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jueves, 18 de abril de 2019

LAS OBRAS DE NUESTRO SEÑOR EN EL SANTO SACRIFICIO DE LA MISA

   
Todo cristiano está obligado a creer que el Señor Jesús, el Jueves Santo, ordenó e instituyó el Santo Sacramento de la Misa, a los santos Apóstoles presentes, y Él les mandó que hicieran lo mismo con gran reverencia y perpetua memoria, según lo que dice San Lucas (Lucas 22, 19), y San Pablo a los corintios: “Haced esto en memoria mía” (1ª Corintios 11, 24). Concretamente: tú deberías traer y recordar devotamente, al oir Misa, la entera vida bendita de Jesucristo. Por esta razón el sacerdote, cuando eleva el cáliz dice: “Hæc quotiescúmque fecéritis, in mei memóriam faciétis”. Él no dice: “En memoria de mi Pasión”, si no “en mi memoria”, significando que la Misa comprende no solo la sacratísima muerte de Jesucristo, si no también, calladamente [tácite] su bienaventurada vida, comenzando desde su Encarnación hasta la santa Ascensión.
   
Alguno puede decir: “Este mandamiento fue dado e impuesto solamente a los sacerdotes y no a los laicos”. Replico que este mandamiento fue dado también a los laicos. A los sacerdotes les fue ordenado que recuerden la santa vida de Jesucristo celebrando devotamente la Misa, a los laicos, sin embargo, mediante la escucha devota, con atento oído y contemplación.

Y encuentro que el Hijo de Dios, desde su descendimiento del Cielo y asunción de la carne humana en el seno virginal de la Bienaventurada Virgen María, hasta el día en el cual Él ascendió a los Cielos, hizo treinta obras principales que son comprendidas y representadas en la Misa. Y son las siguientes:
 
1. La primera obra que nuestro Señor y Salvador Jesucristo hizo por nosotros en este mundo fue su sublime y admirable Encarnación, cuando descendió del Cielo y se estableció en el seno de la Virgen María, poniéndose nuestra vestidura, esto es, nuestra humanidad; porque la divinidad estaba oculta bajo la humanidad. Y esta maravillosa obra es simbolizada y representada en la Misa Solemne, cuando el sacerdote entra a la sacristía, significando la entrada del Hijo de Dios en el seno de la Virgen María, donde fue vestido con nuestra humanidad.

Aquí el devoto cristiano debe contemplar tres cosas: primero, que como en la sacristía hay reliquias, joyas y otros ornamentos eclesiásticos, así en esta gloriosa sacristía, que es el seno virginal, había reliquias, específicamente el poder de Dios Padre operante, la sabiduría y la persona de Dios Hijo encarnándose y la gracia del Espíritu Santo informando. Hubo joyas, concretamente de gracia y virtudes, porque en la Virgen María mora la plenitud de la gracia y las virtudes; y ornamentos con los cuales nuestro sumo Sacerdote se dispuso a celebrar Misa, el Viernes Santo, en el altar de la Cruz verdadera, en el sagrado y santificado cuerpo de Jesucristo, formado y encarnado de la purísima y castísima sangre de la Virgen María.

Segundo, cuando el sacerdote es revestido en la sacristía, ninguna persona laica lo ve; pero ellos creen que está vestido y esperan que saldrá en breve. Porque debe advertirse que cuando [dum] nuestro sumo sacerdote Jesucristo se revistió en el seno virginal de la Virgen María, nadie del pueblo judío lo vió ni conoció; en esa misma forma en que su Encarnación fue oculta y mantenida en secreto, los creyentes sin embargo creyeron y esperaron que debería revestirse él mismo, esto es, que se ha encarnado y nacido de la Virgen, justo como ha sido profetizado por muchos profetas.
 
Tercero, que el sacerdote en la sacristía se pone siete vestiduras, a saber: la sobrepelliz, si es un simple sacerdote –un roquete si es obispo, un escapulario si es monje–; amito, alba, cíngulo, manípulo, estola y casulla. Así, nuestro sumo sacerdote se revistió en el seno de la Virgen María, que es llamada sacristía, con siete vestidos, esto es, los siete dones del Espíritu Santo, que son los vestidos que el santísimo cuerpo de Jesucristo fue vestido y revestido (cf. Isaías 11, 2-3). Esta es la primera obra en el simbolismo de la Misa.

2. La segunda obra que nuestro Salvador Jesús hizo fue cuando en la noche de su Natividad, el Hombre-Dios salió del vientre virginal y se reveló al universo mundo, y la noche, que había sido oscura, cual día es iluminada. Y Él deseó nacer ante José y María, y ser puesto en medio de dos animales, el asno y el buey. Y una multitud de Ángeles estuvo cantando: “Glória in excélsis Deo!” (Lucas 2, 14). Y los pastores le adoraron.

Secretamente permaneciendo en la gloriosa sacristía, esto es, en la Virgen María, después de su nacimiento, abierta y públicamente se manifestó a Sí mismo. Esto se manifiesta cuando el sacerdote sale de la sacristía. El Diácono representa a la Virgen María, el Subdiácono a San José, y dos acólitos al buey y el asno. La luz que ellos llevan significa el resplandor que se mostró al nacer Jesucristo nuestro Salvador. Los sacerdotes que con velas y en alta voz cantan “Glória Patri…” cuando el sacerdote sale de la sacristía representan a la multitud angélica cantando: “Glória in excélsis Deo, etc.”. Los címbalos suenan y se tañen las campanas, que representan el gran gozo de los pastores cuando celebraron al son de flautas [tibiárum] el nacimiento de nuestro Salvador y Sumo Sacerdote. Cuando el sacerdote sale de la sacristía, vestido con ornamentos brillantes, el sacerdote simboliza la pureza de Jesucristo, que puro y resplandeciente permaneció sin mancha de pecado.

