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martes, 10 de marzo de 2020

MES DE MARZO EN HONOR A SAN JOSÉ - DÍA DÉCIMO


PREPARACIÓN PARA CONSAGRARSE COMO ESCLAVO DE CONFIANZA AL CASTO CORAZÓN DE SAN JOSÉ
   
La verdadera devoción a San José consiste esencialmente en la confianza ilimitada en la intercesión de este Santo Varón, en la imitación de sus virtudes y en el amor filial que se le profese. Ser su devoto quiere decir tratar de amar al Padre Celestial como él lo hizo; y poner la vida, los bienes y todos los actos del día bajo su paternal patrocinio.
  
Los que quieran ser fieles devotos del Padre Protector de la Iglesia, y verdaderos servidores de su culto, deben consagrarse a él como sus esclavos. Pero como se ama lo que se conoce, es fundamental para esta alianza admirarse con su vida a través de la Vida y Mes del glorioso patriarca San José que escribiera el Padre Antonio Casimiro Magnat, incluido a continuación.
   
La esclavitud del santo exige recitar una fórmula que indica la dedicación de la vida entera al servicio de su piedad. Significa alabar al benditísimo Patriarca desde que aparece la primera luz del día hasta que se va al lecho, para lo cual, también el último día de este mes, entregaremos una pequeño Devocionario Josefino con las oraciones del cristiano al amparo de San José.
   
Quienes deseen manifestarse como verdaderos devotos del Castísimo Esposo de Nuestra Santa Madre, deben luchar por ser almas de oración que frecuenten los sacramentos, amantes del silencio, la pureza, modestia y humildad, tener una encendida caridad y una vida que se realice en la laboriosidad y el ocultamiento. Y para alcanzar tan altas aspiraciones, es que a él recurriremos diciendo cada día en el Acordaos: “que nunca se ha oído decir que ninguno de los que ha invocado vuestra protección o implorado vuestros auxilios, hayan quedado sin consuelo”.
  
ACTO DE CONTRICIÓN
¡Oh, Dios Omnipotente!, arrepentido por las muchas culpas que he cometido contra vuestra divina majestad, vengo a solicitar de vuestra misericordia infinita generoso perdón. Por la valiosa intercesión del Santísimo Patriarca Señor San José os suplico humildemente que me concedáis nuevas gracias para serviros y amaros, a fin de que después de haber combatido denodadamente en esta vida, tenga la dicha de alcanzar el galardón eterno a la hora de la muerte. Así sea.
   
DÍA DÉCIMO — 10 DE MARZO
  
CATECISMO DE SAN JOSÉ
11- ¿Cómo San José fue uno de los pretendientes de la mano de María?
Cuando la joven María llego a la edad de 14 años, los sacerdotes a cuya vista fue educada en el templo mismo darla un esposo; más se hallaron en un gran embarazo: por una parte habiéndose hecho admirable la joven María por sus aventajadas cualidades y excelsas virtudes, era indispensable que la elección fuera digna de ella, y que tuviera lugar, además, en su propia familia, porque la Ley así lo prescribía: María había hecho voto de virginidad, y era necesario conciliar el debido respeto a las promesas hechas a Dios, con la prescripción mosaica que exigía el casamiento a todas las doncellas de Israel. Después de un maduro examen, los sacerdotes, para conciliarlo todo, resolvieron dar a María por esposo alguno de sus parientes que pudiera ser el más fiel custodio de su inmaculado virginal candor. Para mejor hacer la elección, decidieron a que todos aquellos a quienes la Ley daba derecho de obtener la mano de la divina Doncella, fuesen convocados al templo. José, como descendiente de la casa de David y como pariente de María, fue comprendido entre los pretendientes. La orden de los sacerdotes fue ejecutada, y José, sea por obediencia, sea que su humildad le persuadiese que era imposible que la elección recayese en él, fue al templo; pero los pretendientes, atraídos por la reputación de la joven María, fueron tan numerosos que la elección fue para los sacerdotes si no imposible, al menos difícil.
  
