Por Tomás de la Torre Lendínez para INFOVATICANA.
El primer minuto de silencio de la historia humana se guardó a las 11 horas del 11 de noviembre (mes 11) del año 1918, fecha de la firma del armisticio de la Primera Guerra Mundial. El gesto lo aprobó el rey inglés Jorge V a propuesta de un soldado australiano que había luchado en el conflicto bélico. Desde aquel momento, se generalizó por toda la cultura anglosajona plural en religiones.
A España llegó tarde, porque aquí se rezaba un “Pater Noster”, porque la sociedad era católica, pero conforme los masones fueron arribando a los poderes locales y nacionales, entró la costumbre del minuto de silencio, a través del fútbol, deporte importado de las islas británicas. Los años republicanos fueron la consagración en España de los minutos de silencio. O los cinco minutos de silencio, porque aquí para ser originales se aumentó el tiempo. La exageración en España siempre ha sido muy propia de un pueblo copista abandonando las costumbres católicas.
Hoy el acto del minuto de silencio se encuentra entre obispos, curas, laicos… bien seguidos de un Padre Nuestro, porque ya nadie habla ni reza en latín, o simplemente ese silencio aparente sepulcral, porque cuando se realiza al aire libre, las bocinas de los vehículos no se detienen ni falta que les hace.
En esta secularización de las costumbres católicas entró de cabeza aquel saludo matinal de los pueblos españoles: ¡Buenos días nos dé Dios!, cuando se cruzaban los vecinos, o cuando se entraba en la barbería a rasurarse el vello del rostro en las manos de un diestro barbero con una excelente navaja barbera de hoja albaceteña. Y de paso, darle al palique sobre la actualidad local, muy rica de detalles vecinales. Al salir siempre se decía: ¡Queden ustedes con Dios! Hoy nadie saluda a nadie. O, como mucho, se suelta un: ¡Hola!, desvaído y de compromiso. O un: ¡Hasta luego!, cuando ya no verás a esa persona en todo el día. Mentiras sociales puras.
Este gesto del minuto de silencio se ha banalizado tanto, que ya carece de sentido pleno. Ahora mismo es el arma más cercana que tiene en propiedad el laicismo reinante, el relativismo dominante, el fariseísmo invencible, y el buenismo complaciente. La tragedia de París ha demostrado, una vez más que la cultura poscristiana en Europa está generalizada, uno de los agujeros por donde se cuelan los enemigos de las vidas humanas con sus correajes de bombas pegados en su cuerpo, que para ellos, con su inmolación, es el pasaporte al paraíso musulmán, diferencia fundamental con el cristiano infiel al que se ha cargado que ha perdido la brújula del sentido cristiano de su existencia por este valle de lágrimas.
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