3. La tercera obra admirable que Jesucristo realizó fue cuando al octavo día de su natividad quiso ser circuncidado. Por causa del pecado original la circuncisión sucedió, y de ello no hubo manera en que Jesucristo fuera obligado porque Él no vino por aquella generación corrompida de Adán, si no que vino sin mancha de pecado, pero la aceptó para enseñarnos un gran ejemplo de humildad, deseando aparecer como un pecador y en semejanza de pecado.

Y esto es simbolizado por el sacerdote cuando haciendo una profunda inclinación confiesa que es un pecador, diciendo: “Confíteor Deo omnipoténti,...”. Aunque el sacerdote está sacramentalmente absuelto, con todo está obligado a declararse pecador, incluso si fuera más santo que San Juan el Bautista; para demostrar y significar que Jesucristo, que es el comienzo y plenitud de toda santidad y perfección, deseó parecer pecador, sujetándose a la ley de la circuncisión, para poder finalizarla y darle su cumplimiento; o significar el cuerpo místico de la Iglesia y toda la humanidad.

4. La cuarta obra que Él hizo fue cuando los tres Reyes Magos, guiados por una estrella desde oriente, fueron conducidos al establo del buey y el asno, en medio de los cuales Le adoraron y confesaron ser Dios y Señor del universo, ofreciéndole oro, franquincienso y mirra (Mateo 2, 11).
 
Esto es simbolizado cuando el sacerdote, después de la confesión, asciende al altar y lo besa, inclinando profundamente su cabeza diciendo: “Aufer a nobis, quǽsumus, Dómine, iniquitátes nostras: ut ad Sancta sanctórum puris mereámur méntibus introíre”, y justo como los tres reyes le presentaron tres regalos, el sacerdote ofrece, inclinándose, el incienso de la oración devota, el oro de la adoración reverente, y la amarga mirra signándose con el signo de la Santa Cruz en memoria de la dolorosa y amarga Pasión de Jesucristo, como diciendo con el profeta Jeremías en las Lamentaciones, según el tercer lamento (Trenos 3, 20-21): “Lo recuerdo, lo recuerdo y se hunde mi alma en mí. Esto revelaré en mi corazón, por ello esperaré”.

5. La quinta obra que Jesucristo hizo en este mundo, fue cuando deseó presentarse en el templo. Su Madre gloriosa Le llevó y presentó allí, y estuvieron presentes Simeón y la santa viuda Ana, alabando a Dios.

Esto es simbolizado cuando el sacerdote llega al cuerno del altar, recibe el misal y lee la antífona de entrada [Introito] de la Misa. El Diácono y el Subdiácono y su asistente simbolizan al glorioso Simeón y a la profetisa Ana. Los acólitos y demás, que no deberían acercarse al altar, simbolizan a la Virgen María y a San José, y los demás ancianos y padres, que estaban de pie a la distancia escuchando y prestando atención con devoción. Verdaderamente la Virgen María era enteramente digna de acercarse al altar, mas escogió no hacerlo, para darle un ejemplo a los laicos que, aunque sean tan santos y justificados, no deberían ascender al altar a menos que haya una urgente necesidad, de otra manera, no sin pecado [non sine damno]. Cuando el santo varón Simeón recibió al glorioso Hijo de Dios, cantó el Nunc dimmítis, que tiene cuatro versos (Lucas 2, 29-32), significando las cuatro acciones que el sacerdote hace: la lección del Introito, el Kýrie eléison, que es lo mismo que implorar la misericordia de Dios por sí y por los demás, el Glória in excélsis, y la Oración.
 
6. La sexta obra que Nuestro Señor Jesucristo hizo en este mundo fue cuando huyó de la tierra prometida a la tierra de Egipto, escapando de la ira de Herodes. Y allí permaneció con su gloriosa Madre y San José por siete años exiliado y escondido.

Y esto se representa en la Misa solemne cuando el Subdiácono con un acólito va a leer la Epístola, el sacerdote permanece en el altar con el otro y el Diácono, y entonces se apartan del altar y se sientan; y sentados, hacen siete cosas, que representan los siete años que Jesucristo pasó en Egipto: Primero, la epístola es leída, segundo, el Responsorio, tercero el Aleluya (una palabra hebrea que significa “Alabamos a Dios” y el verso, cuarto, una secuencia [prosa]; quinto: se prepara un servicio para sí mismo, el agua y el vino [1]; sexta: bendice el incienso; séptima: da la bendición al Diácono. Estas siete cosas las hace permaneciendo en el mismo sitio para demostrar que el Salvador permaneció siete años en Egipto, y la última la realiza de pie, significando así que al séptimo año Jesucristo regresó a su tierra.

7. La séptima obra que Él hizo en este mundo, fue cuando, habiendo retornado de Egipto hacia la tierra de Promisión, habiendo muerto el rey Herodes, su Madre y José le condujeron al Templo de Jerusalén para sacrificar y allí se perdió y después de tres días fue hallado entre los doctores de la ley; y era preguntado de cualquier cuestión y como dice San Jerónimo en el prólogo de la Biblia: “Enseña mucho más que prudentemente pregunta”.
 
