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domingo, 7 de febrero de 2021

MES DE LA SANTA FAZ - DÍA SÉPTIMO

Tomado del devocionario El mes de la Santa Faz de Nuestro Señor Jesucristo, escrito por el padre Jean-Baptiste Fourault, sacerdote del Oratorio de la Santa Faz y publicado en Tours en 1891; y traducido al Español por la Archicofradía de la Santa Faz y Defensores del santo Nombre de Dios de León (Nicaragua) en 2019.
   
MEDITACIÓN SÉPTIMO DÍA: LA FAZ DE JESÚS EN EL TEMPLO.
Oh, Faz adorable, que con un dardo de amor heriste en el templo al santo aciano Simeón y a Ana la profetisa, ten misericordia de nosotros.   
   
Adoremos a Jesús, traído al templo por María y acompañada por San José, atrevámonos a entrar en los sagrados recintos en su compañía para que podamos comprender e imitar el gran ejemplo de humildad que nos ha dado el Hijo de Dios, nacido en un establo, y que quiso ser presentado a Dios su Padre, como uno de los pobres, Él, el Rey de cielo y tierra.
               
1º PUNTO – EL GOZO DE LA PAREJA DE ANCIANOS.
Habiendo llegado a su fin el tiempo de la purificación de María, conforme a la ley de Moisés, se presentó la Sagrada Familia en el templo. Dos palomas fueron el pago por rescate del Creador de mundos y Redentor de la humanidad. «Entonces, nos dice San Lucas, había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, era un hombre justo y devoto, que esperaba por la consolación de Israel, y el Espíritu Santo, que estaba en él, le había revelado que no vería la muerte antes de haber visto a Cristo el Señor» (San Lucas II, 26).
  
«Había también una mujer en el templo, Ana una profetisa, hija de Fanuel, quien era muy avanzada en años, que no se apartaba del templo, sirviendo a Dios, día y noche, con sus ayunos y oraciones, viniendo a la misma hora, confesaba al Señor y hablaba de Él a todos los que aguardaban la redención de Israel» (San Lucas II, 37-38).
   
Cuán hermoso debió haber sido el rayo que escapó de la Santa Faz, para así penetrar la mente y el corazón de estas personas venerables y ancianas, ¡para calentarles y animarlos con su luz divina!
   
Simeón fue el primero en sentir estos efectos. No podía contenerse a sí mismo, y en su gozo se atrevió a acercarse a María, para tomar a Jesús entre sus brazos temblorosos, y apretarle contra su pecho agitado, entonces, con sus ojos bañados en lágrimas, inspirado desde lo alto por el Espíritu, cantó el Nunc dimíttis, que se convertiría en la expresión del éxtasis de amor que siente el alma al desapegarse de la tierra, para en adelante aspirar sólo al cielo.
   
Ojalá esté esta oración en mi corazón y en mis labios en mi última hora, oh, Jesús, a fin de suavizar la angustia de ese terrible momento, y después de haber contemplado a menudo vuestra Santa Faz, pueda repetir con el santo anciano Simeón: «ahora puedes despedir a tu siervo, Oh Señor, conforme a tu palabra, en paz; porque mis ojos han visto Tu salvación, la cual preparaste a la vista de todos los pueblos: luz para revelación de los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel».
   
2º PUNTO – JESUCRISTO, EL FUNDAMENTO DE LA RUINA Y DE LA RESURRECCIÓN.
Y Simeón, después de bendecir al niño, continúa el Evangelista, se lo devolvió a su madre, y todavía, estando inspirado por una luz profética, añadió: «Este niño está puesto para caída y resurrección de muchos en Israel, y como signo de contradicción. Y una espada, Oh María, traspasará tu alma» (San Lucas II, 34-35).
   
Jesucristo, fundamento de resurrección, pero también de ruina, ¡que objeto de meditación! Es el Rey pacífico que viene a nosotros, lleno de dulzura, que desea fundar un vasto imperio, para crear un inmenso redil, pero que también desea no tener a ninguno en el, excepto hombres de buena voluntad; nos llama a todos hacia Él, pero nos deja libres de seguirle o no. La felicidad y recompensa eterna son la porción de su rebaño fiel, ruina y eterna condenación, la de los impíos, los indiferentes e incrédulos.
   
