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martes, 28 de diciembre de 2021

MEDITACIONES PARA EL ADVIENTO, NAVIDAD Y EPIFANÍA (DÍA TRIGÉSIMOPRIMERO)

Meditaciones dispuestas por San Alfonso María de Ligorio, y traducidas al Español, publicadas en Barcelona por la imprenta de Pablo Riera en 1859. Imprimátur por D. Juan de Palau y Soler, Vicario General y Gobernador del Obispado de Barcelona, el 30 de Octubre de 1858.
     
MEDITACIÓN 31.ª (DÍA CUARTO INFRAOCTAVA DE NAVIDAD): De Jesús que toma leche.
Fajado que fue Jesús, buscó y tomó leche de los pechos de María. La Esposa de los Cantares deseaba ver a su hermanito que tomase leche de la madre: ¿Quién te me dará a ti, hermano mío, mamando los pechos de mi madre? (Cánticos VIII, 1). Esta Esposa lo deseó, pero no lo vio: nosotros sí que somos los que hemos tenido la suerte de ver al Hijo de Dios, hecho hombre y hermano nuestro, tomar leche del pecho de María. ¡Oh! ¡Y qué espectáculo era al paraíso ver al Verbo divino, hecho niño, pendiente del pecho de una Virgen criatura suya! ¡Aquel que da el alimento a todos los hombres y a los animales de la tierra, se ha hecho tan débil y tan pobre que tiene necesidad de un poco de leche humana para sustentar la vida! Sor Paula, camaldulense, contemplando una figurita de Jesús que tomaba el pecho, sentía de repente encenderse toda de un tierno y ardiente amor hacia Dios. Poca era la leche con que se alimentaba Jesús, pues según fue revelado a Sor Mariana, franciscana, solamente tres veces al día María le daba de mamar. ¡Oh leche preciosa para nosotros, que debiste convertirte en sangre en las venas de Jesucristo, para hacer despues de ella un baño de salud en el que fuesen lavadas nuestras culpas! Ponderemos que aunque Jesús tomaba esta leche, era para sostener aquel cuerpo que quería dejarnos por nuestro alimento en la santa Comunión. ¿Con que, mi pequeñito Redentor, mientras Vos mamábais pensábais en mí? ¿Pensábais cambiar esta leche en sangre, para derramarla después en vuestra muerte, y con tal precio rescatar mi alma, y aun alimentarla con el santísimo Sacramento, que es leche saludable con la cual el Señor nos conserva en la vida de la gracia, segun aquella sentencia de San Agustin, que dice: «La leche vuestra es Cristo»? ¡Oh Jesús mío!, permitid que yo también exclame con aquella mujer del Evangelio: Feliz el vientre que te trajo, y los pechos que mamaste. ¡Dichosa Vos, oh Madre divina, que tuvisteis la suerte de dar leche al Verbo encarnado! Ea, admitidme en unión de este grande Hijo a tomar de Vos la leche de una tierna y amorosa devoción a la infancia de Jesús, y a Vos, Madre mía amadísima. Os doy a Vos las gracias, oh divino Infante, que os habéis hecho necesitado de leche, para manifestarme el amor que me tenéis. Así lo dio el Señor a conocer a Santa María Magdalena de Pazzi, cuando la dijo que Él por esto se habia reducido a la necesidad de tomar leche, para dar a entender el amor que tiene a las almas redimidas.
    
AFECTOS Y SÚPLICAS 
Oh mi dulce y amabilísimo Niño, Vos sois el pan del Cielo que sustentais a los Ángeles; Vos proveéis de comida a todas las criaturas; ¿cómo, pues, os habeis reducido a mendigar un poco de leche de una doncellita, para conservar la vida? ¡Oh amor divino!, ¿cómo has podido hacer tan pobre a un Dios, que haya tenido necesidad de pedir un tan corto alimento? Mas ya os comprendo, Jesús mío: Vos tomáis leche de María en esa gruta, para ofrecerla después convertida en Sangre a Dios sobre la cruz, en sacrificio y satisfacción de nuestros pecados. Dad, pues, oh María, dad toda la leche que podais a ese Hijo, para que todos gocen del precioso líquido que ha de servir para lavar las culpas de mi alma, y para nutrirla después en la santa Comunión. ¡Oh Redentor mio!, y ¿cómo puede no amaros quien cree lo que habéis hecho y padecido por salvarnos? ¿Cómo he podido yo saber esto y seros ingrato? Pero vuestra bondad es mi esperanza. Esta me enseña que si yo quiero vuestra gracia, ella es mía. Me arrepiento, oh sumo Bien, de haberos ofendido, y os amo sobre todas las cosas. Diré mejor: yo nada amo sino a Vos, y a Vos solamente quiero amar. Vos sois y habéis de ser siempre mi único bien, el único amor mío. Mi amado Redentor, dadme, os ruego, una tierna devoción a vuestra santa infancia, como la habéis dado a tantas almas, que pensando en vuestra niñez se olvidan de todo lo demás, porque no saben pensar más que en amaros. Es verdad que ellas son inocentes, yo pecador; pero Vos os habéis hecho niño para haceros amar también de los pecadores. Yo he sido uno de ellos, mas ahora os amo con todo el corazón y no deseo otra cosa que vuestro amor. ¡Oh María!, dadme Vos un poco de aquella ternura con la que dábais de mamar al infante Jesús.

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