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martes, 17 de noviembre de 2020

CARTA DE SAN AGUSTÍN SOBRE LA SECTA DONATISTA

 Traducción por el padre Santos Santamarta del Río, O.S.A.
   
CARTA A LOS CATÓLICOS SOBRE LA SECTA DONATISTA
    
     
Agustín obispo a los muy amados hermanos encomendados a nuestro cuidado: que la salvación que está en Cristo, y la paz de la unidad y de su caridad esté con vosotros, y que vuestro espíritu y vuestra alma y vuestro cuerpo se mantengan intachables hasta la llegada de nuestro Señor Jesucristo.
  
Réplica a Petiliano, que pide contrarréplica
I. 1. Recordáis, hermanos, que un día llegó a nuestras manos un reducido fragmento de una carta de Petiliano donatista, obispo de Constantina, y que yo escribí a vuestra caridad lo que tenía que responder a ese pequeño fragmento. Pero después, al enviármela completa y cabal los hermanos de allí, me pareció bien contestarla desde el principio, como si estuviera en presencia de ellos; sabéis bien que siempre he querido conferir con ellos de suerte que, sin afán de pelea, tras el debate, quede a todos patente qué es lo que afirman ellos y nosotros.
  
Sabemos que muchos tienen en sus manos esa carta y han aprendido de memoria muchos párrafos de la misma, y piensan que él ha dicho algo válido contra nosotros. Ahora bien, si quieren leer nuestra contestación, sin duda se darán cuenta de lo que tienen que rechazar y de lo que deben aceptar. Porque las explicaciones que se dan no son de nuestra cosecha, como bien pueden comprender si quieren juzgar  sin prejuicios. Todas están tomadas de las santas Escrituras y con tal fidelidad, que sólo puede negarlas quien se confiese enemigo de esos Libros.
  
Sobre nuestra obra, bien sé lo que pueden decir los defensores tan pertinaces de una mala causa, es decir, que yo he respondido a su carta estando él ausente, sin que pudiera oír mis palabras para contestarlas de inmediato.
  
Que defienda, pues, las aserciones de la suya, y, si puede, demuestre que mis respuestas no las han refutado convincentemente; y si no quiere hacer esto, que haga él con esta mi carta lo que yo hice con la suya, a la que ya he contestado; él escribió aquélla a los suyos, como yo os escribo ésta a vosotros; si le place, también puede él responder.
  
Dónde está la Iglesia
II. 2. La cuestión que se debate entre nosotros es ver dónde está la Iglesia, si en nosotros o en ellos. La Iglesia es una solamente, a la que nuestros antepasados llamaron Católica, para demostrar por el solo nombre que está en todas partes; es lo que significa en griego la expresión καθ' ὅλου. Pero esta Iglesia es el Cuerpo de Cristo, como dice el Apóstol: En favor de su cuerpo, que es la Iglesia (Colosenses 1, 24). De donde resulta claro que todo el que no se encuentra entre los miembros de Cristo, no puede tener la salvación de Cristo. Ahora bien, los miembros de Cristo se unen entre sí mediante la caridad de la unidad y por la misma están vinculados a su Cabeza, que es Cristo Jesús.
   
De esta suerte, todo lo que se dice de Cristo se refiere a él como cabeza y cuerpo. La Cabeza es el mismo unigénito Jesucristo, el Hijo del Dios vivo, Salvador de su Cuerpo (Efesios 5, 23), que murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación (Romanos 4, 25); su cuerpo es la Iglesia, de la cual se dice: A fin de presentarse a sí una Iglesia gloriosa, sin mancha, o arruga o cosa semejante (Efesios 2, 27).
  
Entre nosotros y los donatistas se ventila la cuestión de dónde está este cuerpo, esto es, dónde está la Iglesia. ¿Qué es, pues, lo que tenemos que hacer? ¿La hemos de buscar en nuestras palabras o en las palabras de su Cabeza, nuestro Señor Jesucristo? Yo pienso que debemos buscarla más bien en las palabras de aquel que es la verdad (Cf. 1 de Juan 5, 6) y conoce perfectamente a su Cuerpo, pues el Señor conoce a los que son suyos (2 de Timoteo 2, 19).
  
3. Parad la atención ahora en nuestras palabras, en las cuales no se ha de buscar la Iglesia, y ved también qué diferencia hay entre las nuestras y las de ellos. Y con todo, no pretendemos que se busque a la Iglesia en nuestras palabras. Cuanto nos echamos en cara unos a otros sobre la entrega de los Libros divinos, sobre la ofrenda de incienso a los ídolos, sobre las persecuciones, todo son palabras nuestras. Y en esta materia nosotros nos atenemos a esta norma: o se consideran verdaderas o falsas las palabras que ellos y nosotros decimos, o se consideran verdaderas las nuestras y falsas las de ellos, o falsas las nuestras y verdaderas las de ellos. Vamos a demostrar que, en cualquiera de estos casos, es ajeno a toda culpa el pueblo cristiano, con el que estamos en comunión.
  
En efecto, si son verdaderas las acusaciones que les achacamos nosotros a ellos o ellos a nosotros, cumplamos lo que dice el Apóstol: Perdonándonos mutuamente, como también Dios nos ha perdonado en Cristo (Efesios 4, 32). Así, ni los malos que ha podido haber o hay entre nosotros, o los que ha podido haber o hay entre ellos, han de impedir nuestra concordia y el vínculo de la paz, si logran corregir su único delito, el de separarse de la unidad del orbe de la tierra.
  
Si, en cambio, son falsas las acusaciones que mutuamente nos lanzamos unos a otros sobre la entrega de los Libros o la persecución de inocentes, no veo causa alguna de discordia; sólo veo motivo para que se corrijan los que se separaron sin motivo.
  
Si, por el contrario, somos nosotros los que decimos la verdad, puesto que apoyamos las actas que presentamos no sólo en las cartas del emperador, a quien fueron ellos los primeros en escribir y al que luego apelaron, sino también en la comunión del orbe entero; y, a su vez, de ellos se demuestra que es falso lo que ellos afirman, ya que no pudieron sacar adelante su causa en aquellos mismos tiempos en que se debatía la cuestión; si esto es así, queda de manifiesto que es mayor el delirio de su cólera sacrílega y la persecución de almas inocentes que si se les acusase sólo del crimen del cisma. Las otras acusaciones pueden atribuirlas no a todos los suyos, sino a los que les parezca; en cambio, el cisma es delito de todos.
   
Además, si pretenden que son verdaderas las acusaciones sobre la entrega de los Libros y la persecución que nos imputan, y falsas las que nosotros les imputamos, ni aun así quedan libres de la acusación de cisma. En efecto, esas acusaciones pueden afectar a algunos, pero no a todo el mundo cristiano. Si piensan que éste ha perecido por contagio, paso por alto cuántos y bien conocidos males han tenido que soportar los santos por el bien de la paz en la sociedad humana. Solamente digo esto: que muestren cómo no han perecido ellos mismos por el contagio con aquellos profanadores sacrílegos de la pureza de las vírgenes consagradas, que se ocultan o se han ocultado entre ellos, de los que no están enterados al presente o no lo estuvieron nunca. Dirán que ellos no se contaminaron porque no lo conocieron. Entonces, ¿cómo pudo contaminarse el orbe que no sabe aún si son verdaderas sus acusaciones? Supongamos que con respecto a nosotros quedan probadas y demostradas; ¿qué hemos de pensar de tantos pueblos? Se los deja sin que ellos lo sepan; luego se los deja siendo inocentes, y, como no supone crimen en ellos, comienza a ser suma impiedad por nuestra parte. ¿O debemos acudir a toda prisa y enseñarles lo que sabemos? Y ¿para qué? ¿Para que sean inocentes? Ya lo son al no saberlo. En efecto, no conservamos la inocencia porque conozcamos las maldades de los hombres, sino porque no consentimos en las que conocemos y no juzgamos temerariamente sobre las conocidas. Por esto, como dije, es inocente el orbe entero, que desconoce las acusaciones que lanzan éstos contra algunos, aunque sean verdaderas. Y por eso los que se separaron de esos inocentes perdieron la inocencia por el mismo crimen de la separación y del cisma; y ahora pretenden demostrarnos que son verdaderas las acusaciones que lanzan contra algunos, con el fin de separarnos de aquellos contra los cuales no tienen nada verdadero que decir.
  
4. Esto es lo que les dice el orbe entero, muy breve en palabras, pero de una verdad contundente: los obispos africanos combatían entre sí. Si no podían poner fin a la discordia surgida, de modo que, reducidos unos a la concordia o degradados los querellantes, los que mantenían la buena causa permaneciesen en la comunión del orbe mediante el vínculo de la unidad, no quedaba otro recurso sino éste: que los obispos del otro lado del mar, donde se halla la inmensa mayoría de la Iglesia católica, juzgasen acerca de las disensiones de los obispos africanos, sobre todo ante la insistencia de los que reprochaban a los otros la acusación de una ordenación reprobable.
  
Si no se hizo esto, la culpa es de los que debieron hacerlo, no del resto del orbe, que no conoció la causa porque no se la llevó ante él. Y si se hizo, ¿dónde está la culpa de los jueces eclesiásticos, quienes, aunque se les hubiese presentado la acusación y fuese verdadera, no debían condenar porque no se la habían probado? ¿Podían acaso mancharlos los malos que no podían descubrírselos? Si se los descubrieron y, quizá por apatía o complicidad, no quisieron apartar a los tales de la comunión y con un detestable juicio llegaron a dictar sentencia en su favor, ¿qué pecado cometió el orbe de la tierra que no se enteró de que aquella causa había tenido malos jueces y creyó que habían juzgado rectamente aquellos a los cuales él no pudo juzgar?
  
A la manera que el crimen de unos reos, si lo ignoraban los jueces, no pudo contaminarlos, así el crimen de los jueces, si existió alguno, al desconocerlo el orbe no pudo contaminarlo. Por tanto, nosotros estamos en inocente comunión con inocentes al no saber hoy lo que tuvo lugar entonces. Y así, aunque nos enterásemos hoy de que es verdad lo que dicen contra algunos, no hay motivo alguno para apartarnos de los inocentes que ignoran esto y pasarnos a aquellos que sin excepción están implicados en el crimen del cisma por haber hecho lo que nos aconsejan hacer a nosotros; es decir, que no toleremos a los malos como los toleraron los Apóstoles, sino que, a imitación de los herejes, abandonemos a los buenos.
  
Pero concedamos que el orbe entero, cosa imposible, puede conocer claramente hoy con nosotros que son verdaderos los crímenes de algunos a los que éstos acusan: ¿será acaso más inocente que lo era antes de conocerlo? Como los malos desconocidos no podían mancharlos, aunque se encontraran aún en vida, del mismo modo los que salieron ya de esta vida, aun siendo conocidos, no pueden manchar. Por consiguiente, si nuestra causa, en nuestras palabras sobre los crímenes de algunos que mutuamente nos reprochamos, es tal que se mantiene firme, aunque hoy conozcamos ser falsas las acusaciones que lanzamos sobre algunos de aquéllos y verdaderas las que lanzan contra algunos de los nuestros, aunque esto sea así, ¿qué pueden responder si más bien son verdaderas las acusaciones que nosotros lanzamos y falsas las que lanzan ellos, o son falsas unas y otras, o unas y otras verdaderas, ya que aun ahí quedan convictos de que sólo desean que se les dé crédito unánimemente?
  
El único recurso válido: el recurso a la Escritura
III. 5. Pero, como había empezado a decir, dejemos ya de escuchar “tú dices esto”, “yo digo esto otro”, y digamos: “Esto dice el Señor”. Ciertamente hay Libros del Señor cuya autoridad aceptamos unos y otros; ante la cual, unos y otros cedemos, a la cual unos y otros servimos. Busquemos en ellos la Iglesia, discutamos nuestra causa apoyándonos en ellos.
  
Quizá me repliquen aquí: “¿Por qué buscas en Libros que entregaste al fuego?”. Mas yo les respondo: “¿Por qué temes la lectura de esos Libros, si los has librado del fuego?”. Créase más bien que los entregó aquel que, tras su lectura, quedó convicto de estar en desacuerdo con ellos, o si tal vez estos Libros señalan al que los entregó como señaló el Señor a Judas, lean en ellos nominal y expresamente que Ceciliano y los que le ordenaron habían de entregar esos mismos Libros, y si yo no anatematizo a aquéllos, considérese que yo los he entregado como ellos. Tampoco nosotros hemos descubierto en dichos Libros que los que consagraron a Mayorino hayan sido señalados como traditóres, pero lo probamos con otros medios.
  
Vamos, pues, a dejar a un lado las acusaciones que mutuamente nos estamos lanzando, no tomadas precisamente de los Libros divinos canónicos, sino de otra parte. Y si no quieren que las dejemos, ellos dirán el porqué; si unas y otras son verdaderas, no hubo motivo alguno de separación por huir de otros incriminados; si unas y otras son falsas, no hubo tampoco motivo de separación por huir de aquellos en quienes no encontraban delito alguno; si nuestras acusaciones son verdaderas y las suyas falsas, no hubo tampoco motivo de separación, porque más bien tenían obligación de corregirse y permanecer en la unidad; y si son falsas las nuestras y verdaderas las suyas, tampoco hubo motivo de separación por su parte, porque no debían abandonar a todo el orbe inocente, al cual o no quisieron o no pudieron demostrar estas cosas.
  
6. Quizá haya alguno que me pregunte: “Por qué quieres quitar de en medio esas acusaciones si, aunque se las saque a relucir, tu comunión no sufre menoscabo alguno?”. Sencillamente, porque no quiero acudir a testimonios humanos, sino a los oráculos divinos para poner de relieve a la Iglesia santa. En efecto, si las santas Escrituras han señalado a la Iglesia sólo en África y en los pocos Cutzupitanos y Montenses de Roma, y en la casa o el patrimonio de una sola mujer española aunque se aporte lo que se aporte de otros escritos, serán los donatistas los únicos que poseen la Iglesia. Si la Sagrada Escritura la señala entre los pocos moros de la provincia cesariense, hay que pasarse a los rogatistas. Si en los escasos habitantes de la Tripolitana o Bizacena o de la Proconsular, entonces han llegado a ella los maximianistas. Si está en sólo los orientales, hay que buscarla entre los arrianos, los eunomianos, los macedonianos y cualesquiera otros que se encuentren allí.
  
¿Quién podrá enumerar todas las herejías de cada uno de los pueblos? Ahora bien, si la Iglesia de Cristo fue señalada presente en todos los pueblos por los testimonios divinos y certísimos de las Escrituras canónicas, a pesar de lo que puedan aducir, tomándolo de donde sea, los que dicen: Cristo está aquí, Cristo está allí, si somos ovejas suyas, escuchemos más bien la voz de nuestro Pastor que dice: No lo creáis (Mateo 24, 23), pues ninguna de esas sectas se encuentra en los muchos pueblos donde está ésta; y ésta, en cambio, que está en todas partes, se encuentra también donde están aquéllas. Por tanto, busquemos la Iglesia en las Escrituras santas y canónicas.
  
Cristo, Cabeza de su Iglesia, que es su Cuerpo
IV. 7. El Cristo total es Cabeza y Cuerpo: la Cabeza es el Hijo unigénito de Dios, y su Cuerpo, la Iglesia; Esposo y Esposa, dos en una misma carne (Cf. Efesios 5, 23,30-31). Quienes disienten de las santas Escrituras sobre la misma Cabeza, aunque se encuentren en todos los lugares en que se señala a la Iglesia, no están en la Iglesia. A su vez, quienes están de acuerdo con las santas Escrituras acerca de la Cabeza y no están en la comunión de la unidad de la Iglesia, no están en la Iglesia, porque disienten del testimonio de Cristo sobre el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Así, por ejemplo, quienes no creen que Cristo se hizo carne en el seno de la Virgen María, de la descendencia de David, hecho afirmado con tanta claridad en la Escritura de Dios; o que resucitó en el mismo cuerpo en el que fue crucificado y sepultado, aunque se encuentren por todas las tierras en que está la Iglesia, no por eso están dentro de la Iglesia, porque no tienen la misma Cabeza de la Iglesia, que es Cristo Jesús, y no es precisamente en algún punto oscuro de las divinas Escrituras en el que se engañan, sino que contradicen sus testimonios más claros y conocidos.
  
También puede ocurrir que algunos crean que Jesucristo, según se ha dicho, vino en la carne, y que en la misma carne en que nació y sufrió, resucitó, y que es Hijo de Dios, Dios en Dios, uno con el Padre, Verbo inconmutable del Padre, por medio del cual fueron hechas todas las cosas (Cf. Juan 1, 3) y, sin embargo, disienten tanto de su Cuerpo, la Iglesia, que no están en comunión con el todo, por doquiera se extiende, sino en alguna parte aislada; si esto es así, es manifiesto que los tales no se encuentran en la Iglesia católica.
  
Ahora bien, como nuestra discusión con los donatistas no se refiere a la Cabeza, sino al Cuerpo; es decir, no trata de la Cabeza, sino del Cuerpo; esto es, no del mismo Salvador Jesucristo, sino de su Iglesia, sea la misma Cabeza, en la que estamos de acuerdo, la que nos muestre su Cuerpo, sobre el cual disentimos, a fin de que por sus palabras dejemos ya de hacerlo. Él es, en efecto, el Hijo unigénito y Palabra de Dios y, por tanto, ni los mismos santos profetas hubieran podido proclamar las verdades si la misma Verdad, que es la Palabra de Dios, no les manifestara lo que tenían que decir y no les mandara decirlo. Así, pues, la Palabra de Dios resonó en los primeros tiempos por medio de los profetas, luego lo hizo por sí mismo, cuando la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros (Juan 1, 14); después por los apóstoles que envió a predicarle, para que llegara la salvación a los confines de la tierra (Cf. Mateo 28, 19-20). En todos éstos, por consiguiente, hay que buscar la Iglesia.
  
Recurrir sólo a textos claros
V. 8. Pero los maldicientes tantas veces cambian muchos textos aplicándolos a quienes o a lo que les place. Igualmente, a muchos otros que, para ejercitar las mentes racionales, aparecen en lenguaje figurado y oscuro, se les considera, recurriendo a imágenes enigmáticas o de sentido ambiguo, como en armonía y al servicio de una interpretación errónea. Por eso, de antemano digo y propongo que escojamos algunos textos claros y manifiestos, pues si éstos no se encontrasen en las divinas Escrituras, no habría manera de sacar a luz lo encerrado ni de esclarecer lo oscuro.
  
Ved, por ejemplo, qué fácil nos sería a nosotros aplicar contra ellos o a ellos contra nosotros lo que dice el Señor de los fariseos: Vosotros os asemejáis a los sepulcros blanqueados: por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de porquería. Así también vosotros, por fuera parecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de maldad (Mateo 23, 27-28). Si nosotros aplicamos estas palabras contra ellos o ellos contra nosotros, si no se demuestra antes con documentos irrefutables quiénes son los que siendo injustos se tienen por justos, ¿quién medianamente sano puede ignorar que todo eso se dice a impulso más bien de una ligereza insultante que de una verdad convincente? El Señor decía todo eso contra los fariseos en calidad de Señor, esto es, como conocedor del corazón y conocedor y juez de todos los secretos humanos (Cf. Daniel 14, 42); nosotros, en cambio, debemos primero hallar y demostrar las imputaciones, a fin de que no seamos inculpados de la gravísima acusación de insana temeridad.
  
Sin duda, si nos demuestran ellos antes que somos nosotros tales hipócritas, en modo alguno hemos de rehusar admitir que esas palabras de las santas Escrituras nos reprenden y sacuden a nosotros; e igualmente, si nosotros demostramos que son ellos los afectados por esa hipocresía, estará también en nuestras manos, tras la demostración y refutación de su conducta, descargar sobre ellos los reproches del Señor.
  
9. También se hace preciso dejar a un lado entre tanto los pasajes oscuros y ocultos bajo figuras que pueden ser interpretados a favor nuestro o de ellos. Corresponde a los hombres perspicaces dilucidar y discernir cuál es la interpretación más probable de esos pasajes; pero no queremos, en una causa que afecta a los pueblos, encomendar nuestra discusión a la rivalidad de semejantes ingenios.
  
Así, nadie de nosotros puede dudar que en el arca de Noé, dejando a un lado la verdad histórica de los acontecimientos, es decir, que muriendo los pecadores se salvó del diluvio la familia de un justo, estaba figurada también la Iglesia. Esto parecería una conjetura ingeniosa si el apóstol Pedro no lo hubiera dicho en su carta (Cf. 1 Pedro 3, 20-21). Pero si alguno de nosotros afirma, cosa que no dijo él, que la razón de haber estado allí toda clase de animales fue porque anunciaba de antemano que la Iglesia había de estar en todos los pueblos, quizá a los donatistas les pareciera otra cosa y quisieran interpretarlo de diferente manera. Igualmente, si ellos interpretaran a su manera algún pasaje oscuro y dudoso y nosotros pensáramos que allí se indica otra cosa que nos favorece a nosotros, ¿a dónde iríamos a parar con este sistema?
  
En efecto, cierto obispo suyo, en un sermón que, según hemos oído, predicó aquí en Hipona al pueblo, dijo que la misma arca de Noé había sido embreada por dentro para que no se escapara el agua que tenía y también por fuera para no dejar entrar la ajena. Quiso servirse de esta interpretación para sostener que ni el bautismo podía salir de la Iglesia ni ser aceptado si se daba fuera de ella. Le pareció que decía algo, y los que le escuchaban le aclamaron gustosos, sin reflexionar atentamente sobre lo que habían oído; así, no advirtieron, como era fácil, que no puede suceder que la ensambladura de la madera  admita el agua de fuera si no deja salir la de dentro, y a su vez, que si deja salir la de dentro, es natural admita también la de fuera. Pero, admitido que fuera verdad lo que él dice del casco del barco, ¿quién me impediría a mí dar otra interpretación, si pudiera, sobre el arca embreada por ambas partes, de suerte que fuera incierto cuál de estas dos interpretaciones, o aun alguna tercera, fuera la verdadera? Tampoco es absurdo afirmar, y quizá tenga más probabilidad, que en la brea, como es un adhesivo fortísimo y tan ardiente, está significada la caridad. ¿Por medio de qué, sino por medio de la ardentísima caridad, acontece lo que dice el salmo: Mi alma está adherida a ti (Salmo 62, 9)? Como está mandado que la tengamos todos recíprocamente y con todos, por eso el arca estaba embreada por dentro y por fuera. Y también, dado que está escrito: Todo lo tolera (1 Corintios 13, 7), la misma fuerza de la tolerancia, tenaz defensora de la unidad, está significada por la brea, con la que está embadurnada por dentro y por fuera, precisamente para indicarnos que dentro y fuera hay que tolerar a los malos, a fin de que no se disuelva la ensambladura de la paz.
  