En lo que se refiere a María, se predijo que la espada de dolor caería sobre ella, para hacernos comprender a todos, que aquí abajo, el gozo es sólo un rayo de luz derramado sobre nuestro dolor y destierro, y que generalmente lo que se cierne sobre nosotros es un cielo sombrío. Dios prueba a aquéllos a quienes ama; y a los privilegiados a quien Él admite a su más tierna intimidad, también son aquéllos a quien Él agobia con sufrimientos, que habiendo tomado parte en la copa de su sufrimiento, compartan su gloria, y después de haberle seguido a lo largo del camino real de la Cruz, le acompañen en el sendero de la gloria; por último habiendo sido traspasadas sus almas por la espada del dolor, sean inundados con deleites en el verdadero Paraíso.
  
Oh, adorable Faz de Jesús, pueda yo comprender estos misterios, mientras me uno a los sentimientos del anciano Simeón, de la piadosa Ana, de San José y de la Virgen de los Dolores.
      
Ramillete Espiritual: Pósitus est hic in ruínam et resurrectiónem multórum. Jesucristo ha sido puesto para caída y resurrección de muchos (Luc. II, 34).
       
LA ARCHICOFRADÍA DE LA VERÓNICA EN NANTES.
El culto a la Santa Faz no es nuevo en la Iglesia, data tanto hacia atrás hasta el Calvario, y sabemos que honores han sido tributados al velo de Verónica en Roma. Durante la Edad Media, existieron renombradas archicofradías, bajo el título de archicofradías de la Santa Faz. La establecida en Nantes merece especial atención.
   
Se fundó en esa ciudad en 1413 a pedido de Juan V de Britania, y como resultado de su viaje a la Ciudad Eterna, cuando trajo a su regreso una copia del velo de Santa Verónica. Habiendo construido por cuenta propia una parte de la iglesia que pertenece al convento de los Dominicos, rogó a los Religiosos supervisaran la archicofradía, que estaba compuesta casi exclusivamente de personajes notables, prelados, príncipes, barones, nobles, ciudadanos y caballeros.
   
La archicofradía sólo permitió, una única vez, a una mujer ser miembro de ella, y fue la Soberana. Ana de Bretaña, fue la última persona a la que se le confirió este honor. Aprobada por la Santa Sede y enriquecida con numerosas indulgencias, la archicofradía no estaba sujeta a la caída de otras archicofradías, como las asociaciones que están condenadas a desaparecer después de cierto tiempo.
  
Floreció hacia el período de la Revolución. En 1514, la Duquesa, cuando se encontraba en Bloise, en su lecho de muerte, pidió ser enterrada en Nantes. Conforme a lo que afirma el Abad Travers, deseando el rey que se enterrase en san Denise, pero su corazón fue llevado a Nantes en un cofre, y puesto en la tumba de Francisco II, su padre, con mucha solemnidad. El pueblo sufragó todos los gastos, que acumulaban la suma de siete mil noventa y cuatro libras (la libra era la moneda de Francia desde 781 hasta 1795, cuando fue remplazada por el franco), exclusivas de ochenta libras de cera, suministrado por los hermanos de la archicofradía, porque como dijeron ellos, la reina fue su hermana y miembro de su archicofradía (Travers, op. cit., Vol. II, p. 271).
   
La hambruna de trigo, continúa el mismo autor, atrajo muchos mendigos a Nantes, en 1532. El pueblo prestó dinero para aliviar a los pobres, y la Archicofradía de la Verónica contribuyó a las necesidades públicas, dando cien libras, a la capellanía de Todos los Santos y de San Antonio de Padua.
  
La archicofradía de la Verónica fue la más rica y floreciente que cualquier otra, porque el objeto que tenían presente era honrar a la Santa Faz. Esto es lo que el Rev. Padre Antonino Tomás enseña a las Verónicas, en la carta prefijada a esta pequeña obra titulada—La Devoción a la Santa Faz, recientemente descubierto en Nantes, y que últimamente fue editado por los sacerdotes de la Santa Faz.
   
INVOCACIÓN
Oh, Jesús Salvador, quien, para reparar las ofensas cometidas contra la divina Majestad, quisiste sufrir toda clase de ignominias y tormentos infringidos sobre tu augusta Faz, durante la Pasión, permitidme seguir en la comitiva de los numerosos y píos socios de la archicofradía, para ofreceros nuestro homenaje de reparación, y la expresión de nuestro dolor por nuestros propios pecados y aquellos de nuestros hermanos.

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