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lunes, 20 de enero de 2020

LA AUDIENCIA MONTINI-LEFEBVRE DEL VERANO DE 1976

   
El 11 de septiembre de 1976, once años después del concilio, se produjo en Castel Gandolfo un encuentro entre el Papa Pablo VI y uno de los principales escépticos con las reformas que se habían producido en la Iglesia a raíz del citado concilio, el arzobispo francés Marcel Lefebvre.
   
En ese momento, el fundador de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, contaba ya con un seminario propio en Écône, en la diócesis suiza de Friburgo, que era reconocido por el obispo François Charrière. Tras la negativa de esta comunidad a celebrar según el nuevo misal romano en 1974, al indicar Mons. Lefebvre que las novedades introducidas por el Concilio Vaticano II son «novedades destructoras de la Iglesia», el obispo Pierre Mamie, sucesor de Charriere, de acuerdo con la Conferencia Episcopal helvética y con el Vaticano, le retiró el reconocimiento canónico y pidió su clausura.
   
La Santa Sede, por tanto, trató de dialogar con Lefebvre, y tras varios procedimientos (una comisión integrada por los cardenales Gabriel-Marie Garrone, prefecto de la Educación Católica, John Joseph Wright Cokely, prefecto del clero, y Arturo Tabera Araoz CMF, prefecto de los religiosos; instar en 1975 a Lefebvre a cerrar el seminario y no continuar con las ordenaciones, con la posterior suspensión “a divínis” en 1976. No obstante, el 22 de agosto de ese año, Lefebvre presidió una Misa ante diez mil fieles y cuatrocientos periodistas, donde declaró: «Nosotros estamos con dos mil años de Iglesia y no con doce años de una nueva iglesia, una “iglesia conciliar”. Yo no conozco esta “iglesia conciliar”, yo conozco solo la Iglesia Católica. Por tanto debemos permanecer firmes en nuestras posiciones. En nombre de nuestra fe, debemos aceptar cualquier cosa, cualquier abuso, también si nos desprecian, también si nos excomulgan, también si nos infligen penas, también si nos persiguen»), dos años más tarde, Pablo VI recibió al francés en Castel Gandolfo. Ambos mantuvieron una reunión, de poco más de media hora (entre las 10:27h y las 11:05h), que fue sellada en un acta transcrita por el Sustituto de la Secretaría de Estado por aquel entonces, Giovanni Benelli (que pocos meses después fue promovido a arzobispo de Florencia y creado cardenal. Fue él quien acuñó el término “Iglesia Conciliar” en la carta de mayo de 1976 pidiéndole al ex-arzobispo ad persónam de Tulle y fundador de la FSSPX sumisión a un Pablo VI que en su misiva del 29 de junio del año anterior dijo que el Concilio Vaticano II «tiene la misma autoridad, y, en algunos aspectos, es incluso más importante que el Concilio de Nicea»).
   
También estuvo presente el Secretario particular del pontífice, Pasquale Macchi. La transcripción mecanoscrita llena ocho páginas. «Su Santidad ha encargado al Sustituto que haga constar en acta Su conversación con Mons. Lefebvre: si, durante el coloquio, hubiere considerado oportuna su intervención, le habría hecho un gesto». Pero no parece que haya intervenido Benelli. A pesar de la presencia de dos testigos, el Sustituto y el secretario Macchi, el diálogo siempre se desarrolla entre el Papa y Lefebvre, alternando entre el francés y el italiano.
  
