Páginas

martes, 3 de agosto de 2021

LA “Redúctio ad Luthérum” A QUE RECURREN LOS CRÍTICOS DE LOS CRÍTICOS DEL VATICANO II

Traducción del artículo publicado por Alipio de Monte para UNA VOX ITALIA (Agosto de 2012).
  
LA LÓGICA DEL CARDENAL KOCH
INTRODUCCIÓN
En otra ocasión escribí que los cardenales, especialmente los que ocupan altos cargos de la Santa Sede, deberían exponerse menos con declaraciones superficialea que al final no van a favor de su seriedad y de la credibilidad de las instituciones que representan, mientras que harían mejor orando más, y también estudiando más. Y, después de la lectura de las declaraciones de S. E. Kurt Koch informadas por el Osservatore Romano del 3 de Agosto, más allá que este auspicio avanzaba algunas observaciones críticas, muy sencillas, de pobre fiel, también bajo forma de pregunta.
    
1) El parangón Trento-Vaticano II no funciona. El hecho que el concilio de Trento no haya publicado consituciones sino solo decreto –los cuales en el último concilio se diferencian por valore de las constituciones– notaba, es irrelevante: estos decretos después fueron sintetizados en cánones en los cuales se afirma e impone la recta doctrina y se condena el error. Y es precisamente esto lo que falta en el Vaticano II: la seguridad sobre la infalibilidad, en todo o en parte que los cánones de un concilio dogmático garantizan. Pero no hay más sordo que el que no quiere oír. Pero el card. Ratzinger tuvo explícitamente que sostener que la última sentada ecuménica, en cuanto pastoral, se ponía a un nivel más modesto respecto a los grandes concilios dogmáticos. Mas tanto es. Prevalece el vano afanarse a hacer del Vaticano II la suma de toda la Revelación en dos y solo dos canales, Sagrada Escritura y Sagrada Tradición, y de todo el Magistero infalible, extraordinario y ordinario. Segundo Pentecostés, nuevo nacimiento de la Iglesia. ¿O nacimiento de una nueva Iglesia?
    
2) Hallar en Lutero la surgiente de las críticas dirigidas a algunos documentos del Vaticano II o a singulares proposiciones de éste por grandes teólogos e históricos de radicada doctrina católica y, a veces con evitable aspereza, de miembros de la Fraternidad San Pío X, es fruto o de ignorancia o de mala fe dictada por una conocida posición ideológica reafirmada con fuerza digna de mejor causa. ¿Y aquí debemos reconocer la carencia de cultura, dando por descontada la buena fe?
    
3) Donde se consideren “con ojo claro y con afecto puro” tales observaciones críticas, y en su contenido y en el método con que fueron elaboradas y en los fines a que tienden, aparece absolutamente privado de cualquier consistencia, también a un lector muy poco informado, la comparación instaurada entre Lutero y los estudiosos del Vaticano II que resaltan errores o equívocos teológicos y expositivos.
    
El protestantismo en todas sus formas ha destruido casi totalmente la base sacramentaria de la Iglesia, ha negado su divina constitución jerárquica, ha negado Verdades definidas una vez por todas: a estas herejías Trento ha respondido puntual y detalladamente en modo solemne a salvaguardia de la integridad de nuestra Fe.
     
Lutero con sus discípulos y sodálites, ha alejado de la Iglesia un enorme número de estados y pueblos poniendo en riesgo la salvación de millones y millones de almas. Ahora, ¿se pueden encontrar en los teólogos e historiadores que han analizado o continúan analizando los resultados del Vaticano II (cito solo los primeros que me vienen a la mente: Gherardini, Pasqualucci, de Mattei, Spadafora, Lanzetta, pero el coro se enriquece más y más de voces interesantes también por el distinto ángulo de sus exégesis) y en la Fraternidad San Pío X estos horrores, estos desastres, estos delitos contra la Iglesia y por ende contra Dios y contra la socíetas cristiana? ¿Cuál Verdad niegan estos excelentes autores, cuáles Verdades niega la Fraternidad?
    
