Columna de Saúl Hernández Bolívar para LOS IRREVERENTES (Colombia).
Esos niñitos del mundo que andan con los pelos de punta por la supuesta destrucción del planeta no son más que instrumentos políticos de ciertas ideologías.
Me da pena con todos esos niñitos del mundo que andan con los pelos de punta por la supuesta destrucción del planeta; chicos como santa Greta, la niña sueca que se llenó de sicosis tras ver documentales catastrofistas que la hicieron entrar en pánico en razón a que sus padres consumían demasiada carne y ‘abusaban’ del carro particular. Temores que fueron alimentados por el síndrome de Asperger que padece, y que hace que las personas que lo sufren se obsesionen por un tema específico, como lo ha hecho ella.
Y me da pena porque creo que están siendo convertidos en instrumentos políticos de ciertas ideologías más interesadas en imponer sus doctrinas que en salvar al planeta. Esto es tan notorio que desde inicios de este año se barruntaba que esa niña que faltaba a clases los viernes para protestar con carteles frente al Parlamento sueco iba a terminar convertida por los medios en la Juana de Arco del cambio climático; así como es previsible ya su candidatura al Nobel de paz y que se lo otorguen en un santiamén, que recorra el planeta con su prédica en interminables viajes a bordo de un velero ecológico —a menos que la convenzan de los ‘contaminantes’ vuelos en jet— y que se vuelva millonaria como Al Gore y se pase a vivir a una mansión en California.
Pero el discurso de Greta y su fanaticada no será más que una diatriba contra el capitalismo y la utópica propuesta de regresar a las cavernas para salvarnos de nosotros mismos. Sus seguidores estarán dispuestos a la protesta violenta y a la acción furiosa; se convertirán en energúmenos volcados al sabotaje generalizado y a todo lo que sea necesario para convencer al ‘suicida’ por la fuerza. Se convertirán en una masa —esa sí catastrófica— que hará ver como picnic de domingo al movimiento de los chalecos amarillos o al mayo del 68, todo porque se trata de una oportunidad sin igual para abatir al capitalismo explotador y erigir la dictadura del proletariado, dirigida por personajes que no tienen nada de proletarios.
Si asistiera a clases, la señorita Thunberg podría enterarse de que el modo de vida occidental no ha sido una imposición caprichosa de mentes maquiavélicas sino un fruto directo de la naturaleza humana. En su Leviatán, Thomas Hobbes da en el punto al afirmar que «las pasiones que inclinan a los hombres a buscar la paz son el temor a la muerte, el deseo de obtener las cosas necesarias para vivir cómodamente, y la esperanza de obtenerlas por medio del trabajo».
Así que el modo de vida occidental es el connatural al ser humano y evitar que todos alcancen altos niveles de comodidad es lo que nos llevaría a la verdadera catástrofe. El progreso y los avances alcanzados por la mente humana son los que han resuelto las crisis que se han vivido y las que están por venir. Hemos alcanzado niveles de vida inimaginados y sin duda estamos en la mejor época de la historia; hasta el más pesimista debería entenderlo, sin necesidad de un Steven Pinker que lo diga.
Recordemos los sombríos pronósticos de Thomas Malthus acerca de la catástrofe demográfica, que ciertamente lucían sensatos, pero que fueron superados con creces. Si reviviera, se sorprendería de la gran cantidad de personas que habitan hoy el planeta y de la voluminosa producción de alimentos. ¿O qué tal el fracaso del «ludismo»? Ese movimiento de protesta desatado en Inglaterra, en 1811, por artesanos que rechazaban la introducción de maquinaria en el sector textil y destruían las máquinas para no perder sus trabajos. Sí, el progreso trae cambios, pero trae también las soluciones.
Lamentablemente, lo que parece venirse es una disputa política. A los que piden cambios radicales no les preocupa tanto que los vehículos de combustión sean contaminantes, sino que los haya de uso particular, por lo que no promueven carros eléctricos sino bicicletas. Tampoco les preocupa que el sector ganadero sea altamente productor de gases de efecto invernadero, sino imponer su visión moralista vegano-superior, como cuando entran a restaurantes a insultar a la gente que come carne o al que pide un pitillo, a pesar de que este no llegará al mar sino al relleno sanitario. A la vuelta de unos años no será necesario sacrificar animales gracias a la carne cultivada en biorreactores, pero ni eso calmará a estos revolucionarios de nuevo cuño. Al final, Greta no tendrá aureola por corona, pero sí muchas coronas suecas.
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