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martes, 8 de febrero de 2022

LA MALA FORMACIÓN EN LA FE, CAUSA DE LA APOSTASÍA (Contestación a un terciario dominico apóstata)

A mediados del año pasado, cuando el tema por Traditiónis Custódes aun estaba en caliente, el presbítero polaco Wojciech (Adalberto) Gołaski OP anunció mediante una carta abierta que se uniría a la Fraternidad Sacerdotal San Pío X para seguir celebrando la Liturgia tradicional (Traducción a partir de la versión inglesa publicada en RORATE CÆLI; para los pasajes bíblicos se emplea la versión de Mons. Juan Straubinger Baumann):
Jamna, 17 de Agosto de 2021
Su Santidad el Papa Francisco
Domus Sanctæ Marthæ
Santa Sede
Ciudad del Vaticano
    
A la atención de:
Rev. Maestro General de la Orden, Gerard Francisco Timoner III OP
Rev. Provincial de la Provincia de Polonia, Paweł Kozacki OP
S. Exc. Obispo de la Diócesis de Tarnów, Andrzej Jeż
Rev. Superior de la Casa en Jamna, Andrzej Chlewicki OP
Hermanos y Hermanas de la Orden
Rev. Superior del Distrito de Polonia de la Fraternidad de San Pío X, Karl Stehlin FSSPX
Omnes quos res tangit
  
Santísimo Padre,
  
Yo nací hace 57 años y me uní a la Orden Dominica hace 35. Tomé mis votos perpetuos hace 29 años y he sido sacerdote por 28 años. Tuve solo vagos recuerdos de infancia de la Santa Misa en su forma previa a las reformas de 1970. Dieciséis años después de mi ordenación, dos amigos laicos (que no se conocían entre sí) me urgieron a aprender cómo celebrar la Santa Misa en su forma tradicional. Yo los escuché.
  
Fue un choque para mí. Descubrí que la Santa Misa en su forma clásica:
- dirige toda la atención tanto del sacerdote como de los fieles hacia el Misterio,
- expresa, con gran precisión de palabras y gestos, la fe de la Iglesia en lo que sucede aquí y ahora en el altar,
- refuerza, con un poder igual a su precisión, la fe del celebrante y del pueblo,
- no lleva ni al sacerdote ni a los fieles hacia invención o creatividad alguna propia durante la liturgia,
- los pone, muy al contrario, en un camino de silencio y contemplación,
- ofrece por el número y naturaleza de sus gestos, la posibilidad de actos incesantes de piedad y amor hacia Dios,
- une al sacerdote y los fieles, poniéndolos al mismo lado del altar y volviéndolos en la misma dirección: versus Crucem, versus Deum.
 
Me dije: ¡Entonces esto es lo que la Santa Misa es! ¡Y yo, en 16 años de sacerdocio, no lo sabía! Fue un poderoso eureka, un descubrimiento, después de lo cual mi idea de la Misa no podía permanecer igual.
  
Desde el comienzo me impactó que este rito es lo opuesto al estereotipo. En lugar de formalismo, la expresión libre del alma ante Dios. En vez de frigidez, el fervor del culto divino. En lugar de extrañeza, intimidad. En lugar de rigidez, seguridad. En lugar de la pasividad de los laicos, su conexión profunda y viva al misterio (después de todo, fue por los laicos que llegué a conocer la Misa tradicional). En vez de un abismo entre el sacerdote y los fieles, una estrecha unión espiritual entre todos los presentes, protegida y expresada por el silencio del Canon. Al hacer este descubrimiento se me hizo claro: esta forma es nuestro puente a las generaciones que vivieron antes que nosotros y nos transmitieron la fe. Mi alegría en esta unidad eclesial que trasciende los tiempos fue enorme.
  
Desde el comienzo, experimenté la fuerza poderosa de la atracción espiritual de la Misa en su forma tradicional. No fueron los signos en sí los que me atrajeron, sino su significado, lo que el alma sabe cómo leer. El mismo pensamiento de la siguiente celebración me llenó de gozo. Buscaba toda oportunidad para celebrar con prontitud y ansia. Muy pronto maduró dentro de mí una certeza completa, que fuera yo a celebrar Misa (también todo Sacramento y ceremonia) solo en su forma tradicional hasta al fin de mis días, ya no extrañaría en lo más mínimo la forma post-conciliar.
  
Si alguien me pidiera expresar en una sola palabra mis sentimientos sobre la celebración tradicional en el contexto del rito reformado, yo respondería que “alivio”. Porque de hecho era un alivio, de indescriptible alcance. Fue como el de alguien que, habiendo caminado toda su vida con un guijarro en ellos que frota e irrita sus pies, pero que no tiene otra experiencia de caminar, le ofrecieran, 16 años después, un par de zapatos sin guijarros y las palabras: “Aquí”, “Póntelos”, “¡pruébalos!”. No solo redescubrí la Santa Misa, sino también la gran diferencia entre las dos formas: la que había estado en uso por siglos y la post-conciliar. No conocía las diferencias porque no había conocido la forma anterior. No puedo comparar mi encuentro con la liturgia tradicional a un encuentro con alguien que me haya adoptado y se convirtió en mi padre adoptivo. Fue un encuentro con una Madre que siempre había sido mi Madre, pero que no la había conocido.
  
Fui acompañado en todo esto por la bendición de los Sumos Pontífices. Ellos habían enseñado que el misal de 1962 “no ha sido nunca jurídicamente abrogado y, por consiguiente, en principio, ha quedado siempre permitido”, añadiendo que “lo que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande y no puede ser  improvisamente totalmente prohibido o incluso perjudicial. Nos hace bien a todos conservar las riquezas que han crecido en la fe y en la oración de la Iglesia y de darles el justo puesto” (Benedicto XVI, Carta a los obispos, 2007). También se les enseñó a los fieles: “Por su uso venerable y antiguo, la forma extraordinaria debe conservarse con el honor debido”; había sido descrito como “un tesoro precioso que hay que conservar” (Instrucción Universæ Ecclesiæ, 2011). Estas palabras siguieron a documentos anteriores que han hecho posible a los fieles usar la liturgia tradicional después de las reformas de 1970, el primero Quáttuor abhinc annos de 1984. El fundamento y fuente de todos estos documentos es la Bula de San Pío V, Quo primum témpore (1570).
  