GRANDEZA DE SAN JOSÉ COMO ESPOSO DE MARÍA.
Habiendo resuelto Dios el Hijo, desde toda eternidad, nacer milagrosamente de la más pura de las vírgenes, determinó dar un esposo a la Madre, y en esto nos dice San Ignacio mártir, tuvo miras dignas de su sabiduría y de su amor. En efecto, por este medio pudo ocultar el misterio de su Encarnación hasta el momento en que debiera revelarlo al mundo; salvar al mismo tiempo el honor de su augusta Madre, de cuya virtud se hubiera podido dudar y darla un compañero fiel que pudiera ayudarla en sus necesidades y consolarla en sus aflicciones, y también para tener Él mismo un director y un sostén fiel en su niñez. Últimamente, quiso honrar a San José sometiéndose a su dirección y elevándole a la sublime dignidad de esposo de su Madre.
  
María es un paraíso de delicias, adornado con los más bellos lirios, en la que debe crecer el árbol de la vida, y de donde correrán los torrentes de la gracia; ahora bien; como en el primer Paraíso terrenal Dios había puesto a Adán para guardarle, convenía también que este nuevo jardín tuviera un guarda que velase por sus frutos y defendiera la entrada. Y fue José, fue ese hombre escogido entre mil para ser el protector y defensor de la virginidad de María.
 
En el Antiguo testamento, cuando hubo que colocar el Arca de la Alianza en un lugar seguro, se escogió la casa de Aarón, que mereció esta gracia por su gran piedad, y el Arca de la Nueva Alianza, es decir María, de quien la antigua no era más que una figura grosera, fue confiada a José; a él le encarga Dios conducirla, consolarla y velar por ella como como su ángel visible.

En el matrimonio que María contrajo con José, no impuso otra condición que la de que su esposo fuera en todo y por todo semejante a ella en la inocencia de costumbres y en la pureza del alma. Ahora bien, como el Espíritu Santo velaba esta unión, «nadie puede dudar, dice San Bernardino de Siena, que María no haya sido satisfecha en su demanda, y que José no fuera enriquecido con cualidades, dones y virtudes, semejantes en todo a los de su esposa María. Que los evangelistas guardan silencio sobre José; que se abstengan de exaltar como pudieran hacerlo, la dignidad de este santo Patriarca, importa poco; nos le representan cono esposo de María: virum Maríæ, esto nos basta. En estas dos palabras, encontramos todas las virtudes, todas las grandes prerrogativas del glorioso San José.

En efecto, si San José era esposo de María, San Bernardo nos asegura, que fue de todos los mortales el que más se parecía a esta augusta Virgen: «José, dice, fue hecho a imagen y semejanza de María, su esposa»; luego fue también el que más se acercó a esta sublime criatura, la cual se encumbró hasta lo más encumbrado de los cielos, llena de alegría en el seno del Padre Eterno a su Hijo único, ese Hijo que engendró en la eternidad de los tiempos y en el que cifraba todas sus complacencias. –José era esposo de María; por lo tanto, era un mismo corazón y una misma alma, dice San Leonardo de Puerto Mauricio; con ese corazón y esa alma que llevó dentro de sus sagradas entrañas el corazón y el alma del Hijo de Dios. —Siendo José esposo de María, fue el jefe de la primera soberana del mundo, porque el hombre, dicen las Escrituras, es el jefe de la mujer; por lo tanto, fue el señor de esta gran Reina, que las dominaciones, los principados, los querubines y los serafines, se glorían de servir.—José era el esposo de María. ¡Ah! es bastante, exclama San Bernardino: «diciendo esto, decís bastante; decís que era semejante a la Virgen su esposa: Factas in similitúdinem Vírginis sponsæ suæ». Si María fue la resplandeciente aurora que anunció el Sol de justicia, José fue el horizonte iluminado por sus brillantes resplandores.
  
Así, ya lo veis, almas cristianas, si como justo llegó José á sobrepujar en santidad a los más grandes santos, se elevó como esposo de María, por encima de los ángeles, y ha podido ver a sus pies, excepto a María, todas las demás santidades creadas.
  
