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martes, 15 de enero de 2019

BEATO PEDRO DE CASTELNAU, PROTOMÁRTIR DE LA INQUISICIÓN

«Pedro, de santa memoria, cuya boca no callaba la palabra de Dios cuando había que ejercer la venganza sobre las naciones e impartir castigos sobre los pueblos» (Inocencio III, Bula convocatoria a la Cruzada contra los albigenses)
   
Beato Pedro de Castelnau
   
El beato Pedro nació en el castillo de Castelnau, cerca de Montpellier, hacia 1170. Fue nombrado canónigo en 1182 y archidiácono del cabildo catedralicio de Maguelone en 1199, pero uno o dos años después, entró a la Orden del Císter. Pedro, por su piedad y erudición en el derecho canónico, fue nombrado junto a Rainiero del Císter legado pontificio extraordinario por Inocencio III en 1203 para contrarrestar la herejía cátara en el Mediodía francés. Los dos, bajo la consigna de “Paz y Fe” se dedicaron a anunciar el Evangelio a la manera de los Apóstoles, desplazándose a pie y observando la pobreza, acompañados entre otros, de los cistercienses Raúl de Frontfoide y Fulco de Tolosa, el venerable obispo de Osma Diego de Acebes, el canónigo Santo Domingo de Guzmán, y Arnaldo Amalrico, abad del Císter y futuro líder espiritual de la Cruzada.
 
Mientras Santo Domingo obtuvo grandes éxitos convirtiendo a los herejes, Pedro y los demás cistercienses (poco acostumbrados a la predicación de largo aliento) encontraron una viva resistencia, en especial por la contrapredicación de la rama ascética de los “perfécti”, por lo que regresó a Frontfoide. El Papa le ordenó retomar la legacía, diciéndole: «No debes escatimar esfuerzos, aunque las gentes a las cuales has sido enviado parezcan duros e incorregibles; porque Dios es poderoso para producir, aun de las piedras, hijos de Abrahán. Si aún no has logrado tus deseos, no esperes una recompensa menor, porque Dios no premia el éxito, sino el trabajo. Así, te recordamos, con toda paciencia y enseñando sabiduría, la obra de un evangelista, y cumple el servicio a ti confiado». En 1207 el beato Pedro llegó al valle del Ródano y a la Provenza, donde quedó entre el conflicto entre el señor Hugo III de Balzo y el conde Raimundo IV de Tolosa. Ese mismo año, instituyó una Liga de Paz entre los condes y señores del Languedoc, entre cuyos compromisos estaba no emplear judíos en la administración, devolver a la Iglesia los tributos no pagados, dejar de contratar salteadores de caminos y, sobre todo combatir la herejía. Intentó obtener la adhesión de los señores locales, pero encontró la indiferencia de los obispos de la región (a los que censuró y suspendió), y el rechazo de Raimundo VI, quien fue excomulgado el 29 de Mayo.
 
Desde su regreso a la misión, Pedro de Castelnau decía frecuentemente que la causa de Jesucristo progresaría mejor cuando uno de los predicadores muriera por la fe, y agregaba: «pueda yo ser el primero en caer bajo la espada del perseguidor». Tras una agitada reunión con el conde el día anterior, el 15 de Enero de 1208, luego de ofrecer el Santo Sacrificio de la Misa en la abadía de Saint-Gilles du Gard en Trinquetaille, el beato Pedro fue asesinado por un escudero de Raimundo VI. Con el cuerpo atravesado por una lanza, gritó al asesino: «Quiera Dios perdonarte como yo te perdono». Por este episodio, Inocencio III declaró que Raimundo VI era el responsable de tal crimen y convocó a Cruzada contra los albigenses en Marzo de 1208.
  
Inocencio III le declaró mártir y le beatificó mediante la misma Bula de Cruzada, siendo conmemorado el 15 de Enero en las diócesis de Carcasona y Nîmes, y el 5 de Marzo entre los Cistercienses. Sus reliquias, depositadas en la abadía de Saint-Gilles du Gard, desaparecieron tristemente en 1562 al ser quemadas por los hugonotes, imbuidos del mismo odio que tres siglos atrás los albigenses tenían a la Iglesia Católica.
   
ORACIÓN (del Misal Cisterciense)
Omnipotente y sempiterno Dios, que con la caridad que no se busca a sí misma fortaleciste al bienaventurado Mártir Pedro como ministro tuyo para la propagación de la fe, erradica las espinas de la cupididad, raíz de todos los males, para que odiando los bienes amemos verdaderamente, y perdidos los bienes, encontremos felizmente la vida eterna. Por J. C. N. S. Amén.

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