Santo Padre, si, sin olvidar el documento solemne del Papa Pío V, tomamos en consideración el tiempo entre las declaraciones de vuestros predecesores inmediatos, tenemos una duración de 37 años, desde 1984 hasta 2021, durante el cual la Iglesia dijo a los fieles, respecto a la liturgia tradicional, y siempre con más fuerza: “Existe tal camino. Podéis transitar en él”.
  
Por ende, yo tomé el camino que la Iglesia me ofreció.
  
Quien tome este camino —quien quiera este rito, que es el vaso de la divina Presencia y la divina Oblación, para dar fruto en su propia vida— se abrirá enteramente tanto como para confiarse a sí y a otros a Dios, presente y actuante en nosotros por el vaso de este rito sagrado. Esto hice, con plena confianza.
 
Luego vino el 16 de Julio de 2021.
  
De vuestros documentos, Santo Padre, supe que el camino que he estado caminando por 12 años había dejado de existir.
  
Tenemos dos afirmaciones de dos Papas: Su Santidad Benedicto XVI había dicho que el Misal Romano promulgado por San Pío V “debe considerarse como expresión extraordinaria de la misma lex orándi de la Iglesia Católica de Rito Romano”. Pero Su Santidad el Papa Francisco dice que “los libros litúrgicos promulgados por los santos Pontífices Pablo VI y Juan Pablo II (…) son la única expresión de la lex orándi del Rito Romano”. La afirmación del sucesor niega así la de su predecesor aún vivo.
  
¿Puede cierta manera de celebrar Misa, confirmada por una Tradición inmemorial de siglos, reconocida por cada Papa, incluido Vd. mismo, Santo Padre, hasta el 16 de Julio de 2021, y santificada por su práctica por muchos siglos, cesar súbitamente de ser la lex orándi del Rito Romano? Si este fuera el caso, significaría que tal característica no es intrínseca al rito sino que es un atributo externo, sujeto a las decisiones de los que ocupan puestos de alta autoridad. En realidad, la liturgia tradicional expresa la lex orándi del Rito Romano en cada gesto y cada oración, y por el todo que ellos componen. Esto es garantizado también para expresar esta lex orándi, como la Iglesia siempre ha sostenido, por cuenta de su uso ininterrumpido, desde tiempo inmemorial. Debemos concluir que la primera afirmación papal [de Benedicto] tiene bases sólidas y es verdadera, y que la segunda [de Francisco] es infundada y falsa. Mas a pesar de ser falsa, sin embargo se le dio potestad de ley. Esto tiene consecuencias sobre las cuales escribiré a continuación.
    
Ahora las concesiones respecto al uso del Misal de 1962 tienen un carácter diferente al de las anteriores. Ya no responden al amor con el cual los fieles adhieren a la forma tradicional, sino a darles a los fieles tiempo (no nos dicen cuánto tiempo) para “retornar” a la liturgia reformada. Las palabras del Motu proprio y vuestra Carta a los Obispos dejan enteramente claro que se ha tomado una decisión que ya se está implementando, de quitar la liturgia tradicional de la vida de la Iglesia para echarla al abismo del olvido: no puede celebrarse en las iglesias parroquiales, no deben formarse nuevas asociaciones para eso, Roma debe ser consultada si sacerdotes recientemente ordenados desean celebrarla. Los obispos ahora son efectivamente Traditiónis Custódes, “custodios de la tradición”, mas no en el sentido de guardianes para protegerla, sino más bien en el sentido de constituirse en guardianes de una cárcel. 
    
Permítame expresar mi convicción de que eso no va a pasar y que la operación toda va a fallar. ¿Cuáles son las razones de tal convicción? Un análisis cuidadoso de las dos cartas del 16 de Julio acusan cuatro notas a destacar: hegelianismo, nominalismo, la creencia en la omnipotencia del Papa y la cuestión de la responsabilidad colectiva. Cada una de estas notas constituyen un componente esencial de vuestro mensaje y ninguna resulta conciliable con el depósito de la fe católica. Y puesto que no pueden reconciliarse con la fe, no serán integradas a ella, ni teórica, ni prácticamente. Examinémoslas por separado.
    
1.º Hegelianismo. El término es de uso convencional: no refiere literalmente al sistema del filósofo alemán Hegel, sino a algo que se deriva de su sistema, más que nada una inteligencia de la historia como un proceso de cambios continuos, un proceso bueno, racional e inevitable. Este modo de pensar tiene una larga historia, comenzando por Heráclito y Plotino, pasando por Joaquín de Fiore hasta llegar a Hegel, Marx y sus modernos herederos. Quienes adoptan esta perspectiva suelen dividir a la historia en fases, de tal modo que el comienzo de cada nueva fase es anexa al final de la fase que la precede. Los intentos de “bautizar” al hegelianismo no son sino otras tantas intentonas de nimbar estas fases supuestamente históricas con la autoridad del Espíritu Santo. Se presume que el Espíritu Santo le comunica a la siguiente generación algo de la que no le ha hablado a la precedente, e incluso que puede impartir algo que contradiga lo que dijo antes. En este caso, se nos obliga a aceptar una de tres cosas: ora durante ciertas fases de la historia la Iglesia desobedeció al Espíritu Santo, ora el Espíritu Santo es sujeto de mutación, o bien simplemente es un ser contradictorio.
     
Una consecuencia adicional de esta manera de ver al mundo consiste en cambiar el modo de comprender a la Iglesia y la Tradición. La Iglesia ya no se considera como una comunidad que une a los fieles trascendiendo al tiempo, tal como lo sostiene la fe católica, sino como un conjunto de grupos pertenecientes a distintas fases. Estos grupos ya no comparten un lenguaje común: nuestros ancestros no tenían acceso a lo que el Espíritu Santo nos dicta hoy. La mismísima Tradición ya no transmite un mensaje estudiado por las sucesivas generaciones; más bien consiste en mensajes renovados permanentemente por el Espíritu Santo y que exigen nuevo estudio. Así es que venimos a ver alusiones en vuestra carta a los obispos, Santo Padre, a “la dinámica de la Tradición”, a menudo aplicado a acontecimientos específicos. Un ejemplo de esto es cuando escribe que pertenece a esta dinámica “la última etapa del Concilio Vaticano Segundo, durante el cual los obispos se reunieron para escuchar y discernir el camino que el Espíritu Santo le estaba mostrando a la Iglesia”. En la línea de semejante razonamiento, queda implícito que esta nueva fase requiere formas litúrgicas nuevas, puesto que las anteriores eran apropiadas para la fase anterior, que ha perimido. Toda vez que esa secuencia de estadios es homologada por el Espíritu Santo a través del Concilio, aquellos que se aferran a las viejas formas a pesar de tener acceso a las nuevas, se oponen al Espíritu Santo.
    