Afirmándome un poco precisamente en la Fraternidad San Pío X, cuya posición es bien distinta de aquella de los profesores de los cuales por sobre la irregularidad canónica en que se encuentra luego de las consagraciones episcopales de 1988, la crítica llevada a algunos documentos conciliares, de los cuales más que todo hay aún un diálogo en curso, y sea lejanísimamente paragonable a la masacre de la Verdad perpetrada por Lutero, Calvino y los escuderos de la herejía? ¿El fin de la Fraternidad es dividir la Iglesia o de promover un debate profundo para hacer resplandecer en toda su luminosidad nuestra Fe en la cual estar confirmados por el Papa y por la Jerarquía?
    
4) Finalmente, si un obispo, que Benedicto XVI ha precisamente puesto a la cabeza de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y que vivamente espero venga iluminado por el Espíritu Santo en el ejercicio de su delicadísima función, ha afirmado, con facilonería y contra la doctrina católica, que hacen parte de la Iglesia todos los bautizados aunque herejes y cismáticos, ¿por qué la Fraternidad San Pío X, si es, como él piensa, cismática y tal vez herética, no debería hacer parte del Cuerpo Místico junto a todos los otros herejes y cismáticos? Con mayor razón, incluso, debería hacer parte porque es cismática y herética, en meditado aviso de ilustres purpurados –Palazzini, Thiandoum, Cassidy, Castillo Llara, Castrillón, Oddi etc.– no lo es.
    
Esto escribí el 3 de Agosto.
    
Ahora me llega este análisis del docto y equilibrado Alipio de Monte, del cual habíamos publicado otras intervenciones importantes entre las cuales: “Entre súplicas y apelos” y “¿Es precisamente esta la Iglesia Católica? Notas al margen a un volumen del card. W. Kasper”. Al igual se examina el artículo del card. Koch, revelando los graves limites de cultura específica y de coherencia lógica.
    
En espera que salga en mi boletín “Una Voce Dicentes” envío esta intervención a blogs amici para que llegue el mayor número posible de lectores.
   
Dante Pastorelli
Kurt Koch
     
Al leer las declaraciones del Emmo. Cardenal Kurt Koch, prefecto del Consejo para la unidad de los cristianos, a la agencia Apic-Kipa (L’Osservatore Romano, 3 de Agosto), nace la sospecha que entre el eminentísimo personaje y la lógica haya un hecho personal. El cardenal quería responder de manera pertinente a la ahora amplia y variada crítica al Concilio; se intenta, a decir verdad, pero con evidente resultado contradictorio. No teniendo en cuenta el articulado abanico en cual la dicha crítica se especifica sin nunca devenir por esto ni oposición ni prevención, se preocupa de hacer entender a quien juzga que el Vaticano II fuese un error, o que haya enseñado error, la coloración protestante de tal juicio y su origen por Lutero. ¡Si él lo dice!
    
Cuando llegó a la fortaleza vaticana para dirigir el aludido Consejo, lo acompañaba la fama de un hombre en situación límite. Era el hombre del diálogo ecuménico, que había tejido una amplia red entre los herederos de la Reforma y las posiciones conciliares y postconciliares de la Iglesia Católica, hallando fácilmente la síntesis en la figura y en la obra teológica de Martín Lutero. Eran estos los méritos que le habían puesto emblemáticamente en el vértice de un diálogo nunca nervado por alguna repercusión polémica y siempre pronto al reconocimiento bilateral de Lutero “nuestro padre común en la fe”. Por tanto, Lutero era para él casi como obviamente para cada uno de los actuales epígonos de la Reforma, la bisagra sobre la cual se soldaba nuevamente la rota comunión eclesial. No era determinante quién la rompió y por qué; tal era en cambio la soldadura de la unidad en el nombre de Lutero.
    
No consta que, aunque no extraño al ambiente académico, Kurt Koch brillase por alguna monografía de alta cientificidad teutónica sobre el gran Reformador alemán. Brillaba, sin embargo, por infatigado compromiso pastoral en reconducir y reproponer a Lutero a la atención del mundo católico, no obstante que precisamente Martín Lutero, especialmente de 1520 en adelante, se haya separado desdeñosa y acrimoniosamente. Como si el artículus stantis et cadéntis Ecclésiæ [“lo que hace que la Iglesia se mantenga en pie o caiga”, N. del T.] –esto es, la justificación por la sola fe sin las obras– fuese una obviedad, donde el mismo Lutero hacía una cuestión de vida o muerte, Kurt Koch aprovechóse de la inexplicable relectura que repropuso precisamente la Iglesia Católica en consonancia con la tradición luterana para continuar a relanzar el nombre, la autoridad y la actual validez del padre de la Reforma.
    
