido, para reconciliaros conmigo, pobre pecador, y para la remisión de mis pecados, y con la ferventísima petición, de que Vos seáis para mí en mis cuidados y aflicciones un Padre gracioso, y por el amor de vuestro Hijo Jesús no me rehuséis vuestro auxilio.
  
Oh mi santo Ángel de la Guarda, estad de pie a mi lado y unid vuestras oraciones conmigo, para que puedan ser aceptables a la Divina Majestad, y también, ¡oh mi amada Madre María!, asistidme para que pueda atender en espíritu al Sacrificio incruento de la Misa con las mismas intenciones que vos tuvisteis cuando asististeis al cruento Sacrificio de la cruz. Amén.
 
DESDE EL COMIENZO DE LA MISA HASTA EL EVANGELIO
¡Señor mío y Dios mío! ¡Creador de cielo y tierra, suprema Majestad! ¿Cómo puedo presumir levantar mis manos y alabaros? Vos sois la santidad infinita, ante cuya vista ni siquiera los Ángeles son puros, Vos sois el Omnipontente, ante el cual incluso los espíritus bienaventurados cubren sus rostros, y yo, ¿qué soy? Nada excepto un pobre pecador, polvo y ceniza, que hace tiempo hubiera merecido castigo. Pero Vos sois también infinitamente benigno y misericordioso. En el espíritu de la más profunda contrición y humildad, he aquí que me postro ante Vos con el sacerdote y confieso mi culpa, mi gran culpa, mi gravísima culpa. Desde lo más profundo de mi corazón lloro todos mis pecados y crímenes, suplicándoos encarecidamente, ¡oh mi buen Dios y Padre!, me concedáis el perdón. Con el sacerdote penitentemente pido a Vos, tened misericordia de mí, ¡oh Señor, tened misericordia de mí! Vuestra misericordia es de hecho infinitamente grande, y un corazón contrito Vos nunca lo despreciáis. Y si mi dolor y contrición no son suficientes, ¡oh Padre Celestial!, entonces aceptad benignamente las lágrimas penitentes de todos los santos penitentes, los dolores de mi amada Madre María al pie de la cruz, y el duelo de vuestro ternísimo Corazón por los pecados de los hombres. Aceptad graciosamente el homenaje que la Iglesia os ofrece, al cual agrego mi pobre adoración. ¡A Vos, oh Dios altísimo, sea la gloria! ¡Que vuestra Omnipotencia sea glorificada en todas partes! ¡Que vuestro santísimo Nombre sea honrado y alabado en todas partes! Por eso enviásteis a vuestro Hijo unigénito a la tierra, para esto, para que todos los hombres puedan conoceros, amaros, y aprendieran a serviros; y por eso vuestro divino Hijo envió a sus Apóstoles por toda la tierra para llevar a todos los hombres a la verdad. Oh, dadme la gracia siempre de reconocer la verdad que vuestro Hijo trajo a la tierra, y observar siempre con mayor fidelidad Sus sagrados preceptos, para que pueda ser aceptable a Vos y eternamente dichoso. Amén.
  