¿Y bien? Semejantes pareceres se oponen a la fe. La Sagrada Escritura, norma de la fe católica, no suministra basamento alguno para semejante comprensión de la historia. Por el contrario, nos enseña una cosa enteramente diferente. El rey Josías, habiéndose enterado del descubrimiento del antiguo Libro de la Alianza, ordenó que desde entonces se celebrara la Pascua conforme a él, por mucho que había mediado una interrupción de medio siglo (IV Reyes, XXIII, 3). De igual modo, cuando vueltos de la cautividad en Babilonia, Esdras y Nehemías celebraron la Fiesta de los Tabernáculos observando estrictamente los registros de la Ley, a pesar de las muchas décadas pasadas desde su última celebración (Nehemías VIII, 13-18). En cada uno de estos casos, después de un período de confusión, se volvió a los antiguos documentos de la ley para renovar el culto divino. A nadie se le ocurrió exigir cambios en el ritual sobre la base de que habían arribado nuevos tiempos. 
    
2.º Nominalismo. Mientras que el Hegelianismo incide sobre nuestra comprensión de la historia, el nominalismo afecta nuestra comprensión sobre su unidad. El nominalismo interpreta que una unidad exterior obtenida por medio de una decisión administrativa jerárquica exterior, equivale al logro de una unidad real. Esto es porque el nominalismo da de mano con la realidad espiritual, buscando en cambio obtenerla mediante medidas regulatorias materiales. Vd. escribe, Santo Padre, que: “Es para defender la unidad del Cuerpo de Cristo que me veo en la obligación de quitar la facultad concedida por mis predecesores”. Pero para obtener tal objetivo —una unidad verdadera— vuestros predecesores tomaron medidas opuestas, y no sin razón. Cuando uno entiendo que la verdadera unidad incluye una cosa espiritual e interna (y que, por tanto, difiere de una unidad meramente externa), uno ya no la quiere obtener simplemente imponiendo una uniformidad a base de signos exteriores. No es así como se obtiene una verdadera unidad, sino que, más bien, un empobrecimiento y lo contrario de la unidad: la división. 
     
La unidad no se obtiene a fuerza de la quita de facultades, la revocación de autorizaciones y la imposición de límites. El rey Roboam de Judá, antes de resolver cómo tratar a los israelitas que deseaban les mejorara la suerte, consultó con dos grupos de consejeros. Los más ancianos recomendaron indulgencia y una reducción de las cargas de aquel pueblo: la ancianidad, en la Sagrada Escritura, a medida significa madurez. Los jóvenes, que eran contemporáneos del rey, recomendaron que se les incrementara las cargas y se los tratara con dureza: la juventud, en las Escrituras, a menudo equivale a inmadurez. El rey siguió el consejo de los jóvenes. Esto no sirvió para unir a Judá e Israel. Al contrario, comenzó una difición del país en dos reinos (III Reyes, XII).  Nuestro Señor remedió esta división con mansedumbre, sabiendo que la falta de esta virtud había sido la causa de la fisura.
    
Antes de Pentecostés, los apóstoles querían lograr la unidad siguiendo criterios externos. Fueron corregidos por el Salvador mismo, quien, contestando a las palabras de San Juan, “Maestro, hemos visto a un hombre expulsando espíritus malignos en tu nombre y no se lo permitimos porque no es uno de los nuestros”, diciendo “No impidáis, pues quien no está contra vosotros, por vosotros está” (San Lucas IX, 49-50, cf. San Mateo IX, 38-41). Santo Padre, Vd. contaba con varios centenares de miles de fieles que “no estaban en contra suyo”. ¡Y ha hecho tanto para hacerles difíciles las cosas! ¿No habría sido mejor pegarse a las palabras del Salvador recurriendo a fundamentos más profundos, más espirituales de la unidad? El Hegelianismo y el nominalismo frecuentemente aparecen como aliados, puesto que parten de una comprensión materialista de la historia que conduce a la convicción de que cada una de sus etapas caduca irremediablemente.
     
3.º Creencia en el poder omnímodo del Papa. Cuando el Papa Benedicto XVI otorgó mayores libertades para el uso de la forma clásica de la liturgia, se refirió a costumbres y usos multiseculares. Esto fortalecía su decisión con un sólido fundamento. La decisión de Vuestra Santidad carece de tales fundamentos. Por el contrario, revoca algo que ha existido y durado durante mucho tiempo. Vd., Santo Padre, escribe que encuentra respaldo en las decisiones de San Pío V, mas él aplicó criterios exactamente opuestos a los vuestros. De acuerdo a él, lo que ha existido y durado durante siglos así continuaría sin imperturbablemente; sólo lo que fuera más nuevo quedaría abolido. Por tanto, el único fundamento que le queda para respaldar su decisión consiste en la voluntad de una persona con autoridad papal. Y sin embargo, ¿puede esta autoridad, por grande que fuera, impedir que la continuación de antiguas costumbres litúrgicas fuera la expresión de la lex orándi de la Iglesia Romana? Santo Tomás de Aquino se pregunta si Dios puede causar que algo que alguna vez existió, no existiese nunca. La respuesta es no, porque la contradicción no forma parte de la omnipotencia de Dios (Suma Teológica, parte I, q. 25, art. 4). De igual modo, la autoridad papal no puede hacer que rituales tradicionales que durante siglos han expresado la fe de la Iglesia (lex credéndi), de repente, un día, dejen de expresar la oración de esa misma Iglesia (lex orándi). El Papa bien puede tomar decisiones, pero no unas que violen la unidad que se extiende al pasado y hacia el futuro, mucho más allá de su pontificado. El Papa está al servicio de una unidad mucho más grande que la de su propia autoridad. Pues esa unidad es un don de Dios, no tiene orígenes humanos. Por tanto, es una unidad que precede a la autoridad y a su vez ninguna autoridad la precede.
    