Y esto representa el Sacerdote, cuando levantándose de su sede, va al altar y con devota atención escucha el canto del Evangelio, y enseña mucho más, cuando medita escucha, con lo que puede decirse que así Jesucristo en el Templo escuchaba a los judíos y los interrogaba. Y así mismo san Lucas en su Evangelio (Lc. 2, 46) dice: escuchándoles atentamente y preguntándoles. De la misma manera la contemplación que hace el Sacerdote oyendo el Evangelio no es sino una interrogación, significando que en el templo Jesucristo escuchó a los judíos y Él, habiendo interrogado prudentemente, estuvo instruyéndoles en la fe del Mesías. Y así, acabado el Evangelio, el Sacerdote entona el Credo: “Credo in unum Deum...”, donde se contienen los principios de la fe.
 
8. La octava obra que Jesucristo nuestro Salvador hizo en este mundo, fue que cuando Él fue encontrado por su Madre y San José en el templo, tanta fue su alegría que no fueron capaces de evitar las lágrimas y bendecir al Señor. A continuación mirad qué hizo el glorioso Señor y cuánta fue su abundantísima y gran humildad, que inmediatamente que vio a su madre bendita, dejó a los doctores y se acercó a ella y a José y confortaba su sacratísima Madre, secándole las lágrimas, y vino con ellos a Nazaret donde, a fin de poder consolarles por la tristeza que tuvieron en su pérdida, no obstante ser él mismo el Rey de Reyes y Señor de todo el mundo, sin embargo quería ser súbdito de su Madre y José, según el evangélico pasaje que dice: “Estuvo sujeto a ellos” (Lucas 2, 51).

Y este humilde servicio y consolaciones que hacía Jesús a su Madre lo simboliza el Sacerdote cuando, habiendo dicho el Credo, se vuelve al pueblo diciendo: Dóminus vobíscum, y entonces él dispone la hostia y el cáliz, y las otras cosas pertinentes al Santo Sacrificio, simbolizando la deferencia y servicio de Jescristo hacia la Virgen María y San José; como fue dicho por San Pablo y San Mateo: “el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino a servir” (Mateo 20, 28).
 
9. La novena obra que Él hizo en este mundo fue cuando a los treinta años, dejó Nazaret donde había servido a su Madre y a San José, y en muchas maneras: porque junto con los otros chicos él acostumbraba ir a la fuente, que estaba a largo camino de Nazaret justo como el monasterio de la Zaidía está respecto de la ciudad de Valencia. De este servicio el Maestro de Historia de la Iglesia (Pedro Coméstor, 1178) hace explícita mención. También pudo ayudar a San José en su trabajo de carpintero, tal como San Mateo lo dice en el capítulo 13, 55 y San Marcos en el capítulo 6, 3, y según la Glosa que hiciera Nicolás de Lira en estos Evangelios, puesto que él en su ancianidad no podía manejar la sierra y por lo tanto le ayudaba a manejarla. Por esta razón decían los judíos: ¿No es este el hijo del carpintero? Porque nuestro Señor Jesucristo ayudaba a José para que pudieran vivir, por eso creían los judíos que era su hijo. ¡Qué estúpidos! Y luego que hubo cumplido los treinta años, les dejó y se fue al río Jordán, y recibió el bautismo, el cual de hecho no era necesario para Él, pero lo aceptó para que por el contacto con su sagrado Cuerpo pudiera ser comunicado al agua el poder regenerativo para salvar a quienes creyeran en Él y Le obedecieran.
 
Y esto lo representa el Sacerdote cuando se lava los dedos, no por necesidad, puesto que está puro en su conciencia por la confesión sacramental y también lavó sus manos antes de la Misa, pues sin esas cosas diría la Misa para la condenación de su alma. Por tanto, buena gente, el Sacerdote lava sus manos no porque necesite la limpieza, sino para representar al Salvador y a nuestro Señor Jesucristo, que tiene la plenitud de toda santidad y que no necesitaba el bautismo, pero por humildad y por nuestra utilidad Él mismo quiso bautizarse y darnos la virtud del agua para lavarnos. Y por eso el Sacerdote, no obstante que está confesado sacramentalmente, aunque sea santo y sin ninguna mancha de pecado, debe lavarse las manos. Por eso dice el Sacerdote: Lavábo inter innocéntes manus meas: et circúmdabo altáre tuum, Dómine... (Salmo 25, 6-12) súplica de un justo perseguido. Porque quiero decir: “consistía en que yo sea puro y limpio de toda mancha de pecado, por lo cual sea contado entre los inocentes; y en que Señor, para representar aquel baño de nuestro bautismo, vos que sois plenitud de santidad, sin embargo quisisteis ser lavado y por eso yo me lavaré ahora”
  
10. La décima obra que nuestro Salvador hizo en este mundo fue, según San Lucas, San Marcos y San Mateo, que luego del bautismo se fue al desierto y ayunó cuarenta días y cuarenta noches, sin comer ni beber, sino que estuvo siempre en oración, no para Sí mismo (que no la necesitaba), sino por nosotros los pecadores.

Y esto es simbolizado cuando el Sacerdote en medio del altar se inclina profundamente y dice: “In spíritu humilitátis et in ánimo contríto”, orando para que en el Santo Sacrificio podamos ofrecer una hostia agradable al Señor nuestro Dios. Esta oración conmemora las humillaciones y postraciones que hacía nuestro Salvador en el desierto cuando oraba. El Sacerdote, sin embargo, se vuelve al pueblo diciendo “Oráte, fratres: ut meum ac vestrum sacrifícium acceptábile fiat apud Deum Patrem omnipoténtem”, para mostrar que Jesucristo oraba por nosotros. Y los ministros asistentes deben decir: “Et cum spíritum tuum”. Advertid que la oración de Jesucristo en el desierto era secreta; y así como las oraciones no las escuchaba ningún otro hombre, así esta oración Secreta el Sacerdote debe decirla de tal manera que ni el Diácono ni el Subdiácono la puedan oir.