Décadas más tarde, el documento ha salido a la luz en mayo de 2018 gracias al libro La barca de Pablo, escrito por el regente de la Casa Pontificia, Leonardo Sapienza RCJ (Ed. San Pablo). A continuación, gran parte de la conversación publicada por Andrea Tornielli en Vatican Insider:
«Espero encontrarme frente a un hermano, un hijo, un amigo. Desgraciadamente, la posición que usted ha tomado es la de un antipapa –comienza Pablo VI–. ¿Qué quiere que diga? Usted no ha consentido ninguna medida en sus palabras, en sus actos, en su comportamiento. No se ha negado a venir a verme. Y a mí me gustaría poder resolver un caso tan penoso. Escucharé; y le invitaré a reflexionar. Sé que soy un hombre pobre. Pero aquí no es la persona la que está en juego: es el Papa. Y usted ha juzgado al Papa como infiel a la Fe de la que es supremo garante. Tal vez sea esta la primera vez en la historia que sucede. Usted ha dicho al mundo entero que el Papa no tiene fe, que no cree, que es modernista, y cosas así. Debo, sí, ser humilde. Pero usted se encuentra en una posición terrible. Lleva a cabo actos, ante el mundo, de extrema gravedad».
  
Lefebvre se defiende diciendo que no era su intención atacar la persona del Papa y admite: «Tal vez haya habido algo poco apropiado en mis palabras, en mis escritos». Y añade que no es el único, pues son él están «obispos, sacerdotes, numerosos fieles». Afirma que «la situación en la Iglesia después del Concilio» es «tal que nosotros ya no sabemos qué hacer. Con todos estos cambios o corremos el peligro de perder la fe o damos la impresión de desobedecer. Yo quisiera ponerme de rodillas y aceptar todo; pero no puedo ir contra mi conciencia. No soy yo quien ha creado un movimiento», sino los fieles «que no aceptan esta situación. Yo no soy el jefe de los tradicionalistas… Yo me comporto exactamente como me comportaba antes del Concilio. Yo no puedo comprender cómo, de repente, se me condene porque formo a sacerdotes en la obediencia de la santa tradición de la santa Iglesia».
  
Pablo VI interviene para desmentir: «No es cierto. Se le dijo y escribió muchas veces que usted se equivocaba y por qué se equivocaba. Usted no ha querido escuchar nunca. Continúe con su exposición». Lefebvre retoma la palabra: «Muchos sacerdotes y muchos fieles piensan que es difícil aceptar las tendencias que se hicieron día después [sic! Así aparece en la transcripción, ndr.] del Concilio Ecuménico Vaticano II, sobre la liturgia, sobre la libertad religiosa, sobre la formación de los sacerdotes, sobre las relaciones de la Iglesia con los Estados católicos, sobre las relaciones de la Iglesia con los protestantes. Y, repito, no soy yo el que lo piensa. Hay mucha gente que piensa de esta manera. Gente que se aferra a mí y me empuja, a menudo contra mi voluntad, a no abandonarla… En Lille, por ejemplo, no fui yo el que quiso esa manifestación…».
   
«Pero, ¿qué está diciendo?», interrumpe Montini. «No soy yo… es la televisión», balbucea Lefebvre para defenderse. «Pero la televisión –replica Pablo VI, que se demuestra bien informado sobre todo– transmitió lo que usted dijo. Fue usted el que habló, y de manera durísima, contra el Papa». El arzobispo francés insiste culpando a los periodistas: «Usted lo sabe, a menudo son los periodistas los que obligan a hablar… Y yo tengo derecho de defenderme. Los cardenales que me han juzgado en Roma me han calumniado: y creo que tengo el derecho de decir que son calumnias… Ya no sé qué hacer. Trato de formar sacerdotes según la fe y en la fe. Cuando veo los demás Seminarios sufro terriblemente: situaciones inimaginables. Y luego: los religiosos que llevan el hábito son condenados o despreciados por los obispos: los que son apreciados, en cambio, son los que viven una vida secularizada, los que se comportan como la gente del mundo».
  
