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viernes, 10 de julio de 2020

COMPENDIO DE LA FE, PARA LEERLO O HACERLO LEER A LOS HIJOS

Tomado del libro Miscelánea espiritual, o Devocionario para toda clase de personas, y en particular de suma utilidad para las embarazadas: recopilado de los autores más selectos, editado en Barcelona por Tomás Gorchs en 1819, con licencia eclesiástica.
 
Hay un Dios que es un ser infinito y eterno. Dios no tiene cuerpo: porque es espíritu, y no puede ser percibido por nuestros sentidos. Subsiste en tres personas distintas, que son Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Padre es Dios, el Hijo es Dios, el Espíritu Santo es Dios. Sin embargo estas tres personas no son sino un solo Dios; y es imposible que haya más que un solo Dios. El misterio de un Dios que subsiste en tres personas, se llama el misterio de la Santísima Trinidad.
 
Creó Dios el Cielo y la tierra, y todo lo que contienen el cielo y la tierra. Los ángeles y los hombres son las más perfectas criaturas de Dios. Creó Dios a estos para hacerlos eternamente bienaventurados. Gozan muchos ángeles de la eterna bienaventuranza; pero un crecido numero de los otros fue privado de ella para siempre por su soberbia, y merecieron las penas eternas del Infierno; y estos después de su caída se llaman diablos y demonios.
  
Habían merecido los hombres la misma pena que los ángeles rebeldes: Porque Adán y Eva, que fueron los primeros hombres creados por Dios en estado de santidad y de justicia, desobedecieron, y fue comiendo de un fruto del cual Dios les había prohibido comer; y comunicaron este pecado generalmente a todos los hombres que son sus descendientes: de modo que todos nacemos reos culpados de este pecado, que se llama pecado original.
   
En consecuencia de este pecado fueron condenados los hombres a morir, y nacen sujetos a toda especie de trabajos y enfermedades, ignorantes, inclinados al mal, siervos del demonio, esclavos del pecado, enemigos de Dios y dignos del Infierno. Merecían ser abandonados eternamente a estas miserias; pero Dios, por un puro efecto de su misericordia infinita, hizo a los hombres una gracia que no hizo a los ángeles; y esta gracia fue el prometerles y enviarles un Redentor y Salvador que los redimiese de la esclavitud del pecado, que los librase del poder del demonio y del Infierno, que los reconciliase con Dios, y les diese de nuevo el derecho a la eterna bienaventuranza para la cual habían sido creados, pero que lo habían perdido por el pecado.
   
Por este efecto de misericordia amó Dios a los hombres hasta el grado de enviarles a su único Hijo la segunda persona de la Santísima Trinidad, que es el mismo Dios. El Hijo de Dios se hizo hombre por obra del Espíritu Santo en el vientre de una Virgen, y nació de esta Virgen. Se debe notar bien, que solo el Hijo de Dios se hizo hombre, y no el Padre ni el Espíritu Santo. Se llama Jesucristo el hijo de Dios hecho hombre; de modo que Jesucristo es a un mismo tiempo verdadero Dios y verdadero hombre.
  
Después de haber vivido Jesucristo treinta y tres años, poco más o menos, quiso padecer el infame suplicio de la Cruz. Y escogió este género de muerte por padecer la pena que merece el pecado y reconciliar con Dios a los hombres por medio de su Sangre. Poncio Pilato le condenó a muerte a instancias de los judíos. Después de su muerte fue sepultado su cuerpo y puesto en un sepulcro; y su alma descendió a los infiernos, para sacar de allí las almas de los justos que habían muerto hasta entonces y reposaban en este lugar, esperando que Jesucristo abriese a los hombres la entrada del Cielo. El alma de Jesucristo se volvió a unir a su cuerpo al tercer día después de su muerte; de modo que resucitó y salió glorioso del sepulcro. Permaneció cuarenta días en el mundo después de su resurrección, y el día cuadragésimo se subió al Cielo, en presencia de sus discípulos. Allí está sentado a la diestra de Dios su Padre: esto es, que siendo, como Dios, igual en poder a Dios su Padre, está como hombre ensalzado en el Cielo en honor y poder sobre todas las criaturas. Volverá Jesucristo algún día al mundo para juzgar a todos los hombres, y recompensar a cada uno según sus obras.

