Traducción del artículo publicado por Adrien Abausit para ÉDITIONS ALTITUDE (Francia).
YVES CONGAR: UN perítus CONTRA EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA
«Junto con esas sagradas fuentes [la Sagrada Escritura y la divina Tradición], Dios ha dado a su Iglesia el Magisterio vivo, para ilustrar también y declarar lo que en el depósito de la fe no se contiene más que obscura y como implícitamente. Y el Divino Redentor no ha confiado, la interpretación auténtica de este depósito a cada uno de los fieles, ni aun a los teólogos, sino sólo al Magisterio de la Iglesia.
[...]
Si los Sumos Pontífices en sus constituciones de propósito pronuncian una sentencia en materia disputada, es evidente que, según la intención y voluntad de los mismos Pontífices, esa cuestión no se puede tener ya como de libre discusión entre los teólogos.
[...]
Algunos no se consideran obligados a abrazar la doctrina que hace algunos años expusimos en una Encíclica, y que está fundada en las fuentes de la revelación, según la cual el Cuerpo de Cristo y la Iglesia Católica Romana son una misma cosa» (Pío XII, Humáni géneris).
«Entre los miembros de la Iglesia sólo se han de contar de hecho los que recibieron las aguas regeneradoras del bautismo, y profesan la verdadera fe» (Pío XII, Mýstici Córporis Christi).
A comienzos del año 2017, algún tiempo después de un retiro espiritual durante el cual realicé los ejercicios de San Ignacio, decidí leer integralmente los textos del Vaticano II.
Mi lectura se hizo en el orden de presentación de los documentos conciliares.
- Dei Verbum, en razón de su brevedad, fue rápidamente acabado.
- Le siguió Lumen Géntium, y provocó en mí una mezcla de asombro, de escándalo y de malestar.
El objeto de este
escándalo, que explicaré al lector, es el párrafo 2 del punto 8, que dice:
«Esta es la única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos como una, santa, católica y apostólica, y que nuestro Salvador, después de su resurrección, encomendó a Pedro para que la apacentara (cf. Juan 21, 17), confiándole a él y a los demás Apóstoles su difusión y gobierno (cf. Mat. 28, 18 ss), y la erigió perpetuamente como columna y fundamento de la verdad (cf. 1 Tim. 3, 15). Esta Iglesia, establecida y organizada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él si bien fuera de su estructura se encuentren muchos elementos de santidad y verdad que, como bienes propios de la Iglesia de Cristo, impelen hacia la unidad católica».
Algunos meses más tarde, la Providencia me llevó a descubrir que el hombre tras el origen de estas líneas no era otro que Yves Congar.
¿Yves Congar? ¿Qué conocía hasta hoy, y comprendía entre los católicos, este personaje que acabó «cardenal» en 1994? Muy poco. Y por tanto, desgraciadamente para la Iglesia, jugó un papel tan decisivo como funesto que hizo de él un personaje ineludible del siglo XX.
Me pareció útil presentar a Congar al lector, porque su obra ilustra el hecho de que el Vaticano II no es un concilio católico que explica la Revelación, sino el acto fundador de una nueva religión, que no se basa en el Magisterio de la Iglesia.
PRESENTACIÓN DE UN perítus
Nacido en Sedán en 1904, Congar entró en los Dominicos en 1925 antes de ser ordenado sacerdote el 25 de julio de 1930.
Desde su más tierna edad, principalmente bajo la influencia del padre Chenu[1],
él desarrolló una pasión por la causa del ecumenismo. Su sueño era retornar a lo que él llama «la unidad» entre todos los «cristianos»[2]. Pío XI, en la encíclica Mortálium ánimos (1928) reguló definitivamente su consideración al ecumenismo recordando expresamente que: «la unión de los cristianos no se puede fomentar de otro modo que procurando el retorno de los disidentes a la única y verdadera Iglesia de Cristo, de la cual un día desdichadamente se alejaron».
Congar, a pesar de su saber enciclopédico, siempre fue incapaz de hacer este razonamiento de buen sentido. En lugar de plegarse a
una regla simple, prefirió crear una «teología» contraria al
Magisterio a fin de «reunir» a todo coste los herejes –que él repugnaba llamarlos por su nombre– en la Iglesia.
En 1937, Congar hizo publicar la obra Chrétiens désunis – Principes d’un «œcuménisme» catholique (Cristianos desunidos: Principios de un «ecumenismo» católico). El título por sí solo trae problema, porque indica que los cismáticos, los herejes y los católicos estaban desunidos, aunque pertenecían a la gran totalidad común de los «cristianos». Esto es insostenible: son cristianos los miembros de la Iglesia, punto.
Digámoslo claramente. Para la Iglesia, el ecumenismo se concibe únicamente por la conversión de los no-católicos. Toda tentativa de alteración de este principio es heterodoxa.
Así como uno puede entender, y a pesar de las precauciones de estilo, Congar suscitó la suspición de la jerarquía
romana, que por otra parte, desde lo alto de lo que estoy bien obligado en llamar su orgullo, él despreciaba profundamente. Con todo, las «precauciones»
de Congar no engañaron a Pío XII, que le trató, con otros, en lo escrito en Humáni géneris:
«Los que, o por reprensible deseo de novedad, o por algún motivo laudable, propugnan estas nuevas opiniones, no siempre las proponen con la misma graduación, ni con la misma claridad, ni con los mismos términos, ni siempre con unanimidad de pareceres: lo que hoy enseñan algunos más encubiertamente, con ciertas cautelas y distinciones, otros más audaces lo propalan mañana abiertamente y sin limitaciones, con escándalo de muchos, sobre todo del clero joven y con detrimento de la autoridad eclesiástica».
Posterior a la salida de su obra Vraie et fausse réforme de l’Église
(Verdadera y falsa reforma de la Iglesia) en 1950, Congar es sometido por el Vaticano a la censura previa de sus
textos. En 1954, Pío XII le prohibió enseñar y le envió en exilio a la Escuela bíblica de Jerusalén. El año siguiente, es enviado a Cambridge. En 1956, es asignado esta vez en un convento dominico de Estrasburgo. Resumiendo su situación sobre estos años, Congar escribió:
«Por lo que es mío, no he conocido, de este lado, a partir del comienzo de 1947 hasta el fin de 1956, más que una serie ininterrumpida de denuncias, de advertencias, de medidas restrictivas o discriminantes, de intervenciones desconfiadas»[3], «Fui expulsado del gradus, luego de los consejos y del moderatorio; impiden la reedición de mis libros; he debido prácticamente cesar toda actividad ecuménica y no servir al ecumenismo que no hacía nada para él; he sido expulsado de la enseñanza, de todas mis actividades de conferencias, cursos Saint-Jacques, etc.; de las Jornadas sacerdotales; tuve que renunciar al Témoignage chrétien [Semanario francés fundado en 1941 de carácter ecumenista y modernista, N. del T.], a mi participación en el C.C.I.F. (Centro Católico de Intelectuales Franceses); tuve que dejar, nada más comenzar, las predicaciones de Saint-Sévérin y los cursos en [École Pratique des] Hautes Études, donde [Fernand] Braudel quería hacerme titularizar; me rechazaron el «nihil obstat» a tres volúmenes, mi trabajo de cuatro o cinco años, y por motivos miserables, de suerte que prácticamente me impiden publicar nada. Estoy expulsado, discriminado, fuera de las condiciones normales, han hecho de mí un «caso»; no pasa un día en el que por todas partes me plantean cuestionamientos […]; por doquier encuentro reticencias, malos entendidos»[4].
En señal de protesta contra la suerte que le fue hecha,
Congar orinó en dos ocasiones en la entrada del Santo Oficio en 1946 y 1954[5].
En 1960, para la sorpesa general, Congar efectuó un retorno increíble al ser nombrado por Juan XXIII consultor en la comisión teológica preparatoria del concilio Vaticano II:
«Estaba en Sedán, cerca de mi familia. Y he aquí que recibo un telegrama proveniente de Roma –pudo ser de Mons. [Paul] Poupard, o del Padre [Jean Jérôme] Hamer– felicitándome por haber sido nombrado miembro de una comisión del Concilio. Al día siguiente, en efecto, recibí el anuncio oficial de mi nombramiento como consultor de la comisión teológica. El Padre [Henri] de Lubac me dijo más tarde que es el mismo Juan XXIII quien había tenido a bien que seamos nosotros, uno y otro, miembros de esta comisión. ¡Eh! bien, lo confieso, tuve duda. Tuve después miedo, volví en Francia de mi exilio. Aún me consideraba como demasiado sospechoso para colaborar con esta institución que me había proscrito. Y después me dije: Después de todo, ¿qué es esto que arriesgo? si esto no funciona, podría siempre retirarme»[6].
Más exactamente, Congar devino un perítus,
esto es, un teólogo experto consultor para el concilio, puesto de gran influencia, que le dará una temible capacidad de ataque.
Algunos reparos concernientes a la «ortodoxia» de Congar
Para dar al lector una idea de lo que es la fidelidad
de Congar a la doctrina de la Iglesia, me propongo exponer aquí extractos de sus propias obras suficientemente explícitos.
Sobre la Tradición
«Expliqué en vano que 1º esta no es para mí la cuestión principal, sino esta más profunda: definir el modo propio de la Tradición comparada a la Escritura; 2º No podía admitir la ficción de una doctrina no escrita y comunicada verbalmente de boca a oreja… etc.»[7]
Has leído bien, querido lector. Congar, el campeón de la teología, el experto, el perítus, no creía que la Tradición haya sido comunicada verbalmente… Yo respondo simplemente que el Concilio de Trento ha definido infaliblemente que «El [santo concilio], considera que esta verdad y disciplina están contenidas en los libros escritos, y en las tradiciones no escritas, que recibidas de boca del mismo Cristo por los Apóstoles, o enseñadas por los mismos Apóstoles inspirados por el Espíritu Santo, han llegado de mano en mano hasta nosotros»[8].
O Congar estaba mejor informado que un concilio inspirado por el Espíritu Santo, o hacía creer que él no creía en una verdad elemental del catolicismo. Dejo al lector la tarea de dilucidarlo.
Sobre la infalibilidad pontificia
«Principalmente: urge sobre el hecho –muy contestable a mis ojos– según el cual TODOS los textos del magisterio extraordinario reflejan en algún grado la infalibilidad. Para él, el magisterio extraordinario y la infalibilidad están esencialmente ligados».[9]
«Principalmente» tendría sin duda que ajustar una pequeña precisión: los textos del magisterio extraordinario son infalibles en materia de fe y de costumbres. De resto, es incontestable que el magisterio extraordinario y la infalibilidad están esencialmente ligados, visto que el magisterio extraordinario es infalible en materia de fe y de costumbres. ¿Cómo un católico podría encontrar «contestable» esta evidencia?
