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lunes, 22 de abril de 2019

BERGOGLIO NIEGA LA RESURRECCIÓN

Traducción por don Antonio Moiño Munitiz del artículo publicado en Inglés por NOVUS ORDO WATCH. Tomado de AMOR DE LA VERDAD.
  
Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe” (1 Cor. 15:17).
¿REALMENTE CRISTO RESUCITÓ DE ENTRE LOS MUERTOS? CÓMO EL “PAPA” FRANCISCO NIEGA ASTUTAMENTE LA HISTORICIDAD DE LA RESURRECCIÓN.
   
 
La razón por la cual los modernistas han tenido tanto éxito en su destrucción de la Fe en las almas es que sus errores están típicamente camuflados. Las ideas escandalosas que proclaman a menudo las contradicen o relativizan en otros lugares; o usan suficiente ambigüedad en sus palabras para que aunque la mayoría de la gente tome la herejía de sus palabras menos claras (especialmente si las palabras están acompañadas de acciones heréticas), los apologistas de Francisco detectarán suficiente “denegabilidad plausible” en ellas si necesitan defender a su maestro de la acusación de envenenar almas.
  
Los errores de camuflaje no los hacen menos dañinos; por el contrario, los hace aún más peligrosos porque no son detectados o son excusados una y otra vez, mientras infectan a sus víctimas desprevenidas de todos modos.
  
Uno de los dogmas que más odian los modernistas es el de la Resurrección: la Resurrección de Jesucristo en el año 33 dC, así como la resurrección del cuerpo al final de los tiempos (para los elegidos, una resurrección para gloria, para los condenados, un resurrección para vergüenza, ver Jn 5, 28-29). Personas famosas como Walter Kasper, Gerhard Ludwig Müller y Joseph Ratzinger son todos culpables de negar la Resurrección tal como la define la Iglesia Católica:
Una táctica típica que a los modernistas les gusta usar para negar la Resurrección no es, por supuesto, decir rotundamente que la definición de la Iglesia sea falsa. Por el contrario, el método preferido es decir que la resurrección “realmente” significa ______ [inserte el galimatías modernista aquí].
  
Por eso el Padre Ratzinger, por ejemplo, afirma que «[san] Pablo no enseña la resurrección de los cuerpos, sino de las personas…» (Introducción al cristianismo [en español, Salamanca: Sígueme, 2016], página 281). Sin embargo, el Credo mismo no podría ser más claro en su refutación de tal noción: «Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia Católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna» (Credo de los Apóstoles). La resurrección del cuerpo es precisamente lo que la Iglesia enseña dogmáticamente (ver Catecismo de Trento, Parte I, Artículo XI), no una resurrección de “personas”, como Ratzinger, siempre teniendo comezón en los oídos (2 Tim. 4:3), lo tendría. [Ratzinger dice : «…la transformación de la historia iniciada con la resurrección de Cristo. Con este acontecimiento, como dijimos antes, se supera el límite del bios, es decir, de la muerte, y se abre una nueva dimensión: El espíritu, el amor que es más fuerte que la muerte, trasciende lo biológico». Ibid., pág. 281]
   
Por lo general, con el pretexto de proporcionar una comprensión más profunda o más precisa, los modernistas distorsionarán y negarán el dogma, en contradicción literal con el Concilio Vaticano I:
«Por lo tanto, también, la comprensión de sus dogmas sagrados debe mantener perpetuamente, lo que la Santa Madre Iglesia ha declarado una vez; y nunca se debe apartar de ese significado bajo el nombre engañoso de una comprensión más profunda. “Por lo tanto . . . que la comprensión, el conocimiento y la sabiduría de los individuos, como de todos, de un hombre como de toda la Iglesia, crezcan y progresen fuertemente con el paso de las edades y los siglos; pero que sea únicamente en su propio género, es decir, en el mismo dogma, con el mismo sentido y en la misma comprensión”». (Vaticano I, Constitución Dogmática Dei Filius, Cap. 4; Denz. 1800)
  
Con la trayectoria modernista de la Resurrección, no sorprende que el actual reclamante papal en Ciudad del Vaticano, Jorge Bergoglio, alias “Papa Francisco”, tenga que hacer su propia contribución para socavar este dogma. Sin embargo, a diferencia de sus predecesores y compañeros de trabajo, lo hace aún más sutilmente.
  
