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jueves, 2 de diciembre de 2021

MEDITACIONES PARA EL ADVIENTO, NAVIDAD Y EPIFANÍA (DÍA QUINTO)

Meditaciones dispuestas por San Alfonso María de Ligorio, y traducidas al Español, publicadas en Barcelona por la imprenta de Pablo Riera en 1859. Imprimátur por D. Juan de Palau y Soler, Vicario General y Gobernador del Obispado de Barcelona, el 30 de Octubre de 1858.
   
MEDITACIÓN 5.ª: Formam servi accípiens (Tomando forma de siervo. Filipenses II, 7).
Baja a la tierra el Verbo eterno para salvar al hombre; y ¿de dónde desciende? Del seno de su divino Padre, en el que desde la eternidad fue engendrado entre los resplandores de los Santos. Y ¿a dónde desciende? Al seno de una virgen, hija de Adán, que respecto al seno de Dios no es sino un lugar de horror; de donde canta la Iglesia: Non horruísti vírginis úterum. Sí, porque el Verbo, estando en el seno del Padre, es Dios como el Padre, inmenso, omnipotenre, felicísimo y supremo Señor, en todo igual al Padre. Mas en el seno de María es criatura, pequeñito, débil, afligido, siervo y menor que el Padre. Cuéntase por prodigio grande de humildad que un San Alejo, hijo de un señor romano, quiso vivir de criado en la casa de su padre; pero ¿qué tiene que hacer la humildad de un tal Santo con la de Jesucristo? Entre hijo y criado del padre de aquel, había alguna diferencia de condición; mas entre Dios y siervo de Dios, hay una diferencia infinita. Por otra parte este Hijo de Dios, habiéndose hecho siervo de su Padre, por obedecerle se hizo tambien siervo de sus criaturas, esto es, de María y de José; pues, como nos dice San Lucas, estaba sujeto a ellos (San Lucas II, 51). Además, se hizo siervo de Pilatos, que lo condenó a muerte, la cual aceptó obediente; se hizo finalmente siervo de los verdugos que quisieron azotarle, coronarle de espinas y crucificarle, obedeciendo Jesús humildemente a todos, someliéndose a sus manos. ¡Oh Dios! Y ¿nosotros rehusaremos después sujetarnos al servicio de este amable Salvador, que por redimirnos se ha sujetado a tantas servidumbres, tan penosas e indecorosas? Y por no ser siervos de este tan grande y tan amante Señor, ¿querrémos hacernos esclavos del demonio que no los ama, sí que los odia y los trata cual tirano, haciéndoles infelices y miserables en esta vida y en la otra? Pero, si hemos cometido esta gran locura, ¿por qué no salimos presto de esta infeliz esclavitud? Ea, pues, ya que hemos salido por la gracia de Jesucristo de la servidumbre del infierno, abracemos prontamente y estrechemos con amor aquellas dulces cadenas que nos bacen siervos y amantes de Jesucristo; las cuales nos obtendrán despues la corona del reino eterno entre los bienaventurados del paraíso.
    
AFECTOS Y SÚPLICAS 
Amado Jesús mío, Vos sois el monarca del cielo y de la tierra; mas por amor mío os habéis hecho súbdito hasta de los verdugos, que os han despedazado las carnes, traspasado la cabeza, y os han dejado finalmente enclavado sobre la cruz a morir de dolor. Yo os adoro por mi Dios y Señor, y me avergüenzo de comparecer en vuestra presencia, acordándome que tantas veces por cualquier mísero gusto he roto los santos vínculos, y os he dicho en vuestro rostro no querer serviros. Sí, justamente, pues Vos me echáis en cara: Rompiste mis ataduras, y dijiste no serviré (Jeremías II, 20) Pero me animan a esperar el perdón, ¡oh Salvador mío!, vuestros méritos y vuestra bondad, que no sabe despreciar un corazón que se arrepiente y humilla: Cor contrítum el humiliátum, Deus, nos despícies. Confieso, Jesús mío, que sin razón os he disgustado; confieso que merezco mil infiernos por las ofensas que os he hecho; castigadme como queréis, mas no me privéis de vuestra gracia y amor. Me pesa sobre todo mal de haberos despreciado. Os amo con toda mi alma. Propongo de hoy en adelante querer solamente servir y amar a Vos. ¡Ah! Por vuestros méritos ligadme con las cadenas de vuestro santo amor; no permitáis que yo me vea suelto de ellas. Os amo sobre todas las cosas. ¡Oh liberador mío! Yo estimo más ser vuestro siervo que dueño de todo el mundo. Y ¿de qué sirve todo el mundo a quien vive privado de vuestra gracia? Jesús dulcísimo, no permitáis que me separe de Vos. Esta gracia os pido, y esta gracia propongo buscar siempre; y os suplico que me concedáis hoy la de repetiros en toda mi vida: Jesús mío, no permitáis que yo me separe más de vuestro amor. Lo mismo os pido a Vos, ¡oh María! Madre mía, ayudadme con vuestra intercesión a no separarme más de mi Dios.

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