DESDE EL EVANGELIO HASTA LA CONSAGRACIÓN
¡Muy sinceras gracias a Vos, Dios mío!, por la Fe Católica en la cual he nacido, y como un niño pequeño he recibido de vuestras manos, sin ningún mérito de mi parte. ¡Oh, cuán desgraciado sería yo, si como muchos otros estuviera vagando en la herejía o la incredulidad, sin encontrar nunca la luz de la Fe verdadera, que brilla solamente en la Iglesia Católica, para llevarme al Cielo! Con gozo profeso mi santa Fe, y Os suplico, ¡oh Dios mío!, con todo mi corazón, que me concedáis la gracia de vivir siempre conforme a ella. Porque ¿de qué me aprovecharía si creyera plenamente todas las verdades que la Iglesia Católica enseña, si no la obedezco fielmente? Oh Dios mío, no permitáis nunca que esto suceda, no permitáis que dé oídos a doctrinas falsas y malas, que son propagadas en todas partes por hombres malvados; no permitáis que venga a ser débil en la fe, no permitáis que sea infiel a las promesas que Os he hecho en el Bautismo y la Sagrada Comunión. Deseo ser y permanecer siendo un hijo de vuestra Santa Iglesia, porqe solo en esta Iglesia puedo ser feliz; porque ella sola tiene todos los medios de la gracia para la felicidad, ella sola posee la fuente de toda gracia, el Santo Sacrificio de la Misa, en el cual vuestro único Hijo, Jesús, se ofrece a Vos, con el fin de traer sobre nosotros todo lo que su Sangre ganó para nosotros en la Cruz. Veo ahora, en espíritu, al sacerdote en el altar con pan y vino en sus manos, orando al Espíritu Santo para que bendiga estos dones, que ellos sean apropiados para ser cambiados en el cuerpo y la sangre de vuestro Hijo amado. Yo uno mi corazón a estos dones consagrados al sacrificio, y lo dejo sobre el altar. No poseo nada que pueda daros, salvo un corazón que puede y desea amaros. Tomad este mi pobre corazón, purificadlo de todo pecado y mancha, inflamadlo con el fuego de vuestro amor, y acercadlo a Vos, ¡oh infinita Bondad!, para que nunca más sea separado de Vos. Al mismo tiempo Os ofrezco con mi corazón todos mis afanes y ansiedades. Nada de lo que considere Os es desconocido, ¡oh Dios mío!, patentes están ante vuestros ojos todos los deseos de mi corazón. No permitáis que él desee nada que Os desagrade, convertidlo enteramente a Vos, y por vuestra Gracia hacedlo uno con el amantísimo Corazón de vuestro Hijo dilectísimo, quien, mientras estuvo sobre la tierra, sólo quería que vuestra Voluntad sea hecha en la tierra como en el Cielo. Amén.
 
ANTES DE LA ELEVACIÓN
Santo, santo, santo sois Vos, ¡oh Dios trino y uno!, y porque sois infinitamente santo, ningún sacrificio puede agradaros como el Sacrificio infinitamente santo de vuestro Hijo Jesús, y porque sois infinitamente justo, ningún otro Sacrificio podía satistaceros sino este único Sacrificio inmaculado, que vuestro Hijo dilectísimo ofreció en la Cruz, y ahora en forma incruenta renueva sobre el altar. Por este Santo Sacrificio que ahora se realiza sobre el altar, Os suplico, ¡oh Dios del Cielo!, miréis benigno a todos los verdaderos Cristianos y preservadlos en unión de fe y caridad; permitid que la luz de la verdad brille sobre todos los infieles y herejes, dadle vuestro santo Espíritu al Papa, nuestro padre común y cabeza, y a los obispos y sacerdotes fieles, para que puedan guiar las almas a ellos confiadas en el camino de la salvación al Cielo, dadle la gracia de la conversión a todos los pobres pecadores, consolad a los afligidos, fortaleced a los débiles, guiad a los errantes, asistid a los vacilantes, y escuchad benignamente las oraciones de todos los que se dirigen a Vos. Recordad, ¡oh Padre excelso!, mi pobre alma, adquirida por vuestro divino Hijo con su Sangre. Confieso con profundísima humildad y el más profundo dolor, que a menudo he manchado mi alma con el pecado transgrediendo vuestros santos Mandamientos; dadme solamente una gota de esa Preciosísima Sangre, y seré puro y agradable a Vos. Vos conocéis mi deseo de serviros con toda fidelidad, dadme vuestra gracia, para hacer siempre vuestra santísima Voluntad: asistidme, para que siempre pueda seguir las hermosas virtudes de vuestro Hijo amado, su humildad, su mansedumbre, y sea siempre más y más agradable a Vos. No me abandonéis, ¡oh Padre misericordioso!, en mis cruces y aflicciones, y en las graves preocupaciones que pesan sobre mi corazón. Dadme fuerza para llevarlas, y que todas redunden en vuestra honra y la salvación de mi pobre alma. Ayudadme ahora con vuestras súplicas, ¡oh bienaventurada Virgen Madre de Dios, y todos vosotros, Santos que estáis en el Cielo!, en esta solemnísima hora, cuando Jesús, el Cordero de Dios, se ofrece a Sí mismo, para que mis oraciones sean escuchadas en el trono de Dios, ante el cual estáis, cantando himnos de alabanza. Vosotros habéis vencido y sois ahora dichosos, nosotros todavía debemos sufrir y luchar, ayudadnos, para que por Cristo, nuestro Salvador, podamos conquistar los enemigos de nuestra salvación y podamos veros en el Cielo. Amén.
   