El 19 de abril de 2017, Francisco dio una catequesis sobre la Resurrección de Cristo durante su audiencia general. En lo que en gran medida es un texto muy bien escrito y ortodoxo, se las arregla para introducir dos graves errores:
«Si efectivamente todo hubiera terminado con su muerte, en Él tendríamos un ejemplo de devoción suprema, pero esto no podría generar nuestra fe. Ha sido un héroe. ¡No!* Murió, pero resucitó. Porque la fe nace de la resurrección. Aceptar que Cristo murió, y murió crucificado, no es un acto de fe, es un hecho histórico. En cambio creer que resucitó sí [es un acto de fe]. Nuestra fe nace la mañana de Pascua». (Antipapa Francisco, Audiencia general, Vatican.va, 19 de abril de 2017. * La palabra “¡No!” de arriba no aparece en la traducción al inglés del Vaticano, pero es parte del original italiano, por lo tanto, la agregamos).
  
Para la mayoría de los oídos, esto puede parecer inocuo, pero no lo es. Los dos errores que Francisco ha incluido astutamente aquí son: (1) la negación de la crucifixión y la muerte de Cristo como artículos de fe; y (2) negación de la Resurrección como hecho histórico. Francisco no deja lugar a dudas de que se adhiere a estos errores, ya que incluso contrasta los dos para mostrar lo que él dice que es su diferencia esencial: la Pasión / Muerte de Cristo, por un lado, y luego, su Resurrección, por el otro. La primera idea no es como la segunda; la segunda es diferente de la primera.
  
Echemos un vistazo de cerca a ambos errores ahora.
  
Primero, es importante entender que algo puede ser aceptado por la razón, aparte de la Fe, y, al mismo tiempo, ser un artículo de Fe. Un buen ejemplo sería la existencia de Dios. Se puede demostrar a partir de las cosas creadas y, por lo tanto, es cognoscible por la sola razón (ver Papa Pío XI, Encíclica Studiorum Ducem, n. 16); sin embargo, también es un dogma de la fe (curiosamente, incluso es un dogma de la Fe que la existencia de Dios puede probarse solo por la razón, véase el Vaticano I, Constitución Dogmática Dei Filius, Denz. 1806, 1812).
 
La crucifixión y la muerte de Jesús de Nazaret son hechos históricos indiscutibles. Estos pueden ser probados usando la disciplina de la historia, y así pueden conocerse aparte de la virtud de la Fe divina. De hecho, están entre los llamados “motivos de credibilidad”.
  
Además de ser hechos históricos y motivos de credibilidad, la crucifixión y la muerte de Cristo también son dogmas de la fe, dogmas que obviamente se revelan divinamente en todo el Nuevo Testamento y en los que profesamos nuestra creencia cada vez que rezamos el Credo de los Apóstoles:  Creo en Dios, Padre omnipotente, creador del cielo y de la tierra; y en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor; Que fue concebido por el Espíritu Santo, y nació de la Virgen María, padeció bajo Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado». El Concilio de Trento también enseña claramente que «nuestro Señor Jesucristo, “quien cuando éramos enemigos” [Rom 5:10], “por la gran caridad con que nos amó” [Ef. 2: 4], mereció la justificación para nosotros por su santísima pasión en el madero de la Cruz, y nos hizo la satisfacción de Dios Padre» (Sesión VI, Capítulo 7, Denz. 799).
  
El asunto es claro: la Pasión y la Muerte de Cristo no son solo hechos históricos; también son dogmas de fe. Si los aceptamos solo bajo la autoridad de la historia humana y no también bajo la autoridad del Dios que todo lo sabe y enteramente es veraz, cometemos el pecado mortal de herejía.
  
Con respecto a la Resurrección de Cristo, es por supuesto un dogma de nuestra Fe, pero también es un hecho histórico. Lo contrario fue rechazado directa y explícitamente por el Papa Pío X. En su famoso Syllabus contra el Modernismo, San Pío X condenó el siguiente error: «La resurrección del Salvador no es propiamente un hecho del orden histórico, sino un hecho puramente del orden sobrenatural, ni demostrado ni demostrable, y que la conciencia cristiana deriva gradualmente de otras fuentes» (Decreto Lamentabili Sane, Error nº. 36; Denz., 2036).
  
Sin embargo, es este error el que Francisco introduce en las mentes de sus oyentes, especialmente porque lo contrasta con verdades que él dice que son hechos históricos. Es cierto que declara varias veces en la misma catequesis de la Audiencia General que la Resurrección de Cristo es “un hecho”, pero que obviamente no significa un hecho histórico, de lo contrario no habría nada que lo distinga en su mente de la Crucifixión de Nuestro Señor y Muerte.
   
