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lunes, 29 de abril de 2019

RESPONSABILIDAD JUDÍA EN LA MUERTE DE JESÚS, POR Mons. FRANCESCO SPADAFORA

Compilación hecha por Giuliano Zoroddu para RADIO SPADA. Traducción propia.

Mons. Francesco Spadafora (1913-1997), clarísimo experto de Sagrada Escritura en varios Seminarios italianos, enseñó en Roma desde 1950, en el Marianum y en la Lateranense. Hombre de gran doctrina, colaboró en la redacción de la Enciclopedia Cattolica y publicó en prestigiosísimas revistas científicas católicas. Ya hombre de confianza del Cardenal Ottaviani para las cuestiones de exégesis bíblica, fue perito en el Concilio en la Comisión preparatoria para los Estudios y los Seminarios. Combatió enérgicamente, con escritos de altura, la exégesis modernista en la sede conciliar y durante la borrasca del post-conciliar que llega precisamente a negar la historicidad de los Evangelios y la historicidad de la resurrección corpórea de Jesucristo. Desde los años Setenta escribió también para la conocida revista Si si No no fundada por el padre Francesco Putti. El fragmento siguiente es tomado de “Cristianesimo e Giudaismo” del 1987, reimpreso por Amicizia Cristiana en 2012.
  
Pilato se lavó las manos: «Yo soy inocente de esta sangre, vosotros veréis. No soy responsable de la muerte de Jesús». La respuesta: «Que su sangre recaiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos» quita a a Pilato toda responsabilidad: la responsabilidad sea toda nuestra y de nuestros hijos.
  
Toda tentativa hecha, no digo de negar, sino de limitar la plena responsabilidad colectiva de los judíos, jefes y pueblo, en la condena a muerte y por tanto en la ejecución de Jesús Nuestro Señor, y antes en el rechazo de aceptar la predicación, de reconocer en Él al enviado del Padre, no obstante todos los milagros realizados, contrasta con toda la documentación de nuestros cuatro Evangelios.
  
Y esto vale incluso más evidentemente para todo el pueblo judaico, que –como ha revelado pertinentemente el P. Marie-Benoît (Pierre Péteul) OFM. Cap. en su crítica al libro de Jules Isaac (Revue Biblique, 1949, pág. 610 s.)– ratificó completamente la sentencia de sus Jefes, oponiendo claramente, y en la masa de sus miembros, en Palestina y en la Diáspora esta resistencia feroz a la Iglesia naciente y continuando en los discípulos de Jesús la obra de persecución y muerte.
  
En las palabras de Jesús, en el relato de los cuatro Evangelistas, resulta inconfutable la responsabilidad colectiva, por aquel principio de solidaridad, heredado de todo el Antiguo Testamento, y fundamental por el concepto de berit o alianza, que lo prevé.
 
En las palabras de Jesús en la cruz, informadas solamente por San Lucas 23, 34: «Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen», no van más allá de los textos reportados hasta ahora.

Lo confirman los comentarios al Evangelio de San Lucas.
 
En la columna Verbum Salutis, Albert Valensin – Joseph Huby SJ (trad. it. Ed. Studium, Roma, 1956, pág. 456 s.), así comentaban el Evangelio según San Lucas:
El evangelista, en su Evangelio de la Misericordia, refiere estas palabras «para hacer conocer la infinita misericordia del Salvador del mundo, Jesús nos da el ejemplo de aquel amor a los enemigos y de aquel perdón de las ofensas, lo que había hecho un deber para los hijos del reino (Mt. 5, 44). Se refiere primero al pueblo judío, luego a todos aquellos que, también en manera indirecta, son causa de su muerte. (Josef Knabenbauer en h. 1.).
   
Pide perdón para ellos en consideración de su ignorancia. Porque verdaderamente en todo pecado hay un fondo de tinieblas. El hombre que peca no sabe completamente todo lo que hace …. Los judíos no comprendían toda la enormidad de su delito. Esta ignorancia, en cuanto fruto de la resistencia a a gracia y al enceguecimiento voluntario, no les absolvía de su culpa; Jesús todavía la presenta al Padre como circunstancia atenuante, Jesús todavía la presenta al Padre como circunstancia atenuante, y así más tarde San Pedro (Act. 3, 17)».
   
Se pregunta Lagrange (s. Lc., p. 588) por la omisión de las palabras de Jesús en varios códices: «¿se ha pensado que la indulgencia de Jesús Salvador fuese excesiva, porque los judíos sabíab bien lo que hacían?». En realidad, se podía pensar en una contradicción con los textos evangélicos que, como habíamos visto, atestiguan la consciente mala fe de los Jefes y la responsabilidad del pueblo.
  
Los Jefes, continúa Lagrange, eran verdaderamente culpables y tenían grande necesidad de perdón; las pruebas del enceguecimiento voluntario, del odio y de la doblez no faltan en Lucas; todavía ellos no comprendían la enormidad de su crimen. Se cumplía en Jesús la predicción de Isaías 53, 12: «intercede por los malhechores».

