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viernes, 27 de agosto de 2021

DE LAS 24 TESIS TOMISTAS

A pesar del llamado a restablecer la filosofía y la teología tomista (que había sido deformada por los escotistas y por los jesuitas Francisco Suárez y Luis de Molina, particularmente en la tesis sobre la Potencia y Acto), por León XIII mediante la encíclica “Ætérni Patris” (4 de Agosto de 1879), la situación de la formación filosófica en el siglo XIX y comienzos del XX era lamentable porque no sólo el liberalismo sino incluso el modernismo había infiltrado el pensamiento católico. Esta era la situación descrita por el cardenal Jean-Marie-Rodrigue Villeneuve Lalonde OMI en su discurso de clausura de las Jornadas Tomistas de Ottawa el 24 de Mayo de 1936, publicado en “Revue de l’Université d’Ottawa”, oct.-dic. de 1936:
«No pocos autores, después de León XIII, han procurado no tanto ponerse de acuerdo con Santo Tomás, como ponerlo a él de acuerdo con su propia enseñanza. Por eso se ha querido deducir de los escritos del Doctor común las consecuencias más opuestas. De ahí se originaba una increíble confusión sobre su doctrina, que acababa por parecer a los estudiantes como un conjunto de contradicciones. Con esta manera de proceder no se podía inferir mayor injuria a aquel del cual ha escrito León XIII: “La razón apenas si parece que pueda elevarse a mayor altura”.
   
Y así algunos han llegado a decir que todos los puntos sobre los cuales los filósofos católicos no están de perfecto acuerdo, son dudosos. Por último, han concluido algunos, para atribuir a Santo Tomás la gloria de no ser contradecido por nadie, que era preciso limitar su doctrina a aquello en lo cual estuviesen de acuerdo todos los pensadores católicos. Lo cual se reduce  poco más o menos a lo que ha sido definido por la Iglesia y que se debe sostener para guardar la fe… Pero reducir así la doctrina tomista a un conjunto amorfo y sin vértebras lógicas de verdades triviales, de postulados no analizados, no organizados por la razón, equivale a cultivar un tradicionalismo opaco, sin substancia y sin vida, y acabar, si no de una manera teórica y consciente, por lo menos en la práctica, en un fideísmo vivido in actu exercíto. De ahí el escaso interés y vigilancia, la poca reacción que provocan las tesis más inverosímiles, en todo caso las más antitomistas por su misma naturaleza.
    
Cuando el criterio de la verdad estriba prácticamente y de hecho en el número de autores citados en pro y en contra, esto en el campo en que la razón puede y debe llegar a la evidencia intrínseca mediante el recurso a los primeros principios, estamos ante la atrofia de la razón, ante su embotamiento, ante su abdicación. El hombre acaba por ello por dispensarse de la mirada del espíritu; todos los asertos permanecen en el mismo plano, el de una persuasión neutra, que proviene de la voz pública… Podrá adjudicarse esta abdicación a una laudable humildad; de hecho engendra el esceptimismo filosófico de unos, el escepticismo vivido de los más en los ambientes en que reina un misticismo de sensibilidad y una vana piedad».
    
Ante esta situación, San Pío X publicó el Motu próprio “Doctóris Angélici”, en el cual advirtió que las enseñanzas de la Iglesia no pueden ser entendidas en su sentido preciso sin los fundamentos filosóficos y teológicos básicos de las tesis principales del Aquinate.
  
Bajo la inspiración del cardenal Louis Billot SJ (consultor del Santo Oficio y «honor de la Iglesia y de Francia», según le llamó el cardenal Rafael Merry del Val), dos profesores tomistas, a saber Édouard Hugon OP y Guido Mattiusi SJ, propusieron entonces a la Sagrada Congregación de Estudios veinticuatro tesis fundamentales. La S. Congregación las examinó, las sometió al Santo Padre y respondió que contenían los principios y los grandes puntos de la doctrina del Santo Doctor: «Eas plane continére sancti Doctóris princípia et pronunciáta majóra» (cf. Acta Apost. Sedis, VI, 383 ss.). Así, fueron publicadas el 27 de Julio como el Decreto “Póstquam Sanctíssimus”.
   