No permitan que Francisco los engañe cuando parezca reconocer la resurrección como un hecho, porque si no es un hecho histórico, es decir, si no ocurrió objetivamente en la historia humana, entonces no es un hecho en absoluto. El “Cardenal” Gerhard Ludwig Müller, por ejemplo, probablemente estaría de acuerdo en que la Resurrección es un hecho, pero solo en el sentido de una “experiencia trascendental” -sea esto lo que sea- y no como un hecho histórico verificado empíricamente:
«Una cámara no podría haber realizado una grabación audiovisual de las manifestaciones pascuales de Jesús frente a sus discípulos, ni del evento de Resurrección, que, en esencia, es la consumación de la relación personal del Padre con el Hijo encarnado en el Espíritu Santo». (Gerhard L. Müller, Katholische Dogmatik, 8ª ed. [Friburgo: Herder, 2010], página 300, traducción nuestra, ver la imagen escaneada aquí).
 
El predecesor de Francisco, P. Ratzinger (también conocido como “Papa Emérito” Benedicto XVI), también impugna la verdad histórica de la Resurrección, afirmando que «no puede ser un evento histórico en el mismo sentido en que lo es la Crucifixión”. Para el caso, no hay ningún relato que lo describa como tal, ni está circunscrito en el tiempo sino por la expresión escatológica ‘el tercer día’ (Principios de la teología católica [Salamanca: Sígueme] pág. 181) [Ratzinger dice: «[Jesús]… murió crucificado y fracasado por motivos que no podemos reconstruir. Después sin que sepamos realmente cómo, surgió la idea de la Resurrección, es decir se creyó que vivía o que todavía significaba algo». Íbid. pág. 181]
  
Es importante entender, entonces, que el hecho de que un Modernista llame a la Resurrección un hecho o un evento no significa que con eso se refiera a un hecho objetivo, histórico y verificado empíricamente.
  
Sin embargo, toda la religión católica, de hecho, depende enteramente de la historicidad de la Resurrección de Cristo. Como San Pablo enseña tan bellamente en su Primera Carta a los Corintios, si la Resurrección no es un hecho histórico, entonces nuestra Fe es vana:
«Ahora bien, si predicamos a Cristo, que resucitó de entre los muertos, ¿cómo algunos de vosotros decís que no hay resurrección de los muertos? Pero si no hay resurrección de los muertos, entonces Cristo no resucitó. Y si Cristo no resucitó, entonces nuestra predicación es vana, y vuestra fe también es vana. Sí, seríamos testigos falsos de Dios: porque hemos dado testimonio contra Dios, que él ha resucitado a Cristo; a quien no resucitó, si los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana, así que todavía estáis en vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo, perecieron. Si en esta vida solo tenemos esperanza en Cristo, somos de todos los hombres más miserables. Pero ahora bien, Cristo ha resucitado de los muertos, las primicias de los que duermen…» (1 Corintios 15: 12-20)
  
La Resurrección de Cristo como hecho histórico es el último criterio que hace que la religión católica sea creíble. Monseñor. Joseph Clifford Fenton, quien recibió honores eclesiásticos del Papa Pío XII por sus destacadas contribuciones a la Sagrada Teología, llama a la historicidad de la Resurrección la “evidencia suprema” para la validez de la religión católica romana:
Jesús de Nazaret murió. El fue enterrado. Entonces Él vivió y caminó de nuevo. Esta verdad incontrovertible constituye la evidencia suprema de la fiabilidad de su enseñanza como revelación divina. Tan íntimamente está el hecho de la resurrección ligado a la credibilidad de la fe divina, que San Pablo podría afirmar que la aceptabilidad del mensaje cristiano como tal dependía de ello [véase 1 Cor 15: 13-20]. (Rev. Joseph Clifford Fenton, Nos encontramos con Cristo [Milwaukee, WI: Bruce Publishing, 1942], página 319; republicado como Dejando el Fundamento [Steubenville, OH: Emmaus Road, 2016], página 343)
  
En otras palabras, si la Resurrección de Cristo no fuera un hecho histórico, nuestra Fe carecería de fundamento, porque la Resurrección es la prueba definitiva de que Cristo es el Hijo de Dios y que, por lo tanto, todo lo que predicó es verdadero. Afirmar en cambio que debemos simplemente creer que Cristo resucitó de entre los muertos -sin ninguna evidencia racional- es afirmar la herejía del Fideísmo, por la cual se entiende un “sistema que exagera la función de la fe en el conocimiento de la verdad” (Pietro Parente, ed., Diccionario de Teología Dogmática, voz “fideísmo”).
  