El Papa Montini observa: «Pero nosotros no aprobamos estos comportamientos. Todos los días trabajamos con gran esfuerzo y con igual tenacidad para eliminar ciertos abusos, no conformes a la ley vigente de la Iglesia, que es la del Concilio y de la Tradición. Si usted se hubiera esforzado por ver, comprender lo que hago y digo todos los días, para asegurar la fidelidad de la Iglesia al ayer y la correspondencia al hoy y al mañana, no habría llegado este punto doloroso en el que se encuentra. Somos los primeros en deplorar los excesos. Somos los primeros y los más preocupados para encontrar un remedio. Pero este remedio no se puede encontrar en un desafío a la autoridad de la Iglesia. Se lo he escrito en repetidas ocasiones. Usted no ha tenido en cuenta mis palabras».
  
Lefebvre responde afirmando querer hablar de la libertad religiosa, porque «lo que se lee en el documento conciliar va en contra de lo que han dicho sus Predecesores». El Papa dice que no son argumentos que se discutan durante una audiencia, «pero –asegura– tomo nota de su perplejidad: es su actitud contra el Concilio…». «No estoy en contra del Concilio –interrumpe Lefebvre–, sino solamente en contra de algunos de sus textos». «Si no está en contra del Concilio –responde Pablo VI– debe sumarse a él, a todos sus documentos». El arzobispo francés replica: «Hay que elegir entre lo que ha dicho el Concilio y lo que han dicho sus Predecesores».
   
Después Lefebvre dirige al Papa una petición: «¿No sería posible prescribir que los obispos aprueben, en las iglesias, una capilla en la que la gente pueda rezar como antes del Concilio? Ahora se le permite todo a todos: ¿por qué no permitirnos algo también a nosotros?». Responde Pablo VI: «Somos una comunidad. No podemos permitir autonomías de comportamiento a las diferentes partes». Lefebvre argumenta: «El Concilio admite la pluralidad. Pedimos que tal principio también se aplique a nosotros. Si Su Santidad lo hiciese, se resolvería todo. Habría un aumento de las vocaciones. Los aspirantes al sacerdocio quieren ser formados en la piedad verdadera. Su Santidad tiene la solución del problema en las manos…». Después el arzobispo tradicionalista francés se dice dispuesto a que alguien de la Congregación para los Religiosos «vigile mi Seminario», se dice listo para dejar de dar conferencias y a quedarse en su Seminario «sin salir».
    
Pablo VI le recuerda a Lefebvre que el obispo Adam [Nestor Adam, obispo de Sión, en el cantón del Vallés, en cuyo territorio se encuenta el seminario de Écône, N. del R.] «vino para hablarme en nombre de la Conferencia Episcopal Suiza, para decirme que ya no podía tolerar su actividad… ¿Qué debo hacer? Trate de volver al orden. ¿Cómo pueden considerarse en comunión con Nosotros, cuando toma posiciones contra la Iglesia?». «Nunca ha sido mi intención…», se defiende Lefebvre. Pero el Papa Montini replica: «Usted lo ha dicho y lo ha escrito. Que yo soy un Papa modernista. Que aplicando un Concilio Ecuménico, yo habría traicionado a la Iglesia. Usted comprenderá que, si así fuese, tendría que renunciar; e invitarle a usted a ocupar mi sitio para dirigir a la Iglesia». Y Lefebvre responde: «La crisis de la Iglesia existe». Pablo VI: «Sufrimos por ello profundamente. Usted ha contribuido para empeorarla, con su solemne desobediencia, con su desafío abierto contra el Papa».
  
Lefebvre replica: «No se me juzga como se debería». Montini responde: «El Derecho Canónico le juzga. ¿Se ha dado cuenta del escándalo y del daño que ha provocado en la Iglesia¿Está consciente de ello? ¿Le gustaría ir así ante Dios? Haga un diagnóstico de la situación, un examen de conciencia y luego pregúntese, ante Dios: ¿qué debo hacer?».
  