Feliz, pues, una y mil veces, feliz este gran Santo, que Dios exaltó por encima de los reyes de la tierra y los príncipes de la celestial milicia. En efecto, si consideramos con alguna atención, veremos que José es Ángel en la inocencia de su vida, Arcángel en la eminencia de su ministerio y Principado en los triunfos que alcanzó sobre el cruel Herodes y sobre los demonios. Si continuamos reflexionando, reconoceremos que José es: Potencia, por la producción de diversas maravillas; Virtud, por su participación abundante de las divinas perfecciones; Dominación, por el ejercicio de su autoridad sobre Jesús y María; Trono, por su humilde servidumbre; Querubín, por el conocimiento que tuvo de los más sublimes misterios, y Serafín por su ardientísima caridad. De modo, que si consideramos a San José bajo el punto de vista de las dignidades de los nueve coros de los Ángeles, nos hallamos con que las reúne todas, pero si le consideramos como esposo de María, ¡oh!, entonces nos faltan expresiones para calificar esta dignidad, porque nada en el Cielo ni en la tierra puede compararse con la dignidad de María como Madre de Dios. Después de Dios, la dignidad más elevada es la de la augusta María como Madre del Redentor, pero después de la de María, está la de José como esposo de María. Que la consideración de las grandezas inefables del glorioso San José redoble nuestra confianza en él, porque su poder es proporcionado a su dignidad. Si María es Reina en los cielos, San José es Rey; si María es omnipotente, San José es también omnipotente; si María es Madre de las Misericordias, San José es el padre; tengamos, pues, en José una ilimitada confianza sin límites, y estemos seguros que no nos engañaremos.
 
COLOQUIO:
EL ALMA: Puesto que habéis sido escogido por Dios, ¡oh glorioso San José! para ser esposo de María, y puesto, que habéis habitado con ella durante cerca de treinta años, nadie puede conocer mejor que vos a esta augusta Virgen. Os ruego encarecidamente, oh mi buen Padre, que me habléis hoy de María; encended su amor en mí por vuestras santas palabras, a fin de que lleno del más vivo reconocimiento pueda manifestarla el cariño que la debo.
  
SAN JOSÉ: ¡Oh! sí, hija mía, yo tuve la dicha de conocer bien a María. Nadie ha podido estudiarla mejor que yo y sondear el Corazón de esta augusta Virgen; sí, he sido testigo del profundísimo afecto de María a Jesús y el mayor aun de Jesús a María, junto con el de Jesús y María por los hombres. Contemplo también ahora el amor de Jesús a María y el homenaje que la rinde en el Cielo unido a la gloria y al poder con que la rodea; gloria y poder tales que la de todos los Ángeles y Santos no pueden comparársele. ¿Quieres que te hable de María? Pues bien, hija mía, te diré sin vacilar, ama a María, ama a tu Madre; y cuando te digo tu Madre, no creas que exagero al usar esta expresión. María es realmente tu Madre, no según la carne, sino según el espíritu; ella es el espíritu, ella es la Madre espiritual de todas las almas.
  
EL ALMA: ¿Y cuándo, ¡oh Padre mío!, María llegó a ser nuestra Madre?

SAN JOSÉ: María llegó a ser la madre de todas las almas, en dos épocas: primero, cuando mereció concebir al Hijo de Dios en sus virginales entrañas; porque como dicen muy bien San Alberto el Grande y San Bernardino de Siena, inmediatamente que María dio el consentimiento que el Verbo esperaba para hacerse su hijo, deseó ardientemente la salvación de los hombres y los llevó indirectamente en su seno como la más tierna de las madres. La segunda época en que esta augusta Virgen se hizo Madre de todas las almas, fue aquella en que con el Corazón traspasado con el más cruel dolor de cuantos han existido, se unió al sacrificio de Jesús y ofreció este Hijo muy amado al Padre eterno por la salvación de los hombres culpables. En aquellos momentos fue cuando el Salvador fijando sus tiernos ojos en María y en San Juan, dijo a su Madre: «He ahí vuestro hijo», y al discípulo: «He ahí vuestra Madre».
 