Sobre el ecumenismo
«Trabajo sobre las huellas de los obispos. ¡Cuento el número de aquellos para los cuales el ecumenismo es simplemente un modo gentil de traer a los otros a someterse al papa! Miserable eclesiología ultramontana…»[10]
Para Congar, es «miserable» que los obispos quieran traer a los herejes a someterse a la autoridad del papa, cuando esto es acorde con lo que está prescrito por la encíclica Mortálium ánimos.
Yo agregaría: ¿no es el anhelo de todo católico consecuente el querer que los herejes se conviertan y se sometan también a la autoridad del papa? ¿En qué puede representar esto un problema para un católico? No lo quiere, pero en todo caso, esto pone en problemas a Congar.
Sobre el Sýllabus
«Tuve conocimiento de las reacciones absolutamente negativas del Cœtus internationális [Patrum] sobre el esquema De Libertáte. Uno no puede negar que ellos no dan OTRA doctrina que la del Sýllabus. ¿Pero QUIÉN osaría considerar tal cual esta doctrina y la de Quanta Cura, cuando ellos citan un pasaje?»[11]
El Sýllabus del que habla Congar es un documento adjunto a la encíclica Quanta Cura[12]. En este título, pertenece al magisterio ordinario, lo que es una prenda de infalibilidad.
Por tanto, según Congar, no solamente el Sýllabus no es infalible, pero por otra parte, parecería, en su lectura, que una encíclica puede perder con el tiempo su veracidad. Esto es perfectamente contrario a la doctrina de la Iglesia. Una enseñanza sobre la
fe permanece verdadera ad vitam æternam.
Congar no se retrae. Según él, la Iglesia al hilo del tiempo, puede proponer sobre un mismo punto «OTRA DOCTRINA». Esto hace deducir que para Congar, el dogma no es inmutable….
Para responder a su pregunta («¿QUIÉN osaría considerar tal cual esta doctrina y la de Quanta Cura?»), yo digo: todo católico digno de ese nombre.
Sobre Lutero
- «Nuestro interés personal por Lutero, una suerte de atracción, remonta muy alto»[13].
- «Este hombre es uno de los mayores genios religiosos de toda la historia. Yo lo pongo en este respecto en el mismo plano que San Agustín, Santo Tomás de Aquino o [Blas] Pascal. De una cierta manera, es incluso más grande. Él repensó todo el cristianismo. Él le ha dado una nueva síntesis, una nueva interpretación […] Lutero fue un hombre de Iglesia. […] No pasa un mes en el que no revea sus escritos. No me privo de decir: tengo admiración po él»[14].
- «El luteranismo ha persistido como una forma separada –y nosotros lo sabemos, disminuída y desviada– de cristianismo»[15].
- «Los Reformadores han sido genios religiosos que han expresado los aspectos originales y profundos del cristianismo. A lo que han llegado, ya existe y permanecerá. Mejor: una reforma del cristianismo ha sido vivida antes de los siglos en las comunidades eclesiales. Ellas han acumulado tants elementos de una historia del pensamiento, de santidad, de iniciativas y de creaciones… Ella no puede ser abolida. Ella hace parte de una historia de salvación que asciende a la esjatología»[16].
Así las cosas, Lutero, un de los más grandes heresiarcas de todos los tiempos, culpable de haber desplazado por sus herejías y pecados a una parte entera de la humanidad de la Iglesia, para Congar sería «un hombre de Iglesia», equiparándolo con San Agustín y Santo
Tomás…
Descubrimos también que Lutero fue para el perítus una fuente de inspiración constante…
Llego a preguntarme si Congar se dio cuenta de lo que él escribía. Este razonamiento no reposa en ninguna lógica, y mucho menos sobre el catolicismo.
Uno de los personajes más importantes del Vaticano II era admirador de un hombre que tienen en su pasivo la perdición de un número incalculable de almas.
Notemos finalmente que Congar considera al «luteranismo» como una forma de cristianismo. Libre en él, pero la Iglesia Católica, ella, jamás dudó en calificarlo de herejía.
Sobre la «catolicidad» de la Iglesia, la «Plenitud»… y la Contra-reforma
- « Si la Iglesia de Cristo existe, ella es, dès maintenant, realmente católica. […] Y por tanto, ¿no hay un sentido en el cual haría bien reconocer que ella aún no es plenamente católica? […] Somos llevados, en efecto, a decir que la Iglesia de Cristo, nuestra Iglesia, plenamente Católica en el aspecto de las posibilidades dinámicas de su sustancia viviente, no realiza explícitamente esta catolicidad sino de una manera imperfecta. O, en esta imperfección, la división de los cristianos juega un papel que nos hace considerarlo. Lo que nuestros hermanos separados, en efecto, han sustraido a la Iglesia y realizado fuera de nosotros, falta a nuestra catolicidad explícita y visible. […] Porque las secesiones religiosas se han hecho coextensivas y por así decirlo, idénticas a las colectividades étnicas y culturales; porque la Rusia es ortodoxa y los países escandinavos luteranos, falta a la Iglesia una expresión eslava y una expresión nórdica de la gracia una y «abigarrada» de Cristo»[17].
- «¡Es evidente que falta alguna cosa a nuestra Iglesia para que ella sea plenamente católica! Al separarse de Roma, la Reforma se ha llevado alguna cosa. Roma me reprochó haber escrito eso»[18].
- «Nosotros lo habíamos visto ya, las sececiones provocaron en reacción, en la Iglesia, una concentración de fuerzas que fue, por ciertos lados, un endurecimiento y un retroceso: la Reforma atrajo una Contra-reforma; o, uno puede decirlo, lo que hicimos contra alguno, incluso contra el error, por ende, no lo hicimos totalmente católico. En la medida exacta, donde, en vez de integrar las verdades parciales y de superar las problemáticas de oposición y de división, nos hemos contentado en afirmar lo que los otros niegan o desfiguran, nosotros mismos hemos contribuido a disminuir la expansión de la catolicidad y su explicación en la vida de la Iglesia»[19].
Congar da a la catolicidad de la Iglesia un sentido particularmente absurdo, que le hace concluir que la Iglesia Católica, en cuanto católica, no es «plenamente» católica…
Según él, la catolicidad de la Iglesia se juzga en sus delimitaciones… geográficas. la Iglesia Católica no sería pues plenamente católica en cuanto las regiones del mundo no sean católicas. Nosotros oponemos a Congar que la catolicidad de la Iglesia no es de orden geográfico, sino espiritual. La sustancia de
la Iglesia, su «catolicidad» no varía en función del número de fieles, aunque si, bien entendido, por la salud de las almas, el ideal sería que todos los pueblos del mundo sean católicos.
Mientras Congar prosigue su razonamiento, hallamos que precisamente podría calificársele de delirio. Según él, «lo que está hecho contra el error» no fue hecho «todo católicamente de hecho»,
porque la reafirmación de la verdad aleja a la Iglesia de los herejes. Desde un punto de vista católico, este razonamiento es incomprensible. Congar sostiene que la Contrarreforma hizo recular geográficamente a la Iglesia. ¿Pero qué habría sido necesario para ser católica en la época? ¿Hacer concesiones a la herejía para ser aceptada por los herejes? Al sacrificar sus dogmas, ¿la Iglesia habría sido más católica porque ha sido más aceptada por los herejes y más extendida geográficamente? Todo esto
es risible…
Por demás, Congar invierte los papeles, porque no son los países los que le faltan a la Iglesia para realizar su catolicidad, ¡es la Iglesia la que le falta a estos países para la salvación de su pueblo!
Los fines visualizados por el Concilio, o cómo fue creada una nueva religión
Oficialmente, Juan XXIII ha convocado el concilio por dos razones:
- para adaptar el mensaje de la Iglesia a las realidades del mundo moderno y así hacerlas pasar mejor.
- para alcanzar la unidad con los herejes y cismáticos.
En el Osservatore Romano de los días 26 y 27 de enero de 1959, se determinó el carácter «unionista» del evento: «El Concilio no tiene solamente como fin, en el pensamiento del Santo Padre, el bien espiritual del pueblo cristiano, sino que quiere ser igualmente una ivitación a las comunidades separadas para la búsqueda de la unidad que tantas almas aspiran al día de hoy sobre toda la extensión de la tierra»[20].
El 9 de agosto de 1959, en un discurso a los dirigentes diocesanos de la Acción Católica italiana, Juan XXIII evoca en su recorrido sus esperanzas ecuménicas:
«¡La idea del Concilio no es el fruto de largas consideraciones, sino una suerte de flor espontanea de una inesperada primavera! […] Con la gracia de Dios, Nos reuniremos pues el Concilio; e intentaremos prepararlo teniendo en cuenta que lo más necesario es reforzar y revigorizar en la unión de la familia católica, conforme al designio de Nuestro Señor. Pues, luego de que Nos hayamos cumplido esta formidable tarea, eliminado lo que, sobre el plan humano, pudiera hacer obstáculo a una progresión más rápida, presentaremos la Iglesia en todo su esplendor, sine mácula et sine ruga, y diremos a todos los otros que se han separado de nosotros, ortodoxos, protestantes, etc.: «Mirad, hermanos, esta es la Iglesia de Cristo. Estamos tratando de serle fieles […] Venid, venid; he aquí que el camino está abierto para el reencuentro, para el regreso; venid a tomar o recuperar vuestro lugar…»[21].
En el momento del anuncio del concilio, Congar reconoce haber inmediatamente percibido la ventana de lanzamiento que se abría para sus ideas:
«Teníamos cierto número para haber visto todo de suite en el concilio una posibilidad para la causa, no solamente, del unionismo, sino de la eclesiología. Habíamos percibido una ocasión que había que explotar al máximo, de acelerar la recuperación de los valores Episcopado y Ecclésia, en eclesiología, y de hacer un progreso sustancial en el punto de vista ecuménico. […] Las ideas habían ya hecho su camino, y el anuncio del concilio, con su telefinalidad única, en el clima más humano y más cristiano del pontificado de Juan XXIII, podría acelerar ciertos procesos»[22].
Querer la unidad con los herejes y los cismáticos era una cosa. ¿Pero cómo conseguirla? Si uno se refiere al Magisterio de la Iglesia, por un solo y único medio: la conversión. Pero para hacer venir los heréticos y cismáticos a la Unidad, los padres conciliares quisieron utilizar otro método. Este método consistió en alterar los dogmas del catolicismo que son rechazados por los herejes y cismáticos, a fin de hacerlos aceptables a estos últimos. El concilio obra pues en mantener en lo posible una fraseología católica, alterando totalmente el sentido de los dogmas. Para finalizar, el concilio en esta vez se reduce a afirmar, por un mismo sujeto, la tesis y la antítesis.