Por consiguiente, procuremos economizar semejantes interpretaciones en esta nuestra discusión y busquemos algunos textos claros que nos den a conocer la Iglesia.
  
10. Por ejemplo, se lee en el libro de los Jueces: Gedeón dijo a Dios: Si de verdad quieres salvar a Israel por mi mano, como has dicho, voy a poner un vellón de lana en la era: si el rocío aparece sólo sobre el vellón, quedando seco todo el suelo, sabré que liberarás a Israel por mi mano, como has dicho. Y así sucedió. Gedeón madrugó al día siguiente, exprimió el vellón y llenó una vasija con el agua del rocío. Gedeón dijo a Dios: No se encienda tu ira contra mí; Señor, si me atrevo a hablarte una vez más. Permíteme que repita por última vez la prueba del vellón: que quede seco sólo el vellón y en todo el suelo haya rocío. Y Dios lo hizo así aquella noche. Quedó seco sólo el vellón y en todo el suelo había rocío (Jueces 6, 36-40).
  
No veo que aquí esté figurada y anunciada otra cosa sino que la era es el orbe de la tierra, y el lugar del vellón el pueblo de Israel. Sabemos que aquel pueblo en otro tiempo fue bañado por la gracia del sacramento divino como con un rocío celeste, que no tenían los pueblos en torno, por lo que se vieron presa de la sequedad. Pero en el mismo pueblo se hallaba este don en el vellón, es decir, como en un velo y una nube misteriosa, ya que aún no había sido revelado. Pero, revelado ya el misterio del rocío, vemos el orbe de la tierra alimentado por el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, figurado entonces en  aquel vellocino; en cambio, aquel pueblo, perdido el sacerdocio que tenía, porque no entendió en las Escrituras a Cristo, ha quedado como el vellón seco. Pero no quiero que busquemos a la Iglesia en tales simbolismos, aunque no veo qué otra cosa se puede entender aquí. Dejemos a un lado, de momento, los textos que necesitan alguna interpretación, no porque sean falsas las soluciones que se dan de tales misterios, sino porque exigen un intérprete, y no quiero yo que en esto se enfrenten nuestros ingenios; sea la verdad sin ambages la que clame, resplandezca, irrumpa en los oídos cerrados, golpee los ojos de los que disimulan -para que nadie busque en esos escondrijos lugar para su falsa opinión-, confunda todo intento de contradecir, triture todo descaro y desvergüenza.
  
La universalidad de la Iglesia, anunciada a los patriarcas
VI. 11. Donatistas, leed el Génesis: He jurado por mí mismo, dice el Señor, que, por haber hecho esto y no haber perdonado a tu hijo amadísimo por mí, te colmaré de bendiciones y multiplicaré inmensamente tu descendencia, como las estrellas del cielo, como la arena que hay a la orilla del mar, y tu descendencia poseerá las ciudades de tus enemigos. En tu descendencia serán bendecidas todas las naciones de la tierra por haber obedecido tú mi voz (Génesis 22, 16-18).
  
¿Qué contestáis a esto? ¿Queréis luchar con nosotros imitando la perversidad de los judíos, afirmando que la descendencia de Abrahán se halla sólo en el pueblo nacido de la carne de Abrahán? Pero los judíos no leen en sus sinagogas al apóstol Pablo, que leéis vosotros en vuestras reuniones.
  
Oigamos, pues, lo que dice el Apóstol, puesto que nosotros buscamos ya cómo se ha de entender lo de la descendencia de Abrahán. Dice él: Hermanos, os voy a hablar a lo humano: un testamento humano, si está en debida forma, nadie puede anularlo ni añadirle nada. Ahora bien, las promesas fueron hechas a Abrahán y a su descendencia. No dice: “Y a las descendencias”, como si fueran muchas, sino: “Y a tu descendencia”, como a una sola, esto es, Cristo (Gálatas 3, 15-16).
  
Aquí tenemos la descendencia en que son bendecidos todos los pueblos; aquí está el testamento de Dios, escuchadlo. Dice: Un testamento humano, si está en debida forma, nadie puede anularlo ni añadirle nada. ¿Por qué anuláis vosotros el testamento de Dios diciendo que no se ha cumplido en todos los pueblos y que ha desaparecido de los pueblos en que existía la posteridad de Abrahán? ¿Por qué añadís nuevas cláusulas diciendo que en parte alguna permanece Cristo como heredero sino donde ha podido tener como coheredero a Donato? No es porque tengamos envidia a nadie. Leednos esto en la Ley, en los Profetas, en los Salmos, en el mismo Evangelio, en las cartas de los Apóstoles. Leédnoslo y creeremos, como nosotros os leemos en el Génesis y en el Apóstol que en la descendencia de Abrahán, que es Cristo, son bendecidos todos los pueblos.
  
12. Escuchad este mismo testamento renovado a Isaac, hijo de Abrahán: Hubo hambre en el país (otra distinta de la primera que hubo en tiempo de Abrahán) e Isaac se fue a Guerar donde Abimelec, rey de los filisteos. El Señor se le apareció y le dijo: “No bajes a Egipto; quédate en el país que yo te indicaré. Habita en esta tierra; yo estaré contigo y te bendeciré, porque a ti y a tu descendencia daré yo toda esta tierra, y yo mantendré el juramento que hice a Abrahán, tu padre, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo. A ti y a tu descendencia te daré toda esta tierra y en tu descendencia serán bendecidas todas las naciones de la tierra, porque Abrahán me obedeció y guardó mis preceptos y mandamientos, mis normas y leyes” (Génesis 26, 1-5).
  
Responded a esto. La descendencia de Abrahán es la misma descendencia de Isaac, Cristo. Y cómo vino Cristo en la carne por la descendencia de Abrahán por medio de la Virgen, ¿qué cristiano puede ignorarlo?
  
13. Escuchad también el mismo testamento renovado a Jacob: Partió, pues, Jacob del pozo del juramento camino a Jarán. Llegado a cierto lugar, se dispuso a pasar allí la noche, porque ya el sol se había puesto. Tomó una piedra, la puso por cabecera y se acostó. Tuvo un sueño. Veía una escalera que, apoyándose en tierra, tocaba con su vértice el cielo, y por la que subían y bajaban los ángeles de Dios. De pronto, el Señor, que estaba encima, le dijo: “Yo soy el Señor, el Dios de tu padre Abrahán y el Dios de Isaac; no temas; la tierra en que descansas te la daré a ti y a tu descendencia. Tu descendencia será como el polvo de la tierra; te extenderás al este y al oeste, al norte y al sur. En ti y en tu descendencia serán bendecidas todas las naciones de la tierra. Yo estoy contigo. Te guardaré dondequiera que vayas y te volveré a esta tierra, porque no te abandonaré hasta haber cumplido lo que te he dicho” (Génesis 28, 10-15).
  
Ahí tenéis la promesa a la que os oponéis, ahí tenéis el legítimo testamento que tratáis de anular. Dice el Señor: No te abandonaré hasta haber cumplido lo que te he dicho. Y vosotros lo contradecís, diciendo que os creamos más bien a vosotros los crímenes que achacáis al orbe de la tierra que desconocéis y que os desconoce, y que no creamos a Dios que dice: No te abandonaré hasta haber cumplido lo que te he dicho.
  
14. Leednos en las Escrituras canónicas que entregaron los Libros divinos aquellos a quienes acusáis nominalmente; leednos pasajes tan claros como los que os hemos leído del Génesis. No os preguntamos qué significa aquella piedra en que apoyó Jacob la cabeza cuando dormía ni la escala apoyada en el suelo y cuyo extremo tocaba al cielo, ni los ángeles de Dios subiendo y bajando por ella. Investiguen estos misterios personas más juiciosas y más sabias, y expónganlos en medio de un pueblo pacífico en donde no resuene la insolente contradicción, que arma su desvergüenza con la oscuridad del misterio y los enigmas del texto.
   
No faltan corazones fieles, que recuerda el Señor en el Evangelio, donde indica, al ver a un israelita sin dolo, que Jacob, que vio esta escala, fue llamado Israel. No faltan, pues, fieles a los que alude el mismo Señor donde dice: Veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre (Juan 1, 51), es decir, sobre la descendencia de Abrahán, en quien son bendecidos todos los pueblos. Pero no trato de persuadir estas cosas a los que las rehúsan. Mirad lo que tenéis que oír: Tu descendencia será como el polvo de la tierra; te extenderás al este y al oeste, al norte y al sur. En ti y en tu descendencia serán bendecidas todas las naciones de la tierra (Génesis 28, 14).
  
Dadme esa Iglesia, si está en vosotros. Demostrad que estáis en comunión con todos los pueblos, que vemos ya son bendecidos en esta descendencia. Dádmela o, depuesto ya vuestro furor, recibidla, no ciertamente de mí, sino de aquel mismo en quien son bendecidos todos los pueblos.
  
Podrían ser suficientes las citas aportadas del primer libro de la Ley; pero saldrán a relucir otras muchas si se leen sin impía emulación y con piadoso afecto.
  
…Por los Profetas
VII. 15. ¿Qué se encuentra en los Profetas? ¡Cuántos y cuán claros son los testimonios en favor de la Iglesia esparcida por todo el orbe! Voy a recordar unos pocos dejando otros muchos a los lectores que disponen de tiempo e interés y tienen temor de Dios.
  
Tomemos las respuestas divinas dadas por boca del santo Isaías, y consultemos sus palabras cual oráculos del Señor. Que callen y enmudezcan las rivalidades violentas y perniciosas de las contiendas humanas. Prestemos oídos a la palabra de Dios. Diga Isaías dónde, por revelación de Dios, vio con antelación la Iglesia santa, a fin de que veamos ahora el presente en las palabras del que habla del porvenir. Dice él: La tierra está llena del conocimiento del Señor, como las aguas colman el mar. Aquel día la raíz de Jesé se alzará como enseña de los pueblos, en ella esperarán las naciones (Isaías 11, 9-10). Ningún cristiano, sea el que sea, ignora que la raíz de Jesé es Cristo, nacido del linaje de David según la carne; y si es amigo de contiendas, que discuta con el Apóstol, que en sus cartas se sirve de este testimonio (Cf. Romanos 15, 12).
  
Dice también Isaías: Israel germinará y florecerá, y llenará la tierra de sus frutos (Isaías 27, 6). Israel fue hijo de Isaac, nieto de Abrahán, a quien se prometió que en su descendencia serían bendecidos todos los pueblos; y, según el Apóstol, esa descendencia es Cristo. Cristo procede de la descendencia de Abrahán mediante Isaac, Israel y así sucesivamente, según las generaciones, hasta el nacimiento de Cristo, que nos refirió el Evangelista (Cf. Mateo 1). Por consiguiente, quien pretenda argüir en contra, que contradiga al Evangelio, niegue que Cristo procede del linaje de Israel para poder negar lo que dice Isaías: Israel germinará y florecerá y llenará la tierra de sus frutos. Y dice también: Yo, Dios, soy el primero y estaré también en medio de lo que vendrá después. Los pueblos lo han visto y han temblado los confines de la tierra (Isaías 41, 45). Es lo que dice la Escritura en otra parte: Yo soy el primero y el último (Apocalipsis 22, 13); de suerte que es el Α y la Ω, que son las letras de todos conocidas como signo de Cristo, pues en lugar de la palabra “el último”, que se dice allí, se puso aquí estaré también en medio de lo que vendrá después. Contradicen, pues, a esta manifestación los que no quieren creer, más aún, no quieren ver el cumplimiento de lo que sigue: Los pueblos lo han visto y han temblado.
  
Y un poco después: Jacob es mi hijo; yo lo reconoceré; Israel es mi elegido, mi alma lo ha acogido. He puesto en él mi espíritu, para que proclame el derecho a las naciones. No gritará, no faltará, no se oirá fuera su voz; no romperá la caña cascada, ni apagará la mecha humeante, sino que proclamará fielmente el derecho. Brillará y no se quebrará, hasta implantar en la tierra el derecho; los pueblos esperarán en su nombre (Isaías 42, 1-4). Que este testimonio se refiere a Cristo, consta por el mismo Evangelio (Cf. Mateo 12, 18-21). Contradígalo quien se atreva, y quien no se atreva espere en él con lo pueblos y no se aparte de la unidad de los pueblos que esperan en él, o si se había apartado ya, torne para no perecer.
  
16. El mismo Isaías dice también: Y ahora así dice el Señor, que desde el seno me formó para ser siervo suyo, a fin de reunir a Jacob y a Israel a su lado. Me acercaré a él y le honraré en presencia del Señor y mi Dios será mi fuerza. Y me dijo: Tu mayor gloria será llamarte mi siervo, destinado a restablecer la tribus de Jacob y traer a la descendencia de Israel. Yo te he puesto como alianza de la raza, luz de los gentiles, para que seas salvación hasta los extremos de la tierra (Isaías 49, 5-6). Y un poco después: Así dice el Señor de Israel: En el momento adecuado te he escuchado y en el día de la salvación te he oído (Isaías 49, 8). Al comentar el apóstol Pablo estas palabras, demuestra que sólo se cumplen en los cristianos. Las relaciona diciendo: Ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de salvación (2 Corintios 6, 2). Escuchemos, pues, lo que añade Isaías: Te he hecho alianza de los gentiles, para que habites y poseas en heredad los territorios devastados (Isaías 49, 8). Y pasados unos versos lo enlaza diciendo: Unos vendrán de lejos, otros del norte y del oeste, otros del país de los persas. Gritad, cielos, de gozo; salta, tierra, de alegría; montes, estallad de júbilo, porque Dios se ha compadecido de su pueblo, y se ha dirigido a los desvalidos de su pueblo. Sión, en cambio, dijo: el Señor me ha abandonado, y Dios me ha olvidado. ¿Se olvida acaso una mujer de su niño de pecho, o puede darse que no tenga piedad del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré a ti, dice el Señor. He aquí que en la palma de mis manos he grabado tus murallas; tú estás sin cesar ante mis ojos, y en breve te reconstruirán los que te destruyeron (Isaías 49, 12-17). Como la palabra del Apóstol no nos permite aplicar esto al pueblo de los judíos, sino al pueblo cristiano, ¿cómo hemos de entender las palabras de Isaías y en breve te reconstruirán los que te destruyeron, sino como una predicción muy anterior de que los reyes de la tierra, que antes perseguían a la Iglesia, la habían de ayudar después? Pero como muchos de ellos habían de morir en sus maldades, añade: Y los que te han asolado se alejarán de ti (Isaías 49, 14).
  
Luego, como todos los pueblos se habían de integrar en la Iglesia, continúa diciendo: Mira por doquier a tu alrededor y observa a todos. Vivo yo, dice el Señor. Te revestirás de todos éstos y dispondrás de ellos como adorno de la recién casada, pues lo que en ti era desolación, corrupción y ruinas, es ahora demasiado estrecho para quienes moran ahí. Aléjense de ti los que te devoraban. Los hijos que habías perdido te dirán al oído: Este lugar es reducido para nosotros; haznos, pues, también ahora un lugar en que habitemos. Pero tú dirás en tu interior: ¿Quién me engendró a éstos, pues sé que carezco de hijos y soy viuda? ¿Quién me los ha educado? Yo estuve sola y abandonada. ¿Dónde tenía yo a éstos? Así dice el Señor: He aquí que pondré en los pueblos mis manos y en las islas mi estandarte, y llevaré tus hijos en mi regazo y a tus hijas las llevarán sobre los hombros. Los reyes serán vuestros educadores, y las damas principales tus nodrizas. Inclinando su rostro a tierra te suplicarán y lamerán las huellas de tus pies, y sabrás que yo soy el Señor y no te avergonzarás (Isaías 49, 18-23). Y poco después añade: Oídme, escúchame, pueblo mío; miradme también vosotros los reyes, porque yo dictaré leyes y mi sentencia será luz para los pueblos. Mi justicia, ya a punto, se acerca; mi salvación avanza y en mi brazo consiguen la salvación los pueblos (Isaías 51, 4-5).
  
Acerca de este brazo consultemos las Escrituras apostólicas. El apóstol Pablo, hablando de la infidelidad de los judíos, después de citar el testimonio del mismo profeta según el cual Cristo no se les había revelado a ellos, añadió: ¿Quién ha creído a nuestra predicación? ¿A quién se ha revelado el brazo del Señor? (Romanos 10, 16; Juan 12, 36; Isaías 53, 1) Después Isaías añade: Estallad a una en gritos de alegría, ruinas de Jerusalén, pues el Señor se ha apiadado de ella y ha liberado a Jerusalén. El Señor descubrirá su brazo santo, y todas las naciones, hasta los confines de la tierra, verán la salvación de Dios (Isaías 52, 9-10). ¿Quién hay tan sordo, quién tan demente, quién tan romo de inteligencia que ose contradecir testimonios tan evidentes, sino quien ignora lo que dice?
  
17. Pero vengamos a cuestiones más patentes. Bien conocidas nos son las bodas mencionadas en las Sagradas Escrituras, el Esposo y la Esposa, Cristo y la Iglesia. Isaías nos describe al uno y a la otra, por si nos equivocamos en alguno de los dos; si alguien se equivoca sobre uno, pierde a los dos, porque de este matrimonio se dijo misteriosamente, como testifica el Apóstol: Serán dos en una sola carne (Efesios 5, 31). He aquí cómo el Esposo se describe a sí mismo. Después de la multiplicidad de rasgos que de él nos da Isaías a fin de que enmudezcan los judíos, y para que no nos resulte pesado recordarlos todos, prestad atención a esto poco: Cargará sobre sí sus maldades. Por eso se le dará en herencia las multitudes, repartirá los despojos de los poderosos, pues su alma fue entregada a la muerte y fue contado entre los malhechores. Él ha llevado los pecados de muchos y fue entregado por nuestras maldades (Isaías 53, 11-12). Vosotros mismos confesáis que todo esto fue un anuncio y profecía referida a nuestro Señor Jesucristo desde mucho tiempo antes. ¿Por qué este Esposo fue entregado a la muerte, por qué fue contado entre los malhechores? ¿Qué hizo, qué consiguió su excelsidad con una humillación tan grande? ¿Quién hay tan sordo que no oiga estas cosas, quién tan embotado que no las comprenda? ¿Quién tan ciego que no las vea? Por eso dice: Por eso se le dará en herencia las multitudes y repartirá los despojos de los poderosos, pues su alma fue entregada a la muerte y fue contado entre los malhechores. ¿Por qué, herejes, os vanagloriáis de vuestro pequeño número, si precisamente nuestro Señor Jesucristo se entregó a la muerte para poseer muchos en herencia? ¿Y quiénes forman esta multitud, o qué tierra tan extensa ocupan? Escuchemos lo que sigue.
   
18. Anunciado ya y descrito el Esposo, aparezca ya la Esposa en las palabras de Isaías. Veámosla en la verdad de las páginas santas y reconozcámosla en el orbe de la tierra. También el apóstol Pablo nos da este testimonio profético sobre la santa Iglesia; no tiene adónde ir la tergiversación pendenciera de los herejes: Da gritos de alegría, estéril que no has dado a luz; estalla de gozo y júbilo, la que no has conocido los dolores de parto; porque los hijos de la abandonada son más que los de la casada (Isaías 54, 1). ¿Dónde está, repito, el motivo de gloriaros de vuestro escaso número? ¿No son éstos los muchos de los que se dijo poco antes: Por eso se le dará en herencia las multitudes? Y ¿cuál es su herencia sino su Iglesia? Son más, dice, los hijos de la abandonada que los hijos de la casada. En la que tenía varón quiere que se entienda a la sinagoga de los judíos, puesto que había recibido la Ley.
   
En consecuencia, ya puede quedar dirimida nuestra cuestión. Confronten éstos la muchedumbre de los suyos, constituida por africanos o en África, con la multitud de los judíos presentes en todos los países, pues se hallan dispersos por doquier, y vean cuán pocos son en comparación de ellos. ¿Cómo pueden aplicarse a sí mismos aquel dicho: Son más los hijos de la abandonada que los de la casada?
  
Comparen también la muchedumbre de cristianos de todos los pueblos, con quienes no están en comunión, y vean qué pocos son en comparación con ellos los judíos; y vean finalmente que es en la Iglesia católica, extendida por todo el orbe, donde se ha cumplido esta profecía: Son más los hijos de la abandonada que los de la casada. Admitamos que es un enigma oscurísimo el hecho de que en cuanto al número de hijos la abandonada ha sido preferida a la casada; pero quien se oponga a que es de la Iglesia de Cristo de la que se dijo: Son más los hijos de la abandonada que los de la casada, no es a mí a quien se opone, sino a Cristo.
   
19. Y de dónde había de tener muchos hijos, lo añade a continuación al decir: Dijo el Señor: Ensancha el espacio de tu campamento y de tus tiendas; clava sin miedo, estira tus cuerdas, asegura tus postes; extiende todavía las cuerdas a derecha e izquierda. Tu descendencia heredará las naciones y habitarás las ciudades desiertas. No temas, pues te impondrás, ni te avergüences de haber sido objeto de desprecio. Olvidarás el bochorno sin fin, y no te acordarás de la afrenta de tu viudez. Porque yo soy el Señor que te he hecho; el Señor es su nombre, y el que te ha librado se llamará el Dios de Israel de toda la tierra (Isaías 54, 1-4). He aquí hasta dónde se le mandó extender sus cuerdas: hasta que su Dios sea llamado el Dios de un Israel de toda la tierra. De ella, en efecto, habla el mismo profeta y a ella se dirige al decir: Por amor de Sión no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que rompa como aurora mi justicia. Mi salvación llameará como antorcha. Todos los pueblos verán su justicia, y los reyes tu gloria. Te llamará con un nombre nuevo, pronunciado por la boca del Señor. Serás corona fúlgida en presencia del Señor y diadema real en la mano de tu Dios. Ya no te llamarán “abandonada” ni a tu tierra “devastada”; a ti te llamarán “mi favorita” y a tu tierra el “Orbe de la tierra” (Isaías 62, 1-4).
  
