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jueves, 31 de marzo de 2022

LA PARTICIPACIÓN ITALIANA EN CRIMEA: TRÁGICA Y CÍNICA

Traducción del Comunicado n. 32/22 del 30 de Marzo de 2022 (Fiesta del Beato Amadeo IX de Saboya) del CENTRO STUDIO GIUSEPPE FEDERICI.
    
EL OTRO RESURGIMIENTO – LA TRÁGICA Y CÍNICA EXPEDICIÓN A CRIMEA
Cuando en Crimea morían como moscas los campesinos del Reino de Cerdeña
   
   
Por Roberto Gremmo – El trágico y sangriento conflicto entre Rusia y Ucrania se desarrolla en una zona donde, en pleno Ochocientos, cientos de pobres campesinos del Piamonte morían como moscas, en una tierra desconocida y lejana y solo para sutiles cálculos políticos.
    
La infausta aventura militar en Crimea viene recordada por la historiografía oficial como un hábil movimiento del avizor Cavour para congraciarse con las grandes Potencias europeas, y recientemente el escritor Alfio Caruso en su hagiográfica “Breve historia de Italia”, con una buena dosis de cinismo, ha definido aquella infausta aventura militar, a pesar de los lutos provocados, una expedición “casi académica”, como si fuese una pura y simple parada sin consecuencias negativas.
   
En realidad, el recurso a las armas solo seis años después de la tragedia de la Bicocca fue decidido con mucha reluctancia incluso por un Parlamento Subalpino compuesto casi totalmente por diputados llenos de dinero, de una ignorancia abisal e interesados sobre todo en sus propios negocios. Los primeros entre todos los denominados “prófugos políticos” que estaban escondidos en el Piamonte huyendo de sus naciones (las Dos Sicilias, los Ducados padanos o el Lombardo-Véneto) con la aureola del perseguido, no se sabe cuán merecida realmente. Juntos en Turín y mantenidos con las cajas del Estado, se metieron en política, fundaron diarios ‘patrióticos’ y los más emprendedores incluso conseguían un escaño en el palacio Carignano.
   
A despecho de esto, cuando se sometió a votación el tratado de alianza con la coalición anglo-francesa que preveía la expedición en Crimea, aun cuando fuese un pacto querido por Cavour, la Cámara de Diputados lo aprobó el 10 de febrero de 1855 con solo 95 votos a favor y 64 contrarios.
     
Y un periódico valiente e independiente como la “Civiltà Cattolica” no dudó en revelar en seguida que “para enlistar tropas y enviarlas a Oriente querían dinero; por esto se firmó un acuerdo complementario entre el Gobierno sardo y el inglés, en virtud del cual este se obliga a hacer un empréstito de un millón de libras esterlinas, del cual pagaremos el 3 por ciento de intereses, y el 1 por ciento para el fondo de amortización”.
    
De este modo, Cavour subordinó todavía más las finanzas piamontesas a las británicas, transformando un pequeño Estado hasta aquel momento sustancialmente independiente en un gregario que durante el Risorgimento actuó sobre todo para tutelar los intereses del poderoso padrino de Ultramancha.
   
En realidad, la de Crimea fue una “guerra fingida”, hecha solo para enmascarar los manejos diplomáticos de los distintos países involucrados.
   
Casi desde el inicio, la aventura militar piamontesa en Crimea apareció bajo los signos más nefastos porque el batel “Crœsus” que transportaba las tropas se incendió, yéndose a pique y causando la muerte a siete personas. Llegado a Crimea, el ejército piamontés fue pronto “golpeado por el cólera, la oftalmía y el tifo. El general Alessandro La Marmora murió en Balaclava. Este valiente condottiero había instituido entre nosotros el cuerpo de Bersaglieros, y fue señalado en el 1848 cerca a Goito reportando una gloriosa herida. (…) Las últimas correspondencias recogen que en el hospital de Balaclava habían 800 enfermos, y 600 en el de Constantinopla”.
   
La expedición costó al erario piamontés más de 80 millones de la época con un crecimiento exponencial respecto a la previsión inicial de 25 millones y, para hacerle frente, Cavour no encontró mejor forma que aumentar los impuestos, provocando más descontento.
   
Miles de jóvenes piamonteses murieron por una guerra en la cual ningún interés real de su patria estaba verdaderamente en juego.
    
Pero la expedición debía abrir el camino a las nuevas aventuras militares contra Austria, anunciadas en plena Cámara por el irreal grito de batalla “Resistir, resistir, resistir” lanzado por el abogado diputado Domenico Buffa Pesci.

Guerras y más guerras, y siempre los pobres quienes las pagaban.
    
Pasados 35 años de la expedición a Crimea, en pleno invierno, el 20 de diciembre de 1890, empujados por la necesidad, 190 veteranos de la famosa expedición de Oriente se encontraron en Turín y escribieron a Humberto I una súplica, pidiendo ser asistidos con un modesto subsidio hallándose “en avanzada edad, mermados de fuerzas por la vejez y la mala salud (no siendo la causa menor las enfermedades reportadas en el campo) y en condiciones económicas dolorosas que no se compadecen ciertamente al poco de mérito que hemos adquirido” yendo a hacerse masacrar de los rusos.
    
Eran todos piamonteses: de Turín, Agliano de Asti, Verrua Saboya, Brusasco, Zumaglia, Venaria Reale, San Benigno, Collegno, Druento, Rosta, Villarbasse, Rosta, Cerro Tanaro, Boves, Morozzo, Moncalieri, San Gillio, Givoletto, Cúneo, San Albano Stura, Margarita, Castelletto Stura, Montanaro y uno, Carlo Martinelli di Intra. Muchos de ellos combatieron también en las campañas de 1859, de 1860 e incluso de 1866 y algunos fueron heridos en batalla, alguno regresó mutilado y todos recibieron muchas medallas. Como “fuerza baja” eran veteranos de distintos cuerpos: desde la infantería hasta la artillería, a los “Caballeros de Aosta”, pero todos se encontraban en la más negra miseria.
   
Obviamente, su sentido apelo nunca llegó al Rey sino que fue examinado por el Ministro de la Casa Real que el 14 de diciembre declaró, tajantemente, que a su parecer “atendiendo el tiempo transcurrido y el mérito de la instancia”, la petición de los veteranos y los mutilados podía ser acogida.
    
Desafortunadamente, la súplica acabó por competencia bajo escrutinio de la burocracia del Estado que, obviamente, no consideraron los méritos patrióticos de aquellos desventurados y solo les importó verificar si había dinero suficiente en caja.
    
Finalmente, el 5 de diciembre de 1891 (¡un año después de la solicitud!), el “Ministerio del Interior” llegó a la conclusión que no se podía dividir ni una lira.
   
Transcurrieron aún otros cinco años, muchos veteranos de Crimea pasaron a mejor vida, pero cuando el jovencísimo príncipe Víctor Manuel llevó al altar a la princesa Elena Petrović-Njegoš, con inquebrantable (¡y estulta!) confianza piamontesa, los pocos veteranos remanentes volvieron al ataque con otra súplica, dirigida esta vez al joven heredero de los Saboya explicándole humildemente “no estar más en la posibilidad de ganarse el pan para sostener la vida”. De los 190 de cinco años atrás, quedó solo una decena.
  
La Italia los había olvidado completamente.
  

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