Es por este método que consciente o inconscientemente –solo Dios sondea los corazones–, el catolicismo ha sido abandonado y una nueva religión ha sido creada con todas sus piezas, la
religión ecuménica. El ecumenismo es la herejía matriz, por la cual los dogmas han sido modificados.
Lo que está en juego:
- Para integrar a los cismáticos y herejes en la Iglesia, Lumen Géntium consagra una nueva eclesiología[23] –objeto de mi texto–, que permite «integrar» en la «Iglesia» las sectas heréticas.
- Para hacer aceptar a los protestantes la Tradición, a la cual son alérgicos, Dei Verbum le da una definición nueva. Mientras que la Sagrada Escritura es la Palabra de Dios, la Tradición porta la palabra de Dios[24].
Dicho de otro modo, la Tradición no puede sino «portar» la Sagrada Escritura,
lo que significa que la Tradición no aporta nada más que la Sagrada Escritura. El depósito de la fe se limita a la Sagrada Escritura, de la cual la Tradición no es más que un medio de expresión. Los protestantes están contentos, pero la religión católica hace de la Tradición una fuente
autónoma de la Revelación en la cual figuran las verdades que no se encuentran en la Sagrada Escritura. Notemos en el pasaje que Congar está
perfectamente de acuerdo con esta concepción protestante, según la cual
«la fe de la Iglesia tiene siempre un fundamento escritural»:.
«Se vivió, y se constituyó cierta mentalidad colectiva donde la toma de conciencia se efectúa a propósito de la discusión Escritura y Tradición. Es allí que uno ha vivido la aparición de la brecha entre dos grandes tendencias: los que quieren absolutamente que la Escritura y la Tradición sean tratadas como dos fuentes autónomas la una respecto de la otra, y los que consideran la Escritura y la Tradición como dos visiones paralelas y conjuntas para atender el mismo objeto; de tal manera que no hay dogma que venga de la Escritura sola, ni nada más que venga de la Tradición sola. La fe de la Iglesia siempre tiene un fundamento escritural, es decir, que tiene sus fuentes en la Biblia y especialmente en el Nuevo Testamento. Luego, no dos fuentes, sino una sola. Una mayoría se fue en ese sentido. Eso fue una luz»[25].
- Para modificar el sentido de los dogmas, por una parte, Dei Verbum afirma que la Tradición «progresa en la Iglesia»[26], y por otra, que la Iglesia «tiende constantemente hacia la plenitud de la verdad divina, hasta que sean cumplidas en ella las palabras de Dios». Si la Iglesia «tiende» a la plenitud de la verdad, es que ella aún no tiene la verdad. Por consiguiente, el «progreso» de la Tradición y el hecho de «tender» al hilo de los tiempos hacia la verdad, permitirá justificar ulteriormente la evolución del dogma[27], incluso, la creación, el «descubrimiento» de dogmas.
- Para relativizar la autoridad del Magisterio de la Iglesia, fuente de horror a los herejes adeptos del libre examen, se ha afirmado en diversas ocasiones [28] que las sectas heréticas o paganas tienen elementos de verdad o de santificación.
- Para integrar las sectas heréticas («comunidades separadas») al plan de salvación de la Iglesia, o en otras palabras, para alterar y hacer pasar el principio «Fuera de la Iglesia no hay salvación», es afirmado que estas sectas son «medios de salvación, cuya virtud deriva de la misma plenitud de la gracia y de la verdad que se confió a la Iglesia Católica»[29].
Debo agregar que el concilio no se limitó a transformar el sentido de dogmas bien establecidos, sino que creó de la nada «dogmas nuevos»[30]:
- Para legitimar las prácticas religiosas acatólicas que hallan su origen en el libre examen, el concilio, contra el Magisterio de la Iglesia, proclama la libertad religiosa[31].
- La colegialidad de los obispos [32] es una pura creación ex níhilo, sin ningún vínculo con el Magisterio. Haciendo del papa un simple miembro y jefe del «colegio episcopal», el concilio rebaja la función papal, la desnaturaliza, la «des-solemniza». De esta suerte, el primado de Roma se erosiona y deviene más aceptable para los griegos[33].
- Para legitimar los cultos no católicos, el concilio consagra el concepto de «comunión imperfecta»[34], como si los cultos heréticos permitieran una comunión parcial y que de alguna forma, emanaran del mismo tronco que el culto católico.
- Los herejes no son calificados más así, en favor del apelativo «hermanos separados», como si los interesados tuvieran un pie fuera de la Iglesia y el otro adentro. De esta suerte, católicos y herejes pertenecerían cada uno al gran todo de la «unidad». Habría pues un estatus entre el católico y el hereje: el estatus de hermano separado. El «concepto» de «hermanos separados» ha sido inventado por Congar asumiendo, después de desnaturalizar el sentido, una fórmula nacida en la encíclica Próvida Matris de León XIII.
Gracias a estos nuevos fundamentos, una nueva «religión» ha sido creada.
Teórico de la «Nueva teología» y de la lógica del Vaticano II
El concilio Vaticano II es presentado por sus partisanos como una suerte de retorno a las fuentes del catolicismo. El Vaticano II habría «desempolvado» la doctrina de la Iglesia y puesto en el armario la tradición obsoleta, sobre todo en relación a la enseñanza de los Padres. Este pretendido «retorno a los Padres» es el chasco de
la «Nueva teología» –de la que Congar es una de las figuras más importantes– destinado a justificar la elusión del Magisterio de la Iglesia.
A mi saber, el primero en haber hablado de este tipo de reformismo, y en todo caso de haberlo teorizado formalmente, es Congar, en su obra Vraie et fausse réforme de l’Église (1950)[35],
donde el título es ya a mi parecer una provocación, habida cuenta la carga simbólica de la palabra «reforma» en la historia de la Iglesia.
Escuchemos pues a Congar hablándonos de su reformismo:
«La gran ley de un reformismo católico tendrá pues que comenzar por un retorno a los principios del catolicismo. Será necesario interrogar la tradición, recaer en ella: entendiendo bien que «tradición» no significa «rutina», ni propiamente tampoco «pasado». Cierto, la tradición comporta un aspecto del pasado; ella misma es por una parte, el tesoro de los textos y las realidades del pasado de la Iglesia; pero ella es mucho más allá de esto. Ella es esencialmente la continuidad del desarrollo después de la entrega inicial y la integración en la unidad de todas las formas que el desarrollo ha traído y presenta actualmente. Ella es la presencia del principio en todas las etapas de su desarrollo. Ella es pues las fuentes (Escritura, hecha del cristianismo primitivo), pensamiento de los Padres, expresión de la fe y de la oración de toda la Iglesia (liturgia), investigaciones auténticas de los doctores y los espirituales, desarrollo de la piedad y de la doctrina, y en el pensamiento y movimiento de la Iglesia concreta, de la Iglesia actual perpetuamente en el trabajo de fe, de alabanza, de contemplación y de apostolado, bajo la regulación de su magisterio»[36].
No se escapa al lector que Congar le da a la palabra tradición un sentido que no es el que le dio la Iglesia.
En el fondo, el enfoque de Congar es en realidad anticatólico, porque supone que la Iglesia se había en alguna forma desviado de su fuente inicial y de sus fines[37].
En consecuencia, habría que reconducirla al camino derecho. Porque si se hace operar «un regreso a los principios del catolicismo», se hace
«retornar a la tradición», es precisamente, por definición, que uno se ha alejado, al menos en parte. ¿Cómo oponer una tal hipótesis –una necesidad de reforma que se opere por un retorno a las fuentes– al sujeto de una Iglesia santa, divina, indefectible, donde el Magisterio es infalible? Esto no tiene propiamente ningún sentido. Pero vayamos al final de la lógica del perítus. ¿Dónde y cuándo la Iglesia ha desnaturalizado su acción? ¿Dónde y cuándo la asistencia divina prometida hasta el fin de los tiempos ha cesado de operar? ¿Dónde y cuándo la Iglesia se ha alejado de los principios del catolicismo? Congar nos da un elemento de respuesta en su diario: «Convenimos con Don Giuseppe Dosseti que se ha vivido, después del Vaticano I, bajo el magisterio de tratados ultrapapistas, y que los estudios permitirán reencontrar una tradición más verdadera y mejor, que no existe ahora. Él se comprometió a promoverlos»[38].
Al leer al autor, parecería pues que después del Vaticano I, el magisterio sea «ultrapapista» y que en consecuencia, es necesario «reencontrar una tradición más verdadera y mejor». Hace pues deducir que después del Vaticano I, el magisterio no será más infalible, sino «ultrapapista», y que la Tradición no será más infalible, sino «menos verdadera y menos buena». La construcción intelectual de Congar
no es sostenible sino al precio de la negación de la infalibilidad pontificia, de la indefectibilidad de la Iglesia y de la inmutabilidad del dogma. En efecto, según la doctrina de la Iglesia, no es posible
que el Magisterio, divinamente inspirado, se deprecie con el tiempo.
Dejemos a Congar proseguir:
«Cuando se habla de «volver a la tradición» no se va necesariamente a atar al católico de hoy a la literalidad de una forma parcial que el pensamiento o la vida de los cristianos han tomado en un momento dado y que, tan venerable como ella sea haciendo parte del tejido concreto de la Iglesia, no se identifica a su estructura esencial y no permanece sino como una cosa fechada que, en su materialidad, pertenece a una época del pasado. […] Volver a la tradición es, en un respeto leal y afectuoso de todas las formas, respeto absoluto de las formas permanentes y siempre válidas, respeto crítico e inteligente de las formas transitorias–, ponerse a la escuela de los principios mismos del catolicismo. Es penetrarse, en vez de lo que la Iglesia ha dicho frente a tal problema del pasado, del espíritu que la ha inspirado, y de lo que ella piensa en profundidad, de lo que dice y quiere decir por medio nuestro frente a los problemas del presente. Volver a los principios, «renovarse», como se dijo principalmente, es pensar la situación en la cual nosotros estamos comprometidos a la luz y en el espíritu de todo lo que una tradición integral conocemos del sentido de la Iglesia»[39].
La Iglesia debería por tanto volver a la tradición para «ponerse a la escuela de los principios mismos del catolicismo». ¿Daría él los cursos de catecismo a la Iglesia para ponerla en la «escuela de los principios del catolicismo»? Va de cabeza.
