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miércoles, 12 de enero de 2022

MEDITACIONES PARA EL ADVIENTO, NAVIDAD Y EPIFANÍA (DÍA CUADRAGÉSIMOSEXTO)

Meditaciones dispuestas por San Alfonso María de Ligorio, y traducidas al Español, publicadas en Barcelona por la imprenta de Pablo Riera en 1859. Imprimátur por D. Juan de Palau y Soler, Vicario General y Gobernador del Obispado de Barcelona, el 30 de Octubre de 1858.
     
MEDITACIÓN 46.ª (DÍA SÉPTIMO INFRAOCTAVA DE LA EPIFANÍA): De la morada de Jesús en Nazaret.
El evangelista San Lucas hablando de la permanencia de Jesús en Nazaret dice: «Y Jesús crecía en sabiduría y en edad, y en gracia delante de Dios y de los hombres» (San Lucas II). Así como Jesús iba creciendo en edad, así crecía en sabiduría; no porque con los años fuese adquiriendo mayor conocimiento de las cosas como nos sucede a nosotros, pues que desde el primer momento de su vida Jesús estuvo lleno de toda la ciencia y sabiduría divina, «estando escondidos en Él todos los tesoros de la «sabiduría y de la ciencia», según San Pablo Pero se dice que crecía porque iba con la edad siempre manifestando más su sublime sabiduría. Del mismo modo se entiende también que Jesucristo crecía en gracia delante de Dios y de los hombres; pues en cuanto Dios, aunque todas sus acciones divinas no le hiciesen más santo ni le aumentasen mérito, estando desde el principio en su plenitud; no obstante las operaciones del Redentor eran por sí todas suficientes para acrecentarle la gracia y el mérito. Crecía además en la gracia delante los hombres, aumentándose su hermosura y amabilidad. ¡Oh, y cómo se mostraba siempre más precioso Jesús y más amable en su juventud, haciendo conocer de cada día más las bellas cualidades por las que debía ser amado! ¡Con qué alegría el santo jovencito obedecía a María y a José! ¡Con qué recogimiento de espíritu trabajaba! ¡Con qué parsimonia y modestia se alimentaba! ¡Con qué compostura hablaba!, ¡con qué dulzura y afabilidad conversaba con todos! ¡Con qué devoción oraba! En suma, toda acción, toda palabra, todo movimiento de Jesucristo enamoraba y hería el corazon de cuantos le contemplaban, y especialmente de María y de José que tuvieron la dicha de tenerle siempre al lado. ¡Oh, y cómo estaban los santos Esposos siempre atentos a contemplar y admirar todas las operaciones, las palabras y los gestos de aquel Hombre Dios!
     
AFECTOS Y SÚPLICAS 
Creced, pues, amado Jesús, creced por mí. Creced para enseñarme con vuestros divinos ejemplos todas las virtudes. Creced para consumar el gran sacrificio sobre la Cruz, del cual depende mi salvación eterna. ¡Ah! Haced, oh mi Señor, que yo tambien crezca siempre en vuestro amor y en vuestra gracia. ¡Miserable de mí, que hasta aquí he crecido siempre en ingratitud hacia Vos, que tanto me habéis amado! En adelante haced que suceda todo lo contrario: Vos sabeis mi debilidad y habeis de darme luz y fuerza. Hacedme conocer las bellas prendas que tenéis para ser amado. Sois un Dios de infinita hermosura y bondad, que no habeis rehusado bajar a esta tierra y haceros hombre por nosotros, llevando una vida humilde y penosa, terminándola despues con una muerte cruel. Y ¿dónde podíamos encontrar un objeto más amable y más amante que Vos? ¡Insensato!, en el tiempo pasado no he querido conoceros, y por esto os he perdido. De ello os pido perdón, lo detesto con toda el alma, y resuelvo ser todo vuestro. Pero Vos ayudadme, recordadme siempre la vida trabajosa y la muerte amarga que habéis sufrido por mi amor. Dadme, pues, luz y dadme fuerza. Cuando el demonio me presente algún fruto vedado, hacedme fuerte para despreciarlo; no permitáis que por cualquier vil y momentáneo interés os pierda yo, bien infinito. Os amo, Jesús mío, muerto por mí: os amo, bondad infinita: os amo, enamorado de mi alma. María, Vos sois mi esperanza; por vuestra intercesión confío amar de hoy en adelante para siempre a mi Dios, y de no amar a otro que a Dios.

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