¿Se puede exigir aún algo más claro? He aquí cuántas cosas y qué claras dice un único profeta. Y, sin embargo, se resiste y se contradice no a un hombre cualquiera, sino al Espíritu de Dios y a la verdad más evidente. Y, no obstante, aquellos que quieren tener su gloria en el nombre cristiano, sienten envidia de la gloria de Cristo, no sea que se crea que se cumplen estas cosas que tanto tiempo ha se han profetizado de él, cuando en realidad ya no se anuncian, sino que se muestran, se ven, se poseen.
Ahora bien, si quisiera reunir en una sola carta los testimonios de todos los profetas relativos a esta Iglesia señalada antes que vemos tal como la leemos, temo que parezca que yo mismo considero que son pocos los que son tantos, que si pretendiera reunir todos los de Isaías sólo, había de superar los justos limites de esta exposición.
  
…en los Salmos
VIII. 20. Escuchemos ya algunos pasajes de los Salmos cantados tanto tiempo antes de los hechos, y veamos con inmenso gozo cómo se cumplen ya ahora. Y sea el primer pasaje el que Petiliano puso en su carta, no sé con qué cara; óiganlo y júzguenlo ellos: El Señor me ha dicho: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. Pídemelo: te daré en herencia las naciones; en posesión, la tierra hasta sus confines (Salmo 2, 7-8). ¿Qué cristiano ha dudado jamás que esto se predijo de Cristo, o ha pensado que esta herencia era algo distinto a la Iglesia? Y como ella había de tener a buenos y malos en las redes de sus sacramentos, dice: Los gobernarás con cetro de hierro, los quebrarás como jarro de loza (Salmo 2, 9). Sin duda, la misma justicia, firme e inflexible, gobierna a los buenos y quiebra a los malos.
  
21. ¿Quién está tan alejado y ajeno a los divinos oráculos que no reconozca el mismo Evangelio al escuchar las palabras del Salmo: Taladraron mis manos y mis pies, contaron todos mis huesos. Me miraron y me contemplaron, se repartieron mis vestidos y echaron suertes sobre mi túnica (Salmo 21, 17-19; Juan 19, 24)? El mismo evangelista, al narrar el hecho, recuerda este testimonio. Pero, ¿qué se puede comparar con el precio de esta cruz, con tamaña humillación de tan excelsa grandeza, y con aquella santísima y divina sangre, sino lo que se dice en las siguientes palabras: Se recordarán y volverán al Señor desde todos los confines de la tierra y se postrarán en su presencia todas las familias de los pueblos; y él dominará a las naciones (Salmo 21, 28-29)?
  
¿Acaso el Apóstol no aplicó a los predicadores del Nuevo Testamento las siguientes palabras: A toda la tierra se extendió su voz y hasta los límites del orbe de la tierra sus palabras (Salmo 18, 5; Romanos 10, 18)? ¿De quién otro sino de Cristo se pueden entender estas otras: El Dios de dioses, el Señor, ha hablado y ha llamado la tierra desde la salida del sol hasta su ocaso. Desde Sión, dechado de belleza (Salmo 49, 1-2)? ¿De quién sino de Cristo es esta voz: Me dormí en la turbación? De dónde le viene esa turbación lo dice inmediatamente: Los hijos de los hombres: sus dientes son lanzas y flechas; su lengua es una espada afilada (Salmo 56, 5). ¿De quién era esa voz sino de los que gritaron: Crucifícalo, crucifícalo (Lucas 23, 21)? ¿Por qué todo esto, en bien de quién, para beneficio de quién? Escucha lo que sigue: Elévate sobre el cielo, oh Dios, y llene la tierra entera tu gloria (Salmo 56, 6). Aquí tienes que Cristo durmió en su pasión y por su resurrección se elevó sobre los cielos. Y ¿de dónde viene que su gloria esté sobre toda la tierra sino de su Iglesia que se extiende por toda ella? En estas dos brevísimas frases os pregunto a vosotros, herejes, todo lo que se ventila entre nosotros. Dice: Elévate sobre el cielo, oh Dios, y llene la tierra tu gloria (Salmo 56, 6). ¿Por qué proclamáis que Cristo el Señor ha sido elevado sobre los cielos y no estáis en comunión con su gloria, que alcanza a toda la tierra?
   
22. El salmo 71 lleva por título “a Salomón”. Pero como las cosas que allí se dicen no pueden referirse a ese rey efímero que luego pecó tan gravemente, se sostiene inapelablemente contra los judíos que son predicciones sobre Cristo. Ningún cristiano niega esto; pues son tales las cosas dichas, que no se puede dudar que se refieren a Cristo. También se encuentran allí expresiones en que se reconoce a la Iglesia extendida por todo el orbe, tras someter a todos los reyes al yugo de Cristo: Y dominará de mar a mar, desde el río hasta el confín de la tierra (Salmo 71, 8); desde el río, en efecto, en que el Espíritu Santo en forma de paloma y la voz del cielo lo dieron a conocer. Luego continúa: Ante él caerán los etíopes y sus enemigos morderán el polvo; los reyes de Tarsis y las islas le pagarán tributo; los reyes de Saba y Arabia le ofrecerán sus dones. Todos los reyes de la tierra lo adorarán, y todos los pueblos le servirán. Y un poco después: En él serán bendecidas todas las tribus de la tierra, todos los pueblos le glorificarán. Bendito el Señor Dios de Israel, el único que hace maravillas, y bendito por siempre su nombre glorioso; su gloria llenará toda la tierra. Así sea, así sea (Salmo 17, 17-19).
  
Salid ahora, donatistas, y clamad: no sea así, no sea así. Os ha vencido la palabra de Dios diciendo: Sea así, sea así. He aquí manifestada en los Salmos la Iglesia extendida por todo el orbe, sobre la cual reposa la gloria de su Rey. Y así esa Reina es su Esposa, de la cual se le dice en el salmo 44: De pie a tu derecha está la reina, con vestido bordado en oro y manto de varios colores (Salmo 44, 10). A exhortarla se encamina de inmediato la palabra divina: Escucha, hija, mira; presta oído, olvida tu pueblo y la casa paterna: prendado está el rey de tu belleza; él es tu señor (Salmo 44, 11-12). Atended dónde empieza la divina profecía a hablar a la Esposa de Cristo: Escucha, hija, mira. Pero vosotros ni queréis oír estas profecías ni verlas cumplidas. Y, sin embargo, las oís y las veis contra vuestra voluntad. Oíd lo que se le dice un poco después; escuchad cómo anuncian esto las divinas letras, y ved cómo se cumple en toda la tierra: A cambio de tus padres, te han nacido hijos que harás príncipes por toda la tierra (Salmo 44, 17).
  
Cuántos testimonios de todas las Escrituras sobre esta cuestión paso por alto, los conocen los que los leen, y los conozco yo también; pero no quiero recargar la carta, a la cual quiero que se responda.
  
Libertad humana y cumplimiento de las profecías
IX. 23. ¿Qué van a responder a estos pasajes tomados de la Ley, de los Profetas, de los Salmos sobre la Iglesia de Cristo extendida por todo el mundo, a la cual, extraviados, prefieren oponerse, antes que, corregidos, entrar en comunión con ella? ¿Qué, repito, dirán? ¿Dirán que los textos son falsos u oscuros? No se atreven a decir que son falsos, pues se ven apabullados por el peso de tal autoridad. Así es que, al tener que confesar que son verdaderos, se esfuerzan por demostrar que no pueden cumplirse; como si el acusar del crimen de falsedad a una profecía fuera cosa distinta de afirmar la imposibilidad del cumplimiento de lo que anuncia. Esto equivale a decir que no es una profecía, sino una falsa profecía. Y cuando se les pregunta por qué no pueden cumplirse, contestan: “Porque los hombres no quieren. El hombre -dicen- ha sido creado con el libre albedrío; y si quiere, cree en Cristo; si no quiere, no cree; si quiere, persevera en lo que cree; si no quiere, no persevera. Y por ello, habiendo comenzado la Iglesia a crecer por el orbe entero, no quisieron los hombres perseverar en su fe, y desapareció de todos los pueblos la religión cristiana, exceptuado el partido de Donato”.
  
Como si el Espíritu de Dios no hubiera conocido la voluntad futura de los hombres. ¿Quién puede llegar a la necedad de decir esto? ¿Por qué no afirmar que predijo más bien lo que él sabía había de suceder con las voluntades de los hombres? Pues de la misma manera que éstos piensan que se predijo esto, puede ser profeta todo el que quiera, de suerte que cuando no se hayan cumplido sus predicciones, puede contestar: “No han querido los hombres; son cristianos por su libre albedrío”. De la misma manera podía alguno profetizar que Cristo no había de sufrir en la cruz, sino que había de morir por la espada; y, una vez que sucedió de otra manera, responder: “¿Qué he hecho yo? Los hombres con su libre albedrío no quisieron hacerle lo que yo había predicho, e hicieron lo que ellos quisieron”. ¿A quién no se le ocurre cuántas profecías podían y pueden hacerse de este modo y por cualquier clase de hombres? ¿Quién puede, en efecto, dudar que si Judas no hubiese querido no habría entregado a Cristo, y que Pedro, si no hubiese querido, no le habría negado tres veces? Si la predicción de estos dos acontecimientos fue cierta, es porque Dios prevé aun las voluntades futuras.
  
¿Qué dice Jesús?
X. 24. Sin embargo, aunque todo esto está presente aun a los espíritus lentos, escuchemos al respecto la voz del mismo Verbo expresada por su propia boca de carne. Después de su resurrección, al dejarse tocar y palpar por las manos de sus discípulos aún dudosos, y después de recibir y comer delante de ellos lo que le habían presentado, les dijo: A esto me refería cuando, estando todavía con vosotros, os dije que todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí tenía que cumplirse (Lucas 24, 44). Pero ¿de quién sino de él se escribieron los pasajes citados también por nosotros, tomados de la Ley, los Profetas y los Salmos, como he demostrado con detalle? Ahora bien, si dice él, que es la verdad: Todo tenía que cumplirse, ¿por qué lo niegan éstos sino porque son enemigos de la verdad?
  
Pero si aún dicen que son oscuros los textos, escuchemos a la misma Cabeza, quien, siendo veraz en extremo, nos señala su Cuerpo. Dijo: Todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí tenía que cumplirse (Lucas 24, 44), y como si le preguntáramos si en las palabras de mí había que entender la Iglesia, pues está escrito: Serán dos en una sola carne (Efesios 5, 31), de suerte que tuviéramos oráculos divinos seguros referidos no sólo a la Cabeza, sino también al Cuerpo, continúa el Evangelista, y dice: Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras. Y añadió: Así está escrito: Y así convenía que Cristo padeciera y resucitara al tercer día Lucas 24, 45-46). Aquí se muestra la misma Cabeza, que se ofreció para ser tocada por las manos de los discípulos. Ved cómo él añade lo referente a su Cuerpo, que es la Iglesia, para no dejar que nos equivoquemos ni sobre el Esposo ni sobre la Esposa. Dice: Y que en su nombre se predique la penitencia y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén (Lucas 24, 47). ¿Qué puede haber más veraz, más divino, más manifiesto que estas palabras? Tengo reparo en ponderarlas con las mías y ¿no lo tienen los herejes en atacarlas con las suyas?
  
25. Atrévanse a sostener que los pasajes que cité, tomados de la Ley, los Profetas y los Salmos, son oscuros, y que, como hablan figuradamente, pueden entenderse también de otra manera; aunque he tratado, según mi capacidad, de que, al respecto, no se atrevan ni a decirlo; pero digan si está oscuramente expresado y encubierto por la envoltura del enigma lo que dijo el mismo Cristo: Así está escrito y así convenía que Cristo padeciera y resucitara al tercer día, y que en su nombre se predique la penitencia y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén (Lucas 24, 46-47). Si es oscuro Me dormí en la turbación (Salmo 56, 5), ¿acaso es oscuro convenía que Cristo padeciera? Si es oscuro Elévate sobre los cielos, oh Dios (Salmo 56, 6), ¿es oscuro y que resucitara al tercer día? Igualmente si es oscuro Sobre toda la tierra se extiende tu gloria (Salmo 56, 6), ¿acaso es oscuro Y que en su nombre se predique la penitencia y el perdón de los pecados a todos los pueblos? Si es oscuro El Dios de dioses, el Señor ha hablado y llamado a la tierra desde donde sale el sol hasta su ocaso (Salmo 49, 1), ¿es oscuro que en su nombre se predique la penitencia y el perdón de los pecados a todos los pueblos? Así la tierra fue llamada también desde donde sale el sol hasta el ocaso, como dice él mismo: No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. Si es oscuro Desde Sión, dechado de belleza, Dios resplandece (Salmo 49, 2), ¿es acaso oscuro Comenzando por Jerusalén? Sión se identifica con Jerusalén; mas ¿qué me importa a mí? Digan en buena hora que lo que he puesto tomado de la Ley, los Profetas y los Salmos no se relaciona con las palabras del Señor que se leen en el Evangelio. No me preocupa, no ofrezco resistencia. Ciertamente, si no se hubiese profetizado esto en la Ley, los Profetas o los Salmos, sea en los pasajes que yo he alegado, sea en otros, en modo alguno hubiera dicho el Señor: Todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y en los Salmos acerca de mí tenía que cumplirse (Lucas 24, 44). Y después, descubriéndoles el sentido de esos pasajes, para que entendieran las Escrituras, se les habría expuesto lo que está escrito sobre él en la Ley, los Profetas y los Salmos, hasta el punto de decirles: Así está escrito y así convenía que Cristo padeciera y resucitara al tercer día, y que en su nombre se predique la penitencia y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén (Lucas 24, 46). Aunque yo no hubiera podido advertir estos textos en la Ley, los Profetas y los Salmos, el que es la Verdad me certifica que están escritos allí. Pero aunque no dijera que estaban escritos allí, les bastaría sin duda a los cristianos que el mismo Cristo hubiese dicho que era preciso que se predicara en su nombre la penitencia y remisión de los pecados por todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Pero como sus discípulos dudaban de él aunque veían y tocaban su cuerpo, quiso confirmarlos con la prueba, tomada de las Escrituras, más sólida que el ofrecerse a sí mismo visible y palpable a los sentidos de los mortales. Adhirámonos, pues, a la Iglesia designada por la boca del Señor, desde el punto inicial hasta el punto de llegada, es decir, desde Jerusalén hasta todos los pueblos.
  
26. Aquí puede ya alguno decirme que por Jerusalén no se ha de entender la ciudad visible, sino una metáfora, de suerte que se entienda, en sentido alegórico, toda la Iglesia eterna ya en el cielo y peregrina en parte en la tierra. Ese mismo puede decir también que se dijeron en sentido figurado aquellas palabras: Convenía que Cristo padeciera y resucitara al tercer día (Lucas 24, 46). Pero si alguno dijera esto, no se le puede tener en modo alguno por cristiano. Por consiguiente, como aquello debe entenderse en sentido propio, lo mismo debe admitirse de lo añadido sobre la Iglesia de todos los pueblos que comienza por Jerusalén. El Señor explicó que todos esos datos estaban predichos de él en la Ley, los Profetas y los Salmos y, por supuesto, esa explicación no pudo ser figurada; de lo contrario, no sería explicación.
 
Además, puesto que Jerusalén, considerada en sentido alegórico y espiritual, significa la Iglesia entera, ¿cómo la Iglesia entera comienza por la Iglesia entera, como si Jerusalén empezase por Jerusalén?
  
Queda, por tanto, bien claro que se trata en sentido propio de aquella ciudad, en la que está demostrado también que tuvo su principio la Iglesia, como una y otra vez lo manifestó él sin dejar a la astucia herética refugio alguno para sus asechanzas. Sigue, en efecto, así y dice: Vosotros sois testigos de todo esto. Y ahora yo os voy a enviar sobre vosotros al que os he prometido; vosotros quedaos en la ciudad hasta que seáis revestidos de fuerza de lo alto (Lucas 24, 48-49). En esta ciudad les ordenó que se quedaran hasta que fueran revestidos de fuerza desde lo alto, es decir, del Espíritu Santo, que había prometido les enviaría; ciudad desde la cual les había anunciado que comenzaría la Iglesia. Ahora bien, si no creen que sea Jerusalén, escuchen lo que sigue: Después los llevó hasta Betania y, levantando las manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos. Ellos volvieron a Jerusalén llenos de alegría. Y se hallaban siempre en el templo alabando a Dios (Lucas 24, 50-53). He aquí señalada la ciudad en la cual les ordenó permanecer hasta que fueran revestidos de fuerza desde lo alto.
  
El testimonio de los Hechos de los Apóstoles
XI. 27. Aquí se pasó por alto cuántos días estuvo con ellos después que se les apareció vivo ante sus ojos y sus manos. Sin embargo, no lo callaron los Hechos de los Apóstoles, donde una vez más las mismas palabras del Señor predicen que la Iglesia se extenderá por el orbe de la tierra. Al respecto nadie en absoluto puede dudar -salvo quien pone en duda la historicidad de las santas Escrituras- que se trata de aquella ciudad visible Jerusalén, en que empezó la Iglesia después de la Resurrección y Ascensión del Señor Jesucristo; y que él no quiso significar otra cosa que el lugar de esta tierra en que daría comienzo a la Iglesia, y de qué manera la difundiría, a partir de allí, por todas partes. Así está escrito en los Hechos de los Apóstoles: En primer lugar, querido Teófilo, traté de todo lo que hizo y enseñó Jesús desde el principio hasta el día en que eligió a los apóstoles por medio del Espíritu Santo y les mandó predicar el Evangelio. Fue a ellos a quienes se manifestó después de su Pasión, con numerosas pruebas. Durante cuarenta días, se les apareció y les habló del reino de Dios. Una vez que se hallaba con ellos les mandó que no se alejasen de Jerusalén, sino que esperasen la promesa que escuchasteis -les dijo- de mi boca. Juan bautizó con agua; vosotros, en cambio, dentro de pocos días seréis bautizados con Espíritu Santo. Ellos, reuniéndose, preguntaron: Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel? Él les contestó: No os toca a vosotros conocer los tiempos que el Padre ha reservado en su poder. Pero recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta la tierra entera (Hechos 1, 1-8). También aquí se pone de manifiesto el punto de partida y el punto de llegada.
  
28. ¿Qué responden a todo esto los que con todo orgullo blasonan de cristianos y abiertamente contradicen a Cristo? Nosotros admitimos esta Iglesia, no podemos aceptar acusación humana alguna contra estas palabras de Dios. Nos mueve, sobre todo, el que nuestro Señor, a quien no creer es sacrílego e impío, nos dejó, en las últimas palabras que pronunció en la tierra, estos saludables y últimos documentos sobre la primitiva Iglesia. Pues, dichas estas palabras, inmediatamente subió al cielo, y quiso prevenir nuestros oídos contra los que, con el pasar del tiempo, había predicho que se levantarían y habían de decir: He aquí a Cristo, helo allí (Mateo 24, 23), y nos avisó que no los creyéramos.
  
No tenemos excusa alguna si los creyéramos contra la voz de nuestro Pastor, tan clara, tan abierta, tan manifiesta, que nadie, por muy sordo espíritu que tenga, puede decir: “No he entendido”. Pues ¿quién no entiende estas palabras: Así convenía que Cristo padeciera y resucitara al tercer día, y que en su nombre se predique la penitencia y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén? (Lucas 24, 46-47). ¿Quién no entiende estas otras: Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta la tierra entera. Dicho esto, se elevó; las nubes lo recibieron y lo vieron subir al cielo? (Hechos 1, 8-10). ¿Qué es esto?, pregunto. Cuando se oyen las últimas palabras de un moribundo que se despide de esta vida, a nadie se le ocurre decir que miente, y se le tiene por impío al heredero que tal vez las menosprecia. ¿Cómo, pues, podremos evitar la ira de Dios si, por falta de fe o por menosprecio, rechazamos las últimas palabras del Hijo único de Dios, de nuestro Señor y Salvador , que está para ir al cielo y que ha de mirar desde allí quién las menosprecia, quién las observa, y que desde allí ha de venir para juzgar a todos? Poseo la voz bien clara de mi Pastor, que me encarece y describe sin rodeos su Iglesia. A mí me reprocharía que, seducido por las palabras de los hombres, me apartara voluntariamente de su rebaño que es la Iglesia misma, sobre todo después que me ha advertido: Mis ovejas oyen mi voz y me siguen (Juan 10, 27).
  
Ahí está su voz clara y nítida. Quien no le sigue después de oírla, ¿cómo osará decir que es su oveja? Que nadie me diga: “Oh, ¿qué ha dicho Donato; oh, qué ha dicho Parmeniano, o Poncio, o cualquiera otro de ellos?” Porque ni a los obispos católicos hemos de asentir, si quizá alguna vez se engañan hasta el punto de pensar algo contra las Escrituras canónicas de Dios. Pero si, manteniendo el vínculo de la unidad y la caridad, caen en este error, les acontecerá lo que dice el Apóstol: Si en algún punto pensáis de otro modo, Dios os revelará también eso (Filipenses 3, 15). Ahora bien, son tan claras estas voces divinas sobre la Iglesia universal, que sólo los herejes en su orgullosa perversidad y ciego furor pueden ladrar contra ellas.
  
29. Ya hemos mostrado a la Iglesia en el Verbo de Dios, su Esposo; Iglesia anunciada tanto por la Ley, los Profetas y los Salmos como por su propia boca; Iglesia que ha de empezar por Jerusalén y llegar hasta los confines del orbe entero. Y cómo empezó por Jerusalén y, extendida desde allí a todos los pueblos, está dando fruto, nos lo demuestra la misma palabra de Dios a través de los apóstoles. Así está escrito en los Hechos de los Apóstoles, cosa que ya recordé que dijo el Señor: Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta la tierra entera (Hechos 1, 8).
  