Agrego que este desarrollo es perverso, porque sub-entiende que un juicio solemne o una enseñanza de la Iglesia –«forma parcial del pensamiento o de la vida de los cristianos»– podría tener una forma –«una literalidad»– que en alguna forma, sería contraria a su «espíritu», y pertenecería «a una época del pasado».
Esta disyunción, esta explicación, si debiera hacerse, correspondería a la Iglesia, porque ella sola es competente para interpretar el Magisterio.
Al final, según Congar, la Iglesia debería recuperar el «espíritu» del catolicismo, que se perdió en el camino. Yo lo repito: este razonamiento es inaceptable al catolicismo.
Por otra parte, el recurso a los Padres debe ser hecho con prudencia, porque como nos recuerda Dom Guéranger, estos últimos no son infalibles:
«Hay un principio fundamental de la teología, y es que desde el comienzo todas las verdades reveladas han sido confiadas a la Iglesia; que las unas han sido propuestas explícitamente a la creencia desde el comienzo, mientras que las otras, aunque contenidas implícitamente en las primeras, han surgido por el paso del tiempo, por medio de las definiciones expresas presentadas por la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo, por el cual ella es infalible.
Por consiguiente, en el estudio de la teología positiva, que es la base de la teología escolástica, al recorrer los monumentos de la antigüedad eclesiástica, uno no se debe sorprender al encontrar que los antiguos sentían en forma más o menos opuesta a los puntos de doctrina que más tarde fueron objeto de una definición. Es así que uno encuentra en los escritos de un gran número de Padres ciertas aserciones aún libres en sus tiempos, y que después dejaron de serlo. La autoridad de estos santos doctores no es en nada disminuida sobre los otros puntos de su enseñanza, porque el error en el cual habrían caído no era sino material, y no sería perjudicial a su ortodoxia formal»[40].
La obra de Congar en el concilio
En mi opinión, Congar es la persona que más influyó en el Vaticano II. Ess impresionane constatar que los
textos conciliares reflejan no solamente sus ideas, sino incluso sus elementos de vocabulario. Pienso por ejemplo en los «dogmas
nuevos» de «pueblo de Dios», de «hermanos separados», de «elementos»
de Iglesia o de verdad en las sectas heréticas, todos nacidos de la
pluma de Congar, tal vez más de veinte años antes del concilio.
El interesado es el primer sorprendido de su influencia cerca de sus cofrades: «Estoy confundido por el inaudito crédito que tengo en todas partes. No cesan de abordarme incluso en San Pedro. Apenas me atrevo a decir mi nombre, porque provoca protestaciones de afecto y de veneración»[41].
Congar ha marcado profundamente con su huella el concilio Vaticano II. No sorprende que uno descubra que él frecuentemente sostenga la pluma:
«En el Concilio mismo, he estado mezclado en numerosos trabajos, más allá de una influencia general de presencia y de palabra. Son míos:
- Lumen Géntium: la primera redacción de varios números del capítulo primero, y los números 9, 13, 16, 17 del capítulo segundo, más algunos pasajes particulares..
- De Revelatióne: trabajé en el capítulo II, y el n. 21 viene de una primera redacción mía.
- De Œcumenísmo: he trabajado en él; el Proemio y la conclusión son un poco míos.
- Declaración sobre lass religiones no-cristianas: lo trabajé; la intro-ducción y la conclusión son un poco mías.
- Esquema XIII (Gáudium et Spes): he trabajado en los capítulos I y IV.
- De Missiónibus: el capítulo I es mío de la A a la Z, con algo tomado de Ratzinger para el n. 8.
- De libertáte religiósa: cooperación en todo, más particularmente en los números de la parte teológica y en el Proemio que es de mi mano.
- De Presbýteris: es una redacción en tres cuartos [Joseph] Lécuyer/ [Willy] Onclin / Congar: He rehecho el Proemio, los números 2-3; hice la primera redacción de los números 4-6, la revisión de los números 7-9, 12-14, y la de la conclusión, de la que redacté la segunda línea»[42].
Ocho años después del concilio, Congar constata que sus teorías lo han impregnado: «He trabajado,
a veces poco, a veces mucho, en la elaboración de todos estos documentos, excepto Orientálium Ecclésiam. Además, he trabajado bastante en vista de los Decretos sobre las misiones (Ad Gentes Divinítus) y sobre el ministerio y la vida de los presbíteros (Presbyterórum Órdinis).
No es cuestión de alardear, los hechos son esos. Pero en la línea agustiniana de las «confesiones», quiero alabar a Dios. Estoy satisfecho. Las grandes causas que había intentado servir se han realizado en el Concilio: renovación de la eclesiología, Tradición, reformismo, ecumenismo, laicado, misión, ministerios»[43].
La influencia funesta de Congar –él mismo la menciona–
se ejerce notablemente sobre un punto cardinal del concilio: la nueva eclesiología, sobre la cual se apoya después la iglesia conciliar. En este título, uno puede decir que es el padre de la herejía matriz del Vaticano II.
Primera lectura y descascarillado de Lumen Géntium
Recuerdo siempre esta primera lectura del punto 8 de Lumen Géntium,
porque literalmente me hizo saltar de mi silla. Para hacer comprender al lector lo que en aquella época violentó mi espíritu –y lo violenta siempre–, reproduzcamos una vez el texto:
«Esta es la única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos como una, santa, católica y apostólica, y que nuestro Salvador, después de su resurrección, encomendó a Pedro para que la apacentara (cf. Juan 21, 17), confiándole a él y a los demás Apóstoles su difusión y gobierno (cf. Mat. 28, 18 ss), y la erigió perpetuamente como columna y fundamento de la verdad (cf. 1 Tim. 3, 15). Esta Iglesia, establecida y organizada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él si bien fuera de su estructura se encuentren muchos elementos de santidad y verdad que, como bienes propios de la Iglesia de Cristo, impelen hacia la unidad católica».
Sin medir aún la totalidad del problema teológico presentado, no pude escaparme, puesto que le atribuyo a las palabras su sentido, que tuve un gran « hic ». Relee bien este texto alucinante, querido lector, y constatarás como yo, en relación con este pasaje hecho de dos largas frases:
- En la primera frase[44], nos es explicado que la «Iglesia de Cristo» ha sido confiada a Pedro. Hasta aquí, nada que señalar.
- En la segunda frase[45], nos es explicado que esta Iglesia, que es la «Iglesia de Cristo», «subsiste en la Iglesia católica».
Es en la lectura de este preciso pasaje que el rayo me tumba.
Estaba bello y bien escrito que la Iglesia confiada por Cristo a San Pedro «subsiste» en la Iglesia católica. Pero si la Iglesia de Cristo «subsiste» en la Iglesia católica, ¡entonces la Iglesia de Cristo y la Iglesia católica son dos entidades diferentes!
Dos entidades diferentes donde la una subsiste, reside, en la otra. ¿Cómo pudieron escribir semejantes necedades? Je n’en revenais pas.
Pero las sandeces no se detenían allí. Retomemos la frase por entero:
«Esta Iglesia, establecida y organizada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él si bien fuera de su estructura se encuentren muchos elementos de santidad y verdad que, como bienes propios de la Iglesia de Cristo, impelen hacia la unidad católica».
Está escrito muy claramente que «fuera de su estructura se encuentren muchos elementos de santidad y verdad», esto es, fuera de la estructura de la Iglesia católica. Pero estos elementos, aunque fuera de la estructura de la Iglesia católica, pertenecen «propiamente por el don de Dios» a la Iglesia de Cristo.
Por consiguiente:- Está confirmado aquí que tenemos el caso de dos entidades diferentes.
- Está «definido» aquí que la Iglesia de Cristo supera el marco de la Iglesia católica.
La Iglesia católica pierde, por decirlo así, su monopolio de «Iglesia de
Cristo», incluso si, los redactores nos aseguren con una cereza sobre
el pastel, diciéndonos que los elements de la Iglesia de Cristo que
escapan a la Iglesia católica «impelen hacia la unidad católica».
En resumen, luego de mi primera lectura, quedé profundamente chocado por el hecho de que oficialmente, la Iglesia católica y la Iglesia de Cristo sean dos entidades diferentes, por tanto, dos iglesias diferentes.
¿Cómo puedes llegar a esto? Gracias al trabajo de Congar, que permite contradecir el Magisterio.
La eclesiología según el Magisterio de la Iglesia, y la advertencia de Pío XII
El punto 8 al. 2 de Lumen Géntium es
surrealista para un católico, por la simple y buena razón que Cristo no vino a instaurar una sola y única Iglesia. Aparte, antes del Vaticano II, la fórmula «Iglesia de Cristo» era una forma de designar a la Iglesia católica, que uno encontraba en diversas actas de ella[46].
La eclesiología del Magisterio de la Iglesia lo pone claro: la Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo. Pío XII desarrolla largamente este punto doctrinal en su encíclica Mýstici Córporis Christi: «La Doctrina sobre el Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia», «Ahora bien: para definir y describir esta verdadera Iglesia de Cristo ―que es la Iglesia santa, católica, apostólica, romana―, nada hay más noble, nada más excelente, nada más divino que aquella frase con que se la llama el Cuerpo místico de Cristo», «En segundo lugar, se prueba que este Cuerpo místico, que es la Iglesia, lleva el nombre de Cristo, por el hecho de que Él ha de ser considerado como su Cabeza. «Él ―dice San Pablo― es la Cabeza del Cuerpo de la Iglesia»», «Puesto que nada más glorioso, nada más noble, nada, a la verdad, más honroso se puede pensar que formar parte de la Iglesia santa, católica, apostólica y romana, por medio de la cual somos hechos miembros de un solo y tan venerado Cuerpo, somos dirigidos por una sola y excelsa Cabeza, somos penetrados de un solo y divino Espíritu; somos, por último, alimentados en este terrenal destierro con una misma doctrina y un mismo angélico Pan, hasta que, por fin, gocemos en los cielos de una misma felicidad eterna»[47].
Congar estaba perfectamente fixé sobre el sentido de Mýstici Córporis Christi. Discutiendo en 1946 con el Padre Sébastien Tromp, uno de los redactores del texto, este último le detalló que: «la encíclica tiene un doble fin: por una parte, afirmar, contra los disidentes, que el punto de vista espiritual del Cuerpo místico está vivo en nosotros; por el otro afirmar, contra cierto espiritualismo, que el Cuerpo místico es la Iglesia organizada y jerarquizada»[48].
Conviene precisar que Pío XII no inventó nada, y
guardando el punto de vista de la forma, que está ya presente en Satis cógnitum: «Es preciso añadir que el Hijo de Dios decretó que la Iglesia fuese su propio Cuerpo místico»[49].