Diez días despues de su Ascensión envió Jesucristo a los hombres el Espíritu Santo, para concluir la obra de su santificación, y la formacion de la Iglesia cristiana. Se llama Iglesia la congregación de los fieles, de quien Jesucristo es cabeza invisible, y el Papa cabeza visible en este mundo, bajo la autoridad de Jesucristo. Esta congregación subsistirá hasta el fin de los siglos. Para salvarse es necesario ser miembro de la Iglesia, creer lo que la Iglesia cree, y practicar lo que ella enseña. Todos los miembros de la Iglesia no forman sino un cuerpo. Algunos de estos miembros están ya en el Cielo; otros padecen las penas del Purgatorio, y otros viven aun en este mundo. Pero esta distancia de lugares no impide el que estén unidos, y haya entre ellos una comunicación de bienes, que es lo que se llama la comunión de los santos. Nadie puede ser miembro de la Iglesia sin recibir el perdón de los pecados: y el poder de perdonar y retener los pecados es una prerogativa que Dios no ha concedido sino a la Iglesia. Al fin del mundo resucitarán todos los hombres difuntos, para recibir en cuerpo y alma la recompensa o castigo eterno que hayan merecido. Pero los miembros vivos de la Iglesia serán los únicos que resucitarán con cuerpos gloriosos, y participarán de la vida eterna. Todos los demás no resucitarán sino para ir en cuerpo y alma, después del Juicio general, a sufrir en el Infierno con los demonios los suplicios eternos.
  
Las verdades que acabais de oír están contenidas en lo que se llama el Credo o Símbolo de los Apóstoles, que es como se sigue:
«Creo en Dios Padre Todopoderoso, creador del Cielo y de la tierra, y en Jesucristo su único Hijo nuestro Señor, que fue concebido por el Espíritu Santo, y nació de Santa María Virgen; padeció debajo del poder de Pondo Pilato; fue crucificado, muerto y sepultado; descendió a los infiernos; al tercer día resucitó de entre los muertos: subió a los cielos, y está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso, y desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia Católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne, y la vida perdurable».

Para tener parte en la resurrección gloriosa y en la vida eterna, no basta haber sido miembro de la Iglesia; es necesario además de esto, haber vivido y haber muerto cristianamente. Vivir cristiana y santamente es evitar el pecado y practicar la virtud: y obedecer a Dios y a la Iglesia.

Se llama pecado todo lo que desagrada a Dios, y se llama virtud todo lo que nos acerca a Dios. Hay siete pecados principales, que se llaman capitales, porque cada uno de ellos es principio de muchos otros. Estos pecados son la soberbia, la avaricia, la lujuria, la gula, la envidia, la ira y la pereza.
   
Las virtudes que nos conducen a Dios son la fe, la esperanza y la caridad. Por la fe creemos todo lo que Dios nos ha revelado. Por la esperanza esperamos los bienes que nos ha prometido; y por la caridad amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Si no tenemos caridad nada somos a los ojos de Dios.
 
No podemos conocer si tenemos caridad sino examinando si obedecemos a Dios y a la Iglesia. Dios nos manda diez cosas:
  1. Amar y adorar a Dios solo sobre todas las cosas.
  2. Santificar su santo nombre, lejos de profanarle.
  3. Abstenernos el domingo de obras serviles y emplear este día en obras de religión.
  4. Honrar a nuestros padres y a nuestros superiores.
  5. No matar, herir o maltratar injustamente a nadie, ni dar jamás mal ejemplo.
  6. Evitar todas las acciones, palabras y deseos deshonestos, y todo lo que conduce a este pecado
  7. No tomar o retener injustamente los bienes ajenos.
  8. No levantar falso testimonio ni mentir, calumniar, murmurar, adular, lisonjear, juzgar o sospechar temerariamente.
  9. No consentir en pensamiento alguno deshonesto.
  10. No tener algún deseo injusto de los bienes ajenos.
  
La Iglesia nos manda principalmente cinco cosas:
  1. Oír Misa entera todos los domingos y fiestas de guardar, y frecuentar la parroquia.
  2. Confesar a lo menos una vez en el año.
  3. Comulgar por Pascua florida en la parroquia.
  4. Ayunar toda la Cuaresma, los dias de las cuatro Témporas y las vigilias, y no comer de carne los viernes.
  5. Pagar diezmos y primicias a la Iglesia de Dios.
  
Pero para obedecer a Dios y a la Iglesia necesitamos del auxilio y gracia de Dios. Este auxilio no lo debe Dios a nadie; lo da por Jesucristo, y en virtud de sus méritos. Comunica Dios su gracia por medio de los sacramentos y de las oraciones.
 