Continúa después: Dicho esto, en presencia de ellos se elevó y una nube lo ocultó a sus ojos. Mientras miraban fijos al cielo viéndolo irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que se han llevado de aquí al cielo volverá como lo habéis visto marcharse. Entonces volvieron a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, que dista de Jerusalén lo que se permite caminar en sábado. Llegados a casa, subieron a la sala superior donde se alojaban; eran Pedro y Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago el de Alfeo, Simón el Fanático y Judas el de Santiago. Todos ellos se dedicaban a la oración en común, junto con algunas mujeres, además de María, la Madre de Jesús, y sus hermanos (Hechos 1, 5-15). En aquellos días se levantó Pedro en medio de los discípulos -había un grupo de unos ciento veinte hombres-, les dijo…
  
Se narra a continuación cómo, tras el discurso de Pedro, fue elegido Matías en lugar de Judas, que entregó al Señor. Después de la elección, continúa diciendo la Escritura: Al llegar el día de Pentecostés estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de viento recio, llenó toda la casa donde se encontraban, y vieron aparecer unas lenguas como de fuego que se repartían posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse. Residían entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones existentes bajo el cielo. Al oír el ruido, acudieron en masa, y quedaron desconcertados porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Todos, desorientados, admirados, preguntaban: ¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Partos, medos y elamitas; judíos de Mesopotamia, de Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y de Panfilia, de Egipto o de la zona de Libia que confina con Cirene; romanos de paso, judíos y forasteros; cretenses y árabes: cada uno los oye hablar de las maravillas de Dios en su propia lengua. Estaban estupefactos y, entre dudas, se preguntaban unos a otros: ¿Qué puede ser esto? Otros se burlaban diciendo. Están bebidos. Pedro, de pie con los Once, tomó la palabra y les dijo: Judíos y habitantes de Jerusalén, sabed que… (Hechos 2, 1-14) y las restantes palabras con que los exhorta a la fe. Terminado esto, continúa la Escritura su relato. Al oír esto, con el corazón compungido, dijeron a Pedro y a los demás apóstoles. ¿Qué tenemos que hacer, hermanos? Indicádnoslo. Pedro les contestó. Arrepentíos; que cada uno se bautice en el nombre del Señor Jesucristo para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la promesa se nos hizo a nosotros y a nuestros hijos y a todos los que, estando lejos, llame el Señor Dios nuestro. Y con muchas otras palabras les daba testimonio diciendo: Poneos a salvo de esta generación depravada. Ellos aceptaron su palabra, se bautizaron y aquel día se les agregaron unos tres mil (Hechos 2, 37-41).
  
Ahí está el principio desde Jerusalén, desde donde la Iglesia iba a pasar a todas las lenguas; realidad prefigurada en el hecho de que los allí presentes, una vez que recibieron el Espíritu Santo, hablaron en todas las lenguas.
  
30. Cómo se extendió por los otros pueblos, vamos a verlo luego; ya Pedro lo había anunciado al decir: La promesa se nos hizo a nosotros y a nuestros hijos y a todos los que, estando lejos, llame el Señor Dios nuestro (Hechos 2, 39).
  
Se narran a continuación los acontecimientos que tuvieron lugar en Jerusalén hasta el martirio de Esteban diácono, donde también se menciona a Saulo, que aprobó su muerte. Cuando esto tuvo lugar, así continúa el relato: Aquel día se desató una violenta persecución contra la iglesia de Jerusalén: todos, menos los apóstoles, que permanecieron en Jerusalén, se dispersaron por Judea y Samaría (Hechos 8, 1). Ved cómo se cumple después y en su orden lo que había dicho el Señor: Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta la tierra entera (Hechos 1, 8).
  
Lo anunciado ya se había cumplido en Jerusalén: seguía cumpliéndose en Judea y Samaría, razón por la que aquéllos se habían dispersado en las regiones de Judea y Samaría. Así se dice de ellos a continuación: Los dispersados, en su ida por las ciudades y pueblos, iban anunciando la palabra de Dios (Hechos 8, 4). También habían ido los apóstoles al oír que Samaría había recibido la palabra de Dios, cuando por la imposición de sus manos recibieron el Espíritu Santo. Por eso se dice de Pedro y de Juan: Pedro y Juan, después de testimoniar la palabra del Señor, regresaron a Jerusalén anunciando, al pasar, la buena noticia en muchas aldeas samaritanas (Hechos 8, 25).
   
Después se nos habla del eunuco que, volviendo de Jerusalén, fue bautizado por Felipe; de éste se dice: El Espíritu del Señor arrebató a Felipe. El eunuco no volvió a verlo, y siguió su viaje lleno de alegría. Felipe fue a parar a Azoto y, de regreso, anunciaba la buena noticia en todas las ciudades hasta llegar a Cesarea (Hechos 8, 39-40). Así se ve que el Evangelio se había predicado también en las ciudades de Samaría y de Judea. Restaba, pues, que se predicara, según el orden predicho por el Señor, a todos los pueblos, hasta la tierra entera (Hechos 1, 8). Así, pues, Saulo es llamado desde el cielo, se trueca de perseguidor en predicador, y el Señor dice de él a Ananías: Anda, ve, que ese hombre es un instrumento elegido por mí para dar a conocer mi nombre y glorificarme ante los paganos y sus reyes y ante los hijos de Israel. Yo le enseñaré cuánto tiene que sufrir por mi nombre (Hechos 9, 15-16).  De suerte que ya tenemos la Iglesia presente en Jerusalén y extendida por toda Judea y Samaría; por eso dice con toda claridad poco después: En toda Judea, Galilea y Samaría las Iglesias gozaban de paz, edificadas y consolidadas en el temor del Señor, y crecían impulsadas por el Espíritu Santo (Hechos 9, 31).
  
Después, pasados algunos versículos, se llega al lugar en que creyó el centurión Cornelio y fue bautizado con todos los suyos, gentiles todos e incircuncisos. Antes de tener lugar esto, estando Pedro en oración, vio en un éxtasis El cielo abierto y, sujeto por las cuatro esquinas, un mantel claro que contenía dentro todo género de cuadrúpedos, fieras y pájaros. Y se oyó una voz. Pedro, mata y come. Replicó Pedro: Señor, nunca he comido nada impuro o manchado. Por segunda vez le dijo la voz: Lo que Dios ha declarado puro, no lo llames tú impuro (Hechos 10, 11-15).
  
Que esta visión significa la conversión de los gentiles, no necesitamos suponerlo; el mismo apóstol nos lo explicó hablando del mantel que se le ofreció. Pues al entrar en la casa donde estaba Cornelio, y donde se habían reunido muchos, les dijo Pedro: Sabéis que a un judío le está prohibido tener trato con extranjeros o entrar en su casa; pero a mí me ha enseñado Dios a no llamar impuro o manchado a ningún hombre (Hechos 10, 28). Así explicó aquella voz que, referida a los animales que se le mostraron en el mantel, había oído: Lo que Dios ha declarado puro, no lo llames tú impuro (Hechos 10, 15). ¿Quién no ve que en aquel mantel se significaba el orbe de la tierra con todos sus pueblos? Por eso estaba atado por los cuatro ángulos, que significaban las cuatro partes bien conocidas del orbe, oriente y  occidente, septentrión y mediodía, que cita con tanta frecuencia la Escritura.
  
Ahora bien, respecto a la misión de Pablo entre los gentiles, es muy largo recordar qué lugares recorrió sembrando la palabra de Dios y confirmando las jóvenes Iglesias. Cuando los judíos le ofrecieron resistencia en Antioquía, él y Bernabé les dijeron: Era menester anunciaros primero a vosotros el mensaje de Dios; pero como lo habéis rechazado y no os considerasteis dignos de la vida eterna, sabed  que vamos a dedicarnos a los paganos. Así nos lo ha mandado el Señor: Yo te he hecho luz de las naciones, para que lleves la salvación hasta el extremo de la tierra (Hechos 13, 46-47; Isaías 13, 48). Y continúa el texto: Al oírlo los paganos, acogieron la palabra de Dios y cuantos estaban destinados a la vida eterna creyeron (Hechos 13, 48). Se recuerda también aquí el testimonio tomado del profeta Isaías, que ya pusimos también nosotros: la salvación ha de llegar hasta los confines de la tierra.
  
Los escritos apostólicos
XII. 31. Vamos a dejar de lado los pueblos que creyeron y se unieron a la Iglesia después de los tiempos apostólicos; miremos sólo a aquellos que encontramos en las sagradas Letras, en los Hechos, en las cartas de los Apóstoles y en el Apocalipsis de Juan, que unos y otros aceptamos y a los que unos y otros nos sometemos. Dígannos ellos cómo perecieron en la sedición africana. Los hemos acogido no por concilios de obispos que contendían entre sí, no por controversias, no por los registros de tribunales o municipios, sino por los santos Libros canónicos. ¿Cómo la iglesia antioquena, donde por vez primera los discípulos se llamaron cristianos (Cf. Hechos 11, 26), pudo perecer por los crímenes de los africanos? ¿Qué viento tan impetuoso del sur pudo esparcir la pestilencia de origen tan lejano, allí donde no podían conocerse siquiera los nombres de aquellos que fueron el origen o la causa de este mal: en Atenas, en Iconio, en Listra? ¿Quién destruyó las iglesias fundadas por los sudores del Apóstol?
  
Al final de la carta a los Romanos nos dice el mismo Apóstol, doctor de los gentiles: Os he escrito para refrescaros la memoria, a veces con bastante atrevimiento. Me da pie el don recibido de Dios que me hace ministro de Jesucristo entre los paganos: mi función sacra consiste en anunciar la buena noticia de Dios, para que la ofrenda de los paganos, consagrada por el Espíritu Santo, le sea agradable. Por eso, en lo que toca a Dios, pongo mi orgullo en Cristo Jesús, y así no se me ocurrirá hablar de nada que no sea lo que Cristo ha hecho por mi medio para que respondan los paganos, valiéndose de palabra y acciones, de la fuerza de señales y prodigios, de la fuerza del Espíritu; de ese modo, dando la vuelta desde Jerusalén hasta la Iliria, he completado el anuncio de la buena noticia de Cristo (Romanos 15, 15-19).
  
Preguntad, oh donatistas, si no lo sabéis, preguntad cuántas etapas hay por tierra desde Jerusalén hasta Iliria, pasando por los alrededores. Si contamos tantas Iglesias, decid cómo pudieron perecer por las contiendas de los africanos. Vosotros conserváis sólo para la lectura las cartas del Apóstol a los Corintios, Efesios, Filipenses, Tesalonicenses, Colosenses; nosotros, en cambio, las conservamos en la lectura y la fe, y mantenemos la comunión con esas Iglesias.
  
Además, Galacia no es una Iglesia sola, sino que en dicha región se encuentran innumerables. Y en cuanto a los corintios, ved cómo los saluda: Pablo, apóstol de Jesucristo por designio de Dios, y el hermano Timoteo, a la Iglesia de Dios que está en Corinto y a todos los santos que hay en toda la Acaya (2 Corintios 1, 1). ¿Cuántas Iglesias pensáis hay en toda la Acaya? Quizá ni sabéis dónde está Acaya y juzgáis con temeraria ceguera de una provincia tan desconocida, que afirmáis que ha desaparecido por los crímenes de los africanos. ¿No están acaso llenos de florecientes Iglesias todos los lugares que cita Pedro: Ponto, Capadocia, Asia, Bitinia (Cf. 1 Pedro 1, 1)? Pues ¿qué? Sobre las Iglesias a que escribió Juan: Esmirna, Pérgamo, Sardes, Tiatira, Filadelfia, Laodicea (Cf. Apocalipsis 1, 11) -y ya hemos mencionado la de Éfeso-, ¿puede decirme alguno de vosotros dónde se encuentran, qué distancia hay de unas a otras? Quizá ahora andáis buscándolo con la lectura de algún documento o consultando a alguien. Aprended también cuán alejadas están de África y decidnos por qué acusáis con tan sacrílega temeridad a Iglesias tan desconocidas por vosotros y tan conocidas en las cartas apostólicas y afirmáis con la misma demencia que perecieron por los crímenes de los africanos. En fin, sé qué hay escrito sobre ellas en los santos Libros canónicos, pero ignoro qué decís vosotros de ellas. Como nosotros leemos en los Libros que también vosotros veneráis cuáles son las Iglesias de Cristo, leednos vosotros en los Libros que veneramos nosotros cómo perecieron. ¿Os parece bien que creamos nosotros cualquier calumnia, venga de donde venga, lanzada contra las Iglesias que son miembros de la única Iglesia por todo el orbe, que nos ha entregado y recomendado el Espíritu Santo en sus Escrituras? Esto os agrada a vosotros, pero no nos place a nosotros. Cuál es la postura más justa también lo veis vosotros, pero, vencidos por vuestra hostilidad, no queréis ser vencidos por la verdad. Aquí están las Escrituras de Dios, aquí están las Iglesias que ellas señalan con el nombre de todo el orbe y con el suyo propio. Qué es lo que vuestros antepasados reprocharon a sus colegas, no lo saben; qué jueces sentenciaron la causa, no lo saben tampoco; ¿cómo perecieron entonces? He aquí las Escrituras que yo creo, he aquí las Iglesias con las que yo estoy en comunión: donde yo te leo sus nombres, léeme tú allí sus delitos.
  
32. Ahora bien, si apelas a otras fuentes, para manifestar o recitar tus acusaciones, nosotros, siguiendo la voz de nuestro Pastor, tan claramente manifestada por la boca de sus Profetas, por su boca propia, por la de los Evangelistas, no podemos admitir, no creemos, no podemos recibir la vuestra. Dice el Pastor celeste: Mis ovejas oyen mi voz, y me siguen (Juan 10, 27). Su voz sobre la Iglesia no es oscura. Quien no quiere apartarse del rebaño, escúchela, siga tras ella. Su dispensador tan fiel, el doctor de los gentiles (1 Timoteo 2, 7), dado que Cristo hablaba por él, dice esto: Me extraña que tan de prisa dejéis al que os llamó a la gracia de Cristo para pasaros a otro evangelio, que no es tal evangelio: sólo que hay algunos que os turban tratando de trastocar el Evangelio de Cristo. Pues mirad, incluso si nosotros mismos o un ángel bajado del cielo os anunciara otro evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema. Lo que os tenía dicho, os lo repito ahora: si alguien os anuncia un nuevo evangelio distinto del que recibisteis, sea anatema (Gálatas 1, 6-9).
  
Se nos ha anunciado que la Iglesia se extenderá por todo el mundo. En la Ley, los Profetas y los Salmos nos ha testificado el Señor que eso está anunciado; él mismo predijo que ella había de comenzar por Jerusalén y difundirse por todos los pueblos, y anunció, al estar para subir al cielo, que tendría testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y en toda la tierra. Los hechos siguieron a las palabras: las santas Escrituras nos testifican progresivamente su comienzo desde Jerusalén, y luego su paso a Judea y Samaría y de allí a toda la tierra, donde sigue creciendo la Iglesia hasta que llegue finalmente a conseguir el resto de los pueblos en que aún no está. Si alguno anuncia otra cosa, sea anatema.
  
Textos bíblicos a que recurren los donatistas
XIII. Ciertamente predica otro evangelio quien afirma que la Iglesia desapareció del resto del mundo y que permanece solamente en África, en el partido de Donato. Por consiguiente, sea anatema; o que me lea esto en las santas Escrituras, y dejará de ser anatema.
  
33. “Lo leo, dice. Enoch fue el único entre los hombres que agradó a Dios y fue trasladado. Después, destruido el mundo entero por la inundación de las aguas, sólo Noé, con su esposa, hijos y nueras, mereció ser salvado en el arca”.
  
Añaden también el caso de Lot, único que con sus hijas fue liberado de Sodoma; el del mismo Abrahán, Isaac y Jacob, porque fueron de los pocos que agradaron a Dios en una tierra consagrada a los ídolos y a los demonios. Finalmente, multiplicado ya el pueblo de Israel, en tiempo de los reyes en la tierra de promisión, que había sido repartida entre las doce tribus, recuerdan que diez tribus habían sido separadas y entregadas al siervo de Salomón, y dos habían quedado para el hijo del mismo Salomón, para formar el reino de Jerusalén. “Así -dicen-, ahora todo el mundo ha apostatado, y en cambio nosotros hemos permanecido, como aquellas dos tribus, en el templo de Dios, esto es, en la Iglesia. Muchísimos eran también los discípulos que seguían a Jesucristo, y al separar los setenta y dos, permanecieron con él solamente doce”.
  
Con estos y parecidos ejemplos, los herejes tratan de hacer valer su escaso número y no cesan de ultrajar en los santos a la multitud de la Iglesia extendida por todo el orbe. Pero yo les pregunto: Si yo, líbreme Dios, no quisiera creer que son verdaderos los ejemplos que alegan, ¿cómo me convencerían? ¿No sería por las santas Escrituras, donde se leen con tal claridad, que cualquiera que da fe a estas Letras no puede menos de confesar su extrema veracidad? Pero si me viera forzado a creer que esas cosas son verdaderas porque están escritas allí, donde no puedo afirmar que lo escrito sea falso, ¿por qué no creen ellos a las mismas Escrituras acerca de la Iglesia extendida por el universo entero? He aquí que nosotros creemos todo aquello; crean ellos también lo que dice el Señor: que se predique la penitencia y el perdón de los pecados a todos los pueblos comenzando por Jerusalén (Lucas 24, 47). Crean también lo que dijo ya al final, estando para subir al cielo: Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta la tierra entera (Hechos 1, 8). Créase que son verdaderos tanto los textos que ellos aportan como los que aportamos nosotros, y no quedará ya rivalidad entre nosotros, puesto que ni sus afirmaciones, si son verdaderas, se oponen a las nuestras, ni las nuestras, si son verdaderas, a las suyas.
  
Insisten: “Creemos esas cosas y confesamos que se han cumplido, pero después apostató el orbe de la tierra, y quedó sólo la comunión de Donato”.
  
Léannos eso, como nos leen lo referente a Enoch, a Noé y a Abrahán, Isaac y Jacob, y a las dos tribus que quedaron cuando se separaron las otras, y a los doce Apóstoles que permanecieron cuando apostataron los demás. Léannos igualmente eso, y no pondremos resistencia alguna. Pero si lo que leen no es de las santas Escrituras, sino que tratan de persuadírnoslo con sus contiendas, entonces creo lo que se lee en las santas Escrituras, no lo que dicen esos vacíos herejes.
  
Pero como ellos quieren compararse con aquellas dos tribus que permanecieron con el hijo de Salomón, sigan leyendo, y les pesará de haber elegido eso. Vean si no el recuerdo que queda de estos dos pueblos en las Escrituras: la parte que comprendía Jerusalén se llama Judá, y la otra más numerosa, que se separó con el siervo de Salomón, se llama Israel (Cf. 3 Reyes 3, 12-20). Lean lo que dicen los Profetas de cada una de ellas; cómo dicen que Judá fue peor que Israel (Cf. Jeremías 3, 11), hasta el punto que justifican que se haya separado Israel por los pecados de la prevaricadora Judá, esto es: que eran tan graves los pecados de ésta, que en su comparación aquélla debe ser llamada justa. Sin embargo, ni los pecados de ésta ni los de aquélla perjudicaron en nada a los justos que se encontraban en una y otra parte. Aun en la parte que ponen como ejemplo de perdición los donatistas, esto es, en Israel, existieron santos profetas. Allí estaba, para no hablar de otros, el célebre Elías, a quien se dijo también: Me he reservado siete mil varones, que no doblaron sus rodillas ante Baal (3 Reyes 19, 18). Por ello no se ha de tomar aquella parte del pueblo como una herejía. Dios había mandado la separación de estas tribus no para dividir la religión, sino el reino, y de este modo tomar venganza del reino de Judá. Jamás ordena el Señor que se haga un cisma o una herejía. Pues no porque haya división de reinos en la tierra queda por eso dividida la unidad cristiana, ya que en una y otra parte se encuentra la Iglesia católica.
  
34. Si me ha parecido bien recordar este detalle sobre Judá e Israel, ha sido sobre todo para advertir a éstos que no perjudica a los justos que viven en medio de los impíos lo que se dice contra esos pueblos, a causa de la multitud de impíos; a ver si así dejan de aducir como pruebas cuanto puede haber dicho la boca del Señor, los Profetas o los Evangelios contra la cizaña o la paja en el mundo entero. Generalmente, la palabra de Dios recrimina a los impíos que hay en la Iglesia y que no son contados dentro de la Iglesia; sin embargo, como por los sacramentos que tienen en común con los santos se encuentra en ellos cierta apariencia de piedad, cuya realidad niegan, como dice el Apóstol: Con una apariencia de piedad, pero negando su eficacia (2 Timoteo 3, 5); por eso los recrimina de esa manera, como si todos fueran iguales y no quedara uno solo bueno. Esta manera de hablar nos avisa que todos éstos, es decir, los hijos de la gehena, se encuentran citados en ese determinado número, al cual Dios supo de antemano que pertenecían.
  
Estos, obrando con ignorancia o con engaño, recogen de la Escritura los textos que encuentran dirigidos contra los malos, mezclados con los justos hasta el fin, o los que se relacionan con la devastación del primer pueblo de los judíos, y tratan de distorsionados contra la Iglesia de Dios, para que parezca que ha desaparecido y perecido el universo. Dejen, pues, de presentar semejantes pasajes, si quieren contestar a esta carta. Que tampoco nosotros afirmamos que la Iglesia está tan difundida por todo el orbe, que en sus sacramentos sólo se encuentran los buenos y no también los malos, y éstos quizá en mucho mayor número, de tal modo que, en su comparación, los justos son pocos, aunque ellos en sí constituyan una gran multitud.
  
La mezcla de buenos y malos indicada en la Escritura
XIV. 35. Tenemos testimonios innumerables tanto sobre la mezcla de los malos con los buenos en la misma participación en los sacramentos, cual Judas, malo desde el principio, entre los once buenos, como sobre la escasez de los buenos en comparación de los malos, más numerosos, y a su vez sobre la muchedumbre de los buenos considerada en sí misma. Para no hacerme pesado, voy a recordar sólo unos pocos.
  
En el Cantar de los Cantares se encuentra aquel pasaje que se aplica a la Iglesia, como cualquier cristiano sabe: Lirio entre espinas es mi amada entre las muchachas (Cantar 2, 2). ¿Por qué las llama espinas sino por sus depravadas costumbres? ¿Por qué a la vez hijas sino por la comunión en los sacramentos? También Ezequiel ve a algunos hombres marcados a fin de que no perecieran con los malos, y se le dice respecto a ellos: Los que gimen y se lamentan por los pecados e iniquidades de mi pueblo presentes en medio de ellos (Ezequiel 9, 4). No llamaría su pueblo al que él condena a muerte, exceptuados los señalados, si ese pueblo no conservara sus sacramentos. Dice también el Señor sobre la cizaña que sembró entre el trigo: Dejadlos crecer juntos hasta la siega (Mateo 13, 30), es decir, el trigo y la cizaña, y él mismo interpreta la cosecha como el fin del mundo, y el mundo como el campo donde se sembró una y otra semilla.
  