Ante la reacción de los jesuitas encabezados por su superior general Vladimir Halka-Ledóchowski (que temían que ello significase la condena de la filosofía del “Doctor Eximio” Francisco Suárez), en Febrero de 1916, después de dos reuniones plenarias, la Sagrada Congregación de Estudios decidió que la Suma teológica debe ser el libro de texto en cuanto a la parte escolástica y que las veinticuatro tesis deben ser propuestas como reglas seguras de dirección intelectual: «Proponántur velúti tutæ normæ directívæ» Benedicto XV confirmó esta decisión que fue hecha pública el 7 de marzo de 1916; y al año siguiente, en el canon 1366, § 2 determina: 
«Philosophíæ rationális ac theologíæ stúdia et alumnórum in his discíplinis institutiónem professóres omníno pertráctent ad Angélici Doctóris ratiónem, doctrínam et princípia, éaque sánete téneant» (Los profesores deberán ordenar los estudios de filosofía racional y teología, como la formación de los alumnos en estas disciplinas, según el método, del Doctor Angélico, y siguiendo religiosamente su doctrina y principios).
A consecuencia del abandono del realismo moderado del Angélico Santo Tomás de Aquino, es que tenemos la deriva del Vaticano II (que irónicamente, calificó a la de Santo Tomás como “Filosofía perenne”), y sus escuelas filosóficas actuales el personalismo existencialista y gnóstico (Juan Pablo II Wojtyła), el idealismo dialéctico hegeliano en unión a un augustinismo mal entendido (Benedicto XVI Ratzinger), y el epicureísmo indeferentista y el marxismo gramsciano (Francisco Bergoglio). Es en ese sentido que, como Católicos sedevacantistas, debemos regresar a la filosofía tomista, particularmente en la formación de nuestros sacerdotes.
   
MOTU PRÓPRIO “Doctóris Angélici” DE NUESTRO SANTÍSIMO SEÑOR PÍO, POR LA DIVINA PROVIDENCIA PAPA X , SOBRE EL ESTUDIO DE LA DOCTRINA DE SANTO TOMÁS DE AQUINO
   
    
La filosofía escolástica, base de los estudios sagrados
Ningún católico sincero puede poner en duda la siguiente afirmación del Doctor Angélico: «Reglamentar el estudio compete, de modo particular, a la autoridad de la Sede Apostólica que gobierna a la Iglesia universal, y a ello provee por medio de un  plan general de estudios»[1]. En varias ocasiones hemos cumplido con este magno deber de Nuestro oficio, principalmente cuando en nuestra carta Sacrórum Antístitum, del 1 de septiembre de 1910, nos dirigíamos a todos los Obispos y a los Superiores de las Ordenes Religiosas, que tienen el deber de atender a la educación de los seminaristas, y les advertíamos: «Por lo que se refiere a los estudios, queremos y mandamos taxativamente que como fundamento de los estudios sagrados se ponga la filosofía escolástica… Es importante notar que, al prescribir que se siga la filosofía escolástica, Nos referimos principalmente a la que enseñó Santo Tomás de Aquino: todo lo que Nuestro Predecesor decretó acerca de la misma, queremos que siga en vigor y, por si fuera necesario, lo repetimos y lo confirmamos, y mandamos que se observe estrictamente por todos. Los Obispos deberán, en el caso de que esto se hubiese descuidado en los Seminarios, urgir y exigir que de ahora en adelante se observe. Igual mandamos a los Superiores de las Ordenes Religiosas».
     
Nos referimos a los principios de Santo Tomás
Como habíamos dicho que había que seguir principalmente la filosofía de Santo Tomás, y no dijimos únicamente, algunos creyeron cumplir con Nuestro deseo, o al menos creyeron no ir contra este deseo Nuestro, enseñando la filosofía de cualquiera de los Doctores escolásticos, aunque fuera opuesta a los principios de Santo Tomás. Pero se equivocan plenamente. Está claro que, al establecer como principal guía de la filosofía escolástica a Santo Tomás, nos referimos de modo especial a sus principios, en los que esa filosofía se apoya. No se puede admitir la opinión de algunos ya antiguos, según la cual es indiferente, para la verdad de la Fe, lo que cada cual piense sobre las cosas creadas, con tal que la idea que tenga de Dios sea correcta, ya que un conocimiento erróneo acerca de la naturaleza de las cosas lleva aun falso conocimiento de Dios; por eso se deben conservar santa e invioladamente los principios filosóficos establecidos por Santo Tomás, a partir de los cuales se aprende la ciencia de las cosas creadas de manera congruente con la Fe[2], se refutan los errores de cualquier época, se puede distinguir con certeza lo que sólo a Dios pertenece y no se puede atribuir a nadie más[3], se ilustra con toda claridad tanto la diversidad como la analogía que existen entre Dios y sus obras. El Concilio Lateranense IV expresaba así esta diversidad y esta analogía: «mientras más semejanza se afirme entre el Creador y la criatura, más se ha de afirmar la desemejanza»[4].

