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jueves, 25 de febrero de 2021

MES DE LA SANTA FAZ - DÍA VIGESIMOQUINTO

Tomado del devocionario El mes de la Santa Faz de Nuestro Señor Jesucristo, escrito por el padre Jean-Baptiste Fourault, sacerdote del Oratorio de la Santa Faz y publicado en Tours en 1891; y traducido al Español por la Archicofradía de la Santa Faz y Defensores del santo Nombre de Dios de León (Nicaragua) en 2019.
   
MEDITACIÓN VIGESIMOQUINTO DÍA: LAS ÚLTIMAS PALABRAS QUE SALIERON DE LOS LABIOS DE LA SANTA FAZ.
Oh, Faz adorable, cubierta por las dolorosas sombras de la muerte, ten piedad de nosotros.
     
Todavía unos pocos momentos, y el gran sacrificio será consumado, el amor satisfecho, el rescate de la humanidad completamente pagado a la divina justicia. Trasportémonos en espíritu al Calvario, contemplemos por última vez los lívidos y sangrientos rasgos de la Santa Faz. Escuchemos sus últimas palabras, acojamos su última mirada.
           
1º PUNTO – LAS ÚLTIMAS PALABRAS DE LA SANTA FAZ.
Siete palabras fueron pronunciadas por Jesús sobre la Cruz. Meditemos en ellas con sentimientos de compunción, de gratitud, de contrición y de amor. «Señor acuérdate de mí cuando llegues a tu reino», dijo el buen ladrón. Y Jesús volviendo hacia él, su mismo Rostro, el semblante que había conmovido a la nueva oveja encontrada, respondió: «En verdad, Yo te digo, este día tú estrás conmigo en el Paraíso» (Amen tibi dico: Hódie mecum eris in Paradíso. Luc. XXIII, 43). Entonces viendo a su madre y al discípulo a quienes amaba, les dirigió las palabras sobre las que ya hemos meditado: «Mujer, he ahí a vuestro hijo» (Múlier, ecce filius tuus. Joann. XIX, 26), dijo a María, y a San Juan: «He ahí a tu madre» (Ecce Mater tua. Joann. XIX, 27). Y desde ese momento Juan recibió a María como su madre, y María miró a Juan como a su hijo.
  
Entonces el final del drama que se acercaba, la naturaleza misma asoció su duelo con el duelo de los amigos de Jesús. Las tinieblas cubrieron la tierra entera. El sol se oscureció. Jesús ve que pronto todo será consumado, y aún, todavía Él está sediento, después de sufrir, por la salvación de las almas.
  
Tiene sed por la salvación de las almas. «Sitio» (Tengo sed. Joann. XIX, 28), grita. Durante tres horas las tinieblas han envuelto al Calvario y a la ciudad en una misteriosa oscuridad, cuando repentinamente un grito fresco irrumpe y despierta los ecos del Calvario: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Deus meus, Deus meus, ut quid derilquisti me? Marc. XV, 34). Ellos, mientras tanto, le han dado a beber, y cuando sus labios estaban saturados de amargura, ve que ahora nada puede ser añadido a sus sufrimientos.
   
«Consummátum est» (Todo está consumado, Joann. XIX, 30), y dando un grito que rasga en dos partes el velo del templo de Jerusalén, desgarra la peña del calvario, hace que la tierra tiemble y los muertos se levanten de sus sepulcros. «Padre», dice, «en tus manos encomiendo mi espíritu» (Pater, in manus tuas comméndo spíritum meum. Luc. XXIII, 46). Se cierran los labios de la Santa Faz, caen sus párpados, inclina su cabeza; todo está consumado.
  
Contemplad, alma mía, la Faz del Salvador, cubierta por las tristes sombras de la muerte; adorad y comprended este misterio de perdón y salvación.
       
2º PUNTO – LECCIONES OBTENIDAS DE LAS SIETE PALABRAS DE JESÚS.
«Padre, perdónales porque no saben lo que hacen». «Este día estarás conmigo en el Paraíso». ¿Quién se atrevería a creerlo, oh Jesús, si vuestra boca no lo hubiera afirmado? ¡Qué bondad y qué excesiva misericordia! Perdonar a aquellos que os habían clavado en la cruz, perdonar a un ladrón, y en consideración a un momento de arrepentimiento, absolver toda una vida de crímenes, ¡y de culpa! ¿Cómo fue que obtuvo para él gracia tan grande? ¡Una mirada de vuestra Faz, y de su parte un atisbo de dolor y arrepentimiento!
  
¡María es de ahora en adelante mi madre, es Jesús quien me la dio a mí en la cumbre de la Cruz! ¿Qué puede desproveerme de su tierno amor? Una cosa, sólo, oh, mi Dios, el pecado, del cual huiré imitando la inocencia del discípulo amado, mi modelo y mi hermano.