Es preciso, pues, dejar crecer a una y otra en el mundo hasta el fin de los tiempos. Por consiguiente, no se permite a los donatistas ni sospechar ni asegurar lo que dicen, esto es, que han desaparecido todos los buenos del mundo y que sólo quedan en el partido de Donato. Dirigen sus esfuerzos contra la clarísima afirmación del Señor que dice: El campo es el mundo, y dejadlos crecer juntos hasta la siega, y La cosecha es el fin del tiempo (Mateo 13, 38; 30; 39).
  
Hay otra semejanza clarísima sobre la mezcla de los buenos y los malos en la comunión y vínculos en los mismos sacramentos, y es el mismo Señor quien la pone y explica: Se parece el reino de Dios a la red que echan en el mar, y recoge toda clase de peces: cuando estaba llena, la arrastraron a la orilla y, sentados, recogieron los buenos en cestos y tiraron fuera los malos. Lo mismo sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los arrojarán al horno encendido. Allí será el llanto y el apretar los dientes (Mateo 13, 47-50). Así pues, ninguna mezcla con los malos puede atemorizar a los buenos, de modo que quieran como romper las redes y salirse de la reunión de la unidad para no soportar, en la participación de los sacramentos, a los hombres que no pertenecen al reino de los cielos, ya que, cuando se llegue a la orilla, esto es, al fin del mundo, tendrá lugar la debida separación, obrada no por la temeridad humana, sino por el juicio divino.
  
36. Por lo que se refiere a la escasez de los buenos, con toda claridad dice el Señor: Entrad por la puerta angosta; porque ancha es la puerta y amplia la calle que lleva a la perdición, y muchos entran por ellas. ¡Qué angosta es la puerta y qué estrecho el callejón que llevan a la vida! Y pocos dan con ellos (Mateo 7, 13-14). Los donatistas piensan que este escaso número lo forman ellos, y por eso dicen que el orbe de la tierra ha perecido, mientras que ellos han quedado en ese reducido número que alabó el Señor. Claro que, comparándolos con ellos, les echamos en cara que los rogatistas o maximianistas, que se separaron de ellos son muchos menos, si piensan que pueden gloriarse de su pequeño número. Sin embargo, las sagradas Escrituras no han callado cómo el Señor ha puesto de relieve que ese número es pequeño comparado con la multitud de los malos, pero que los buenos son una muchedumbre en sí misma considerada; léanlas y vean cuántos testimonios se encuentran. ¿Por qué se promete que la descendencia de Abrahán será como las estrellas del cielo y la arena del mar (Cf. Génesis 15, 5; 22, 17), sino por su innumerable multitud? El Apóstol dice que por eso está escrito: Por Isaac continuará tu apellido, que no es la generación natural la que hace hijos de Dios, es lo engendrado en virtud de la promesa lo que cuenta como descendencia (Romanos 9, 7-8). ¿Por qué la abandonada tendrá más hijos que la casada? (Isaías 54, 1). ¿Por qué vendrán muchos de oriente y occidente a sentarse a la mesa de Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de Dios; en cambio, a los hijos del reino, esto es, los impíos judíos, los echarán afuera, a las tinieblas exteriores? (Mateo 8, 11-12). ¿Por qué dice el Apóstol: Para purificarnos y hacernos un pueblo abundante, émulo en hacer el bien? (Tito 2, 14). ¿Por qué dice el Apocalipsis que los santos hijos de la Iglesia son millares de millares? He aquí que a los mismos se les llama a la vez muchos y pocos. ¿Por qué, sino porque en sí mismos considerados son muchos, pero pocos en relación con los inicuos?
  
Crítica de los argumentos bíblicos de los donatistas
XV. 37. “De nosotros, afirman ellos, se dijo: Los últimos serán los primeros (Mateo 20, 16). El Evangelio llegó después al África, y por eso en ningún lugar de las cartas apostólicas está escrito que África haya creído. En cambio, de los orientales y demás pueblos, cuya recepción de la fe se menciona en los santos libros, se dijo: Los primeros serán los últimos, porque habían de apartarse de la fe”.
  
¿No es ésta la peligrosa astucia de los herejes, que pretenden cambiar las palabras de Dios de su sentido propio a la perversidad en que se encuentran ellos? ¿Por qué no entender esto más bien de los judíos, que llegaron a ser los últimos después de ser los primeros, y de los cristianos de la gentilidad, que llegaron a ser los primeros después de haber sido los últimos? Si yo no pude probar este sentido con un documento más convincente, debió bastar al lector discreto que he encontrado una interpretación de estas palabras, que deja claro que los donatistas no han aportado nada seguro en su favor que excluya toda duda. En efecto, aunque no hubiera judíos ni gentiles, de quienes pudiera entender yo que se dijeron esas palabras, hubo aún algunos pueblos bárbaros que creyeron después de África. Luego no es cierto que sea África la última en la conversión a la fe. Además, el mismo Señor explicó de quiénes había dicho esto y cerró la boca de los calumniadores. Hablando con los judíos que habían de decir: Tú has enseñado en nuestras plazas, les replica: Cuando veáis a Abrahán, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, mientras a vosotros se os echará fuera. Y vendrán de oriente y de occidente del norte y del sur, y se sentarán en el reino de Dios. Mirad: Hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos (Lucas 13, 26; 28-30). No se encuentra qué oponer a esto.
  
38. Afirman igualmente que se aplican a la apostasía del orbe de la tierra las palabras del Señor: Cuando vuelva el Hijo del hombre, ¿crees que va a encontrar fe en la tierra? (Lucas 18, 8). Texto que puede aplicarse ya a la perfección de la fe, que es tan difícil entre los hombres, que aun en los mismos santos admirables, como en el mismo Moisés, se encuentra algún momento en que vacilaron o pudieron vacilar por la abundancia de los malos y escasez de los buenos, sobre lo que ya hemos dicho bastante. Por eso el Señor lo afirmó como dudando. No dijo: “Cuando vuelva el Hijo del hombre no encontrará fe en la tierra”, sino ¿Piensas que va a encontrar fe en la tierra? (Lucas 18, 8). Él lo sabe todo y lo sabe con anticipación, y no se le puede atribuir duda de nada; su duda es como una figura de nuestra duda, ya que, a causa de los escándalos que pulularán hacia el fin del mundo, hablará alguna vez de esa manera la debilidad humana. Por eso se dice en el salmo: Mi alma se ha adormecido por la pena: sostenme con tu palabra (Salmo 118, 28). ¿Por qué mi alma se ha embotado por el tedio sino por lo que dijo el Señor: Al crecer la maldad, se enfriará el amor de muchos? (Mateo 24, 12). Y ¿por qué sostenme con tus palabras sino por lo que sigue: El que persevere hasta el final se salvará? (Mateo 24, 13). Hay personas en todo el mundo en las que abunda la iniquidad, por la que se resfriará la caridad de muchos, y, a su vez, hay personas por todo el mundo que perseverarán hasta el fin y se salvarán, porque dice el Señor: Dejadlos crecer juntos hasta la siega, y la cosecha es el fin del tiempo; el campo, el mundo (Mateo 13, 30, 39, 38). Es también la debilidad humana la que grita: Sálvame, Señor, que no hay ya santos porque desaparece la sinceridad entre los hijos de los hombres (Salmo 11, 2). Y entre todos éstos existe el único corazón y la única alma de los fieles que clama hacia Dios: Sálvame, Señor. De tal manera es uno solo este hombre que grita: Sálvame, Señor, que consta de muchos; por eso se dice poco después en el mismo salmo: Por la miseria de los indigentes, por el gemido de los pobres, ahora me levantaré, dice el Señor (Salmo 11, 6). De nuevo, poco después, se dice en plural: Tú nos guardarás, Señor, y nos protegerás para siempre de esa raza (Salmo 11, 8).
  
¿Qué raza es ésta sino aquella de que se dijo arriba: ya no hay santos porque desaparece la sinceridad entre los hijos de los hombres? (Salmo 11, 2). Pero estas dos razas se hallarán por todo el mundo hasta el fin, porque dijo el Señor: Dejadlos crecer juntos hasta la siega, y el campo es el mundo, la cosecha, el fin del tiempo (Mateo 13, 30. 38. 39). Y ese hombre único, que es el cuerpo de Cristo compuesto de muchos, será trasladado como Enoch, que agradaba a Dios, y será liberado como Lot de Sodoma y Noé del diluvio (Cf. Génesis 5, 14; 19, 12; 7, 1). En el mismo está la miseria de los indigentes y el gemido de los pobres, porque su alma está embotada por el tedio cuando necesita que la sostengan las palabras del Señor. Y en el mismo salmo expresa de dónde procede este tedio: El tedio se ha apoderado de mí ante los pecadores que abandonan tu ley (Salmo 118, 53). También clama el mismo cuando su corazón se siente angustiado por el mismo tedio; pero vean desde dónde clama: He clamado a ti desde el confín de la tierra, en la angustia de mi corazón (Salmo 60, 3). Él padece verdaderamente persecución por la justicia, no sólo si padece tormentos corporales, lo cual no sucede siempre, sino porque padece siempre, mientras dure la iniquidad, los tormentos del corazón, mientras le domina el tedio producido por los pecadores que abandonan la ley de su Dios.
  
Así, Lot no sufría ninguna persecución en Sodoma, donde en su estancia nadie le causó sufrimientos corporales, pero: Aquel justo, con lo que veía y oía mientras convivía con ellos, sentía despedazarse su espíritu recto (2ª de Pedro 2, 8). De éste dice el Apóstol: Todo el que quiere vivir como buen cristiano será perseguido (2ª de Timoteo 3, 12). En cambio, de los que dejan la ley de Dios -de los cuales dice el mismo cuerpo de Cristo: He visto a los insensatos, y me consumía– dice él: Los criminales irán a peor, extraviando a otros y extraviándose ellos (2ª de Timoteo 3, 13). Pero esas dos razas llenarán el mundo entero hasta el fin, porque dice el Señor: Dejadlos crecer juntos hasta la siega; el campo es el mundo; la cosecha, el fin del tiempo (Mateo 13, 30. 38. 39).
   
39. No obstante, me sorprende que éstos no presten atención a lo que dicen cuando se aplican a sí lo que dice el Señor: Cuando vuelva el Hijo del hombre, ¿crees que va a encontrar fe en la tierra? (Lucas 18, 8). Como si África no fuera una parte de la tierra. Si dijo esto como si no hubiera de encontrar fe en nadie, o lo dijo de una tierra determinada, y no se sabe de cuál, o lo dijo de toda la tierra, y no hallan cómo exceptuar a África. Que presten atención, no sea que en las palabras que se siguen se refiera a personas como ellos. Al decir: Cuando vuelva el Hijo del hombre, ¿crees que va a encontrar fe en la tierra?, pienso que a ciertos herejes soberbios, que en alguna parte de la tierra se habían separado de la unidad del orbe, les llegó a su corazón la idea necia y soberbia de que ellos eran los justos, mientras desfallecía y perecía la fe en todos los otros pueblos, entre los que se extendía la comunión de la Iglesia; por eso continúa el Evangelista: A algunos que se sentían seguros de sí y despreciaban a los demás, les dirigió esta parábola (Lucas 18, 9). Sigue con el relato de los dos que estaban orando en el templo, el fariseo y el publicano, en los que quedan retratados el orgullo soberbio de las buenas obras y la humilde confesión de los pecados.
   
Dejen ya, si quieren responder a esta carta, de citar estos testimonios de que nos servimos nosotros como ellos y que se refieren sea a la perdición de los judíos, sea a la cizaña o a la paja o a los malos peces de todo el mundo; y como nosotros hemos demostrado con testimonios evidentes que la Iglesia está difundida por el mundo entero, presenten ellos algún testimonio claro, por el que demuestren que está anunciado que, entre todos los pueblos que se apartan de la fe de Cristo, solo quedará el África y los lugares adonde se envíen obispos desde África.
  
El texto del Cantar de los Cantares
XVI. 40. Dicen los donatistas: “Está escrito en el Cantar de los Cantares que la Esposa, esto es, la Iglesia, dice a su Esposo: Indícame, amor de mi alma, dónde apacientas, dónde reposas en el mediodía” (Cantar 1, 6).
  
Es el único testimonio que los donatistas piensan resuena en su favor, porque África se encuentra en la parte media de la tierra. A este propósito, yo les preguntaría cómo pregunta la Iglesia a Cristo que le comunique dónde está la Iglesia, pues no hay dos, sino una sola. Bien, puesto que no niegan que estas palabras las dice la Iglesia a Cristo, que demuestren cuál es la Iglesia que pregunta y cuál la Iglesia sobre que pregunta. Solicita, en efecto, adónde ha de ir para encontrarse con su Esposo, y le dice: Indícame, amor de mi vida, dónde apacientas, dónde reposas en el mediodía. Esta es la Iglesia que habla y la que busca dónde está en el mediodía. No pregunta precisamente dónde apacientas, dónde reposas, y se le responde: en el mediodía, como si el Esposo respondiera: “Yo apaciento en el mediodía, reposo en el mediodía“, sino que todas estas palabras pertenecen a la interrogación: ¿dónde apacientas, dónde reposas en el mediodía? Y ella insiste aún: Para no hacerme como una mujer velada en los rebaños de tus compañeros (Cantar 1, 6). A lo que él responde: Si no te conoces tú, la más bella de las mujeres (Cantar 1, 7), etc.
  
Por consiguiente, esas palabras no demuestran que la Iglesia se encuentre sólo en el mediodía, sino que está también en otras partes del mundo. Ella pregunta quizá qué es lo que pertenece a su comunión en el mediodía, esto es, dónde apacienta y reposa al mediodía su Esposo, porque apacienta a los suyos y reposa en los suyos. En efecto, vienen algunos de sus miembros, es decir, los fieles buenos, de ultramar a África, y, oyendo que aquí está el partido de Donato, por temor de caer en manos de algún rebautizante, invocan a Cristo suplicándole: Indícame, amor de mi alma, dónde apacientas, dónde reposas en el mediodía, es decir, quiénes son el mediodía donde tú apacientas y reposas, esto es, quiénes tienen la caridad y no rompen la unidad. Y véase lo que añade: Para no hacerme como una mujer velada en los rebaños de tus compañeros; esto es, no sea que, como escondida e incógnita y no descubierta -que esto significa la palabra velada-, vaya a caer, no en tu rebaño, sino en los rebaños de tus compañeros, quienes primero estuvieron contigo y luego quisieron recoger fuera, no tu rebaño, sino los suyos propios, y no escucharon tus palabras: El que no recoge conmigo, desparrama (Mateo 12, 30), ni las que dijiste a Pedro: Apacienta mis ovejas (Juan 21, 17), no las tuyas. No está velada la Iglesia, puesto que no está bajo el celemín, sino sobre el candelero, a fin de que alumbre a todos los que  están en la casa (Cf. Mateo 5, 15). De ella precisamente se dijo: No se puede ocultar una ciudad situada en lo alto de un monte (Mateo 5, 14). Pero para los donatistas está como velada; oyen testimonios tan claros y manifiestos que la señalan por el orbe, y prefieren chocar con los ojos cerrados contra el monte a subir a aquel que siendo la piedra desprendida del monte sin intervención de manos humanas, creció y se hizo un monte inmenso y llenó toda la tierra.
  
41. Puede también entenderse de otra manera el pasaje: Dónde apacientas, dónde reposas en el mediodía. Es la misma voz que en los Salmos se pone en boca de Moisés el servidor de Dios: Hazme conocer tu derecha y los hombres instruidos de corazón en la sabiduría (Salmo 89, 12). En las Escrituras se habla de mediodía por la gran luz de la sabiduría y el gran ardor de la caridad. Y por ello, cuando el espíritu de Dios por el profeta exhorta a alguien a las buenas obras, le hace también esta promesa: Tus tinieblas brillarán como mediodía (Isaías 58, 10). Pero si algún lugar del mundo pudiera tenerse por lo que se llamó mediodía, las mismas palabras, como dije, que juntas constituyen una pregunta, no permitirían a nadie desfigurar a su antojo esa frase. Aun suponiendo que, al preguntar dónde apacienta y dónde reposa, se respondiera, como si se tratara de un lugar terreno, en el mediodía, no deberíamos aceptar inmediatamente que éste era África. Es cierto que África está en la parte meridional del mundo, pero hacia el ábrego, no hacia el sur, que es el verdadero mediodía. Allí, en verdad, el sol cumple el mediodía, y en esa región del cielo se encuentra más bien Egipto. Por consiguiente, si la Esposa pregunta al Esposo por su lugar predilecto y por cierta alcoba suya secreta, y el Esposo responde que está en el mediodía, con mayor seguridad la Iglesia católica reconocería esa alcoba en sus miembros que se encuentran en Egipto, en los miles de siervos de Dios que viven por el desierto en santa sociedad, afanándose por llegar a la perfección del precepto evangélico: ¿Quieres ser perfecto? Vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo, y ven y sígueme (Mateo 19, 21).
  
Ahora bien, ¡cuánto mejor se puede afirmar que el Hijo de Dios apacienta y reposa allí, esto es, descansa, mejor que entre las agitadas turbas de los furibundos circunceliones que es el azote propio de África! Pues sobre Egipto profetiza Isaías: Aquel día, en medio de Egipto, habrá un altar del Señor, y un monumento al Señor junto a la frontera. Será un memorial perpetuo del Señor en tierra egipcia. Pues gritarán al Señor contra los opresores; él les enviará un hombre que los salve; juzgándolos los preservará. El Señor se manifestará a Egipto, y los egipcios en aquel día temerán al Señor y le ofrecerán sacrificios; harán votos al Señor y los cumplirán. El Señor herirá a Egipto con una plaga y los curará por su misericordia; ellos volverán al Señor, él los escuchará y los curará (Isaías 19, 19-22).
   
¿Qué tienen que decir a esto? ¿Por qué no mantienen la comunión con la Iglesia de los egipcios? Y si, en la prefiguración profética, Egipto significa el mundo, ¿por qué no están en comunión con el orbe terráqueo?
    
42. Por tanto, que escudriñen las Escrituras, y contra tantos testimonios que nos muestran a la Iglesia de Cristo extendida por todo el orbe, preséntennos siquiera uno tan cierto y tan manifiesto como aquéllos, con que demuestren que la Iglesia de Cristo pereció en todos los pueblos y ha permanecido sólo en África, como si partiera de un nuevo principio, no de Jerusalén, sino de Cartago, donde por primera vez elevaron un obispo contra otro obispo.
    
Si quisiéramos entender a Donato como “el príncipe de Tiro”, porque Cartago se llamó Tiria, ¿qué profecías no lanzó Ezequiel contra ella? A él señalan sobre todo estas palabras: Te mostraré que eres hombre y no dios (Ezequiel 28, 2). Estos se glorían más del nombre de aquél que del nombre de Dios; y como sólo está sin pecado Dios y el sacerdote que intercede por nosotros, porque de él se dijo: Que está sobre todas las cosas, Dios bendito por los siglos (Romanos 9, 5), estos imitadores de Donato de tal modo quieren aparecer sin pecado, que llegan hasta a asegurar que son los que justifican a los hombres, y que su óleo no es el óleo del pecador. Con razón se dice al príncipe de Tiro: Tú dijiste: “soy Dios”; tú eres hombre y no dios (Ezequiel 28, 9). Y se le dice también: ¿Eres tú acaso mejor que Daniel? (Ezequiel 28, 3). Daniel confiesa sus pecados y los de su pueblo; en cambio, éstos, que pertenecen al espíritu de Tiro, dicen que sus oraciones por los pecados del pueblo son escuchadas porque ellos están sin pecado. Justamente se le dice al príncipe de Tiro: ¿Eres tú acaso mejor que Daniel? (Ezequiel 28, 3).
  
He aquí que nosotros podemos encontrar algo propio, este mal supremo, surgido en la capital de África, es decir, Cartago; y saben todos cuán lógicamente se acepta que Tiro simboliza a Cartago. Sin embargo, no adoptamos este procedimiento. Quizá Tiro tiene otro significado; ¡cuánto más el mediodía, si las mismas palabras nos fuerzan a darle otro sentido!
   
43. Para ver que no se les permite ni siquiera buscar algún testimonio con que probar que se había anunciado que, decayendo la fe en los restantes pueblos, sólo en África había de quedar la Iglesia, consideren lo que he recordado tantas veces, es decir, que el trigo y la cizaña crecen hasta la cosecha, que el campo es el mundo, que la cosecha significa el fin del mundo (Cf. Mt 13,30.38.39), según la interpretación que el Señor, no nosotros, da a su parábola. Hay otro testimonio bien claro que les ahorra cualquier esfuerzo por buscar la demostración de que la Iglesia, perdido el mundo, ha quedado reducida a sólo los africanos. Una cosa puede existir sin ser descubierta, pero no puede ser descubierta sin existir. Dejen, pues, de buscar lo que no pudieron encontrar, no porque esté oculto, sino porque no existe. Existen todavía algunos pueblos a los que aún no se ha predicado el Evangelio; y es preciso que se cumplan todas las profecías sobre Cristo y la Iglesia. Es, pues, preciso que se predique en ellos, y cuando esto se realice, entonces vendrá el fin.
   
Interpretación donatista del anuncio de la universalidad
XVII. ¿Cómo afirman éstos que ya se ha cumplido lo que dijo el Señor: Y que en su nombre se predique la penitencia y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén (Lucas 24, 27), pero que luego, al apostatar todos, sólo quedó el África para Cristo, si todavía tiene que realizarse esa predicación, que no ha tenido lugar aún? Cuando se lleve a cabo, entonces vendrá el fin, según dijo el Señor: Y se predicará este evangelio del reino en todo el orbe para que llegue a oídos de todos los pueblos. Entonces llegará el fin (Mateo 24, 14). ¿Cómo, pues, una vez hecha realidad la conversión de todos los pueblos, le siguió la pérdida de ellos, excepto África, si aún no se ha  completado la conversión de todos los pueblos?
   
44. Quizá lleguen a la locura de afirmar que no es en las iglesias fundadas por los trabajos apostólicos donde se completa la predicación del Evangelio a todos los pueblos, sino que, al perecer ellas, su restauración tendrá lugar a través del partido de Donato, a partir del África, lo mismo que la conquista de otros pueblos.
   