Santo Tomás ya evocaba el Cuerpo Místico de Cristo, como nos lo explica el padre Joseph Anger: «La Iglesia, dice Santo Tomás siguiendo a San Pablo, es el Cuerpo Místico de Cristo:
he ahí su definición la más exacta y la más comprensiva. Es
la unión de los miembros de Cristo; y, así definida, la Iglesia designa las tres fracciones que uno distingue ordinariamente: la Iglesia triunfante, unida a Cristo en la gloria; la Iglesia sufriente, unida a Cristo por la gracia y asegurada de su salvación, pero realizando su purificación en las llamas del Purgatorio; finalmente la Iglesia militante, unida a Cristo por la fe y la gracia en medio de las luchas de la existencia terrestre»[50].
En todo estado de causa, Santo Tomás o ninguno, a partir del momento en que el magisterio ha definido una cuestión, los teólogos no pueden especular más al respect: «Y si los Sumos Pontífices en sus constituciones de propósito pronuncian una sentencia en materia disputada, es evidente que, según la intención y voluntad de los mismos Pontífices, esa cuestión no se puede tener ya como de libre discusión entre los teólogos»[51].
Desde luego, la Iglesia Católica, la Iglesia de Cristo, es el Cuerpo místico de Cristo, no puede ser otra cosa. En su encíclica Humáni géneris, Pío XII advirtió expresamente a los teólogos que enseñaren una eclesiología diferente a la expuesta en Mýstici córporis Christi: «Hay algunos que de propósito desconocen cuanto los Romanos Pontífices han expuesto en las Encíclicas sobre el carácter y la constitución de la Iglesia, a fin de hacer prevalecer un concepto vago, que ellos profesan y dicen haber sacado de los antiguos Padres, sobre todo de los griegos. Porque los Sumos Pontífices, dicen ellos, no quieren determinar nada en las opiniones disputadas entre los teólogos; y así hay que volver a las fuentes primitivas y con los escritos de los antiguos explicar las modernas constituciones y decretos del Magisterio. […] Algunos no se consideran obligados a abrazar la doctrina que hace algunos años expusimos en una Encíclica, y que está fundada en las fuentes de la revelación, según la cual el Cuerpo de Cristo y la Iglesia Católica Romana son una misma cosa».
La advertencia es inapelable. Pío XII exige que los
teólogos cesen de «desconocer» lo que enseña el magisterio ordinario al respecto del «carácter» y de la «constitución de
la Iglesia»: teólogos que tenían por fin «hacer prevalecer un concepto vago sacado de los antiguos Padres, sobre todo de los griegos» y que pretendían quhe hay que «volver a las fuentes primitivas» de
la Iglesia.
El lector avisado verá a dónde voy: Pío XII dibujó aquí el retrato robot de Congar y condena la eclesiología que pasaría por la mole del «reformismo por ressourcement» a fin de volver a las «fuentes primitivas». Desde un punto de vista más general, Humáni géneris condena la «nueva teología».
Así como hemos visto, Congar, luego de los años 30, profesaba una eclesiología contraria al Magisterio de la Iglesia.
Enterrando el artículo 7 del esquema preparatorio de Ecclesia, la comisión teológica del Vaticano II entierra Mýstici Córporis Christi
El concilio Vaticano II fue preparado temprano por la
redacción de «esquemas preparatorios». Estos esquemas eran los textos destinados a ser discutidos durante el concilio. En el curso de los acontecimientos, fueron a veces remplazados, a veces vaciados de su sustancia. Véase lo que fue en materia de eclesiología.
El artículo 7 del esquema De Ecclésia repetía palabra por palabra la enseñanza de Mýstici Córporis Christi: «Ecclésia Romána est Mýsticum Christi Corpus»[52].
La minoría activa modernista no podía dejar consagrar este dogma por el concilio, porque si el Cuerpo Místico se limita a la Iglesia católica romana, por definición, no se extiende a las sectas heréticas y cismáticas. En otros términos, el artículo 7 del
esquema era un cerrojo contra el ecumenismo, principio rector del Vaticano II.
Los modernistas buscaron y procedieron a alterar este texto, que era de una perfecta ortodoxia.
El cardenal Liénart, uno de los principales artífices del concilio, tomó el primero la palabra. En apoyo de su demanda de supresión del artículo 7, presentó dos argumentos[53]:
- La Iglesia romana y el Cuerpo místico de Cristo no son una sola realidad, porque las almas de la Iglesia sufriente [54] y triunfante[55] fueron igualmente parte del Cuerpo místico.
- Los bautizados cismáticos y heréticos pertenecen al Cuerpo místico, aunque no pertenecen a la Iglesia católica romana.
Todo esto es pura argucia. Iglesia militante e Iglesia sufriente son una sola y única entidad, como nos enseña el catecismo del concilio de Trento: «Mas no por eso se ha de creer que existan dos Iglesias, sino que una misma, según dijimos tiene dos partes, de las cuales la una precedió y goza ya de la patria celestial, y la otra va siguiendo cada día hasta que llegando a unirse algún día con nuestro Salvador, descanse en la eterna felicidad»[56].
Así, la distinción obrada por el cardenal Liénart
es inoperante: la Iglesia Triunfante no fue olvidada. La Iglesia sufriente tampoco, visto que las almas en su seno tienen vocación finalmente de unirse a la Iglesia triunfante.
Los cismáticos y herejes, nos dice el catecismo del concilio de Trento no «pertenecen a la Iglesia»[57]. Pío XII nos confirma que para ser católico, cierto, hay que ser bautizado, pero igualmente profesar la verdadera fe[58]. De ahí, los que no profesan esta fe
son excluidos del Cuerpo místico: «Y los que están divididos por razón de la fe o de gobierno no pueden vivir en este mismo Cuerpo ni
por consecuencia de este mismo Espíritu divino»[59].
El concilio de Trento y Pío XII habían ya reducido a nada las objeciones tartufas del cardenal Liénart. Por tanto el cardenal Béa, Secretario para la unidad de los cristianos, tomando el lugar de su cofrade, afirmó que la Iglesia católica no es de necesidad absoluta en cuanto medio de salvación[60].
El cardenal Ottaviani, representante de la ortodoxia
católica en el concilio, se insurge contra las innovaciones de sus
cohermanos y los juicios peligrosos: «Debo decir verdaderamente que la intervención del cardenal Liénart no me gustó, que dijo puede ser falsa suposición que identifiquemos al Cuerpo Místico de Cristo con la Iglesia militante. De lo que dijo el cardenal Béa, no puede tomarse en consideración, porque ciertas aserciones son particularmente peligrosas. Comprendo bien su celo, puesto que le ha sido confiado el Secretariado para los no católicos, y lo hizo de tal suerte al día de hoy que en el concilio dejó una gran puerta abierta para ellos, ¡pero que no exagere! No debemos decir que alguno que esté bautizado, deviniendo miembro del Cuerpo Místico, no puede ser miembro de la Iglesia. Es peligroso el afirmarlo. La Iglesia católica y el Cuerpo Místico son idénticos. Aunque la comisión puso el mayor empeño en mostrar que sólo los católicos son realmente miembros de la Iglesia (las consecuencias de la doctrina opuesta son verdaderamente enormes y ponen en duda la ecumenicidad y la infalibilidad del concilio Vaticano II), ella ha trabajado por otro lado a exponer claramente que todos los vínculos entre los hijos de la Iglesia y los hermanos separados fueron destruidos»[61].
A pesar de este recordatorio del dogma, los modernistas quieren suprimir este artículo y adoptar una nueva eclesiología directamente inspirada por los trabajos de Congar.
Un artesano del cuestionamiento del Magisterio, o la nueva eclesiología
Una nueva eclesiología para lograr la Plenitud
La obra de Congar está centrada sobre el unidad de la «unidad» con los que él llamas «hermanos separados». A la unidad propuesta por la Iglesia católica, a saber, la incorporación a la iglesia por la conversión de los herejes, Congar opone otra forma de unidad que pasa por su eclesiología.
La eclesiología de Congar es un gran todo, en la cual
la Iglesia y las sectas heréticas y cismáticas se articulan[62]. He aquí su razonamiento:
Articulando las sectas heréticas a la Iglesia en un gran todo, Congar no espera que las sectas abandonen lo que llevan en ellas de falso, y que, seguido a su «reunión» a la Iglesia, unidos, ex-«hermanos separados» y católicos realizen la
«Plenitud»[63]:
«Oh mis hermanos separados, no es para triunfar sobre vosotros que nosotros os llamamos; es para entrar juntos en la plenitud de la comunión, en nuestro Cristo. No es para que vosotros dejéis lo que hay de vuestros pobres tesoros que nosotros deseamos para vosotros otra adhesión; es para que nosotros vivamos juntos de todos los tesoros de Nuestro Padre. Nosotros deseamos, de estos Evangelios que habéis recibido finalmente de nuestros padres comunes, que abandonéis lo que sois, pero conozcais la plenitud, donde todas las partes se acoplen, en la unidad»[64].
«Fuera de la Iglesia no hay salvación» y la ignorancia invencible
La Iglesia Católica siempre ha enseñado que es imposible que un alma se salve si está fuera de ella. Pío IX lo recordó el 9 de diciembre de 1854 en una alocución: «Pero, por lo que a nuestro apostólico cargo toca, queremos excitar vuestra solicitud y vigilancia pastoral, para que, con cuanto esfuerzo podáis, arrojéis de la mente de los hombres aquella a par impía y funesta opinión de que en cualquier religión es posible hallar el camino de la eterna salvación»[65].
El Concilio de Florencia afirmó: «La sacrosanta Iglesia Romana firmemente cree, profesa y predica que nadie que no esté dentro de la Iglesia Católica, no sólo paganos, sino también judíos o herejes y cismáticos, puede hacerse participe de la vida eterna, sino que irá al fuego eterno que está aparejado para el diablo y sus ángeles [Mt. 25, 41]»[66].
Luego surge una pregunta: ¿quid de la persona
que se encontrare fuera de la Iglesia sin culpa alguna de su parte? El catecismo de San Pío X nos da una respuesta: «Quién sin culpa, es decir, de buena fe, se hallase fuera de la Iglesia y hubiese
recibido el bautismo o, a lo menos, tuviese el deseo implícito de recibirlo y
buscase, además, sinceramente la verdad y cumpliese la voluntad de Dios lo
mejor que pudiese, este tal, aunque separado del cuerpo de la Iglesia, estaría
unido al alma de ella y, por consiguiente, en camino de salvación» (Nro. 172).