11. La undécima obra que Jesús el Salvador hizo fue que después de ayunar comenzó a predicar, exclamando: “¡Haced penitencia, porque el reino de Dios está cerca!” (Mateo 4, 17). Antes del ayuno no se manifestó, sino que escondido y oculto quiso hacer penitencia en el desierto. Saliendo del desierto, instruía a las gentes diciendo: “Haced penitencia” y qué vida debían hacer y les instruía cómo podían evitar los pecados. Y esto lo hacía recorriendo villas, ciudades y castillos. Y así como con las mismas palabras enseñaba su santa doctrina, así también con sus obras la demostraba. Por eso dice el libro de los Hechos de los Apóstoles, en el primer verso del capítulo 1: Lo que Jesús hizo y enseñó desde un principio. Buena gente, sería grande la benignidad del rey de Aragón, si él mismo fuera por todo el Reino y en las plazas él mismo publicara y encomiara su ley o sus ordenaciones. Pues así hizo Jesús, Rey de Reyes y Señor de los señores, iba encomiando su ley y no le detenía el que no hubiera púlpito, ni catafalco, sino que subía sobre cualquier podio o escalera de las plazas y allí exponía su ley; pero al principio no tenía tanta reputación entre los judíos y los fariseos para que se detuvieran a escuchar sus predicaciones, pero después, como iba en aumento, querían quitarlo de en medio.
 
Y el Sacerdote simboliza esto al decir en alta voz: “Sursum corda”, para enseñarnos que Jesucristo enseñaba tanto con la palabra como con el ejemplo. Y así cuando canta el Prefacio, él mantiene sus manos alzadas, y no bajas [elevátas et non demíssas], para mostrar que él, que predica la palabra de Dios debe demostrar con el ejemplo y las obras aquellas palabras que predica y que habla. Por eso decía San Pablo atribuyendo a Jesucristo todo esto: Pues no me atreveré a hablar de cosa alguna que Cristo no haya realizado por medio de mí para conseguir la obediencia de los gentiles de palabra y de obra, en virtud de señales y prodigios, en virtud del Espíritu de Dios (Romanos 15, 17). Así todo aquel que predica, etc.
 
12. La duodécima obra que realizó nuestro Salvador y Señor Jesucristo fue que no solamente mostraba con sus obras lo que predicaba, sino también confirmaba su doctrina con los milagros, que nadie, a no ser Dios, podía hacer. Y esto lo realizaba principalmente como Señor. A los ciegos les daba la luz; a los paralíticos que no tenían carnes se llenaban de carnes y salían como jóvenes tiernos; a los sordos les devolvía el oído; los mudos hablaban y los muertos resucitaban (cf. Mateo 11, 5).
 
Y esto el Sacerdote lo conmemora cuando en la Misa dice “Sanctus, Sanctus, Sanctus Dóminus Deus Sábaoth...”. Tres veces dice “Sanctus”, denotando que los milagros que Jesucristo hacía no los realizaba por virtud humana sino en virtud de las tres divinas personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, un único y poderoso Dios. Finalmente dice el “Hosánna” -que es como decir “sálvanos”- para mostrar que Jesucristo hacía los milagros, y esto para nuestra salvación.
 
13. La decimotercia obra que nuestro Salvador Jesucristo hizo en este mundo fue cuando después de predicar y hacer muchos milagros, a los treinta y tres años de edad, viendo que se la acercaba el tiempo de su pasión, vino a Jerusalén para poder cenar con sus discípulos. Y secretamente muchas cosas fueron necesarias para la redención de la humanidad, especialmente dos: la institución del Santísimo Sacramento del Altar y el gran sermón que aparece en los capítulos del 13 al 17 del Evangelio según San Juan.
  
Y esto es simbolizado cuando el Sacerdote dice el Canon secreto y lo dice tan en secreto que nadie lo oye, a no ser los que están con él, esto es el diácono y el subdiácono. Porque aquel sermón que hizo Jesús en el altar de la Cena, también fue secreto, pues nadie lo oyó, a no ser aquellos que estaban sentados a la mesa junto con él, es decir, los Apóstoles.
  
14. La decimocuarta obra que hizo nuestro Salvador y Señor Jesucristo es que después de la predicación de aquel gran sermón a los Apóstoles, salió hacia el huerto para hacer oración y oró tres veces a Dios Padre diciendo: Padre mío, si es posible que pase de mí este cáliz… El espíritu está pronto, pero la carne es débil (Mateo 26, 39 y 41). Y él mismo en cuanto Dios no temía a la muerte, pero sí en cuanto hombre. Y por lo tanto siendo consciente de las pasiones que él iba a padecer, decía: Padre mío, si es posible que pase, etc. Esta amargura de la pasión se basa en la sensualidad que está enferma, pero el espíritu está pronto. En la tercera vez que oró, y le sobrevino un temblor y el sudor de sangre, es cuando vino el Ángel a confortarlo (cf. Lucas 22, 43-44). No como si él mismo necesitara el ánimo, sino como el escudero que conforta a su señor, diciendo por si acaso: “Señor esforzaros, porque ahora alcanzaréis la victoria sobre vuestros enemigos”; así el Ángel le decía a nuestro Salvador: “Señor mirad a las almas santas, que os esperan en el Limbo del infierno y ya ansían la gloria, y así confortaréis vuestra humanidad”. Y el clementísimo Señor oró por él mismo y por nosotros. Por él mismo rogando al Padre Dios por su resurrección; no es que estuviera dudoso de su resurrección, o impotente para resucitar, sino que así convenía que lo hiciera. Y esto lo hacía como hombre. También oró por nosotros, para que constante y voluntario recibiera la muerte por nosotros, para que nosotros estemos ardientes y firmes para sostener la muerte por él mismo y resucitemos gloriosos.
 