La fe no es creer algo sin evidencia; la fe, en su sentido más general, es aceptar algo como cierto sobre la autoridad de otro. Pero para que esta aceptación de la autoridad de otro sea virtuosa y no irracional (véase Eccles [Sir] 19: 4), primero debemos establecer que el otro es digno de fe, es decir, que es competente, veraz y ha presentado testimonios sobre el asunto bajo consideración.
  
La Enciclopedia Católica de 1909 explica:
… incluso la autoridad de Dios, no puede ser el criterio supremo de la certeza, y un acto de fe no puede ser la forma primaria de conocimiento humano. Esta autoridad, de hecho, para ser un motivo de asentimiento, debe ser previamente reconocida como ciertamente válida; antes de creer en una proposición revelada por Dios, primero debemos saber con certeza que Dios existe, que Él revela tal y tal proposición, y que Su enseñanza es digna de asentimiento, todas las preguntas pueden y deben ser finalmente decididas solamente por un acto de consentimiento intelectual basado en evidencia objetiva. Por lo tanto, el fideísmo no solo niega el conocimiento intelectual, sino que lógicamente arruina la fe misma.
  
… La revelación, de hecho, es el motivo supremo de la fe en las verdades sobrenaturales, sin embargo, la existencia de este motivo y su validez tiene que ser establecida por la razón. (Enciclopedia católica, voz “Fideísmo”)
  
En otras palabras, la doctrina protestante del popular “salto de la fe” es una herejía.
  
El Concilio Vaticano I expuso claramente las enseñanzas católicas sobre la razonabilidad de la Fe contra los proto-modernistas, cuyos errores estaban principalmente enraizados en la falsa filosofía de Immanuel Kant (1724-1804):
Sin embargo, para que la “obediencia” de nuestra fe sea “consonante con la razón” [cf. ROM. 12: 1], Dios ha querido que a las ayudas internas del Espíritu Santo se unan pruebas externas de su revelación, a saber: hechos divinos, especialmente milagros y profecías que, debido a que claramente muestran la omnipotencia y el conocimiento infinito de Dios , son los signos más seguros de una revelación divina, y son adecuados para la inteligencia de todos. Por lo tanto, no solo Moisés y los profetas, sino especialmente Cristo el Señor mismo, produjeron muchos milagros y profecías genuinos; y leemos acerca de los apóstoles: “Pero ellos, saliendo, predicaron en todas partes; el Señor obraba y confirmaba su palabra con las señales que les seguían” [Marcos 16:20]. Y otra vez está escrito: “Y tenemos la palabra profética más firme: por la cual haces bien en aceptar como una luz que brilla en un lugar oscuro” [2 Ped. 1:19].
   

 
Si alguien dice que la revelación divina no puede ser creíble por los signos externos, y por esta razón los hombres deben ser movidos a la fe solo por la experiencia interna de cada uno, o por inspiración privada: sea anatema. (Vaticano I, Dei Filius, Cap. 3; Denz. 1790, 1812)
 
Es función de la disciplina teológica de la apologética demostrar la razonabilidad de la fe. Monseñor. Fenton explica:
… [Es] el propósito central y esencial de la apologética señalar las evidentes indicaciones de que el dogma católico, ofrecido como un mensaje de Dios al hombre, en realidad ha sido revelado por Dios mismo. Debido a que esta enseñanza se presenta como una revelación media en lugar de inmediata, no podemos confiar únicamente en la experiencia de aquél que ha recibido directamente la comunicación divina. Podemos establecer la autoría divina apropiada de este mensaje a la luz de la razón natural, sólo de la misma manera que podemos discernir la autoría de cualquier otra comunicación que nos llega a través de canales indirectos…
  
La Iglesia misma hace un llamado definitivo a todos estos motivos de credibilidad. Sin vacilar, ella afirma que su enseñanza es racionalmente aceptable como revelación divina porque está garantizada por signos inequívocos del testimonio de Dios a este efecto. (Fenton, Nos encontramos con Cristo, págs. 64,66; Laying the Foundation, págs 69, 71)
  
