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domingo, 4 de julio de 2021

GERARD MANLEY HOPKINS, JESUITA Y GENIO DE LA POESÍA

Traducción del artículo publicado por Luca Fumagalli para RADIO SPADA.
   
   
Gerard Manley Hopkins (1844-1889) es un gran poeta. Inadvertido durante su vida, posteriormente se volvió punto de referencia para Roy Campbell, George Mackay Brown y muchos otros poetas británicos del siglo XX (incluyendo acatólicos). Hopkins escribió la mayoría de sus poemas entre 1876 y 1889. No fue hasta 1918, casi treinta años después de su muerte, que su amigo Robert Bridges publicó finalmente una edición completa de sus versos, intitulada simplemente como Poems by Gerard Manley Hopkins. El éxito fue inmediato y gracias al jesuita Martin D’Arcy y otros estudiosos, comenzó un lento proceso de redescubrimiento de las obras de Hopkins.
    
Hopkins, que venía de una familia anglicana, desde temprana edad mostró talentos poco comunes. Asistió al Balliol College en Oxford con excelentes resultados. Entre sus maestros estaba el famoso Walter Pater, inspirador de Wilde y decadente esteta inglés. Influenciado por el Movimiento de Oxford, sorprendio a todos cuando en 1866 se convirtió al catolicismo, siendo recibido en la Iglesia romana por Newman. Luego enseñó en la escuela del Oratorio de Birmingham hasta 1868, cuando decidió convertirse en sacerdote jesuita. Él quemó todos los poemas que había escrito: la literatura era un pasatiempo profano, no adecuado para un futuro hombre de Dios.

Hopkins pasó el último período de su formación como seminarista, entre 1874 y 1877, en el Colegio San Beuno en el norte de Gales. Mientras, aprendió galés y supo apreciar los poemas medievales de esa tierra misteriosa y evocadora. No sin duda tomó nuevamente la pluma y en 1875 escribió el que se convertiría en su poema más famoso: “The Wreck of the Deutschland” (El naufragio del Deutschland). El poema, inspirado en un evento real –el hundimiento de un barco que llevaba un grupo de monjas exiliadas de Alemania debido a las nuevas leyes anticatólicas– fue definido por David Jones como una de las obras más fascinantes jamás escritas en inglés.
    
Hopkins continuó alentando su pasión, alternando entre la literatura y los muchos compromisos que venían de su papel dual como sacerdote y profesor. Sin embargo, él siempre consideró sus versos como un pasatiempo, y como el más inadecuado para un sacerdote (a pesar del ejemplo de un ilustre jesuita del pasado como Roberto Southwell, poeta y mártir bajo el reinado de Isabel Tudor).

En 1884 se hizo profesor de Latín y Griego en la Real Universidad de Irlanda en Dublín. Estaba de todo menos satisfecho, y los papeles de la época están llenos de angustia y sombría desesperación.

Murió prematuramente cinco años después, y cuando finalmente fueron impresos sus poemas, tuvieron el efecto de un terremoto. Hopkins no sólo mostró que quería abandonar las formaa tradicionales, sino, influenciado fuertemente por la cultura griega y los salmos bíblicos, se enfocó mayormente en el efecto rítmico. La musicalidad estaba garantizada por las referencias a la liturgia cristiana y la poesía medieval, como también por el hábil labrado de aliteraciones, asonancias y onomatopeyas.
    
En los poemas, la naturaleza sugiere al hombre la existencia de verdades profundas, generadas por alusiones simbólicas. El catolicismo de Hopkins, sobre el modelo del medieval Duns Escoto, es revelado en la referencia constante a Dios, un misterio que lo invade todo. La sencillez y la complejidad coexisten brillantemente. Así, por ejemplo, lo que podía aparecer como simples descripciones o cuadros paisajísticos, finalmente se revelan por lo que son: pistas de una Presencia más grande que va más allá del sensible datum. Con todo, esta certeza no aparta al fiel del esfuerzo de tener que probarse buen cristiano; el error y la desesperación son enemigos que siempre están al acecho.

Adicional a los poemas marianos y no religiosos, Hopkins escribió muchas líricas que contienen ideas tomadas directamente de la imaginación católica. Entre las más interesantes están “God’s Grandeur” (Grandeza de Dios), “Pied Beauty” (Belleza variada), “Binsey Poplars” (Álamos de Binsey), “Spring and Fall” (Fuente y Cascada), y “Spelt from Sybil’s Leaves” (Palabras de las hojas de la Sibila).

En 1975, una placa dedicada a la memoria de Hopkins fue puesta en el famoso Rincón de los Poetas de la Abadía de Westminster, junto a las de los nombres más famosos de la cultura inglesa: fue un tributo merecido, aunque tardío, a uno de los poetas más grandes de la segunda mitad del siglo XIX.
  
***
  
POEMA “Thou art indeed just, Lord, if I contend” (Gerard Manley Hopkins SJ, Marzo de 1889)
   
INGLÉS
Justus quídem tu es, Dómine, si dispútem tecum; verúmtamen
justa lóquar ad te: Quáre via impiórum prosperátur? &c.
    
Thou art indeed just, Lord, if I contend
With thee; but, Sir, so what I plead is just.
Why do sinners’ ways prosper? and why must
Disappointment all I endeavour end?
    
Wert thou my enemy, O thou my friend,
How wouldst thou worse, I wonder, than thou dost
Defeat, thwart me? Oh, the sots and thralls of lust
Do in spare hours more thrive than I that spend,
Sir, life upon thy cause. See, banks and brakes
Now, leavèd how thick! lacèd they are again
With fretty chervil, look, and fresh wind shakes
Them; birds build – but not I build; no, but strain,
Time’s eunuch, and not breed one work that wakes.
Mine, O thou Lord of life, send my roots rain.
   
TRADUCCIÓN
Justus quídem tu es, Dómine, si dispútem tecum; verúmtamen
justa lóquar ad te: Quáre via impiórum prosperátur? &c.
    
Tú en verdad eres justo, Señor, si lucho
contigo; pero, Señor, también mi demanda es justa. 
¿Por qué prospera la senda del impío? ¿Y por qué
ha de acabar en desencanto todo cuanto yo emprendo?
   
Si fueses mi enemigo, oh amigo mío,
¿cómo podrías, me pregunto, vencerme, defraudarme
más de lo que haces ahora? Oh, los borrachines y los esclavos de la lujuria
medran más en sus horas libres que yo, que dedico,
Señor, la vida a tu causa. ¡Mira las laderas y los matorrales
de denso follaje! Nuevamente los jalona
el perifollo ondulado; mira, un viento fresco los mueve;
las aves construyen – mas yo no construyo, no, sino que forcejeo,
eunuco del tiempo, sin engendrar ni una obra que abra los ojos.
A mis raíces, oh tú, Señor de la vida, envía la lluvia.

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