Por Julio Alvear Téllez para Denuncia Profética. Rescatado por APOSTOLADO CABALLERO DE LA INMACULADA.
¿TODAS LAS RELIGIONES AGRADAN A DIOS?
9 de mayo de 2009. Benedicto XVI ingresa a la principal mezquita de Amán, Jordania, para pronunciar uno de esos discursos ecumenistas tan característicos de su Pontificado. Benedicto XVI se encuentra en el significativo templo de una religión cuya historia -quiérase o no- consiste en haber casi aniquilado a la Cristiandad de Oriente (salvo en los lugares donde se levantó una resistencia salvífica apenas tolerada) y en haber puesto en jaque a la Cristiandad de Occidente. Los pueblos hispánicos saben muy bien de esto pues su propia supervivencia y alma les vino en ello: desde el siglo VIII hasta el siglo XV, las Españas configuraron su unidad a partir de la heroica resistencia al Islam invasor y de la posterior reconquista religiosa y política. Desde Don Pelayo hasta el Cid, desde San Fernando III hasta Isabel La Católica y Don Juan de Austria, España se convirtió en la espada de la Cristiandad contra los ataques del Islam.
Pero hoy ¡qué tiempos! Tiempos vanos en donde todo es fluido. La modernidad necesita ser líquida (Z. Bauman) para dominar. Y los católicos nos hemos integrado a este proceso claramente a partir del Concilio Vaticano II. Hemos terminado por licuar nuestras antiguas convicciones. Pero no lo hemos hecho solos. Y ese es nuestro mayor drama. Desde las sagradas alturas de la Cátedra de Pedro se nos ha instado a ello. Y es ese nuestro mayor dolor. Porque es un dato certísimo que desde la maléfica declaración Nostra Ætáte, del Concilio Vaticano II, promulgada el 28 de octubre de 1965 por Pablo VI, los Pontífices -Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II y Benedicto XVI- han sembrado en el pueblo católico el ideario del ecumenismo humanista y naturalista, soñado por los revolucionarios del siglo XVIII. En la teología conciliar este ideario se llama propiamente “ecumenismo” cuando se refiere a las religiones cristianas; tratándose de religiones no cristianas le llaman “diálogo inter-religioso”, pero viene a ser lo mismo. En pocas palabras: se nos sugiere, se nos simboliza y a veces se nos dice como en susurro y discretamente que todas las religiones son más o menos iguales en lo que se refiere a sus aspectos salvíficos.
En el encuentro de Asís de 1982, la cumbre ecuménica organizada por Juan Pablo II, se sustituyó la cruz de Nuestro Señor Jesucristo por un “arbusto de la paz”, por obra del propio Pontífice. Los líderes religiosos del mundo aparecieron con el arbusto como si no fuera verdad que Dios fundó una única Iglesia para salvar a los hombres y sanar a las sociedades temporales con el don de la paz cristiana.
Se me dirá que los
Su discurso en la Mezquita de Amán no fue una excepción. Se refirió a los siglos de lucha de la fe católica contra el Islam sólo como ‘malentendidos’. Estas fueron sus palabras (Para un informe más completo sobre esta visita y otras partes de su discurso -en inglés-, hacer click aquí):
“Musulmanes y cristianos, precisamente por la carga de nuestra historia común tan a menudo marcada por la incomprensión, debemos hoy hacer lo posible para ser conocidos y reconocidos como siervos de Dios fieles a la oración deseosos de conservar y vivir por los decretos del Todopoderoso, misericordioso y compasivo…”.
Sólo desde el ideario ecumenista se comprende por qué el actual Pontífice renuncia en este discurso (como en tantos otros del género) a mostrar a los seguidores de Alá la verdad esencial de nuestra Fe: la Santísima Trinidad. Benedicto XVI no dice “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” sino que habla, invoca, los “decretos del Todopoderoso, misericordioso y compasivo”, es decir, en un lugar de culto islámico invoca al Dios del Islam, el Dios de Alá. Para comunicarse con ellos, habla como lo haría un mulá seguidor de Mahoma. Sin embargo, cuando los seguidores de Mahoma hablan con el Santo Padre invocan al Dios de ellos, no a la Santísima Trinidad, que como se sabe, consideran una blasfemia, un residuo de paganismo politeísta.
Ese es el final del ecumenismo en la actual situación. Es algo peor que el cuento de los tres anillos de Boccaccio. Porque por el ecumenismo terminamos por licuar -progresivamente y casi sin darnos cuenta- nuestras convicciones más caras. Por él se nos insta a reducir su lógica. A detener todas las exigencias universales del amor de Dios. Ya quisieran los maestros laicos del espíritu ecumenista que todas las religiones se plegaran a él. ¿Lo lograrán? Es una incógnita. Mientras tanto, el Santo Padre sirve a sus deseos, y el catolicismo autodemuele su propia regla de fe mientras reza el Credo. Sí señores! Seguimos siendo católicos, pero no en Belén, en el Tabor y en el Calvario sino cooperando con un “stand” en el gran supermercado mundial de las religiones.
No soy católico, pero cuánta verdad encuentro en tus palabras. No se puede andar por ahí a medias tintas. Crees, o no crees. Eres católico, o eres musulmán. Soy un lector desquiciado y ha sido tu blog el que me ha mantenido entretenido en esta tarde. Un abrazo.
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