El propósito de los motivos de credibilidad es hacer que el acto de la Fe divina sea razonable y prudente, en lugar de arbitrario o basado en el sentimiento:
El asentimiento de la fe es un acto de virtud. Por lo tanto, debe ser prudente y estar de acuerdo con la razón. Pero la prudencia dicta que no se cree firmemente en nada, a menos que las pruebas lo hagan creíble. Por lo tanto, los misterios de la fe que se nos ordena creer más firmemente deben ser evidentemente creíbles. (Rev. Reginald Garrigou-Lagrange OP, The Theological Virtues, volumen 1 [Ex Fontibus Co., 2016], pág. 104)
  
Nuestro Señor Jesucristo mismo respaldó sus milagros como motivos de credibilidad para la verdad de sus afirmaciones y su revelación: “Si no hago las obras de mi Padre, no me crean. Pero si lo hago, aunque no me creas, cree en las obras: para que puedas saber y creer que el Padre está en mí y yo en el Padre” (Jn. 10: 37-38).
  
El Papa Pío IX detalla el papel de los motivos de credibilidad en guiar a las almas a la fe en su primera carta encíclica:
Nuestra religión santa no fue inventada por la razón humana, sino que fue revelada misericordiosamente por Dios; por lo tanto, uno puede entender muy fácilmente que la religión misma adquiere toda su fuerza de la autoridad de Dios que hizo la revelación, y que nunca puede ser alcanzada o perfeccionada por la razón humana. Para no ser engañados y desviarse en un asunto de tanta importancia, la razón humana debería investigar cuidadosamente el hecho de la revelación divina. Habiendo hecho esto, uno definitivamente estaría convencido de que Dios ha hablado y por lo tanto le mostraría obediencia racional, como el apóstol enseña muy sabiamente [Rom 13: 1]. Porque quien no puede saber que toda la fe debe ser dada a las palabras de Dios y que está en pleno acuerdo con la razón misma para aceptar y apoyar firmemente las doctrinas que ha determinado haber sido reveladas por Dios, quien no puede engañar ni ser engañado.
  
Pero cuántas pruebas maravillosas y brillantes están listas para convencer a la razón humana de la manera más clara que la religión de Cristo es divina y que “todo el principio de nuestras doctrinas ha echado raíces del Señor de los cielos arriba”; por lo tanto, nada existe más definido, más establecido o más santo que nuestra fe, que descansa sobre los cimientos más fuertes. Esta fe, que enseña por la vida y apunta hacia la salvación, que expulsa todos los vicios y es la madre y enfermera fructífera de las virtudes, ha sido establecida por el nacimiento, la vida, la muerte, la resurrección, la sabiduría, las maravillas y las profecías de Cristo Jesús, ¡su divino autor y perfeccionador! Brillando en todas direcciones con la luz de la enseñanza desde lo alto y enriquecida con los tesoros de las riquezas celestiales, esta fe se hizo famosa y notable por las predicciones de tantos profetas, el brillo de tantos milagros, la firmeza de tantos mártires, y la gloria de tantos santos! (Papa Pío IX, Encíclica Qui Pluribus, nn. 7-8)
  
En 1855, la Sagrada Congregación del Índice afirmó contra Agustín Bonnetty: “El uso de la razón precede a la fe y conduce a los hombres a ella con la ayuda de la revelación y de la gracia” (Denz., 1651). La tendencia a negar la credibilidad racional de la fe católica y la deriva hacia el fideísmo es uno de los sellos distintivos del modernismo, y vimos esto en plena exhibición cuando el “arzobispo” vaticano Georg Gänswein afirmó heréticamente que la existencia de Dios no podía ser probada por razón.
  
Sin embargo, es importante comprender que el asentimiento de la Fe divina es esencialmente distinto y superior al consentimiento dado a los motivos de credibilidad. El alma es capaz de captar la verdad y la fuerza de los motivos de credibilidad a la luz de la razón natural, incluso sin ayuda de la gracia. Estos motivos apuntan hacia la Fe, pero no la crean. La fe no es la suma total de los motivos de credibilidad. Más bien, por Fe aceptamos, con la ayuda de la gracia de Dios, las verdades sobrenaturales que Dios ha revelado porque Él las ha revelado, que no pueden engañarnos ni confundirnos.
  