EL ALMA: ¡Oh padre mío, cuán cara costó nuestra adopción a nuestra tierna Madre! ¡Cuánto deben amarla los hombres y con cuánta confianza deben invocarla!
  
SAN JOSÉ: Sí, hija mía, deben amar mucho a María y confiarse en ella; porque María los ama y se ocupa de sus más caros intereses, con más solicitud que la mejor de las madres. Así que la que la venera con sincera devoción, encontrará la gracia en esta vida y la dicha en la otra. San Antonio ha dicho que es de absoluta necesidad que los que se confían a María se salven, y San Bernardino añade que los que obtienen la protección de María, son mirados por los bienaventurados, como sus conciudadanos en la patria celestial y que aquel que lleva la señal de los servidores de María, está ya inscrito en el libro de la vida. No es posible que los servidores de María se condenen, porque no la falta poder, ni voluntad para ayudarlos.

EL ALMA: Así que padre bondadoso, ¿puede decirse que aquel que tiene una sincera devoción a María es realmente un predestinado?
  
SAN JOSÉ: Sí, seguramente, pero ten presente, hija mía, no basta para ser agradable a María, recitar las oraciones en honor suyo, hacerse inscribir en sus hermandades, llevar sus libros; eso no constituye por sí solo al verdadero devoto de María. Además, hija mía, es necesario huir del pecado que causó la muerte de su divino Hijo, porque no se honra a la Madre ultrajando al Hijo; conviene además imitar las virtudes de que dio al hombre tan buenos ejemplos: María es humilde y quiere que los que la sirven lo sean también; María es piadosa y pura, y rechaza de sí al impúdico y al impío; es buena y caritativa y no puede sufrir al envidioso y al vengativo. ¿Cómo con tales diferencias se atreverá nadie a decirse hijo de María? Un pecador lo decía cierto día: «manifestad que sois mi madre», y una voz interior le respondió: «manifestad que sois mi hijo». Valor, pues, hija mía, pon manos a la obra y nada temas. Ruega a María, ama a María y alcanzarás el laurel de la victoria.
  
EL ALMA: Puedo, pues, oh mi glorioso padre, exclamar con San Anselmo: «¡Oh feliz confianza! ¡Oh refugio seguro! La Madre de Dios es también madre mía; ¡con cuánta certidumbre debo pues esperar, puesto que mi salvación depende de la voluntad de Jesús, mi padre, y de la protección de mi madre María!».

SAN JOSÉ: Y no serás defraudada en tus esperanzas, hija mía; todos los Santos se han agarrado a esta tabla de salvación, en medio de los escollos de la vida. «Si amo a María, decía San Juan Berchmans, estoy seguro de la perseverancia y obtendré de Dios cuanto desee». Y el piadoso joven se entretenía con este pensamiento, repitiendo frecuentemente: Os amo María, mi buena madre. Ama, pues, a María, como la han amado todos los grandes Santos. Ámala como San Felipe Neri, que la llamaba sus delicias; como San Buenaventura que la llamaba su corazón y su alma; como San Bernardo, que quería tanto a esta tierna Madre, que la nombraba encanto de los cielos; como San Bernardino de Siena, que no dejaba pasar un solo día sin visitar devotamente una de sus imágenes; como san Luis de Gonzaga, que la llamaba su madre querida; en fin, ámala como la han amado tantos Santos que buscan todos los medios de agradarle.  
RESOLUCIÓN: Rogar frecuentemente a San José que nos inspire un grande amor a María. Rezar todos los días una oración a la Santísima Virgen, y sobre todo el Memoráre.
   
LETANÍAS DE SAN JOSÉ.
  
Señor, tened piedad de nosotros.
Jesucristo, tened piedad de nosotros.
Señor, tened piedad de nosotros.
  
Jesús, óyenos.
Jesús, acoge nuestras súplicas.
  
Padre celestial, que sois Dios, tened piedad de nosotros.
Hijo redentor del mundo, que sois Dios, tened piedad de nosotros.
Espíritu Santo, que sois Dios, tened piedad de nosotros.
Santísima Trinidad, un solo Dios, tened piedad de nosotros.
   