Pienso que ellos mismos se reirán de oír esto, y, sin embargo, si no acuden a este recurso, que ellos mismos se avergüenzan de emplear, nada en absoluto tienen que decir. Pero ¿qué nos importa esto a nosotros? No tenemos nada contra nadie. Léannos esto en las santas Escrituras, y creemos; léannos, digo, en el canon de los Libros divinos que tantas ciudades, que hasta el día de hoy conservaron el bautismo transmitido por los apóstoles, se han alejado de la fe de Cristo por los crímenes de los africanos desconocidos para ellos, y que han de ser bautizadas de nuevo por el partido de Donato y que a partir de ahí se predicará al resto de los gentiles el Evangelio que aún no han oído. Léannos eso. ¿Por qué esos retrasos, esas tergiversaciones, esos impedimentos a la salvación de los gentiles? Léannos eso, y junto con la misma lectura envíen nuevos apóstoles a rebautizar a tantos pueblos y bautizar a los restantes.
   
45. Pero vean, cuando lleguen a los colosenses, cómo han de leer o escuchar allí la carta que les envió el Apóstol, en la cual les dice: Damos constantemente gracias por vosotros a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, orando continuamente por vosotros desde que nos enteramos de vuestra fe en Cristo Jesús y del amor que tenéis a todos los santos, por la esperanza que os está reservada en el cielo y que conocisteis con anterioridad en la palabra verdadera del Evangelio. Os ha llegado a vosotros como a todo el mundo en el que da frutos y crece, como en vosotros, desde el día en que oísteis y conocisteis la gracia de Dios en la verdad (Col 1,3-6). Estas palabras están de acuerdo con el Evangelio cuando dice: El reino de Dios se parece a un hombre que sembró semilla buena en su campo (Mt 13,24), y luego explica que el campo es este mundo. Como se dice que este grano crece desde que fue sembrado hasta la cosecha, así dice el Apóstol: En todo el mundo en el que da frutos y crece, como en vosotros, desde el día en que oísteis (Colosenses 1, 6). Crece hasta el fin, porque lo hace hasta la cosecha, y La cosecha es el fin del tiempo (Mateo 13, 39).
  
Por tanto, dirán no sólo los colosenses a quienes fue dirigida, sino también todos los demás que lean esta carta, donde por las palabras del Apóstol consta que se ha sembrado buena semilla y que ya entonces comenzó a crecer y fructificar: “¿Qué novedad nos ofrecéis? ¿Acaso hay que sembrar de nuevo la buena semilla, siendo así que desde que se sembró va creciendo hasta la cosecha?” Si decís que lo que sembraron los Apóstoles pereció en aquellos lugares y que por eso hay que sembrarlo de nuevo desde África, se os responde: “Leednos esto en los oráculos divinos”. Ciertamente no podéis leerlo si no demostráis que es falso lo que está escrito: que la semilla sembrada antes allí va creciendo hasta la cosecha. Y como las palabras divinas en modo alguno pueden contradecirse, no encontraréis en ellas texto alguno que poder aducir contra éste tan manifiesto. Por consiguiente, sólo queda que digáis que esto no es de los Libros divinos, sino vuestro. De suerte que con toda razón se os responderá: “Sed anatemas”. Conservan bien las iglesias fundadas por el trabajo apostólico con qué solicitud se les anunció: Si alguien os anuncia un evangelio distinto del que recibisteis, sea anatema (Gálatas 1, 9).
   
Datos tomados de la historia
XVIII. 46. Así pues, las santas Escrituras nos muestran claramente a la Iglesia que comienza en Jerusalén y se extiende por todos los pueblos, hasta que los ocupe todos al final de los tiempos; y no sólo mencionan el buen grano, sino también sus impurezas. Corregíos primero y entrad en comunión con los granos buenos, y veréis entonces a qué debéis llamar allí paja o cizaña. De otra manera os veis forzados, por un error detestable, a honrar a los malos con las alabanzas debidas a los buenos y a acusar a los buenos de los crímenes de los malos.
   
En verdad, tenemos en nuestras manos documentos en que se demuestra que vuestros antepasados, cuyo cisma seguís, entregaron, según las actas municipales, los Libros santos al fuego, y no han podido negarlo, conforme a las actas eclesiásticas; y que ellos mismos se encontraron entre los jueces que en Cartago dictaron sentencia contra Ceciliano y sus colegas ausentes. Es decir, según las actas municipales y eclesiásticas, consta que fueron traditores los mismos que después presentáis como autores de la condenación de los traditores ausentes.
   
Ahí tenéis a Nundinario, diácono vuestro entonces, que ante el consular Zenófio descubrió todas las intrigas de Lucila, quien compró a los obispos la condena de Ceciliano, con el que se había enemistado por predicar éste la verdad. Aún más, ellos mismos enviaron después una carta al emperador Constantino; él les dio, como habían pedido, unos obispos por jueces, pero no los aceptaron y más tarde los acusaron ante él de prevaricación; apelaron ante el mismo emperador contra otros que les había dado en Arlés, y, siendo él mismo juez entre las partes, quedaron convictos de haber calumniado y, habiendo sido condenados, permanecieron en furiosa pertinacia.
   
Aun vosotros mismos, que sostenéis que la santidad cristiana desapareció de tantos pueblos en los que los apóstoles la dejaron tan asentada, precisamente porque habían mantenido la comunión con aquellos a quienes vuestros antepasados habían condenado en su concilio, reunido en Cartago con sesenta obispos; vosotros mismos, ¿no estáis ahora en comunión con aquellos a quienes vosotros, en número de  trescientos diez, condenasteis con Maximiano en el concilio de Bagái? ¿Acaso no se lee que Pretextato de Asuras fue condenado en el mismo concilio, acusado y atacado por vosotros, según las actas consulares, y, sin embargo, lo recibisteis luego en el mismo honor en que lo habíais condenado, muriendo después en vuestra comunión? Igualmente Feliciano de Musti, condenado por los obispos por la misma causa en el mismo concilio, acusado ante los jueces, a quien recibisteis después, ¿no vive ahora como obispo entre vosotros? Y los que fueron bautizados por estos condenados, ¿no están en comunión con vosotros ahora en el mismo bautismo?
   
Sin duda, tantas iglesias transmarinas fundadas por la fatiga de los apóstoles, si han estado en comunión de sacramentos con aquellos a quienes, aun siendo acusados ante ellos, no condenaron, y supieron que después los otros los habían declarado inocentes y absueltos, esas iglesias pierden la salvación y la religión cristiana. En cambio, la parte de Donato condena a los que quiere y en la misma condenación exagera de tal modo los sacrilegios del cisma de ellos, que no duda en compararlos con los que ha tragado la tierra vivos (Cf. Números 16); pero luego, cuando le place, los acepta en el mismo honor y mantiene la comunión con ellos, y queda tan santa y tan pura. ¡Oh regla del derecho númida ¡Oh privilegios de Bagai! Se rechaza el bautismo de Cristo en aquellos que lo recibieron en las iglesias apostólicas, y en cambio en los que bautizaron los “condenados sacrílegos”, como está escrito en el concilio de Bagai, Pretextato y Feliciano, se perdona el bautismo de Cristo, no porque es bautismo de Cristo, sino porque ha sido dado por aquellos que merecieron seguir siendo obispos aun apartándose de quienes los condenaron y continuar siéndolo al retornar a ellos.
   
47. Ciertamente, todo esto que estoy recordando tan largo rato lo leemos en los rescriptos imperiales y en las actas eclesiásticas, municipales y proconsulares. Sin embargo, oh donatistas, si vosotros os mantuvierais en la Iglesia extendida por todo el mundo y señalada y designada por los testimonios clarísimos de las Escrituras canónicas, no debían tener valor ninguno contra vosotros todas aquellas recriminaciones; en verdad, no os prejuzgarían los crímenes de la paja si vosotros fueseis trigo en medio de ella, ni tampoco, si vosotros fueseis la paja y fueran vuestros los crímenes, podríais prejuzgar en nada al trigo de la mies del Señor, que está de tal modo sembrado en el campo del Señor, que ha de crecer hasta la cosecha, es decir, que está sembrado de tal modo en el mundo, que ha de crecer hasta el fin mismo. De la misma manera, si, lo que nunca nos habéis probado, adujerais tales documentos contra nuestra paja, y nosotros no tuviéramos contra vosotros tantos como he recordado, aun así no prejuzgarían en nada a nuestro trigo esparcido por todo el orbe cuantos ataques pudierais dirigir contra nuestra paja por muy veraces, manifiestos y probados que fueran.
   
Por consiguiente, dejemos a un lado todas las tergiversaciones dilatorias. Cuantas acusaciones falsas se reprochan sobre los pecados de los hombres, arréglense en la conciencia y no se reprochen; ni se reprochen las acusaciones aun verdaderas sobre pecados de los hombres que no pueden demostrarse o que no se demostraron cuando debieron demostrarse; ni se reproducen cuantas acusaciones, incluso verdaderas y demostradas, se presentan sobre pecados de los hombres y que no dicen relación con el buen grano que está oculto entre la paja, sino con la misma paja que será separada al final.
   
También nosotros podemos lanzar estas acusaciones y con mucha mayor abundancia y fundamento, no con la vana pretensión de ellos de apoyar ahí nuestra causa, sino para demostrarles que, si no queremos confiar en dichas acusaciones, no es porque no podamos aducirlas, sino para no perder en cosas innecesarias un tiempo tan útil para las necesarias. Esto es lo que hacen ellos, porque no pueden encontrar documentos basados en una verdad robusta y sólida con que defender su causa, y quieren aparentar que dicen algo, avergonzándose de callar y no avergonzándose de decir vaciedades.
   
Dejadas de lado, pues, tales evasivas, demuéstrennos, si pueden, su iglesia no en habladurías o rumores de los africanos, no en concilios de sus obispos, no en cartas de cualesquiera polemistas, no en falaces milagros y prodigios, porque contra todo esto nos ha preparado y prevenido la palabra del Señor, sino en los preceptos de la Ley, en los anuncios de los profetas, en los cánticos de los salmos, en las palabras del mismo y único Pastor, en las predicaciones y trabajos de los evangelistas, es decir, en todas las autoridades canónicas de los Libros santos. Y dejen ya de recoger y recordar textos oscuros, ambiguos o figurados, que cada uno puede interpretar a su arbitrio. Aparte de que tales textos no pueden entenderse y explicarse rectamente, si antes no se poseen con una fe sólida las verdades expresadas con toda claridad.
    
48. Por consiguiente, quien se prepare a responder a esta carta, le sugiero de antemano que no me diga: “Aquéllos entregaron al fuego los Libros del Señor, aquéllos sacrificaron a los ídolos de los paganos, aquéllos nos hicieron objeto de la más injusta de las persecuciones, y vosotros habéis estado de acuerdo con ellos en todo”.
   
A esto os respondo brevemente lo que siempre he respondido: “O decís cosas falsas, o, si son verdaderas, estas acusaciones no conciernen al trigo de Cristo, sino a la paja de ese grano”. No pereció por eso la Iglesia, que en la bielda del último juicio será purificada con la separación de toda esta paja. Lo que yo busco es la Iglesia, dónde está la que oyendo las palabras de Cristo y practicándolas edifica sobre piedra (Cf. Mateo 7, 24-27), y haciendo y oyendo tolera a los que oyendo y no haciendo edifican sobre arena; busco también dónde está el trigo que crece entre cizaña hasta la cosecha (Cf. Mateo 13, 30), no lo que ha hecho o hace la misma cizaña; busco dónde está la íntima de Cristo en medio de las hijas malas, como el lirio en medio de las espinas (Cf. Cantar 2, 2), no qué es lo que han hecho o hacen las mismas espinas; busco dónde están los peces buenos que hasta llegar a la orilla toleran a los peces malos metidos en la misma red (Cf. Mateo 13, 47-48), no qué es lo que hacen o han hecho los mismos peces malos.
   
En qué se apoyan las tesis donatistas
XIX. 49. Abandonadas, pues, estas maniobras dilatorias, demuestre que la Iglesia, tras la pérdida de tantos pueblos, debe conservarse sólo en África, o que debe rehacerse y completarse, partiendo de África, en todas las naciones; pero demuéstrelo de suerte que no diga: “Es verdad porque yo lo digo, o porque lo dijo tal colega o tales colegas míos, o aquellos obispos o clérigos o laicos nuestros; o es verdad porque Donato o Poncio o cualquier otro ha realizado aquellos prodigios, o porque los hombres oran ante las tumbas de nuestros muertos y son escuchados, o porque aquel hermano nuestro o aquella hermana nuestra ha visto despierta tal visión o durmiendo soñó tal otra”.
   
Dejemos estos recursos, ficciones de hombres mentirosos o prodigios de espíritus falaces. En realidad, o no son verdad estas afirmaciones, o, si los herejes han realizado algunas maravillas, debemos andar más precavidos, porque, habiendo dicho el Señor que habría personas falaces que realizando algunos prodigios engañarían, si fuese posible, aun a los justos, añadió esta seria recomendación: Ved que os lo dije antes (Mateo 24, 25). Por eso amonesta el Apóstol: El Espíritu dice expresamente que en los últimos tiempos algunos abandonarán la fe por dar oídos a espíritus seductores y a enseñanzas de demonios (1 Timoteo 4, 1).
   
Por lo demás, si alguno, orando ante los sepulcros de los herejes, es escuchado, recibe el bien o el mal no en atención al lugar, sino en atención a su deseo. Como está escrito: El Espíritu del Señor llenó la tierra (Sabiduría 1, 7), y también: El oído celoso lo escucha todo (Sabiduría 1, 10). Hay también muchos a quienes escucha Dios porque está airado, y de ellos dice el Apóstol: Los entregó Dios a los deseos de su corazón (Romanos 1, 24). E, igualmente, Dios, estando propicio, no concede a muchos lo que piden, para darles lo que es útil. Por eso el mismo Apóstol habla del aguijón de su carne, el ángel de Satanás, que dice le dio Dios para que le azotara, para que no se enorgulleciera por la grandeza de sus revelaciones: Tres veces le he pedido al Señor que me lo quitara, pero me contestó: Te basta con mi gracia, la fuerza alcanza su plenitud en la debilidad (2 Corintios 12, 8-9). ¿No leemos que el mismo Señor escuchó a algunos en las alturas de los montes de Judea, y, sin embargo, esas alturas le desagradaban de tal manera que se declaraba culpables a los reyes por no abatirlas y se alababa a los que las derribaban? De donde se sigue que es más importante el afecto del que suplica que el lugar de la súplica.
    
Sobre las visiones engañosas, lean lo que está escrito; cómo el mismo Satanás se disfraza de mensajero de la luz (2 Corintios 11, 14), y cómo a muchos los extraviaron sus sueños (Sirácida 34, 7); escuchen también lo que cuentan los paganos sobre los prodigios y visiones de sus templos y sus dioses, y, sin embargo, los dioses de los paganos son demonios, mientras que el Señor ha hecho el cielo (Salmo 95, 5). Son escuchados favorablemente muchos y de muchos modos, no sólo cristianos católicos, sino también paganos y judíos y herejes, entregados a toda suerte de errores y supersticiones. Y son escuchados favorablemente o bien por espíritus seductores, los cuales, sin embargo, nada pueden hacer sin permiso, siendo Dios el que sublime e inefablemente juzga qué es lo que se ha de dar a cada uno, o bien por el mismo Dios, ya para castigo de la malicia, ya para consuelo de la miseria, ya para invitar a que se busque la salvación eterna. Claro que a la salvación y a la vida eterna no puede llegar nadie si no tiene a Cristo por Cabeza; pero nadie podrá tener a Cristo por Cabeza sino quien está en su Cuerpo, que es la Iglesia; Iglesia que, como a la misma Cabeza, debemos reconocer en las santas Escrituras canónicas, en vez de buscarla en la variedad de rumores, opiniones, hechos, dichos y visiones de los hombres.
   
50. Nadie, por consiguiente, me oponga nada de lo dicho, si está dispuesto a contestarme, como tampoco yo digo que se me debe creer cuando digo que la comunión de Donato no es la Iglesia de Cristo, porque algunos, que fueron obispos entre ellos, quedan convictos por las actas eclesiásticas, municipales y judiciales de haber entregado los Libros sagrados al fuego; o bien porque en el juicio ante  los obispos que habían solicitado del emperador no lograron el triunfo de su causa; o porque, apelando al mismo emperador, merecieron una sentencia contraria del mismo; o porque tal categoría alcanzan entre ellos los jefes de los circunceliones; o porque los mismos circunceliones cometen tales fechorías; o porque hay entre ellos quienes se lanzan por abruptos precipicios o se arrojan para ser abrasados al fuego que ellos mismos se prepararon; o porque mediante el terror obtienen que otros, contra su voluntad, les den muerte, y deseen espontáneamente tantas muertes, resultado del furor, para ser honrados por los hombres; o porque, en torno a sus sepulcros, manadas de vagabundos y vagabundas en indolente mezcolanza se sepulten día y noche en la bebida y se manchen con torpezas. Podemos conceder que toda esta turba no es sino la paja de ellos y que no prejuzgue al buen grano, si ellos son los que detentan la Iglesia.
   
Pero si son o no ellos los que detentan la Iglesia, tienen que demostrarlo sólo por los Libros canónicos de las divinas Escrituras; así como nosotros tampoco decimos que debe creérsenos que estamos en la Iglesia de Cristo porque la que tenemos está avalada por Optato de Milevi o el obispo de Milán Ambrosio u otros innumerables obispos de nuestra comunión, o porque está acreditada por los concilios  de nuestros colegas, o porque en todo el orbe de la tierra tienen lugar tales maravillas de curaciones y oraciones favorablemente despachadas en los lugares santos que frecuenta nuestra comunión, de tal modo que los cuerpos de los mártires, ocultos durante tantos años, como puede escucharse de boca de muchos testigos, fueron revelados a Ambrosio, y en esos mismos sepulcros un ciego de muchos años, famosísimo en Milán, recobró los ojos y la luz; o porque aquél tuvo un sueño y el otro tuvo un éxtasis y oyó o que no se adscribiera al partido de Donato o que se alejara del mismo. Toda esta serie de acontecimientos que tienen lugar en la Iglesia católica deben ser aprobados porque han sucedido en la Iglesia católica, pero no se manifiesta como católica porque se hayan realizado en ella. El mismo Señor Jesús, cuando resucitó de entre los muertos y presentó su cuerpo a los discípulos para que lo vieran con sus ojos y lo tocaran con sus manos, para que no pensaran que se engañaban, juzgó más conveniente confirmarlos por los testimonios de la Ley, los Profetas y los Salmos, y les demostró que se habían cumplido en él las predicciones hechas tanto tiempo atrás. Se lo recomendó también a la Iglesia con estas palabras: Y que en su nombre se predique la penitencia y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén (Lucas 24, 27).
   
Que esto estaba escrito en la Ley, los Profetas y los Salmos, es testimonio que tenemos de su propia boca (Cf. Lucas 24, 44). Estos son los documentos de nuestra causa, éstos los fundamentos, éstas las pruebas.
  
51. Leemos en los Hechos de los Apóstoles que ciertos fieles escrutaban todos los días las Escrituras para ver si las cosas eran así (Cf. Hechos 17, 11). ¿A qué Escrituras se refiere sino a las canónicas de la Ley y los Profetas? A éstas se añadieron los Evangelios, las cartas apostólicas, los Hechos de los Apóstoles, el Apocalipsis de Juan. Examinad todos estos Libros y sacad una prueba clara para demostrar que la Iglesia ha permanecido sólo en África y que desde África ha de tener cumplimiento lo que dijo el Señor: Este Evangelio se proclamará en el mundo entero para testimonio de todos los pueblos. Entonces llegará el fin (Mateo 24, 14). Pero presentad algo que no necesite intérprete y por lo cual no se os pueda redargüir que se dijo de otra cosa y vosotros intentáis apartarlo hacia vuestro sentido. Tenéis presente sólo aquel que soléis aducir: Dónde apacientas, dónde reposas en el mediodía (Cantar 1, 6). Analizadas todas las palabras de ese texto, se refiere a cosa muy diferente de la que pensáis, y si apoyara lo que decís, os vencerían con él los maximianistas. El mediodía es más bien la proconsular, la Bisacena y Trípoli, donde ellos, más o menos numerosos, se hallan, que Numidia, donde vosotros prevalecéis. Así pues, ellos pueden gloriarse más genuina y netamente de estar en el mediodía, de modo que no podéis excluirlos de esa afirmación si no mantenéis en aquellas palabras el sentido verdadero y católico, demostrándoles que, según los cuatro puntos cardinales, el mediodía cae más bien hacia el austro que hacia el ábrego, y, según las metáforas de las Escrituras, se denomina con el nombre del mediodía a la perfecta iluminación de la mente y al máximo fervor de la caridad, y por ello se dice: Tus tinieblas se volverán mediodía (Isaías 58, 10).
   
Así pues, presentad algún texto que no se interprete con más verdad contra vosotros, sino que no necesite en absoluto de intérprete, como no lo necesita éste: Todos los pueblos serán bendecidos en tu descendencia (Génesis 22, 18), porque no soy yo, sino el Apóstol quien interpreta a Cristo como descendencia de Abrahán. Como no necesita de intérprete: A ti te llamarán mi favorita, y tu territorio será el orbe de la tierra (Isaías 62, 4), porque se aplica a la que todo cristiano entiende como Iglesia de Cristo. Como tampoco necesita de intérprete: Se recordarán y volverán al Señor todos los confines del orbe, y en su presencia se postrarán todas las razas de los pueblos. Porque el Señor es rey, él gobierna a los pueblos (Salmo 21, 28-29); esto se dice en el salmo en que se proclama la Pasión del Señor, según lo testifica el Evangelio (Cf. Mateo 27, 35; Juan 19, 23). Como tampoco necesita de intérprete: Convenía que Cristo padeciera y resucitase al tercer día, y que en su nombre se predique la penitencia y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén (Lucas 24, 46-47); como tampoco necesita de intérprete: Y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta la tierra entera (Hechos 1, 8); que la Iglesia ha comenzado en Jerusalén y desde allí se ha extendido a Judea, Samaría y todas las demás naciones, nos lo atestiguan los hechos que siguen, confirmados por los documentos canónicos. Como tampoco necesita de intérprete: Este Evangelio se proclamará como testimonio para todos los pueblos. Entonces llegara el fin (Mateo 24, 14), pues, preguntado el Señor sobre el fin de este mundo por haber hablado de ciertos comienzos de dolor, dice: Pero no es todavía el final (Mateo 24, 6); el fin predijo que había de tener lugar después de la predicación del Evangelio en todo el orbe a todas las naciones. Como tampoco necesita de intérprete: Dejadlos crecer juntos hasta la siega (Mateo 13, 30); porque, como necesitaba intérprete, el mismo Señor, a quien nadie puede contradecir, lo interpretó y lo explicó, sobre todo en la parábola que él propuso; dice que la buena semilla son los hijos del reino, el campo es el mundo, la cosecha el fin del tiempo (Cf. Mateo 13, 38-39).
   