El arzobispo propone: «A mí me parece que abriendo un poco el abanico de las posibilidades de hacer hoy lo que se hacía en el pasado, todo se ajustaría. Esta sería la solución inmediata. Como he dicho, yo no soy el jefe de ningún movimiento. Estoy listo a permanecer encerrado para siempre en mi Seminario. La gente entra en contacto con mis sacerdotes y queda edificada. Son jóvenes que tienen el sentido de la Iglesia: son respetados en la calle, en el metro, por todas partes. Los demás sacerdotes ya no llevan el hábito talar, ya no confiesan, ya no rezan. Y la gente ha elegido: estos son los sacerdotes que queremos» (Los sacerdotes formados por monseñor Lefebvre, anota quien está escribiendo el acta).
  
Entonces Lefebvre le pregunta al Papa si está al corriente de que hay «por lo menos catorce cánones que se utilizan en Francia para la oración Eucarística». Pablo VI responde: «No solo catorce, sino cientos… Hay abusos; pero es grande el bien que ha traído el Concilio. No quiero justificar todo; como he dicho, estoy tratando de corregir en donde sea necesario. Pero es un deber, al mismo tiempo, reconocer que hay signos, gracias al Concilio, de vigorosa recuperación espiritual entre los jóvenes, un aumento del sentido de responsabilidad entre los fieles, los sacerdotes y los obispos».
   
El arzobispo responde: «No digo que todo sea negativo. Yo quisiera colaborar en la edificación de la Iglesia». Y afirma Montini: «Pero no es así, lo que es seguro es que usted concurre en la edificación de la Iglesia. Pero, ¿es usted consciente de lo que hace? ¿Es consciente de que va directamente contra la Iglesia, contra el Papa, contra el Concilio Ecuménico? ¿Cómo puede adjudicarse el derecho de juzgar un Concilio? Un Concilio, después de todo, cuyas actas, en gran medida, fueron firmadas también por usted. Recemos y reflexionemos, subordinando todo a Cristo y a su Iglesia. También yo reflexionaré. Acepto con humildad sus reproches. Yo estoy al final de mi vida. Su severidad es para mí una ocasión de reflexión. Consultaré también mis oficinas, como, por ejemplo, la S.C. para los obispos, etc. Estoy seguro de que usted también reflexionará. Usted sabe que le estimo, que he reconocido sus méritos [En los archivos de la diócesis de Milán hay una carta dirigida por el prelado francés al entonces arzobispo ambrosiano sobre los problemas misioneros del episcopado africano. Montini respondióle diciéndose complacido «por la acción apostólica», N. del R.], que hemos estado de acuerdo en el Concilio sobre muchos problemas… [Lefebvre y Montini participaron en los trabajos de la Comisión Central Preparatoria del Vaticano II, N. del R.]». Reconoce Lefebvre, «es cierto».
   
«Usted comprenderá –concluye Pablo VI– que no puedo permitir, incluso por razones que llamaría “personales”, que usted se vuelva culpable de un cisma. Haga una declaración pública, con la que se retiren sus recientes declaraciones y sus recientes comportamientos, de los cuales todos tienen noticia como actos no para edificar la Iglesia, sino para dividirla y hacerle daño. Desde que usted se encontró con los tres cardenales romanos, ha habido una ruptura. Debemos volver a encontrar la unión en la oración y en la reflexión». El Sustituto Benelli concluye la transcripción de la conversación con esta anotación: «El Santo Padre después ha invitado a Mons. Lefebvre a recitar con Él el “Pater Noster”, el “Ave María”, el “Veni Sancte Spíritus”».
Tornielli concluye su artículo dándole un aura de victimado a Montini diciendo que su segundo secretario, el irlandés Mons. John Magee SPS recordaba, años después, que desde entonces Montini:
«esperaba que el arzobispo  hubiera decidido cambiar su manera de conducir los ataques contra la Iglesia y contra la enseñanza del Concilio, pero todo fue inútil. Desde ese momento, Pablo VI comenzó a ayunar. Recuerdo bien que no quería comer carne, quería reducir la cantidad de comida que tomada, aunque ya comiera demasiado poco. Decía que tenía que hacer penitencia, para ofrecerle al Señor, en nombre de la Iglesia, la justa reparación por todo lo que estaba sucediendo».
***
  