Estos principios son como el fundamento de toda ciencia
Por lo demás, hablando en general, estos principios de Santo Tomás no encierran otra cosa más que lo que ya habían descubierto los más importantes filósofos y Doctores de la Iglesia, meditando y argumentando sobre el conocimiento humano, sobre la naturaleza de Dios y de las cosas, sobre el orden moral y la consecución del fin último. Con un ingenio casi angélico, desarrolló y acrecentó toda esta cantidad de sabiduría recibida de los que le habían precedido, la empleó para presentar la doctrina sagrada a la mente humana, para ilustrarla y para darle firmeza[5]; por eso, la sana razón no puede dejar de tenerla en cuenta, y la Religión no puede consentir que se la menosprecie. Tanto más cuanto que si la verdad católica se ve privada de la valiosa ayuda que le prestan estos principios, no podrá ser defendido buscando, en vano, elementos en esa otra filosofía que comparte, o al menos no rechaza los principios en que se apoyan el Materialismo, el Monismo, el Panteismo, el Socialismo y las diversas clases de Modernismo. Los puntos más importantes de la filosofía de Santo Tomás, no deben ser considerados como algo opinable, que se pueda discutir, sino que son como los fundamentos en los que se asienta toda la ciencia de lo natural y de lo divino. Si se rechazan estos fundamentos o se los pervierte, se seguirá necesariamente que quienes estudian las ciencias sagradas ni siquiera podrán captar el significado de las palabras con las que el magisterio de la Iglesia expone los dogmas revelados por Dios.
   
Por esto quisimos advertir a quienes se dedican a enseñar la filosofía y la sagrada teología, que si se apartan de las huellas de Santo Tomás, principalmente en cuestiones de metafísica, no será sin graves daños.

Este es Nuestro pensamiento:
Pero ahora decimos, además, que no sólo no siguen a Santo Tomás, sino que se apartan totalmente de este Santo Doctor quienes interpretan torcidamente o contradicen los más importantes principios y afirmaciones de su filosofía. Si alguna vez Nos o Nuestros antecesores hemos aprobado con particulares alabanzas la doctrina de un autor o de un Santo, si además hemos aconsejado que se divulgue y se defienda esta doctrina, es porque se ha comprobado que está de acuerdo con los principios de Santo Tomás o que no los contradice en absoluto.
   
Hemos creído Nuestro deber Apostólico consignar y mandar todo esto, para que en asunto de tanta importancia, todas las personas que pertenecen tanto al Clero regular como secular consideren seriamente cuál es Nuestro pensamiento y para que lo lleven a la práctica con decisión y diligencia. Pondrán en esto un particular empeño los profesores de filosofía cristiana y de sagrada teología, que deben tener siempre presente que no se les ha dado la facultad de enseñar para que expongan a sus alumnos las opiniones personales que tengan acerca de su asignatura, sino para que expongan las doctrinas plenamente aprobadas por la Iglesia. 
   
Concretamente, en lo que se refiere a la sagrada teología, es Nuestro deseo que su estudio se lleve a cabo siempre a la luz de la filosofía que hemos citado; en los Seminarios, con profesores competentes, se podrán utilizar libros de autores que expongan de manera resumida las doctrinas tomadas de Santo Tomás; estos libros, cuando están bien hechos, resultan muy útiles.

Utilizar el texto de la «Summa Theológica»
Pero cuando se trate de estudiar más profundamente esta disciplina, como se debe hacer en las Universidades, en los Ateneos y en todos los Seminarios e Institutos que tienen la facultad de conferir grados académicos, es absolutamente necesario –según se ha hecho siempre y nunca se ha debido dejar de hacer– que las clases se expliquen con la propia Summa Theológica: los comentarios a este libro harán que se comprendan con mayor facilidad y que reciban mejor luz los decretos y los documentos que la Iglesia docente publica. Ningún Concilio celebrado posteriormente a la santa muerte de este Doctor, ha dejado de utilizar su doctrina. La experiencia de tantos siglos pone de manifiesto la verdad de lo que afirmaba Nuestro Predecesor Juan XXII: «(Santo Tomás) dio más luz a la Iglesia que todos los demás Doctores: con sus libros un hombre aprovecha más en un año, que con la doctrina de otros en toda su vida»[6]. San Pío V volvió a afirmar esto mismo al declarar Doctor de la Iglesia universal a Santo Tomás en el día de su fiesta: «La providencia de Dios omnipotente ha querido que, desde que el Doctor Angélico fue incluido en el elenco de los Santos, por medio de la seguridad y la verdad de su doctrina se hicieran desaparecer desarticuladas y confundidas muchas de las herejías que surgieron, como se ha podido comprobar ya de antiguo y, recientemente, en el Concilio de Trento; por eso establecemos que su recuerdo sea venerado con mayor agradecimiento y piedad que hasta ahora, pues por sus méritos la tierra entera se ve continuamente libre de errores deletéreos»[7].
    