Presentad vosotros un texto siquiera de esta clase que manifieste con toda claridad que África ha quedado sola entre todos o ha sido ella sola salvada como principio para renovar y llenar el orbe. En verdad que no se recomendaría con tantos testimonios lo que había de perecer pronto, ni se pasaría en silencio lo único que había de quedar o de lo cual había de venir la recuperación y el cumplimiento de todo. Y si no podéis demostrar lo que tan justamente os pedimos, callad de una vez, dormid profundamente, despertaos de vuestro furor para vuestra salud.
    
52. ¿Podéis decir aún: “Si la Iglesia está entre vosotros, por qué nos forzáis con la persecución a entrar en su paz? Y si somos malos, ¿por qué nos buscáis? Y si somos cizaña, dejadnos crecer hasta la cosecha”. Como si nosotros no hiciéramos cuanto está a nuestro alcance para que no se arranque el trigo al querer separar la cizaña antes de tiempo ( Cf. Mateo 13, 29). Todos los que han de ser buenos en la eternidad, aunque algún tiempo sean malos, en la presencia de Dios son trigo y no cizaña. Y así nos preguntáis, en tono de acusación, por qué os buscamos si sois malos; como si vuestra malicia no os hubiera causado la muerte y debáis ser buscados porque habéis perecido, a fin de que habiendo perecido seáis buscados y siendo buscados seáis encontrados, y después de encontrados seáis llamados de nuevo como aquella oveja por el pastor, aquella dracma por la mujer, como aquel hijo que había muerto y revivido, había perecido y fue encontrado. Pues el que os busca es el que habita entre los santos y manda que se os busque.
   
Justificación del empleo de la fuerza pública
XX. 53. Vuestra queja sobre la persecución se calmará si pensáis y comprendéis a tiempo que no toda persecución es culpable; de otra manera, no se hubiera dicho en tono de alabanza: Al que en secreto difama a su prójimo, yo lo perseguiré (Salmo 100, 5). Vemos, en efecto, todos los días que el hijo se queja de su padre como si le persiguiese, la esposa del marido, el colono del propietario, el reo del juez, el soldado o el sometido de su jefe o de su rey, cuando ellos con actividad ordenada apartan y contienen, generalmente por el miedo de penas leves, de males más graves a los que les están sujetos, y otras veces también apartan de una vida buena con amenazas y violencias. Ahora bien, cuando apartan del mal y de lo ilícito son correctores o consejeros; cuando del bien y de lo lícito, no son sino perseguidores y opresores. Se culpa también a los que apartan del mal si la manera de corregir sobrepasa la moderación de la corrección. Y lo mismo han de ser culpados quienes desordenada y anárquicamente se lanzan a corregir a aquellos que no les están subordinados por ley alguna.
   
54. Por consiguiente, reprendemos con justicia a vuestros circunceliones por sus desenfrenos y soberbias locuras, aun cuando las ejerzan contra algunos malvados, ya que no está permitido castigar ilícitamente lo ilícito o apartar ilícitamente de lo ilícito. Cuando se persigue a los inocentes sin instruir el proceso o por enemistades sumamente injustas, ¿quién no se estremece de tan criminales atracos? Más aún, nosotros no reprendemos el que hayáis pensado reprimir el furor de los maximianistas con las leyes públicas, a fin de urgirlos a la consideración de su crimen tras arrojarlos de las basílicas que tenían, mediante mandato judicial, intervención de los poderes públicos y la policía de las ciudades; lo que sí os reprochamos es el haber perseguido en ellos lo mismo que hicisteis vosotros, y aun mucho más leve de lo que vosotros hicisteis. En efecto, ellos obraron contra la parte de Donato, pero vosotros elevasteis el altar de la sacrílega disensión contra el orbe de la tierra y contra las palabras del que encareció que su Iglesia comenzaría por Jerusalén y se dilataría por todos los pueblos. Aún más, si los maximianistas osaran resistir ilícita y frenéticamente a los mandatos judiciales que conseguisteis contra ellos, ¿no conseguirían su propia condenación al decir el Apóstol: El insumiso a la autoridad se opone a la disposición de Dios y los que se le oponen se ganarán su sentencia. De hecho, los que mandan no son una amenaza para la buena acción, sino para la mala? (Romanos 13, 2-3) Al incurrir ellos en esa mala acción, que intentabais corregir vosotros mediante los poderes establecidos, si quisieran enfrentarse a las leyes por su mala acción con otra peor aún, ¿no sería de ellos mismos y no de vosotros de quien les vendría el mal que les sucediera? Al igual que quien hubiera pretendido lanzar una blasfemia contra el Dios de Sidrac, Misac y Abdénago, y fuera aniquilado con toda su casa (Cf. Daniel 3, 29), ¿sería por parte de esos tres varones por cuya liberación del fuego se había conmovido el rey y había dado el edicto, o por parte del mismo rey, y no más bien por culpa de sí mismos por quien sufrirían justamente esos males? Si aun aquellos cuarenta judíos, que se habían conjurado para asesinar a Pablo, se hubieran lanzado contra los soldados que lo conducían con orden de protegerlo, ¿sería acaso Pablo quien los habría hecho perecer y no su propia resistencia a la autoridad?
   
55. Por consiguiente, también vosotros, sin animosidad tumultuosa, sin turbulenta contienda, sin la amargura del odio, considerad con diligencia las medidas que han tomado contra vosotros los emperadores de nuestra comunión, considerad cuál es la causa por la que sufrís; y si descubrís que estáis en la Iglesia de Cristo, alegraos y regocijaos, porque es grande vuestra recompensa en los cielos Mateo 5, 12). Pues vosotros sois coronados como mártires; ellos, en cambio, son juzgados como perseguidores de los mártires. Pero si la Sagrada Escritura os deja convictos de que habéis levantado un altar contra la Iglesia de Cristo, y de que os habéis separado con un sacrílego cisma de la unidad cristiana, que se extiende por el orbe, y que combatís rebautizando, blasfemando y, en cuanto está a vuestro alcance, atacando el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia difundida por todo el mundo; si todo ello es así, vosotros sois los impíos y sacrílegos; en cambio, los que determinan seáis apartados y refrenados tan suavemente por un crimen tan grande con amonestaciones de perjuicios o privación de lugares u honores o dinero, a fin de que, reflexionando por qué padecéis todo esto, evitéis vuestro tan conocido sacrilegio y os libréis de la condenación eterna, ellos, digo, son considerados como dirigentes solícitos y piadosísimos consejeros. Este es el amor que os deben los emperadores cristianos y católicos: castigar vuestros sacrilegios, no según lo merecen, atendiendo a la mansedumbre cristiana, y no dejarlos sin castigo alguno teniendo en cuenta la solicitud cristiana. Esto obra en ellos Dios, cuya misericordia, aun en estas incomodidades de que os quejáis, no queréis reconocer. Nosotros, en cambio, en cuanto está en nuestro poder, en cuanto el Señor nos concede y permite, no movemos contra vosotros ni siquiera la aplicación de las más suaves leyes de represión, si no es para que la Iglesia católica se vea libre de vuestros errores en favor de la fragilidad de los débiles, para que puedan elegir sin temor lo que han de creer y seguir; de suerte que si vuestros partidarios cometen alguna violencia contra los nuestros, vosotros, a quienes tenemos como rehenes en nuestras propiedades y ciudades, no vayáis a soportar lo que merecen los vuestros, sino que mediante los poderes públicos seáis castigados pecuniariamente según las exigencias de las leyes. Si esto os parece grave, que os lo ahorren los vuestros y se mantengan en paz. Pero si quienes están a vuestras órdenes, o simplemente con vosotros, no reposan en su ensañamiento contra vosotros, no tenéis motivo para quejaros de nosotros, que hemos puesto en vuestro poder o en el de los vuestros la facultad de no padecer mal alguno por seguir vuestra herejía, si la Católica no tiene que aguantar molestia alguna ni de vosotros ni de los vuestros. Y si se le causaren algunas sin vuestra cooperación y sin que podáis reprimirlas, con toda misericordia y justicia os recuerdan esos daños qué sujetos tenéis con vosotros, que pensáis no os contaminan; ello os fuerza a comprender qué vacías de sentido son las calumnias que lanzáis contra la Iglesia de Cristo extendida por todo el orbe.
    
Dejad, pues, ya de reprocharnos que os perseguimos; antes bien, achacádselo a los vuestros, si prefieren molestarnos a nosotros con su violencia y trituraros a vosotros con las leyes públicas antes que calmar su acostumbrado furor. Si en verdad sufrís alguna odiosa calamidad por parte de los nuestros que no observan la moderación y exigencias de la caridad cristiana, diría sin vacilar que ésos no son los nuestros, sino que lo serán si se enmiendan, o serán separados al final si perseveran en su malicia. Mientras nosotros ni rasgamos las redes a causa de los malos peces (Cf. Mateo 13, 47), ni abandonamos la casa grande a causa de los vasos convertidos en afrenta (Cf. 2 Timoteo 2, 20). Vosotros, en cambio, si por la misma regla decís que no son vuestros los que así perjudican a la Católica, demostrad vuestra buena disposición, corregid el error, abrazad la unidad del espíritu en el vínculo de la paz (Cf. Efesios 4, 3). Porque si ni aquéllos os contaminan a vosotros ni a nosotros éstos, no nos reprochemos mutuamente los crímenes ajenos: como buen grano crezcamos en la caridad, soportemos juntos la paja hasta la bielda.
   
56. Si no necesitan de intérprete los testimonios de las Escrituras canónicas, que nos enseñan que la Iglesia se encuentra en la comunión del orbe entero, y si vosotros no podéis aducir ningún testimonio semejante de los mismos Libros en favor de vuestra separación en África, no es justa vuestra queja sobre las persecuciones; mucho más graves son las que soporta la Católica cuanto más extendida se encuentra y soporta con fe, esperanza y caridad (Cf. 1 Corintios 13,13.7) todas las calamidades; no sólo las que vuestros circunceliones y sus semejantes causan a sus miembros donde pueden, sino todos los escándalos de las distintas iniquidades que abundan por el universo mundo, refiriéndose a las cuales exclama el Señor: ¡Ay del mundo por los escándalos! (Mateo 18, 7). Más duramente persigue el hijo a su padre con su mala vida que el padre al hijo con el castigo, y más dura fue la persecución de la esclava contra Sara con su inicua soberbia que la de Sara contra ella con la debida disciplina (Cf. Génesis 16, 2) y más duramente persiguieron al Señor aquellos pensando en los cuales se dijo: El celo por tu casa me consume (Juan 2, 17; Salmo 68, 10) que él a aquellos cuyas mesas echó por el suelo arrojándolos con el látigo del templo (Cf. Juan 2, 15).
  
Cómo recibe la Católica a los herejes
XXI. 57. ¿Tenéis algo más que decir? ¿Queréis acaso que pongamos delante aquella vuestra última objeción: “He aquí que vosotros tenéis la Iglesia. Cómo nos recibís si quisiéramos pasarnos a ella?”
  
Os respondo brevemente: “Os recibimos como recibe la Iglesia que hemos encontrado en los Libros canónicos”. Dejad a un lado el espíritu de contradicción, de que están hinchados todos los que no quieren ser abatidos por la verdad de Dios y se dejan vencer por su perversidad. Así podéis comprender fácilmente que buenos y malos tienen los sacramentos divinos; pero en los primeros para la salvación y en los segundos para su condenación. Y aunque haya tal distancia entre ellos, según se acerquen digna o indignamente, los mismos sacramentos les sirven a aquéllos para el premio y a los otros para el juicio.
  
58. Por lo cual en el tiempo en que el Señor bautizaba a más personas que Juan, según está escrito en el Evangelio, cuando añadió el Evangelista: Aunque en realidad no bautizaba él personalmente, sino sus discípulos (Juan 4, 2), aunque era tan grande la distancia entre Pedro y Judas, ninguna diferencia había en el bautismo dado por Pedro y el dado por Judas. Uno sólo era el que daban los dos, aunque ellos no formaban unidad; el bautismo era de Cristo, pero uno de ellos pertenecía a los miembros de Cristo y el otro al partido del diablo. En cambio, cuando Juan el Bautista y el Apóstol formaban unidad, porque ambos eran amigos del Esposo (Cf. Juan 3, 29), como era diferente el bautismo dado por Juan del que daba Pablo, Pablo ordenó que fueran bautizados con el bautismo de Cristo los que lo habían sido con el de Juan. Así pues, el primer bautismo fue llamado bautismo de Juan; en cambio, el dado por Pablo no se llamó bautismo de Pablo, sino que mandó que fueran bautizados en Cristo (Hechos 19, 4).
  
Ved cómo Juan y Pablo forman unidad, pero no dan lo mismo; Pedro y Judas no forman unidad, pero dan el mismo bautismo; y Pedro y Pablo forman unidad y dan un solo bautismo. Abrahán y Cornelio justificados por la fe (Cf. Gálatas 3, 6; Hechos 10forman unidad, pero no recibieron un mismo sacramento; lo mismo Cornelio y Simón el Mago no forman unidad, pero recibieron el mismo sacramento; en cambio, Cornelio y aquel eunuco que Felipe bautizó en el camino forman unidad y recibieron el mismo sacramento: ni la diversidad de ministros ni la de receptores hacen que no sea uno lo que es uno.
  
59. Estos, al querer que sea de los hombres lo que es de Cristo, intentan convencernos de las cosas más falsas y absurdas, de suerte que hay casi tantos bautismos como son los hombres que los dan. Así, lo que dice el Señor sobre el hombre y la obra del hombre: Los árboles sanos dan frutos buenos, los árboles dañados dan frutos malos (Mateo 7, 17), intentan éstos deformarlo en el sentido de que el bautizado por un ministro bueno es bueno, y malo el bautizado por uno malo. De donde se seguiría, aunque ellos no lo admitan, que el bautizado por uno mejor es mejor, y el bautizado por uno menos bueno es menos bueno. De donde se sigue que los que antes de la Pasión del Señor no bautizó el mismo  Señor, sino sus discípulos, serían más santos si hubieran sido bautizados por él mismo. En efecto, ¿quién puede ni siquiera pensar la diferencia que hay entre él mismo y sus discípulos, por quienes eran bautizados? ¿Luego privó él de una regeneración más santa a los que, estando él presente, quiso que fueran bautizados por sus discípulos? Sería una locura creer esto.
  
¿Qué se dignó, pues, demostrar con eso sino que era suyo lo que se daba, fuera quien fuera el ministro, y que quien bautizaba era él, de quien había dicho el amigo del Esposo: Este es el que bautiza (Juan 1, 33), cualquiera que fuera el ministro que bautizaba a quien había creído en él? Dice también Pablo: Gracias a Dios, no os bauticé a ninguno más que a Crispo y Gayo, para que nadie diga que lo bauticé en mi nombre (1 Corintios 1, 14-15). ¿Se va a creer que regateó a los hombres una santificación mejor, si cuanto más santo era habían de recibir un bautismo más santo quienes fueran bautizados por él? Precisamente a esto mismo prestó una atención especial el dispensador tan prudente y tan fiel: a que nadie fuera a pensar que había recibido un bautismo más santo por haberlo recibido de un ministro más santo, atribuyendo al siervo lo que era del Señor.
  
60. Así pues, como buenos y malos dan y reciben el sacramento del bautismo, pero sólo los buenos regenerados son agregados espiritualmente al cuerpo y hechos miembros de Cristo, sin duda en los buenos está aquella Iglesia a la que se dice: Lirio entre espinas es mi amada entre las hijas (Cantar 2, 2). Ella está en los que edifican sobre piedra, esto es, los que oyen la palabra de Cristo y la practican, ya que así lo dijo a Pedro cuando confesó a Cristo como Hijo de Dios: Sobre esta roca edificaré mi Iglesia (Mateo 17, 18). No está la Iglesia en los que edifican sobre arena, esto es, en los que oyen la palabra de Cristo y no la practican. Ya lo dijo él: Todo aquel que escucha estas palabras mías y las pone por obra se parece al hombre sensato que edifica su casa sobre roca (Mateo 7, 24); y un poco más adelante: Todo aquel que escucha estas palabras mías y no las pone por obra se parece al necio que edifica su casa sobre arena (Mateo 7, 26). Por consiguiente, quienes mediante la unión de la caridad han sido incorporados al edificio construido sobre piedra y al lirio brillante en medio de las espinas, poseerán ciertamente el reino de Dios; y, en cambio, los que edifican sobre arena o han sido contados entre las espinas, ¿quién puede dudar que no poseerán el reino de Dios? De nada les sirve a los tales el sacramento del bautismo; y, sin embargo, no se ha de hacer injuria alguna al sacramento que tienen por causa del inestable fundamento y la estéril malicia de éstos.
  
No basta con tener los sacramentos
XXII. 61. Igualmente, advertid sin prejuicios, en aquel pasaje de la carta del apóstol Pablo a los Gálatas, cuán justo es que, corrigiendo el error herético, si tienen este sacramento que debieron tener, y reciben lo que les faltaba, no se desapruebe ni se insulte a lo que existía: Las obras de la carne son conocidas: lujuria, inmoralidad, libertinaje, idolatría, magia, enemistades, discordia, rivalidad, arrebatos de ira, egoísmos, partidismos, envidias, borracheras, orgías y cosas por el estilo. Y os prevengo, como ya os previne, que los que se dan a eso no heredarán el reino de Dios (Gálatas 5, 19-21).
  
Por consiguiente, todos éstos ni se relacionan con el lirio ni están edificados sobre piedra; entre ellos se hallan también los herejes. ¿Por qué vosotros, para pasar por alto otras cosas, no bautizáis después de hacerlo los borrachos, los lujuriosos, los envidiosos, que no poseerán el reino de Dios y, por tanto, no están en la piedra, y como no están en la piedra, no son contados en la Iglesia, porque dice Jesús: Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia? (Mateo 16, 18). ¿Por qué queréis, en cambio, que nosotros bauticemos después de hacerlo los herejes, que están contados entre las mismas espinas que no poseerán el reino de Dios y en quienes están los sacramentos, cuando los tienen, pero no les son de provecho, porque siendo éstos rectos están ellos torcidos?
  
Considerando y pensando estas cosas sin pertinacia, podéis entender fácilmente que se ha de corregir en cada uno lo que está torcido y aprobar lo que está recto, y que se ha de dar lo que falta y reconocer lo que existe. Si viene un hereje a hacerse católico, que primero corrija su propio error, no profane el sacramento de Cristo, reciba el vínculo de la paz que no tenía, sin el cual no podrá serle de provecho el bautismo que tenía: una y otra cosa son necesarias para alcanzar el reino de Dios, el bautismo y la justicia. En el que menosprecia el bautismo de Cristo no puede existir la justicia, y en cambio puede existir el bautismo aun en el que no tiene la justicia, pero no puede serle de provecho. Igual que dijo la Verdad: A menos que uno nazca del agua y el Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios (Juan 3, 5), ella misma dijo: Si vuestra justicia no sobrepasa la de los letrados y fariseos, no entraréis en el reino de Dios (Mateo 5, 20). De modo que no basta el bautismo solo para llevar al reino; se precisa también la justicia. Al que le falten los dos elementos o uno solo, no puede llegar.
  
Por lo cual, al decirles a los herejes: “Os falta la justicia, que no puede tener nadie sin el vínculo de la paz”, y al confesar ellos que muchos tienen el bautismo y no tienen la justicia -y si no lo confiesan, que se dejen convencer por la Escritura divina-, me maravillo de que -al no querer nosotros bautizarlos de nuevo porque tienen el bautismo de Cristo, no el suyo propio- piensen que nosotros obramos así como si juzgáramos que no les falta ya nada; y que como en la Católica no se les da el bautismo que ya tienen, crean que no reciben nada allí donde reciben precisamente aquello sin lo cual el bautismo que ellos tienen sólo les sirve para su ruina, no para su salvación. Si no quieren entender esto, a nosotros nos basta con tener la Iglesia que señalan los testimonios más evidentes de las Escrituras santas y canónicas.
  
63. Puede ahora decirme un hereje: “¿Cómo me recibes?”. Yo le respondo inmediatamente: “Como recibe la Iglesia, a la que Cristo da testimonio. ¿Acaso puedes conocer cómo has de ser recibido tú mejor que Cristo, nuestro Salvador, médico de tu herida?”. Quizá ante esto digas tú: “Léeme cómo mandó Cristo que se recibiese a los que quieren pasar de la herejía a la Iglesia”. Al respecto, no te puedo leer textos claros y evidentes, como tampoco tú. Si Juan hubiera sido hereje, y bautizara en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, después de cuyo bautismo ordenó Pablo que se bautizara a los hombres, te saldrías con la tuya y yo nada tendría que decir en contra. Igualmente, si los herejes hubieran bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo a Pedro, a quien dijo el Señor: Uno que se ha bañado no necesita lavarse de nuevo (Juan 13, 10), yo conseguiría mi intento, y no tendrías nada que decir. Ahora bien, como en las Escrituras no encontramos a nadie que haya pasado de la herejía a la Iglesia, y que haya sido recibido como yo digo o como dices tú, pienso que si hubiera habido algún sabio, al cual el Señor hubiera dado testimonio, y le consultáramos sobre esta cuestión, a buen seguro que no dudaríamos lo más mínimo en hacer lo que él hubiera dicho; de lo contrario, se consideraría que nos oponíamos, más que a él, al mismo Cristo, cuyo testimonio le avala. Ahora bien, Cristo da testimonio en favor de su Iglesia. Lee lo que dice el Evangelio: Convenía que Cristo padeciera y resucitara al tercer día, y que en su nombre se predique la penitencia y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén (Lucas 24, 46-47). Como recibe esta Iglesia  extendida por todos los pueblos, a partir de Jerusalén, dejando de lado toda ambigüedad o tergiversación, así has de ser recibido tú. Y si no quieres, no es a mí o a cualquier otro hombre, que así quiere recibirte, a quien resistes tan funestamente para tu salvación, sino al mismo Salvador; eres tú el que te empeñas en no creer que te han de recibir como recibe aquella Iglesia, a la que con su testimonio recomienda aquel a quien confiesas que es impío no creer.
  