Como Mons. Fenton explica:
[La Iglesia] se da cuenta, por supuesto, que el asentimiento de la fe divina, como la aceptación de una doctrina que es intrínsecamente sobrenatural, debe hacerse con la ayuda de una gracia intrínsecamente sobrenatural que proviene de Dios mismo. Esta ayuda esencialmente sobrenatural, que permite al hombre asentir firmemente a la verdad de una doctrina revelada que está absolutamente más allá de la competencia natural de cualquier criatura, real o posible, es lo que la Iglesia denomina la ayuda interna del Espíritu Santo. Según las enseñanzas del Concilio Vaticano, los motivos de credibilidad son bastante distintos de estas ayudas internas del Espíritu Santo. Es su función hacer que el servicio de nuestra fe sea algo razonable y prudente. (Fenton, Nos encontramos con Cristo, págs. 66-67; Laying the Foundation, pág. 72)
  
En su Syllabus de 1907, el Papa San Pío X condenó la siguiente proposición: “El asentimiento de la fe en última instancia depende de una acumulación de probabilidades” (Lamentabili Sane, Error nº. 25, Denz. 2025). En 1679, el Beato Papa Inocencio XI condenó la afirmación de que el asentimiento de Fe solo produce conocimiento probable (ver Denz. 1171).
  
El asentimiento de la Fe divina es un acto sobrenatural y salvífico y requiere la gracia divina, por lo que es un “regalo precioso” (Sab 3:14) y “el comienzo de la salvación humana” (Denz. 801):
Además, aunque el asentimiento de la fe no es en absoluto un movimiento ciego del intelecto, sin embargo, nadie puede “acceder a la predicación del Evangelio”, como debe hacerlo para alcanzar la salvación “, sin la iluminación y la inspiración del Espíritu Santo. , que da dulzura a todos al consentir y creer en la verdad “[Segundo Concilio de Orange]. Por lo tanto, la “fe” misma en sí misma, incluso si “no obra por caridad” [cf. Galón. 5: 6], es un don de Dios, y su acto es una obra perteneciente a la salvación, mediante la cual el hombre ofrece una obediencia gratuita a Dios mismo al aceptar y cooperar con su gracia, a la que él podría resistir.
  

  
Si alguien dice que el asentimiento de la fe cristiana no es libre, sino que necesariamente se produce mediante pruebas del razonamiento humano; o, que la gracia de Dios es necesaria solo para esa fe viviente “que obra por la caridad” [Gal. 5: 6]: que sea anatema. (Vaticano I, Dei Filius, Cap. 3, Denz. 1791, 1814)
  
Por lo tanto, entendemos que los motivos de credibilidad son el fundamento de la Fe en la medida en que hacen que nuestra Fe sea razonable y creíble; impiden que la Fe sea arbitraria, ciega e infundada. Los motivos de credibilidad pueden ayudar a provocar un acto de Fe; no son, sin embargo, la causa de la Fe, que es “Dios moviendo interiormente al hombre por la gracia” (Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, II-II, q.6, a.1 c).
  
Debido a que nuestra Fe es razonable y creíble, se puede hacer una investigación racional sobre las verdades divinas, que es lo que concierne a la ciencia de la Sagrada Teología. Y porque el Dios que nos reveló la verdad sobrenatural es el mismo Dios que nos dio la razón, la fe y la razón nunca pueden estar en conflicto:
Pero, aunque la fe está por encima de la razón, sin embargo, entre la fe y la razón no puede existir ninguna disensión verdadera, ya que el mismo Dios, que revela misterios e infunde fe, ha otorgado al alma humana la luz de la razón; además, Dios no puede negarse a Sí mismo ni contradecir la verdad con la verdad. Pero, una apariencia vana de tal contradicción surge principalmente de esto, que o los dogmas de la fe no han sido entendidos e interpretados de acuerdo con la mente de la Iglesia, o las opiniones engañosas son consideradas como las determinaciones de la razón. Por lo tanto, “toda afirmación contraria a la verdad iluminada por la fe, definimos que es totalmente falsa” [Quinto Concilio de Letrán]. (Vaticano I, Dei Filius, Cap. 4; Denz. 1797)
 
La fe, entonces, es un don de Dios sobrenatural e inmerecido, no en contradicción con la razón sino ayudándose de ella, perfeccionándola a medida que la gracia perfecciona la naturaleza: “Porque por gracia sois salvos por la fe, y no por vosotros, porque es don de Dios; no por [merecido por nuestras propias] obras, para que ninguno se jacte” (Efesios 2: 8-9); “Pero santificad al Señor Cristo en vuestros corazones, preparándoos siempre para satisfacer a todos los que os demandan la razón de la esperanza que hay en vosotros” (1 Pedro 3:15).
  