El Sacerdote simboliza estas tres oraciones haciendo tres cruces sobre la oblación diciendo: “Benedíctam, ascríptam, ratam…” y finalmente otras dos cruces, una de ellas sobre el caliz diciendo “et Sánguis”, para que conozcamos que Jesús en su Pasión rogaba por sí mismo en cuanto hombre, y por nosotros los pecadores.

15. La décima quinta obra que nuestro Salvador y Señor Jesucristo hizo en este mundo fue que después de la oración del huerto, vino una gran multitud de gentes con gran clamor, con espadas y palos, para prender a Jesús. Y Él calmadamente [benevolénter] deseaba ser preso y atado, y conducido ante Pilato, quien lo sentenció a muerte de cruz: sentencia que el benigno Señor no quiso apelar, sino que antes bien cogiendo la Santa Cruz, la cargó sobre sus hombros y la llevó hasta el lugar donde iba de ser crucificado.
 
Y esto es representado en la Misa cuando el Sacerdote toma la hostia para consagrarla, sosteniéndola en sus manos, diciendo: “Et elevátis óculis in cœlum ad te, Deum…”. Y justo aquí hay un grande ruido de campanas y de la rueda de campanas [rotæ] significando el tumulto y voces de los judíos cuando arrestaron a Jesús. Entonces el Sacerdote signa con la cruz la hostia diciendo: “Benedíxit, fregit,”, significando la sentencia de muerte aprobada por Pilato.
 
16. La decimosexta obra fue cuando, sentenciado a muerte, Jesucristo fue conducido a morir en el Calvario y allí fue crucificado en medio de dos ladrones: uno a su derecha llamado Dimas, y el otro a la izquierda llamado Gestas. Y fue elevado a lo alto hasta suspender todo su cuerpo fijado por los clavos de sus dos manos.
 
Y esto es significado cuando el Sacerdote eleva la hostia en la cual está Cristo, Dios y hombre, sosteniéndola con ambas manos. La derecha significa el buen ladrón, y la izquierda el malo. Y la blancura de la hostia significa que Jesús en la cruz palideció y perdió el color y la Sangre. Después el Sacerdote eleva el cáliz que representa cuando Jesucristo en la cruz ofreció su Sangre, diciendo: “Padre mío, acepta mi Sangre, que te ofrezco para la remisión de los pecados de todo el género humano”. Por esta razón el Sacerdote, elevando la preciosa Sangre, pareciera decirle: “Te ofrecemos, Señor, el inestimable precio de nuestra redención”.
 
17. La decimoséptima obra que Jesucristo hizo consistió en que, cuando fue crucificado, no cesó de orar. Y primero dijo en alta voz “Eli! Eli! Lamma sabachtáni?”, esto es, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Salmo 21, 1; en Mateo 27, 6). Dice San Jerónimo que desde allí comenzó a rezar todo el salmo, y continuó su oración diciendo los siguientes salmos hasta el verso: “En tus manos encomiendo mi espíritu” (Salmo 30, 6; en Lucas 23, 46) Y en total fueron 150 versos los que Cristo recitó en la Cruz, tantos cuantos Salmos hay en el davídico Salterio, esto es, 150.

Y mientras Él estuvo en la Cruz, los malditos judíos no cesaron de lanzarle injurias y maldiciones, diciéndole: “¡Oh tú, malvado, que has engañado al mundo! ¡Embaucador!, que a otros salvó y no puede ahora salvarse a sí mismo”. Otro decía: “¡Falso profeta!, que dijiste que destruirías el Templo de Dios y en tres días lo reedificarías”. Otro decía: “Si es el Hijo de Dios, que descienda inmediatamente de la cruz” (cf. Mateo 27, 40-42). Y otras injurias le decían. Y el benigno Señor, calmado, no les respondió, sino que continuó con gran paciencia en oración.
  
El Sacerdote simboliza esto cuando manteniendo los brazos en cruz, ora diciendo “Unde et mémores, Dómine, nos servi tuis,”. Así mismo el Sacerdote, no cesa de decir estas palabras para mostrarnos que Jesús en la cruz continuaba la oración y no cesaba

18. La decimoctava obra que Jesucristo hizo en este mundo fue cuando, aunque ya había sido herido con cuatro Llagas, específicamente en sus manos y pies, sin embargo, deseó que su sagrado Costado fuese traspasado con una lanza después de su Muerte, brotando de ella sangre y agua (cf. Juan 19, 34). Cosa que sucedió milagrosamente, contrario al orden natural, porque su Sangre fue derramada en el sudor y la flagelación, y en la colocación de la corona de espinas, y también en la perforación de las manos y los pies.

Y estas cinco llagas son significadas cuando el Sacerdote signa cinco veces con la Hostia diciendo: “Per ipsum, et cum ipso, et in ipso”.
 