Y, por hacer referencia a otras alabanzas, entre otras muchas, que le han dedicado Nuestros Predecesores, traemos a colación gustosamente las de Benedicto XIV, llenas de encomio para todos los escritos de Santo Tomás, particularmente para la Summa Theológica: «Muchos Romanos Pontífices, predecesores Nuestros, honraron su doctrina (la de Santo Tomás), como hemos hecho Nos mismo en los diferentes libros que hemos escrito, después de estudiar y asimilar con ahínco la doctrina del Doctor Angélico, y siempre Nos hemos adherido gustosamente a ella, confesando con toda sencillez que si hay algo bueno en esos libros, no se debe de ningún modo a Nos, sino que se ha de atribuir al Maestro»[8].
   
Así, pues «para que la genuina e íntegra doctrina de Santo Tomás florezca en la enseñanza, en lo cual tenemos gran empeño» y para que desparezca «la manera de enseñar que tiene como punto de apoyo la autoridad y el capricho de cada maestro» y que, por eso mismo, «tiene un fundamento inestable, que da origen a opiniones diversas y contradictorias... no sin grave daño para la ciencia cristiana»[9], queremos, mandamos y preceptuamos que quienes acceden a la enseñanza de la sagrada teología en las Universidades, Liceos, Colegios, Seminarios, Institutos, que por indulto apostólico tengan la facultad de conferir grados académicos, utilicen como texto para sus lecciones la Summa Theológica de Santo Tomás, y que expongan las lecciones en lengua latina; y deberán llevar acabo esta tarea poniendo interés en que los oyentes se aficionen a este estudio.
   
Esto ya se hace en muchos Institutos, y es de alabar; también fue deseo de los Fundadores de las Ordenes Religiosas que en sus casas de formación así se hiciera, con la decidida aprobación de Nuestros Predecesores; y los hombres santos posteriores a Santo Tomás de Aquino no tuvieron otro supremo maestro en la doctrina sino a Tomás. De esta forma, y no de otra, no sólo se conseguirá restituir a la teología su primigenia categoría, sino que también a las demás disciplinas sagradas se les otorgará la importancia que cada una tiene y todas ellas reverdecerán.

Medidas disciplinares
Por todo ello, en lo sucesivo, no se concederá a ningún Instituto la facultad de conferir grados académicos en sagrada teología, si no se cumple fielmente lo que en esta carta hemos prescrito. Los Institutos o Facultades, las Ordenes y Congregaciones Religiosas, que ya tienen legítimamente esta facultad de otorgar grados académicos u otros títulos en teología, aunque sólo sea dentro de la propia institución, serán privados de esa facultad o la perderán si, en el plazo de tres años, no se acomodasen escrupulosamente a estas prescripciones Nuestras, aun cuando no puedan cumplir con ello sin ninguna culpa por su parte.
   
Establecemos todo esto, sin que nada obste en contrario.
   
Dado en Roma, cerca de San Pedro, el día 29 de junio de 1914, año undécimo de Nuestro Pontificado. PÍO PAPA X.
   
NOTAS
[1] Opúsculo contra impugnántes Dei cultum et religiónem, c. III.
[2] Summa contra Gentíles, II, c. III y II.
[3] Ibidem. c. III; y 1, 9. XII, a 4; y 9 LIV, a I.
[4] Decretal II Damnámus ergo, etc. Cfr. Santo Tomás. Quæstiónes disputátæ, "De scientia Dei", art. 11.
[5] Boecio. De Trinitáte, 9. II, art. 3.
[6] Alocución en el Consistorio, 1318.
[7] Bula Mirábilis Deus, 11 de Abril de 1557.
[8] Actas Cap. Gen. O.P., tomo IX, p. 196.
[9] León XIII, Carta Qui te, 19 de Junio de 1886.
  