Al contrario de todo esto, a los modernistas de la secta del Vaticano II les encanta hablar de la fe como “experiencia”, especialmente como “encuentro”. Si nos fijamos en los sermones y discursos pronunciados por el “Papa” Francisco sobre la fe y asuntos relacionados, verá una apelación incesante a la experiencia. La fe rara vez es un asentimiento intelectual para los Novusordianos; por lo general se describe como algo parecido a un sentimiento, un evento, un proceso o un encuentro.
  
Por lo tanto, por ejemplo, encontramos que Padre Ratzinger escribe: “La oración ‘Jesús ha resucitado’… expresa esa experiencia primitiva sobre la cual se basa toda la fe cristiana …” (Principles of Catholic Theology, edición española ibid. págs. ss.). Este es el tipo de cosas que San Pío X tenía en mente cuando escribió: “La tradición, tal como la entienden los modernistas, es una comunicación con los demás de una experiencia original, a través de la predicación por medio de la fórmula intelectual” (Encíclica Pascendi, n. 15). Obviamente, el dogma de que Jesús resucitó de los muertos no expresa alguna experiencia; expresa un hecho histórico, un evento que tuvo lugar en la historia y fue testificado por aquellos que lo vieron o interactuaron a consecuencia de ese hecho: “Pero el autor de la vida … Dios resucitó de entre los muertos, de lo cual somos testigos “(Hechos 3:15; ver 2 Pedro 1:16).
  
Con todo esto en mente, podemos ver cuán peligrosa es la afirmación del “Papa” Francisco: que la Resurrección es una verdad revelada pero no tan históricamente cierta como la Pasión y la Muerte de Cristo. No importa si el resto de su catequesis del 19 de abril de 2017 es bastante hermosa y ortodoxa. El Papa León XIII nos advirtió contra los herejes que pervierten la verdadera fe por una sola herejía: “No puede haber nada más peligroso que esos herejes que admiten casi todo el ciclo de la doctrina, y sin embargo, por una palabra, como con una gota de veneno , infectar la fe real y simple enseñada por nuestro Señor y transmitida por la tradición Apostólica” (Encíclica Satis Cognitum, 9).
  
Tampoco servirá argumentar que Francisco ha admitido, si acaso lo ha hecho, la Resurrección como hecho histórico en alguna otra ocasión. En 1794, el Papa Pío VI denunció esto como una táctica de engaño utilizada por aquellos que tratan de socavar la enseñanza católica:
[No] se puede excusar de la manera en que se ve que se hace, bajo el pretexto erróneo de que las afirmaciones aparentemente impactantes en un lugar se desarrollan más a lo largo de líneas ortodoxas en otros lugares, e incluso en otros lugares corregidos; como si permitiera la posibilidad de afirmar o denegar la afirmación, o de dejarla a las inclinaciones personales del individuo, ese ha sido siempre el método fraudulento y audaz utilizado por los innovadores para establecer el error. Permite tanto la posibilidad de promover el error como de excusarlo. (Papa Pío VI, Bula Autorem Fidei, introd.).
  
Podemos ver, entonces, que para Francisco contrastar la Pasión y la Muerte de Cristo con la Resurrección es doblemente erróneo y extremadamente peligroso: por eso hace parecer que la Resurrección no fue un hecho histórico sino solo aceptado en la Fe, lo que sugiere la herejía del fideísmo y privar a la religión católica de toda credibilidad racional. Además, da la impresión de que la crucifixión y la muerte de Cristo no necesitan ser aceptadas en la fe. El hecho (sin juego de palabras) del asunto es simplemente que las tres doctrinas, la Crucifixión, la Muerte y la Resurrección de Cristo, son igualmente históricas y por lo tanto cognoscibles aparte de la Fe, y también son igualmente una cuestión de Fe para ser aceptadas en la autoridad de Dios revelado.
  
Por lo tanto, la yuxtaposición completa de Francisco de la Pasión con la Resurrección es altamente engañosa. Los motivos para aceptar ambos son completamente los mismos: debemos aceptalas tanto por la autoridad de la historia humana como por la revelación de la autoridad de Dios, que no puede “engañar ni ser engañado” (Acto de fe).

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