19. La decimonovena obra fue cuando Cristo crucificado dijo siete palabras en voz alta. La primera palabra fue cuando rogó por todos los que le crucificaban, diciendo: Padre, perdónales, porque no saben la que hacen (Lucas 23, 34), pues creían que estaban colgando de la Cruz a un embaucador u hombre pecador, y crucificaban al mismo Hijo de Dios Redentor. La segunda palabra cuando dijo al ladrón: Hoy, estarás conmigo en el Paraíso (Lucas 23, 43). La tercera palabra es, o fue, cuando mirando a su Madre, quien se estaba muriendo de un admirable dolor -¡qué maravilla era aquella que no se rompía el corazón!, y decía: “¡Oh Señor e hijo mío carísimo! ¿al ladrón le hablas y a mí no quieres? ¿no quieres hablar? Que le plazca a vuestra clemencia decir alguna palabra a vuestra madre tan desolada”. Y entonces el Señor dijo: Mujer, ahí tienes a tu hijo (Juan 19, 26). Y después de esto, vuelto a San Juan dijo: Ahí tienes a tu madre (Juan 19, 27). La cuarta palabra fue cuando dijo: “Eli! Eli! Lamma sabachtáni?”, esto es, Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mateo 27, 6). No que lo abandone en su divinidad, sino que lo era abandonado por los parientes, amigos y Apóstoles. La quinta palabra fue cuando dijo: Tengo sed (Juan 19, 28). La Virgen María cuando oyó que su hijo tenía sed, desearía que en aquel instante sus entrañas se convirtieran en agua para que pudiera él beber. Y entonces, díjole ella: “Hijo mío carísimo, y Señor, no tengo agua, pero si quieres las lágrimas, recibe este velo que está lleno de lágrimas”. La sexta palabra fue cuando dijo: Todo está consumado (Juan 19, 30), es decir, toda la redención humana. La séptima palabra fue cuando dijo: Padre, en tus manos, encomiendo mi espíritu (Lucas 23, 46). E inclinó la cabeza, como si dijera: “Madre mía, consuélate con el discípulo y vigilad bien y os encomiendo a Dios porque ya me muero y me voy al otro mundo”.
 
Se conmemora en la Misa cuando el Sacerdote dice el “Padre nuestro”, en el cual hay siete peticiones significando las siete palabras que Jesús pronunció en la Cruz. Así mismo, él no lo dice secretamente, sino cantando, porque Cristo en la Cruz hablaba en alta voz.
 
20. La vigésima obra fue que Cristo, no contento con la muerte y las llagas que soportaba en la Cruz, quiso que su sacratísima humanidad fuera dividida en tres partes, a saber: el cuerpo en la Cruz, la Sangre derramada en las torturas y al pie de la Cruz, y el alma que descendió al limbo de los Patriarcas. Y de este modo fue dividida la humanidad de Jesucristo.
 
Y esto es representado en la Misa cuando el Sacerdote divide la hostia en tres partes. Debe advertirse, sin embargo, que él las sostiene juntas, porque, aun cuando la sacratísima humanidad de Jesucristo ha sido dividida, la Divinidad nunca se separó de ella; además que estuvo unida a cada parte, como dice San Pablo: “Lo que él asumió una vez, no lo dividió”. Es similar a cuando un fragmento de cristal es expuesto al sol, y luego es dividido en muchos más fragmentos, el sol ilumina cada parte en la misma manera que ilumina el cristal entero; pues todas las partes están llenas de la claridad del sol, tanto en una como en otra. Así, cada parte de la humanidad de Cristo estaba llena personal y sustancialmente de la Divinidad, justo como el fragmento de cristal es llenado con el sol.
 
21. La vigésima primera obra que Cristo realizó fue cuando convirtió a los muchos tipos de personas, deseando mostrarles los frutos de su Pasión. Y primero, convirtió al ladrón, que era un hombre de mala vida y obras malvadas; segundo, a un centurión, un lider de soldados que dijo: “Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios” (Mateo 27, 54; Marcos 15, 39); y tercero, a gente ordinaria, según dijo San Lucas: “Y todas las gentes que habían acudido a aquel espectáculo, al ver lo que pasaba”, específicamente los milagros que sucedieron, “se volvieron golpeándose el pecho” (Lucas 23, 48). Nótese que dice “todas las gentes”, no las turbas maliciosas como los escribas o fariseos, sino las gentes sencillas e ignorantes que viendo el milagro que ocurría, se golpeaban el pecho diciendo: “¡Miserables! que crucificamos al Salvador”.
  
Estas varias personas son simbolizadas en la Misa cuando el Sacerdote dice tres veces el “Agnus Dei”, primero por cada pecador, significando que Dios nuestro Señor desea perdonarle justo como perdonó al ladrón, igualmente a mí que soy pecador. Segundo, significando que así como Jesucristo iluminó y abrió los ojos al centurión, así también desea que los gobernadores de las gentes, sea espirituales o temporales sean iluminados y perdonados, para que las almas alcancen la salvación. Y así como las almas movidas por la Pasión de Cristo vienen a salvación, así el Sacerdote, diciendo el tercer Agnus Dei, pide en favor de todo el pueblo Cristiano, para que el Señor se digne guardarlo en paz y salud, para que perdone sus pecados, y les haga dignos partícipes de su santa Gracia.
  
22. La vigésimo segunda obra que Cristo hizo en este mundo fue que, después de su sagrada Pasión no quiso ascender inmediatamente al Cielo, sino que su más profunda humildad deseó primero descender secretamente a los Infiernos, para dar la gloria a los santos padres, quienes al verlo recibieron la gloria. Y los santos padres decían: “¡Glorioso Señor!, son tantos los años que esperábamos”, pues hasta cinco mil años le esperaban con grandes suspiros y gemidos. En ese mismo momento en que Lo vieron, se llenaron de grande exultación, disfrutando de gloria esencial, libres de cualquier dolor ahora y para siempre.
 
Y esto lo representa el Sacerdote cuando deja caer una partícula de la Hostia en el cáliz para denotar cómo el Alma sacratísima de Cristo descendió al Limbo, regocijando y confirmando a los santos Patriarcas, que difícilmente sabían qué les pasó al experimentar tal plenitud de gozo. Y de esa dulcedumbre y amor alababan a Dios diciendo: “Bendito el Señor Dios de Israel, porque ha visitado y traído la redención a su pueblo” (Lucas 1, 68).
 