El catecismo agrega que es posible paliar en ciertos casos la ausencia del bautismo: «La
falta del Bautismo puede suplirse con el martirio, que se llama Bautismo de
sangre, o con un acto de perfecto amor de Dios o de contrición que vaya
junto con el deseo al menos implícito del Bautismo, y este se llama Bautismo
de deseo» (Nro. 568).
En otras palabras, si una persona, de buena fe, no estuvo en condición de conocer la verdad, si esta persona es justa, ella puede ser salvada por el bautismo de sangre o el bautismo de deseo. Pero esta persona no es salvada fuera de la Iglesia. Ella es salvada porque, por su proceder, que la conduce al bautismo de sangre o de deseo, ella logra participar del alma de la Iglesia. El adagio «Fuera de la Iglesia no hay salvación» no tiene excepción alguna.
El error de Congar sobre la ignorancia invencible
Congar hace un análisis falso de la ignorancia invencible, puesto que deduce que uno puede salvarse «fuera» de la Iglesia:
«Es un hecho. Si, para nosotros la Iglesia, la única Iglesia, es la Iglesia católica, y fuera de ella las almas que son de Jesucristo: las de los bautizados, y las almas verdaderamente espirituales y santas en los otros grupos cristianos; y también los salvos, y por ende los miembros del Cuerpo místico entre los infieles: queremos decir, en el islamismo o los pueblos paganos, porque desde luego, si un hombre es justificado, pero sin profesar exteriormente la fe, ya no es más un infiel, sino un incorporado a Jesucristo, un alma interiormente viva por la fe y la caridad»[67].
Naturalmente, para evitar el anatema, Congar da un paso hacia atrás y admite de labios afuera que las almas salvadas en el contexto de la ignorancia invencible son incorporadas al alma de la Iglesia: «las almas que no están en la Iglesia visible son por consiguiente justificadas y salvadas: luego, incorporadas a Cristo»[68].
Congar entreteje pues una ambigüedad, de la cual extrae un sofisma que será la base (errónea) de su reflexión: habría un
«desfase» entre el Cuerpo místico de Cristo y la realidad de la Iglesia visible. Escuchémosle: «Habiendo constatado el desfase que existe entre el cristianismo o el Cuerpo místico y la realidad visible
de la Iglesia, antes de abordar el problema resultante, nos hace buscar la razón de un hecho, por algunos aspectos, tan paradójico. ¿Por qué el mundo de los salvos y de los incorporados a Cristo desborda el área de la única Iglesia visible?»[69].
El problema presentado por Congar es un falso problema al cual el Magiterio aporta todas las respuestas:
- Los miembros de la Iglesia visible no son salvados, porque en su muerte están en estado de pecado mortal.
- Las personas no pertenecientes inicialmente a la Iglesia visible acaban por ser salvos por el bautismo de sangre o el bautismo de deseo, que los incorpora al alma de la Iglesia.
Voilà. Ha sido lanzado el cuestionamiento. Pero Congar, él,
no consigue hacer este razonamiento elemental y deduce que si las almas se incorporan a la Iglesia, es porque la Iglesia está fuera de la Iglesia…
Congar obra entonces no solamente una distinción, sino una disyunción. La Iglesia según él recubre dos aspectos distintos uno del otro:
- Un aspecto sociológico, material, visible, administrativo, jurídico: el de la sociedad jerarquizada, de la Iglesia católica romana.
- Un aspecto espiritual: el de Cuerpo Místico de Cristo.
Congar distingue así la Iglesia católica romana y la Iglesia Cuerpo místico de Cristo para, de alguna manera, separarlos. Así, los «incorporados» se incorporarían al Cuerpo místico y no a la Iglesia católica romana… Congar «teoriza» pues que la Iglesia católica romana y la Iglesia Cuerpo místico de Cristo no son los mismos perímetros. Agrego que si un alma se puede salvar en la una y no en la otra, es porqe ellas no tienen los mismos atributos salvíficos.
Que el lector no se deje impresionar por el razonamiento agudo congariano. La disociación establecida por el perítus es un error, porque, así como lo consagran muy claramente Mýstici córporis Christi y Humáni géneris, la Iglesia católica romana es el Cuerpo místico de Cristo.
Es pues «también» a la Iglesia católica romana que se incorporan las almas que se salvan por el bautismo de deseo o el bautismo de sangre. La disjunción de Congar es sin valor ni alcance. No hay ningún «desfase» entre la Iglesia católica romana y el Cuerpo místico de Cristo, por tanto ningún «problema resultante».
Además, Pío XII, en Mýstici córporis Christi, responde a los que buscarían oponer los dos «aspectos» de la Iglesia, especificando bien que «No puede haber, por consiguiente, ninguna verdadera oposición o pugna entre la misión invisible del Espíritu Santo y el oficio jurídico que los pastores y doctores han recibido de Cristo; pues estas dos realidades ―como en nosotros el cuerpo y el alma― se completan y perfeccionan mutuamente y proceden del mismo Salvador nuestro, quien no sólo dijo al infundir el soplo divino: «Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20,22), sino también imperó con expresión clara: «Como me envió el Padre, así os envío yo» (ibíd., 20,21); y asimismo: «El que a vosotros oye, a mí me oye»».
Por ende hay, según el Magisterio, una adecuación total
entre la Iglesia católica romana y el Cuerpo místico de Cristo
La eclesiología según Congar: de la Iglesia fuera de la Iglesia…
Aunque sea falsa, la disyunción Iglesia católica romana / Cuerpo místico de Cristo va a servir de base para la reflexión de
Congar. Siendo malo el árbol, los frutos no pueden ser distintos.
Si, en la lógica de Congar, el Cuerpo místico –en el aspecto espiritual de la Iglesia– desborda de la sola Iglesia católica romana, es porque las sectas heréticas –que él rebautiza
«cristiandades disidentes»– son elementos de la Iglesia: «Uno puede ahora, nos parece, decir de ellas que en sus grados son diferentes, además, de los elementos de la Iglesia. Ellos son elementos de la Iglesia en la medida en que ellas más o menos
mantengan en lo que constituye su realidad sociológica como Cuerpo religioso,
los elementos o los principios realizadores de la Iglesia una»[70].
Detengámonos aquí un instante antes de continuar el hilo de pensamiento del autor. Para Congar, las sectas heréticas son o tienen los elementos de la Iglesia. A modo de ejemplo, los protestantes han conservado la biblia y algunos sacramentos. ¿Qué pensar de esta fórmula?
Examinemos las dos hipótesis, a saber, que las sectas heréticas
«son» elementos de la Iglesia o que ellas «tienen» los elementos de la Iglesia.
Creo que es inútil insistir en la refutación de la afirmación según la cual las sectas disidentes serían elementos de la Iglesia porque, por definición, una secta que predica el error no puede ser parte de la Iglesia, santuario de la verdad.
Cuando menos, ¿se puede conceder que las sectas heréticas «tienen» los elementos de la Iglesia? Presentar las cosas así sería falso, porque es muy incompleto. Escuchemos por ejemplo al padre Aubry respecto al uso de la Biblia por las sectas heréticas: «Los
protestantes, en su conducta relativa a la Escritura, son culpables 1º
de un robo, puesto que ellos la robaron a la Iglesia, 2º de un sacrilegio y de una herejía, puesto que ellos falsifican el rol, el alcance y el sentido, y 3º de una
temeridad intolerable, puesto que ellos confían la interpretación a la razón, y someten al Verbo de Dios al verbo del hombre»[71].
Las sectas heréticas pues han robado los elementos
de la Iglesia que por sus herejías ellos vuelven más o menos infructuosos. Dicho también, las cosas son más claras y más verdaderas. No hay lugar sobre esta base, para edificar una construcción teológica.
Congar por tanto, se aferra a su idea y no la suelta:
las sectas heréticaes conservan intactos los elementos de la Iglesia. Siguiendo su lógica, él viene a afirmar con autoridad una increíble aberración que no puede dejar de irritar a las almas católicas: según él, las almas se santificarían en y por la herejía.
Que el lector aprecie su propuesta:
«1º En la medida en que las Cristiandades disidentes hayan conservado los principios de comunión con Dios puestos por Cristo en su Iglesia, habrá en ella, a pesar de la promiscuidad del error, algo de la Iglesia, algunas fibras de su ser, y podrá ser verdadero decir que las almas se santifican en ellas no a pesar de su confesión, sino en y por su confesión. Solamente, hará bien entenderse: esto es verdad solamente de lo que las Confesiones disidentes tengan en ellas, excesiva, y anormalmente, de la Iglesia; es verdad de ellas, si se puede decir, contra ellas; porque, por lo que ellas tienen propio y por sí mismas, está bien a pesar de ellas que las almas se santifiquen en ellas.
2º […] Por lo que haya en ellas de cristiano, las cristiandades disidentes tienden interiormente a la forma perfecta de la Iglesia, y desean secretamente integrarse en ella.
3º En la medida en que las cristiandades disidentes como tales guarden en sí los elementos de la Una Ecclésia, la cuestión de la reunión no se plantea para ellas únicamente en términos de «conversiones individuales», sino de reincorporación de estos elementos de Iglesia en la Iglesia, de acpoplamientos de estas Iglesias elementos en Iglesia perfecta»[72].
Hay lugar de interrogarse sobre la lucidez de Congar luego que escriba que las sectas heréticas «tienden interiormente a la forma perfecta de la Iglesia, y desean secretamente integrarse en ella». Si
las sectas herétiqcas tienden a la forma perfecta de la Iglesia, ¿puede decirnos cuántos siglos duraría tal operación? Porque, a mi conocimiento, luego de medio milenio, ninguna de estas sectas tiene manifiesto deseo de reunirse a la Iglesia Católica y mucho menos de abjurar sus herejías. Si el deseo de estas sectas es «secreto»… ¡es efectivamente muy secreto, puesto que no ha llegado a conocimiento de nadie!
Rescatemos esto de contra el Magisterio, que afirma que la Iglesia católica romana es el Cuerpo místico de Cristo:
- Congar hace la disyunción entre las nociones de Iglesia católica y de Iglesia Cuerpo místico de Cristo; los límites de la primera son más restringidos que los de la segunda.
- Congar pretende que las sectas heréticas tienen o son los elementos del Cuerpo místico.