4.º Responsabilidad colectiva. Al indicar los motivos de su decisión, Santo Padre, hace Vd. varias y graves acusaciones contra los que se valieron de las facultades reconocidas por el Papa Benedicto XVI. No se especifica, con todo, quiénes perpetraron los tales abusos, o dónde, o cuántos eran. Sólo nos topamos con las palabras “a menudo” y “muchos”. Ni siquiera sabemos si se refiere a una mayoría. Lo más probable es que no sea tal el caso. Y sin embargo, todos los que se valieron de las mencionadas facultades se han visto afectados por estas sanciones penales draconianas. Se han visto privados de su camino espiritual, ora inmediatamente, ora en un tiempo futuro no especificado. Por cierto que hay gente que usa mal los cuchillos. ¿Debería por tanto prohibirse la distribución de cuchillos? Vuestra decisión, Santo Padre, resulta mucho más gravosa que el hipotético absurdo de una prohibición universal de producir cuchillos.
     
Santo Padre, ¿por qué estáis haciendo esto? ¿Por qué ha atacado la santa práctica de la forma antigua decelebrar el Santísimo Sacrificio de Nuestro Señor? Los abusos cometidos en otras formas, por amplia difusión o universales que sean, no llevan a nada más que palabras, a declaraciones expresadas en términos generales. ¿Pero cómo puede uno enseñar con autoridad que “la desaparición de una cultura puede ser tanto o más grave que la desaparición de una especie animal o vegetal” (Laudato si 145), y luego, pocos años después, destinar a la extinción una gran parte de la propia herencia espiritual y cultural de la Iglesia? ¿Por qué las reglas de la “deep ecology” formuladas por Vd. no aplican en este caso? ¿Por qué no preguntó en cambio si el constantemente creciente número de fieles asistiendo a la liturgia tradicional pudo ser una señal del Espíritu Santo? Vd. no siguió el aviso de Gamaliel (Acts 5). En vez de eso, Vd. los atacó con una prohibición que ni siquiera tuvo una vacátio legis.
  
El Señor Dios, modelo para los gobernantes terrenales, y en primera instancia, para las autoridades eclesiales, no usa Su poder de esta forma. La Sagrada Escritura habla así a Dios: “Pues tu poder es el principio de la justicia; y por lo mismo que eres el Señor de todas las cosas, eres con todos indulgente (…) Pero como Tú eres el soberano Señor, juzgas sin pasión, y nos gobiernas con moderación suma; teniendo siempre en tu mano el usar del poder cuando quisieres” (Sabiduría XII, 16-18). El verdadero poder no necesita probarse por la aspereza. Y la aspereza no es un atributo de ninguna autoridad que sigue el modelo divino. Nuestro Salvador nos dejó una enseñanza precisa y confiable sobre esto (San Mateo XX, 24-28). Por así decirlo, no solo se ha tirado la alfombra bajo los piez de las personas que caminaban hacia Dios; sino que se ha atentado privarlas del mismo suelo por el que caminaban. Este atentado no tendrá éxito. Nada que esté en conflicto con el Catolicismo será aceptado en la Iglesia de Dios.
   
Santo Padre, es imposible experimentar el suelo bajo los pies por 12 años y súbitamente afirmar que ya no está allí. Es imposible concluir que mi propia Madre, encontrada después de muchos años, no es mi Madre. la autoridad papal es inmensa. ¡Pero incluso esta autoridad no puede hacer que mi Madre deje de ser mi Madre! Una sola vida no puede soportar dos rupturas mutuamente excluyentes, una de ellas abre un tesoro, mientras la otra afirma que este tesoro debe ser abandonado porque su valor ha expirado. Si yo fuese a aceptar estas contradicciones, no debería ser capaz de tener ninguna vida intelectual ni, por consecuente, ninguna vida espiritual. De dos declaraciones contradictorias puede hacerse seguir cualquier afirmación, verdadera o falsa. Esto significa el fin del pensamiento racional, el fin de cualquier noción de realidad, el fin de la comunicación efectiva de algo a alguien. Pero todas estas cosas son componentes básicos de la vida humana en general, y de la vida Dominica en particular.
    
No tengo dudas sobre mi vocación. Estoy firmemente resuelto a continuar mi vida y servicio en la Orden de Santo Domingo. Pero para hacerlo debo ser capaz de razonar correcta y lógicamente. Después del 16 de Julio de 2021 esto ya no es posible para mí dentro de las estructuras existentes. Veo con total claridad que el tesoro de los ritos sagrados de la Iglesia, el suelo bajo los pies de los que la practican, y la madre de su piedad, continúa existiendo. Se ha hecho igualmente claro para mí que debo dar testimonio de ello.
   
No se me ha dejado otra opción sino virar a aquellos que desde el mismo comienzo de los cambios radicales (valga anotar, cambios que van más allá de la voluntad del Concilio Vaticano II) han defendido la Tradición de la Iglesia, junto con el respeto eclesiástico por los requerimientos de la razón, y que continúan transmitiendo a los fieles el inmutable depósito de la Fe Católica: la Fraternidad Sacerdotal San Pío X. La FSSPX ha mostrado una presteza para aceptarme, respetando al mismo tiempo mi identidad Dominica. Está proporcionándome no solo una vida de servicio a Dios y a la Iglesia, servicio no impedido por contradicciones, sino también una oportunidad para oponerme a estas contradicciones que son un enemigo de la Verdad y que han atacados tan vigorosamente a la Iglesia.
   
Hay un estado de controversia entre la FSSPX y las estructuras oficiales de la Iglesia. Esta es una disputa interna dentro de la Iglesia, y atañe materias de gran importancia. Los documentos y las decisiones del 16 de Juñio han causado mi postura en este particular para converger con las de la FSSPX. Como en el caso de toda disputa importante, esta también debe ser resuelta. Estoy determinado a dedicar mis esfuerzos hacia este fin. Planeo que esta carta sea parte de este esfuerzos. Los medios usados pueden solamente ser un humilde respeto por la Verdad, y la gentileza, ambas surgiendo de una fuente sobrenatural. Así podemos esperar por la solución de la controversia y la reconstrucción de una unidad que abrazará no solo a los vivientes sino a todas las generaciones, tanto pasadas como futuras.
  
Le agradezco por la atención que ha concedido a mis palabras y ruego, Santísimo Padre, por su bendición apostólica.
  