23. La vigésimotercera obra que hizo Jesucristo en este mundo fue cuando, después de su dolorosa Muerte, deseó y ordenó que su cuerpo fuera bajado de la Cruz por sus amigos, José de Arimatea, Nicodemo y Gamaliel, habiendo recibido permiso de Pilato, y le pusieron en la losa del sepulcro, que aún podemos ver hoy en la iglesia del Santo Sepulcro. Y la bienaventurada Virgen María con otras santas mujeres, parientes y amigos, estaba alrededor del cuerpo. Y la Virgen María besando los ojos, decía: “¡Oh ojos gloriosos, que escudriñaban los corazones de los hombres y los pensamientos de sus corazones!”. Y besaba los oídos, diciendo: “¡Oh oídos que escuchaban los cantos que hacen en el cielo los ángeles!”. Después besaba la nariz, diciendo: “¡Oh nariz que percibiste la fragancia del olor de la gloria del paraíso!”. Después besaba su rostro, diciendo: “¡Oh rostro que das la gloria a los ángeles!”. Después besaba la herida del costado, diciendo: “¡Oh puerta gloriosa por la cual tenemos la entrada al Paraíso! ¡Fieles cristianos que anheláis entrar al Paraíso, venid, aquí está la puerta abierta, pues mi hijo os la ha abierto para vosotros!”. Después besaba las manos, diciendo: “¡Oh manos que crearon cielo y tierra y todo lo que contienen!”. Después besaba sus pies, diciendo: “¡Oh pies benditos midieron la gloria del Paraíso!”. Y San Lázaro, Santa María Magdalena, Santa Marta, San José de Arimatea y todos los otros fieles se acercaban a aquel cuerpo sacratísimo y pensaban el momento propicio para poderlo adorar y brindarle toda reverencia.
 
Y esto es representado en la Misa cuando el Sacerdote, habiendo dado el signo de la paz, por un corto período de tiempo en el cual sostiene el Cuerpo de Cristo en sus manos antes de comulgar, y entonces, si es devoto, debe pensar en el dolor de la Virgen Maríaa, de la Magdalena y de la otra María y de los buenos cristianos que hacían aquel circulo en torno al cuerpo de Cristo, viendo las llagas y las heridas que Cristo por la redención del género humano soportó, y debe derramar muchas lágrimas y concebir un especial dolor pos sus pecados.
 
24.La vigésima cuarta obra que nuestro Salvador realizó en este mundo fue que quiso ser ungido con bálsamo y mirra y envuelto en una sábana blanca y limpia, y ser puesto y encerrado en un monumento de piedra nuevo y sin ninguna corrupción y fractura.
 
Y esto es representado en la Misa cuando el Sacerdote recibe el Cuerpo de Cristo, porque el corazón del Sacerdote debe ser un monumento nuevo. Y hago notar que digo nuevo, sin corrupción, porque en el cuerpo del Sacerdote no debe existir ninguna mancha, o inmundicia de pecado como en el monumento de Jesucristo en el que nadie todavía había sido depositado (Juan 19, 41), Pues debe ser nuevo por la pureza y la castidad. Y así como el monumento era de piedra firme, así el Sacerdote debe ser fuerte y firme en la fe y la virtud. Y así como el Cuerpo de Cristo fue envuelto en una sábana blanca y limpia, así el cuerpo del Sacerdote debe ser blanco y limpio por la castidad, porque dentro reposa el Cuerpo de Cristo. Y así como el Cuerpo de Cristo fue todo embalsamado, así el cuerpo del Sacerdote debe estar lleno de virtudes, de justicia y de perseverancia en la penitencia. Y así como Cristo reposa envuelto en aquella tela blanca, así reposa en la conciencia del Sacerdote. Y no solamente el Sacerdote, sino también todo Cristiano que escucha la Misa, con estos pensamientos está preparado para alimentar su devoción.

Así mismo podemos creer de una manera racional, aunque no se encuentra en los textos de la Biblia, que la bienaventurada Virgen y los otros fieles cristianos, creyendo que Cristo resucitaría el tercer día, recogieron la sangre que había sido derramada a los pies de la Cruz y fue puesta en algún vaso limpio y fue depositado en el sepulcro con el cuerpo, pues la Virgen María sabía que la sangre junto con el cuerpo resucitaría al tercer día. Y por eso el Sacerdote como sepulcro de Jesucristo que es santo y precioso como el sepulcro de Jerusalén, pues aquel es de piedra y tú eres a imagen y semejanza de Dios, y el cuerpo del Sacerdote ha sido consagrado todo, y ungido y más santo. También, en aquel sepulcro fue puesto el cuerpo de Cristo muerto y en el cuerpo del Sacerdote se pone vivo. También, fue puesto una vez, y el Sacerdote lo recibe muchísimas veces y algunos diariamente lo reciben. También, el cuerpo de Cristo no se ensució en aquel sepulcro porque estaba envuelto en la sábana y por eso aquel sepulcro se dice santo: mucho más santo se dice el cuerpo del Sacerdote, donde el cuerpo de Cristo no se pone envuelto, sino que todas las carnes, huesos y muslos le tocan. ¡Oh Sacerdote!, diligentemente medita en esto.
 
25. La vigésimo quinta obra que Cristo hizo que resucitó al tercer día de la muerte a la vida inmortal, y su sepulcro fue encontrado abierto.
 