Juan Leal SJ, Ev. s. Lucas, (La Sagrada Escritura), BAC 207, Madrid, 1961, pág. 764:
«Jesús tiene presentes a los Jefes del judaísmo, responsables de su muerte. Ellos sabían como ningún otro lo que hacían. Y porque lo sabían, pecaron y tenían necesidad de perdón. En todo pecado humano hay siempre alguna ignorancia y Jesús se reclama a esta excusa. La oración de Jesús por los judíos podía resultar contradictoria con Mt. 27, 25 «su sangre (de Jesús) sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos» y con los textos en los que se predice su repudio definitivo.
 
Una oración en estas circunstancias, que pide perdón por los enemigos es auténticamente cristiana: está en armonía con la doctrina del Señor en el discurso del Monte (Mt. 5, 44), con su ejemplo (Lc. 22, 48.51 ¡con el traidor Judas!)».
 
«San Esteban ha orado en el mismo espíritu de caridad, pero no con los mismos términos (Act. 7, 60). San Santiago de Jerusalén, antes del martirio, «de rodillas oraba así: – Te suplico, oh Señor, Dios y Padre, perdona a ellos (Escribas y Fariseos), porque no saben lo que hacen» (Eusebio, Historia Eclesiástica, libro II, cap. 23, s. 15).
  
San Pedro se hace eco, en el segundo discurso al pueblo, después de la curación del paralítico, en la puerta del Templo llamada la Bella: «Y ahora, hermanos, sé que habeis actuado por ignorancia como vuestros Jefes». Adriano Boudou comenta: «Pedro no quiere llevarlos (a los «hombres de Israel» reunidos en gran número en torno a Pedro y Juan, al ingreso del Templo, por la curación instantánea del paralítico) a la desesperación y encuentra para ellos excusas … se diría el eco de las palabras … caídas de lo alto de la Cruz, recogidas por todos los verdaderos discípulos de Jesús, repetidas frecuentemente … en las mismas trágicas circunstancias, en testimonio de la misma heroica caridad». San Pedro, de hecho, al inicio del discurso había revelado el enorme pecado de Israel en el repudio y en el asesinato del Salvador, su plena culpabilidad y responsabilidad colectiva.
  
«El Dios de nuestros Padres, oh Hombres de Israel, ha glorificado a su siervo, Jesús, que vosotros habéis consignado y renegado ante Pilato, mientras él había decidido liberarlo. Pero vosotros habéis renegado del Santo y el Justo, y habéis pedido que fuese gracia sobre un asesino, y habéis hecho morir al autor de la vida. Dios lo ha resucitado de los muertos y nosotros somos testigos …. La fe que viene por Él, la fe en el nombre de Él, ha dado a este enfermo la plena salud en presencia de vosotros todos. Y ahora, oh hermanos, sé que habéis actuado por ignorancia … Arrepentíos, etc.».
   
En el primer discurso que Pedro, en el día de Pentecostés, a los numerosos judíos reunidos en el atrio del Templo, golpeados por el milagro de la glosolalia de los Apóstoles (cerca de tres mil adhirieron al Evangelio), es afirmada sin más la consciencia y la responsabilidad colectiva de los judíos (Act. 2, 23.36): «Jesús de Nazaret, por Dios aprobado con obras potentes y prodigios y milagros … este hombre … vosotros lo habéis crucificado y por mano de los impíos le habéis hecho morir … Lo sepa pues con seguridad toda la casa de Israel: Dios ha hecho Señor y Cristo aquel Jesús que habéis crucificado». [1]

Para Act. 13,27 considero exacta la traducción de Boudou [2]: «Los habitantes de Jerusalén y sus jefes han desconocido a Jesús y condenándolo cumplieron las palabras de los profetas que se leen cada sábado». Es San Pablo que así habla en la Sinagoga de Antioquía. No se trata de «ignorancia» (Jesús les había dicho claramente quién era: Jn. 5, 18; Mt. 26, 65; 27, 44 y Jn. 19, 7: «se ha dicho Hijo de Dios» por eso debe morir, dicen los Sanedritas a Pilato): sino de rehusar la fe en su persona. El verbo griego aghnoé (ἀγνοέω) tiene también tal significado. Así en la carta a los Romanos 10, 3 los exégetas traducen el mismo verbo: «Desconociendo de hecho la justicia de Dios y buscando establecer la propia, no se han sometido a la justicia de Dios». Aunque conociendo, aunque habiendo aprendido el contenido del Evangelio: 10, 16-21.

«¿Se podrá decir que Israel no ha entendido de qué se trataba en la predicación del Evangeilo? No, responde San Pablo, ha entendido bien que el Evangelio se presentaba como el cumplimiento de las promesas mesiánicas, pero por mala voluntad ha rechazado acogerlo, lo ha conocido para desconocerlo. Mientras los Gentiles, que no se preocupaban mucho de encontrar a Dios, lo han reconocido cuando se le ha manifestado a ellos; Israel, preparado por una Providencia especial para el adviento del Mesías, se ha rehusado a creer» [3].

NOTAS
[1] Adriano Boudou SJ, en la colección Verbum Salútis: Hechos de los Apóstoles, tr. it. Ed. Studium, Roma, 1957, pp. 38 ss. 67-70.
[2] Ibid., págs. 287-293 ss.
[3] Es el comentario y la traducción del P. Joseph Huby, Epístola a los Romanos, (colección Verbum Salútis, Ed. Studium, Roma, 1961, págs. 310-312, 325, 327).

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