Con devoción filial en Cristo,
  
P. Wojciech Gołaski OP.
  
Pues bien, cuatro meses después apareció una suerte de réplica por un terciario dominico de nombre Andrew Bartel, que básicamente hizo el recorrido contrario a Gołaski, pero que sea él mismo quien lo cuente (Fuente: CATHOLIC WORLD REPORT):
Querido P. Wojciech Gołaski,
   
Leí su carta abierta al Papa Francisco y a nuestra Orden con simpatía y entendimiento, pero también con gran tristeza. Entiendo la pena que siente por la restricción de un rito litúrgico que Vd. ha llegado a amar y atesorar. Pero yo no entiendo por qué recomienda implícitamente su ejemlo para todos nosotros en su decisión de unirse a las estructuras de la Sociedad San Pío X (SSPX). Solo puedo suponer que esto es porque, quizá, Vd. solo ha visto la fachada favorable que esta fraternidad sacerdotal y sus asociados presentan al mundo. Permítame llevarlo detrás de escenas, tras los accesorios católicos. Como he estado íntimamente conectado a la SSPX desde joven, me gustaría compartir mi experiencia con Vd., y con todos los que puedan estar considerando unirse a su vida separada de la Iglesia, especialmente los miembros de nuestra Orden Dominica a los cuales Vd. se ha dirigido.
   
Permítame aclarar: Nunca he sido abusado en forma alguna por ningún miembro de la SSPX. Tuve una infancia feliz, y siempre estaré agradecido por la dedicación y excelencia de los muchos sacerdotes de los cuales recibí mi formación cristiana. Sin embargo, hay ciertos principios de pensamiento y acción que han recibido de su fundador, el arzobispo Marcel Lefebvre, que no solo los han apartado de la Iglesia, sino también de cada uno. Estos principios tienen el mismo efecto que se encuentra en el protestantismo. Mientras más progresa un católico de “tradicional” a “Tradicionalista”, menos católico se hará. El “experimento de la Tradición”, como el arzobispo Lefebvre denominó a este movimiento y como él mismo lo formó, tiene una trayectoria inherentemente divisiva. Lo sé… desgarró a mi propia familia.
   
Mi madre y mi padre son conversos del protestantismo, y vinieron a la Iglesia cuando yo tenía cinco años. Como es frecuente, tenían ciertas preconcepciones de lo que sería la vida en la Iglesia. Después de todo, se suponía estar en un puerto seguro lejos de los problemas del protestantismo. Lo que descubrieron, sin embargo, era que la Iglesia de Dios en la tierra era un follón (como siempre ha sido). Ellos fueron expuestos a malas liturgias y pobre catequesis. Mis padres también habían estado en el ejército y eran grandes triunfadores, y la mayoría de católicos les parecieron mierdas indisciplinados en su (no) práctica de la religión católica. Gradualmente mis padres vinieron en contacto con el movimiento católico tradicional, y esto inmediatamente los atrajo. Todo esto pasó alrededor de dos años, y me convertí en un “tradi” oficialmente inducido a la edad de siete. Mi primera comunión, confirmación y formación religiosa tuvieron lugar bajo los auspicios de la SSPX.
   
Poco después de “entrar a la Tradición”, mi mamá descubrió el Sedevacantismo, el cual demostró a ella varios problemas lógicos e históricos con las posturas doctrinales de la SSPX. Estos fueron los que habían propiciado la primera tolda aparte de sacerdotes que rompieron con la Sociedad en 1983, llamados “los Nueve”. Entre ellos están los hoy reconocidos sacerdotes tradicionalistas Daniel Dolan, Donald Sanborn y el fallecido Anthony Cekada. Ellos se negaron a aceptar el Misal reformado de 1962 del Papa Juan XXIII, y creían que la postura eclesiológica tomada por el arzobispo y su Sociedad era inconsistente con la Tradición de la Iglesia. Estos sacerdotes fueron expulsados, y se presentaron grandes batallas legales sobre bienes raíces. Mamá vino a abrazar su postura como propia de ella, aunque continuó recibiendo los sacramentos de la capilla de la SSPX a que asistía mi familia.
   
Mi papá admiró el liderazgo del arzobispo Lefebvre, y también el del obispo Richard Williamson. Él creía que habían logrado un delicado equilibrio entre los dos extremos de la “iglesia Novus Ordo” y el sedevacantismo. Siguiendo su ejemplo, él no solamente rechazaba la posibilidad de una sedes vacans, sino que la halló problemática en varios aspectos. Esto permitió un período de relativa paz en nuestra familia, mientras mis padres no se reprochaban completamente las posiciones del otro, y estaban unidos en su rechazo de la “iglesia conciliar”. Además de la capilla de la SSPX, donde solo había disponible Misa uno que otro fin de semana, también asistíamos a Misas ofrecidas por los sacerdotes de la Congregación María Reina Inmaculada (CMRI), que ellos ofrecían en nuestras casas en los fines de semana libres. Como mi padre gustaba decir: “Estamos todos en el mismo equipo”. Esto duró hasta que un parroquiano lo chivateó a nuestro párroco de la SSPX, quien amenazó con prohibirnos la entrada a la capilla si continuábamos abriendo nuestra casa a los inmundos sacerdotes sedevacantistas. Esto parecía muy descortés, considerando que la CMRI no prohibía a sus fieles asistir a la capilla de la SSPX. Pero tal vez esto se espera en una guerra de bandas.
    
Recibí mi vocación a la Orden Dominica cuando tenía ocho, después de leer una vida de Santo Domingo por Mary Fabyan Windeatt. Estaba dispuesto a unirme tan pronto fuera posible, así que al llegar a la edad mínima requerida por el derecho canónico, escribí a la comunidad asociada con la SSPX en Avrillé, Francia. Ellos generosamente me ofrecieron una oportunidad de asistir a su preparatoria, mientras al mismo tiempo participaba en su programa de postulantado. Mis padres me apoyaron mucho, y llegué allí en el verano de 2011. Pasé un año de discernimiento con esta hermosa comunidad, hasta que decidí regresar a los Estados Unidos para completar mi educación preparatoria. Antes de irme, tuve el placer de una audiencia privada con un héroe familiar, el obispo Williamson, quien había venido a visitar nuestra comunidad en Avrillé. Él accedió amablemente a reunirse conmigo, y me dio consejos sabios y útiles respecto a mi vocación. No sabía exactamente qué estaba haciendo en Avrillé, pero la razón saldría posteriormente a la luz. Había comenzado a oír rumores de “infiltración” y “compromiso” en la SSPX. Esto era extraño, pero no tan extraño como mi regreso a casa.
   
