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jueves, 14 de mayo de 2020

LEVIATÁN Y BEHEMOTH: APROXIMACIONES AL ESTADO TOTALITARIO

Por Antonio Sánchez García* para PANAM POST.
  
La “anarquía más o menos organizada” de Venezuela que intenta saciar la voracidad de cárteles y mantener con vida al miserable Estado cubano, se hundirá cada vez más en los abismos de su decadencia. (Efe)
  
De la tradición mítica de la Mesopotamia recibieron los judíos las dos figuras clave que reúnen el colmo del horror y los males políticos de la tierra bajo la hegemonía totalitaria: Leviatán, el monstruo de los mares, y Behemot, el monstruo de la tierra. Thomas Hobbes comprendió que la transfiguración del Leviatán en un monstruo real constituía la perfecta metáfora para definir al Estado burgués. Desde entonces, el Leviatán de Hobbes es una de las más importantes aproximaciones teóricas al fenómeno del Estado en la sociedad moderna. Un gran pensador alemán, Franz Neumann, asumió la tarea de descifrar la correspondencia real al Behemot en el pensamiento y la acción del nacionalsocialismo entre 1933 y 1944. Disponemos de una excelente versión del Leviatán editado por el Fondo de Cultura Económica y del Behemot por Anthropos. Dos lecturas que deberían ser obligatorias para quienes se ocupen de la política como problema social.
  
Carente de una teoría política propia, de una teoría del Estado y menos de una teoría social, no vio Neumann en el nazismo más que la expresión del horror de un contubernio entre el gran capital alemán y las fuerzas más oscuras de la reacción conservadora: “el régimen de Hitler” —escribe Peter Hayes en su introducción al libro de Neumann— “fue un monstruo caótico, amorfo y sin ley. Su política expresaba las fuerzas, en ocasiones convergentes y en otras contrapuestas, de los cuatro poderes centrales, en relación simbiótica, pero separados (el partido nazi, la burocracia estatal, las fuerzas armadas y el poder económico) que lo componían. Tanto el enorme poderío como la inherente vulnerabilidad de la Alemania nazi procedía, según Neumann, de la conspiración entre estos cuatro grupos de intereses particulares, cada uno de los cuales buscaba expandir su poder y su territorio alemanes sin ceder autoridad o status a ninguna de las otras partes”¹.
   
Guardando las debidas distancias —el nacionalsocialismo fue extraordinariamente exitoso en todos los terrenos en los que el chavismo no ha sido más que un caótico amasijo de caos, criminalidad, narcotráfico y crisis humanitaria—, sobran los paralelos y semejanzas. Para comenzar, un golpe de Estado que fracasa, pero crea las condiciones de un estado de excepción que proveerá las bases para el asalto al poder sirviéndose de los procesos electorales. Al respecto, el comentario de Hitler al fracaso del Putsch de Münich de 1923, lo aclara de manera diáfana y convincente. Así lo afirmó el 8 de noviembre de 1935: “El Destino nos ha protegido. No permitió que nuestra acción tuviera éxito cuando, de haberlo logrado, hubiese naufragado a causa de la falta de madurez interna del movimiento y sus defectuosos cimientos espirituales y de organización. Lo sabemos hoy. Entonces actuamos con valor y virilidad, pero la providencia obró con sabiduría”. No hubo el 4 de febrero de 1992 de parte del golpismo castrocomunista ni valor ni virilidad y si bien no fue la providencia la que obró con sabiduría llevando el golpe al fracaso, sino la incapacidad y la falta de grandeza y hombría de Chávez, así como la pusilanimidad y la falta de perspectiva histórica de las debilitadas y contrahechas fuerzas democráticas, el resultado del fracaso del golpe y la postergación del logro de sus fines, la canalización del descontento por las vías políticas tradicionales permitió, como exacta reproducción de las circunstancias alemanas, que la espera hasta el asalto al poder mediante los mecanismos electorales rindiera sus frutos. El golpismo procedió siguiendo textualmente las palabras pronunciadas por Goebbels en 1927: “Iremos al Congreso y lo someteremos siguiendo sus propias reglas. Para desde allí conquistar el poder. Conquistaremos el poder por medios legales”. Suena asombroso, pero es la verdad: Hitler no dio un solo paso al totalitarismo nazi sin respetar la ley.
   
Exactamente como el régimen nazi, tampoco el chavismo ha dispuesto de una teoría política y una ideología capaz de blindar sus afanes totalitarios. Y aquello que aparece como su estado no es más que el contubernio y la asociación criminal de pandillas de hampones puestas al servicio del saqueo de las riquezas nacionales. Su base de poderío y sustentación son las fuerzas armadas, carentes de toda ideología nacionalista, pero ávidas, desde siempre, del enriquecimiento ilícito. Hoy conforman la principal plataforma distribuidora de cocaína del planeta —el Cartel de los Soles— y ante el colapso inducido por las propias autoridades que detentan el poder, han hecho de los ingresos del narcotráfico la principal fuente de riqueza del caótico y criminal Estado que detentan. Que solo podrá ser vencido y derrotado, exactamente como fuera el caso de la Alemania nazi, mediante el uso extremo de la fuerza: “Es necesaria una derrota militar de Alemania. Ignoro si es o no posible aplastar al nacional-socialismo sin una derrota militar. Pero sí estoy seguro de una cosa: una derrota militar lo barrerá. Aviones, tanques y cañones mejores y en mayor número, y una completa derrota militar, arrancarán el nacional-socialismo del espíritu del pueblo alemán”².
  
Esta “anarquía más o menos organizada” que intenta saciar la voracidad de los cárteles de las mafias rusas, chinas, islámicas y mantener con vida al miserable Estado cubano, se hundirá cada vez más en los abismos de su decadencia. Su base de sustentación tradicional, el petróleo, se ha convertido en un estorbo del que las grandes empresas petroleras del mundo pretenden liberarse regalándoselo a quienes estén dispuestos a cargar con su almacenamiento. Un lastre cuyo valor ya es negativo: un barril vale menos de cero. Impedir que el apocalipsis que le espera a los venezolanos se consuma y salvar a la región de los apocalípticos efectos que la amenaza desde Miraflores, es un imperativo político de Occidente. Más ahora, cuando la pandemia nos amenaza con la muerte global. Salvar a Venezuela es, hoy más que nunca, un imperativo categórico. 

NOTAS
* Historiador y Filósofo de la Universidad de Chile y la Universidad Libre de Berlín Occidental. Docente en Chile, Venezuela y Alemania. Investigador del Max Planck Institut en Starnberg, Alemania.
¹Franz Neumann, Behemot, Anthropos, Barcelona, 2014.
²Ibídem, pág. XXI.

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