Y el Sacerdote lo representa transitando del medio a la esquina del altar, significando que Cristo pasó de este mundo mortal a la vida inmortal. Y mostrando el cáliz vacío, representando el sepulcro abierto y vacío, y que Cristo ha resucitado por su infinito poder. Y el Diácono pliega el corporal, en rememoración de cómo la Sábana Santa en la que el sagrado cuerpo de Jesús fue cubierto, fue encontrada en la tumba (cf. Juan 20, 5-7).

26. La vigésimo sexta obra que realizó Jesucristo en este mundo fue que después de su gloriosa resurrección se apareció a santa María Magdalena y a los Apóstoles, pero primero se apareció a la Virgen María. No sólo se apareció él solo, como ocurrió con Santa María Magdalena, sino con todos los santos Patriarcas y Profetas y otros santos Padres. Y ahora meditad, buena gente, qué consolación debía tener la Virgen María cuando veía a su glorioso Hijo con aquella multitud de santos. Aunque esto no es mencionado en el Evangelio, los santos Doctores lo afirman expresamente, especialmente San Ambrosio en su libro Sobre las vírgenes; y de hecho era adecuado que Cristo, antes que a cualquier otro, visitara y consolara a su Madre, que sufrió por su muerte más que cualquiera otra persona.
 
Y esto es representado por el Sacerdote cuando dice, de cara a los fieles: “Dóminus vobíscum”. Y a continuación recita la Postcomunión, que es una oración de gran consolación, representando las palabras consoladoras que Cristo dijo a su Madre, y cómo los santos Padres alababan a nuestro Salvador y suyo. Y a continuación hacían reverencias a su Madre diciendo: “Regína cœli, lætáre...”.
 
27. La vigésima séptima obra que realizó Jesucristo fue cuando en este mundo se apareció a los Apóstoles en el aposento alto y mostrándose en medio de ellos dijo: “Paz a vosotros” (Juan 20, 19).
 
Y esto es representado en la Misa cuando el Sacerdote, volviéndose nuevamente hacia el pueblo, dice “Dóminus vobíscum”, que casi quiere decir “Paz a vosotros”.
 
28. La vigésima octava obra que Jesucristo hizo en este mundo fue que cuando debía subir al Cielo, llamando a los Apóstoles, les dijo: Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda creatura; diciendo también: El que crea y sea bautizado se salvará (Marcos 16, 15-16 y Mateo 28, 19-20).
   
Y esto es simbolizado en la Misa cuando el Sacerdote dice: “Ite, Missa est”, dando permiso al pueblo para que regresen a las casas para cumplir sus deberes, porque se ha completado el oficio y el sacrificio, como Cristo dio a los Apóstoles el permiso de ir por el mundo habiendo sido cumplido el sacrificio.
 
29. La vigésimo novena obra que hizo Jesucristo en este mundo fue cuando cumplió la promesa hecha a Pedro y a los Apóstoles, específicamente poniendo a San Pedro en posesión real del Papado por estas palabras: “Apacienta mis corderos”. Entonces, según todos los Doctores, verdaderamente le constituyó cabeza visible de la Iglesia Católica. Y a los otros Apóstoles les dijo: “Recibid el Espíritu Santo, a quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados...” (Juan 20, 22-23), dándoles el poder de perdonar los pecados, que es una potestad divina.
 
Y esto es representado al final de la Misa cuando el Sacerdote, humillándose profundamente, inclina su cabeza tanto como puede ante el altar y dice: “Pláceat tibi, sancta Trínitas…”, pidiéndole a la Trinidad que el Santo Sacrificio sea agradable a Dios y beneficioso para todo el pueblo. Y entonces da gracias por la inclinación que hace besando el altar para denotar la infinita misericordia de nuestro Dios, que no consideró indigno humillar su divino poder, pasando a hombres pecadores el poder de perdonar los pecados, porque “¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?” (Marcos 2, 7). Y por eso se inclina, para mostrar que delante de Dios se inclinaría [Jesucristo] en cuanto hombre, pues los hombres no tenían este poder. Consecuentemente besa el altar reconociendo esta gracia y finalmente haciendo la señal de la Cruz sobre el pueblo significa que sus pecados son perdonados por la Sagrada Pasión de Cristo.
 
30. La trigésima y última obra de Cristo en este mundo fue cuando, en presencia de su Madre y de los santos Apóstoles, y casi cincuenta personas, según San Pablo, estando de pie en el monte de los Olivos, ascendió al Cielo. Y por eso dice el bienaventurado Lucas: Alzando sus manos, los bendijo… y fue llevado al cielo (Lucas 24, 50). Entonces decía la Virgen María, llorando: “¡Oh, hijo mío! ¿no voy contigo? ¿Me dejas aquí entre los judíos?”. De la misma manera los Apóstoles lloraban, diciendo: “¡Señor! ¿cuándo te volveremos a ver, y cuando regresarás?”. Y entonces, he aquí que Cristo dio la bendición y subió al cielo, de donde había salido.
 
Y esto es significado en la Misa cuando el Sacerdote, habiendo dado la bendición, retorna a la sacristía de la cual había salido.
 
Y así es abarcada en el sacrosanto Sacrificio de la Misa la vida entera de nuestro Redentor. El cual nos pueda conducir a la gloria, donde vive y reina por siempre jamás. Amén.
  
SAN VICENTE FERRER. Sermón de la Domínica II post-Epifanía: “De la vida de Cristo representada en la Misa Solemne”.

NOTA
[1] A diferencia del Rito Romano Tradicional, en el que el Cáliz es preparado durante el Ofertorio, en el Rito Dominico (el cual era una variación del Rito Romano de comienzos del siglo XIII, y en el cual celebraba San Vicente Ferrer) la preparación del Cáliz tiene lugar antes de comenzar la Misa privada -si es Misa solemne, durante la lección de la Epístola-.

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