A mi regreso en 2012, mi familia estaba caminando con velas y creían que la tierra era el centro del universo. Mis padres se habían enamorado de los escritos de Charles A. Coulombe y Solange Strong-Hertz. Estos fueron dos tradicionalistas inteligentes que habían seguido la trayectoria lógica de los principios tradicionalistas, y estaban defendiendo ideas y doctrinas que, interesantemente, la mayoría de tradicionalistas rechazarían. Coulombe aboga por el feeneyismo, y señala a la filosofía aristotélica de Santo Tomás como facilitadora de la traición de la Iglesia al dogma tradicional extra Ecclésiam nulla salus. Hertz irrumpe aún más ampliamente, indicando que hacer ladrillos y la electricidad son de inspiración demoníaca, que la Iglesia se comprometió aceptando el heliocentrismo y la democracia, y que estos dos llevaron al salvacionismo universal. No sabía cómo reaccionar, especialmente dado que había estudiado las encíclicas de los Papas Pío XII y León XIII que contradecían las narrativas de Hertz. ¿Qué interpretación debería aceptar: la de los Papas o la de Hertz? Ambos hacen sólidos apelos a la Tradición y la Escritura. ¿La Iglesia de Roma se había descarrilado incluso antes del Vaticano II?
   
Fue en ese tiempo que la posibilidad de una segunda gran división en la SSPX comenzó a asomarse en el horizonte. Las vacilaciones de Lefebvre entre aceptar y rechazar a Roma habían producido dos tipos de sacerdotes, a los cuales llamamos “línea dura” y “línea blanda”. La tensión entre estos dos grupos vino a su máximo en el clímax de las discuciones y negociaciones de la Sociedad con Roma. Tres de los obispos de la SSPX escribieron una carta al obispo Bernard Fellay y al Consejo General, advirtiéndoles que hacer un mero acuerdo práctico con Roma sería infidelidad a la misión y apostolado de su fundador, y podía llevar a su destrucción. Ellos recibieron una caliente réplica, que incluyó un asombroso y elocuente rechazo que su “dialéctica entre la verdad y la fe por un lado y la autoridad por el otro es contraria al espíritu del sacerdocio”. ¿Cómo pudieron decir tal cosa? ¿No es esta dialéctica el fundamento sobre el cual descansaba la SSPX, el principio rector que dio al arzobispo su especial equilibrio entre dos extremos? ¿Sus ordenaciones sacerdotales y consagraciones de obispos eran contrarias al espíritu del sacerdocio?
   
Las autoridades de la SSPX trataron de hacer control de daños como hicieron con “los Nueve” en 1983. Irónicamente, el primer hombre en ser expulsado fue el que estuvo a cargo del control de daños por el primer grupo divisor: el obispo Richard Williamson. ¿Por qué fue expulsado? Por seguir el ejemplo del arzobispo Lefebvre, y rechazar la obediencia a sus superiores en nombre de la verdad. Otros sacerdotes comenzaron a dejar la Sociedad, nuchos más que en 1983, donde se coaligaron para formar una nueva “resistencia”. Esto incluyó a mis amados Dominicos de Avrillé. ¿Qué iba a hacer? La Sociedad era mi familia, el único verdadero “remanente” de la Iglesia. Pero así estaban los Domincos en Avrillé y los sacerdotes y obispo que habían salido. ¿Debía permanecer en la primera resistencia, o unirme a la resistencia de la resistencia? El dolor emocional y confusión que atravesé durante este tiempo es indescriptible.
   
Papá aún confiaba en el liderazgo del obispo Williamson, y así tendió hacia la Resistencia. Mamá pensó que la Sociedad de Lefebvre estaba cosechando lo que sembró, y ella gravitó más hacia los grupos sedevacantistas. Yo era un tradi no denominacional. Papá invitó a dos de los sacerdotes de la Resistencia a decir Misa en nuestra casa. Uno de ellos era especialmente carismático, y cuando él hablaba me hizo querer salir y seguirlo inmediatamente. Afortunadamente, mi cabeza se enfrió después que se fueron, y recordé una conversación que había tenido con el sacerdote más callado en el comedor. Me dijo que el compromiso de la Iglesia no había comenzado en el Vaticano, sino que realmente debía trazarse a los serios errores en las encíclicas del Papa León XIII. Lo extraño de esta afirmación me golpeó con toda fuerza. Espera… ¿ahora debía tamizar las enseñanzas de un papa que pensé era roca sólida? ¿No había basado el arzobispo Lefebvre mucho de su rechazo al magisterio post-conciliar en el magisterio del Papa León XIII? ¡Quizá debía empezar a mirar errores en el Papa San Pío X! ¡El Concilio de Trento!
   
Para este tiempo, mamá había empezado a oír varias pláticas de Gerry Matatics, y me recomendó que las escuchara. Generalmente yo evitaba el sedevacantismo, toda vez que los padres de Avrillé estaban firmemente en contra de él. Pero en este punto, yo necesitaba opciones. Tenía que redescubrir el verdadero remanente. Y después de todo, ¿no se hizo sedevacantista el famoso dominico Michel-Louis Guérard des Lauriers, el autor fantasma de la Intervención Ottaviani? Así que comencé mi investigación. Una realización vino a mí cuando leí el artículo “Resistir al Papa, Sedevacantismo e Iglesia Frankenstein” del padre Anthony Cekada, donde declara en la conclusión que “todos los tradicionalistas son en realidad sedevacantistas, lo que pasa es que muchos no se han dado cuenta todavía”. Sonaba a verdad. Toda mi vida había orado por el papa, visto su foto en la sacristía, u oído su nombre en la Misa… pero en realidad era solo un mascarón de proa, un “papa de cartón” como lo llamaba Cekada. La SSPX (y la Resistencia de la SSPX) era de hecho sedevacantista; no en teoría, sino en la práctica, definitivamente. Ellos actuaban independientemente de los papas, sea que estuviera la sede vacante o no. El sedevacantismo y la postura “reconocer y resistir” eran en realidad dos lados de la misma moneda. Al menos la doctrina de los sedevacantistas era consistente con su práctica.
   