*****
   
DECRETO “Póstquam Sanctíssimus”, DE LA SAGRADA CONGREGACIÓN DE ESTUDIOS, SOBRE ALGUNAS TESIS DE LA DOCTRINA DE SANTO TOMÁS, QUE HAN DE SER TENIDAS EN CUENTA POR LOS PROFESORES DE FILOSOFÍA
   
Después de que Nuestro Santísimo Señor, el Papa Pío X, prescribió en el «Motu Propio» Doctóris Angélici, del día 29 de junio de 1914, que se sigan los principios y las tesis más importantes de Tomás de Aquino en todas las enseñanzas de filosofía, muchos profesores de diferentes Institutos propusieron a esta Sagrada Congregación de Estudios algunas tesis, para que fueran examinadas, ya que ellos las consideraban y las enseñaban como las principales del Santo Maestro, sobre todo en materia de metafísica.
   
Esta Sagrada Congregación, después de consultarlo al Santo Padre, y por mandato del mismo, responde que estas tesis contienen los más importantes principios y la enseñanza sustancial del santo Doctor.
   
Son las siguientes:

Ontología
1. La potencia y el acto dividen al ente de tal modo que, todo cuanto es, o es acto puro o está necesariamente compuesto de acto y de potencia, como principios primeros e intrínsecos.
   
2. El acto, puesto que es perfección, no es limitado más que por la potencia, que es capacidad de perfección. Por consiguiente, cuando en un orden el acto es puro, entonces dentro de ese mismo orden es ilimitado y único; pero cuando el acto es finito y múltiple, está en verdadera composición con la potencia.
   
3. Por eso, como ser mismo absoluto únicamente subsiste Dios, que es uno y simplicísimo; todas las demás cosas que participan el ser mismo, tienen una naturaleza con la que el ser es coartado, y constan de esencia y de ser como de principios realmente distintos.
   
4. La denominación «ente», que deriva de ser, no se predica unívocamente de Dios y de las criaturas, ni tampoco de modo totalmente equívoco, sino analógicamente, con analogía tanto de atribución como de proporcionalidad.
   
5. Además, en toda criatura, hay una composición real de sujeto subsistente con unas formas secundariamente añadidas, o accidentes: esta composición no podría entenderse si el ser no estuviese recibido realmente en una esencia distinta de él.
   
6. Además de los accidentes absolutos, hay también un accidente relativo o relación (ad áliquid). Pues, aunque la relación no significa de suyo, según su característica propia, una realidad inherente a otra, sin embargo con frecuencia tiene una causa en las cosas mismas, y por tanto una entidad real distinta del sujeto.
   
7. La criatura espiritual es en su esencia completamente simple. Sin embargo, hay en ella una doble composición: de la esencia con el ser, y de la substancia con los accidentes.
    
Cosmología
8. En cambio, la criatura corporal está en su misma esencia compuesta de potencia y acto; esta potencia y este acto dentro del orden de la esencia, se designan respectivamente con los nombres de materia y forma.
   
9. Ninguna de estas dos partes (de la esencia de las criaturas corporales: materia y forma) tiene por sí misma (per se) el ser, ni se produce o corrompe por sí; y no se incluyen entre los predicamentos, más que por reducción en cuanto son principios substanciales.
   
10. Aunque la extensión en partes integrales se sigue de su naturaleza corpórea, sin embargo, para el cuerpo no es lo mismo ser substancia que ser extenso. La substancia, en cuanto tal, es indivisible, no a la manera del punto, sino como aquello que no pertenece al orden de la dimensión. La cantidad, que da la extensión a la substancia, difiere realmente de ésta, y es un accidente en sentido propio.
   
11. La materia determinada por la cantidad es principio de individuación, o sea, de la distinción numérica –que no puede darse en los espíritus puros– entre un individuo y otro que tienen la misma naturaleza específica.
   
12. La cantidad hace también que el cuerpo esté circunscrito en un lugar, y que de ese modo sólo en un lugar pueda estar, cualquiera que sea la potencia que se considere.
    
Biología y Psicología
13. Los cuerpos se dividen en dos grupos: algunos son vivos y otros carecen de vida. En los vivientes, para que el mismo sujeto posea de por sí una parte motora y una parte movida, la forma substancial –designada con el nombre de alma– requiere disposición orgánica, es decir, partes heterogéneas.
   