Citas bíblicas aducidas por los donatistas
XXIII. 64. “Pero dijo Jeremías: Se ha vuelto para mí como agua engañosa que no es de fiar (Jeremías 15, 18)”. No habló de esta agua que piensas; lee con atención. Es a la muchedumbre de hombres mendaces a los que llamó agua engañosa, según la costumbre de los profetas, que suelen hablar figuradamente, igual que en el Apocalipsis sabemos que aplica el nombre de aguas a los pueblos (Cf. Apocalipsis 17, 15). Así dice Jeremías: ¿Por qué prevalecen los que me llenan de tristeza? Mi herida es seria, ¿cómo la curaré? Se ha vuelto para mí como agua engañosa que no es de fiar (Jeremías 15, 18). Ahora bien, Cristo da testimonio a su Iglesia. Dijo que su herida se le había convertido en agua engañosa, y llamó herida suya a los que le llenaban de tristeza; pues a las palabras los que me llenan de tristeza corresponde luego mi herida, y a la palabra de antes prevalecen denomina “seria”.
  
65. Lo mismo hacéis con el otro texto: Abstente del agua ajena, y no bebas de la fuente de otro (Proverbios 5, 15). Pensáis que esto se dijo referido al bautismo que se da entre los herejes, y que por eso es agua ajena, porque los herejes no poseerán el reino de Dios. Como si no ocurriera también así entre los ebrios, los envidiosos y otra gente viciosa semejante de los cuales se dijo también: No heredarán el reino de Dios (1 Corintios 6, 10). Y, sin embargo, en todos éstos, si han sido bautizados según el Evangelio, el bautismo es de Cristo, no de ellos. Y así esa agua no es ajena, aunque sean ajenos aquellos a quienes ha de decir: No os conozco (Mateo 7, 23). Así pues, ¿por qué no he de entender más bien que el agua ajena y la fuente ajena es la doctrina del espíritu maligno, por la cual son  engañados y seducidos los alejados de Dios por la ignorancia que existe en ellos a causa de la ceguedad de su corazón? Nos lo encarece más claramente el Apóstol: El Espíritu dice claramente que en los últimos tiempos algunos abandonarán la fe por dar oídos a espíritus seductores, a enseñanzas de demonios (1 Timoteo 4, 1). Esta es el agua y la fuente ajena. Si el agua se toma en el buen sentido como el Espíritu Santo, ¿cómo no se ha de entender en el malo como el espíritu maligno? Porque no siempre que la Escritura menciona el agua quiere significar este sacramento visible del bautismo, sino unas veces el bautismo y otras veces otra cosa. Ya habían bautizado los discípulos del Señor a otros con este bautismo visible antes que viniera a ellos el Espíritu Santo conforme lo había prometido, sobre el cual dice el mismo Jesús: Quien tenga sed, que venga a mí y beba. El que cree en mí, según dice la Escritura, de su seno manarán ríos de agua viva (Juan 7, 37-38). Y sigue el Evangelista y explica por qué se dijo: Decía esto refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él. Aún no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado (Juan 7, 39). Ved cómo aquí llama agua al Espíritu, que aún no había sido dado, cuando el agua del bautismo se había dado ya a muchos.
  
66. Así se explica también aquello de tus pozos, que tampoco entendéis: Bebe agua de tus depósitos y de los arroyos que fluyen de tus pozos; que el manantial de tu agua te sea propio y que ningún extraño la comparta contigo; que tus aguas no se desborden y que fluyan por tus plazas (Proverbios 5, 15-17). No se refiere al bautismo visible que pueden tener aun los extraños, es decir, los que no poseerán el reino de Dios, sino que encarece el don del Espíritu Santo, que es propio sólo de aquellos que reinarán con Cristo para siempre, ya que la caridad de Dios, como dice el Apóstol, se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado (Romanos 5, 5). La misma dilatación del corazón que produce la caridad, en atención a la cual dice que ha sido derramada y por la que habla así a los corintios: Mi boca está abierta para vosotros, oh corintios; nuestro corazón se ha dilatado (2 Corintios 6, 11), está significada en las plazas.
  
67. Lo que escuchamos en sentido propio: No deis fe a cualquier espíritu, antes bien, examinad qué espíritu viene de Dios (1 Juan 4, 1), lo escuchamos en sentido figurado: Bebe agua de tus depósitos y de los arroyos que fluyen de tus pozos (Proverbios 5, 15). Y lo que oímos en su sentido obvio: La caridad de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado (Romanos 5, 5), lo oímos en sentido figurado: Que el manantial de tu agua te sea propio y que ningún extraño la comparta contigo (Proverbios 5, 17). Muchos son los dones que pueden tener aun los extraños, no sólo los comunes con las piedras y los árboles, como son el existir y el vivir, sino también otros más excelentes y propios de los hombres, como son la razón, el uso de la palabra, las innumerables artes útiles y otros muchos. También pueden tener algunos más que se han dado a la casa de Dios los extraños, esto es, los que no han de poseer el reino de Dios, a los cuales se dirá al final: No os conozco (Mateo 7, 23), aunque ellos digan: Hemos profetizado en tu nombre y hecho muchos milagros (Mateo 7, 22), puesto que aunque tenga el don de profecía y conozca todos los misterios y posea toda la ciencia; aunque tenga tanta fe que traslade las montañas, si no tengo caridad, nada soy (1 Corintios 13, 2). Este es el don del Espíritu Santo propio de los justos, del que ningún extraño participa. Este es el que falta a todos los malignos e hijos de la gehena, aunque sean bautizados con el bautismo de Cristo, como lo había sido Simón el Mago. Este les falta también a los herejes; ellos lo reciben cuando, una vez corregidos, vienen y abrazan sinceramente el vínculo de la unidad. Y si no lo reciben, incluso teniendo el bautismo de Cristo no han de poseer el reino de Cristo, ya que no se han acercado a la fuente propia de las aguas que corren en las plazas de los santos sin desbordarse afuera, fuente de la que la caridad de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado (Romanos 5, 5).
  
Dejad ya de citar esos testimonios que no entendéis o que entendéis que se tornan contra vosotros en favor nuestro. Y si son ambiguos y se pueden interpretar en nuestro favor o el vuestro, en nada ciertamente favorecerían vuestra causa, porque si nosotros quisiéramos usar de semejantes testimonios, los tendríamos incontables, pero que, de idéntica manera, en nada favorecerían la nuestra. Semejantes testimonios no consiguen otra cosa que sostener una causa mala, aunque sea sólo por la pérdida de tiempo.
  
Argumentos donatistas que se vuelven contra ellos
XXIV. 68. “He aquí -dicen ellos- que del Cuerpo del Señor fluyó agua”. Y ¿qué te favorece esto, oh hereje? “Mucho, dice. Quiere decir que no hay bautismo sino en el Cuerpo del Señor, esto es, en la Iglesia”.
  
Sería mejor que dijeras: “Del Cuerpo del Señor, esto es, de la Iglesia”, aunque ya conste -lo que quizá haya que investigar aún con más diligencia- que aquella agua significaba el bautismo. También nosotros decimos que el bautismo que tenéis procede del Cuerpo del Señor, esto es, de la Iglesia, aunque vosotros no estéis en ella como todos los que no edifican sobre piedra, sino sobre arena. Sin embargo, ¿por qué no prestas atención a que aquella agua, que dices significa el bautismo, no sólo estuvo en el Cuerpo del Señor, sino que salió fuera y precisamente por la herida del perseguidor? Ciertamente, ni los herejes ni todos los malos hubieran llevado los sacramentos fuera consigo si hubieran conservado la integridad de la unidad en el Cuerpo del Señor.
  
Pero vosotros veis también qué profundo es esto y en qué profundidad misteriosa se oculta.
  
69. Baste ya; dejad de recurrir a tales argumentos. Cuantos testimonios de ese estilo presentéis, o redundan en favor nuestro, o, para quitar no poco a nuestra causa, queda incierto a quién favorece. Pero vosotros os apoyáis con agrado en los textos oscuros para no veros forzados a reconocer los claros. He aquí la Iglesia. ¿Por qué sufrís, os ruego? He aquí la Iglesia recomendada y designada, anunciada y confirmada por tantos y tan claros testimonios de las santas Escrituras: Como la oímos, la hemos visto (Salmo 47, 9). ¿Por qué tantas vueltas sobre cómo te recibirá? ¿Por qué rehúsas ser recibido como recibe ella, de quien da testimonio quien no pudo mentir (Cf. Hebreos 6, 18)? Demuestra que las Escrituras canónicas han dicho claramente que ha de ser bautizado en la Iglesia quien fue bautizado por herejes en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Si no puedes demostrar esto, muéstranos que tu comunión, el partido de Donato donde tú has aprendido eso, tiene algún testimonio claro y manifiesto en las Escrituras canónicas, y yo confesaré que hay que pasar a tu partido y que no hay que recibir a los heréticos más que como los recibe la Iglesia en que estás tú, ya que ha sido proclamada por testimonio de tal valor. ¿Por qué sudas, por qué te turbas? No encuentras en las Escrituras canónicas lo que con toda justicia te pedimos. Lo que soléis aducir: Dónde apacientas, dónde reposas en el mediodía (Cantares 1, 6), ves qué valor tiene y qué lejos está de favorecerte. No busques, pues, tales textos, porque aunque el partido de Donato estuviera en el aquilón, que es la parte opuesta al mediodía, trataría de aplicarse a sí aquel pasaje: Montes de Sión, frontera del norte, ciudad del gran Rey (Salmo 57, 3). Bien claro es que la ciudad del gran Rey no es otra que la Iglesia, y este texto pone más de manifiesto a la Iglesia que aquel de dónde apacientas, dónde reposas en el mediodía (Cantares 1, 6). Pero quizá se apropiaría este testimonio el hereje Marción, de quien se dice procede del Ponto, región que está hacia el norte. A su vez, si el partido de Donato estuviera en el occidente, se aplicaría aquel texto: Abridle el camino a quien asciende a occidente, su nombre es “el Señor” (Salmo 67, 5). Quizá diría era más sublime el ascender a occidente que reposar en el mediodía. Todos estos pasajes son misteriosos, encubiertos, figurados; lo que os pedimos es algo claro, que no necesite de intérprete.
  
70. Por tanto, yo te recibo como recibe el linaje de Abrahán, en el que serán bendecidos todos los pueblos (Génesis 22, 18). Esto sería oscuro si Pablo no hubiera explicado que el linaje de Abrahán es Cristo (Gálatas 3, 16). Te recibo como recibe aquella estéril, cuyos hijos son más que los de la casada (Isaías 54, 1); lo cual sería oscuro si Pablo no hubiera dicho que ella era nuestra Madre la Iglesia (Cf. Gálatas 4, 26-27), a la que se dijo: El Señor que te libró se llamará “Dios de toda la tierra” (Isaías 54, 5) al que se dijo: tu territorio es el orbe de la tierra (Isaías 62 ,4). Te recibo como recibe aquella reina de la que se dice en los Salmos: A tu diestra está la reina, y a la que se dice: En lugar de tus padres, te han nacido hijos, los harás príncipes por toda la tierra (Salmo 44, 10, 17). Finalmente, para no citar otros muchos textos, te recibo como recibe la Iglesia extendida en todos los pueblos, comenzando por Jerusalén (Cf. Lucas 24, 47); como recibe la Iglesia, que es testigo de Cristo en Jerusalén, en toda la Judea y Samaría y hasta el fin de la tierra (Cf. Hechos 1, 8). El que te recibe es quien dijo todo esto de aquélla, el que nos la mostró con tales palabras, a fin de que nadie dudara de ella. Te recibo como recibe el trigo sembrado en el campo, que crece con la cizaña hasta la cosecha. Este grano son los hijos del reino, el campo es el mundo, la siega es el fin del tiempo (Mateo 13, 38-39). El Señor lo expuso; es el Evangelio; son palabras de Dios, son bien claras.
  
Podría decirte: “Te recibo como vosotros recibisteis a los que bautizaron Pretextato y Feliciano fuera de vuestra comunión, a lo cual no tienes nada que oponer”. Pero diré más bien lo que puede tener una fuerza invencible contra los mismos maximianistas, que os han derrotado absolutamente sobre todo con dos argumentos de que soléis usar con tanta ineptitud como frecuencia, el del pequeño número y el del mediodía. Diré esto que os abata a todos vosotros, como si de común acuerdo os levantarais contra nosotros: Os recibimos, si queréis corregiros, como recibe la Iglesia de la que dijo el Señor que comenzaría en Jerusalén -y leemos en los Hechos de los Apóstoles que allí empezó-; que pasaría a todos los pueblos -y leemos en los Hechos de los Apóstoles que pasó a muchos antes de llegar a África- y que llegaría a todos antes de que llegue el fin, puesto que el mismo Señor dijo: Este Evangelio se predicará a todos los pueblos, y entonces vendrá el fin (Mateo 24, 14). He aquí sus impurezas: Como abundará la maldad se enfriará la caridad de muchos (Mateo 24, 12). He aquí su grano: El que persevere hasta el fin, ése se salvará (Mateo 24, 13). ¿Dónde se cita aquí el África en el partido de Donato? He aquí de nuevo su grano: Quiero que sepas -dice el Apóstol- cómo conviene que te portes en la casa de Dios, que es la Iglesia del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad. Es grande sin duda el misterio de la piedad que se ha manifestado en la carne, justificado en el espíritu, mostrado a los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, ensalzado en la gloria (1 Timoteo 3, 15-16). He aquí sus impurezas: El Espíritu dice claramente que en los últimos tiempos algunos se alejarán de la fe y escucharán a espíritus seductores y doctrinas diabólicas (1 Timoteo 4, 1), etc. ¿Dónde se ha citado aquí el África en el partido de Donato, cual si en ella hubiera de permanecer como columna y fundamento de la verdad o como el sacramento de la piedad, desde el cual corrió hasta el fin, hasta el punto de decir: Ha sido predicado a los gentiles, creído en el mundo, ensalzado en la gloria (1 Timoteo 3, 16)?
   
71. ¿Para qué detenerme en más cosas? El que piense responder a esta carta, o que examine las Escrituras y presente algún testimonio claro sobre el África, lugar único donde o de donde se extiende el partido de Donato, texto que no podrá presentar, porque la Escritura no puede oponerse a los otros textos tan evidentes presentados por nosotros; o si busca seguidores crédulos de sus sospechas o acusaciones o calumnias, y llevarlos a otro evangelio, que no es otro, y anunciaros otra cosa diferente de lo que hemos recibido, aunque fuera un ángel del cielo, sea anatema (Cf. Gálatas 1, 8), porque el mismo diablo, que cayó del cielo precisamente porque no permaneció en la verdad, si hubiera sido anatema para el hombre, cuando le anunció algo diferente de lo que el hombre había recibido del Señor Dios, nuestros primeros padres no hubieran caído en la pena de muerte ni hubieran salido de aquel lugar de felicidad.
 
Exhortaciones finales
XXV. 72. Por todo lo cual, vosotros, amadísimos, a quienes escribo esta carta, conservad con fidelidad y firmeza absoluta el mandato del Pastor, que entregó su vida por sus ovejas (Cf. Juan 10, 11-15) y, ya exaltado y glorificado, está sentado a la derecha del Padre y nos dice: Mis ovejas escuchan mi voz y me siguen (Juan 10, 27). Habéis escuchado con toda claridad su voz no sólo a través de la Ley, los Profetas y los Salmos, sino también por su propia boca, que recomienda a su Iglesia futura, y percibís claramente por la lectura cómo se han cumplido en su orden los acontecimientos que anunció en los Hechos y Cartas de los apóstoles, que forman el complemento del canon de las Escrituras. No es esto una cuestión oscura, en la que puedan engañarnos los que el mismo Señor dijo que habían de venir diciendo: Cristo está aquí o allí, o en el desierto (Mateo 24, 3-26), como en un lugar donde no se agolpa la multitud, o en lugar secreto, como si se tratara de tradiciones y doctrinas secretas.
  
Sabéis que la Iglesia se esparcirá por todas partes y crecerá hasta la cosecha. Tenéis una ciudad de la cual dice el mismo que la fundó: No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte (Mateo 5, 14). Ella es conocidísima no en alguna parte del orbe, sino por todo él. Ella sufre alguna vez tempestades pasajeras aun en sus granos, de tal suerte que en algunos lugares no se los reconoce, aunque allí estén ocultos. Y no puede fallar la palabra divina, según la cual crecen hasta la cosecha.
  
73. Así sucede que, en otros pueblos, con frecuencia algunos miembros de la Iglesia se ven oprimidos y oscurecidos por las sediciones prepotentes de las herejías y de los cismas y, sin embargo, como estaban allí, poco después brillaron sin dejar lugar a duda; y en la misma África, después de aquel concilio sedicioso y turbulento de Segundo de Tigisi en Cartago, en el cual una mujer noble, Lucila, llevó a cabo una corrupción luego mencionada en las actas judiciales, que envió una carta a casi toda el África en que ya habían surgido las Iglesias de Cristo, y se dio fe a la carta del concilio -y no era posible otra cosa- y pareció que por alguna parte había desaparecido el trigo del Señor; pero en ningún modo había desaparecido el que era verdadero trigo, predestinado y sembrado, y que había germinado ferazmente con profundas raíces. Con conciencia limpia habían creído a la carta del concilio; en efecto, nada increíble decían unos hombres contra otros hombres, ni creían algo contra el Evangelio. Pero después que aquéllos con furiosa pertinacia llevaron su obstinadísima lucha hasta una disensión sacrílega contra todo el orbe cristiano y llegó a conocimiento de los fieles buenos, a quienes una falsa acusación había apartado de Ceciliano, vieron éstos que, si persistían en aquella comunión, emitían un juicio malvado, no ya de un cierto hombre o de algunos hombres, sino de la Iglesia extendida por todo el orbe de la tierra, y prefirieron creer al Evangelio de Cristo antes que al concilio de los colegas. Así, separándose de aquéllos, tornaron luego a la Iglesia católica muchos: obispos, clérigos y pueblos; los cuales, ya antes de regresar, estaban deputados como trigo. No habían regresado antes porque aquella su oposición dirigíase contra hombres calumniados ante ellos por sus colegas, no contra la Iglesia de Dios, que crece en todos los pueblos. Así, también en África el trigo que había sembrado el Hijo del hombre permaneció trigo, y desde entonces crece y crece hasta ahora y después fructificará y crecerá hasta la cosecha en todo el mundo.
  
74. También algunos hombres aun de los de buena voluntad envueltos en las tinieblas de la carne anduvieron errantes por mucho tiempo en aquella disensión, aun después de confirmado el furor de los malignos contra la Iglesia de Dios; como si el trigo delicado fuera pisoteado y el vigor de la hierba fuera aplastado permaneciendo viva la raíz. Sin embargo, Dios conocía su trigo, aunque para revivir tenía que experimentar el reproche y la increpación. No se dijo a Pedro: Quítate de mi vista, Satanás (Mateo 16, 23), con el mismo tono con que se dijo a Judas: Uno de vosotros es un demonio (Juan 6, 70).
  
Algunos combatieron también la verdad más clara con funesto celo. Habían sido desarraigados o cortados, pero al no permanecer en la infidelidad, como dice el Apóstol de algunos ramos cortados (Cf. Romanos 11, 17-23), fueron replantados por la mano divina e injertados de nuevo. Efectivamente, un ramo es infructuoso, pero aún no separado de la raíz, cuando practica con perverso deseo aquellas obras  de las cuales se dijo: Los que hacen tales cosas no poseerán el reino de Dios (Gálatas 5, 21); en cambio, se lo corta cuando por amor a las mismas obras empieza a resistir incluso a la verdad más clara que le reprende. De éstos hay muchos en comunión de sacramentos con la Iglesia y, sin embargo, ya no están en la Iglesia. De lo contrario, si cada uno fuera cortado cuando se le excomulga visiblemente, sería consecuente que quedara injertado de nuevo cuando se le restituye visiblemente a la comunión. Pues qué: si uno se acerca con fingimiento y tiene un corazón totalmente enemistado con la verdad y la Iglesia, aunque se celebre con él aquel rito solemne, ¿quedará reconciliado, quedará injertado? Dios nos libre. Así como el que torna de nuevo a la comunión aún no está injertado, de la misma manera quien antes de ser visiblemente excomulgado tiene sentimientos hostiles contra la verdad, que le recrimina y reprocha, ya está cortado. Sucede que la buena y la mala semilla crecen una y otra por el campo hasta la cosecha; es decir, los hijos del reino y los hijos del maligno crecen unos y otros hasta el fin del mundo, dando los unos fruto con su perseverancia, convirtiéndose en amargos los otros con su esterilidad.
  
75. Vosotros, en cambio, apoyándoos en tantos testimonios clarísimos de la Ley, los Profetas y los Salmos, del mismo Señor y de los Apóstoles, acerca de la Iglesia extendida por todo el orbe, exigid de éstos que os muestren algunos documentos manifiestos de los Libros canónicos sobre el África en lo que toca al partido de Donato. Es de todo punto imposible, como ya dije, que, si la Iglesia, como dicen y Dios no quiera, había de desaparecer tan pronto de tantos pueblos, fuera anunciada por tan numerosa cantidad de textos sublimes que no dejan duda, y que, en cambio, no se hablara nada sobre ésa, que dicen suya, y que sostienen había de permanecer hasta el fin. Recordad lo que se dijo a aquel rico atormentado en los infiernos cuando pedía que se enviara a sus hermanos alguno de los muertos: Tienen allí a Moisés y a los profetas (Lucas 16, 29); al replicar él que no creerían si no iba allá alguno de los muertos, se le dijo: Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no creerán ni aunque uno resucite de entre los muertos (Lucas 16, 31). Moisés dijo que en la descendencia de Abrahán serán benditos todos los pueblos (Génesis 22, 18); los profetas dijeron: A ti te llamarán “mi favorita” y tu territorio será “el orbe de la tierra” (Isaías 62, 4) y: Se recordarán y volverán al Señor todos los confines de la tierra (Salmo 21, 28).
  
Tales y tan manifiestos son los anuncios que testimonian a la Iglesia, y ellos no han querido darles fe. Resucitó Cristo de entre los muertos, dijo que en su nombre se predicara la penitencia y el perdón de los pecados a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén (Lucas 24, 47). Los que no creyeron a Moisés ni a los profetas, ni creyeron tampoco a Cristo resucitado de entre los muertos, ¿qué pueden esperar sino la participación en los tormentos de aquel rico?
  
Escapad vosotros de ellos, mientras hay tiempo, antes de salir de esta vida; adheríos continuamente a las palabras divinas, a fin de que no os turbéis en esta vida y merezcáis recibir después de ella la promesa que se hizo a la descendencia de Abrahán.

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