Evidentemente el Lutero tan apasionadamente relanzado en fase dialogante no era aquel que un modesto Lutherforscher [investigador de Lutero, N. del T.] conoce por el estudio de la Edición Weimarana y por las más acreditadas reconstrucciones histórico-científicas, alemanas y no alemanas, de la vida del Reformador. Era un Lutero artificial, reconstruido sobre las exigencias del diálogo ecuménico, despojado de todo posible motivo de contraposición teológica y evaluado irénicamente.
    
Ahora, sin embargo, tal vez por alguna improvisa e inexplicable transferencia el nombre de Lutero viene pronunciado no en señal de admiración y re reclamo al valor redescubierto de sus posiciones, sino en señal de la vieja y cruda condena: quien combina error y Vaticano II repite la posición herética de Lutero e incurre en su misma condena. Si no que la ilustrada declaración del eminentísimo personaje no se detiene aquí. Porque el pensamiento va siempre a lo que hace sufrir, pasa de nuevo y desenvueltamente de la imagen del Lutero rebelde, y como tal excomulgado, a la del campeón y modelo en la fe y como tal merecedora del homenaje que, en el 2017, la Iglesia Católica y la Federación Luterana Mundial prepararon aprisa juntos. Pero entonces, Eminencia, ¿sabe Vd. al menos a cuál Lutero intenta referirse? Su prosa no brilla por linealidad, coherencia y lógica y yo, que sobre el Vaticano II tengo alguna seria reserva, quisiera precisamente saber por Vd. si me relaciona con el Lutero de la Unam sanctam o al de las no lejanas celebraciones centenarias.
    
Que su razonamiento carezca de transparencia y se resuelva en un modelo de superficialidad es documentado por su declaración, en la cual todo el fermento crítico-científico, finalmente se desarrolle en torno al último Concilio como premisa ineludible de su objetividad hermenéutica, es liquidado con una vaga y genérica referencia a los “críticos del Concilio”: ¿a cuáles, visto que en cincuenta años se han visto de todos los colores y todas las graduaciones? Se sostiene de preferencia sobre la importancia de cualquier error, pero ninguno llega a entender el objeto de su importancia; no hay estudioso que no haya expuesto las coordenadas de un Concilio ecuménico en cuanto tal y no haya aparecido de cuando en cuando para alguna respetuosa observación crítica al Vaticano II; Vd. responde con la aplanada de todos en la figura de Lutero, permaneciendo por otra parte a medio camino entre el ex-agustino rebelde y “el nuevo Apóstol de las gentes”. Evidentemente no entusiasta que alguno exprese evaluaciones positivas sobre el Concilio de Trento o sobre el Vaticano I, instaura una risible confrontación entre el Tridentino y el Vaticano II, entre los pocos decretos del uno y la mole de los 16 documentos del otro [Aunque en realidad, señor De Monte, de esa “risible confrontación” depende el Cielo o el Infierno para millones de almas que se consideran católicas, N. del T.]. Justifica el ecumenismo declarándolo “un tema no secundario” y basándolo en la Lumen Géntium unidamente a Nostra Ætáte y a otros documentos: esto es, justificando, como por cincuenta años, al Vaticano II con el Vaticano II. En resumen, su declaración está tan privada de una compartible línea de coherencia e incluso de lógica, que verdaderamente suscita la sospecha inicialmente señalada. Pero más grave que eso es la sospecha que sobresalta: ¿en cuál relación pone las cosas de que habla y la unidad de la fe y la tradición católica?
  
ALIPIO DE MONTE

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Preferiblemente, los comentarios (y sus respuestas) deben guardar relación al contenido del artículo. De otro modo, su publicación dependerá de la pertinencia del contenido. La blasfemia está estrictamente prohibida. La administración del blog se reserva el derecho de publicación (sin que necesariamente signifique adhesión a su contenido), y renuncia expresa e irrevocablemente a TODA responsabilidad (civil, penal, administrativa, canónica, etc.) por comentarios que no sean de su autoría.