La eclesiología según el Vaticano II… y Congar
Indudablemente el lector habría percibido que el punto 8 de Lumen géntium
retoma la eclesiología de Congar, aunque este último no lo ha redactado directamente. Releamos la famosa segunda frase, tan decisiva, del párrafo 2, y constatemos:
«Esta Iglesia, establecida y organizada en este mundo como una sociedad [Iglesia de Cristo/Cuerpo místico de Cristo], subsiste en la Iglesia católica [la utilización del verbo «subsistir» actúa la disyunción Iglesia católica/Cuerpo místico de Cristo, que son ahora dos entidades diferentes], gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él, si bien fuera de su estructura se encuentren [los elementos de la Iglesia están presentes en las sectas heréticas] muchos elementos de santidad y verdad que, como bienes propios de la Iglesia de Cristo, impelen hacia la unidad católica [«tienden interiormente a la forma perfecta de la Iglesia, y desean secretamente integrarse en ella»]».
Me parece que basta saber leer para comprender.
La adopción de la eclesiología de Congar era indispensable para la emergencia de la religión ecuménica que es la religión conciliar, porque ella justifica de hecho que el Cuerpo místico de Cristo puede hallarse fuera de la Iglesia; y por tanto que puede haber salvación fuera de la Iglesia.
Congar admite que el Vaticano II dijo «todo lo contrario» que Pío XII
En una obra de entrevistas realizada en 1975, Congar expresa sin sonrojo que la eclesiología de Mýstici Córporis Christi y la de Lumen Géntium son diferentes.
Después de haber admitido que Mýstici Córporis Christi establecía «una identidad entre Cuerpo místico e Iglesia católica», él sigue, orgulloso de ello, con una rara arrogancia, confiando que «el Concilio ha dicho todo lo contrario»:
«Bajo Pío XII, él [el Padre Sébastien Tromp, miembro de la misma comisión que Congar] había tenido la parte superior teológica. Él fue uno de los redactores de la encíclica sobre el Cuerpo místico, en 1943, como también la encíclica sobre la liturgia, en 1947. Autoritario y categórico, él quería regentar y buscaba, evidentemente, hacer triunfar las tesis de Pío XII; en particular la que consistía en establecer una identidad entre Cuerpo místico y la Iglesia católica, excluyendo a las otras Iglesias cristianas. […] En el curso de una reunión en el que esta cuestión fue evocada, recuerdo todavía al Padre Tromp dar un puñetazo sobre la mesa –mi reloj bailó en el aire– diciendo: «Esta es una cuestión resuelta por la encíclica, no hay nada que discutir». Estaba tan bien resuelto que el Concilio ha dicho otra cosa: él rechazó expresarse en términos físicos, de miembro; él prefirió usar la categoría de comunión, significando así que uno puede estar en una comunión más o menos grande. Esta distinción tiene muy importantes consecuencias ecuménicas»[73].
Notará el lector que a los ojos de Congar, Mýstici Córporis Christi,
y en particular la eclesiología en él contenida, no es sino una «tesis de Pío XII». En otras palabras, para Congar, un texto proveniente del magisterio ordinario y universal de la Iglesia, signado con el sello de la infalibilidad pontificia, puede ser una cuestión no resuelta, ¡una tesis que a cada uno es lícito contradecir![74]. Este no es un razonamiento católico. ¿De qué religión nos habla Yves Congar?
Congar precisa su cauce y reconoce haber contradicho el Magisterio de la Iglesia…
¿Qué piensa Congar de todo esto casi a veinte años después del Concilio?
A la pregunta que él mismo se plantea, de saber si Lumen Géntium «identifica estrictamente la Iglesia-Cuerpo de Cristo con la Iglesia católica», después de haber evadido, reconoce que en Lumen Géntium «No hay una adecuación estricta, esto es, exclusiva, entre la Iglesia-Cuerpo de Cristo y la Iglesia católica». En otras palabras, ¡lo enseñado en Mýstici córporis Christi no vale nada!
Las explicaciones de Congar, aunque sinuosas, son inapelables:
«La pregunta que falta por saber es si Lumen Géntium identifica estrictamente, esto es, en sentido exclusivo, esta Iglesia-Cuerpo de Cristo con la Iglesia católica romana, lo que hacía Mýstici Córporis.
Se puede dudar cuando se constata que, no solamente el atributo de «romana» no interviene –pero esto apenas alcanza, puesto que habla de la Iglesia «gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él»–, sino que evita decir que solo los católicos sean miembros del Cuerpo místico. Mejor: nos dice que la Iglesia de Cristo y de los Apóstoles subsístit in, se encuentra en la Iglesia católica, «si bien fuera de su estructura se encuentren muchos elementos de santidad y verdad que, como bienes propios de la Iglesia de Cristo, impelen hacia la unidad católica». No hay pues una adecuación estricta, esto es, exclusiva, entre la Iglesia-Cuerpo de Cristo y la Iglesia católica. El Vaticano II admite, en el fondo, que los cristianos no católicos son miembros del Cuerpo místico, y no simplemente ordináti ad. Las categorías utilizadas en el decreto sobre el ecumenismo, y también en los numerosos documentos o discursos de S.S Pablo VI, son las de pertenencia radical a la única Iglesia por el bautismo, y la comunión subsecuente imperfecta. Estas categorías permiten reconocer algo de la Iglesia, y luego del Cuerpo místico, fuera de los límites de la comunión católica.
El resultado de todo esto que es la enseñanza principal de Mýstici Córporis es retomado en Lumen Géntium, a saber la inseparabilidad y, si se puede arriesgar esta palabra, la inoponibilidad de la Iglesia jerarquizada y visible del Cuerpo místico de Cristo. Retomada en sentido positivo, por tanto, esta enseñanza no nos parece retomar en el sentido que le diera Mýstici córporis: no lo es, ni por la forma de definir el Cuerpo (de Cristo), ni por la afirmación de una identidad estricta, es decir, exclusiva, entre Cuerpo místico e Iglesia católica romana, ni finalmente en la forma de expresar la perteenencia al Cuerpo místico, con una idea de «miembro» que no conoce una alternativa: reapse o voto (et ordinati ad), sin hacer además distinción entre bautizados no católicos y no bautizados»[75].
El lector atento habrá notado que Congar asume haber contradicho Mýstici córporis Christi. En efecto, él pretende que Lumen Géntium «retoma» Mýstici córporis Christi[76]…
pero no en su «sentido exclusivo», frase que no quiere estrictamente decir nada, sobre todo al respecto de un texto papal revestido del sello de la infalibilidad, y por definición unívoco.
Contrario a lo que escribió Congar, Mýstici córporis Christi,
no tiene por enseñanza principal «la inseparabilidad» entre la Iglesia jerarquizada y el Cuerpo místico, sino la identidad perfecta y exclusiva entre la Iglesia jerarquizada y el Cuerpo místico de Cristo.
En otras palabras, Congar reconoció… pero no quiso que esto sea demasiado visible. Él intenta luego una pirueta –la
desnaturalización del sentido de Mýstici córporis Christi– que no escandalice a los tartufos.
En su obra sobre el concilio Vatican II, el perítus hace una confidencia propiamente increíble de parte de una persona que se pretende católica: «Ciertas tesis de Mýstici córporis
dejaron insatisfechos tanto a los teólogos como a los exegetas: su
interpretación esencialmente socio-corporativa de la idea paulina de
Cuerpo de Cristo; su identificación rigurosa y exclusiva, sobre esta tierra, del Cuerpo Místico con la Iglesia católica y romana, y el trato correspondiente a la cuestión de membresía…»[77].
No, querido lector, no estás soñando: estos señores los teólogos y exégetas (¿modernistas?) ¡estaban insatisfechos de un texto infalible! ¡Estos señores estaban pues insatisfechos de un texto que el Vaticano I les hacía obligación de creer de fe divina! Cabe interrogarse por la ortodoxia de los interesados…
En Humáni géneris, Pío XII ya había remarcado que la principal enseñanza de Mýstici córporis Christi era contestada:
«Algunos no se consideran obligados a abrazar la doctrina que hace algunos años expusimos en una Encíclica, y que está fundada en las fuentes de la revelación, según la cual el Cuerpo de Cristo y la Iglesia Católica Romana son una misma cosa. Algunos reducen a una vana fórmula la necesidad de pertenecer a la Iglesia verdadera para conseguir la salud eterna. Otros, finalmente, no admiten el carácter racional de la credibilidad de la fe cristiana.
Sabemos que éstos y otros errores semejantes se propagan entre algunos hijos Nuestros, descarriados por un celo imprudente o por una falsa ciencia; y Nos vemos obligados a repetirles, con tristeza, verdades conocidísimas y errores manifiestos, y a indicarles, no sin ansiedad, los peligros de engaño a que se exponen».
Para poner el clavo, ¿Pío XII no llegó a recordar –esta evidencia– que una discusión resuelta por el Papa no podía por siguiente ser fuente de discusión entre los teólogos: «Y si los Sumos Pontífices en sus constituciones de propósito pronuncian una sentencia en materia disputada, es evidente que, según la intención y voluntad de los mismos Pontífices, esa cuestión no se puede tener ya como de libre discusión entre los teólogos»?
Pero dice más, parecerá, que una simple protesta y una simple advertencia, pueden hacer cesar la acción funesta de teólogos decididos a no inclinarse ante el Magisterio.
Él hace creer que por su «insatisfacción», estos señores habían decidido modificar y contradecir una decisión tomada en el marco del magisterio infalible.
No aceptando la Iglesia y su Magisterio infalibles tal como son, deseosos de elaborar su nueva religión, ellos no tuvieron cuidado de la advertencia de Pío XII.
En resumen
- Pío XII definió infaliblemente en Mýstici córporis Christi que la Iglesia Católica es el Cuerpo místico de Cristo
- Pío XII advirtió en Humáni géneris a los que serían tentados de poner en juicio este dogma.
- El Vaticano II, en Lumen Géntium, sobre la base de los trabajos de Congar, puso en juicio este dogma, al no identificar exclusivamente a la Iglesia Católica en el Cuerpo místico de Cristo.
- Congar, a veces un poco encubiertamente («No hay una adecuación estricta, esto es, exclusiva, entre la Iglesia-Cuerpo de Cristo y la Iglesia Católica»), a veces más abiertamente («Fue tan bien resuelto que el Concilio ha dicho otra cosa»), reconoce que Lumen Géntium contradice Mýstici córporis Christi.
¿Qué concluir?
Pido al lector considerarlo el personaje más influyente del Vaticano II, el que más imprimió su huella en el concilio, ciertamente gran admirador de Lutero, rechazando admitir como verdadera y definitiva una enseñanza marcada con el sello de la infalibilidad, que por tanto debe creerse de fe divina; que este mismo personaje consideraba como elementos de la Iglesia las sectas heréticas y que en este orden, era posible santificarse por la herejía; que este perítus hizo autoridad en el seno de la comisión en la que fue miembro; que él inventó, sostuvo, hizo triunfar y volvió oficial
una posición teológica abiertamente contraria a la enseñanza de la Iglesia; que no contento de haber contradicho el Magisterio, se infló con una rara arrogancia.