Santa María, Madre de Dios, Esposa de San José, ruega por nosotros.
San José, nutricio del Verbo encarnado, ruega por nosotros.
San José, coadjutor del gran consejo, ruega por nosotros.
San José, hombre según el corazón de Dios, ruega por nosotros.
San José, fiel y prudente servidor, ruega por nosotros.
San José, custodio de la virginidad de María, ruega por nosotros.
San José, dotado de gracias superiores, ruega por nosotros.
San José, purísimo en virginidad, ruega por nosotros.
San José, profundísimo en humildad, ruega por nosotros.
San José, altísimo en contemplación, ruega por nosotros.
San José, ardientísimo en caridad, ruega por nosotros.
San José, que habéis sido declarado justo por el Espíritu Santo, ruega por nosotros.
San José, que fuisteis instruido divinamente en el misterio de la Encarnación, ruega por nosotros.
San José, que tuvísteis bajo vuestra protección y vuestra obediencia al Señor de los señores, ruega por nosotros.
San José, que tuvísteis durante tantos años la vida del mismo Dios por regla de la vuestra, ruega por nosotros.
San José, que vísteis con María, en las acciones de Jesús, tantos secretos ignorados de los duros hombres, ruega por nosotros.
San José, fidelísimo imitador del gran silencio de Jesús y María, ruega por nosotros.
San José, que fuísteis ignorado de los hombres y conocido sólo de Dios, ruega por nosotros.
San José, que ocupáis el primer puesto entre los Patriarcas, ruega por nosotros.
San José, que habeis muerto santamente en los brazos de Jesús y de María, ruega por nosotros.
San José, que anunciásteis la venida de Cristo a los limbos, ruega por nosotros.
San José, a quien se cree resucitado con Jesucristo, ruega por nosotros.
San José, que habeis sido recompensado en el Cielo con una gloria especialísima, ruega por nosotros.
San José, padre y consolador de los afligidos, ruega por nosotros.
San José, protector de los pecadores arrepentidos, ruega por nosotros.
San José, poderosísimo para socorrernos en los peligros de la vida y en la hora de la muerte, ruega por nosotros.
  
Por vuestra infancia, escúchanos Jesús.
  
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, acoge nuestros ruegos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, ten piedad de nosotros.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, perdónanos, Señor.

℣. Ruega por nosotros, bienaventurado San José.
℞. A fin de que seamos dignos de las promesas de Jesucristo.

ORACION
¡Oh Dios! cuya bondad y sabiduría son infinitas, y que al elevar al justo José a la dignidad de esposo de María, le dísteis los derechos y autoridad de padre sobre vuestro único Hijo, haced que, imitando el respeto, la sumision y el cariño que el mismo Jesucristo y su santísima Madre tuvieron a este gran Santo, le veneremos tambíen con piedad filial, a fin de obtener por su intercesion, la gracia de amaros y serviros en este mundo, en espíritu y verdad, para tener la dicha de poseeros.

¡Jesús, María y José, os doy mi corazón, mi espíritu y mi vida!
¡Jesús, María y José, asistidme en vida y en mi última agonía!
¡Jesús, María y José, haced que expire en vuestra compañía! (Cien días de indulgencias cada vez que se recite cada una de estas invocaciones. Pío VII, 28 de abril de 1803).
   
MEMORÁRE
Acordaos, ¡oh castísimo esposo de la Virgen María, San José, mi amable protector!, que nunca se ha oído decir que ninguno de los que ha invocado vuestra protección o implorado vuestros auxilios, hayan quedado  sin consuelo. Lleno de confianza en vuestro poder, llego a vuestra presencia, y me recomiendo con fervor. ¡Ah! No desdeñéis mis oraciones, oh vos, que ha­béis sido llamado padre del Redentor, sino escu­chadlas con benevolencia, y dignaos recibirlas favo­rablemente. Así sea. (Trescientos días de indulgencias, una vez por día, apli­cables a los difuntos. Breve de Nuestro Santo Padre el Papa León XIII).

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