Meditaciones
dispuestas por San Alfonso María de Ligorio, y traducidas al Español,
publicadas en Barcelona por la imprenta de Pablo Riera en 1859.
Imprimátur por D. Juan de Palau y Soler, Vicario General y Gobernador
del Obispado de Barcelona, el 30 de Octubre de 1858.
MEDITACIÓN 32.ª (DÍA QUINTO INFRAOCTAVA DE NAVIDAD): De Jesús sobre la paja.
Nace Jesús en el
establo de Belén. Allí la pobre Madre no tiene ni lana ni plumas para
preparar lecho al tierno Niño. En tal situación, ¿qué hace María? Reúne
un montoncito de paja dentro un pesebre, y sobre ella recostó al Hijo:
Et reclinávit eum in præsépio. Pero ¡oh Dios!, que esta es cama muy dura y
penosa para un infantillo recién pacido. Sus miembros son muy tiernos, y
especialmente los de Jesús, formado con delicadeza especial por el
Espíritu Santo, a fin de que fuese más sensible a las penas: motivo por
el que se hizo muy dolorosa la de un lecho tan duro. Pena y oprobio;
porque ¿hubo jamás hijo alguno, aun del hombre más plebeyo y olvidado,
que fuese expuesto al nacer sobre la paja? Ella es el lecho propio de
los animales, ¡y el Hijo de Dios no tiene otra sobre la tierra! San
Francisco de Asís, estando sentado un día a la mesa, oyó leer las
sobredichas palabras del Evangelio: Y le reclinó en un pesebre, y al
momento dice: «¿Cómo? Mi Señor está sobre la paja , ¿y he de estar
yo sentado?». Levantóse en seguida de su asiento, se echó en el suelo, y
allí concluyó su pobre comida mezclándola con lágrimas de ternura, que
derramaba al considerar lo que padecería el niño Jesús estando recostado
sobre cama tan dura. Pero ¿por qué María, que tanto había deseado
ver nacido a este Hijo, por qué la Señora que tanto le amaba, no le
retenía entre sus brazos, en vez de ponerle a padecer sobre el pesebre?
Misterio es esto, dice Santo Tomás de Villanueva: «Ni le hubiera
colocado en tal lugar, si en ello no se obrase algún misterio». Muchos
lo explican de diversos modos; pero más que todas agrada la explicacion
de San Pedro Damián, que dice: «Quiso Jesús, apenas había nacido,
ser puesto sobre la paja, para enseñarnos la mortificación de los
sentidos». El mundo estaba perdido por los placeres sensuales. Por los
mismos se había perdido Adán y tantos descendientes suyos hasta aquel
momento. Vino el Verbo eterno del Cielo a enseñarnos el amor de padecer,
y comenzó de niño a darnos lecciones, eligiendo para Sí los más ásperos
padecimientos que pudo sufrir un recién nacido. De aquí, pues, fue que Él mismo inspiró a la Madre dejase de tenerlo sobre su regazo, y lo
recostase en aquel duro lecho, a sentir en mayor grado el frío de
aquella gruta, y las punzadas de aquellas toscas pajas.AFECTOS Y SÚPLICAS
¡Oh enamorado de las almas! `¡Oh amable Redentor mío! ¿Con que no os basta la Pasión dolorosa que os espera, la muerte amarga que os está preparada sobre la cruz, sino que desde el principio de vuestra vida, desde niño ya quereis comenzar a padecer? Sí, porque desde niño quereis Vos comenzar a ser mi Redentor, y satisfacer a la divina justicia por mis pecados. Elegís por cama la paja, para librarme del fuego del Infierno, en el que mil veces he merecido ser arrojado. Lloráis y dais vagidos producidos por el dolor que os causa tan penoso lecho, para alcanzarme con vuestras lágrimas el perdón de vuestro Padre. ¡Ah, que estas vuestras lágrimas me afligen y consuelan! Me afligen por la compasión viéndoos niño inocente padecer tanto por delitos que no son vuestros; pero me consuelan mientras reconozco en vuestros dolores mi salvación, y el amor inmenso que me teneis. Mas no quiero, Jesús mío, dejaros solo, a llorar y penar. Quiero también llorar yo, que únicamente debo hacerlo por los disgustos que os he dado. Yo que he merecido el Infierno, no rehúso cualquier pena por recobrar vuestra gracia. Oh mi Salvador, perdonadme, restituidme a vuestra amistad, haced que os ame, y después castigadme como queráis. Libradme de las penas eternas, y luego tratadme como os agrade. No os pido en esta vida placeres, porque no los merece quien ha tenido el atrevimiento de disgustaros a Vos, bondad infinita. Estoy contento de sufrir todas las cruces que Vos me enviaréis; pero, Jesús mío, quiero amaros. ¡Oh María! Vos que acompañásteis tan cumplidamente con vuestras penas las de Jesús, alcanzadme la virtud de sufrir las mías con paciencia. ¡Pobre de mí, si después de tantos pecados no padezco alguna cosa en esta vida! Y dichoso si tengo la suerte de acompañar, padeciendo, a Vos, Madre mía dolorosa, y a mi Jesús siempre afligido y crucificado por mi amor.
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