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viernes, 31 de diciembre de 2021

MEDITACIONES PARA EL ADVIENTO, NAVIDAD Y EPIFANÍA (DÍA TRIGÉSIMOCUARTO)

Meditaciones dispuestas por San Alfonso María de Ligorio, y traducidas al Español, publicadas en Barcelona por la imprenta de Pablo Riera en 1859. Imprimátur por D. Juan de Palau y Soler, Vicario General y Gobernador del Obispado de Barcelona, el 30 de Octubre de 1858.
     
MEDITACIÓN 34.ª (DÍA SÉPTIMO INFRAOCTAVA DE NAVIDAD): De Jesús que llora.
Las lágrimas del Niño Jesús fueron muy diferentes de los otros niños que nacen. Estos lloran por dolor, Jesús no, sí que llora por compasión de nosotros y por amor, según San Bernardo (Sermón III sobre la Natividad). Gran señal de amor es el llorar. Esto precisamente decían los judíos luego que vieron al Salvador llorar en la muerte de Lázaro: Ved cómo le amaba (San Juan XI). Lo mismo podían decir los Ángeles, mirando las lágrimas que derramaba Jesús niño: Ecce quómodo amat Vos. Ved cómo nuestro Dios ama a los hombres, cuando por amor de ellos le vemos hecho hombre y niño llorando. Lloraba Jesús, y ofrecía al Padre sus lágrimas, para alcanzarnos el perdón de los pecados. Aquellas lágrimas, dice San Ambrosio, lavaron mis delitos. Él con sus vagidos y lloros pedía piedad para nosotros condenados a muerte eterna, y así aplacaba la indignación de su Padre. ¡Oh, y cómo sabian las lágrimas de este Niño perorar en favor nuestro! ¡Oh! ¡Cuán preciosas fueron ellas para Dios! Entonces fue cuando el Padre hizo publicar por los Ángeles que Él ya hacía paz con los hombres, y los recibía en su gracia: Et in terra pax homínibus bonæ voluntátis. Lloró Jesús por amor, pero también por dolor, al ver que tantos pecadores, aun después de tantas lágrimas y Sangre derramadas por la salud de ellos, habían de seguir despreciando su Gracia. Ahora bien, pues, ¿quién será tan duro que viendo llorar a un Dios niño por nuestras culpas, no llore él también, y no deteste aquellos pecados que tanto han hecho llorar a este amante Señor? ¡Ah! No aumentemos más penas a este Niño inocente; consolémosle sí, uniendo nuestras lágrimas con las suyas; ofrezcamos a Dios las lágrimas de su Hijo, y roguémosle que por ellas nos perdone.
    
AFECTOS Y SÚPLICAS 
Niño mío amado, ¿con que mientras estábais llorando en la gruta de Belén pensábais en mí, considerando desde allí mis pecados que eran los que os hacían llorar? Y yo, Jesús mío, en vez de consolaros con mi amor y gratitud a vista de lo que habéis padecido por salvarme, ¿he aumentado vuestro dolor y la causa de vuestras lágrimas? Si menos hubiese yo pecado, menos habríais Vos padecido. Llorad, pues, llorad, que tenéis razón de llorar, viendo tanta ingratitud en los hombres a un amor tan grande. Mas ya que llorais, llorad aun por mí: vuestras lágrimas son mi esperanza. Lamento los disgustos que os he dado, Redentor mío, los odio, los detesto, me arrepiento de ellos con todo el corazón. Lloro por todos aquellos días infelices en que viví enemigo vuestro, y privado de vuestra hermosa gracia; pero mis lágrimas, oh Jesús mío, ¿para qué servirán sin las vuestras? Padre eterno, yo os ofrezco las lágrimas de Jesús, y por ellas os pido el perdón. Vos, Salvador mío, ofrecedle todas las lágrimas que por mí derramasteis en vuestra vida, y con ellas aplacadle por mí. Os ruego todavía, oh amor mío, que enternezcais con estas lágrimas mi corazón y le inflaméis de vuestro santo amor. ¡Ah! ¡Si pudiera yo de hoy en adelante consolaros con mi amor, tanto cuanto os he causado pena con mis ofensas! Concededme, pues, oh Señor, que estos días que me restan de vida no los haga servir para disgustaros más, sí solo para llorar el sentimiento que os he ocasionado, y para amaros con todos los afectos de mi alma. ¡Oh María!, os suplico por aquella tierna compasión que tantas veces tuvísteis viendo llorar a Jesús, me alcanceis un continuo dolor de las ofensas que yo ingrato os he hecho.

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