¡Padeciste de sed!, ¿qué significa esto, oh, Jesús? Sed por sufrir, sed por las almas. Y yo, vuestro hijo, temo el sufrimiento, soy indiferente a la condenación de las almas que se arrojan así mismas al infierno como las hojas que el viento del otoño desprende de los árboles y ruedan hacia el abismo. Oh mi Dios, que mis labios estén sedientos de expiación; que mi corazón esté sediento por la salvación de los pecadores.

«¿Por qué me has olvidado?», dijiste a vuestro Padre. También yo, con frecuencia repito estas palabras, pero con sentimientos distintos a los vuestros, con desaliento y desesperanza, cuando pareciera que Vos me habéis abandonado por un momento. Pero todavía estáis muy cerca de mí, y a la hora señalada por la providencia, aparecerás de repente. Mandaste al mar, dijiste una palabra, y se hizo gran calma (bonanza).

«Consummátum est». Oh mi Salvador, después de haber meditado sobre vuestra Pasión, que todo sea consumado para mí, con respeto al pecado y al mundo, tenga un único deseo, después de una vida de penitencia, especialmente encomendar como Vos, sin lamento y sin debilidad, mi alma en las manos de vuestro Padre, mientras repito estas palabras de la Sagrada Escritura: «Muera mi alma con la muerte de los justos, y sea mi final sea como el suyo» (Moriátur ánima mea morte justórum. Num. XXIII, 10)
    
Ramillete Espiritual: Et hæc dicens, expirávit. (Y diciendo esto, entregó el espíritu. San Lucas XXIII, 46).
       
SANACIÓN DE FRANCES CHEVALIER (DECLARACIÓN DIRIGIDA AL OBISPO DE BLOIS POR EL PADRE GRANDJEAN).
«Frances Chevalier, de veintidós años de edad, empleada en el cuarto de trabajo de San Nicolás, durante el otoño de 1855, sintió que su vista se había debilitado. A inicios de diciembre, la afección continuó incrementándose, ella consultó a un médico, cuyas instrucciones siguió fielmente. A pesar de todo el cuidado que se prodigó a Frances Chevalier, su vista disminuía día a día.
  
 El 2 de enero de 1859, perdió el sentido de la vista cerca de media hora. El médico, habiendo sido consultado, declaró después de examinarla cuidadosamente, que se trataba de un ataque de amaurosis congestiva, una afectación que él temía y esperaba de antemano. Con excepción del 4 y 5 de enero, los ataques llegaron a ser más graves y frecuentes, a pesar del tratamiento enérgico prescrito por el doctor, que le llevó a decirme varias veces que la vista de la joven estaba completamente en peligro, y que el temía que ella muy pronto quedara absolutamente y sin esperanza, ciega.
    
En el intervalo de sus ataques, estaba tan debilidad su vista, que con dificultad podía distinguir los objetos que se encontraban muy cercana a ella. Frances Chevalier, perdió completamente la vista, la luz más fuerte no produjo en ella el más leve efecto sobre sus ojos. No obstante la muy cuidadosa atención de enfermería, y el tratamiento más activo, continuó en el más absoluto estado de ceguera, y el 13 de enero, después de un minuto de examinación, el doctor declaró que consideraba su vista completamente perdida, que quedaría ciega de por vida y que el tratamiento médico no podía hacer nada por ella. Entonces, viendo que toda esperanza humana había llegado a su fin, resolví pedir a Dios por la cura de nuestra pobre muchacha ciega.
   
Luego de haber orado, ungí ambos ojos con el aceite que arde delante de la Santa Faz, en la casa del Sr. Dupont, haciendo la señal de la cruz sobre ellos. Escasamente había terminado la última unción cuando Frances Chevalier dio un grito muy fuerte, diciendo que estaba curada y que podía ver perfectamente. De hecho, la cura fue tan completa, que, a pesar del estado absoluto de ceguera, que había durado cuatro días, Frances Chevalier era capaz de soportar la luz más fuerte, sin sentir dolor alguno y sin que sus ojos se cansaran.
     
El Viernes, día 14, por la mañana, vino a verla el doctor. Asombrado y deleitado por un cambio tan repentino e inesperado, declaró, después de un examen serio, que la cura fue completa, y que no podía atribuirla a sus remedios.
     
El hecho, Monseñor, que he relatado a vuestra Gracia, está confirmado por la declaración del doctor, y por la firma de la joven; podría ser testificada además por varias de las señoras del cuarto de trabajo, que estaban presente cuando tuvo lugar la cura».
   
INVOCACIÓN
Oh, Jesús Salvador, que dijisteis «Pedid y recibiréis; tocad a la puerta y se os abrirá», concédenos la salud del cuerpo, y concédenos la más preciosa salud de nuestras almas, para que os sirvamos con todo nuestro corazón, y sea nuestro único deseo obedeceros por la práctica de vuestros divinos mandamientos y de vuestras divinas inspiraciones. Amén.

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