Pido al lector retener todo esto.
Puede concluir lo que quiera.
NOTAS
[1] A quien califica de «Maestro» (Une vie pour la vérité-Una vida por la verdad, Yves Congar, Editions du Centurion (1975), pág. 44).
[2]
El término de unidad no tiene ningún punto de contenido desde el punto de vista del magisterio, porque uno está en o fuera de la Iglesia. El catecismo de San Pío X responde que «Están fuera de la
verdadera Iglesia los infieles, los judíos, los herejes, los apóstatas, los
cismáticos y los excomulgados».
[3] Une passion, l’unité-Una pasión, la unidad, Yves Congar, Editions du Cerf (1974), pág. 65.
[4] Journal d’un théologien (1946 – 1954)-Diario de un teólogo (1946-1954), Yves Congar, Editions du Cerf (2000), págs. 364-365.
[5] Journal d’un théologien (1946 – 1954), Yves Congar, Editions du Cerf (2000), pág. 293.
[6] Une vie pour la vérité, Yves Congar, Editions du Centurion (1975), pág. 100.
[7] Mon Journal du Concile-Mi diario del Concilio, Yves Congar, Editions du Cerf (2002), tomo 1, pág. 348, 11 de marzo de 1963.
[8] Sesión IV, decreto de las Escrituras canónicas, 8 de abril de 1546.
[9] Mon Journal du Concile, Yves Congar, Editions du Cerf (2002), tomo 1, pág. 339, 5 de marzo de 1963.
[10] Mon Journal du Concile, Yves Congar, Editions du Cerf (2002), tomo 2, pág. 24, 5 de febrero de 1964.
[11] Mon Journal du Concile, Yves Congar, Editions du Cerf (2002), tome 2, págs. 451-452, 26 de octubre de 1965.
[12] Carta encíclica del 8 de diciembre de 1864.
[13] Martin Luther, sa foi, sa réforme-Martín Lutero, su fe, su reforma, Yves Congar, Editions du Cerf (1983), pág. 8.
[14] Une vie pour la vérité, Yves Congar, Editions du Centurion (1975), pág. 59
[15] Chrétiens désunis, principe d’un «œcuménisme» catholique, Yves Congar, Editions du Cerf (1937), pág. 311.
[16] Martin Luther, sa foi, sa réforme, Yves Congar, Editions du Cerf (1983), pág. 80.
[17] Chrétiens désunis, principe d’un «œcuménisme» catholique, Yves Congar, Editions du Cerf (1937), págs. 315-316.
[18] Une vie pour la vérité, Yves Congar, Editions du Centurion (1975), pág. 100.
[19] Chrétiens désunis, principe d’un «œcuménisme» catholique, Yves Congar, Editions du Cerf (1937), pág. 319-320.
[20] Citado por Yves Congar, en Le concile de Vatican II-El concilio de Vaticano II, édition Beauchesne (1984), pág. 50.
[21] Citado por Yves Congar, en Le concile de Vatican II, édition Beauchesne (1984), pág. 50.
[22] Mon Journal du Concile, Yves Congar, Editions du Cerf (2002), tomo 1, pág. 4-5, julio de 1960.
[23] Lumen Gentium 8.
[24] Dei Verbum 9.
[25] Une vie pour la vérité, Yves Congar, Editions du Centurion (1975), pág. 129.
[26] 8, párrafo 2.
[27] Yo respondo que en la religión católica, el sentido de los dogmas es único e inmutable.
[28] Lumen Géntium 8 párrafo 2, Nostra Ætáte 2 párrafo 2. Unitátis redintegrátio.
[29] Unitátis redintegrátio 3 párrafo 4.
[30] Responden que un dogma nuevo no existe, la Revelación fue cerrada con la muerte de San Juan.
[31] Dignitátis humánæ, 2.
[32] Lumen Géntium, 22.
[33] Rechazo emplear el término «ortodoxo», porque precisamente los «ortodoxos» no lo son.
[34] Gáudium et Spes, 92 párrafo 3.
[35] Obra que no fue condenada, pero sí prohibida su traducción y reedición (Une vie pour la vérité, Yves Congar, Editions du Centurion (1975), pág. 106.
[36] Vraie et fausse réforme de l’Eglise, Yves Congar, Editions du Cerf (1950), págs. 335-336.
[37] Lo que es contrario al dogma de la indefectibilidad de la Iglesia.
[38] Mon Journal du Concile, Yves Congar, Editions du Cerf (2002), tomo 1, págs. 361-362, 14 de mayo de 1963.
[39] Vraie et fausse réforme de l’Église, Yves Congar, Editions du Cerf (1950), págs. 336-337.
[40] De la monarchie pontificale-De la monarquía pontifical, Dom Guéranger, Victor Palmé Libraire-éditeur (1870), pág. 32.
[41] Mon Journal du Concile, Yves Congar, Editions du Cerf (2002), tomo 1, pág. 177.
[42] Mon Journal du Concile, Yves Congar, Editions du Cerf (2002), tomo 2, págs. 510-511, 7 de diciembre de 1965.
[43] Une passion, l’unité, Yves Congar, Editions du Cerf (1974), pág. 65
[44] «Esta es la única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos como
una, santa, católica y apostólica, y que nuestro Salvador, después de
su resurrección, encomendó a Pedro para que la apacentara (cf. Juan 21,
17), confiándole a él y a los demás Apóstoles su difusión y gobierno
(cf. Mat. 28, 18 ss), y la erigió perpetuamente como columna y
fundamento de la verdad (cf. 1 Tim. 3, 15)».
[45] «Esta Iglesia, establecida y organizada en este mundo como una
sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de
Pedro y por los Obispos en comunión con él si bien fuera de su
estructura se encuentren muchos elementos de santidad y verdad que, como
bienes propios de la Iglesia de Cristo, impelen hacia la unidad
católica».
[46] En Satis Cógnitum o Mortálium ánimos por ejemplo. La encíclica Mýstici córporis Christi del 29 de junio de 1943, explica por demás la razón de la apelación «Iglesia de Cristo»: ««Cristo es la Cabeza de la Iglesia: Él es el Salvador de (la que es) su Cuerpo» (Ef 5,23). Porque con estas palabras se indica su última razón por la que el Cuerpo de la Iglesia se honra con el nombre de Cristo».
[47] Mýstici córporis Christi.
[48] Journal d’un théologien (1946 – 1954), Yves Congar, Editions du Cerf (2000), pág. 102.
[49] Carta encíclica de León XIII del 29 de Junio de 1896.
[50] La doctrine du Corps mystique de Jésus-Christ d’après les Principes de la théologie de Saint Thomas-La doctrina del Cuerpo místico de Jesucristo según los Principios de la teología de Santo Tomás, padre Joseph Anger, édition Gabriel Beauchesne (1929), pág. 239.
[51] Humáni géneris.
[52] Acta et documénta concílio œcuménico Vaticano II apparándo-Preparación de las actas y documentos del concilio ecuménico Vaticano II, serie II, volumen II, partida 3, Typis polyglottis vaticanis (1968), pág. 988
[53] Acta et documenta concilio œcumenico Vaticano II apparando, séries II, volume II, partida 3, Typis polyglottis vaticanis (1968), págs. 997-998.
[54] Las almas presentes en el Purgatorio.
[55] La Iglesia triunfante, nos lo dice el catecismo del concilio de Trento: «es esta Sociedad tan brillante y tan feliz de los espíritus celestiales, y de todos aquellos que han alcanzado la victoria sobre el mundo, la carne y el demonio nuestro encarnizado enemigo, y que partidos sin retorno de las miserias de la vida, gozan de la eterna Bienaventuranza».
[56] Capítulo 10 sección 2.
[57] Capítulo 10 sección 3.
[58] Mystici Corporis Christi.
[59] Mystici Corporis Christi.
[60] Acta et documenta concilio œcumenico Vaticano II apparando, serie II, volumen II, partida 3, Typis polyglottis vaticanis (1968), pág. 1014.
[61] Acta et documenta concilio œcumenico Vaticano II apparando,
series II, volumen II, partida 3, Typis polyglottis vaticanis (1968), págs. 1023-24. Tomé la traducción de este pasaje del libro Vatican
II, l’Église à la croisée des chemins-Vaticano II, la Iglesia en la encrucijada, tomo II, Edition du MJCF (2012).
[62]
Por comodidad del lenguaje, no hablaré de las sectas heréticas. Las sectas, con pocas excepciones, siempre acaban de todas formas en devenir heréticas.
[63] La famosa plenitud geográfica… que Congar incluso escribe con una gran «p».
[64] Chrétiens désunis, principe d’un «œcuménisme» catholique, Yves Congar, Editions du Cerf (1937), págs. 323-324.
[65] Singulári quadam.
[66] Bula Cantáte Domino (1442).
[67] Chrétiens désunis, principe d’un «œcuménisme» catholique, Yves Congar, Editions du Cerf (1937), pág. 278.
[68] Chrétiens désunis, principe d’un «œcuménisme» catholique, Yves Congar, Editions du Cerf (1937), pág. 278.
[69] Chrétiens désunis, principe d’un «œcuménisme» catholique, Yves Congar, Editions du Cerf (1937), pág. 279.
[70] Chrétiens désunis, principe d’un «œcuménisme» catholique, Yves Congar, Editions du Cerf (1937), pág. 302.
[71] Études sur Dieu, l’Église, le pape et le surnaturel-Estudios sobre Dios, la Iglesia, el papa y lo sobrenatural, padre Jean-Baptiste Aubry, édition Desclée de Brouwer (1897), pág. 201.
[72] Chrétiens désunis, principe d’un «œcuménisme» catholique, Yves Congar, Editions du Cerf (1937), pág. 306.
[73] Une vie pour la vérité, Yves Congar, Editions du Centurion (1975), págs. 126-127.
[74] Y esto luego que Pío XII en Humáni géneris ha respondido que las encíclicas hacían parte del magisterio y que los católicos tenían la obligación de adherir…
[75] Le concile de Vatican II, Yves Congar, édition Beauchesne (1984), pág. 160.
[76] Afirmación que es perfectamente falsa, porque Mýstici corporis Christi no consagra la «inseparabilidad» entre la Iglesia Católica y el Cuerpo místico de Cristo, sino su identidad.
[77] Le concile de Vatican II, Yves Congar, édition Beauchesne (1984), pág. 127.
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