Escribe el padre Christian Thouvenot FSSPX (La Tradizione Cattolica, n. 2, 2018, pág. 33) que con la publicación del libro del padre Sapienza tenemos ahora a disposición dos fuentes sobre el encuentro del 11 de septiembre de 1976. La primera estaba constituida por el relato que el mismo monseñor Lefebvre hizo a los seminaristas de Écône en dos conferencias el 12 y el 18 de septiembre, sobre las cuales se basa la reconstrucción hecha por monseñor Bernard Tissier de Mallerais en su libro Marcel Lefebvre. Une vie.
  
El verbal redactado por Benelli, escribe Thouvenot, corrobora el relato de Lefebvre en sus elementos esenciales, pero hay una diferencia. De hecho, el relato de Benelli no menciona para nada el reproche que, estando Lefebvre, Pablo VI habría movido al arzobispo por el juramento contra el papa que, según Montini, era exigido a los seminaristas de Écône.
  
He aquí, sobre la cuestión del juramento, la versión del coloquio informada por Mons. Lefebvre al día siguiente a sus seminaristas:
Pablo VI: «No tiene ningún derecho a oponerse al Concilio; usted es un escándalo para la Iglesia, la está destruyendo. Es horrible, usted levanta a los cristianos contra el Papa y contra el Concilio. ¿No siente nada en su conciencia que lo condene?».
Monseñor Lefebvre: «Absolutamente nada».
Pablo VI: «Es usted un irresponsable».
Monseñor Lefebvre: «Solo sé que estoy continunado la Iglesia. Estoy formando buenos sacerdotes…».
Pablo VI: «No es verdad, usted forma sacerdotes contra el Papa, ¡usted les hace firmar un juramento contra el Papa!».
Monseñor Lefebvre: «.¿Que los hago firmar qué cosa? Santísimo Padre, ¿cómo puede decirme algo así? ¡¿Que los hago firmar un juramento contra el Papa?! ¿Puede mostrarme una copia de ese “juramento”?».
Pablo VI: «¡Usted condena al Papa! ¿Qué órdenes me dará? ¿Qué debo hacer? ¿Presentar mi renuncia para que usted pueda tomar mi lugar?».
Monseñor Lefebvre: «¡Ah! (Volví a poner mi cabeza entre mis manos) Santísimo Padre, no diga esas cosas. ¡No, no, no! Permítame continuar. Usted tiene la solución en sus manos. Sólo necesita decir una cosa a los obispos: “Acepten con comprensión a estos grupos de fieles que se adhieren a la Tradición, a la Misa, a los sacramentos, y al catecismo de siempre; denles lugares de culto”. Estos grupos serán la Iglesia, encontrarán vocaciones en ellos y serán lo mejor de la Iglesia. Los obispos lo comprobarán. Déjeme mi seminario. Permítame seguir llevando a cabo este experimento de la Tradición».
Monseñor Lefebvre indica que a escuchar esa increíble afirmación, se llevó las manos a la cabeza en señal de consternación, porque Pablo VI «estaba completamente convencido de lo que el cardenal Villot, probablemente, le había dicho». Monseñor Tissier de Mallerais comenta al respecto: «Ni este juramento, ni nada parecido existió nunca. ¡Jamás! Monseñor Lefebvre había sido calumniado ante el Papa, lo cual explicaría por qué Pablo VI se sentía personalmente ofendido».