Hay siete sacramentos, que son el Bautismo, la Confirmación, la Eucaristía, la Penitencia, la Extremaunción, el Orden, y el Matrimonio.
   
El Bautismo borra todos los pecados, y nos hace hijos de Dios, y el pecado original no se borra sino por medio del bautismo. La Confirmación nos da el Espíritu Santo, para hacernos perfectos cristianos. La Eucaristía alimenta nuestra alma con el propio Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo. Pero para recibir con fruto este sacramento, es necesario no ser reo de algún pecado mortal ni tener costumbre alguna pecaminosa, y formar un gran deseo de vivir cristianamente: cuando se comulga sin estas disposiciones, se bebe y se come cada uno su propia condenación.
  
El sacramento de la Penitencia perdona los pecados cometidos después del bautismo. Para recibir con fruto este sacramento es necesario examinar nuestra conciencia con cuidado, tener un verdadero dolor de nuestros pecados, tener propósito de no cometerlos más, empezar a amar a Dios, declarar al sacerdote todos los pecados mortales de que nos acordamos, reconciliarnos con nuestros enemigos, dejar las ocasiones de pecado, restituir lo que se ha hurtado, resarcir el daño que se ha hecho al prójimo: tener propósito de satisfacer a Dios cumpliendo la penitencia que el sacerdote nos imponga, sufriendo con paciencia las penas de esta vida, y viviendo de una manera penitente y mortificada; y finalmente, es necesario recibir la absolución del sacerdote.
  
La Extremaunción fue establecida para el alivio espiritual y corporal de los enfermos, y nos ayuda a morir santamente. El Orden da ministros a la Iglesia; y el Matrimonio establece un santo vínculo y compañía entre el hombre y la mujer, para dar hijos a la Iglesia hasta el fin del mundo.
  
La oración es el otro conducto de las gracias. Orar es elevar nuestra alma a Dios, y es una de las más indispensables obligaciones de la religión. Para cumplir con ella es necesario hacer por Dios todo lo que hacemos, y emplear algún tiempo en la oración cada día, a lo menos por la mañana y por la noche. Pero cuando se ora es necesario hacerlo en nombre de Jesucristo, con fe, atención, fervor, confianza y perseverancia.
  
La más excelente oración que podemos hacer a Dios es aquella cuyo autor es Jesucristo, y se llama Dominical o Padre nuestro, que en esta forma contiene todo lo que podemos y debemos pedir a Dios. Vedla aquí:
«Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea el tu nombre, venga a nos el tu reino, hágase tu voluntad, así en la tierra como en el Cielo. El pan nuestro de cada día dánosle hoy, y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, y no nos dejes caer en la tentación; mas líbranos de mal. Amén» .
   
Tambien es una cosa santa y laudable el pedir a los santos que están en el Cielo; y es obligación el venerarlos como siervos y amigos de Dios. Pero venerándolos e invocándolos, no los adoramos; y hacemos siempre una gran diferencia entre Dios y las criaturas. Reconocemos que no hay otro medianero que Jesucristo, que nos haya redimido y por quien podamos ser oídos y llevados a la salvación. Rogando a los santos, no los miramos ni consideramos sino como nuestros intercesores con Jesucristo; y siempre se finalizan todas nuestras oraciones por Jesucristo.
  
A quien es más razonable y más útil tener devoción entre todos los santos, es a la Virgen Santísima, que es Madre de Jesucristo, Dios y hombre; y por consiguiente la debemos mirar nosotros como a nuestra madre: porque tenemos la honra de ser hermanos y coherederos de Jesucristo. La más excelente oración que podemos dirigir a la Virgen Santísima es la que se llama Salutación angélica, que es como se sigue:
«Dios te salve María, llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita tú eres entre todas las mujeres: y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén».
  
Además de las oraciones particulares, deben los cristianos asistir también a las oraciones públicas de la Iglesia, principalmente a su parroquia. La más excelente de estas oraciones es el Santo Sacrificio de la Misa, en que Jesucristo mismo es ofrecido a Dios su Padre bajo las especies de pan y vino, para continuar y representar el sacrificio de la Cruz. Debemos asistir a ella con respeto y atención, y unirnos al sacerdote que dice la Misa: porque ofrece este Santo Sacrificio en nombre de todos los asistentes, y de toda la Iglesia.

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