EN LA ELEVACIÓN
¡Misericordiosísimo Padre celestial! Vos nos habéis dado a vuestro amado Hijo Jesús, y con Él nos habéis dado todo. Él, vuestro único Hijo, es ahora mi posesión, Él está ahora presente en el altar, y yo intento acercarme a Él, intento ofrecerle a Vos por vuestra gloria, en agradecimiento por todas vuestras gracias, por la remisión de mis pecados, y para obtener nuevas gracias que tanto necesito. Mil gracias a Vos por habernos dado a vuestro Hijo amado, por medio del cual nosotros, pobres pecadores, tenemos acceso a Vos; por medio de Él, mi Jesús, ofrezco a vuestra grandísima Maestad Sus infinitos méritos por mi pobreza, Sus infinitas virtudes por mi pecaminosidad, la santidad de Su vida sobre la tierra por mis crímenes, Su preciosísima Sangre como mi apelo por misericordia. Tened piedad de mí, ¡oh Padre del Cielo, tened piedad de mí! Perdonad todas mis ofensas, y permitidme ser y permanecer siendo vuestro Hijo. Amén.
  
DESPUÉS DE LA ELEVACIÓN
¡Oh mi Jesús amantísimo, cuán infinitamente grande, cuán perfectamente incomprehensible es vuestro amor por nosotros, hombres débiles que no podemos hacer nada excepto pecar! No fue suficiente para Vos el morir en la Cruz con inenarrables agonías por nosotros, y por ese Sacrificio sangriento reconciliarnos a nosotros, pecadores, con vuestro Padre justo, abriendo para nosotros el Cielo, sino que diariamente quisisteis renovarlo en nuestros altares, quisisteis descender diariamente del Cielo, cambiando el pan en vuestro Sacratísimo Cuerpo y el vino en vuestra Preciosísima Sangre, presentando a nuestros ojos vuestra Muerte en la Cruz y dándonos todos sus méritos. ¡Quién podría comprender este vuestro infinito amor! Y, ¿cuán ingratos hemos sido con Vos por esto? En vez de amaros en retorno, en vez de hacer todo cuanto es agradable a Vos, en vez de seguiros y comenzar a ser siempre más como Vos, os insultamos, os clavamos nuevamente por nuestros pecados a la Cruz, os alejamos de nosotros, y seguimos el camino amplio del mundo, que lleva a la destrucción. Yo también, ¡oh mi amantísimo Salvador!, soy uno de estos ingratos; perdonadme, porque estoy de hecho arrepentido desde todo mi corazón por haber actuado tan ingratamente para con Vos. Con profunda humildad caigo ante Vos, confesando mis ofensas, dadme aunque sea una gota de vuestra Preciosísima Sangre, para que pueda ser purificado. Miradme con los ojos de vuestra Misericordia ilimitada, y dadme la gracia de amaros con todo mi corazón y serviros fielmente. Sí, os amo, ¡oh Jesús!, os amo y siempre os amaré. Acordaos también, ¡oh Jesús fidelísimo, de aquellos que han partido de este mundo en la fe en Vos y vuestra Iglesia sacrosanta, recordad a mis padres, parientes, amigos y bienhechores: que compartan también los méritos de vuestra Preciosísima Sangre, para que ellos puedan tener consolación y alivio en las torturas del Purgatorio y pronto arriven a la redención. Amén.
  
EN LA COMUNIÓN
¡Oh Jesús, cuán inexplicable es vuestro amor por el hombre! Vos no solamente quisisteis darle los méritos de vuestro Santo Sacrificio, sino que deseásteis daros enteramente aél, para alimentar y fortalecer su alm por vuestro sacratísimos Cuerpo y Sangre, uniéndoos enteramente con Él. ¡Cuán infinitamente grande es vuestra condescendencia con nosotros, vuestras pobres creaturas! ¡Vos que sois la Santidad infinita, el Omnipotente, el Creador de Cielos y tierra, el Señor de los ejércitos, deseásteis venir a nosotros y morar con nosotros! ¿Quién creería esto, si Vos no lo hubiérais dicho? Puesto que esto es, entonces, cierto y verdadero, que Vos nos visitáis y moráis en nuestros corazones, yo intento, aunque soy un pobre pecador, acercarme a Vos, para unirme con el sacerdote y fervientemente orar y suplicaros, ¡oh Jesús! ¡Venid a mí! No soy digno de ello, pero vuestra gran bondad, vuestra gran misericordia me permite esperar, que Vos no os rehusaréis dignaros a venir a mi pobre corazón. Actualmente no puedo, es verdad, recibiros ahora, vuestro Cuerpo y Sangre sacratísimos, con el sacerdote, pero Vos podéis venir a mí con vuestra gracia efectiva para consolar, fortalecer, purificar y santificar mi alma. ¡Venid, pues, Jesús, único deseo de mi corazón! ¡He aquí, yo dedico mi corazón a Vos, para que solamente pueda amaros! ¡Dedico mi alma a Vos, para que piense solamente en Vos y sea aceptable a Vos! Os dedico mi cuerpo y todos sus miembros a Vos, para que puedan ser usados solamente en hacer buenas obras. Venid, ¡oh Jesús, y hacedme enteramente vuestro, para Vos deseo vivir y morir. Amén.
  