Encontré más contradicciones en los escritos y apologética de la SSPX, especialmente cuando discutían contra los sedevacantistas, feeneyitas o su propia Resistencia, como se vio en la carta anterior. Otro ejemplo puede hallarse en el tratado Is Feeneyism Catholic? (¿El feeneyismo es católico?) del P. François Laisney FSSPX, donde declara que el error fundamental del P. Feeney era “seguir su propia interpretación del dogma [fuera de la Iglesia no hay salvación], y reinterpretar las Escrituras y los documentos de los papas según sus propias opiniones. En una palabra, es poner sus opiniones antes que la enseñanza de la Iglesia”. ¿Por qué esto era verdad para el P. Feeney (quien era un buen tradicionalista, y estoy seguro ¡habría declarado enfáticamente que su opinión no era suya, sino de la Tradición!), pero no para el arzobispo Lefebvre y sus sacerdotes? Encontré otra inconsistencia considerable en los escritos de Michael Davies, un prolífico apologista para Lefebvre y la SSPX. Él escribió tres enormes tomos sobre todo lo que puede estar imaginablemente mal con la Misa Novus Ordo, solo para escribir un pequeño opúsculo dirigido a los sedevacantistas (Estoy con vosotros siempre), donde arguye que en su versión oficialmente promulgada, el Misal del Papa Pablo VI está libre de error en la fe y la moral, y protegido por la infalibilidad eclesiástica en sus leyes disciplinarias universales. Sobra decir, Angelus Press no ofrece este título.
   
Mientras el sedevacantismo parecía tener más consistencia, ciertamente no llevaba ninguna consolación. En su conferencia “Pastores no autorizados: Por qué la SSPX, SSPV, CMRI, y clérigos tradicionalistas post-Vaticano II no son sacerdotes de la Iglesia de Cristo”, Gerry Matatics argumentaba convincentemente que el clero tradicionalista no podía ejercer ningún ministerio oficial en la Iglesia, basado en la enseñanza de San Francisco de Sales en La Controversia Católica. Omitiendo el intricado debate del derecho canónico sobre la epiqueya y la jurisdicción supletoria, él desafió al clero tradicionalista a demostrar cómo habían recibido la misión mediata o inmediata. Por supuesto, ninguno puede aceptar su desafío, por la simple razón que no tienen prueba de sucesión apostólica, el mandato papal (misión mediata) y no hacen milagros (misión inmediata). Conclusión de Matatics: afortunadamente hay una Iglesia clandestina en algún lugar de Asia, pero entre tanto estábamos atascados siendo “católicos recusantes” en casa. Matatics es un ejemplo brillante del tradicionalismo intelectualmente honesto y consistente. Después de convertirse al catolicismo antes que su amigo Scott Hahn, entonces procedió a investigar la Tradición hasta que se quedó solo en su casa. Recordé lo que una vez un sacerdote le dijo a mis padres: “Cuando llevas el protestantismo a su conclusión lógica, finalmente acabarás solo”.
   
¿Cómo había acabado solo? ¡Yo no era protestante! ¿No había seguido la regla de la fe, la Tradicióm, como se me había enseñado hacer? Recordé mi oración al arzobispo Lefebvre en su tumba en Écône: “Ayúdame a ser fiel como tú lo fuiste… ayúdame a llevar adelante la Tradición”. ¿Dónde estaba la Iglesia de Cristo, su Esposa, mi Madre? La había buscado desesperado, pero no pude encontrarla entre la cacofonía de los tradicionalistas, cada uno aferrándose a las doctrinas y tradiciones más caras a ellos. En lo que a mí concernía, el  “experimento de la Tradición” de mi padre espiritual me había fracasado. Sus obispos, sacerdores y grey estaban divididos y errantes, cada uno retirándose a sus respectivas madrigueras. Ahora concluí que todo tradicionalista tiene dos opciones: contentarse con una línea de partido y no cuestionarla, o confiar tu propio entendimiento de la Tradición y aporrear tu Denzinger con cualquier cosa.
   
Ahora estaba listo para considerar lo impensable. ¿Tal vez la Iglesia Frankenstein, el Monstruo Novus Ordo…era mi Madre? ¿Había sido criado realmente como un buen anticatólico, orgulloso y con prejuicios? Según los criterios de San Francisco de Sales, solo la Iglesia Católica moderna podía afirmar tener tanto la misión mediata como la inmediata. Y solo la Iglesia post-conciliar ejercía la totalidad de las tres reglas de fe: Escritura, Tradición, y un Magisterio viviente con la propia autoridad de Cristo. No estaba plenamente consciente de esta última regla de fe hasta que comencé a estudiar la constitución tradicional de la Iglesia. Me había sido dada la impresión que teníamos un Magisterio, el cual ahora entendí eran actos pasados del Magisterio, y que este papel de guía había sido de hecho usurpado por el arzobispo Lefebvre, la SSPX, y cualquier otra persona o grupo que afirmaba tener la plenitud de la verdad. Había sido forzado a aprender a las malas que el movimiento tradicionalista solo tenía “magisterios pequeños” con autoridad autodelegada, usualmente en conflicto con otros pequeños magisterios.
   
Empecé así una nueva búsqueda, en el lugar donde menos esperaba encontrar la Iglesia de Cristo. ¿Estaba caótica y llena de pecadores confundidos y rotos? Sí. Pero también encontré algo hermoso: liturgias Novus Ordo reverentes y sinceras, milagros eucarísticos y milagros por la intercesión de los santos, católicos que conocían y amaban su fe, doctrina ortodoxa predicada por buenos sacerdotes y obispos, y hombres y mujeres con altos niveles de santidad que nunca habían asistido a una Misa Tridentina. A veces la Iglesia puede parecer desfigurada, ¡pero ella está viva! Descubrí también a un hombre grande y santo el cual siempre creí era una personificación del mal: su compatriota, el Papa San Juan Pablo II. El arzobispo Lefebvre llamó “anticristo” a este hombre, y dibujó caricaturas de él negando a Nuestro Señor y siendo llevado por dos demonios al infierno. Pero yo encontré a un hombre que, aunque imperfecto, amó a Cristo sobre todas las cosas y pasó su vida y pontificado dando testimonio de él (sic). ¿Por qué me habían presentado tal caricatura?
   