Además, el padre Sapienza omite lo siguiente del argumento de Mons. Lefebvre en favor de su petición de una capilla de la Tradición en cada diócesis:
«En cuanto a mí, estoy listo a hacer lo que sea por el bien de la Iglesia. Uno de los miembros de la Sagrada Congregación para los Religiosos puede vigilar mi seminario; ya no daré más conferencias; permaneceré en mi seminario; le prometo que no volveré a salir de él; se podría llegar a un acuerdo con los distintos obispos para colocar a los seminaristas al servicio de sus respectivas diócesis; si usted lo desea, se podría designar un Comité para el Seminario, con la aprobación de Monseñor Adam».
Cuando Mons. Lefebvre dice «los religiosos que llevan el hábito son condenados o despreciados por los obispos: los que son apreciados, en cambio, son los que viven una vida secularizada, los que se comportan como la gente del mundo», se refiere a su visita a Fanjeaux (Francia), donde las Hermanas Dominicas del Santo Nombre de Jesús estaban siendo sometidas a una persecución generalizada por el obispo de Carcasona, Pierre-Marie-Joseph Puech:
«Las monjas que visten como seglares son aceptadas, pero las hermanas a las que visité hace dos días están siendo reducidas al estado laico y el obispo les ha pedido en cinco ocasiones que abandonen sus hábitos. Lo mismo sucede con los sacerdotes que son fieles al catecismo de siempre y a la Misa de su ordenación, los cuales están siendo echados a la calle; y quienes ya no parecen sacerdotes son aceptados».
De acuerdo con Monseñor Lefebvre, dos de los documentos del Concilio que se había negado a firmar se mencionaron explícitamente: Dignitátis Humánæ y Gáudium et Spes. Cuando Montini le preguntó por qué se negaba a reconocer la doctrina de la libertad religiosa tal y como era promulgada por el Concilio, Monseñor Lefebvre citó a varios Pontífices Romanos: «Contienen pasajes que contradicen textualmente lo enseñado por Gregorio XVI y Pío IX…» «¡Dejemos este tema a un lado!», interrumpió el Papa. «¡No estamos aquí para discutir sobre teología!», y Monseñor Lefebvre pensó para sí mismo: «¡Esto es increíble!».
   
El 14 de septiembre, entrevistado por la televisión francesa, Lefebvre se mostraba confiado:
«Se ha establecido un nuevo entorno, el hielo se ha roto… Fue una conversación, la primera negociación, por decirlo de alguna manera. Esperamos una luz verde, ser aprobados como todos los demás experimentos que se están realizando actualmente… el Papa me dijo que consultaría con la Congregación al respecto. Pablo VI me dio a entender que este diálogo continuaría, pero después de un par de meses. Luego de todas las pruebas que nos han separado, no vamos a encontrar una solución en cuarenta y ocho horas… Para nosotros, no existe el tema del cisma, estamos dando continuidad a la Iglesia… En la medida en que el Papa esté en unión con sus predecesores, estaremos en perfecta unión. Cuando las novedades empiezan a surgir, entonces debemos examinar si estos cambios están en verdadera consonancia con la Tradición»;
y dos días después le escribió al papa agradeciéndole por la audiencia:
«Estamos unidos por un punto en común: el deseo ardiente de ver cesar todos los abusos que desfiguran a la Iglesia. ¡Cómo desearía poder colaborar con Su Santidad y bajo su autoridad en esa obra tan benéfica, para que la Iglesia pudiera recuperar su verdadero rostro».
Pero no existirá la distensión, y nunca habrán más encuentros. El 11 de octubre Pablo VI respondió en un tono severo:
«Usted habla como si se le hubiese olvidado las palabras y los gestos escandalosos contra la comunión eclesial, de los cuales usted nunca se ha retractado. Usted no muestra arrepentimiento ni siquiera por la que fue la causa de su suspensión a divínis. Usted no expresa explícitamente su adhesión a la autoridad del Concilio Vaticano II y de la Santa Sede –lo que constituye la esencia del problema– y prosigue su propia obra, que la autoridad legítima le ha demandado expresamente interrumpir».
Como sea, el coloquio del 11 de septiembre de 1976 no tuvo resultados. Un Pablo VI déspota esperaba una declaración pública con la cual Lefebvre se retractase de sus afirmaciones contra el Concilio; Lefebvre esperaba un gesto del Papa a favor de los católicos «tradicionalistas». Ninguno de los dos obtiene lo que desea.

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