DESDE LA COMUNIÓN A LA BENDICIÓN
Habéis finalizado ahora, ¡oh ternísimo Jesús!, vuestro santísimo Sacrificio, Os habéis dado a Vos mismo para honra y gloria de vuestro Padre celestial, y apelado en su trono por gracia y misericordia para nosotros. Habéis permitido que los méritos de vuestro santísimo Sacrificio descendieran a nuestras almas. ¿Cómo puedo agradeceros lo suficiente? Porque si tuviera las lenguas de todos los Ángeles, no podría alabaros suficientemente. Puesto que no tengo el poder, os ofrezco las alabanzas, adoración y hacimiento de gracias de vuestra Santísima Madre María y todos los Santos, suplicándoos fervorosamente que supláis de vuestro propio Corazón amantísimo todo lo que yo, en mi pobreza, no puedo daros. Vos me habéis concedido, ¡oh Padre celestial!, la gracia de ofreceros a vuestro divino Hijo en unión con el sacerdote y la congregación, para adoraros y alabaros, y para intentar ofreceros el precio de la remisión de mis pecados. Gracias sean a Vos por esta merced. ¡Que pueda yo estar siempre firme en la fe en Vos y en Él, vuestro Hijo unigénito, que habéis enviado, que mi confianza en Vos nunca sea debilitada y que nunca cese de amaros mientras viva! Amén.
   
EN LA BENDICIÓN
Que Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo me bendigan. Fortalecido por esta bendición, ¡oh Santísima Trinidad!, buscaré hoy y en todo tiempo hacer vuestra Voluntad. Deseo no solamente ser llamado hijo vuestro, ¡oh Padre Celestial!, sino ser vuestro hijo, siempre y en todo tiempo, para cumplir vuestros Mandamientos con obediencia filial. No solamente deseo ser vuestro discípulo, ¡oh Jesús!, sino que deseo ser vuestro discípulo fiel. Deseo ser humilde y manso como Vos, pacífico con todos los hombres, siempre preservando la pureza de cuerpo y alma, y misericordioso con mis próximos, amigos y enemigos por igual. Seguiré con ánimo vuestras inspiraciones, ¡oh Divino Espíritu Santo!, usando fielmente las gracias con las cuales me habéis llenado; alejándome del pecado, y viviendo por la virtud. Oh María, Madre bienaventurada de mi Salvador, rogad por mí y asistidme para guardar mis resoluciones. Ponednos bajo vuestra protección a mí, y a todos por los cuales estoy obligado a orar y a todos mis amigos, y llevadnos al Cielo, donde vivís en la gloria, para que con Vos y los Santos podamos siempre amar y alabar al Dios Trino y Uno. Amén.
  
PADRE LEONARD GOFFINE OPræm. Explicación de las Epístolas y Evangelios de los Domingos, Días de precepto y Fiestas del Año eclesiástico -Traducción inglesa del P. Fray Gerard Pilz OSB-. Ratisbona, Imprenta de Friedrich Pustet & Co., 1880. págs. 953-962. Imprimátur otorgado el 26 de Marzo de 1874 por Mons. John Baptist Purcell, Arzobispo de Cincinatti, y Mons. Joseph Gregory Dwenger, Obispo de Fort Wayne (Indiana); y el 18 de Junio de 1874 por Sylvester Horton Rosecrans, Obispo de Columbus (Ohio). - Traducción nuestra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Preferiblemente, los comentarios (y sus respuestas) deben guardar relación al contenido del artículo. De otro modo, su publicación dependerá de la pertinencia del contenido. La blasfemia está estrictamente prohibida. La administración del blog se reserva el derecho de publicación (sin que necesariamente signifique adhesión a su contenido), y renuncia expresa e irrevocablemente a TODA responsabilidad (civil, penal, administrativa, canónica, etc.) por comentarios que no sean de su autoría.