Le informé a mis padres de la decisión que había tomado de regresar a la Iglesia domde había sido bautizado. Es aquí cuando el infierno se desató en mi familia, y se cayó toda apariencia de falsa paz. Estaban chocados, horrorizados y avergonzados. Se culpaban a sí mismos y se echaban la culpa entre sí. Entonces se cimentaron en sus propias madrigueras tradicionalistas, y se inició una guerra doméstica. Mamá quería que papá se hiciera sedevavantista para impedir que cualquiera de mis nueve hermanos siguiera mi ejemplo, que ella pensaba fue causado por la disfunción de la SSPX. Pero papá se negaba a ceder. Mis hermanos y yo comenzamos a experimentar el sufrimiento generalmente causado por los matrimonios mixtos. Cuando no estaban atacándose uno al otro, me arrojaban todo lo que podían en un intento para hacerme volver atrás. Pero yo había puesto mi mano al arado, y no estaba mirando atrás. En medio de este rencor y amargura familiar, sentía una abrumadora sensación de paz venir sobre mí. Había sido levantado de mis hombros el peso aplastante de estar solo y solamente responsable de encontrar y preservar la fe. Ahora estaba con la Iglesia; no tenía nada que temer. Elegí confiar en mi Madre. Había elegido la esperanza, esperanza en las promesas de Cristo que él (sic) protegería y guiaría siempre a su Esposa hasta su regreso en gloria.
   
Nuestra saga familiar continuó por años. Dejé el hogar familiar para casarme con una chica católica devota y comenzar una familia. Finalmente mis padres acabaron solos, lo que rápidamente los hizo volver en sí, aunque no antes que algunos de mis hermanos perdieran casi por completo su fe. Pero la misericordia de Dios es grande y abundante. Durante el Año de la Misericordia, mis padres regresaron a la Iglesia. Ha sido un camino muy duro para nosotros, y aún las cosas no son fáciles. Pero nuevamente somos una familia en Cristo. Hay un verso en Proverbios que ha sido transmitido como un legado familiar desde mis bisabuelos, y durante este espeluznante y difícil recorrido por el movimiento tradicionalista ha tomado para nosotros un nuevo significado: “Confía en el Señor con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia inteligencia. En todas tus empresas piensa en Él, y Él dirigirá tus caminos”.
   
Querido hermano, tal vez ahora entiende mejor por qué su carta me causó dolor. Ha habido mucho  daño a las almas en la SSPX y en los distintos grupos separados que sus propios falsos principios han producido. Es decepcionante que Vd. y otros obispos, clérigos y laicos prominentes e influyentes hayan escogido concederle su aprobacion sobre tan poca familiaridad. Ahora Vd. y ellos son responsables  por los muchos católicos incautos que ahora apacentaréis hacia este cisma. Sí, es un cisma. El sofisma y subterfugio que ha intentado ocultar esta horrible realidad es enfermizo. Mi familia aún está sanándose de haberse roto por este pecado mortal contra la caridad.
    
¿Por qué hemos olvidado dos definiciones sobre el cisma: “erigir un  altar contra el altar” (San Cipriano) y “rechazar actuar como parte del todo” (Cayetano)? La SSPX ha desalentado a sus seguidores de asistir incluso a Misas Tridentinas ofrecidas por sacerdotes en comunión con Roma. Ellos no tienen nada que ver con los obispos locales a menos que sea en su favor. ¡Han rechazado un concilio ecuménico, un Misal oficialmente promulgado, el Catecismo de la Iglesia Católica, partes del Código de Derecho Canónico de 1983, las canonizaciones, y la mayoría de la enseñanza magisterial de cinco papas! ¿Y qué sobre las ordenaciones y consagraciones ilícitas? ¿Quién tiene la audacia de llamar a esto mera desobediencia? ¿Los actos repetidos de desobediencia por más de medio siglo no califican como rechazo a la sumisión a la autoridad de la Iglesia? La SSPX incluso cae en el anatema del Concilio Trento (Sesión XXII, Canon VII), por su afirmación que la liturgia reformada contiene “elementos peligrosos para la Fe” (El problema de la Reforma Liturgica). ¿Se alínea fácticamente con un arzobispo excomulgado que llamó a los nuevos ritos “sacramentos bastardos” y a los sacerdotes ordenados con el nuevo rito “saceedotes bastardos”?
   
Hermano, le suplico reconsidere sus palabras y sus acciones. Sus consecuencias a largo plazo pueden ser mucho más graves de lo que piensa. No pierda su lugar bajo el Manto.
  
En nuestro santo padre Domingo,
  
Sr. Andrew Bartel OP.
  
26 de Diciembre de 2021
Fiesta de la Sagrada Familia 
  
Bien, como vemos después de tanta leyenda y palabrería (que ninguno querría volver a leer), Andrew Bartel es una consecuencia de un mal que se ve incluso en algunas familias de sedevacantistas, y es la falta de una buena formación en la Fe. Para un católico, no basta con el catecismo de Primera Comunión (sea el del Padre Astete en Hispanoamérica, o el del Concilio de Baltimore en los Estados Unidos, o el Catecismo breve de San Pío X) o simplemente con la homilía dominical en la capilla o centro de misa al que uno vaya (o actualmente en estos tiempos de corona, que siga por internet). No, el deber del buen católico es formarse continuamente, investigando lo más que le sea posible (desde luego, consultar también con su director espiritual para determinados casos) y evitar malas literaturas, para poder dar razón de nuestra esperanza como dice el Apóstol (cf. Hebreos III, 15) y hacer frente a los embates del error. Y eso es en lo que faltaron los padres de Bartel y él mismo, quien por presenciar una seguidilla en su familia de malas experiencias (producto colateral de la indefinición doctrinal de la Frater) regresó al vómito conciliar después de criarse en la Tradición (que para la apostasía que cometieron, MÁS LES VALÍA NO HABERLA CONOCIDO JAMÁS).
  
Así pues, Sr. Barlet, su intento de apología deuterovaticana es más una acusación contra Vd. que un intento de disuasión al presbítero de irse para la Frater (que de todos modos, está inmersa en una indefinición desde la cuna, que propició la situación que Vd. vivió). Mejor termine sus estudios y siga trabajando en la vidriería para sostener a su “chica católica devota” y sus tres hijos, en vez de comprar peleas intelectuales por cartas ajenas.

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