14. Las almas de orden vegetativo y sensitivo ni subsisten ni son producidas por sí mismas, sino únicamente son en cuanto principios por los que el viviente es y vive; y como dependen totalmente de la materia, una vez que se corrompe el compuesto (de alma y materia), ellas se corrompen inmediatamente per áccidens.
   
15. Por el contrario, el alma humana subsiste por sí misma, puede ser infundida con el sujeto suficientemente dispuesto, es creada por Dios y por su misma naturaleza es incorruptible e inmortal.
   
16. Esta alma racional se une al cuerpo como su única forma substancial por la que el hombre es hombre, animal, viviente, cuerpo, substancia y ente. Por tanto, el alma da al hombre todo grado esencial de perfección, y además comunica al cuerpo el acto de ser por el que ella misma es.
   
17. Del alma humana dimanan, como resultado natural, dos órdenes de facultades, orgánicas e inorgánicas. El sujeto de las primeras, a las que pertenecen los sentidos, es el compuesto (de alma y cuerpo); el de las segundas es el alma sola. El entendimiento es, por tanto, una facultad intrínsecamente independiente de todo órgano corporal.
   
18. El ser intelectual o inteligente se sigue necesariamente de la inmaterialidad, de modo que los grados de intelictualidad siguen a los grados de alejamiento con respecto a la materia. El objeto adecuado de la intelección en general es el ente; pero el objeto propio del intelecto humano, en su estado actual de unión al cuerpo, se limita a la esencia de las cosas abstraída a partir de las condiciones individuales de la materia.
   
19. Por tanto, recibimos el conocimiento a partir de las cosas sensibles. Pero como lo sensible no es inteligible en acto, hay que admitir en el alma, además del intelecto que propiamente entiende, un poder activo que abstraiga las semejanzas (spécies) inteligibles a partir de las imágenes sensibles de la fantasía.
   
20. Por medio de esas semejanzas intelectuales o especies inteligibles conocemos directamente lo universal (o la naturaleza) de las cosas; lo singular lo percibimos con los sentidos, y también con el entendimiento al mirar éste en las imágenes sensibles; y, por analogía, ascendemos al conocimiento de las realidades espirituales.
   
21. La voluntad sigue al entendimiento, no lo precede, y quiere necesariamente aquello que le es presentado como un bien que sacia por completo su deseo; pero elige libremente entre aquellos bienes que se le proponen para ser queridos por un juicio o estimación variable. Por consiguiente, la elección sigue al juicio práctico último, pero es la voluntad la que hace que ese juicio sea el último.
    
Teodicea
22. Conocemos la existencia de Dios, no por una intuición inmediata, ni por una demostración a prióri, sino a posterióri, es decir, a partir de las cosas creadas, argumentando desde los efectos hasta la causa del siguiente modo:
  • Partiendo de las cosas que están sujetas a movimiento y no pueden ser ellas mismas el principio adecuado de ese movimiento, hasta llegar a un primer motor inmóvil;
  • Partiendo del producirse de las cosas de este mundo por causas subordinadas entre sí, hasta llegar a una primera causa incausada; a partir de las cosas corruptibles, que pueden indiferentemente ser o no ser, hasta llegar a un Ente absolutamente necesario; 
  • A partir de las cosas que, según perfecciones disminuidas de ser, vivir y entender, son, viven y entienden en diversos grados, hasta llegar a Aquel que es en grado máximo inteligente, viviente, ente;
  • Por último, a partir del orden del universo, llegamos a una inteligencia separada que ordenó, dispuso y dirige las cosas hacia el fin.
    
23. La Esencia Divina se nos propone rectamente, como constituida en su noción metafísica, diciendo que se identifica con la actualidad ejercida del mismo ser; o diciendo que es el mismo Ser subsistente; y por esto mismo se nos manifiesta su infinidad de perfección.
   
24. Por la misma pureza de su Ser, Dios se distingue de todas las cosas finitas. De lo que se infiere, en primer lugar, que el mundo no pudo proceder de Dios más que por creación; en segundo lugar, que el poder creador, que por sí y primariamente alcanza al ente en cuanto ente, no puede ser comunicado a ninguna naturaleza finita, ni por un milagro; por último, que ningún agente creado puede influir en el ser de ningún efecto, más que en virtud de la moción recibida de la Causa primera.
   
Dado en Roma, a 27 de julio de 1914.
      
Benito Card. Lorenzelli, Prefecto
 
L. ✠ S. (Lugar del Sello).
              
Ascenso Dandini, Secretario

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